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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Amy J. Fetzer

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La mejor ocasión, n.º 1098 - abril 2018

Título original: Having His Child

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-215-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Puedes quedarte embarazada en cualquier momento, Angela –la doctora levantó la vista de los resultados de las pruebas y sonrió–. Estás en perfecto estado de salud, lista para la operación.

Angela sintió un pequeño temblor de excitación y luego se calmó.

–Sé que examináis a los donantes, pero ¿cómo exactamente? –dijo, preguntándose qué clase de hombre donaba su esperma para que fuera inseminado.

–A cada donante se le hacen pruebas para comprobar que no tenga ninguna enfermedad o que no tenga cromosomas anormales, y luego se le cataloga según las características físicas y los rasgos hereditarios –dijo la doctora McNair, señalando los folletos, catálogos y solicitudes que le había entregado–. Toda la información está ahí.

«Sí, claro», pensó Angela, «y cuánto me va a costar». Cada intento le saldría por una buena suma. Y si necesitaba más de dos o tres, acabaría endeudada hasta las cejas.

–¿Estás segura de que quieres hacerlo, Angela?

Esta miró a Joyce, que había sido su médico desde que tenía dieciocho años y sonrió a la mujer mayor.

–Ya lo creo.

Quería un niño, una casa llena de ellos, y su impaciencia se debía a Dios sabe qué, pero se sentía impaciente. Quizá era porque iba a cumplir treinta años en un par de días, y los hombres casaderos no se amontonaban a su puerta. O porque todas sus hermanas tenían niños, y ser la tía que consiente todos los caprichos ya no le bastaba. En realidad, era su trabajo nocturno en la radio lo que impedía que pudiera conocer a hombres durante la franja horaria normal. Ella dormía cuando la mayoría estaban despiertos y trabajaba cuando la mayoría se arrastraba hasta la cama.

–Bien, entonces, cuando pidas cita con la especialista –dijo la doctora McNair–, le enviaré tu historial por fax a la doctora Bashore. Ha tenido excelentes resultados.

–Espero que conmigo también –dijo Angela, levantándose.

Se despidió, salió de la consulta y caminó apresuradamente por el pasillo, con la esperanza de salir del hospital antes de que Lucas se diera cuenta de que estaba allí y se viera obligada a mentir. Porque no pretendía decírselo. Al menos hasta que estuviera embarazada. Estaba segura de que no entendería su decisión. Su mejor amigo desde hacía quince años tenía un auténtico problema con la idea de que hubiera madres sin sus correspondientes padres. Y quedarse embarazada a propósito y sin un marido lo sacaría de sus casillas.

Al fin y al cabo, él había sido un niño sin padre, al que su madre abandonó cuando él era aún un adolescente. Cuando lo conoció, se sentía avergonzado porque sus padres lo habían abandonado, y ocultaba el hecho tras una fachada de tipo duro, que Angela tuvo que resquebrajar con paciencia. Pero mereció la pena. Y aunque él superó todo aquello y luchó para salir adelante, convirtiéndose en un gran pediatra, había visto cómo volvían los viejos fantasmas de Lucas Ryder en lo concerniente a la falta de una madre o un padre. Especialmente cuando él no quería tener hijos propios. Creería que con su decisión estaba provocando deliberadamente que la vida de un niño fuera dura, como lo había sido la suya, e intentaría convencerla para que no lo hiciera. Pero, por mucho que lo intentara, nadie iba a hacer que cambiara de opinión. Ni siquiera su mejor amigo.

 

 

De pie en el control de enfermería, Lucas anotaba algo en un informe mientras la enfermera a su cargo, Sandy, esperaba.

–Vi a la señorita Justice hace un momento, doctor Ryder.

Lucas levantó la cabeza.

–¿Aquí?

Miró por las puertas de cristal.

–No tiene otra consulta hasta dentro de treinta minutos. Puede que la alcance.

Sonriéndole agradecido, Lucas le devolvió el pronóstico y se aseguró de que el busca estuviera encendido mientras se dirigía hacia la puerta. Se preguntó por qué Ángela no se habría detenido para saludarle. Corrió por el pasillo, miró a izquierda y derecha, y le pareció ver su cabeza pelirroja cerca de los ascensores. Entonces se abrió paso entre la gente, con la vista clavada en ella, aunque la mayoría se apartó al ver la bata blanca y el estetoscopio. Demonios, qué guapa estaba con aquel pequeño vestido verde de verano que se deslizaba por su cuerpo al andar. Aunque la había conocido desde que era un adolescente y nunca se atrevería a poner en peligro su amistad, no dejaba de ser un hombre. Si los radioyentes de radio KROC pudieran ver a la doctora a la que llamaban para hablar de sus asuntos del corazón, comprobarían que esa voz tan sexy no desentonaba con su aspecto.

–Hoy estás que arrasas, Ange –le dijo seductoramente.

Angela se tensó un segundo, al verse sorprendida, y luego se rio suavemente y se giró.

–¿Hoy? ¿Ayer? ¿Qué sabrás tú, Ryder? –respondió, introduciendo disimuladamente los folletos en el bolso–. No te he visto desde hace dos semanas.

Lucas le rodeó la cintura con el brazo y pasearon por el pasillo mientras charlaban.

–Lo sé, lo siento. Pero ya que te has dejado caer por aquí, ¿por qué no viniste a verme?

–Sabes que no interrumpiría tu trabajo. Además, de verdad que no tengo tiempo –dijo, consultando el reloj.

–¿Ni siquiera para una taza de café?

Parecía tan abandonado, allí de pie junto a la sala de personal… Guapo como el demonio, pero solo. Su pelo moreno, los ojos azules y ese aura de peligro que todavía le rodeaba atraían a las mujeres como si fueran hormigas en un picnic.

–Lo siento.

Luc no sabía por qué rechazaba su invitación, sobre todo cuando él había cancelado asuntos de trabajo, por ella más que por nadie, bastante a menudo. Pero tenía la sensación de que Angela lo estaba rehuyendo. Y eso no era propio de ella. Le contaba siempre todo.

–¿Adónde vas con tanta prisa?

–Tengo que hacer un anuncio de promoción del Festival del Agua, recoger la ropa de la tintorería y tratar de dormir un poco antes de ir a trabajar.

–Capto la idea –hizo un gesto con la mano.

–Bien, lo entiendes entonces.

–Sí, sí, la vida de una celebridad.

–No soy famosa, Luc.

–¿Pero demasiado famosa para estar un rato con tu viejo amigo?

Suspiró, meneando la cabeza por su mirada de perrito abandonado.

–Anda, vamos, invítame a un café –dijo, tomándolo del brazo en dirección a la sala de personal.

Él sonrió de oreja a oreja y le sostuvo la puerta, oliendo su fragancia cuando pasó al interior. Luego, se dirigió directamente a la máquina de café, sin reparar en la presencia de las jóvenes enfermeras que lo miraban como depredadoras. Angela notó que a ella le lanzaban una mirada especulativa, y estuvo a punto de sonreír. Qué mujer no querría que la asociaran con un hombre guapo, pensó, tomando el vaso y sentándose en el ajado sofá de piel. Lucas se sentó junto a ella, y dejó el vaso a un lado, sin haber probado el café. Angela le dio un sorbo e hizo una mueca.

–Está asqueroso.

–Lo sé –sonrió él ladinamente.

–¿Así que quieres enviarme a cuidados intensivos con un café no apto para marines?

–No, solo te echaba de menos y pensé que la rutina del chico triste y solitario te tocaría la fibra.

–Fueron más bien los quejidos.

–Yo no me quejo.

–Ves, ya estás haciéndolo otra vez.

Él se echó a reír, arrellanándose en el sillón y pasando el brazo por el respaldo.

–Te he echado de menos.

Angela notó que la recorría con la mirada y se preguntó por qué se sentía extraña. Parecía que la estuviera mirando por primera vez. «Estoy imaginando cosas», pensó. Quería a Lucas como a un hermano. Lo miró. El flequillo le caía sobre una ceja y sus ojos azules parecían leerle el pensamiento. Por un momento casi lamentó que fuera su mejor amigo. Por un momento. Luego, se dijo que todo era igual que siempre. Simplemente no habían podido verse en las dos últimas semanas. Eso era todo. Y así tenía que ser. Dejando a un lado sus pensamientos, comenzó a lanzarle preguntas sobre su trabajo, a las que él respondió de buen grado. Le encantaban los niños. Mencionaba a sus pacientes por el nombre, hablando de los hermanos, de los padres. Angela lo admiraba por ser uno de esos médicos que tienen un trato encantador con los pacientes. No solo le gustaba su trabajo sino ayudar a la gente. El tiempo pasó, y cuando Angela miró el reloj, se puso en pie de un salto.

–Tengo que irme.

–Sí. Yo también.

Lucas se levantó, consultó el busca y se tranquilizó cuando vio que no había mensajes. Tiró los vasos y salió con ella de la sala. Estaban cerca del ascensor cuando oyeron que alguien llamaba a Lucas. Miraron hacia el pasillo y vieron a una mujer esbelta y bastante voluptuosa, vestida de rojo, dirigirse hacia Lucas apresuradamente. Se saludaron, y él le besó la mejilla antes de presentarlas. Angela olvidó inmediatamente su nombre porque no pudo evitar concentrarse en la mirada perversa que le lanzó la rubia. Fría y calculadora, indicaba a todas luces que el territorio ya estaba ocupado. Angela tuvo la tentación de advertirle que ninguna mujer podía enganchar a un hombre como Luc Ryder, y mucho menos arrastrarlo hasta el altar. El hombre era un caso perdido en lo que a compromiso se refería. Claro, que él parecía no darse cuenta.

–Hasta luego, Luc –dijo Angela y se apartó.

Inmediatamente, Luc se excusó con la rubia y vino a su lado.

–¿Sigue en pie lo de la cena el próximo jueves por la noche? Me toca a mí comprar la comida china y los vídeos.

–Lo has hecho tú las dos últimas veces, Luc. Estás tratando de compensarme por dejarme plantada para ir a salvar a algún crío –bromeó. Cuando miró hacia su última novia, Angela se preguntó si esta sabría encajar que ella y Luc hubieran sido amigos íntimos desde el instituto. Lo dudaba, pero no dijo nada.

–Es preciosa, Lucas, pero creo que deberías dejar de mencionarme.

–No lo hago –negó, frunciendo el ceño. «Al menos no mucho», pensó. ¿Lo hacía?

–Sí, claro. En cuanto me presentaste, me miró con ese aire de «así que eres tú».

–Se acostumbrará –aunque Luc se preguntó si alguna mujer entendería su amistad.

–Por tu bien, eso espero. Tengo que irme, cariño.

La retuvo antes de que diera un paso.

–De todas formas, ¿qué estabas haciendo aquí?

–Mi revisión médica anual –Angela pensó que no era del todo mentira.

–¿Va todo bien?

–Perfectamente –dijo. «Lista para quedarme embarazada», añadió para sus adentros. Se metió en el ascensor y le dio al botón. Solo le faltaba obtener el dinero necesario.

Mientras las puertas se cerraban, Angela observó cómo la otra mujer se le acercaba y lo tocaba con libertad, lo que denotaba que habían estado juntos. A pesar de que Lucas no parecía estar muy pendiente de su última conquista, Angela se sorprendió al sentir celos de ella. Cuando se cerraron las puertas, se derrumbó contra la pared, preguntándose cuándo habrían cambiado sus sentimientos, sentimientos que amenazaban su larga amistad con Lucas.

 

 

Un par de días más tarde, Angela se arreglaba para salir con un hombre y así olvidarse de lo ocurrido. Se estaba poniendo los pendientes cuando sonó el timbre. Abrió la puerta esperando encontrar a su cita. Pero se encontró a Lucas, vestido con unos vaqueros y una camiseta. Llevaba una bolsa de comida rápida en la mano.

Y ella tratando de poner distancia entre ellos…

–Hola, señor médico.

–Vaya, vaya –dijo Lucas con un silbido ronco al ver el vestido negro de seda ajustado, las medias oscuras y los tacones–. Podrías parar el tráfico con eso.

Ella sonrió. Sus cumplidos siempre le habían venido bien a su ego.

–Gracias, pero no llegas en muy buena hora –dijo, señalando la bolsa.

–Eh, no pasa nada, solo lo intenté y perdí. Así que, ¿quién es el afortunado esta noche? –entró y cerró la puerta.

–Randy Costa.

Luc gruñó y depositó la bolsa en la mesa de la entrada–. Cielo santo, Ange. ¿Por qué él? –protestó, al pensar en la reputación de seductor que tenía Randy.

Angela se detuvo y lo miró. Luc no entendía nada a veces.

–Veamos, es rico, guapo, tiene un buen trabajo. Es educado. Y… –jadeó dramáticamente, fingiendo sorpresa–. Oh, mira por dónde, me lo ha pedido.

Aunque había planeado tener una familia por medios artificiales, no había renunciado a la posibilidad de que el señor apropiado estuviera por ahí fuera, y de que pudiera aparecer en una cita. Prefería encontrarlo, enamorarse y quedarse embarazada a la vieja usanza a ser inseminada en una aséptica clínica, sola.

Lucas sonrió guasonamente, apoyándose en la barandilla de las escaleras que conducían al piso de arriba.

–Y tienes prisa otra vez.

–Una circunstancia recurrente que trato de evitar –dijo ella, subiendo rápidamente por las escaleras.

Lucas pudo ver el encaje de las medias, que le llegaban hasta el muslo, y sintió una punzada de deseo. Se quedó rígido por la sorpresa. Aquello era nuevo. Angela Justice era su mejor amiga. Lo había sido durante casi quince años, por el amor de Dios. Ninguna de sus amistades masculinas, sus compañeros del equipo de béisbol, o sus compañeros de habitación en la universidad o sus colegas en el hospital se podían comparar con la larga relación que tenía con Angela. Era la única persona que había penetrado su coraza cuando era un chico asustado y solitario, abandonado en el orfanato local. Ella fue la única que siguió siendo su amiga cuando ya había hecho que los demás se apartaran de él. Incluso los chicos.

Desde luego, siempre se había sentido atraído por Angela. Un hombre tendría que estar ciego para no darse cuenta de lo guapa que era. Pero nunca había cruzado la línea. Ni una sola vez había intentado ligar con ella. Ni siquiera cuando era adolescente y sus niveles de testosterona estaban por las nubes. Ahora era un adulto, tenía el control de sus acciones y no quería arruinar una amistad que había sobrevivido a los mejores y peores momentos de su vida. Trató de pensar en otra cosa, y atribuyó lo ocurrido a un día duro de trabajo.

Aun así, cuando ella bajó por las escaleras, con el pelo bien arreglado, un chal y un bolso de mano, su mirada se deslizó hasta sus piernas.

–Todavía tienes el par de piernas más increíble del condado, Ange.

Ella se detuvo, algo sorprendida por la manera sensual en que lo había dicho. «No le busques tres pies al gato», se recordó a sí misma.

–Vaya, muchas gracias, cariño –murmuró, dirigiéndose al espejo de la entrada, y se atusó el pelo, que llevaba corto.

Luc recordó cuando le llegaba hasta la cintura y atraía la atención de la mitad de su equipo de fútbol en el instituto. Por supuesto, aquellas piernas bajo una minifalda de animadora probablemente también tuvieron algo que ver. Su estómago se encogió al ver cómo se agachaba y se pasaba las manos por las medias desde el tobillo hasta el muslo en un movimiento inocente, pero tan seductor que sintió el deseo de quitárselas de igual modo.

–Bueno, ¿te parece que el modelito puede pasar?

Angela dio una vuelta delante de él. Luc se puso nervioso.

–Diablos, sí –aunque ella, pensó, ya no se parecía a su colega–. ¿Adónde vais?

–Al anfiteatro que hay en el parque.

«Genial», pensó Lucas. En la oscuridad y entre los árboles, Randy se lo pasaría de lo lindo con ella.

–Ten cuidado.

Angela frunció el ceño.

–No es mi primera cita con Randy, y si no hubieras estado tan ocupado, lo habrías sabido.

–Lo sé, lo sé. Lo siento. Bueno, al menos puedes tumbarlo si se pone fresco.

–¿Fresco? –dijo, divertida–. Anímate, hombre. Me recuerdas a papá.

–Tu padre no te dejaría salir de aquí con ese aspecto –masculló él. Decidió que necesitaba una distracción y rápido. Observó que había unas cortinas a medio colgar y una escalera de mano en la esquina de la sala de estar–. ¿Estás redecorando?

–Caramba, eres tan listo. No me extraña que seas médico.

Lucas hizo una mueca.

–Te podría haber echado una mano.

–Dejé tres mensajes –dijo ella, comprobando lo que llevaba en la cartera–. Obviamente, te lo estabas pasando en grande con Denise.

–Era Diana.

–¿Era? –preguntó, levantando la vista.

–Sí. No funcionó.

–¡Estabas con ella justo el otro día!

–Entonces fue más o menos cuando las cosas se torcieron. Me llamaron al busca poco después de que te fueras, y se puso furiosa porque no tenía tiempo para ella.

–Es el precio de la popularidad, Doc. Y podría haber funcionado, Luc, pero nunca permites que la relación pase del primer par de semanas.

La miró acusadoramente.

–Sí que lo hago, pero mi horario dificulta las cosas.

–Bueno, ¿cuál fue el problema entonces? –preguntó Angela mientras cerraba el bolso. Se dirigió hacia la cocina y él la siguió, con la vista clavada en la curva de su espalda desnuda que mostraba el vestido. Su piel parecía cálida y suave.

–¿Luc?

Lucas apartó la fantasía de sus pensamientos y tomó la cerveza que ella le ofrecía.

–Ya te lo he dicho, no podía aceptar que tuviera que trabajar tanto.

Era Ange, por el amor de Dios. Su colega, su única familia… bueno, ella y sus padres, sus hermanos y hermanas, y los hijos de todos ellos.

AJ a medianoche

–¿Sabes lo que pienso?

–Si supiera lo que piensan las mujeres, Ange, no estaría llorando cerveza en mano.

Le dio un sorbo y luego le devolvió la botella.

–El día que llores por una mujer, Ryder, será el día en que pueda convertir la paja en oro –dijo, y lo sacó de la cocina empujándolo por los hombros. Él emitió un gruñido suave–. Creo que estás saliendo con mujeres a las que les gusta más tu estatus social y tu éxito profesional que el hecho de que curas niños.

Él la miró de reojo y luego de frente.

–Quieres decir algo más, lo sé. Adelante.

–No creo que estés buscando algo serio, así que no tienes relaciones serias.

–Me gustaría casarme algún día.

Ella se echó a reír en su cara, sin fijarse en su mirada ofendida, y pasó de largo hacia la ventana, para comprobar si Randy había llegado ya. Afuera solo estaba aparcado el Jaguar de Luc. Se dio la vuelta. Luc se había sentado en el sofá.

–No quiero estar siempre solo, ¿sabes?

¿Solo? Nunca. ¿Soltero? Por supuesto que sí, pensó Angela.

–De acuerdo, si eso es cierto, sal con mujeres serias, caramba. Desde mi punto de vista, tu selección casi garantiza el fracaso.

Lucas dejó de arrancar la etiqueta de la botella y la miró a los ojos. Demonios, qué sexy era, pensó Angela.

–Luc, cielo –dijo, sentándose a su lado–, estás comprometido con tu carrera más que con cualquier otra cosa.

–No lo estoy.

–¿No? Hace casi dos años que has vuelto y te he visto dos veces al mes, más o menos. ¿Y por qué dices que Denise…

–Diane.

–…Diane te ha dejado?

–Estaba cansada de que cancelara una cita o la dejara a solas para ir al hospital –admitió Lucas. Quizá tuviera razón. Pero Diane había mencionado a Angela un par de veces cuando discutían y Luc supuso que estaba celosa. ¿Estaba utilizando el trabajo para protegerse a sí mismo de un compromiso como el matrimonio?–. Ahora sale con Arty.

Arthur era el podólogo del hospital, recordó Angela.

–Lo ves, si fuera una chica seria lo entendería, te apoyaría. Y el matrimonio es algo más que una comida casera y recoger la ropa de la tintorería, Luc. Señor, consumes mujeres como refrescos. Es asqueroso.

A él le dolió aquel comentario.

–Mira quien habla. ¿Qué pasa con Andrew?

–De eso hace dos meses –replicó con cara de decir «eso no tiene nada que ver»–. Además, él se pensaba que como yo soy la voz de la medianoche y me dedico a darles consejos a los corazones rotos, sé todo lo que hay que saber sobre el sexo.

–¿Intentó hacerte algo? –dijo Lucas, amenazador.

–Ya lo creo. Pero le di su merecido.

Él sonrió.

–Apuesto a que sí.

Se oyó el ruido de un motor aproximándose a la casa. Angela se levantó y se puso el chal sobre los hombros. Lucas estuvo a punto de atragantarse.

–¿Qué pasa? ¿Es demasiado corto? No se me verán las ligas, ¿verdad?

Angela se dirigió al espejo de la entrada y trató de verse el extremo del vestido. Lucas se acercó por detrás. Cuando ella levantó la vista, vio que la observaba. El corazón le dio un vuelco. No la había mirado así desde el instituto.

–Lucas… me estás mirando como si quisieras quitarme las bragas.

Lucas clavó inmediatamente la mirada en ella, y durante un momento permanecieron así, hasta que él se acercó aún más, sonriendo seductoramente.

–Siempre he querido hacerlo, cariño, pero eres demasiado buena para un tío como yo.

–Un pediatra, solvente, de buen ver… Sí, claro, eres todo un perdedor.

–Eso dices ahora, pero me gustan las ancas de rana y sé lo que opinas al respecto.

–Tienes razón –dijo ella con repulsión–. Tendría que echarte a patadas en cuanto trajeras esa bazofia a una distancia suficiente como para que yo la oliera. Seamos amigos, ¿vale? –dijo, agarrando el bolso.

Amigos. Se preguntó por qué no le satisfaría eso como siempre lo había hecho. Cuando ella le dio un beso rápido en la mejilla, sintió el impulso de atraerla hacia él. Rápidamente lo reprimió, extrañado de que estuviera perdiendo el sentido común.