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Juan Carlos Martín Yuste

 

 

ESTADO UNIVERSAL

 

 

© Juan Carlos Martín Yuste

© ESTADO UNIVERSAL

 

ISBN epub: 978-84-685-2426-9

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

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Presentación

 

 

 

Este documento surge de la creación de una mente concreta: la de una persona que vive y se ha criado en la Europa de los siglos XX y XXI, en un Estado de derecho, democrático, social y abierto al mundo, con una influencia cristiana, una educación y una formación excelentes, en el seno de una familia humilde y trabajadora. El hijo de un padre noble, prudente, justo y honesto y de una madre valiente, carismática, compasiva y bondadosa. Una mente inquieta, con ansias de conocimiento y libertad; educada para la ingeniería, para enfocar su energía mental hacia la creación de sueños, para la consecución de objetivos a partir de unas especificaciones definidas aplicando todos los recursos a su alcance.

La persona que escribe no tiene ninguna importancia o, mejor dicho, tiene tanta como cualquier otra, es decir, la suficiente como para reclamar el derecho a disfrutar de su propia existencia y al desarrollo de su personalidad.

Esa persona escucha su interior, que le pide proponer a la humanidad una forma política que nos permita coexistir en paz y armonía, y que bajo unas especificaciones bien sencillas pretende definir un sistema que logre que todos los habitantes del mundo, sin excepción, puedan disfrutar de su experiencia vital. Común es, sin embargo, la idea tradicional de que la paz será posible cuando hayamos acabado con aquellos que nos molesten o nos resulten hostiles.

Lo consiga este proyecto o no, al menos el reto a la humanidad está planteado. ¿Eres capaz, humanidad, de empezar a existir como organización política? ¿Eres capaz, humanidad, de utilizar el potencial racional que la naturaleza te ha dado con fines políticos universales para el establecimiento de la paz perpetua? ¿Qué te lo impide ahora que la tecnología te permite comunicarte de forma tan eficaz y rápida?

Esta mente parte de la unión de una serie de ideas y conceptos previos y de la combinación lógica de los mismos. El primero de ellos es el reconocimiento de la existencia de los derechos humanos. El segundo, la necesidad de un gobierno que los defina, regule, promueva, dote, proteja y garantice. El tercero surge de la naturaleza universal del primero, que implica necesariamente la del gobierno. Por último, se necesita una asamblea, que designará el modo y miembros del gobierno, que será justa, equitativa, representativa, sencilla de constituir y difícil de degenerar de toda la humanidad, con el objetivo primordial del establecimiento de la paz universal, la libertad, la igualdad y el respeto al medioambiente, en representación también de la vida en general.

Por otro lado, esta persona pide disculpas de antemano a todo aquel que pueda sentirse ofendido por algunas de las conclusiones a las que le lleven los razonamientos de su mente en el propósito, a veces crudo y duro, de tratar de despertar la conciencia sobre nuestros propios vicios y defectos que dificultan el progreso de la humanidad. Partimos de la base de que si el individuo puede mejorar como ser humano, y un servidor confía en que sí, podemos cambiar el mundo porque, de lo contrario, no hay esperanza, y entonces estaremos condenados a desaparecer y la historia no existirá como tal, dado que no habrá continuidad y, sin ella, no hay nada que decir.

Al ser nuestros propios pensamientos y emociones creaciones involuntarias del ser, nos identificamos con ellos o no una vez que pasan por el juicio de la conciencia. Por tanto, es también mi voluntad como escritor manifestar mi absoluta lealtad y responsabilidad con el objeto de este escrito, porque mi corazón y mi alma así me lo dictan, en el deseo de aportar esperanza y futuro al mundo, convencido de que, en gran medida, el fin último de nuestro egoísmo radica en la garantía del bienestar de nuestros hijos. Hagamos entonces que la paternidad sea fusionada por el futuro de todos ellos.

 

 

 

Introducción

 

 

 

El individuo, ese ser indiscutiblemente indivisible e identificable, mínimo elemento constituyente de la sociedad, tiene una aspiración inequívoca: disfrutar de la experiencia vital en la medida que él mismo decida ser quien es, o quien desee ser, relacionarse y desarrollar su personalidad.

No son pocos los peligros que se cruzan en su camino desde el mismo momento de su nacimiento, interponiéndose entre sus necesidades, objetivos y aspiraciones. Hasta en el hogar, su propia familia supone, en muchos casos, el primero de sus retos. Así, la insoportable necesidad de algunos padres de sentirse orgullosos de sus hijos limita y puede llegar a frenar el desarrollo de la personalidad de estos, que se enfrentan a sus progenitores, incluso de una manera agresiva y violenta, por el derecho a ser quienes son. De la misma manera, el ser humano adulto, como partícipe e integrante de una sociedad, y una nación, a menudo lucha por el mismo propósito que en su entorno familiar.

Desde el momento del nacimiento, las circunstancias familiares, económicas, sociales, culturales, políticas y religiosas, así como los mitos, costumbres y creencias, determinan el escenario en el que se desarrollará la vida de la persona, que reprimirá, en muchos casos, la evolución de la personalidad en beneficio de una identidad colectiva.

Podría decirse y, en efecto, así puede comprobarse, que la nación es, en gran medida, una extensión de la familia, pues actúa del mismo modo que muchos progenitores que piensan que sus hijos son una prolongación o continuidad de sí mismos, y temen sentirse avergonzados por sus actos como si fueran propios. ¿Dónde quedan entonces el individuo y sus sueños?

La humanidad y el individuo tienen la capacidad de evolucionar en múltiples aspectos. Actualmente, aún, las posibilidades de evolución de ambos dependen, irremediablemente y en primer lugar, de las coordenadas espaciotemporales y la evolución solo puede empezar en el momento de su existencia. La humanidad apareció hace millones de años y las sociedades que la integran no son uniformes en el progreso político ni cultural. Sin embargo, cada ser humano viene a la vida en un momento determinado, la especie existía mucho antes que él y gran parte de sus contemporáneos ya estaban hacía tiempo a su llegada… Por otro lado, presenta la singularidad de poder adelantar el desarrollo colectivo de su entorno. ¿Qué ocurre entonces en este caso?

El individuo, consciente de la existencia de la sociedad, desearía un Estado con la capacidad de defender la libertad como garantía de la expresión de su personalidad; un Estado que permitiera la convergencia y el respeto de las singularidades de cada uno de los individuos que lo integran.

Resulta difícil vislumbrar si existe una tendencia histórica, en el sentido social y político, que pueda determinar un desarrollo sincronizado, coherente y convergente de ambos entes, la persona y el Estado. Los dos parecen depender del progreso de la naturaleza racional humana que, por ende, es la que determina realmente la existencia de la historia de la humanidad.

La oposición a uno y otro se identifica por otros aspectos de la naturaleza humana: la ignorancia, la intolerancia, el egoísmo, la envidia, la codicia, la prepotencia, la inconsciencia, la brutalidad, el salvajismo y la crueldad.

Hoy, este Estado no existe como tal, pero puede crearse y, siendo esencialmente bueno, debe convertirse en realidad.

 

 

 

Definición

 

 

 

El Estado universal es una organización política común a los seres humanos, una realidad necesariamente superior, tanto cuantitativa como cualitativamente, a cualquier agrupación parcial de los mismos, cuyos límites son invariables con el tiempo.

Es la única organización que puede garantizar la igualdad, la libertad y la paz en el mundo, los derechos y libertades fundamentales de todos sus integrantes, así como alinear el progreso individual y colectivo.

Posee una Asamblea que representa a la humanidad y al medioambiente y que constituye los poderes ejecutivos y legislativos. Sus miembros son elegidos aleatoriamente entre un censo formado por todos aquellos ciudadanos, mayores de edad, que deseen participar en la vida política y que son posteriormente educados para esta actividad, no siendo necesarias ni campañas electorales ni partidos políticos.

 

 

 

Justificación

 

 

 

El ser humano tiene necesidades y legítimas aspiraciones materiales, profesionales, sociales, artísticas y espirituales; también aspira al perfeccionamiento de las virtudes, al desarrollo de la personalidad y al disfrute de la experiencia vital que, en general, se resume a la búsqueda de la felicidad. Además de cada persona de manera individual, la humanidad dispone de la capacidad de progresar, cimentando sus expectativas sobre los logros de las generaciones precedentes.

Los derechos humanos, inspirados por la propia naturaleza racional, son el medio y la justificación de tales necesidades y aspiraciones. Estos, por su propia esencia, son de carácter universal.

El ser humano necesita de la comunidad para la colaboración mutua, el progreso propio y ajeno de las obligaciones y anhelos humanos, y la creación de un gobierno e instituciones públicas que regulen y garanticen el disfrute común de estos derechos y los representen. Dado el carácter universal de estos, dicha comunidad incluye a la totalidad de la especie humana, en la que todos sus integrantes adquieren el rango de ciudadanos del mundo.

Los derechos humanos son la proclamación de la ley natural en lo concerniente a las propiedades que definen al ser humano y las relaciones con su entorno, dado que su obstaculización o negación limitan su progreso. La ley natural también dispone derechos para los seres vivos en general, especialmente a la vida y a la libertad, ya que sin ellos ninguna criatura puede cumplir con el hecho fundamental de ser quien es conforme a su naturaleza. La humanidad, a causa su creciente impacto sobre la vida, tiene el deber y la responsabilidad de cuidarla en cualquiera de sus formas y de representarla en toda la extensión de su influencia.

Por otra parte, el Estado universal representa la evolución lógica de la humanidad y el camino para alcanzar la paz perpetua y superar las fronteras, es sinónimo de justicia, permite encarar los desafíos globales, la gestión de los recursos, de los avances científicos y tecnológicos y el establecimiento de unas condiciones laborales justas y equitativas. También da esperanza, facilita el pleno desarrollo de las nuevas generaciones y, además, es viable.

 

 

Evolución lógica

Desde sus comienzos, el ser humano ha formado parte de una comunidad. Las comunidades representan la necesidad de conseguir objetivos colectivos ligados a su propia naturaleza, en especial y primer lugar, su supervivencia. Este objetivo está ligado a los recursos naturales, el agua y el alimento, por lo que la defensa y apropiación de un territorio común ha sido indispensable.

La necesidad de colaboración en estos y otros aspectos ha hecho necesaria la organización política de las comunidades, la existencia de un gobierno y la creación de una serie de instituciones comunes. Este es el origen del Estado.

Los Estados han defendido su territorio o luchado por ampliarlo a costa de sus vecinos. El gobierno se ha establecido desde el inicio a través de diversas formas, que han ido cambiando en cada periodo y región y alternan también entre ciclos de prosperidad y decadencia en cualquiera de sus manifestaciones.

La historia de la humanidad tiene sentido en la propia naturaleza racional del ser humano. De no ser así, cualquier evolución sería ajena a su voluntad. La historia se corresponde con el desarrollo político, cultural y económico; por otra parte, el avance de la ciencia y el desarrollo de la técnica y la tecnología ha sido constante, aunque la velocidad ha sido variable a lo largo del tiempo, porque, al mismo tiempo que ha desarrollado sus virtudes, con sus positivas consecuencias, el ser humano no ha dejado atrás sus defectos, al contrario, en muchos casos, también los ha refinado, lo que ha provocado la paralización de logros conseguidos. Esta característica se denomina factor humano.

La generalización del progreso se ha debido al aumento de la interacción entre las personas. Las posibilidades de contacto y comunicación entre las diferentes comunidades han estado determinadas por el avance de la tecnología del transporte de la información, de las personas y por el idioma.

A esto se une el talante y la voluntad de los gobernantes, asunto concluyente en el progreso, las esperanzas y el estilo de vida de los miembros de la comunidad. Por extensión, se puede considerar que ha existido una clase gobernante que incluye a todos los miembros de la comunidad influyentes en la vida política y social.

En un Estado ideal, dotado de gobernantes virtuosos, se entiende la ordenación de las personas como una mejora encaminada a la coordinación de los aspectos y facultades humanos para asegurar las necesidades colectivas y progresar. Sin embargo, como se ha comentado anteriormente acerca de la dualidad del ser humano, capaz del cultivo de la virtud y de los defectos por igual, este ha sido, susceptible a la degeneración de su propia existencia, entendiendo como tal la capacidad de dejarse arrastrar por sus defectos. Las consecuencias para la sociedad de las acciones de las personas degeneradas son proporcionales a su estatus social.

Así, los gobernantes presos de sus vicios, pero conscientes de su propio poder y de la capacidad que les confiere el mismo, han dispuesto del orden para mantener una posición de privilegio a toda costa, concibiendo a los miembros de la comunidad como herramientas útiles para defender o ampliar sus intereses materiales. En suma, la capacidad de corrupción no es una característica única del individuo, sino extensible a cualquier institución humana por efecto de uno o más miembros.

El fomento del miedo al otro por parte de la clase gobernante, del miedo al extranjero, ha sido una manifestación real del riesgo de ser atacados por parte de comunidades vecinas, o la excusa perfecta para la implantación de un orden profundamente jerarquizado y estratificado tendente a mantenerse indefinidamente. Por supuesto, esto último, no se ha logrado sin la aquiescencia, en muchos casos, de otros miembros de la comunidad, dado que cada uno, desde su posición, ha tenido su propia necesidad de mantenerse o ascender y, por ende, someter a aquellos que tiene por debajo.

Las comunidades, en cualquier caso, han incrementado de manera progresiva el contacto entre ellas gracias, fundamentalmente, al comercio. Esta interacción se ha intensificado con los avances en la tecnología de los transportes y de las comunicaciones. El comercio ha permitido establecer —por su propio interés— la necesidad de un idioma común. La escritura y, posteriormente el papel, han permitido la comunicación eficaz y la trasmisión de ideas y conocimientos.

Al mismo tiempo, el pensamiento ha evolucionado en la conciencia del derecho, la ley y la justicia, con especial importancia del derecho natural. El derecho natural se ha ocupado de lo relativo a la identidad, destino y expectativas del género humano. Este ha sentado sus bases sobre la percepción de un orden que emana de la naturaleza, conducente al desarrollo de sus facultades a través de la garantía de ciertos aspectos establecidos por el derecho. Por fuerza, el derecho natural ha resultado, en esencia, justo y universal, puesto que es común a los seres humanos. Los derechos a la vida, a la libertad y a la igualdad respecto a la sociedad y el Estado se han configurado poco a poco como aspiraciones esenciales de todos. Y no solo en el ámbito de la razón, también en el de la religión se han producido idénticas conclusiones.

Con todo esto, la consecuencia ha sido al surgimiento del concepto de ciudadanía universal, no solo como un sentimiento y un pensamiento lógico derivado del incremento de la conciencia humana, sino como una necesidad para la consecución de las aspiraciones y derechos de las personas. Además, el ser humano tiene la capacidad de impactar en su entorno, y el efecto que causa en él implica la conciencia de que el derecho natural se extiende a todos los seres vivos, por lo que tiene en representación de estos, dado que ellos no pueden manifestarse, la responsabilidad de administrar y minimizar los daños y perjuicios sobre la vida y la libertad que les causa.

Por lo tanto, el Estado universal surge de la urgencia de establecer un gobierno que represente a la comunidad humana al completo y a la vida en general, que defienda sus derechos, administre los recursos, garantice la paz, el progreso y limite los efectos adversos del factor humano introduciendo mecanismos automáticos de regeneración continua.

 

 

Paz perpetua

Ya en la antigüedad existieron comunidades que extendieron su influencia a distancias que superaban con mucho el radio de acción que la tecnología del transporte y las comunicaciones de su tiempo les permitían, por tanto, la tendencia al establecimiento de un orden que administre grandes territorios siempre existió. La mayor o menor tolerancia sobre las libertades de los individuos, costumbres, ritos y creencias tras la conquista propiciaba tiempos de paz y florecimiento.

Pero, desde luego, el gobierno de comunidades mayores ha implicado necesariamente la extinción, reducción o fusión de las clases gobernantes de las sociedades originales. Es decir, esta posibilidad, a pesar de ser la puerta del establecimiento de la paz universal, choca contra el interés de las clases gobernantes de mantenerse y perpetuarse mediante métodos directos, crueles y represivos en muchos casos, o bien por otros más sutiles, pero igualmente conservadores.

Los gobernantes de las naciones necesitan, además, de un ejército para defenderse o expandirse, de tal forma que, como decía Kant en su obra de 1795 Sobre la paz perpetua:

 

Los ejércitos permanentes son una incesante amenaza de guerra para los demás Estados, puesto que están siempre dispuestos y preparados para combatir. Los diferentes Estados se empeñan en superarse unos a otros en armamentos, que aumentan sin cesar. Y como, finalmente, los gastos ocasionados por el ejército permanente llegan a hacer la paz aún más intolerable que una guerra corta, acaban por ser ellos mismos la causa de agresiones, cuyo fin no es otro que librar al país de la pesadumbre de los gastos militares. Añádase a esto que tener gentes a sueldo para que mueran o maten parece que implica un uso del hombre como mera máquina en manos de otro —el Estado—; lo cual no se compadece bien con los derechos de la humanidad en nuestra propia persona.

 

Por tanto, el mayor riesgo de guerra lo ha representado la propia existencia de las naciones, y habría desaparecido en caso de que se hubieran disuelto o sido sustituidas por un Estado universal, que aliviaría a la humanidad de una pesada carga, en favor de la resolución de los desafíos de desarrollo global a los que se ha enfrentado.

Además, hay que tener en cuenta que, desde el punto de vista de la degeneración de los humanos, la guerra puede ser tan solo un medio, incluso un pretexto, para obtener un beneficio material, que redunda, nuevamente, en la conservación de la clase gobernante. Es decir, un vil y cruel negocio.

En el siglo pasado, con unas condiciones tecnológicas muy favorables en cuanto al transporte y a las comunicaciones y con el pleno conocimiento de los límites, de la magnitud del planeta y de la semejanza del ser humano a pesar de su condición, se vivieron dos guerras, calificadas como mundiales, de consecuencias devastadoras; la segunda de ellas tuvo lugar a pesar de ser posterior a la creación de la Sociedad de las Naciones, organización internacional cuyo objetivo era preservar la paz. A esta le sucedió la Organización de las Naciones Unidas, creada después de la Segunda Guerra Mundial y aún vigente.

En cualquier caso, estas organizaciones no se ocupan realmente de los habitantes de las naciones, por mucho que incluyan esta palabra en su denominación. Podría decirse que lo que verdaderamente representan, como mucho, es la unidad de las clases gobernantes del mundo en el objetivo de preservar su legitimidad y existencia, es decir, sus intereses frente a los de los demás, cualquiera que sea su forma y situación. Además, ni son todas las que están, ni están todas las que son, porque algunos Estados contienen diversas naciones y algunas naciones están dispersas entre varios Estados.

Los Estados, en su forma actual, se han convertido en alojamientos involuntarios para personas, a las que ofrecen algunos servicios a cambio de su esfuerzo e, incluso, de su vida. En muchos casos, ni siquiera estas tienen el rango de ciudadanos, porque no tienen la opción de participar en la vida política o, aunque la tengan, no están en igualdad de condiciones.

Las naciones no son sujetos, a pesar de que los gobiernos se hayan apropiado de ellas y hablen en nombre de sus habitantes cuando ni siquiera cuentan con su consentimiento. No se puede hablar de gobiernos legítimos si no emanan de la ciudadanía y esta se extiende al total de la población. En el mejor de los casos, la representación de los ciudadanos se realiza a través de partidos políticos.

Pero los partidos políticos, en el gobierno o en la oposición y como parte de la clase gobernante, hacen de la necesidad de perpetuarse su principal objetivo, por lo tanto, la política degenera hacia aquello que favorece a su interés en particular. Si algo en su actuación beneficia al ciudadano es un mero efecto colateral de su principal interés. Eso suponiendo que alguna vez surgieran con alguno que no fuera el propio.