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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Meredith Webber

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor indeciso, n.º 1689 - diciembre 2019

Título original: A Very Precious Gift

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-652-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SE ACABÓ. No quiero saber nada más de él. ¿Cree que soy idiota? ¡La primera vez que tenemos lo que podría llamarse una cita de verdad y la cancela!

Phoebe salió de la consulta de Charles Marlowe sin mirar y se chocó con su colega.

Nick David tuvo que sonreír al ver la expresión furiosa de la joven.

–Ah, por fin. Estaba deseando que te mostraras como eres en realidad.

Phoebe apretó los puños, como haciendo un esfuerzo para no darle una bofetada.

–¿Qué quieres decir con eso?

Nick soltó una risita.

–Tanto «claro que sí, Charles», como «por supuesto, Charles». Conmigo nunca has sido tan amable. Todo lo contrario, me dices cosas horribles. Aunque, en realidad, tu jefe soy yo, no Charles.

–Yo no te digo cosas… –empezó a decir Phoebe, pero no terminó la frase–. Solo cuando esa pobre secretaria temporal que estaba loca por ti sufrió un desmayo a causa de tus ladridos.

Después de soltarlo, se dirigió a la pequeña habitación en la que estaba la cafetera. Nick la siguió dispuesto a discutir, pero cuando ella le ofreció una taza, decidió llevar el asunto en otra dirección.

–Si tanto éxito tengo con las mujeres, ¿cómo es que estás loca por Charles y no por mí?

Phoebe siguió preparando el café, sin mirarlo.

–Me inmunicé contra los hombres como tú hace mucho tiempo. Y no estoy loca por Charles. Cuando llegué al hospital, el pobre estaba pasando un mal momento y me dio pena. Después, me atrajeron sus buenas cualidades.

La risotada incrédula de Nick hizo que ella se diera la vuelta, indignada.

–Perdona, no quería reírme.

–Además, ya da igual –dijo Phoebe entonces, moviendo la cucharilla como si fuera un arma–. Se acabó, ya no hay nada que hacer. Le he dicho que pienso salir con el primer hombre que me lo pida.

–Ese sí que es un reto, doctora Moreton –sonrió Nick, pensando que quizá debería enfurecerse más a menudo. Furiosa estaba mucho más guapa.

–¿Qué quieres decir?

–Que yo soy un hombre ¿Quieres salir conmigo?

Un temblor, que podría haber sido un presentimiento, recorrió el cuerpo de Phoebe.

O quizá había pillado la gripe.

–No seas bobo. No lo he dicho literalmente. Hasta ahora no he querido salir con nadie más porque pensé que había algo entre Charles y yo.

De repente, se sintió triste. Estaba segura de que había algo entre ellos. O que lo habría habido algún día.

Sabía que él era un hombre dedicado por completo a su trabajo, lo cual no le dejaba mucho tiempo para hacer vida social, pero Charles era exactamente el tipo de hombre con el que siempre había soñado casarse.

Serio, profesional, nada autoritario…

¿Todo lo que no era su padre?

No quería contestarse a esa pregunta, pero no hacía falta ser psicólogo para saber por qué se sentía atraída por un hombre como Charles Marlowe.

–Oye, que no pasa nada –dijo Nick entonces, levantando su barbilla con un dedo.

Phoebe miró sus ojos; azules, pero no azul cielo como los de Charles, sino de un azul zafiro con puntitos verdes. Ojos impenetrables.

Especialmente en aquel momento.

«Eres inmune a hombres como Nick», se recordó ella. Y entonces se dio cuenta de que no lo estaba escuchando.

–¿Qué has dicho?

–He dicho que quizá no es mala idea. Quizá lo que necesita es verte con otro hombre. No se da cuenta de que está siendo injusto contigo, pero si ve que lo pasas bien con otro, despertará de una vez.

–¿Darle celos? –murmuró Phoebe, arrugando el ceño–. Pero Charles no es un hombre celoso, todo lo contrario. Uno de los problemas de nuestra relación… si esto puede llamarse relación, es que él siempre está preocupado por lo que hace su ex mujer.

Nick miró al techo, incrédulo. ¿De verdad se creía esa mentira? Pero no quería ser él quien la desilusionara. Si de verdad estaba enamorada de Charles, señalar sus defectos sería contraproducente.

–Podrías intentarlo. Es mejor que quedarse llorando en casa.

–Tienes razón –sonrió Phoebe. Por un momento parecía casi contenta, pero después dejó escapar un suspiro–. No funcionará. Charles está siempre trabajando o en casa escribiendo artículos… o ayudando a Anne con sus problemas. Nuestra vida social ha consistido en un par de comidas, alguna salida al cine y alguna tarde en el laboratorio. No se daría ni cuenta de que estoy saliendo con otros hombres a menos que vinieran a buscarme a la puerta del hospital cargados con ramos de flores.

–Yo no creo que esa sea buena idea –sonrió Nick.

Pero era una sonrisa falsa. No le hacía gracia ver cómo la trataba Charles, pero tampoco quería verla con un montón de desconocidos. Aunque no era nada personal, por supuesto. Phoebe estaba haciendo su residencia en la unidad que él dirigía y se sentía en cierto modo responsable por ella.

–Además, yo creo que la respuesta la tienes aquí mismo. Has dicho que saldrías con el primer hombre que te lo pidiera y yo te lo he pedido.

–¿Contigo?

–Soy un hombre, ¿no? –sonrió él, divertido e irritado a la vez.

–Pero tú solo sales con rubias. Charles sabría enseguida que es una treta.

El comentario lo indignó. Durante los últimos meses, alguna vez había estado a punto de decirle la verdad sobre Charles: que era un hombre incapaz de cortar los lazos con su ex esposa, por muy guapas e inteligentes que fueran otras mujeres interesadas por él.

Jessica, por ejemplo.

Pero no era el momento de decírselo. Ni de mencionar a Jess.

–De vez en cuando salgo con una pelirroja. Y también he salido con alguna morena.

Phoebe hizo un gesto de incredulidad.

–¿Y qué pasa con Olivia… digo Ophelia? ¿No era tu chica del mes? ¿Qué piensas decirle?

–Juliet –la corrigió Nick–. Por lo visto, le gustan más los abogados que los médicos. Está saliendo con otro.

–¿Te ha dejado ella o la has dejado tú?

–No me acuerdo –contestó él, mirando el reloj–. Por cierto, Charles está a punto de salir de su consulta. ¿No deberíamos hacer algo en lugar de discutir?

Después de decirlo, la tomó del brazo para sacarla al pasillo.

Phoebe estaba acostumbrada a tomarle el pelo con lo de sus novias, pero usar a Nick para darle celos a Charles… Quizá estaba metiéndose en terreno peligroso.

–¿Qué vamos a hacer? –preguntó, sorprendida, cuando Nick la colocó contra la pared.

–Has dicho que saldrías con el primer hombre que te lo pidiera –murmuró él, con un brillo burlón en los ojos–. Y en cuanto Charles aparezca en el pasillo…

Phoebe apenas había asimilado esa información cuando la puerta de la consulta empezó a abrirse.

Y antes de que pudiera protestar, Nick inclinó la cabeza y los labios con los que había soñado tantas veces… porque eran unos labios perfectos, no porque los hubiera deseado, aplastaron los suyos.

«Aplastaron» literalmente. No había nada suave en aquel beso. Nick la obligó a abrir la boca y buscó su lengua con una pasión que casi la hizo olvidar por qué estaban haciendo lo que estaban haciendo.

Un escalofrío la recorrió entera, instalándose entre sus piernas. Los músculos de sus zonas más secretas se contrajeron y eso hizo sonar una campanita de alarma.

Seguramente los besos de Nick eran adictivos. Phoebe quería parar para analizar aquel fenómeno, pero a la vez no quería parar porque le gustaba demasiado.

Era una sensación completamente nueva para ella.

Pero la voz de Charles la sacó de aquel estado semiletárgico:

–¡Phoebe!

–Recuerda que es por una buena causa –dijo Nick en voz baja, su aliento haciéndola sentir de nuevo un escalofrío.

«Una buena causa», se repitió a sí misma. Y entonces siguió besándolo, con la devoción de un explorador dispuesto a descubrir un continente nuevo.

Escuchó pasos en el corredor, alguna puerta que se cerraba… pero todos eran sonidos periféricos que no significaban nada. Y sintió una excitación que nunca había sentido. Que ni siquiera sabía que pudiera sentir.

De repente, el beso terminó y Nick se pasó una mano por la frente, como si acabara de subir cinco pisos cargado con un sofá.

–¡Puf! Fíate de las aguas mansas. Si has besado a Charles de esa forma, no me extraña que el pobre esté hecho un lío.

Phoebe hubiera querido decir algo, pero estaba sin aliento.

Y antes de que pudiera decirle que nunca había besado a Charles ni a nadie con el abandono con que lo había besado a él, Nick se alejó hacia su consulta, pero antes de entrar se detuvo en la puerta.

–Muy bien –dijo, aparentemente tranquilo–. ¿Qué hacemos ahora?

Debería haberle dicho que no iban a hacer nada, que eso era todo. La idea de que Charles se pusiera celoso era simplemente ridícula. Pero no le salieron las palabras. Era como si el beso hubiera provocado un cortocircuito en su cerebro.

–No sé.

–Evidentemente, besarse en el pasillo tiene sus límites –dijo Nick entonces, como si estuvieran discutiendo un tratamiento–. ¿Qué tal el baile del hospital? Charles irá seguro porque él nunca se pierde esas cosas. ¿Quedamos para ir juntos?

Phoebe sabía que debía reaccionar. Había quedado con Charles para ir al baile. ¿O no? Entonces sacudió la cabeza… sí, había quedado con él.

–Estupendo –dijo Nick, antes de entrar en su consulta.

Inmediatamente, ella se dio cuenta del error. No había querido decir que sí.

Aunque Charles iría al baile, con o sin acompañante…

Nerviosa, se apartó de la pared para ir a la taquilla.

En casa recuperaría la tranquilidad, pensó. Aunque temía que solo un trasplante de cerebro consiguiera borrar el recuerdo de aquel beso.