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Jordi Manzanares








¿MÁSCARA?







1ª edición en formato electrónico: abril 2020



© Jordi Manzanares

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones




Diseño de la cubierta: ImatChus



Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 - Barcelona

931.73.22.29 - 638.07.85.00

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ISBN: 978-84-121812-3-4

IBIC: FF 2ADS





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Jordi Manzanares








¿MÁSCARA?

ÍNDICE







VIOLENCIA

MUERTE

AVENTURA

MISTERIO

SEXO

AMOR

MENTIRA

NOSTALGIA

CALOR

SON ELEMENTOS

INDISPENSABLES






Quiero dar mi agradecimiento más cálido a José Luís Honrado,

Adrià Targa y Jordi Vinyals.



VIOLENCIA







Se agota el invierno en la ciudad de Barcelona. Las vías principales de esta urbe están llenas de gente. El paseo de Gracia se muestra esplendoroso. Arteria vital de la Ciudad Condal. El atardecer ya tiene un tono gris oscuro. Hay humedad pero no hace demasiado frío. Es ese frescor que hace que no sobren las chaquetas. La ciudad palpita. Procesión de coches. Luces eléctricas visten los escaparates de las tiendas. Son locales bien decorados con cebos para los opulentos bolsillos. Grupos de turistas fotografían las fachadas de los edificios modernistas. Admirando a Gaudí, arquitecto de la genialidad. Tocando la acera hay un gran portal. Allí un mozalbete de piel negra extiende una sábana blanca. Encima, mostrará zapatos bonitos pero ya marcados y de marcas piratas. Buscando una mejor vida. Hacia arriba y hacia abajo anónimas almas disfrazadas con las mejores telas. Otras lucen sencillez. ¿Qué secretos esconde la vida de aquella persona que ahora pasa? ¿Cómo debe ser su rutina diaria? ¿No te lo has preguntado nunca?

Son vidas cotidianas. Pero un día cualquiera ellas o nosotros podemos vernos involucrados en un gran problema.

Todo allí es gentío. Paralela a aquella pasarela existe una travesía no tan transitada. Solamente se ve ambiente en la entrada de un palacete señorial. Un antiguo y gran edificio. Es de estilo neoclásico con una torre acabada en punta que sobresale en un lado de la terraza superior. El edificio es ancho pero de tan solo cinco pisos de altura. En cada uno hay fila de ventanales. Solo se ve luz en los de la planta baja. La puerta principal es grande con una arcada. Van entrando personas poco a poco. Un gran cartel anuncia la inauguración de un museo de arte moderno. Reza así:


HOY VIERNES A LAS 21 HORAS

GRAN INAUGURACIÓN: MUSEO DE ARTE MODERNO

FUNDACIÓN JOANA ANGLESOLA


“LA OBRA SE COMPLETA CUANDO LA ADMIRAN”


Es un cartel muy visible, antes de entrar, en el lado derecho. Derecho, pero al lado izquierdo de la puerta, un guarda de seguridad con buena planta. Él va saludando a los invitados de uno en uno. Dice asintiendo cada vez―: Hola, bienvenidos.

Si hay mucha afluencia, al final de la noche puede acabar afónico. En el interior, solo pasar la gran puerta de cristal, hay otro guarda de seguridad. Este último, casi anciano, no dice nada. Hace pose de aburrimiento. Fuera hay uno con buena planta y dentro uno plantado como un palo. Las puertas son de vidrio doble y están abiertas de par en par. Desde fuera ya se ve gente celebrando este acontecimiento. Una grandísima recepción es la entrada de este nuevo templo de la cultura. Una gran lámpara de araña cuelga desde arriba. Dos grandes columnas decimonónicas soportan el techo. Hay a un lado una preciosa escalera de caracol con barandilla de hierro forjado que lleva hasta las plantas superiores. Hay una gala en la gran sala. Una inauguración es una gran celebración. Están todos de pie alrededor de mesas redondas con un apetecible pica-pica. Se comía todo con los ojos. Hay tapas muy variadas. Están dispuestas en platos blancos rectangulares. Como ejemplo, trozos pequeños de anguila ahumada con queso cottage y confitura de higos salteados con huevos arenque. Hojaldre con foie y mermelada de tomate al caviar rojo. Alcachofa a la vainilla con muestra de angula. Esto es gula. Lo nunca visto. Cuesta más nombrarlo que comérselo. Hay también degustaciones de postres como gelatina de gin tonic. Para ayudar a bajar. Todo regado con agua natural, agua con gas de diferentes gustos o cava, según el deseo del consumidor. En medio de todas estas exquisiteces destaca una olla de caldo de pollo de toda la vida. Calentito. Plato diferente que resalta. Estaba dentro de una olla metálica como las de cocina. Este caldo es lo que tiene más éxito. A su lado un plato de triángulos de butifarra que brillan. Estarán pinceladas con alguna sustancia comestible. La gente lo prueba pero no encuentra gusto alguno. ¿Será aprovechado del escurrido del caldo?

Grandes cuadros de pintura animan las paredes. La fuerza de esas obras hacía días que llenaba el vacío de esas salas que esperaban este gran momento. Todas, obras muy modernas. Algunas abstractas y algunas figurativas. También nuevas tendencias. Pero esas personas no miraban las obras pictóricas, más bien hablaban entre ellas. Las inauguraciones parecen hechas para las relaciones sociales. Acostumbran a transitar en estos jolgorios coloquiales diferentes tipos de fauna urbana: jóvenes de vestimenta posmoderna, nuevas promesas transgresoras de sesenta años, jubiladas ávidas de distracción y decenas de mecenas. Todos estos grupos de personas tampoco atacaban con ansiedad la buena comilona. La miraban, marcaban distancias y después practicaban ataques a discreción con discreción. A pesar de que estaba todo buenísimo, no aparentaban tener mucho apetito. Ya se dice que mientras la mitad del planeta pasa hambre, la otra mitad pasa hambre por hacer régimen. Estamos en el régimen militar de las dietas.

En otros tiempos se aplicaba la teoría de que el número de personas congregadas a un acto de estas características, era directamente proporcional a la cantidad y calidad del alimento preparado.

Buena inauguración. Publicitada al detalle. Finalmente, se han llegado a reunir cerca de doscientas cincuenta personas. Con esto se consigue en el local un lleno total. Enloquecido por el noble arte de la charla está el primer director del museo. Él es Raül Espriu. Recientemente estrenado en el cargo. Un hombre de unos cuarenta y tantos años con cabello canoso. Muy arreglado. Llevaba gafas de pasta y muy caras. Vestía americana y pantalones del mismo tono gris. Llevaba este tipo chaqueta abierta para dejar ver una camisa de color rosa. Eso sí, sin corbata. Fue pintor, pero le pinta más un cargo. Genio con mal genio. Va saludando a derecha e izquierda mientras camina ajetreado entre el gentío. Su objetivo más inmediato era un micrófono instalado en el centro de la parte posterior. Este micrófono está encima de una tarima que preside la sala. El prohombre quiere recitar unas palabras de bienvenida para el sonriente público.

―Estoy muy agradecido por la numerosa asistencia que ha tenido este acto. Barcelona necesitaba otro lugar para poder admirar las obras de arte de las numerosas tendencias. También habrá mucho espacio para las obras de los nuevos creadores. El nuestro es un sueño que se inició con poco presupuesto y ahora ya tiene muchas y valiosas aportaciones. Esperamos que os guste esta colección de obras, espejo donde se ve la intensa producción cultural de la ciudad. Tenemos muchos proyectos. Se ampliará el espacio en las plantas superiores. Se celebrarán, también, actos culturales como conferencias próximamente. Gracias a todos por haber venido.

El director repitió estas frases en un inglés “macarrónico”, tal vez por si había algún periodista extranjero. Esto da un aire de internacionalidad a la ceremonia. Pero los representantes de los medios foráneos ya dominan la lengua vernácula y la lengua mesetaria. Tal vez habló en inglés para demostrar que sabe idiomas. Los visitantes congregados aplauden durante unos segundos. Al momento, continúan socializándose. En la gran cámara contigua se exponen esculturas de todo tipo. Un hombre de mediana edad y copa de agua con gas de menta en mano. Observa una de ellas. Va mudado. La obra representa un cuerpo de hombre con cabeza de asno. El hombre contempla embelesado y piensa: “Si el cuerpo de un hombre y toro era un minotauro, esto debe ser un minoasno”, continúa filosofando. “¿Cómo se puede mezclar el cuerpo humano con un asno? ¿Cómo se puede tratar así el mundo de los pobres animales?”.

El hombre no ha saboreado aún nada. Más vale comer poco y digerir bien.

Después de las estatuas había una última zona donde se podían admirar obras de arte de oro. Cada pieza está en una urna de cristal. Había tres filas con cinco urnas cada una. Las de las dos primeras rengleras contenían collares con diamantes incrustados. La última fila de urnas custodiaba tres brazaletes y dos parejas de pendientes modernos del preciado material.



La noche surge. Ahora no hay ni un alma en pena en esta calle. Los comercios se van a dormir. El ruido de cómo se baja la persiana de la última tienda abierta señala este particular toque de queda. Después se escucha un silencio sepulcral.

Por la acera se entrevén tres siluetas en la lejanía. A medida que se acercan se puede ver que se trata de tres individuos que visten totalmente de negro. Botas con talones y ropa ceñida de un material brillante parecido al cuero. Lucen como un mono ajustado. Encima de este, una gabardina también negra que llevaban sin cerrar. Las manos también cubiertas con guantes del mismo color. Resaltaban sobre esta vestimenta tan oscura sus monstruosas cabezas grandes de color blanco brillante. Se intuye una pequeña abertura por boca. Ínfima nariz. Ojos grandísimos, totalmente negros como escarabajos. Como si la pupila cubriera totalmente su horroroso espacio ocular. Los tres individuos están rapados como bolas de billar. Esto último les daba un toque extravagante, extraño, extraordinario. ¿Extraterrestre?

Con esta gabardina y lo que podría ser una careta muy bien hecha, parecían exhibicionistas. Pero no. No parecen humanos. ¿Serán diablos?

Caminan muy rápido. Ya retruenan los talones. Cuanto más se acercan más sobrecogedora es la escena. ¡Ahora se ve claro que son portadores de armas!

Esto último es lo único que les da un toque humano. Estas negras garras están sujetando pequeñas escopetas. Fusiles grises con mango amarillo. Se trata de un diseño nunca visto y lleno de modernidad. Se van acercando a la esquina contigua al museo. De repente, se detienen. Pasan unos segundos. Atraviesan la calle y se sitúan ya en la esquina de dicho edificio. Vuelven a detenerse unos instantes. Observan, desde relativamente lejos, el pórtico del museo. Ya hacía un buen rato que no entraba más gente. Más bien salían algunas personas. Han salido ocho personas necesitadas de nicotina. La famosa ley antitabaco provoca leyes a la intemperie. El vigilante guarda jurado que estaba en el interior del edificio también salió en este preciso instante. Se dirige a su, no tan maduro, compañero de trabajo que había estado todo el tiempo en el exterior. Comienza a hablarle. Pero el otro le responde nada más que asintiendo con la cabeza repetidamente. Había estado todo el rato saludando a los invitados, y más tarde atendiendo preguntas de los curiosos transeúntes y de una transexual perdida. Esta última era argentina, que hacía años que había venido a la ciudad buscando la plata y una nueva vida. Bien vestida y muy maquillada con larga cabellera negra recogida en una cola. Para el “segurata” ellas son siempre hombres con pechos y nunca mujeres con testículos. Pero, ahora, la transexual Mariana es y será lo que se siente realmente. Completamente.

Mientras tanto los tres misteriosos personajes, de indumentaria negra y monstruosa cabeza blanca, vigilaban escondidos. De repente y con paso decidido continúan por la calle de al lado. Quieren rodear el edificio. Conocen el terreno. Llegan a la parte posterior. Se dirigen directamente a una ventana de la planta baja. Uno de ellos sube a la ancha repisa de la ventana ayudado por uno de los otros dos. Queda sentado paralelo al vidrio. Comprueba que la ventana está cerrada. Comienza a romper el cristal con movimientos rápidos y con la culata de su arma. Sus siniestros compañeros miran en silencio. Los cristales caen en el interior de una habitación oscura. Detrás de estos y después de tan solo unos segundos, se lanza el intruso. Es ágil como una pluma. Se introduce en el edificio. Camina por encima de los cristales sin peligro, pero poco a poco. Las grandes botas lo hacen todo imperceptible. El siguiente paso es abrir la única puerta de la habitación. Sin luz, la poca cosa que se distingue es su horrible cabezota blanca rapada al cero. En silencio y a tientas, llega al pomo de la puerta de madera. Lo gira muy lentamente. Abre un poco la puerta. Observa el pequeño espacio de la abertura creada. Entra una línea de luz. En la habitación contigua hay una cocina de techo blanco y paredes de baldosas también blancas. Los muebles son de madera de color marrón fuerte. Cocina grande y moderna. Zona muy iluminada. En esta pequeña fábrica de delicias gastronómicas hay dos cocineros. Muy jóvenes. Llevan un sombrero y delantal profesional. Uno, con barba rubia y ojos azules, parecía alemán por sus facciones. El otro, con rostro muy moreno, casi negro, está cantando en lengua árabe. Un alemán y un magrebí trabajando, en este momento, en la elaboración de sushi japonés. Mientras el misterioso allanador observa la entrañable escena, los otros dos entran por la ventana abierta. Después del uno, el otro pasa y deja la repisa. Se acercan. Los tres preparan las armas. El primero abre la puerta con una patada. Entra el tridente del miedo de repente en la cocina apuntando a los dos aprendices de chef. La sorpresa y el susto son muy grandes. Los dos pobres trabajadores quedaron aterrados al ver a unos hombres vestidos de negro con grandes cabezas rapadas y blancas. Unos rostros repugnantes que no parecían reales. O a lo mejor sí lo eran.

Uno de los tres hombres armados, el que había entrado primero, se dirige a ellos apuntándolos con el fusil. Ordenó con tono muy firme―: ¡Silencio!

La voz sonaba distorsionada. Metálica. Como un robot. Continuó hablando―: No os mováis u os meteré un tiro aquí mismo.

Movió el fusil un poco arriba, un poco abajo como indicando “manos arriba y de cara a la pared”.

Parece un autómata muy grosero. Los dos sorprendidos alzan los brazos nerviosos y al momento se giran. Nada más ven las baldosas blancas de la pared. Se quedaron en blanco.

Pálido, ya era el rostro del germánico sin hermanos. Como hijo único, lo adoptaron y vivió en Múnich. Lo bautizaron como Gunter. Creció religiosamente. Actualmente, veintisiete años, en plan bohemio viajó por Europa del Sur.

Por su parte, el cocinero norteafricano llamado Mohamed Sraj, hacía pocos días que trabajaba en esa empresa de catering. Le había costado mucho encontrar este primer trabajo en la zona. No llegaba a los dieciséis años de edad legales para tener contrato. Cuando dentro de poco llegue, tampoco le harán compromiso escrito porque no tiene los papeles de residencia. Menor de Marruecos. A pesar de su corta edad sabe diversos idiomas, pues ha pasado por varios países. Políglota de la vida. Delante de la situación que está viviendo en este preciso instante se pregunta: “¿Es real lo que está pasando?”.

Pasan unos larguísimos segundos y, según como transcurrieran, podrían ser mortales. Esto es lo último que recordarán del día o de la vida. Recibieron un muy fuerte golpe en la testa, los dos a la vez. Para hacer esta rápida faena, los dos armados, que habían entrado últimos, emplearon la culata del fusil. Los dos cuerpos caen a plomo. Ahora, los tres cabezudos violentos atraviesan la larga cocina. Dejan atrás la gran mesa central con fogones y perolas encima. Saben perfectamente donde tienen que ir. Quieren llegar a otra puerta de madera. Está ajustada. Cuando están a punto de llegar a la puerta del otro lado, surge algo imprevisto. De repente, la puerta se abre. Lo hace muy lentamente. Ya está de par en par. Aparece otro chico muy joven. Va uniformado de camarero. Tiene el cabello castaño con la raya en medio. Muy delgado, escuálido. En una mano lleva una bandeja con copas vacías. En la otra mano todavía está aguantando la puerta de madera. Para abrir no hace falta más que empujar. El zagal al ver aquellos tres disfraces armados se asustó. Dejó caer la bandeja con la consecuente quebradiza de cristales. El joven camarero recula dos pasos. Los extraños bandidos avanzan apuntándolo. Se trataba de un pasillo no muy largo. Empapelado con un tono ocre y puntos negros, al final del cual había unas cortinas fucsia. El chico piensa que debe tratarse de una broma de mal gusto de sus compañeros cocineros. ¡De mal gusto y a deshora! Pero si era una careta, estaba demasiado bien hecha, ¿serán monstruos reales? Él lanza una pregunta al aire con voz casi para sus adentros―: Mohammed, ¿es una broma?

Uno de los tres hombres de negro avanzó más y entra en el corredor. La voz robotizada empieza a sonar―: ¡Manos arriba! ¡Ya!

El chico levanta las manos totalmente. Tiembla.

Espiritualmente, lejos de todo este suceso, continúan las tertulias de los invitados a la inauguración. Conversaciones que ya han acabado el tema de preguntar por la familia y los conocidos. Ahora se centran en el terreno de la política y el mundo cultural. En las mesas comienza a desaparecer la teca. Algunos asistentes comienzan a mirar las obras. Algunos pocos ya se ponen los abrigos para marcharse. Visita de médico. El flamante director, Raül Espriu, responde a las preguntas de una periodista de la radio al lado de una mesa. Siempre se ha de quedar bien con los mass media. La periodista es una mujer de mediana edad. Rosa Gilabert, rubia teñida. Exjoven pero exuberante. Maquillada. Maquiavélica. Es incipiente. A pesar de que la entrevista dura un rato, ella continúa preguntando. Lleva una pequeña grabadora que acerca a la boca de la persona que tiene tanda para hablar.

Rosa continúa la entrevista como buena profesional―: ¿Cómo han conseguido las obras de arte?

Raül contesta orgulloso y satisfecho a la vez―: Son todas aportaciones filantrópicas. No tenía ni idea de que conseguiríamos tantas. Estamos abiertos a nuevas donaciones.

Rosa sonriendo―: Son muy valiosas, ¿no?

Raül contesta rápido―: Sí, sobre todo las obras de pintura colgadas en esta sala principal. Como se puede ver hay algunos autores muy famosos. Por ejemplo: Tàpies, Chancho... También hay litografías de Salvador Dalí.

― ¿Cómo es que hay joyas artísticas de oro?

Raül Espriu se queda pensativo. No sabía qué decir. Finalmente contesta―: La orfebrería es un gran arte. Las que hay son piezas muy modernas.

Rosa continúa con la entrevista―: ¿Debe haber muchas medidas de seguridad?

―Sí, hemos puesto un buen sistema de alarma a base de rayos infrarrojos. Desde hace noches las probamos cuando el personal deja el recinto. Es casi imposible entrar a robar aquí.

La periodista apaga la grabadora. No quiere dar más la tabarra. Ella le agradece con una sonrisa y un “Muchas gracias por atenderme, señor director”.

Raül le regala una pequeña reverencia con la cabeza y le contesta―: Ha sido un placer, Rosa.

El director extiende la mano y le entrega una tarjeta. En este regalo de presentación se puede leer.


RAÜL ESPRIU I LÓPEZ

DIRECTOR DEL MUSEO DE ARTE MODERNO

FUNDACIÓN JOANA ANGLESOLA


Móvil 635 67 78 12

RaülEspriu@tamail.com


Las tarjetas hacía meses que él había encargado imprimirlas. Justo después de saber que sería él el contratado como director del museo que se tenía que inaugurar. La chica leyó la tarjeta y asintió con la cabeza, diciendo―: Está bien. Gracias.

La chica se coloca la cazadora de color azul eléctrico que tenía colgada en la silla. No tiene tiempo de admirar las obras. Raül Espriu pensó: “¿Será este el comienzo de una gran relación?”.

Rosa Gilabert abandona a todo gas el museo como la Cenicienta dejando la fiesta. Eso sí, no se deja ningún zapato. Coincide con la salida de varias personas. Estampida de última hora. Ahora, todavía ocupan la sala unas veinticinco personas.

Súbitamente entra en la sala el joven camarero con las manos en el aire. Sale de detrás de las cortinas entreabiertas que dan a ese pasadizo que va a la cocina. Las personas que están cerca de la escena se quedan mirando. Todo ese tiempo, el chico había estado saliendo y entrando de detrás de aquel cortinaje pero no con las manos en alto. Después de unos instantes aparece un intruso con vestimenta negra y cabeza blanca repugnante. Apuntaba al joven con el arma. La gente está lejos o de espalda y no se da cuenta de esta situación. Detrás de ellos salen sus dos cómplices. El último corre apartando a la gente. Su destino final es la puerta principal. Los asistentes se quedan atónitos. Más de uno piensa que todo aquello forma parte de una performance. Una pequeña actuación teatral para la celebración de la inauguración del museo.

El director Raül Espriu queda helado por saber que esto no estaba programado. Mientras uno de los asaltantes cierra la puerta de cristal y pone un candado con una cadena que enlaza los pomos, los otros dos apuntan a la gente. Uno de estos se dirige a los de la parte izquierda y el otro a los de la parte derecha. El joven camarero ahora será un pedazo de los de la parte derecha. Los asaltantes gritan con voz metálica―: ¡Todos manos arriba!

Algunas personas, pero pocas, levantan los brazos. Están entre la incredulidad y el miedo. Después vendrá el terror. Una mujer grita fuerte―: ¡Marcianos!

Explotaron los susurros de la gente.

Los dos guardas de seguridad estaban en la calle ese corto pero dramático momento. Los dos se dieron cuenta a la vez de que la puerta estaba cerrada. El más bien plantado se dirigió en silencio a abrirla. El más anciano fumaba. No había nadie más con ellos. Cuando el guarda empujó para abrirla se cercioró de que estaba trabada de alguna manera. Miró a través del transparente gran pórtico. Ahora ya ve una figura armada que los mira. Antes de que la mano del sorprendido guarda hiciera el viaje desde el pomo de la puerta a la culata de su pistola. Se produce un trueno que anuncia la muerte. El bandido que le esperaba y lo miraba, le había arreado unos tiros que atravesaron el vidrio. Sonaban como una metralleta. El guarda cae sangrando. Abatido. Brota fuerte la hemorragia. Por otra parte, el que ha disparado parece tener una sangre fría que se hiela en las venas. Individuo sin escrúpulos. Es en este instante que el colectivo reunido en el museo se cubre de realidad. Ha muerto fulminado. Se giraron mirando la puerta de donde había salido la ráfaga. Mucha gente chilla. Ya empiezan a levantar las manos. Pero algunos se tiran al suelo.

En el exterior, al guarda superviviente se le cae el cigarrillo de la boca. Saca y sostiene la pistola con una mano pero retrocede con precaución. Con la otra mano se saca del bolsillo un móvil. Es hora de pedir ayuda.

Es zorro viejo. Sabe que no merece la pena jugársela.

El estrenado asesino espera unos metros en el interior a este guarda. Se da cuenta de que no aparece delante de la puerta. El guarda casi jubilado se queda atrás a la espera. Por la acera de la calle resuena el correr de unos tacones. Se trata de la periodista Rosa Gilabert. Fue en el momento en que arrancaba su coche, aparcado en el cruce, que escuchó la ráfaga mortal. Llega al lado del guarda resoplando, pero con suficiente aliento para preguntar―: ¿Qué ha sucedido?

El guarda, muy anciano pero todavía con vida, le indica con una mano que se aparte. Con la otra mano todavía sostiene el teléfono móvil y habla. Comunica a emergencias la dirección donde se ha ejecutado el ataque premeditado. Rosa Gilabert se retira un poco pero ve el cadáver con un río de sangre viscosa calle abajo. Escena muy abrumadora.

Rosa Gilabert no podrá esconder su sorpresa. Piensa en voz alta―: Esto es una primicia.

La periodista se aparta totalmente. En el interior del edificio vuelve a sonar la voz distorsionada―: ¡Que nadie se mueva!

El monstruo que lo acaba de decir se dirige con paso decidido a la sala contigua. Deja rápidamente atrás las estatuas. Llega a la última parte donde están las urnas con joyas de oro. Los otros dos se quedan en la sala principal atemorizando a la multitud. Algunas personas estaban con las manos en el aire y algunas estiradas en el suelo boca abajo. Entre las que se lanzaron a tierra, bajo una mesa, estaba el director del museo, Raül Espriu. Se escuchaba el llanto de una mujer. El asaltante que ya estaba al lado de las urnas empieza a golpear el vidrio superior de una. Usaba para esta tarea la culata de su mortal arma. Se ve que este armamento sirve para todo. Con dos golpes consigue resquebrajarlo. Con dos golpes más consigue romperlo. Se saca del bolsillo una bolsa de tela negra color de su vestuario. No se puede decir que no va conjuntado. Coge la joya y la pone en este tipo de saco. Quiere repetir la operación con la siguiente urna. Entretanto, en la sala principal los nervios están a flor de piel. Un asaltante apuntando con la extraña metralleta a los rehenes y el otro apuntando a la puerta principal. El que todavía apunta al temeroso personal, va y grita―: ¡Todo el mundo al suelo!

Es posible que piense que así la gente es más fácil de vigilar. Los que quedaban para estirarse lo hacen. Cuerpos extendidos boca abajo. Desde esta sala principal no se detiene el sonido de los golpes a las urnas. También se escucha el ruido de los cristales resquebrajándose y cayendo. Es un cristal duro. Es una pesada tarea. Uno detrás de otro los recipientes de cristal se van cerrando. Pasan los minutos. Angustia. La temperatura del lugar de los hechos sube. Tanto la temperatura ambiental por los nervios, como la de grados centígrados. Ya hace más de dos horas que el museo acoge a la multitud desde el momento de la apertura. En un rincón en el suelo se extiende lentamente un charco de orina. Lo regala una mujer que se está miccionando de miedo. Vive una situación horrible. Chapoteo.

Todo permanece inmóvil. Los relojes mejor sincronizados marcan las 23:15. El miedo se incrementa a medida que pasa el tiempo. El ruido rompiendo las urnas resuena y atormenta al personal extendido. Estrés.

De golpe se detienen los golpes. Vuelve a la sala principal el bandido cargando el saco lleno. Sube las escaleras de caracol. Desaparece. Hay una persona que contempla la escena: Raül de reojo. Él había estado todo el rato en su improvisado refugio debajo de la mesa. Pero bien estirado boca abajo. Raül Espriu piensa: “Este imbécil debe registrar las plantas superiores, pero allí no hay nada de valor”.

En efecto, las otras plantas estaban, de momento, vacías. Servirán para exponer en un futuro próximo las nuevas adquisiciones artísticas. También se había pensado hacer allí exposiciones itinerantes. El último piso tenía oficinas y despachos para los gestores del museo. ¡Esto nunca puede faltar!

Fuera, el guarda se resguarda. Tumbado boca abajo debajo un árbol y mirando la puerta del lugar en cuestión.

Los otros dos asaltantes continuaban vigilando. ¿Y los rehenes?: en el suelo. El tiempo continúa pasando. La verdad es que el bandido que estaba por las plantas superiores ya tardaba demasiado. El vacío de esas salas se veía con un golpe de ojo. ¿Por qué tardaba tanto ese alcornoque?

Se escuchaba el estridente y continuado grito de unas sirenas, pero no de las mitológicas. Son coches de la Policía de Cataluña anunciando su llegada. Los dos asaltantes todavía permanecen quietos. Los rehenes también. El bandido monstruo que había subido las escaleras continúa sin aparecer.

Son dos turismos policiales los que se detienen en la acera de delante del edificio. El guarda de seguridad que ha estado en la calle todo este tiempo se acerca con mucho cuidado para hablar con los agentes. También lo hace corriendo la periodista Rosa Gilabert acompañada de un chico muy joven. Un compañero del trabajo radiofónico que había llegado minutos antes que la policía autonómica. En Cataluña coexisten las fuerzas de seguridad del Estado español con la policía de esta autonomía. Además, en cada población opera una policía local llamada guardia urbana. En algunos puertos de mar se ha creado la policía portuaria. La Diputación de Barcelona, ente provincial, para acabarlo de enredar, también reclama tener su policía.

El guarda se dirige a los policías más cercanos y se explica―: He sido el que ha llamado. Estaba a cargo de custodiar este edificio durante el acto de inauguración. Estaba con un compañero, pero ha muerto a causa de una ráfaga de metralleta allí en la puerta.

Un miembro de este cuerpo, alto y de piel morena, de unos sesenta años, pelo blanco interesante, contesta―: Yo soy el sargento Óscar Martínez, el jefe de la operación. Ahora todo queda bajo mi control. ¿Cuántos asaltantes son?

El guarda ahora responde―: No sé nada.

El policía continúa preguntado―: ¿Cuántos rehenes puede haber?

―Tampoco te lo sabría decir. Puede ser que decenas...

El policía está un poco nervioso―: ¿Hay alguna otra salida? ¿Hay muchas ventanas?

―Sí. Una salida de emergencia en el costado derecho del edificio. Todo el edificio está rodeado de ventanas.

Los agentes se despliegan. Se reparten rodeando la casa señorial. Los cuatro lados están vigilados. Delante de la fachada principal quedan el jefe de la operación y otros agentes. Marcha a trompicones el guarda de seguridad. No lo hacen los periodistas. Estos profesionales de las ondas hertzianas preguntan al sargento―: ¿Se trata de un ataque terrorista?

El sargento Martínez se lo mira de arriba a abajo y contesta con un tono seco―: De momento, no sabemos nada. Apártense por favor. Los periodistas vuelven atrás. Mientras caminan Rosa y su compañero, ella le comenta―: Como has venido con la unidad móvil, interrumpiremos la programación nocturna para retransmitirlo en directo.

Un policía intercepta a los dos profesionales de la radio. Grita a sus espaldas―: ¡Esperen!

Es un agente joven. No llega a los treinta. Cabello muy negro que contrasta con su blanquísima piel. Cejas exageradamente arqueadas. Ojos de color miel. Labios finos y rojos. Cuando los separa vemos sus finísimos dientes. Sobresalen más largos sus afilados colmillos. Todo esto le da un gran parecido con el crápula conde Drácula. Es un seductor. Se dirige a Rosa sin mirar a su ayudante―: Soy Xavier Menéndez, la segunda autoridad de esta operación. Cuando acabé todo le pasaré toda la información.

Rosa contesta enérgicamente―: Gracias, agente.

Él es un agente afamado de fama. También le tirará los tejos. En realidad, no es el segundo de a bordo.

Xavier Menéndez vuelve delante del museo. Los periodistas se retiran todavía más.

El agente Menéndez habla con el sargento. Seguirá sus órdenes. Menéndez se acerca con sigilo y certifica que el guarda que ha recibido la ráfaga normal es carne fría. Continúa en esta postura para intentar observar el panorama interior a través del cristal. Y a través del cristal, pero en dirección contraria, un enjambre de balas. Le habían disparado. No tocado. Él también se va corriendo como una bala. Ha salido ileso de milagro. El suceso asusta a los rehenes. Algunos se tapan las orejas para que no sufra el oído.

Vuelve a producirse el sonido de las sirenas. Ya sacan el carro grande. Se trata de una furgoneta que se detiene al otro lado del edificio. Es un vehículo de color azul muy oscuro que se ve negro en la oscuridad. Únicamente, una franja inferior blanca con una hilera de cuadrados rojos lo distingue como vehículo de diseño.

Y dentro del edificio, los secuestradores continúan ahora estáticos haciendo la misma pinta de seres de otro mundo. Delante, la inmutabilidad de estos individuos asaltantes. Raül Espriu medita: “Que misterioso es todo. Estos dos ladrones se podían haber marchado al percatarse de las primeras sirenas. Puede ser que no quieran dejar a su cómplice amigo arriba. Corporativismo delincuente. Ahora, si no se atreven a salir porque está la poli, se quedarán atrincherados aquí. Esto quiere decir que estaremos aquí un buen rato”. Al momento, Raül Espriu cambia de parecer: “No. Ahora que pienso, nada más esperan porque el otro tiene la alforja con el botín. Se arriesgan. La codicia también les hace rehenes”. La mente de Raül Espriu todavía tiene fuerzas para pensar. Entonces, llega una ambulancia. Desgraciadamente, siempre necesaria en un lugar con unos criminales armados y tantos rehenes. Esta se detiene lejos de la línea de fuego.

Una voz con megafonía a todo trapo anuncia el sitio de la policía. Era el encargado de la operación policial, Óscar―: Salgan con las manos arriba. Están totalmente rodeados. Repito: Salgan con las manos arriba. Están totalmente rodeados.

Ni caso. Silencio. Los dos bandidos de la sala principal, impasibles. En la parte posterior del edificio, los agentes descubren la ventana rota por donde pasaron los intrusos. Informan por walkie-talkie al sargento Óscar. Desde fuera en la acera de delante ya se ve el estado de la cuestión. Óscar piensa. Llamará a comisaría para pedir que intervenga un comando de élite. Necesitarán planos del edificio. Óscar pedirá que le envíen el plano al móvil para agilizar.

Rosa, la periodista, cabalga sobre las ondas. Su voz hace vibrar allá dónde llega. Exultante. Se vuelve voz que no se ve pero se oye. Llega a toda el área metropolitana de Barcelona. Rosa Gilabert, de transmitir programas culturales locales, a localizar la acción trepidante―: Queridos oyentes, se ha producido un ataque fortuito durante la inauguración del Museo de Arte Moderno de la fundación Joana Anglesola. Estamos retransmitiendo a pie de calle. Justo delante del edificio en cuestión. En estos momentos los asaltantes permanecen dentro con un grupo de rehenes. Entre las personas atrapadas en este suceso está el director del museo, Raül Espriu. Momentos antes de dicho ataque, Espriu fue entrevistado en exclusiva por esta cadena... La reportera se atribuyó la exclusiva porque no vio más medios de comunicación esta noche allí.

En el interior, continúa la tensión. Nadie se atreve a hacer ningún movimiento. No se sabe nada del mangante que había desaparecido escaleras arriba. El silencio dominaba la gran sala. Los dos bandidos que quedaban, apuntan, mudos e inmutables. Impertérritos a pesar de que saben que la policía les rodea.

En la fría calle, un representante de la ley intenta observar lo que pasa dentro. Recorre la acera de delante mirando las ventanas. Finalmente ha encontrado una en la que le parece ver a uno de los intrusos de pie con un arma. El agente del orden utiliza la mira telescópica de su fusil para ver desde más cerca al individuo. Lo consigue. Se horroriza al ver la cara de un monstruo sin casi boca ni nariz. Bolas negras por ojos. Si es una careta está muy bien hecha. La máscara más cara. El agente mueve hacia el costado su fusil. Busca más individuos de este tipo. En la ventana contigua la visión se detiene. Ve otro con la misma pinta. Ellos dos no se cercioran de que son observados. Innegablemente, alienígenas alineados alienables.

Su mando más inmediato, Óscar Martínez, recibe vía teléfono móvil el mapa del museo. Lo estudia cuidadosamente. Son pocas las salas por planta. Agradables y espaciosas. Observa que la ventana que han encontrado rota en la parte posterior del edificio es la de un pequeño almacén. Esta despensa comunica con la cocina, y esta con un corto pasillo que conduce a la gran sala principal. La cabeza del sargento Óscar va a mil por hora: “Tienen que haber entrado por aquí. Pero ¿y si no han entrado por aquí? Podría tratarse de una estratagema y pueden haber entrado por algún otro lugar. El tema importante es por dónde pueden salir”.

Observa en el mapa virtual que bajo la sala principal hay un subterráneo. Pero no hay salida. ¿Podían haber excavado un pasadizo hasta el subterráneo?

Podían haberlo excavado.

Óscar Martínez pide ahora, por mensaje de móvil, un mapa del alcantarillado de la zona. Vuelve a mirar el plano del edificio. Pasa el tiempo. Continúa pensando. Su ensimismamiento lo rompe una sirena. Se trata de una furgoneta del cuerpo de élite reclamado. En la parte de delante del vehículo se ven dos hombres, conductor y copiloto. Realiza la maniobra de aparcamiento al lado de los coches patrulla de policía. Se abre al instante la puerta de detrás de la furgoneta. Bajan seis agentes especiales armados. Óscar Martínez esperaba más.

Todo esto es narrado por Rosa Gilabert. Ahora ella, cansada, le pasa el micrófono a su ayudante, Gabriel Amores. Un chico responsable, trabajador, inteligente y con estudios superiores. Trabajaba algunas horas con contrato basura y algunas horas gratis. Pero muy ilusionado. Es su turno en un momento importante:

―Cada vez se reúnen más representantes de la ley y el orden alrededor del edificio. Ahora son los cuerpos de élite los que se reúnen en la zona. Estamos a la espera de ver el desarrollo de la acción...

El asaltante que subía escaleras arriba con el saco ya está en la quinta planta. Comprueba que son unas oficinas. Las registra un poco.

El jefe de la operación, Óscar, explica la situación a la patrulla recién llegada. Le llega la distribución del alcantarillado desde el ciberespacio. Mira detenidamente la pantalla táctil de su gran móvil. Hay una parte de túneles muy cercanos al almacén subterráneo de la casa. La entrada de la alcantarilla está al final de la calle. El da órdenes. Manda bajar a dos agentes a aquellos subterráneos urbanos. Quiere comprobar que los asaltantes no han excavado la zona para fundirse en la nada. No puede equivocarse en nada. Hasta ahora, ha pasado su vida profesional con gran mérito. Quiere ser emérito. Quiere finalizar su vida en el cuerpo policial con medalla. Él mismo se considera facha y engreído.

Mientras tanto, el resto de los agentes diseñan un plan. Un vehículo entrará a toda velocidad estrellándose contra la puerta principal. Será un alunizaje alucinante. El estruendo será una maniobra de distracción. A la vez por detrás y por la ventana corrompida entrarán ocho miembros del equipo de élite. Estos agentes se dirigen a la parte posterior del edificio para coger posiciones. Solamente quedará delante el sargento, el agente Xavier Menéndez y el conductor de la furgoneta. El conductor de cerca, se ve que no lo es, pero de lejos parecía chino. Bajo de estatura y con ojos estirados. En realidad, era barcelonés de pura cepa. Esperan a los otros dos que han de subir de la alcantarilla. Transcurren unos minutos. Finalmente solo sube uno y comenta:

―Todo en orden, pero el otro se ha quedado abajo vigilando. Con el mal olor que hay allí puede acabar sordo de nariz.

El agente Óscar avisa por radio, todo preparado para entrar. Primero por delante. El conductor de la furgoneta la encara mirando la puerta de vidrio del museo. El sargento Óscar parece querer subir a ella. En ese preciso instante se acerca un helicóptero. El aparato tiene el logotipo claro de la Policía española. Sorpresa general. La fuerza de las hélices remueve el enrarecido aire. El policía Óscar sube a la furgoneta y embarca algunas herramientas. Desde el interior se queda mirando este pájaro de hierro. Él no sabía que venía la Benemérita. La sorpresa es mayúscula cuando el helicóptero lentamente aterriza en la terraza del museo. Óscar cree que son efectivos poco efectivos. Se queda pensativo y finalmente opina:

―Mejor, la policía estatal cortará la huida desde arriba. Llamaré a nuestra comisaria para informar antes de entrar.

En seguida, Óscar informa con su móvil:

―Un helicóptero de la Policía estatal ha aterrizado en el terrado.

Le hacen esperar. En el cuartelillo no saben nada. Allí informarán a los superiores y estos hablarán con los otros cuerpos policiales.

Esto hace pensar al agente Óscar Martínez que hay descoordinación policial. La Policía española no ha avisado a la Policía catalana. Se retarda la operación.

kamikaze

casi a la vez; por la parte posterior del edificio se introducen los miembros de la policía de élite. Utilizan la misma ventana que habían encontrado ya rota y abierta. Finalmente son seis. Van en fila india con fusiles. Vestimenta y casco todo negro y un escudo transparente. Pasan muy rápido a la primera y oscura habitación. Ya ven, al final de la misma, la puerta abierta por donde entra la luz. La penumbra anterior a aquella puerta da paso a la iluminada cocina. El primer agente de élite, al entrar, encuentra los dos cuerpos de los cocineros tirados todavía en el suelo. Se agacha y comprueba si son cadáveres o solamente están inconscientes. Todavía tiene pulso el de barba rubia. Ahora comprueba si el chico de origen africano respira. También está vivo, pero tiene la cabeza sangrando. Avisa por radio: dos desmayados en la cocina. Mientras tanto, los agentes que iban detrás de él continúan haciendo camino.

Estaban los aliens ajenos a todo esto. Los dos asaltantes de la sala principal disparando sin tregua. La furgoneta estampada ya parece un colador. Los vidrios de sus ventanas caen por el suelo, casi salpican a los rehenes tirados cerca. Muchos se tapan la cabeza como para amortiguar el ruido de las ráfagas. También había el peligro de que las balas rebotasen y causaran heridos. Pero los dos cabezas de monstruo continúan. Quieren acabar con toda vida existente dentro del vehículo.

En el exterior, los periodistas congregados se dan cuenta de que hay tiros de metralleta. Por cada ráfaga, ven relampaguear a través de las ventanas. Narran un enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad y posibles terroristas.

Los dos criminales continúan disparando. Su compañero monstruo que correteaba por arriba, todavía no aparece. Son tantas las balas que una de las puertas posteriores de la furgoneta cae. Se acaba la munición de uno de ellos. El otro también para aquella bélica actividad. Un silencio inunda la estancia. No puede haber sobrevivido nadie dentro del muy agujereado vehículo. Un monstruo por un lado y el otro por el otro se acercan a la furgoneta. No dejan de apuntar. Uno mira por atrás. La puerta caída deja ver la parte posterior completamente vacía y destrozada. El otro todavía con algo de munición se acerca a la puerta del conductor. Extiende la mano. Coge lentamente el pomo de la puerta y la abre rápidamente. Apunta con el arma al interior. Se sorprende, puesto que no hay nadie. Ve una especie de barra de hierro que presiona el acelerador. La barra está cogida al volante. El vehículo había estado manipulado para empotrarse solo contra la puerta. Este asaltante no pone cara de sorpresa por poseer unas facciones rígidas. Este mismo hace una señal al otro. Indica la escalera de caracol. Los dos marchan escaleras arriba. Escapan saltando las escaleras de dos en dos. Escápese quien pueda. En aquel preciso momento entra apartando la cortina de la parte posterior un agente de élite. Ha sido por poco que no los encontrasen. Detrás van entrando los otros. Pasan del gélido pasillo que viene de la cocina al calor ambiental de la sala principal. Apuntan a los cuerpos estirados en el suelo. Puede ser que los terroristas se quieran infiltrar entre los rehenes. Ya las han visto de todos los colores. Tres de estos agentes suben por las escaleras. Es un tridente muy valiente. Todavía no saben cuántos criminales pueden encontrarse en las plantas superiores. Por la entrada principal entra Óscar Martínez seguido del agente Xavier Menéndez y del exconductor de la furgoneta. Ahora está destrozada. Algunos comprueban el estado de salud de los rehenes. Los hicieron levantar. Se incorpora también Raül. Mira a su alrededor. Ve que los ladronzuelos solamente se han centrado en las piezas de oro. Las obras pictóricas continúan intactas, y son muy valiosas. Raül piensa: “Puede ser que no conozcan el valor de las pinturas o es que el oro es más fácil de vender. Puede ser que lo derritan y construyan otra cosa”.

A primera vista, parece que entre los rehenes no hay ningún terrorista. A no ser que se halla desmaquillado muy deprisa. Mientras tanto, Óscar Martínez sube dando saltos por dichas escaleras. Normalmente espera que los de la policía especial hagan su trabajo, pero no puede esperar. Mira en la primera planta. Las luces están encendidas. Quizás las haya encendido el ladrón o sus compañeros adelantados. Rastrea pistola en mano. No es más que una gran sala sin muebles. Se ve claro que no hay nadie. Sube más escaleras. Ya está en la segunda planta. Se detiene y mira apuntando. Es otra sala idéntica. Escucha, escaleras hacia arriba, los pasos de sus compañeros de élite subiendo. Él hará lo mismo. Ascenderá muy rápido. Escucha también escaleras abajo más policías subiendo. El primero es el agente Xavier Menéndez que se ha envalentonado. El joven y blanquísimo Xavier nada más mira la primera planta de reojo. Él continúa subiendo, pues escucha que la persecución sigue más arriba.

El sargento Óscar Martínez llega a la tercera planta. Es calcada. Solo echa una ojeada rápida y continúa saltando escaleras. En la cuarta planta se detiene unos segundos. Le falta aire. Mira rápido. Continúa. Cuando está en la última planta mira a su alrededor detenidamente. Aquí la sala está partida por una pared. Hay una puerta forzada que da a las oficinas. Parece ser que no hay nadie en la penumbra. Se adentra en las oficinas, apunta a su camino, mira detrás de mesas y sillas. Se mueve poco a poco pero sin detenerse y ve al final unas escaleras. Deben de dar a la famosa azotea. Él las sube. Allí encuentra a los tres agentes de élite que habían subido primero. Estos apuntan con el arma al cielo. El helicóptero había volado. No había nadie más en la azotea. Uno de los agentes de élite le informa―: Cuando hemos llegado ya no había nadie y el aparato se elevaba.

El agente Óscar mira y ve como el helicóptero vuela por encima de los rascacielos de Barcelona. Va en dirección al mar. Extrañado, piensa: “¿Los han detenido y se los llevan tan rápido?”.

Llama con el teléfono móvil a la comisaria e informa―: Ya hemos entrado en el edificio. Parece que la policía estatal se ha llevado a los malhechores en un helicóptero que estaba en la terraza superior del edificio.

Después de unos segundos, la chica encargada de la centralita telefónica le contesta―: Acabamos de hablar con el jefe. Él se ha informado y ha hablado con los otros cuerpos policiales uno por uno. Parece que nadie ha enviado un helicóptero. Ni tan solo ningún refuerzo.

Silencio en la noche. Cielo estrellado. El veterano policía Óscar Martínez piensa sin separar el móvil de la oreja. Pasan unos segundos. Finalmente, replica―: Entonces el helicóptero tenía los colores y el logotipo de la Policía estatal. Lo habrán pintado ellos. Acaban de escapar.

En efecto, los individuos misteriosos han volado, nunca mejor dicho. Se ha enredado todo y la operación ha sido un fracaso estrepitoso. La policía se ha quedado con dos palmos de narices.

Se añade al pequeño grupo el agente Xavier Menéndez. A pesar de su juventud está aprendiendo mucho poniéndose al lado del sargento. Xavier Menéndez es espabilado y buen chico. Quiere ser el mejor.