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Amor

Un sentimiento desordenado

Para Caroline

¡Explícame, amor!

Ingeborg Bachmann

Introducción

Los hombres buscan una Venus
y las mujeres un Marte

Por qué resulta todo tan difícil
con libros sobre el amor

Éste es un libro sobre mujeres y hombres. Y sobre algo extraño, muy hermoso, que puede suceder entre ellos: el amor.

El amor es el tema preferido de los seres humanos. Novelas sin amor existen pocas; películas sin amor, menos. Aun cuando no siempre hablamos sobre el amor, siempre es importante para nosotros. Posiblemente no siempre fue así en la historia de la humanidad. Pero parece que así están ahora las cosas. Ningún desodorante deambula sobre el mostrador de una tienda sin una promesa de amor, y a ninguna canción pop se le ocurre otro tema importante.

El tema del amor es inmenso. Abarca casi todo. Desde «¿por qué existen siquiera hombre y mujer?» hasta «¿qué he de hacer para salvar mi matrimonio?». Y no tiene fronteras. Se puede amar a mujeres de ojos crepusculares o noches de luna llena en la taiga. Se pueden amar las propias costumbres y a hombres que presionan ordenadamente los tubos de pasta de dientes. Se pueden amar gatos siameses y filetes sangrantes, el carnaval de Colonia y la quietud de los monasterios budistas, la modestia, un coche deportivo y cada uno a su propio Dios. Todo esto puede amarse por separado. O paralelamente. E incluso varias cosas a la vez.

De todo este múltiple campo de amor y amabilidad este libro sólo trata de una cosa: del amor de géneroI a un partenaire. No se puede escribir un libro sobre el amor, y éste no es un libro que trate de todo. Ya es bastante difícil el tema mujer y hombre (también mujer y mujer y hombre y hombre). Pues el amor de género es altamente sospechoso; es un tema, justamente, al que se han dedicado, es verdad, los mejores poetas, pero raras veces los filósofos más perspicaces.

Por muy importante que sea para nosotros, en la filosofía occidental el amor de género es considerado desde Platón como música underground. Mientras los filósofos definían a los seres humanos por su razón, el amor no era apenas más que un percance, un trastorno de los sentimientos de consecuencias lamentables para el entendimiento ofuscado. Durante mucho tiempo se descalificaron los sentimientos como señores o señoras de nuestra alma. Pues de lo que no se podía acreditar que fuera razonable se prefería callar. Las conocidas excepciones en la historia de la filosofía confirman esa regla. Friedrich Schlegel, Arthur Schopenhauer, Søren Kierkegaard, Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sartre, Roland Barthes, Michel Foucault o Niklas Luhmann puede que hayan dicho muchas cosas dignas de tenerse en cuenta sobre el amor, pero con un curso sobre el amor un filósofo se hace sospechoso hasta hoy en el mundo académico y tiene asegurada la chanza de sus colegas. La filosofía es una especialidad muy conservadora y los prejuicios son profundos. Es probable que hoy haya muchos más libros filosóficos inteligentes sobre lógica formal o sobre el problema de las categorías en Kant que sobre el amor.

Sin embargo, nadie pretende en serio que los problemas de la lógica formal sean más importantes para el ser humano que el amor. Aunque parece que con los escalpelos de la filosofía es difícil diseccionar. «Por ser la realidad que menos fundamento tiene, el amor es la más incomprensible y la más obvia», pensaba Karl Jaspers. El amor es resbaladizo y difícil de aprehender. ¿Los psicólogos lo tienen más fácil? ¿O acaso los químicos y biólogos, como parece últimamente? ¿Saben de dónde viene el amor y por qué tan a menudo se va? ¿Y qué hace con nosotros entretanto?

El amor es quizá el tema más importante en el punto de inserción de la ciencia natural y la del espíritu. No se explica por lógica ni mediante una «última fundamentación» filosófica. Pero ¿habría que abandonar, por ello, el campo en manos de estadísticas, encuestas, experimentos psíquicos, análisis de sangre y tests hormonales?

Quizá el amor es demasiado precioso para ello. Demasiado importante y complicado también para los astutos manuales de management del amor y las relaciones. El número de éstos es casi ilimitado, su influjo difícil de cuantificar, pero seguro que de temer. Todos los astutos trucos que revelan un plan secreto para encontrar al compañero o la compañera correcta, para mantener joven el amor, para transformarse en un amante o una amante ardientes y no dejar de serlo, todas las técnicas sobre y bajo las sábanas, el oficio y «arte del amor» se han descrito en manuales. Y para acabar de estropearlo, la investigación del cerebro nos descubre en cientos de títulos por qué las mujeres piensan con la mitad derecha del cerebro y los hombres con la izquierda, y por qué precisamente los hombres no encuentran nada en el frigorífico y las mujeres no saben aparcar. Los hombres son felices con el sexo y buscan siempre a Venus. Las mujeres, al contrario, buscan el amor, o al menos un Marte, pues también el chocolateII hace felices a las mujeres. Así que sólo hace falta leer el libro correcto y uno aprende a conocerse a sí mismo y al otro. Todo irá bien. Y si no en la vida real, sí al menos en las páginas del libro.

De hecho no sabemos mucho. Y la cuestión de hombre y mujer y su atracción e inclinación mutuas está ideológicamente más encallecida que cualquier cuestión política. Por muy importante que sea para nosotros, precisamente en el amor nos conformamos, satisfechos, con medio saber y medias verdades. Una constatación sorprendente, dada la importancia y lo explosivo del tema. Nos contentamos con cualquier explicación simple, dejamos que nos digan cómo son los hombres y las mujeres, aunque en nuestra vida diaria sólo encontramos caracteres y no géneros. A pesar de ello la mayoría de las veces somos menos exigentes en las respuestas que con el tono de nuestro móvil, que cambiamos sucesivas veces hasta encontrar el que pensamos que es el más apropiado para nosotros.

Frente a todo eso, de lo que se trata hoy es de liberar la cuestión del hombre y la mujer y la cuestión del amor de imágenes y corsés sofocantes, sean viejos o nuevos. El listón queda alto: «Se sabe bien qué es una paliza, pero nadie ha descubierto todavía qué es el amor», suponía ya Heinrich Heine. Quizá lo que haya que hacer es no pretender averiguarlo siquiera. Porque acaso no exista el amor, por ejemplo. Y quizá baste con cercar expresiones como la «locura de los dioses» del filósofo Platón o el «fantasma» del moralista La Rochefoucauld con palabras que las perfilen con mayor exactitud.

El amor es un mundo en el que emociones fuertes desencadenan representaciones polícromas. Eso lo comparte con el arte y con la religión. También aquí hemos de vérnoslas con mundos de representación que tienen su valor en la experiencia sensible inmediata y no en la razón o el saber. Así que puede pensarse que esa lógica resbaladiza del amor sólo puede tener su lugar propio en la literatura, que, según algunos filósofos y sociólogos, es incluso quien lo ha inventado. Pero ¿es que ya no nos dicen nada los poetas?

En un breve capítulo sobre el amor de mi libro ¿Quién soy yo? no hice sino algo así como dirigir al cielo nocturno el haz de luz de mi linterna. A mí mismo me resultaba curioso explorar una galaxia y sondear un universo que nos resulta tan familiar y tan extraño a la vez. Pues, en primer lugar, el amor tiene que ver ante todo con nosotros mismos, en todo caso siempre más que con cualquier otro. Y, en segundo lugar, parece que pertenece al amor que se oculte en cierto modo al amante mismo. El amor no juega con las cartas al descubierto, y eso es bueno, naturalmente. Nuestro entusiasmo y obsesión, nuestra pasión y nuestra disposición sin compromiso al compromiso no florecen a la luz del día. Siempre necesitan la oscuridad que rodea al amor.

¿Cómo escribir un libro sobre ello? ¿Sobre algo tan privado, velado, maravillosamente ilusorio como el amor? Quede claro que de este libro no van a aprender nada que mejore sus habilidades en el dormitorio. Tampoco les ayudará en caso de dificultades de orgasmo y ataques de celos, penas de amor y pérdida de confianza en el compañero. No elevará su atractivo. Y no contiene sugerencia alguna y apenas buenos consejos para la convivencia diaria en pareja. Aunque quizá pueda contribuir a que usted se vuelva más consciente de unas cuantas cosas que antes le resultaban poco claras; a que tenga ganas de sondear con mayor exactitud este reino loco en el que (casi) todos queremos vivir. Y posiblemente piense usted conmigo un poco en las reacciones que ha consolidado como normales y supuestas. Quizá tenga ganas de proceder en el futuro de forma un poco más inteligente; aunque, naturalmente, sólo si quiere y cuando usted quiera.

Pienso que justamente ahí está hoy el sentido de la filosofía. Ya no produce grandes verdades; en el mejor de los casos hace plausibles nuevos contextos. Esto no es poco. En cualquier caso, como adalides del amor, los filósofos tienen ahora gran competencia. Psicólogos, antropólogos y etnólogos escriben libros sobre el tema, así como historiadores de la cultura y sociólogos, y últimamente químicos, genetistas, biólogos evolucionistas, investigadores del cerebro y periodistas científicos.

De todos ellos provienen muchos puntos de vista interesantes. Aunque normalmente viven decorosamente unos junto a otros como viven en un biotopo especies zoológicas diversas que sólo pocas veces se encuentran directamente. «El ser humano es un animal», «el ser humano es química», «el ser humano es un ente cultural»: en cada caso la respuesta a qué sea el amor es completamente diferente. Y las cuestiones de fidelidad, vinculación, fluctuaciones del sentimiento, fascinación mutua de los géneros se explican en cada caso de modo totalmente distinto.

Resulta todo eso tanto más extraño cuanto que nadie discutirá que en la vida real todas esas cosas se entremezclan de algún modo. ¿El hecho de que todos hablen de «amor» no delata que ha de tratarse de lo mismo? ¿Cómo tender el puente, sin embargo, entre el español de los sociólogos y el chino de los genetistas? ¿Dónde está lo común entre testosterona y feniletilamina, autocomplacencia e instinto reproductivo, selección de grupo y expectativas de expectativa? ¿Cómo se relaciona una cosa con otra? ¿Hay una jerarquía? ¿Son mundos paralelos? ¿O es todo reducible a todo?

La mirada a la bibliografía especializada muestra una yuxtaposición de definiciones y regalías. Los sociólogos dejan de lado, sin considerarla, la química del amor; los químicos del amor, por el contrario, la sociología. Quizá sea posible una comprensión elemental de los científicos de la naturaleza tanto entre ellos como con el club de los científicos del espíritu. Entre unos y otros existe por ahora un abismo casi insuperable.

Ese abismo es el que me interesa, pues creo que no tendría por qué existir. Desde la niñez siento por la zoología una fascinación que no remite. Más que cualquier otra ciencia es ella la que para mí genera la chispa mística desde nuestra condición. Y una gran parte de mis vivencias cuasi-religiosas son de naturaleza zoológica. No obstante a menudo leo hoy críticamente explicaciones biológicas. La mayor parte de sus presupuestos no están claros, sus axiomas no tienen una base firme. Precisamente por la cercanía a esa materia, me produce gran disgusto que los biólogos afirmen cosas extravagantes. Y sobre ningún tema los biólogos han escrito tanta extravagancia como sobre el hombre y la mujer. Muchos enunciados sobre la biología de nuestro deseo pertenecen sin duda a los niveles más bajos del gremio, apoyados y popularizados por psicólogos que creen hablar en nombre de la biología.

En la crítica de todo ello ayuda la formación filosófica. Se puede decir: me intereso por el espíritu desde la perspectiva científico-natural y por la naturaleza desde la científico-espiritual. Me agradan igualmente el sobrio afán de claridad de las ciencias de la naturaleza y el inteligente «no obstante...» de las ciencias del espíritu. No pertenezco a ningún grupo y no tengo a nadie que defender. No creo que haya sólo un acceso privilegiado a la verdad. No soy un naturalista que considere que el ser humano es explicable desde una perspectiva científico-natural, ni un idealista que piense que se puede prescindir del saber de las ciencias de la naturaleza. Creo que se necesitan ambas cosas: la filosofía sin la ciencia natural está vacía. La ciencia natural sin la filosofía está ciega.

No existe una ciencia fidedigna del amor. A pesar de todas las promesas. Tampoco la investigación del cerebro, tan de actualidad últimamente, lo es. Pues está claro que las mujeres no piensan con regiones cerebrales distintas de los hombres, sino con las mismas. Incluso los chimpancés piensan también con las mismas. Anatómicamente el cerebro de las mujeres y el de los hombres son casi indistinguibles y fisiológicamente muy parecidos. De lo contrario las mujeres que saben aparcar muy bien estarían perturbadas con características típicamente «masculinas». Y los hombres que saben escuchar bien estarían enfermos.

En la búsqueda de una respuesta a la cuestión del amor, intentaré sacar fruto de disciplinas de diferente color y relacionarlas mutuamente. Los lectores de ¿Quién soy yo? volverán a encontrar a algunos filósofos como rostros familiares. Pero también conocerán a otros como Judith Butler, Gilbert Ryle, William James o Michel Foucault. Nos fijaremos con mayor detalle aún en biólogos como William Hamilton, Desmond Morris, Robert Trivers y Richard Dawkins. También se prestará atención a algunos sociólogos como Erich Fromm y Ulrich Beck. No se trata, una vez más, de una selección de los pensadores y pensadoras del amor «más importantes». Por muy importantes que sean, las personas nombradas no son representativas, sino que aparecen ocasionalmente al servicio de nuestro tema.

Para entender la biología del amor hay que tener una idea de lo que es la evolución y de cómo puede haberse desarrollado. Eso significa investigar los fundamentos en los que se basan las teorías, tan populares hoy, de los diferentes intereses y orientaciones biológicas de hombre y mujer. Los capítulos 1 a 5 se preguntan por los fundamentos biológicos y culturales de nuestros papeles de género. ¿De dónde provienen esas características y propiedades? ¿De nuestra herencia animal, de la Edad de Piedra o de la actualidad? (capítulo 1). ¿Qué programa siguen nuestros genes y cómo repercute en nosotros? (capítulo 2). ¿Cuál es el comportamiento sexual típicamente femenino y el típicamente masculino? ¿Qué se sabe realmente de ello? (capítulo 3). ¿Funciona el cerebro femenino de modo diferente al masculino? (capítulo 4). Y ¿cuál es la parte proporcional de la intervención de la cultura en nuestra comprensión de uno mismo y del mundo como mujer u hombre? (capítulo 5).

La segunda parte, del capítulo 6 al 10, trata ya del amor mismo. Primero se contempla el amor en sentido biológico. ¿Por qué existe siquiera? ¿Puede ser que originariamente el amor no estuviera «pensado» para la relación entre mujer y hombre? (capítulo 6). Intentamos comprender qué es propiamente ese sentimiento desordenado. No siempre el amor es simplemente una emoción. Pero ¿qué es entonces? ¿Qué sucede en realidad en nuestro cerebro cuando amamos? Y ¿qué cambia cuando el enamoramiento se transforma en amor? Constatamos por qué los campañoles de la pradera son fieles, al contrario que sus parientes de los montes, más parecidos a las ratas, y qué tiene que ver ello, tanto en los campañoles como en los seres humanos, con la química. Al mismo tiempo queda claro, por otra parte, que las diferencias más importantes entre hombres y mujeres tienen que ver menos, en definitiva, con la química que con las ideas de sí (capítulo 7) y las antiguas huellas de la niñez (capítulo 8). Aprendemos con ello que el deseo de amor no sólo manifiesta proximidad y ligazón, sino también agita- ción e incluso a veces distancia; que el amor, por tanto, no es completamente desinteresado y es algo totalmente diferente al mero compañerismo (capítulo 9). El amor concita muy diferentes anhelos y representaciones. En el trato diario adquieren el formato de un «código» bastante fijo. Amor es un juego con expectativas o, más exactamente, con expectativas esperables y por eso también esperadas (capítulo 10).

Por eso en la tercera parte del libro se trata de las posibilidades y problemas, tanto personales como sociales, que afectan hoy al amor. ¿Por qué se ha vuelto tan importante para nosotros el amor romántico? (capítulo 11). Y, realmente, ¿existe siquiera el amor «auténtico», cuando casi todo romanticismo hace ya tiempo que ha degenerado en mercancía de consumo? (capítulo 12). Una mirada a las dificultades actuales de la vida en familia muestra qué difícil resulta unir realidad e ideal (capítulo 13). Por último se lleva a cabo un pequeño balance sobre el origen y las dificultades en el trato con este sentimiento, el más desordenado de todos (capítulo 14).

Ville de Luxembourg
Richard David Precht, diciembre de 2008

Mujer y hombre