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ÍNDICE

LA SOCIEDAD FEUDAL

LA SOCIEDAD MONÁSTICA

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El feudalismo y la vida monástica

Hasta aquí hemos recogido multitud de hechos aislados relativos a la Historia Medieval. Se nos plantea ahora la pregunta más interesante quizás sobre este asunto: ¿Cómo vivían realmente los hombres de la Alta Edad Media? ¿A qué dedicaban ellos su tiempo cotidiano y cuáles eran sus preocupaciones principales?

La sociedad medieval se divide en dos clases primarias y fundamentales: la seglar y la religiosa. A estas dos clases corresponde una dualidad de estructuras paralela: el feudalismo y la vida monacal. Estos dos tipos de vida son el objeto del presente tema.

El feudalismo tiene su origen en el Bajo Imperio Romano, por la decadencia de los municipios ciudadanos, pero no llega a su apogeo hasta el siglo IX. Prolonga su vigencia en Europa Occidental hasta el siglo XII. A partir de este siglo la competencia de la burguesía ciudadana y la tenaz oposición de los reyes acaba lentamente con el poder feudal. Pero en algunas naciones, como Rusia, el feudalismo perduró hasta el siglo XVIII.

El feudalismo tiene una época de auge en Europa Occidental, que va de los siglos IX a XII y se llama la Alta Edad Media.

LA SOCIEDAD FEUDAL

Las causas del feudalismo son muy complejas como las de todo fenómeno histórico, pero podemos señalar algunas fundamentales, en la opinión de muchos autores.

La mentalidad medieva

Empapada de religiosidad y parcialmente despreocupada de los bienes materiales. Hasta el siglo XI el europeo creyó firmemente en la doctrina cristiana. Creyó en ella de una forma absoluta y dogmática, viviendo dentro de ella, rodeado de ella por todas partes. La decadencia del predominio espiritual absoluto del Cristianismo hay que encontrarla a partir del año 1.000, en que toda la cristiandad esperaba el fin del mundo. Hasta entonces se vivió en un continuo «Apocalipsis» (FIG. 1). El hombre altomedieval creía firmemente que esta vida es sólo un «valle de lágrimas» y que existe un «más allá» que compensa sobradamente de las estrecheces que se sufren acá. En este mundo no existe la felicidad, y, por tanto, ¿para qué esforzarse en buscarla? La vida humana es sólo un puente tendido hacia la «otra vida», que es la auténtica porque es eterna. Estas creencias anularon el estímulo y el afán de lucro de los hombres medievales durante varios siglos. Los europeos estaban resignados con su suerte, convencidos de que todo ocurría según los designios divinos y que nada podían hacer para mejorar su existencia. Por eso los hombres se resignaban a permanecer en la clase social que les había correspondido al nacer. Si no ¿cómo vamos a explicarnos las continuas sublevaciones populares a partir del siglo XIII, si las condiciones de vida eran las mismas y los nobles no habían disminuido su poder? A partir del siglo XI el hombre comienza a sentir desconfianza y desasosiego. La fe ingenua y rotunda del hombre altomedieval se va agrietando, cuarteando, debilitando progresivamente y por esas fisuras penetran en la mentalidad europea otros afanes. Esta nueva postura ante la vida, mucho más abierta a la naturaleza, caracteriza la Baja Edad Media y la veremos en el tema XIX de esta colección.

La falta de seguridad personal

Que era crónica e insoportable en esta época. Las invasiones bárbaras habían producido una psicosis de inseguridad. A ello se unía el bandidaje y la rapiña en todos los grados (FIG. 2). Los caminos estaban infectados de maleantes. Los señores feudales ejercían un poder despótico sobre sus territorios y sólo se respetaba una ley: la del más fuerte. No había un poder público que garantizara la justicia y el orden. La autoridad era incapaz de hacer frente al crimen, el robo y el delito. Esto se debía a que el tremendo aparato burocrático y policial, que había mantenido el Imperio Romano libre de esta enfermedad, se había desmoronado totalmente y los reyes bárbaros no se preocupaban de ello. Mejor dicho, no podían preocuparse porque tampoco tenían dinero, ni hombres suficientes para ello. Tenían que dejar la salvaguarda del orden público en manos de los señores feudales de cada término. Y con este poder de jurisdicción les otorgaban el «señorío» de sus posesiones. Los vasallos se sentían desamparados y sin un poder central que les permitiese vivir en paz; tenían que ponerse bajo la protección de uno de estos señores, a quien prestaban una ayuda servil a cambio de su seguridad. Al faltar una autoridad central -un Estado-, el hombre tuvo que acogerse a esta modalidad de gobierno feudal como solución de urgencia.

La escasez de moneda acuñada

Que es más bien consecuencia de lo dicho anteriormente, la