cover

title

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del “copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

 

Diseño cubierta: David Carretero

 

© 2006, Josep Roca Balasch

 

Editorial Paidotribo

Polígono Les Guixeres

C/de la Energía, 19-21

08915 Badalona (España)

Tel.: 93 323 33 11 – Fax: 93 453 50 33

http://www.paidotribo.com/

E-mail:paidotribo@paidotribo.com

 

Primera edición:

ISBN: 84-8019-875-3

ISBN EPUB: 978-84-9910-104-0

Fotocomposición: Editor Service, S.L.

Diagonal, 299 – 08013 Barcelona

Impreso en España por Sagrafic, S. L.

 

 

 

 

 

“¿Has sabido meditar y regular tu vida?

Has llevado a cabo la mayor de las empresas.”

 

Montaigne

 

 

 

 

 

1. MOTIVACIÓN

Conceptos básicos

Las necesidades

Las emociones

La ansiedad

El reforzamiento

El castigo

Integración funcional

 

2. GRADOS DE MOTIVACIÓN

 

3. CONCIENCIA EN EL DEPORTE

Conciencia cognoscitiva

Conciencia moral

Técnicas psicológicas: la autorregulación consciente

 

4. AUTOMOTIVACIÓN

El valor de la autonomía personal

El valor del conocimiento

Un proyecto personal

El valor de la salud

El valor de la integridad física

Tres temas deportivos de interés motivacional

 

5. UN EJEMPLO: LA FALTA TÁCTICA

 

Del mismo autor

 

Bibliografía

 

 

 

 

U no de los psicólogos encargado de la selección de astronautas en la antigua Unión Soviética comentaba, en una conclusión de sus años de trabajo, que lo que finalmente determinaba quien iba a ser astronauta y quien no, era su motivación por serlo. Ninguna capacidad fisiológica o intelectual, ninguna aptitud específica o habilidad personal, podía compararse a la motivación. Esta conclusión de un profesional que había desarrollado su actividad en un universo, alejado temáticamente y geográficamente, confirma una convicción existente entre los técnicos deportivos de nuestras latitudes: la motivación por competir es condición sine qua non para el entrenamiento y el éxito deportivo. Lo mismo podría decirse de otros ámbitos de desarrollo humano como el laboral o el artístico.

Al ser la motivación a título personal y profesional tan importante, la cuestión es clara: ¿qué es la motivación? De la respuesta a esta pregunta depende nuestra capacidad para intervenir en ella.

 

 

- Definición ordinaria de motivación

 

Cuando hablamos de motivación humana, en el lenguaje ordinario, lo hacemos para referir que cada persona tiene algo que le mueve, en mayor o menor grado, a actuar. Normalmente afirmamos que existe motivación a partir de la observación de la fuerza o la persistencia con que se hace una acción. Esto es importante: no sabemos de la motivación sino a través de la acción. Luego, cuando hemos observado una o varias veces a un sujeto, podemos decir que está motivado incluso antes de que actúe.

La palabra motivación forma parte de una constelación de palabras tales como emoción, sentimiento, interés, actitud, necesidad y otras que cubren, con distintos matices, nuestro hablar sobre el comportamiento y sus causas. Pero el término “motivación” lo hace en una dimensión concreta: refiere el estado disposicional de cada uno para iniciar y continuar una acción. Es decir, hablar de motivación es hablar de un estado de cosas personal que mueve a la acción y que se sitúa en el tiempo como previo a la acción.

La denotación del carácter de “fuerza que empuja” a la acción es lo distintivo de este concepto respecto a los otros.

Así, emoción y sentimiento son conceptos que se utilizan normalmente para referir efectos o estados consecuentes a la acción, pero no propiamente lo que mueve a la acción. De hecho, cuando se quiere dar la idea que una emoción o un sentimiento son algo más que estados de una persona, se especifica que actúan precisamente como motivación. Así se dice, por ejemplo, que el odio es una emoción que motiva, ya que el individuo tiende a actuar contra aquello que odia.

El concepto de interés comporta la idea de algo que mueve o puede mover a la acción, pero denota que el objetivo, lo que se quiere conseguir con la acción, es lo motivante. Por decirlo de algún modo, el interés es una motivación “exterior” al sujeto y normalmente es algo concreto. Por ejemplo, se dice que uno tiene interés por el deporte y ello significa que uno practica deporte, asiste a eventos deportivos o lee sobre deporte. Está claro, pues, que tener interés por algo es también estar motivado por ello.

El concepto de actitud refiere un estado disposicional pero no comporta acción, aunque la puede generar. Este concepto se relaciona claramente con el más sociológico y periodístico de opinión. Así, por ejemplo, uno puede tener una actitud favorable a la presencia de la mujer en el arbitraje y ello conlleva que cuando se plantea su presencia en un partido concreto, se esté a favor y se actúe defendiéndola y aceptándola.

Necesidad por otra parte también es un término disposicional que denota la falta de algo que puede también motivar. De hecho, utilizamos muy a menudo necesidad como sinónimo de motivación y así decimos que tenemos necesidad de competir o de salir de casa, como expresión de motivación. En un sentido más básico también existe una coincidencia de significados: decimos que tenemos hambre como necesidad o motivación biológica meramente orgánica.

Sea como sea, todas estas palabras, y otros posibles sinónimos, se integran dentro del concepto amplio de motivación cuando quieren indicar ese algo que empuja o mueve a la acción y a la perseverancia en esa acción.

Ese hablar ordinario refiere, también, el grado o la fuerza con que se da la motivación de las personas, de quien hablamos o de nosotros mismos. Por eso, las expresiones lingüísticas refieren estar muy o poco motivado, estarlo unos más que otros, estarlo ahora más que antes, etc. Se dice que un individuo está muy o poco motivado, permanentemente o escasamente motivado, etc. Con el uso de adverbios como estos se perfila ese conocimiento que nos interesa respecto del grado o el “quantum” motivacional de un individuo concreto.

 

 

- Definición científica de motivación

 

Las ciencias tienen una forma de hablar distinta sobre el mismo tema de la motivación, con sus ventajas y sus inconvenientes. Se centra en poner de manifiesto las causas de la motivación y de la magnitud de ésta. Ciencias como la Biología, la Psicología y la Sociología tratan esas causas y pretenden aportar explicaciones del porqué de la motivación individual y de su fuerza. Lo que pretenden, dicho de otra forma, es establecer una comprensión más amplia y, presumiblemente, más cierta de aquello que está incluido en el concepto de motivación en el hablar ordinario.

La ciencia se preocupa del funcionamiento general de la naturaleza y eso incluye la naturaleza humana. Ese funcionamiento general de la naturaleza lo plantea estableciendo distintos niveles; tiene en cuenta los aspectos físicoquímicos, los biológicos, los psicológicos y los sociológicos; su interdependencia y los factores y determinantes a cada nivel funcional. De todo el entramado funcional que nos plantea la ciencia actual, nosotros vamos a destacar aquellos contenidos que cubren lo que en el lenguaje ordinario llamamos motivación. La ciencia, por tanto, trata de todos los aspectos funcionales de la naturaleza que explican el porqué de las acciones concretas de los individuos, atendiendo así, desde una perspectiva explicativa funcional, el hablar ordinario sobre la motivación individual.

 

 

- Definición de automotivación

 

La automotivación es la motivación que uno consigue a partir del conocimiento de su funcionamiento y de sus causas. Es decir, hablamos de automotivación cuando uno mismo planea regular la fuerza que le empuja a actuar, a partir del conocimiento que tiene sobre sí mismo. En este sentido y llevando el término a la práctica, se trata de una actividad consciente, de un sujeto reflexivo, que procura ser el agente de su conducta.

Se puede decir que una máquina está motivada por cuanto actúa con determinación en su ejecución, pero está claro que su motivación es automática. También se puede decir que un organismo animal está motivado por cuanto se deduce, como en los humanos, que actúa con una determinación selectiva de cara, básicamente, a cubrir sus necesidades de alimentación e integridad física. Su motivación, sin embargo, no pasa de ser una reacción o una reacción condicionada. Un animal domesticado amplía sus motivaciones, por efecto de la manipulación que los humanos ha-cemos de sus necesidades, para conseguir determinadas acciones. Sólo los humanos, en cambio, tienen o pueden tener motivación por lo que conocen. Es decir, los seres humanos que mediante el lenguaje se orientan sobre la realidad de las cosas, –de su pasado, de su presente y de su futuro– tienen la posibilidad de guiar su motivación según este tipo de orientación.

Es por ello que la idea de automotivación es connatural al hombre y no lo es a los animales o las máquinas. La actividad cognoscitiva que nos brinda el escuchar, el hablar, el leer sobre cómo suceden las cosas y por qué –también cómo nos suceden las cosas a nosotros mismos y por qué– nos capacita para prever todo aquello que nos pueda afectar. Decimos entonces que el ser humano tiene conciencia de las cosas, de las que le afectan en particular. Esa conciencia es la que actúa de guía de la acción y, en este sentido, la motiva. Por eso podemos hablar de automotivación. Está claro que la motivación que proviene de la conciencia es un tipo determinado de motivación; tiene además sus ventajas y sus limitaciones. Ese tipo determinado de motivación consiste en construir un saber adecuado sobre las cosas, también un saber sobre cómo se forma la conciencia. A partir de ahí, hay que ver cómo la conciencia puede realizar una autorregulación motivacional que supere –y nos lleve más allá– de nuestros automatismos o nuestras reacciones motivacionales, y también más allá de nuestros comportamientos inconscientes.

 

 

CONCEPTOS BÁSICOS

 

Cualquier individuo que pretenda conocerse debe tomar en consideración, en primer lugar, que hay realidades naturales sobre las cuales, como individuo, no tiene control. Estas realidades se organizan y se desarrollan más allá de su existencia, pero le afectan y le mueven de una manera decisiva. Nos referimos a los grandes movimientos de la naturaleza que son la materia, la vida y la sociedad.

Con el concepto de materia referimos aquí la realidad del mundo físico. El movimiento de los astros –del Sol y de la Tierra, y todo lo que conlleva elementos energéticos, de luz, temperatura, existencia de oxígeno y de agua, etc.– es algo que nos trasciende, ya que no lo controlamos y, además, es preexistente y existirá después de nosotros. Nosotros nos hallamos inmersos en ese universo.

La vida es otra realidad que nos trasciende. Somos organismos que formamos parte de una historia de vida, que es anterior a nosotros y que continúa después de nosotros. Reconocer ese hecho es clave para asumir la correcta comprensión de nuestra existencia y para ponderar la realidad de nuestras opciones y nuestras fuerzas como organismos particulares. En general, el concepto de vida nos remite a esa realidad coyuntural –a ese equilibrio biológico frágil- de nuestro planeta y a todos sus condicionantes; entre ellos los que la especie humana construye con sus actuaciones. De un modo más particular y atendiendo al ciclo vital individual, es posible observar ya nuestra enorme dependencia de las leyes de vida. Estamos sujetos a nuestra fisiología desde antes del nacimiento, tenemos riesgo de enfermedades, crecemos y luego envejecemos y ello conlleva cambios definitivos en nuestra existencia cotidiana. Reconocer esa dependencia orgánica y, particularmente, la que refiere los límites de nuestra existencia biológica es, sin duda, un acto necesario para tomar conciencia de lo que nos mueve en un ámbito más general y básico. Por otra parte, la consideración del funcionalismo orgánico, en el día a día de nuestra existencia, ha de formar parte de nuestra consideración al tratar la motivación de forma más concreta.

La sociedad es la tercera gran fuerza. La existencia de un universo de convenciones lingüísticas, de criterios de conocimiento y de conceptos disponibles, pero también de costumbres, de valores, de creencias o simplemente de prejuicios y de tantos y tantos aspectos sociales independientes de nuestra existencia y nuestro pensar, es algo que exige reconocimiento. Lo exige, evidentemente, para entender el mundo y cómo nos afecta en esa nueva dimensión, pero también para organizar la propia existencia en él. Ni que decir tiene que, en este sentido, la relación del individuo con la sociedad que le rodea debe constituir el grueso del tema de la motivación, ya que el hombre es un ser que se define precisamente por su carácter social; es decir, por su regulación conductual de acuerdo con lo convenido por los grupos en los que participa.

Materia, vida y sociedad son tres grandes dinámicas que nos mueven; se podría decir que son como tres “dioses” de nuestro mundo real. No exigen creencia porque están ahí; pero sí nuestra atención permanente. Nuestra existencia se desarrolla en su presencia y nos hallamos sujetos a sus leyes. El individuo concreto, la persona consciente, debe reconocerlos y aceptarlos; a la manera como, en los santuarios helénicos, el primer paso para la curación consistía en hacer ofrendas a los dioses; eso es reconocer su existencia y su poder.

La motivación individual es la motivación que nos interesa, pero es bueno reconocer que, a menudo, existen esas motivaciones materiales, vitales y sociales que nos afectan en múltiples dimensiones sin que nosotros, como individuos particulares, podamos alterarlas.

El reconocimiento que dependemos de esas grandes fuerzas que nos superan se halla en nuestro lenguaje y en nuestro pensamiento. Aquí se trata de hacerlo explícito. Efectivamente, cuando decimos que tenemos –o que somos– un cuerpo, reconocemos que en eso somos igual que una piedra, una mesa o un astro. Es decir, estamos sujetos al orden universal de los cuerpos y por ello nos afecta la traslación de la Tierra y su rotación, la gravedad y la presión, y todo lo que afecta a la materia en general.

Por otra parte, cuando decimos que somos un organismo, reconocemos que nos mueve otro orden de cosas que es la vida, y que en eso somos iguales a otros seres vivos como las plantas y los animales.

Cuando decimos, por otro lado, que somos un ciudadano, reconocemos entonces que formamos parte de un grupo cultural o de la sociedad en general.

Cada uno de nosotros, en lo que tenemos de cuerpo, de organismo y de ciudadano estamos motivados por las fuerzas materiales, vitales y sociales que nos trascienden. Esta idea básica tiene una enorme trascendencia para entender la motivación humana, ya que supone reconocer y tomar en consideración aquello que nos mueve más allá de nuestro control. Lo veremos con más detalle.

En cuanto al cuerpo, destaca el tema general de nuestra estructura mecánica y las proporciones de ese cuerpo que van cambiando a lo largo de la vida. El cuerpo humano está predestinado a moverse sobre un suelo estable; andar es su forma de desplazamiento, con dificultad se mueve en el agua y no vuela. Ello, aparte de ser una obviedad, marca claramente los límites motivacionales más elementales que poseemos como especie.

Un tema más determinante de nuestra motivación cotidiana a lo largo de la vida es el del tamaño y las proporciones del cuerpo. La altura y el progresivo descenso del centro de gravedad que se produce al crecer, explican la posibilidad y los límites de las acciones y de las habilidades perceptivo-motrices en un determinado momento de crecimiento. Existe un conocimiento claro sobre este tema y lo que interesa destacar es que ello repercute en la motivación de los sujetos, especialmente de los niños, para realizar determinadas acciones. Andar para un niño de un año es algo mucho más difícil que hacerlo a los siete, por ejemplo. Aparte de la fuerza y la coordinación muscular que haya adquirido, el centro de gravedad del cuerpo es muy alto al año y más bajo a los siete, con lo cual la facilidad para desplazarse del cuerpo es mucho mayor a los siete que a un año. Para el tema crítico de la bipedestación y el equilibrio dinámico del cuerpo, éste es un aspecto relevante. Ello significa que puede haber más accidentes al año de vida que más tarde; en aquella acción básica de andar y en todas las que comporten exigencia de equilibrio, con todo lo que pueden significar de daño, aversiones y miedos. Pero es que, además, prácticamente todas las cosas del mobiliario doméstico y urbano están pensadas para los cuerpos humanos adultos y ello significa que subir y bajar escaleras, subirse a una silla o entrar y sentarse en un coche o autobús, comporte acciones completamente distintas en los niños y en los adultos. El tema es particularmente crítico en el deporte. Jugar a fútbol o a básquet para un niño comporta unas exigencias difícilmente alcanzables, desde agarrar con seguridad una pelota, desproporcionada para sus brazos, hasta cubrir una portería inmensa e inconmensurable para un niño de seis años. Pero hay más: los cambios en las proporciones de un niño que va creciendo le obligan a ir modificando sus habilidades de juego y eso, aparte de exigir un continuo e inacabable aprendizaje, significa mayor posibilidad de errores y menor dominio de las acciones, y más que probables desmotivaciones según ello. Si un niño desea jugar a ping-pong, por ejemplo, tiene que ir modificando sus golpes conforme crece y hasta que no alcance la altura del adulto va a estar en inferioridad de condiciones, como se dice habitualmente. Eso, sin duda alguna, tiene que ver con la motivación, puesto que señala que, para un niño que no tiene un cuerpo como el del adulto, su coordinación física es continuamente más exigente y eventualmente más frustrante que para los sujetos adultos.

Ser un organismo, por otra parte, comporta igualmente una serie de condicionantes de las acciones individuales. Los más importantes son todos los relativos al mantenimiento cotidiano del cuerpo y que tienen que ver con la alimentación y las necesidades orgánicas en general. Lo vamos a ver más adelante. Sin embargo, existen aspectos más generales del funcionamiento orgánico que conviene destacar aquí, por el hecho que actúan de contexto biológico general a la existencia de cada uno y explican la motivación en el sentido de disposición para la acción.

Hay que asumir, nuevamente, el hecho que somos un organismo y que ello comporta cambios en la motivación relevantes. Así, el estado de enfermedad conlleva desánimo e inapetencias mientras que el estado de salud conlleva ánimo y deseo de hacer cosas. De la misma manera el estado de fatiga induce al descanso, mientras que el de vigor induce a la acción. Igual sucede con todo aquello relativo a los estados de sueño y vigilia. Cuando tenemos necesidad de dormir no hay motivación para otra cosa, mientras que cuando nos hallamos en estado de vigilia es cuando realizamos nuestras actividades motivadas. Un tema importante, en cuanto a la motivación y relacionado con de dormir es que esta fase diaria de recuperación orgánica se hace normalmente por la noche. En cambio, la vigilia suele coincidir con el día. Por la noche hay oscuridad y durante el día luz. Y la luz aparece como un activador del ánimo, el humor y la motivación por hacer cosas. Se sabe que en los países en los que hay poca luz en determinadas épocas del año y además el día es muy corto, las personas tienen serias dificultades para mantener su ánimo y su actividad; ello se relaciona, por otra parte, con la mayor frecuencia de suicidios. No es extraño que exista, en este sentido, una terapia antidepresiva que consiste precisamente en exponerse a la luz. La luz, en todo caso, aparece como un elemento físico activador del funcionalismo orgánico y este hecho hay que tenerlo en cuenta como sustrato de motivación general.

En otro orden de cosas, las necesidades orgánicas de ejercicio y de alimentación y las necesidades sexuales juegan un papel relevante en nuestras vidas; cosa que se reconoce implícitamente y explícitamente en la organización social humana. Esas necesidades aunque a veces no son tenidas en cuenta y están como automatizadas son otro sustrato biológico relevante de motivación.

Quizá el elemento orgánico más relevante para el deportista y la vida profesional en general es la fatiga. La fatiga es un estado orgánico que se expresa de distintas maneras y es nombrado con distintas palabras, pero siempre es el efecto de la ejercitación continuada de una reactividad orgánica. Así se habla de fatiga muscular por el ejercicio repetido de una articulación y de fatiga neuronal por activación continua de un circuito cerebral. Se habla también de habituación como fatiga de un reflejo orgánico, que deja de presentarse por efecto de su estimulación repetida; o se habla de adaptación sensorial para hacer referencia a la pérdida de sensibilidad por estimulación mantenida sobre un sentido. Todas estas fatigas son relevantes porque indican que nuestro organismo condiciona y limita nuestra actividad, en el sentido que la hace menos fuerte y sensible cuando se halla en este estado de debilidad que denominamos fatiga. Además, las fatigas pueden volverse crónicas y su efecto sobre la motivación general de un individuo se hace evidente.

Como veremos un poco más adelante, los estados pasajeros de fatiga tienen una enorme relevancia en el deporte, ya que su presencia en la competición comporta distracción y pérdidas de rendimiento momentáneas, las cuales pueden desencadenar desmotivación.

Hay otros elementos físicos y químicos que también afectan a nuestra existencia en general y en situaciones concretas. Nos referimos al viento, a la altura, a la presión atmosférica, pero también a la presencia –y en qué cantidad– de elementos como el oxígeno o el ozono, todos ellos con la facultad de alterar nuestro funcionamiento orgánico y, consecuentemente, nuestro funcionalismo mental o psíquico. Así los alpinistas pueden constatar cómo sus facultades fisiológicas y mentales sufren un deterioro temporal, conforme ascienden a alturas con menos oxígeno, o los maestros observan como el paso de perturbaciones meteorológicas afectan el comportamiento de sus alumnos y el propio. La dirección de esa alteración no tiene por qué ser siempre en una sola dirección, sino que a menudo admite varias. Así, el viento altera a las personas, pero mientras unas se deprimen, otras se activan y se fortalecen. Esto es importante notarlo, ya que la manera como algunos fenómenos físicos y químicos nos afectan está mediada por nuestra forma de relacionarnos con ellos.

En una dimensión evolutiva existen los cambios fisiológicos que ocurren durante el ciclo vital de los humanos, en un ámbito funcional distinto pero concomitante a los cambios físicos. Las llamadas cualidades físicas y su evolución expresan esa condicionalidad orgánica de la evolución de los organismos humanos. Se sabe que la flexibilidad, la velocidad, la fuerza y la resistencia evolucionan de una manera característica a lo largo del ciclo vital y ello explica, con poco margen de duda, parte de la motivación individual de determinados hábitos y también habilidades en cada momento.

La llamada maduración, por otra parte, significa poner la atención en el desarrollo de los órganos y sistemas orgánicos, tanto en la fase de crecimiento como en la de envejecimiento. Aparte de cubrir explicativamente lo que son las cualidades físicas, el concepto de maduración pone especial énfasis en los cambios neurofisiológicos y sexuales de las personas, con todo lo que conllevan de potencialidades y límites a la acción individual.

Otro aspecto orgánico a destacar es la presencia de la enfermedad y la anomalía funcional, en general, de todos nuestros órganos y sistemas orgánicos. El universo de trastornos que se puede relatar es inmenso y define la relevancia de la fisiología y la medicina actuales. Piénsese sólo en los temas de salud presentes en la etapa de la infancia, o la necesidad de atención de los trastornos derivados del envejecimiento. Piénsese también en los efectos de las drogas en las personas o en los estados físico-orgánicos consecutivos a los accidentes en una sociedad como la nuestra. ¿Quién puede dudar que la motivación individual está profundamente contextuada por esa dinámica orgánica que llamamos “vida”?

La manera como esto ocurre se va a explicar, en parte, a partir de los conceptos de necesidad, condicionamiento, reforzamiento y castigo, pero es bueno darse cuenta de que los elementos orgánicos están ahí más allá, por decirlo así, de nuestra psicología, pero como base de ella.

En tercer lugar, ser un ciudadano significa asumir que somos elementos de una organización social que nos mueve según sus convenciones; es decir, según sus creencias, sus ideologías, sus valores, sus costumbres y demás manifestaciones de aquella organización. El modo en que la sociedad motiva a las personas es amplia y compleja. Hay que atender, por un lado, a las exigencias interactivas y, por otro, a la necesidad de adquirir conocimientos, según sea la organización social y su nivel de exigencia. Dado que, en gran parte, este texto está dedicado a dar una perspectiva sobre ello, lo proponemos como ilustración de lo que significa conocimiento. Vamos a concretar, a lo largo del mismo, varios aspectos de lo que significa ser ciudadano y tener conocimiento.

En una perspectiva evolutiva, puede ser interesante tomar aquí en consideración un concepto ilustrativo que sirva de referencia para establecer una generalización de lo que conlleva ser ciudadano en una sociedad. Nos referimos al concepto de ilusión.

Una ilusión es –de acuerdo con el diccionario y en la acepción que nos interesa aquí– la alegría o entusiasmo que se experimenta con la esperanza o la realidad de alguna cosa agradable. Las sociedades crean ilusiones que comparten los ciudadanos que forman parte de ellas y lo hacen de manera diferencial según la historia y las circunstancias de cada una de ellas. La ilusión es una dimensión de motivación crítica en la vida de las personas y por ello hay que plantear de momento algo general y luego ver derivaciones.

En nuestra sociedad occidental actual se comparten ilusiones, con variaciones según determinantes locales, que afectan de manera global al desarrollo personal de los individuos.

Es característico que durante la infancia, en la que los individuos tienen una enorme dependencia de los adultos, se fomenten ilusiones ingenuas e irreales como la de que existen seres, como Papa Noel o los Reyes Magos. Se crea un universo de cosas irreales y se relaciona directamente con el comportamiento de uno diciendo, por ejemplo, que esos personajes tienen en cuenta el comportamiento concreto de cada uno y traen regalos de acuerdo con ello. Es curioso que la mentira sea un componente esencial de esa ilusión. Cosa que pone de manifiesto que, en nuestra cultura, la motivación tiene un valor superior al de verdad, al menos en determinados momentos.

Paralelamente y a partir de la impotencia que caracteriza la infancia en muchos aspectos, la idea de ser poderoso y tener facultades o poderes extraordinarios, constituye un vector de motivación relevante. Las lecturas y los vídeos o películas exitosas con personajes extraordinarios como Harry Potter confirman la existencia de esa motivación basada en el deseo de tener o disponer de un poder superior.

La sociedad parece asumir el valor motivacional extrínseco –como veremos– de esos intereses, en aras a crear hábitos considerados positivos o para fomentar la actitud general de querer ser algo y autoafirmarse.

Posteriormente existen ilusiones más realistas, como la de querer ser una estrella deportiva y ser famoso, pero que tampoco ofrecen garantías de éxito. En todo caso el empeño del niño por querer ser y llegar a lo más alto en la organización social aparece como el sustrato motivacional fundamental en nuestra cultura.

La adolescencia, junto al hecho de los cambios orgánicos que introduce la necesidad sexual, es un momento de inflexión en la definición de ilusiones. El ciudadano adolescente ya no acepta las mentiras, ni que quieran motivarle de manera irreal. En eso y en otras cosas, asume una actitud crítica respecto a los mayores. Su motivación se halla en crisis no sólo por ello, sino porque asume con realismo y con plena inteligencia su situación personal. En ella, la ilusión –dudosa– por ser mayor se acompaña de la perspectiva de tener que asumir patrones de comportamiento y esfuerzos cuya asunción se cuestionan.

La juventud y la adultez acostumbran a definir un ciudadano más comprometido, con ilusiones relativizadas, que entra en rutinas formativas y laborales pero, en todo caso, con el sustrato de fuerza que conlleva un desarrollo orgánico de plenitud. Los compromisos del trabajo y la formación de núcleos familiares o de convivencia acostumbran a marcar esa etapa activa y plenamente participativa del ciudadano en la sociedad. Las eventuales crisis de motivación pueden provenir de circunstancias diversas de esa etapa, pero en todas ellas destaca la idea de un sujeto –el yo, que trataremos a continuación– que evalúa y asume, como elemento básico, el que uno mismo no se confunde con el ciudadano que trabaja y actúa, sino como un ser propio que se siente distinto y, eventualmente, motivado o desmotivado diferencialmente.