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WILLIAM MITCHELL

La Distopía del Euro

Pensamiento gregario y negación
de la realidad

Con prólogo
de Alberto y Eduardo Garzón

Traducido del inglés
por Carlos García Hernández

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Copyright © Lola Books GbR, Berlin 2016
www.lolabooks.eu
Copyright © de la traducción: Carlos García Hernández

Contenido

Nota del editor y traductor

Prólogo

Prefacio

PARTE III

Las opciones de Europa

CAPÍTULO 17

Un marco monetario para el activismo en materia de política fiscal

CAPÍTULO 18

Encuadrando el debate: dos visiones alternativas de la economía

CAPÍTULO 19

Los principios básicos de la finanza funcional

CAPÍTULO 20

La solución federal

CAPÍTULO 21

Financiación monetaria directa

CAPÍTULO 22

La salida del euro

CAPÍTULO 23

Trabajo garantizado

CAPÍTULO 1

Introducción

PARTE I

Los primeros años

CAPÍTULO 2

Los primeros esbozos de la unión monetaria y la Cumbre de la Haya

CAPÍTULO 3

El informe Werner y el colapso de Bretton Woods

CAPÍTULO 4

La ‘serpiente en el túnel’ reaparece

CAPÍTULO 5

El monetarismo llega en medio de la confusión monetaria

CAPÍTULO 6

El informe Delors

CAPÍTULO 7

Adelante con Maastricht

CAPÍTULO 8

El Tratado de Maastricht

CAPÍTULO 9

Convergiendo en crisis y en austeridad

CAPÍTULO 10

La camisa de fuerza ideológica

CAPÍTULO 11

El Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC)

CAPÍTULO 12

La farsa de la convergencia: cortinas de humo y negación de la realidad

PARTE II

El camino hacia la crisis

CAPÍTULO 13

Los primeros años: autocomplacencia engreída y engaño de masas

CAPÍTULO 14

La crisis fiscal de 2003

CAPÍTULO 15

El ‘jobwunder’ alemán

CAPÍTULO 16

El pensamiento gregario europeo: negación de la realidad sin parangón

Referencias bibliográficas

Nota del editor y traductor

Tras más de una década dedicado a la enseñanza del ajedrez, mi experiencia me dice que la mejor manera de aprender a jugar es empezando por el final. Una vez aprendidos los conceptos básicos del final de partida es cuando el alumno debe adentrarse en la teoría de aperturas y del medio juego.

Por esta razón, la edición en español de La Distopía del Euro comienza con la parte III del original en inglés y luego continúa con las partes I y II. Este cambio, consensuado con el autor, permite al lector en español acceder desde el principio a las alternativas propuestas por Bill Mitchell para salir de la crisis en la que está sumida la eurozona. Para la apertura y para el medio juego ya habrá tiempo más tarde. Lo importante es saber desde el principio cómo dar jaque mate al neoliberalismo que nos ha llevado a la crisis.

Ciertamente, el orden original elegido por Bill Mitchell es científicamente impecable. La primera parte versa sobre el desarrollo histórico de la Unión Monetaria y Económica (pasado), la segunda versa sobre la crisis financiera global (presente) y la tercera sobre la solución de la crisis (futuro). Para una lectura estrictamente científica del libro este es sin duda el orden correcto: pone de manifiesto la relación causal que existe entre los dogmas perversos del pensamiento gregario y el dramático resultado sobre las personas que los padecemos. Sin embargo, no hace falta empezar por explicar al lector español lo que es la crisis ni cómo se ha gestado. El lector español ya sabe lo que es la crisis porque está sumido en ella, la sufre en sus carnes y ha vivido la gestación de la misma. Lo que el lector español no sabe es cómo salir de ella. Por eso, el libro que tiene entre sus manos comienza por el capítulo 17 y continúa hasta el 23. Después pasa al capítulo 1 y termina con el capítulo 16. Para que el lector pueda elegir por sí mismo qué orden de lectura seguir, hemos mantenido la numeración original de los capítulos.

Aprovecho este apartado para agradecer a Alberto y Eduardo Garzón la redacción del prólogo, así como su participación en la presentación y difusión del libro.

Además, quiero dar las gracias a los miembros de la Asociación por el Pleno Empleo y la Estabilidad de Precios (http://apeep-tmm.tumblr.com/; info.apeep@gmail.com) Jorge Amar Benet, Stuart Medina Miltimore y José Carlos García Hernández por su ayuda con la traducción. Sin su participación la traducción habría sido mucho peor. No obstante, cualquier error en la misma es únicamente responsabilidad mía.

Carlos García Hernández

Berlín, marzo de 2016

Prólogo

No es casualidad que tenga que ser un economista australiano quien nos brinde una de las más completas y mejores explicaciones que hay sobre la creación de la zona monetaria europea y de su evolución (degeneración) en una suerte de oda a los principios económicos neoliberales. Al fin y al cabo, en Europa hemos estado recibiendo durante décadas y por parte de todos los poros del sistema mensajes que conformaban un relato muy particular y armonioso de la Unión Europea; ése que nos habla del final de las eternas guerras entre vecinos, de la solidaridad, de la justicia y del progreso, de los derechos humanos, de un poderío económico sin parangón gracias a una moneda única, etc. La exposición a este tipo de propaganda, erigida además sobre una simbología identitaria y pasional que conmueve a cualquiera, ha sido tal dentro de nuestras fronteras que ningún europeo puede realizar un análisis que no esté viciado de tales consignas.

Tenemos tan grabadas en nuestra mente las supuestas bondades del proyecto europeo que ponerlas en cuestión supone prácticamente ir contra algo que forma parte de nosotros mismos. Hay estudios en el campo de la psicobiología que aseguran que lo que aprendemos a través de un proceso constante –y especialmente en edades tempranas– se acaba plasmando en la propia estructura neuronal, de forma que desprenderse de esas creencias no es tarea fácil ya que ello confronta con la propia configuración biológica. Por eso es más fácil y probable que los análisis más objetivos y serenos sobre la Unión Europea sean llevados a cabos por personas que no han estado expuestas a esa progresiva y paulatina contaminación cognitiva que hemos sufrido durante tanto tiempo.

Existe otro factor clave que contribuye a explicar por qué un economista de las antípodas geográficas puede realizar un análisis más riguroso y completo sobre Europa y en concreto sobre la Eurozona que uno europeo: que vive en un país que tiene soberanía monetaria, a diferencia de lo que ocurre con los países que adoptaron el euro. Es tremendamente difícil explicar a un ciudadano español, alemán o griego, por poner sólo tres ejemplos, que desde 1971 los Estados soberanos tienen infinita capacidad para crear dinero y que no necesitan recaudar impuestos o endeudarse para poder aplicar políticas de gasto. Es difícil porque esas personas habitan en países que dejaron de ser soberanos en materia monetaria hace ya mucho tiempo, y que por lo tanto han normalizado que cualquier gobierno estatal debe primero obtener dinero para poder gastar, cuando esto no es así para países que controlan su propia moneda. De aquí que un economista australiano tenga mayor amplitud de miras a la hora de abordar las limitaciones y las potencialidades de un proyecto que se articula en torno a una unión monetaria.

Pero tampoco creamos ahora que el mérito de haber elaborado una profunda y completa exposición sobre la Eurozona radica en que su autor habite fuera del Antiguo continente. Porque economistas no europeos, y particularmente australianos, hay muchos, y sólo Bill Mitchell ha sido capaz de regalarnos esta brillante obra. En ello ha jugado un papel crucial su particular formación económica, regada de análisis económico marxista y, especialmente, de la denominada Teoría Monetaria Moderna. Este libro es una buena muestra de que la inusual combinación de estas dos perspectivas analíticas permite un acercamiento a la actual realidad política-económica muy potente, capaz de dar una explicación consistente y estructurada de los últimos acontecimientos económicos experimentados en Europa en torno a la progresiva configuración de la unión monetaria.

El repaso detallado y milimétrico de la formación de la Eurozona que Bill Mitchell lleva a cabo en esta obra no tiene parangón ninguno, y evidencia lo que muchos todavía parecen desconocer: la construcción de la unión monetaria europea mutó formidablemente a mitad de camino debido al fortalecimiento académico e institucional de los principios rectores del enfoque económico denominado Monetarismo, absorbidos plenamente por una élite dirigente europea comandada por la clase capitalista alemana. Esta deriva es la que explica fundamentalmente que el actual diseño institucional de la Eurozona esté pensado para favorecer los intereses de la élite económica y financiera a costa de erosionar los derechos de las clases populares y los propios principios democráticos plasmados en los cuerpos jurídicos de los Estados. Esto es algo que quedó claramente evidenciado tras la crisis financiera iniciada en 2007 y agravada por la llamada “crisis del euro” de 2010, mediante la cual las políticas de austeridad han condenado a los europeos más desfavorecidos a una situación dramática en términos económicos y sociales, al mismo tiempo que fomentaron asaltos a cartas magnas como la española para grabar a fuego y asegurar así ad eternum los privilegios de la oligarquía financiera.

Pero la crisis económica que asoló a Europa con mayor intensidad que al resto de países no surgió de la nada, sino que fue fomentada y agravada por la propia configuración de la zona monetaria, la cual genera constantemente desequilibrios macroeconómicos entre sus economías partícipes sin que estén contemplados mecanismos compensatorios. Así lo explica Bill Mitchell con acierto, denunciando la inexistente unidad política, fiscal e incluso bancaria de la Eurozona. Y es que en todas las regiones del planeta hay áreas más desarrolladas económicamente que otras, porque la acumulación capitalista no puede ser homogénea geográficamente, sino que favorece a unas regiones a costa de no hacer lo mismo con otras (¿acaso alguien imagina un Silicon Valley, por ejemplo, en todos los estados de Estados Unidos, o el centro de negocios financiero y administrativo madrileño en todas las provincias de España?).

Por eso existen mecanismos compensatorios –especialmente en regiones que comparten la misma moneda, ya que ello intensifica el distanciamiento económico– como las transferencias de rentas o las políticas públicas discriminatorias que, con todas sus imperfecciones, intentan que el bienestar de las personas que viven en regiones como Extremadura o Dakota del Norte no quede muy por debajo del bienestar de las personas que habitan en regiones como Cataluña o California, por poner sólo dos ejemplos. De esta forma, la inercia desequilibradora que es intensificada por monedas únicas (peseta o euro en el primer caso, y dólares en el segundo) queda suavizada a través de una movilización social del presupuesto común. Pero en España y en Estados Unidos el presupuesto es superior a la mitad de sus correspondientes niveles de Producto Interior Bruto, mientras que en la Eurozona esta cota no llega siquiera al 3 %. Es decir, en la Eurozona hay unión monetaria, pero poco más, lo cual no hace sino empeorar el hecho de que su propio diseño esté sesgado exclusivamente en beneficio de una élite. Un proyecto perverso de unión de mercaderes más que unión de pueblos, y que fue denunciado ampliamente en sus orígenes sin que la correlación de fuerzas existente en aquel entonces permitiese cambiar su desarrollo. En la actualidad nos encontramos inmersos en una enorme trampa llamada euro, que no nos permite avanzar hacia sociedades más justas al mismo tiempo que nos dificulta enormemente la marcha atrás. Se trata de una difícil encrucijada que requiere mucho esfuerzo en materia de debate académico y político por parte de todos los que queremos mejorar las condiciones de las clases populares.

Y para ayudarnos en esa noble aspiración Bill Mitchell nos regala una particular interpretación de cómo funciona el dinero, cuál es su relación con las políticas fiscales en los sistemas monetarios actuales, y cómo podrían articularse políticas económicas encaminadas a mejorar el bienestar de todos los europeos sin poner en riesgo la estabilidad macroeconómica. Este particular enfoque analítico se conoce como Teoría Monetaria Moderna, y supone un cambio de paradigma interpretativo en tanto en cuanto le da la vuelta a la extendida forma de entender cómo funcionan los bancos comerciales y centrales, así como los déficit públicos. Acorde a este marco analítico, el dinero no es más que un invento del ser humano para facilitar las transacciones económicas, una herramienta de política económica que debe utilizarse por parte de los Estados soberanos sin absurdas cortapisas como los topes de déficits públicos o de deuda pública, aunque siempre con precaución y astucia para evitar consecuencias no deseadas. De esta forma, la consecución del pleno empleo en un entorno de estabilidad de precios es un objetivo perfectamente factible a través de políticas de Trabajo Garantizado implementadas por un Estado europeo que no se ate inútilmente las manos a la hora de aplicar políticas de inversión pública.

La constatación de esta posibilidad técnica es crucial para convencer a la gente de que otra Europa, mucho más sana y democrática, es posible, y de la necesidad de dar la batalla en el terreno político para así arrebatarle a las élites económicas y financieras europeas los privilegios que el propio proyecto comunitario les confiere a costa del deterioro de los derechos económicos y sociales de la mayoría. Por eso tenemos frente a nosotros un libro que nos brinda la posibilidad de romper con los viejos y absurdos esquemas mentales que la ideología neoliberal nos ha inoculado hasta la médula. Además nos permite conocer una nueva forma de entender la política fiscal y monetaria. En sí mismo este libro es una formidable herramienta para lograr la transformación social que necesitamos y alcanzar así mayores cotas de bienestar y de justicia económica y social.

Alberto y Eduardo Garzón

La Distopía del Euro

Prefacio

Este libro está destinado a los legos en economía que no han estudiado la materia de forma reglada pero que están interesados en las ideas económicas. Pese a que la terminología ( jerga) económica está presente durante todo el libro, se ha hecho todo lo posible por simplificar y clarificar dichos términos con objeto de maximizar el significado y la comprensión del texto. El libro intenta proporcionar un punto de vista alternativo que empodere a las personas progresistas a la hora de rebatir el actual mantra de austeridad que está llevando a las naciones europeas al estancamiento, a altos índices de desempleo y a tasas de pobreza en aumento. El supuesto del que partimos es que el proceso político ha sido raptado por élites poderosas y ricas que se aprovechan de nuestra falta de comprensión de la economía para imponer políticas económicas que debilitan la prosperidad y la redistribución de los ingresos, a la vez que enriquecen a la minoría que se encuentra en lo alto del escalafón económico. Sin una minuciosa exposición de los mitos económicos neoliberales relacionados con los déficits y con la deuda, las posibilidades de que las fuerzas progresistas puedan tomar impulso en contra del actual ataque neoliberal sobre los derechos de los pueblos y sobre la prosperidad son muy reducidas.

Quiero agradecer especialmente a Melinda Hannan (de CofFEE) su valiosa ayuda administrativa y editorial. Gracias también a la doctora Louisa Connors, que ha realizado una valiosa revisión crítica del manuscrito. Gracias sinceramente a la doctora Natalie Doyle, que proporcionó útiles consejos y opiniones sobre los matices de la historia europea, en concreto en lo que respecta a la rivalidad francoalemana. Gracias igualmente a Thomas Fazi por sus ánimos y por su apoyo durante todo el proyecto. También me he beneficiado de mi larga colaboración académica con el Profesor Joan Muysken, de la Universidad de Maastricht, y de los largos periodos de trabajo en dicha universidad en los que reflexioné sobre la historia europea y sobre cómo ésta está relacionada con los desarrollos económicos.

El proyecto en su conjunto está dedicado a los millones de trabajadores desempleados anónimos a los que se les ha negado la oportunidad de tener una vida plena debido a la puesta en práctica de políticas económicas neoliberales erróneas instigadas por economistas ortodoxos que por desgracia no pagan ningún precio por su propia insensatez.

Aunque muchos han sido los que han ofrecido su ayuda y consejo, todos los errores cometidos son responsabilidad del autor.

William Mitchell

Profesor de economía

Centro por el Pleno Empleo y la Equidad (Centre of Full Employment and Equity)

Universidad de Newcastle, Australia

Newcastle, Australia, agosto de 2014

 

Citas

Las referencias a documentos oficiales, informes y comunicados de prensa procedentes de la Comisión de las Comunidades Europeas, independientemente de la fecha en la que fueron publicadas, están recogidas bajo el término Comisión Europea. De igual forma, el término Consejo Europeo se utiliza para documentar todas las referencias asociadas al papel jugado por este organismo.

Si se cita una fuente sin proporcionar un número de página es que se trata de un documento no paginado, normalmente una página de internet.

El método utilizado para realizar las citas es el de citar primero el documento. Si después se realiza una mayor especificación, entonces sólo se proporciona el número de página, siempre y cuando éste no resulte ambiguo.

Las citas procedentes de documentos no escritos en inglés son traducciones de los originales realizadas por el autor.

Abreviaturas

BBGBundesbankgesetz (Ley del Bundesbank)
RBGRenta Básica Garantizada
BISBanco de Pagos Internacionales (Bank of International Settlements)
BVerfgTribunal Constitucional Federal Alemán
PACPolítica Agraria Común
CDUUnión Demócrata Cristiana (Alemania)
CSUUnión Social Cristiana de Baviera (Alemania)
TJETribunal de Justicia Europeo
CofFEECentro por el Pleno Empleo y la Equidad (Centre of Full Employment and Equity)
BCEBanco Central Europeo
ECOFINConsejo de Asuntos Económicos y Financieros de la Unión Europea (Economic and Financial Affairs Council)
ECUUnidad Monetaria Europea (European Currency Unit)
PDEProcedimiento de Déficit Excesivo
SMESistema Monetario Europeo
UMEUnión Monetaria y Económica
UEUnión Europea
AFFAutoridad Fiscal Federal
PIBProducto Interior Bruto
CFGCrisis Financiera Global
CIGConferencia Intergubernamental
TGTrabajo Garantizado
TMMTeoría Monetaria Moderna
NAIRUTasa de desempleo no aceleradora de la inflación (Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment)
ZMOZona Monetaria Óptima
FMDFinanciación Monetaria Directa (Overt Monetary Financing)
PIIGSPortugal, Italia, Irlanda, Grecia y España (Spain)
FCFlexibilización Cuantitativa
TCERTipo de Cambio Efectivo Real
PECPacto de Estabilidad y Crecimiento
PMVPrograma de los Mercados de Valores
TINANo Hay Alternativa (There Is No Alternative)
TroikaColectivo formado por la UE, el BCE y el FMI (Fondo Monetario Internacional)

PARTE III

Las opciones de Europa

 

CAPÍTULO 17

Un marco monetario para el activismo en materia de política fiscal

“A la mente le gusta una idea extraña tan poco como al cuerpo le gusta una proteína extraña, y se resiste a ella con una energía parecida. Quizás no sería demasiado rocambolesco decir que una nueva idea es el antígeno más rápido conocido por la ciencia. Si nos observamos a nosotros mismos honestamente, a menudo nos daremos cuenta de que hemos empezado a estar en contra de una nueva idea incluso antes de que esta se nos haya expuesto en su totalidad. No me cabe ninguna duda de que la última frase ya ha suscitado rechazo – lo cual muestra lo rápido que entra en funcionamiento el mecanismo de defensa. (Trotter, 1941)”.

LA VÍA DE ESCAPE PARA SALIR DEL PENSAMIENTO GREGARIO NEOLIBERAL

El consenso sobre la austeridad que mantiene a la eurozona embutida en una camisa de fuerza no se basa en ninguna comprensión lógica del sistema monetario moderno e ignora deliberadamente muchas de las opciones reales que están a disposición de los gobiernos emisores de moneda fíat. Los políticos europeos y las burocracias que los sustentan están paralizados por un pensamiento gregario destructivo que es el que determina las políticas económicas, que a su vez son incapaces de restaurar y sostener la prosperidad. Esto es así porque sus supuestos macroeconómicos fundamentales no se basan en la realidad. El objetivo aquí es señalar una nueva manera de pensar acerca de la economía que demuestre las opciones reales y las responsabilidades de los gobiernos actuales que emiten moneda fíat. Este marco conceptual les proporciona a los responsables de las políticas económicas una manera efectiva para escapar del pensamiento gregario neoliberal. Este marco monetario, que recibe el nombre de Teoría Monetaria Moderna (TMM), proporciona una base coherente al activismo fiscal y proporciona una alternativa real a la austeridad y el estancamiento que actualmente rodea a la eurozona. Los principios de la TMM proporcionan ideas para reformar el acuerdo sobre la moneda común existente, así como una base para comprender las consecuencias de una ruptura de la unión monetaria y de la restauración de las monedas individuales.

La mayor parte de la gente no es consciente de que en 1971 se produjo un gran acontecimiento histórico cuando el Presidente Nixon abandonó la convertibilidad del oro y puso fin al sistema de tipos de cambio fijos. Bajo dicho sistema, que duró unos 80 años (aunque con interrupciones debidas a la guerra), las monedas fueron convertibles en oro, los tipos de cambio fueron fijos y los gobiernos pudieron expandir su gasto sólo mediante el aumento de los impuestos o mediante préstamos provenientes del sector privado. Tras 1971, la mayoría de gobiernos empezaron a emitir sus monedas mediante decretos legislativos. Las monedas ya no eran convertibles en nada de valor, tenían un tipo de cambio flotante y eran intercambiadas libremente en los mercados internacionales. Un tipo de cambio flexible libera a la política monetaria de tener que defender una paridad fija con respecto a una moneda extranjera. Por tanto, la política fiscal y monetaria puede concentrarse en asegurar que el gasto doméstico sea el suficiente como para mantener altos niveles de empleo. Una consecuencia de esto es que los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que ‘financiar’ su gasto. En ningún caso tiene que ‘financiar’ su gasto mediante impuestos o vendiendo deuda al sector privado. La realidad es que los gobiernos emisores de moneda como el australiano, el británico, el japonés y el norteamericano nunca pueden quedarse sin dinero. Estos gobiernos siempre tienen la capacidad de gastar en sus propias monedas.

La mayoría de los análisis que aparecen en los libros de texto de macroeconomía, que después se filtran en el debate público para respaldar el culto a la austeridad, se derivan de la lógica del ‘patrón oro’ y no son aplicables a los sistemas monetarios fíat modernos. Las ideas de la política económica que dominan el debate actualmente son artefactos del sistema antiguo, el cual fue abandonado en 1971. A los estudiantes de macroeconomía se les confunde en una fase muy temprana de sus estudios. Sus libros de texto suelen utilizar analogías erróneas entre el presupuesto de un hogar y ‘el presupuesto’ de un gobierno soberano para defender así que los mismos principios que constriñen al primero actúan de forma similar en el caso del gobierno. La analogía es falsa en su nivel más elemental. El gobierno emite la moneda que el hogar utiliza. Como consecuencia, los hogares tienen que conseguir fondos antes de poder gastarlos. Los superávits fiscales no dotan a los gobiernos de una futura capacidad de gasto mayor y los déficits fiscales no limitan dicha capacidad.

En el contexto de la UME, el Tratado separa deliberadamente la capacidad de emitir moneda que tiene el BCE de las responsabilidades fiscales que siguen teniendo los Estados Miembro. En realidad, los Estados Miembro utilizan una moneda extranjera, de forma muy parecida a como lo hacen los estados de los EE.UU. o de Australia, y por tanto que corren el peligro de caer en la insolvencia. Por consiguiente, los Estados Miembro están constreñidos. Sin embargo, el BCE nunca puede quedarse sin euros o caer en la insolvencia.

LAS ECONOMÍAS MONETARIAS MODERNAS UTILIZAN MONEDAS FÍAT

El punto de partida es comprender el papel fundamental que el gobierno puede desempeñar en una economía monetaria moderna. Las economías monetarias modernas utilizan el dinero a modo de unidad contable para pagar por bienes y servicios. Una cuestión importante es que el dinero es una moneda fíat, es decir, que sólo es convertible en sí misma y que legalmente no es convertible en oro por parte del gobierno, a diferencia de lo que pasaba bajo el patrón oro. La unidad monetaria (la moneda) no tiene ningún valor intrínseco, a diferencia de lo que ocurre con el así llamado dinero mercancía (monedas de oro y plata).

¿Por qué usamos la moneda? Obviamente, para nosotros resulta muy práctico usar la moneda del gobierno, ya que sabemos que es ampliamente aceptada a cambio de bienes y servicios. Sin embargo, tal cosa no explica por qué la moneda del gobierno ha obtenido ese estatus.

La viabilidad de la moneda está garantizada, ya que es la única unidad aceptada en el pago de impuestos y demás exigencias financieras del gobierno. El sector privado tiene que conseguir la moneda para cumplir con sus obligaciones fiscales, lo cual exige que el gobierno ‘gaste la moneda para que esta pueda existir’. En la mayoría de las naciones, el emisor de moneda es el banco central, que trabaja estrechamente con el departamento del Tesoro del gobierno nacional responsable de la política fiscal (es decir, del gasto y de la recaudación de impuestos).

¿CÓMO GASTA UN GOBIERNO? ¿QUÉ ES UN DÉFICIT FISCAL?

Por lo general, los gobiernos poseen cuentas operativas de efectivo en el banco central y mediante ellas gastan y cobran facturas (recaudación de impuestos) diariamente. De manera que, en este sentido, el banco central es el banquero del gobierno. En este libro no tenemos por qué entrar en demasiado detalle sobre la jerga contable en la que aparecen términos como ‘débitos’ o ‘créditos’. Baste con decir que los registros informáticos que describen la relación entre la rama del gobierno representada por el Tesoro, el banco central (que determina los tipos de interés) y el sistema bancario privado utilizan las convenciones estándar de la contabilidad. Para mantener un registro contable del gasto público, el Tesoro pide al banco central que transfiera fondos desde su cuenta (un débito) a cuentas del sector bancario privado identificadas como receptores del gasto (un crédito). Esto significa que se ha realizado un pago. Los números introducidos le indican al Tesoro los fondos provenientes del gasto público de los que el sector privado puede hacer uso. Por tanto, los depósitos se muestran en distintos bancos comerciales y reflejan el gasto hecho por el gobierno. El banco central puede expedir un cheque a nombre de alguien perteneciente al sector privado para que dicha persona ingrese el cheque en su banco, pero esto daría el mismo resultado que si la transacción hubiera ocurrido electrónicamente.

De forma similar, cuando la oficina tributaria recibe ingresos, le pide al banco central que registre los cobros en su cuenta del banco central. El sector bancario privado facilita una transacción que reduce los fondos disponibles en la cuenta bancaria del contribuyente.

En ninguna de estas transacciones interviene ninguna imprenta. Los informáticos del banco central y los bancos centrales se limitan a teclear números que son registrados por los sistemas contables electrónicos de los diferentes bancos para indicar así cuánto desea gastar el gobierno y/o cuánto ha recibido. Se trata de un proceso muy ordenado que tiene lugar cada hora, de cada día de cada año. Todo gasto público se lleva a cabo de esta manera.

Usted se dará cuenta de que:

Los gobiernos no gastan ‘imprimiendo dinero’. Gastan creando depósitos en el sistema bancario privado. Algunos billetes impresos están en circulación, pero eso es un proceso diferente del gasto diario y de las transacciones impositivas que definen lo que llamamos política fiscal.

No se ha mencionado en ningún momento el origen de los ‘créditos’ y ‘débitos’ del sistema bancario privado que determinan el gasto público y los impuestos. Los bancos centrales crean dinero por decreto. No hay ningún límite en la cantidad de dinero que un banco central controlado por un gobierno puede crear de esta manera.

Un déficit fiscal público (también llamado déficit presupuestario) se produce cuando el gasto supera la recaudación de impuestos, mientras que un superávit fiscal se produce cuando el gasto público es menor que la recaudación de impuestos.

UN GOBIERNO EMISOR DE MONEDA NO ES UN HOGAR A LO GRANDE

Cuando el Primer Ministro Británico David Cameron dijo en junio de 2011 que ‘si uno supera el límite de su tarjeta de crédito y no se enfrenta al problema, el problema empeora’ (The Telegraph, 2011), estaba infiriendo que el déficit público es como la deuda de una tarjeta de crédito y que Gran Bretaña se estaba enfrentando a la bancarrota. Al hacer uso de la falsa analogía neoliberal entre los presupuestos públicos nacionales y los presupuestos de los hogares, estaba confundiendo a los susceptibles votantes. Esta analogía cala muy hondo en los votantes, ya que intenta relacionar las amorfas finanzas públicas con las finanzas diarias de nuestros hogares. Sabemos que no podemos hacer aumentar la deuda de nuestros hogares para siempre y que tenemos que apretarnos el cinturón cuando superamos el límite de nuestra tarjeta de crédito. Podemos pedir prestado para aumentar nuestro gasto actual, pero eventualmente tendremos que dejar de consumir para devolver las deudas. Intuitivamente, comprendemos que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades indefinidamente. Los neoliberales establecen una analogía entre estas dos cosas, ya que saben que juzgaremos los déficits públicos como si fueran dispendios. Al sucumbir ante esta lógica estamos, sin saberlo, reafirmando una mentira peligrosa.

A los estudiantes de economía se les confunde, ya que en sus libros de texto la diferencia entre los presupuestos de los hogares privados y las situaciones fiscales de los gobiernos se difuminan intencionadamente. Por ejemplo, el ganador del Premio Nobel, Robert Barro de la Universidad de Harvard, escribió que ‘podemos considerar el ahorro y el gasto público igual que consideramos en el caso de los hogares el ahorro y el desahorro’ (Barro, 1993: 367). Igual que un hogar tiene una ‘restricción presupuestaria’ que no puede ignorar, los libros de texto introducen el marco de la ‘restricción presupuestaria del gobierno’ (RPG) a la hora de analizar tres supuestos tipos de finanzas públicas: (1) El aumento de los impuestos; (2) El tomar prestado del sector privado; y (3) La orden al banco central de que ‘imprima dinero’.

Los libros de texto construyen distintos escenarios para demostrar que los déficits son inflacionarios si los bancos centrales ‘imprimen dinero’ para financiarlos. A los estudiantes se les hace creer que para evitar la inflación que vendría asociada a la impresión de dinero, el gobierno tiene que, o bien aumentar los impuestos, o bien pedir prestado dinero para poder gastar. Bell (2000: 617) dijo que la comprensión errónea que tendrá un estudiante después de hacer el típico curso de macroeconomía será que ‘el papel de los impuestos y de la venta de bonos es la de transferir recursos financieros desde los hogares y empresas (como si realmente se estuvieran transfiriendo billetes de dólar o monedas reales) a los gobiernos, que serán quienes los gasten (de manera que, en cierto sentido, “se usan” para financiar el gasto público)’.

Sin embargo, si nos abrirnos camino a través de toda esta pseudociencia, resultará evidente que el gobierno no es como un hogar de grandes dimensiones. El gobierno puede gastar más de lo que ingresa de forma permanente porque es él quien crea la moneda. En calidad de ciudadanos privados, nosotros estamos obligados, por lo general, a usar el dinero del gobierno. Nuestro acceso al dinero está restringido por las fuentes de fondos disponibles, incluyendo los ingresos provenientes de cualquier origen, las ventas de activos y los préstamos con terceros. Mientras que los hogares tienen que ahorrar (es decir, gastar menos de lo que ganan) para poder gastar más en el futuro, los gobiernos pueden comprar todo aquello que quieran, siempre y cuando sean bienes y servicios a la venta en la moneda emitida por ellos. Los superávits presupuestarios no les proporcionan a los gobiernos ninguna mayor capacidad de cubrir necesidades futuras, y los déficits presupuestarios tampoco merman dicha capacidad. Los gobiernos siempre pueden gastar en sus propias monedas.

¿Por qué? Porque son los emisores de sus propias monedas. Gobiernos como el de Gran Bretaña, EE.UU., Japón y Australia nunca pueden quedarse sin dinero. Recordemos que después de que el Presidente Nixon abandonara lo que se había llamado el patrón oro (o el patrón dólar de los EE.UU.) en 1971, los gobiernos dejaron de tener que recaudar impuestos o pedir prestado del sector privado para poder gastar. Tras 1971, las reservas de oro en poder de los bancos centrales nacionales dejaron de limitar las reservas de dinero que podían emitir en un momento determinado, ya que los gobiernos ya no tenían que ‘financiar’ sus gastos.

A veces, los libros de texto neoliberales admiten que los gobiernos no necesitan imponer impuestos o pedir prestado para poder gastar. Por ejemplo, el actual economista principal del FMI Olivier Blanchard escribió en su escrito sobre macroeconomía que el gobierno:

“[…] también puede hacer algo que ni usted ni yo podemos hacer. El gobierno puede […] financiar el déficit creando dinero […] en cooperación con el banco central, es decir, que el gobierno de hecho puede financiarse a sí mismo mediante la creación de dinero. Puede emitir bonos y pedirle al banco central que los compre. Entonces el banco central le paga al gobierno con el dinero que él crea y a su vez el gobierno utiliza ese dinero para financiar el déficit. (Blanchard, 1997: 429)”

Esta opción, que también recibe el nombre de Financiación Monetaria Directa (FMD)* es rápidamente descartada y pasa a convertirse en un tabú porque Blanchard sostiene erróneamente que causa graves inflaciones. La FMD, a la que se le suele llamar la opción de ‘imprimir dinero’, se expone en detalle en el capítulo 21.

SI LOS GOBIERNOS SON ASÍ DE LIBRES ¿POR QUÉ EXISTEN LAS RESTRICCIONES FISCALES?

Cuando lo defensores de la TMM decimos que un gobierno emisor de moneda no está restringido por lo que recauda, una respuesta habitual es que los gobierno siguen emitiendo deuda y que cuentan con complejas estructuras contables que les obligan a tener fondos en ciertas cuentas antes de poder gastar. También se señala que muchos gobiernos prohíben al banco central comprar bonos directamente del gobierno. Los debates de los últimos años en los EE.UU. sobre los techos de deuda también se utilizan para apoyar el argumento de que los gobiernos parecen estar muy restringidos por lo que recaudan. ¿Entonces de qué manera afronta la TMM estas afirmaciones?

Bajo el sistema de Bretton Woods de tipos de cambio fijos y convertibilidad en oro que rigió hasta 1971, los gobiernos sí que estaban limitados en su capacidad de gasto por el valor del oro mantenido en el banco central. Esto era así porque el stock de dinero que el banco central emitía era proporcional a sus reservas de oro. Si un gobierno quería gastar más, tenía que reducir el dinero en manos del sector no gubernamental mediante la recaudación de impuestos y/o mediante las ventas de bonos. Obviamente, la decisión de entrar en este tipo de sistema monetario era voluntaria, pero una vez que la decisión estaba tomada, el gobierno estaba obligado a operar de esta manera. Fue entonces cuando se estableció una maquinaria institucional que facilitaba la emisión de bonos para los mercados privados, aunque los bancos centrales seguían pudiendo comprar deuda pública. En ciertos periodos, los bancos centrales compraban importantes cantidades de deuda pública.

Sin embargo, una vez que los gobiernos empezaron a adoptar sistemas monetarios de moneda fíat en la década de 1970, estas convenciones se convirtieron en irrelevantes. Todos los límites de gasto y techos de deuda que con anterioridad a la adopción de las monedas fíat tenían alguna importancia operacional, ahora ya no la tienen. Intrínsecamente, estos gobiernos se liberaron de las restricciones por recaudación. Pudieron empezar a gastar tanto como quisieran dependiendo de los bienes y servicios a la venta en sus monedas. Las restricciones de gasto pasaron de tener un límite financiero a tener un límite real (ya que obviamente tenía que haber bienes y servicios reales a venta).

La descomposición del sistema de Bretton Woods y el auge del monetarismo ocurrieron más o menos al mismo tiempo. Durante este periodo, los gobiernos sufrieron intensas presiones para que mantuvieran los comportamientos y las estructuras institucionales que limitaban sus capacidades de gasto. Por tanto, los gobiernos siguieron emitiendo deuda aunque financieramente esto ya no era necesario. Siguieron estableciendo techos de gasto sobre sí mismos para predicar con la disciplina fiscal porque tal cosa era coherente con el pensamiento gregario en el que estaban atrapados. La TMM muestra que estas reglas, así como los restrictivos procedimientos contables que se han mantenido y que en muchos casos se han endurecido, son solamente restricciones voluntarias que han sido heredadas de los días del patrón oro. En la era de los sistemas de monedas fíat, las reglas han sido perpetuadas por la ideología de la economía de la corriente dominante para constreñir al gobierno y dotar de una mayor laxitud a la actividad del mercado privado. La locura que supone esta manera de pensar no se da cuenta de que al sector privado le van mejor las cosas cuando en la economía existe un fuerte compromiso fiscal en forma de infraestructuras públicas de primera clase y de una fuerza de trabajo altamente educada, saludable y en activo.

Los límites de deuda pública aceptados por los gobiernos son un ejemplo clásico de restricción voluntaria que fácilmente podría ser legislativamente rechazada si el público comprendiera realmente cómo funciona el sistema monetario.

El debate sobre la seguridad social de los EE.UU. demuestra que estas restricciones voluntarias nublan el entendimiento del gran público sobre una cuestión muy importante. El sistema de seguridad social de los EE.UU., erigido durante la Gran Depresión, exige que se recauden ciertas retenciones de nómina para ayudar a pagar la seguridad social. Si, en un año determinado, se recauda en exceso, ese excedente va a parar al Fondo de Fideicomiso de la Seguridad Social, que depende del Tesoro de los EE.UU. Por lo general, la recaudación supera a los desembolsos, y la ley exige que los superávits sean invertidos en ‘bonos del gobierno de los EE.UU. no negociables y de emisión limitada’ (DeWitt, 2005). Esto es utilizado por los economistas de la corriente principal para sostener que las retenciones sobre las nóminas (es decir, el Fondo de Fideicomiso de la Seguridad Social) ‘financia’ el gasto neto (déficit) del gobierno federal de los EE.UU. El fondo de fideicomiso puede ser complementado por el gobierno de los EE.UU. en cualquier momento que éste lo desee, dependiendo de la legislación. La única vez en la que esto ha ocurrido fue en 1982, cuando los activos contables del Fondo Fiduciario casi se agotan y el Congreso de los EE.UU. le permitió al Fondo Fiduciario de Vejez, Supervivientes y Seguro de Incapacidad*, que es el mayor de todos los fondos, que recibiera préstamos provenientes del resto del sistema federal (Board of Trustees, 1982). No obstante, estos ‘Fondos’ son un mero laberinto de complejas estructuras contables. La conclusión es que el gobierno federal de los EE.UU. siempre puede cumplir con sus obligaciones para financiar la seguridad social y cualquier otra obligación nominal a la que tenga que enfrentarse. No hay necesidad de utilizar estos complejos acuerdos para ‘acumular’ capacidad de gasto.

De igual manera, la UME en sí es un sistema de restricciones voluntarias que se refleja en disposiciones legales que en su totalidad podrían ser cambiadas mediante la legislación apropiada. En el euro no hay nada irrevocable y el techo de deuda de los EE.UU. no es más que un ardid político que se expresa mediante procesos legales que permiten a los conservadores protagonizar bochornosos titulares cuando los déficits aumentan.

EL DÉFICIT PÚBLICO EQUIVALE EXACTAMENTE AL SUPERÁVIT NO PÚBLICO

Los macroeconomistas simplifican la infinidad de transacciones y relaciones que componen el sistema socioeconómico centrando su atención en los sectores que agrupan todas estas transacciones. Si, en pos de la simplicidad, dividimos la economía en dos sectores, el público y el no público, entonces el impacto de los déficits y superávits fiscales puede ser percibido con mayor claridad. El primero se compone del banco central y del tesoro, y el segundo abarca hogares, empresas, bancos privados y todas las transacciones con el resto del mundo (exportaciones e importaciones de bienes y servicios, así como flujos financieros [monetarios]).

Un ejemplo muy sencillo de una economía así y que capta la esencia de la relación entre el sector gubernamental y el no gubernamental es el de una economía cuya población es sólo de dos personas, una representa al gobierno y la otra al sector no gubernamental (véase Nugent, 2003). Si el gobierno incurre en un equilibro fiscal (gasta 100 dólares y recauda por impuestos 100 dólares), entonces la acumulación no gubernamental de moneda (dinero) fíat en dicho periodo es igual a cero y el presupuesto no gubernamental también está en equilibrio. Por tanto, no se produce ningún ahorro no gubernamental de moneda. Pongamos por caso que el gobierno gasta 120 y la recaudación de impuestos se mantiene en 100, entonces el superávit no gubernamental es de 20 dólares, el cual puede acumularse a modo de activos financieros (monetarios) y representa un incremento de la riqueza o patrimonio neto del sector no gubernamental. Inicialmente, el ahorro no gubernamental de 20 dólares toma la forma de fondos no generadores de intereses. El gobierno puede tomar la decisión de emitir un bono generador de intereses para fomentar el ahorro, pero operacionalmente no tiene por qué hacerlo para financiar su déficit. Un bono generador de intereses es sólo un trozo de papel que dice que el gobierno pagará cierta cantidad (el valor nominal) en un determinado momento (la fecha de vencimiento) y que además pagará una prima de intereses (coeficiente de rendimiento o tarifa de cupón). Si el sector no gubernamental quiere ganar intereses y no tiene necesidades de liquidez (que puede tomar la forma de depósitos mantenidos en bancos privados), cambiará dinero en metálico por el bono. El déficit público de 20 es exactamente igual al ahorro no gubernamental de 20. Si el gobierno continúa con esta dinámica, los ahorros no gubernamentales acumulados equivaldrán a los déficits fiscales acumulados. Sin embargo, si el gobierno decide incurrir en superávit (por ejemplo, gastar 80 y recaudar 100) entonces el sector no gubernamental le deberá al gobierno un pago por impuestos netos de 20 dólares y tendrá que disminuir sus ahorros anteriores o vender de vuelta al gobierno los bonos generadores de intereses para obtener los fondos que necesita. La consecuencia es que por lo general el gobierno recompra algunos de los bonos que había vendido anteriormente.

En cualquier caso, los ahorros (patrimonio financiero) no gubernamentales acumulados se reducen dólar por dólar cuando el gobierno incurre en superávit. Por tanto, el superávit público conlleva dos efectos negativos para el sector privado no gubernamental: (a) el stock de activos financieros (dinero o bonos) en manos del sector no gubernamental, que representa su patrimonio, disminuye; y (b) la renta no gubernamental disponible disminuye proporcionalmente con la imposición de impuestos netos. Habrá quien replique que la compra de bonos gubernamentales proporciona dinero en efectivo al poseedor de los bonos y que dicho poseedor no pertenece al sector no gubernamental. Eso es cierto, pero el superávit fiscal obliga al sector no gubernamental a liquidar dicha riqueza para hacer frente a la escasez de efectivo que surge de las exigencias fiscales que superan a sus ingresos actuales. El dinero en efectivo proveniente de la venta de bonos se destina a pagar la factura de los impuestos netos del gobierno. El resultado es exactamente el mismo cuando se expande este ejemplo para que en él quepan la generación de ingresos no gubernamentales, la producción y las empresas privadas, así como el sector bancario.

LAS TRANSACCIONES GUBERNAMENTALES SON LA ÚNICA FUENTE DE ACTIVOS FINANCIEROS NETOS QUE EXISTE

Existe otro aspecto importante en la relación entre el sector gubernamental y el sector no gubernamental que suele entenderse erróneamente pero que es crucial para comprender el conjunto de opciones a disposición de un gobierno emisor de moneda. En todo sistema monetario hay activos y pasivos financieros. Éstos vienen expresados en términos monetarios y pueden tomar multitud de formas. Un activo financiero puede ser un depósito bancario, el dinero en efectivo que uno lleva en el bolsillo, un bono del gobierno o un bono corporativo. Un activo financiero es diferente a un activo real, que puede ser por ejemplo la posesión de bienes inmuebles o de una obra de arte. El activo financiero no tiene ninguna expresión tangible. Por ejemplo, un depósito bancario es una expresión virtual de riqueza. Un pasivo financiero suele ser un préstamo bancario o cualquier otra deuda adquirida. La diferencia entre el total de activos financieros y el total de pasivos financieros se llama activos financieros netos. Esto no es lo mismo que el patrimonio neto total o que la riqueza neta, ya que deja a un lado los activos reales.

en su conjunto