Contra lujuria, castidad
Historias de pecado en el siglo XVIII venezolano
ELÍAS PINO ITURRIETA
@eliaspino

Introducción

La generalidad de los venezolanos siente que en la ascendencia de su sociedad sólo existen personajes dignos de encomio, como los que reposan en el Panteón Nacional. La patria, dice cualquiera por allí, es una faena de seres inmaculados. Aunque sólo fuera para aguar la fiesta a los manuales de tráfico grueso y a los creadores del santoral, el historiador debe enfrentar la versión. Por fortuna, en el cometido se encierra un deber que lo libra de hacer de escritor irreverente. Aquel apuntado como primera regla en cualquier obrita de metodología: «No atreverse a decir mentira, ni temer decir la verdad».

Debido a la incuria, mas también al interés de algunas instituciones y personas, se machaca en la reminiscencia de los protagonistas virtuosos hasta el extremo de convertir la historia en un desfile de santones. Ciertamente aparecen en la marcha sus adversarios, los que sugirieron caminos distintos y quienes perdieron batallas y elecciones, pero a la zaga, como malas personas justamente relegadas.

Los que así reconstruyeron el cortejo han cometido diversos abusos. Sus actores virtuosos no son absolutamente perfectos, ni deleznables del todo los otros. No son bondadosas o ruines las criaturas de la historia, sino individuos sujetos al vaivén de las circunstancias y al yugo de la condición humana. Pero tampoco se reducen a un elenco selecto. Junto a aquellos a quienes la historiografía tradicional concede el papel de protagonistas, participa e influye por el simple hecho de estar allí, en el momento y en el lugar precisos, un incalculable número de seres humanos.

A la mayoría no le debemos hechos extraordinarios. Acaso sólo se limitaron a permanecer en la orilla de la calle para aplaudir el paso de los paladines, o para gritar contra el vencido de turno. Unos se quedaron en sus asuntos, mientras ocurrían epopeyas fundamentales. Otros ni siquiera se enteraron de los sucesos del contorno, o siguieron la rutina pese a los anuncios de cambio que sonaban. Apenas vivían inmersos en las naderías de la existencia. Pero estaban allí, en el proceso de asentar un estilo de vida en atención a las solicitaciones del ambiente.

En la escena que habitan pueden ocurrir cambios de trascendencia, desde luego. Pueden ocurrir fenómenos como la mutilación de un imperio, o el reemplazo de un monarca por un magistrado republicano, o la caída de una confesión otrora dominante, o un período de guerras donde antes reinó la tranquilidad, o la fascinación de una flamante ideología..., pero la gente se las arregla con el objeto de sostener lo único propio y conocido, lo único que no teme frente a la marejada de sobresaltos: el comportamiento antiguo. Sus raíces son hondas, demasiado familiares sus frutos y, en consecuencia, lenta su muerte.

Tal proceso conduce a la afirmación de una sensibilidad capaz de perdurar en el tiempo y atinente a las materias que más importan en sentido colectivo. Aún en períodos de mudanza drástica, en los cuales, por ejemplo, se pasa hacia sistemas antípodas de gobierno mientras ocurren grandes movilizaciones masivas, el estilo de vida de las mayorías pugna por la permanencia y logra el cometido. Construye de manera imperceptible otro eslabón de aquello que la historiografía de las mentalidades denomina «cadena o prisión a largo plazo».

A través de mil formas sutiles y profundas desarrolla una sociedad la batalla contra las solicitudes sorpresivas. Se aferra a sus ideas morales en el pasar cotidiano y en las coyunturas de riesgo. Traslada el sentimiento sobre instituciones e instancias desaparecidas, hacia instituciones e instancias inéditas. Adora a los nuevos ídolos como si estuviera postrada ante las deidades ancestrales. Distingue lo bueno de lo malo, lo santo de lo profano y lo superior de lo inferior, según el rasero de los padres y los abuelos. Persiste en mantener estereotipos en la observación de fenómenos ineludibles como la autoridad, la riqueza, el sexo, la belleza, las profesiones, etc., etc. Sólo después de mucho tiempo y de sucesivos acomodos le concede pasaporte a otra sensibilidad genérica, a otra forma de responder colectivamente a los tirones de la historia. Entonces ya se vive un tiempo diverso de veras.

El investigador generalmente rastrea las noticias nuevas. Está pendiente del clarín de las alteraciones para registrar sus ecos como evidencia del avance colectivo. En el afán se le escapa el análisis de las permanencias, esto es, la posibilidad de entender un período histórico como una representatividad provocada por la reunión de las manifestaciones de reciente cuño con la presencia del pasado que no pasa. Las permanencias no son síntomas de las fuerzas reaccionarias en apuesta por una sociedad petrificada, según aseguran algunos medianeros de la revolución, sino un mandamiento de la conducta mayoritaria dispuesta a resistir el asedio del tiempo. Ahora se pretende examinar una parte de tales situaciones que se presumen impermeables al cambio.

Pero el trabajo, debo ahora confesarlo, nace de la antipatía por la crónica de héroes, santos y sabios que nos exhiben a los venezolanos desde la infancia para explicar la formación del país. Aparte de lo dicho al principio sobre ellos, conviene agregar que ciertamente existieron los otros, los malos de la partida, pero por motivos distintos a los referidos también en las primeras líneas. Los malos no lo son porque enfrentaron a los virtuosos según la pauta establecida por los manuales clásicos, sino por el juicio certero o erróneo de sus contemporáneos. A ellos, cuyos procederes llegaron a escandalizar con su pretendida maldad a la gente del entorno, se refiere este libro, en el entendido de que desarrollan conductas capaces de prolongarse en el tiempo.

Desde la época precolombina han existido compatriotas a quienes sus prójimos apostrofaron por pecar, por delinquir. ¿Qué hemos hecho con ellos? Meterlos debajo de la alfombra porque trastornan el aseo y la dignidad de la casa. Sin embargo, con ellos ocurre un problema inevitable: ayudaron a fabricar la casa y la habitaron con toda propiedad, junto con los señores elevados más tarde al museo y al Panteón. Nuestro pan también está hecho de su levadura. Ocultarlos es una trampa de la decencia entendida en su más estúpida acepción; y un intento de amputar un designio y un ser formados por ingredientes de variada especie. En consecuencia, la historia debe rescatarlos para el presente. Cuando los sintamos como cosa propia, sin incomodidad, quizá entendamos mejor lo que somos y los tropiezos sufridos en el camino.

Los pecadores son muchos, sin embargo. Aunque nadie ha realizado su censo, entre públicos y solapados deben ser numerosos en variadas épocas. Imposible saberlo con exactitud, debido al imperio del secreto de la confesión en la parcela eclesiástica y al sigilo que muchas veces procuró la autoridad civil en su corrección. En todo caso, la cantidad de sujetos y de años plantea un problema de método que en estas páginas se pretende resolver mediante el estudio de tres casos a los cuales unen tres elementos esenciales: la identidad de la procedencia social de los protagonistas, del objeto de su transgresión y del momento en el cual pecaron, o en el cual se supuso pecaron.

Analiza el libro la peripecia de tres blancos criollos a quienes se procesa por cometer delitos sexuales en la segunda mitad del siglo XVIII. Como se trata de portavoces legítimos de lo más encumbrado de la sociedad establecida, pueden iluminar con sus conductas las claves de la mentalidad dominante. Pero la investigación no se detiene sólo en el episodio de los caballeros principales. Recoge los pareceres del pueblo y la reacción de los poderes frente a la culpa, datos susceptibles de soportar una reconstrucción de panorama que parece suficientemente adecuada.

Cada uno de los casos analizados constituye una unidad, pero no una isla. Se vincula a los demás por evidentes nexos sociales, geográficos y cronológicos, atadura que se pretende evidenciar en los capítulos de iniciación y balance. Su tratamiento como piezas de un conjunto igualmente se advierte en las referencias hechas cuando ocurre el examen de aspectos comunes. Entonces se remite al lector hacia fragmentos anteriores o posteriores del escrito, susceptibles de dilucidar mediante la explicación dedicada a un asunto, el problema relativo al otro.

El pecado ha sido objeto de numerosos estudios teológicos. Los padres y doctores de la iglesia le dedicaron el mayor interés en intrincados textos. Profundas obras produjeron la antigüedad y el medioevo, con el fin de ponderar su naturaleza y gradación. No pocas creaciones motejadas de heréticas lo abordaron con la debida pausa. Existe, en resumen, una densa literatura que explica los orígenes y el carácter del yerro espiritual, así como las formas de evitarlo. Para los fines del trabajo, tras el cometido de ubicar en la correcta dimensión cada uno de los casos tratados, se prefirieron escritos más elementales. La escogencia se guió por la convicción sobre el influjo que tuvieron en la sociedad los libros y folletos de accesible lectura, capaces de determinar la conducta mediante versiones simplificadas de las fuentes clásicas. En lugar de la Summa Teológica, por ejemplo, se pensó que en el siglo XVIII venezolano la gente consumió catecismos de circulación masiva y los devocionarios de ligera digestión anunciados por el pulpito. A ellos se recurrió, teniendo a mano los mamotretos como linterna para la ignorancia de quien suscribe, o como amparo contra interpretaciones heterodoxas.

Durante el período abarcado por este libro están cambiando muchas cosas en Venezuela. Los sucesos indican la inminencia de una crisis política y social. Desde 1750 los gobernadores machacan sobre la corrupción de las costumbres originada por las «indiscretas sugestiones» de la modernidad. Hasta el Príncipe de la Paz se alarma en 1795 porque los criollos siguen formas «díscolas» de vida. En 1797 se descubre en el puerto de La Guaira un plan para establecer la república. La gente no respeta la cartilla tradicional, dice la audiencia en 1799, debido a la «lluvia de papeles torpes» que ha inundado la provincia. Algunos viajeros extranjeros describen la proliferación de actitudes a la francesa que preocupan a las familias más antiguas, especialmente en el seno de la aristocracia. Los jóvenes consultan libros prohibidos, visten atuendos chillones y, en general, muestran una conducta «escandalosa». Personajes de prestigio en Caracas han llegado al extremo de fulminar la vacuidad de la educación y la hipocresía de las costumbres[1].

Pero, en medio del advenimiento de las luces, en pleno trance de recibir la modernidad, en la lumbre de la llamada pre-independencia, víspera de la revolución, ¿cómo reacciona la colectividad frente a la fornicación? El lector palpará en adelante la presencia de la cadena a largo plazo aludida antes, el constreñimiento de una familiar camisa de fuerza capaz de extender su ascendiente más allá de los cambios políticos y del movimiento del reloj. Las reacciones no son propias del mundo que conspira contra el antiguo régimen, sino criaturas de la ortodoxia negadas a dejarse suplantar.

Quizá no hayan desaparecido todavía en nuestro tiempo, como tampoco las maneras que se han tenido de observar a las figuras del pasado. Quienes exhiben tales maneras son capaces aún de responder con acritud frente a los análisis ofrecidos aquí. En su rol de arquitectos de la estatuaria cívica no se satisfarán con las razones profesionales que desembocaron en la redacción. Su enfrentamiento demostrará cómo en las maneras de escribir historia también el pasado lucha por la permanencia.

Escribí Contra lujuria, castidad mientras disfrutaba del año sabático concedido por mi alma mater, la Universidad Central de Venezuela. Gracias a la ayuda económica de la Comisión de Recursos Humanos del CONICIT, la segunda parte del texto cobró forma en El Colegio de México, institución en la cual completé estudios del doctorado hace ya veintitrés años. De nuevo me recibió, ahora como Profesor-Investigador Visitante del Centro de Estudios Históricos, cuya biblioteca utilicé a mis anchas para apuntalar aspectos fundamentales del texto. La bibliografía relativa al pecado que se editó entre los siglos XVI y XVIII fue íntegramente consultada allá. Pero las fuentes primarias más importantes provienen del Archivo Arquidiocesano de Caracas, al cual accedí sin restricciones.

En el transcurso del trabajo tuve la compañía del padre Hermann González Oropeza, Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello. Mucho le debo a su comprensión y a su pericia profesional. El joven historiador Fabricio Vivas, compañero de faenas en el Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la UCV, me sacó de varias trampas en materia de paleografía. Su familiaridad con los documentos coloniales descifró para mí los signos más enrevesados. Los colegas Alicia Hernández Chávez y Manuel Miño Grijalva, Directora y Coordinador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, fueron en extremo hospitalarios con el investigador y sus problemas. Por sus atenciones el libro concluyó rodeado de facilidades. La diligencia de Alejandro Valderrama, funcionario del Archivo Arquidiocesano de Caracas, permitió una eficaz localización de las fuentes esenciales. Merced a las pistas que ofreció se redujo a pocos meses la pesada labor del principio. Camilo, mi hijo mayor, revisó con atención los originales y sugirió cambios de contenido. Seguí muchas de sus observaciones. Para todos y cada uno, obligante gratitud.

Caracas, Abril de 1992

Notas

1. Para este punto ver Elías Pino Iturrieta (1971): Maritza Van (1965): Manuel Pérez Vila (1979); Caracciolo Parra Leon (1933).

2. Debido al impulso que les da Diez Madroñera, las Constituciones Sinodales de 1687 permanecen sin modificaciones hasta 1904. Largo imperio frente a unos hombres que liquidan el imperio español para ensayar una república laica. La trascendencia de sus preceptos es, pues, evidente. Además, son adoptadas sin enmienda por la diócesis de Mérida, de Maracaibo y Guayana, lo cual les da un carácter enteramente nacional. Diez Madroñero es Obispo de Caracas entre 1756 y 1769. Su actividad pastoral destaca por el combate de la mundanidad: prohíbe el carnaval, elimina los bailes populares en las festividades religiosas, ataca el atuendo pecaminoso, funda más iglesias y ermitas, coloca nichos con imágenes sagradas en las esquinas de Caracas, exige mayor disciplina en los monasterios y en la administración de los curatos. Todavía espera por su biografía.

3. Apéndices a El Sínodo Diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687 (1975), «De las Constituciones y su observancia», Art. 129, Vol. II, p. 74.

4. Ibidem, Art. 126, Vol. II, p. 73.

5. Las sanciones no se agrupan en un lugar determinado de las Constituciones..., sino a medida que la autoridad refiere una transgresión específica. Por consiguiente, debe examinarse todo el texto para tener idea cabal sobre el particular.

6. Ibidem, «De las Causas que son mixti-fiori, y su conocimiento», Arts. 38-51, Vol. II, pp. 278-279.

7. Ibidem, «Del Oficio de Potestate Judicis», Art. 206, Vol II, p. 119.

8. Idem. Se debe señalar que existen varios vicarios foráneos que cumplen funciones semejantes.

9. Ibidem, Art. 211.

10. Ibidem, «Del oficio de Fiscal», Art. 217, Vol. II, p. 121.

11. Ibidem, «Del oficio de Notario», Arts. 234, 235 ss., Vol II, pp. 124-125.

12. Ibidem, «Del Alguacil Mayor y Fiscales Menores», Arts. 258-265. Vol. II, p. 128.

13. Ibidem, «Del Alcayde de la Cárcel», Arts. 258-259 ss., Vol. II, pp. 128-129.

14. Se sugiere examinar la Visita del obispo Mariano Martí, publicada por la Academia de La Historia. Refleja con elocuencia lo apuntado en general sobre las Visitas.

15. Apéndices al Sínodo Diocesano... (1975). «Del modo con que se ha de disponer la visita General», Vol. II, pp. 130-133.

16. Ibidem, Art. 282.

17. Ibidem, «Del modo con que ha de proceder el Visitador en la averiguación y corrección de los delitos», Art. 291, Vol. II, pp. 133-134.

18. Ibidem, «De lo que se ha de visitar acerca de las personas». Art. 290, Vol. II, p. 133.

19. Ibid., Arts. 288-289, Vol. II, p. 133.

20. Ibidem, «De las obligaciones de los curas, en orden a predicar la palabra de Dios», Art. 39, Vol. II, p. 36.

21. Ibid. Art. 43, Vol. II, p. 37.

22. Idem.

23. Idem.

24. Ibidem, «De las funciones parroquiales propias de los curas», Vol. II, pp. 87, ss.

25. Ibid., «De los curas beneficiados y sus tenientes». Art. 44, Vol. II, p. 85.

26. Ibid., «De sus costumbres», Art. 180, p. 113.

27. Ibid., Art. 185, p. 114.

28. Ibid., Arts. 179,186, pp. 133-134.

29. Ibidem, «De los confesores, ministros, del sacramento de la penitencia». Art. 63, Vol. II, pp. 164-165.

30. En las secciones de Judiciales, Eclesiásticas y Episcopales del Archivo Arquidiocesano de Caracas se encuentran numerosos expedientes de Sacerdotes lascivos a quienes se condena como se apuntó, de acuerdo a la gravedad de sus faltas.

31. Apéndices al sínodo... (1975), «Exhortación a los curas», Art. 65, Vol. II, p.42.

32. Ibidem, «De los padres de familia», Art. 343, Vol. II, p. 144.

33. Ibid., Art. 344, Vol. II, pp. 144-145.

34. Ibidem, «De los criados», Art. 353, Vol. II, p. 146.

35. Ibidem, «De los esclavos», Art. 359, Vol. II, p. 147.

36. Ibidem, «Los mandamientos», Vol. II, p. 64.

37. Ibidem, «Del orden y modo con que los curas y doctrineros, maestros de niños, y demás a quienes toca, deben enseñar este catecismo», Art. 106, Vol. II, p. 70.

38. Ibidem, «Como se han de enseñar a los que no hay esperanza de que se hagan capaces». Art. 155, Vol. II, p. 71.

39. Idem.

40. Idem.

41. Ibidem. «De los esclavos», Arts. 355-358, Vol. II, p. 147.

42. Ibid., Art. 362, Vol. II, p. 148.

43. Ibidem, «De las obligaciones particulares de los curas doctrineros». Arts. 63-78, Vol. II, pp. 90-93.

44. De acuerdo con el Concilio de Trento: «Si alguno afirma que el pecado de Adán le dañó a él solo, y no a su descendencia; y que la santidad que recibió de Dios, y la justicia que perdió, la perdió para sí solo, y no también para nosotros; o que inficionado el mismo con la culpa de su inobediencia, sólo traspasó la muerte y penas corporales a todo el género humano, pero no el pecado, que es la muerte del alma; sea excomulgado: pues contradice al Apóstol que afirma: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y de este modo pasó la muerte a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron». Decreto sobre el pecado original, N° II, p. 49.

45. Ibid., «De los casos reservados en Santo Sínodo», Arts. 14,19,22-23.

46. Ibid., Arts. 20-21.

47. Ibid., Arts. 1-13,15-18,20, 24.

48. Ibid., Vol. II, p. 168.

49. Ibidem, «Los mandamientos». Vol. II, pp. 63-66.

50. «Petición de Órdenes del Bachiller don Andrés de Tovar», AAC, Eclesiásticos, Peticiones de Órdenes 1770-1771, Legajo 21, folio 23, N° 62.

51. «Noticias sobre ordenados», Caracas 27 de noviembre de 1771. AAC, Eclesiásticos. Legajo 21, folio 24.

52. Blas Millán (1956); Andrés Florentino Ponte (1944).

53. Datos suministrados por Antonio González, investigador de la Academia Nacional de la Historia, quien adelanta un trabajo sobre la familia Tovar.

54. «Autos criminales que se siguen contra el Br. Dn. Andrés de Tovar, cura del Valle de Cúpira sobre varios escándalos que cometió en dicho valle». AAC, Judiciales, Legajo 82, fol. 28. y vto.

55. Aquí se utiliza la edición de Madrid, Imprenta de José Collado, 1831.

56. Op. Cit., pp. 124-125.

57. Ibidem, pp. 125-126.

58. Ibid., pp. 130-131.

59. Ibid., p. 129.

60. Ibid., p. 126.

61. Ibid., p. 130.

62. Ibid., pp. 182-187.

63. Idem.

64. AAC, Judiciales, Legajo 82: «Autos criminales que se siguen contra el Br. Dn. Andrés de Tovar, cura del valle de Cúpira, sobre varios escándalos que cometió en dicho valle», fol. lv.

65. «Autos criminales..., fol. 2.

66. Idem.

67. «Auto del Lic. Francisco Rodríguez, Cúpira, agosto de 1774, Autos Criminales..., fol. 3.

68. Idem.

69. Interrogatorio de don Pedro Pérez de Aguilera, 20 de agosto de 1774, Autos Criminales..., fol. 5v.

70. Declaración de don Francisco Cevallos Guerra, vecino de Caracas y residente en el Valle, 22 de agosto de 1774, Autos Criminales..., fol. 12v.

71. Declaración de don Juan Manuel Salgado, vecino, 23 de agosto de 1774, Autos criminales..., fol. 15.

72. Declaración de don Fernando Pérez de Aguilera, vecino de Barcelona y residente en el valle, 23 de agosto de 1774. Declaración de don Antonio de los Reyes Bravo, vecino del valle, 23 de agosto de 1774, Autos criminales..., fols. 16-18.

73. Interrogatorio de don Pedro Pérez de Aguilera, 20 de agosto de 1774, Autos criminales..., folio 5v.

74. Declaración de don Andrés Urbano, 22 de agosto de 1774, Autos Criminales..., folio 8.

75. Declaración de don Antonio Martínez, vecino de Barcelona residente en el valle de Cúpira, 22 de agosto de 1774, Autos criminales..., fol. 10.

76. Declaración de don Andrés Urbano..., fol. 8.

77. En el capítulo I se detallan estas obligaciones, de acuerdo con el sínodo caraqueño.

78. Autos criminales..., fols. 7-12 v.

79. Declaración de don Andrés Urbano. Declaración de don Josef Antonio Martínez. Autos Criminales..., fols. 8-11v.

80. Declaración de don Juan Manuel Salgado. Autos criminales..., fols. 14-14v.

81. En el capítulo «El silencio Perpetuo» se insiste sobre el tema de los escándalos públicos. En consecuencia, lo que allí se analiza ilustra en relación con el caso de Tovar.

82. Solicitud de don martín de Tovar y Bañes, apoderado de su hijo el Br. Don Andrés de Tovar y Bañes, Caracas, 22 de diciembre de 1774, Autos Criminales..., fol. 28.

83. Auto del Teniente fiscal de Obras Pías, Pbro. Juan Rafael Rodríguez, Al Sr. Provisor y Vicario General, Caracas, 12 de enero de 1775, Autos Criminales..., fol. 29.

84. Provisión del Sr. Juez y Vicario General, Caracas, 13 de enero de 1775, Autos criminales..., fol. 29v.

85. Representación del Br. Andrés de Tovar ante el Provisor y Vicario General, sif. Autos criminales..., fols. 13-31v.

86. Auto del Teniente Fiscal de Obras Pías al Sor. Provisor y Vicario General, Caracas, 14 de enero de 1775. Autos criminales..., fol. 32.

87. Documento de respuesta al Teniente Fiscal por el Sor. Provisor y Vicario General, Caracas, 14 de enero de 1775, Autos criminales..., fol. 32.

88. Petición ante el Gobernador y Capitán General, s/f. Autos criminales..., fols. 64-66.

89. Intimación por primera carta al Sr. Provisor y Vicario General, Caracas, 14 de enero de 1775, Autos criminales..., fol. 66v.

90. Auto del Sor. Provisor y Vicario General al Gobernador y Capitán General, Caracas, 16 de enero de 1775, Autos Criminales..., fols. 67-67 v.

91. Solicitud de don Andrés de Tovar y Bañes ante el Sr. Provisor y Vicario General, Caracas, s/f. Autos criminales..., fol. 71.

92. Informe del Fiscal de Obras Pías sobre la petición del Br. Andrés de Tovar, Caracas, 13 de febrero de 1775, Autos criminales..., fol. 71v.

93. Ibidem, fol. 72v.

94. Idem.

95. Mandato del Sor. Provisor y Vicario General, s/f. Autos criminales..., fol. 72.

96. Oficio del Teniente Fiscal y Defensor de Obras Pías al Spr. Juez Provisor y vicario General, Caracas, 23 de mayo de 1775, Autos Criminales..., fols. 74-74v.

97. Provisión del Juez Provisor y Vicario General, Caracas, 5 de septiembre de 1775, Autos criminales, fol. 76v.

98. Idem.

99. Ibidem, fol. 77 v.

100. Solicitud de don Francisco Rodríguez, Presbítero de este domicilio, ante el Juez Provisor y Vicario, Caracas, 19 de septiembre de 1776. Autos criminales..., fol. 78.

101. Sobre la trascendencia y el aparato de las visitas pastorales, ver Capítulo I.

102. Más adelante se volverá sobre el punto.

103. Indalecio Liévano Aguirre (1974), pp. 10 ss.

104. Augusto Mijares (1964), p. 3.

105. Idem.

106. Indalecio Liévano Aguirre (1974), pp. 4-8.

107. Sobre este punto también se insiste en el estudio del caso de Andrés de Tovar y Bañes.

108. Las Siete Partidas del sabio rey don Alfonso el nono, Partida VII, título XIX.

109. Ibidem, Ley I.

110. Aquí se utiliza una edición de 1834, conservada en la Colección Especial de El Colegio de México.

111. Antonio Arbiol (1897), p. 18.

112. Ibidem, pp. 131-132.

113. Ibid.,p. 21.

114. Para este punto ver: José Gaos (1973), Lecciones 3-7.

115. Antonio Arbiol (1834), p. 87.

116. Ibid., p. 87.

117. Ibid., p. 36.

118. Idem.

119. Ibidem, pp. 39-41.

120. Idem.

121. Idem.

122. Ibid., pp. 184-185.

123. Ibid., pp. 53-54.

124. Ibid., p. 53.

125. Ibid., pp. 211-212.

126. Ibid., p. 31.

127. Baldassare Castiglioni (1942), Libro Cuarto, Capítulo II, p. 331.

128. Ibidem, pp. 329-330.

129. Ibid., Libro Primero, Capítulo IX, p. 83.

130. Ibid., Libro Tercero, Capítulo VI, pp. 297-299.

131. AAC. Sección Familia Bolívar. Legajo 2. «Autos y Sumario contra Dn. Juan Vicente Bolívar sobre su mala amistad con varias mugeres. 1765». Declaración de María Josepha Fernández, viuda, San Mateo, 15 de marzo de 1765, fol. 1-2.

132. Declaración de Margarita Carmona Trez, San Mateo, 15 de marzo de 1765, Autos y Sumario..., fol. 4.

133. Declaración de Juan Baptista Cortés, San Mateo, 15 de marzo de 1765. Autos y Sumario..., fol. 5v.

134. Declaración de Juana Requena, San Mateo, 15 de marzo de 1765, Autos y Sumario..., fols. 6v-7.

135. Declaración de Juan Baptista Cortés, Autos y Sumario..., fol. 5v.

136. Declaración de Juana Requena, Autos y Sumario..., fols. 6v-7.

137. Declaración de María Josepha Fernández, Autos y Sumario..., fol. 2v.

138. Pieza subscrita por María Pasión Fernández, San Mateo, 18 de septiembre de 1765. Autos y Sumario..., fol. 40.

139. Las Constituciones Sinodales tratan de suavizar el maltrato de esclavos y siervos, según se destacó en el capítulo I. Pero los castigos se aceptaban.

140. Declaración de Juana Thomasa Díaz, casada, 19 de marzo de 1765. Declaración de Martha de la Ascensión Silva, mujer del indio Cayetano, 23 de marzo de 1765. Declaración de la india Georgia Guacato, 23 de marzo de 1765, Autos y Sumario..., fols. 42-43.

141. Declaración de María Josepha Fernández. Declaración de Juana Baptista Cortés, Declaración de Juan Requena, Autos..., fols. 1-5.

142. Declaración de María Juliana, india de doctrina, 24 de marzo de 1765, Autos y Sumario..., fols. 47-47v.

143.