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SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO


NORBERTO BOBBIO: EL FILÓSOFO Y LA POLÍTICA

Traducción de
JORGE FERNÁNDEZ SANTILLÁN
y
ARIELLA AURELI

NORBERTO BOBBIO:
EL FILÓSOFO
Y LA POLÍTICA

Antología

Estudio preliminar y compilación de
JOSÉ FERNÁNDEZ SANTILLÁN

Prefacio de
NORBERTO BOBBIO

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 1996
Segunda edición, 2002
   Segunda reimpresión, 2011
Primera edición electrónica, 2014

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PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

La primera lección que recibí de Norberto Bobbio no fue académica; fue, más bien, una enseñanza de generosidad y humildad: a principios de octubre de 1981 yo había llegado, junto con mi esposa, Blanca Otaola, a Turín para iniciar mis estudios de posgrado bajo la dirección de este prestigiado filósofo y jurista. No lo conocía personalmente; nuestros contactos habían sido por medio de cartas. En una de esas misivas él manifestaba su autorización para fungir como mi director a lo largo de los estudios en la Universitá degli Studi di Torino. A los pocos días de mi arribo le llamé por teléfono para avisarle que ya estaba en la capital del Piamonte y para pedirle que me diera una cita para una primera entrevista. Sabedor de cómo se las gastan los personajes encumbrados pensé que nuestro encuentro tardaría en realizarse. Pero no fue así: cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que no me moviera de donde yo estaba porque él vendría a mi encuentro en unos cuantos minutos. Así fue, en efecto. La Fundación Einaudi me había proporcionado un cubículo y había puesto a mi disposición la impresionante biblioteca que alberga. Hasta allí llegó Bobbio para darme un caluroso recibimiento y hablar de mi proyecto de trabajo que años después culminaría con un estudio comparativo entre las filosofías de Hobbes y Rousseau.

Durante el tiempo que permanecí en Italia nuestros encuentros se repitieron semanalmente, amén de las cátedras impartidas por él y su sucesor Michelangelo Bovero. Jamás olvidaré esta primera lección de vida que me hizo saber lo aún más admirable que puede ser una personalidad de su calibre al no caer en la arrogancia y la presunción. Ojalá y otros hicieran caso de este ejemplo.

Quien me sugirió continuar mi formación en el campo de la teoría política al lado de Bobbio fue Arnaldo Córdova. Él había estado en Roma, tiempo atrás, estudiando con varios profesores de renombre, entre ellos Umberto Cerroni. Al principio me causó extrañeza que el autor de La formación del poder político en México no me apoyara para ir con su maestro; pero después entendí y agradecí su propuesta. En realidad yo nunca adopté una marcada línea intelectual y política cercana al comunismo. Mis inquietudes, más bien, se encaminaron desde un principio hacia el socialismo que acepta los principios liberales y democráticos. De esa tendencia, como se comprobará en la lectura de esta antología, Bobbio es un exponente autorizado.

A principios de los ochenta el debate político en Europa estaba marcado por lo que podríamos llamar la pérdida de la hegemonía del marxismo. En Italia este fenómeno tuvo repercusiones notables. De hecho, los dos grandes polos dentro de la cultura marxista estuvieron representados, de una parte, por la línea soviética, primero leninista y después declaradamente stalinista; de otra, la ruta trazada por la versión propuesta por Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano (PCI), menos vertical y autoritaria y, por tanto, más abierta a la democracia. La distancia entre ambas tendencias se profundizó cuando, luego de la invasión a Polonia por parte del Ejército Rojo, el PCI decidió romper con el Partido Comunista de la URSS.

Era preciso, sin renunciar a la valiosa herencia gramsciana, descubrir nuevos y más actuales modelos interpretativos. Por eso fue oportuna la traducción y publicación al italiano, en 1982, del libro de John Rawls, A Theory of Justice. Esta obra vino a reforzar la idea de combinar, al parejo, la lucha por la democracia, los derechos de libertad y la justicia social.1 Siendo la teoría rawlsiana una propuesta neocontractualista, el asunto venía a cuadrar, perfectamente, con la recuperación que Bobbio y sus seguidores habían estado desarrollando, por lo menos desde principios de los años setenta, de las doctrinas iusnaturalistas.

Otro punto esencial en el proceso de renovación política fue que la izquierda europea, distanciada, como lo digo, cada vez más del bloque comunista, ya no podía hacer a una lado la exigencia de entrar, ella misma, en un proceso de renovación en clave democrática y contribuir, con ello, al avance de las sociedades en las que actuaba. No es exagerado decir que Bobbio fue uno de los autores que más pusieron el acento en la necesidad de que los comunistas y los socialistas del viejo continente tomaran en cuenta el tema de la democracia liberal y no se contentaran con recurrir a la coartada según la cual el socialismo real, es decir, el aplicado en los países del Este, por el hecho de definirse como Estados obreros, era la mayor expresión de democracia que se pudiese encontrar en el mundo.

Para no caer en especulaciones banales, Bobbio precisó las reglas de la democracia en los siguientes términos: a) todos los ciudadanos que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de raza, de religión, de condición económica, de sexo, etc., deben gozar de los derechos políticos, o sea, del derecho de expresar con el voto su propia opinión y/o de elegir a quien la exprese por él; b) el voto de todos los ciudadanos debe tener el mismo peso (o sea, debe contar por uno); c) todos los ciudadanos que gozan de derechos políticos deben ser libres de votar según su propia opinión, formada lo más libremente posible, o sea, en una libre porfía entre grupos políticos organizados, que compiten entre sí para acumular las peticiones y transformarlas en deliberaciones colectivas; d) tienen que ser libres también en el sentido de que deben ser puestos en condiciones de tener alternativas reales, o sea, escoger entre diversas soluciones; e) tanto para las deliberaciones colectivas como para las elecciones de los representantes vale el principio de la mayoría numérica, si bien pueden establecerse diversas formas de mayoría (relativa, absoluta, calificada), en determinadas circunstancias previamente establecidas; f) ninguna decisión tomada por mayoría debe limitar los derechos de las minorías, particularmente el derecho a convertirse, en paridad de condiciones, en mayoría.2 Éstas son reglas fundamentales que, sin embargo, no se fincan en el campo simplemente formal porque brotaron de valores políticos como aquellos que Bobbio menciona en El futuro de la democracia: la tolerancia, la no violencia (sólo por medio del método democrático —como lo dijo Karl Popper— los ciudadanos pueden deshacerse de sus gobernantes sin derramamiento de sangre), la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas, el cambio de mentalidad y la manera de vivir, y, por último pero no menos importante, la fraternidad.3

Lo que este pensador ha resaltado es que la democracia ha inspirado luchas políticas que se han plasmado en la implantación de las susodichas reglas. En consecuencia, quien sólo se contente con ver en ese régimen político un conjunto de normas está cayendo en una visión extremadamente parcial que deja de lado la parte política e ideal que toda democracia alberga en su seno.

Como el lector podrá constatar, esta antología ha tratado de abarcar los temas más relevantes tocados por Bobbio a lo largo de su prolífica vida intelectual. Enumerarlo y comentarlo aquí sería una redundancia porque de eso me ocupo en el estudio preliminar incluido en la obra. Me interesa, sin embargo, comentar un aspecto que juzgo sustancial en virtud de la evolución de los acontecimientos que se han registrado en el tiempo transcurrido entre la publicación de la primera edición y la segunda que hoy ve la luz. Me refiero a la política internacional.

A nuestro autor le tocó vivir y analizar la etapa conocida como Guerra Fría; es decir, la confrontación que, afortunadamente, no culminó en un desastre, entre los países capitalistas y el bloque socialista. Uno de los contrincantes se vino abajo, no —como siempre se supuso— por el enfrentamiento con su acérrimo rival, sino por la impresionante y heroica movilización de las sociedades que padecieron durante décadas los rigores del autoritarismo burocrático. Fue un desenlace tan repentino como sorprendente en el que las banderas de la democracia liberal sustituyeron a las banderas de la hoz y el martillo. El emblema de esa revolución incruenta se puede identificar con una de las miles y miles de pancartas que se dejaron ver durante las multitudinarias manifestaciones de protesta en las plazas y calles de las ciudades orientales de Europa. Ella no estaba compuesta por palabras; simplemente llevaba dos números “1789-1989”. El primer 89, la Revolución francesa; el segundo 89, la Revolución recuperante, como la llamó Jürgen Habermas. Una nueva cercanía había nacido de la distancia entre la toma de la Bastilla y la caída del Muro de Berlín.4 El rescate de los derechos de libertad y los derechos políticos conculcados.

Un nuevo horizonte de esperanza se abría para millones de seres humanos que sufrieron los excesos de la antiutopía encarnada en el totalitarismo. Pero la ilusión registró efectos dispares porque en algunos lugares, ciertamente, se logró implantar la supremacía de la ley, la división de poderes, el respeto de los derechos humanos, el pluralismo político, etc.; sin embargo, en otros sobrevinieron terribles luchas interétnicas, el resurgimiento de los fundamentalismos agresivos, el tribalismo que para afirmarse busca siempre un enemigo en quien descargar sus odios.

La situación posterior a la Guerra Fría fue opacada por el surgimiento de dos tendencias universalizantes: de una parte, la globalización económica; de otra, la proliferación de las luchas raciales. Justamente dice Benjamin Barber: “al reducir las alternativas entre la iglesia del mercado universal y la retribalización de la política de las identidades particularistas, los pueblos del mundo están amenazados por el retorno atávico a un tipo de política medieval”.5 Este fragmento se encuentra en las primeras páginas del libro Jihad vs. McWorld publicado en 1996: “Jihad persigue la política consanguínea de la identidad; McWorld busca la descarnada economía de la ganancia”.6 Jihad, en referencia específica al fundamentalismo islámico que esgrime la guerra santa contra los infieles cuya mayor expresión es la autoinmolación para alcanzar el paraíso. McWorld en alusión a la empresa McDonald’s como imagen de un mundo enlazado por criterios comerciales.

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron la trágica confirmación de esa disputa entre el fanatismo étnico-religioso y la globalización de los mercados. Los aviones comerciales secuestrados por terroristas islámicos incrustándose en las torres gemelas del World Trade Center. Al ser entrevistado después de estos trágicos sucesos, Barber dijo lo siguiente: “Lo que tenemos ahora es la versión extrema de Jihad, que rechaza toda expresión de modernidad, secularización, occidentalización, racionalización y democracia, y que ha lanzado una guerra violenta y nihilista contra la modernidad”.7 En esa misma entrevista Barber afirmó que si para el 10 de septiembre se creía que la democratización global era tan sólo una idea romántica, para el 12 de septiembre esa idea se había convertido en un imperativo impostergable. La tarea, empero, no será fácil: aún no hemos logrado construir un orden internacional que nos haga salir de esta especie de estado de naturaleza en el que nos encontramos. Existen fuerzas de muy distinto tipo que compiten y chocan sin ningún control supranacional. Ello le imprime a la globalización rasgos anárquicos que están haciendo peligrar el proyecto civilizatorio: mercados financieros que operan en medio de lo que se ha llamado el “capitalismo salvaje”; tráfico de drogas y de armas; surgimiento de focos de tensión o de conflictos militares en los que están involucrados actores no convencionales como los grupos terroristas y, como lo hemos resaltado, conflictos interétnicos; incremento de los sistemas informáticos que lo mismo permiten desplazar inmensas cantidades de dinero que transmitir imágenes pornográficas a cualquier lugar del planeta. Esto nos hace pensar que la globalización se mueve en muy distintos frentes y no sólo en el campo económico o militar. No obstante, si queremos ejercer alguna orientación sobre este fenómeno en curso tenemos que poner al frente de él a la política como instancia de convergencia y acuerdo.

Pues bien, aunque los ensayos de Bobbio sobre política exterior fueron escritos antes de que la globalización y el desorden internacional se acentuaran, ellos tienen una impresionante actualidad, entre otros motivos porque ponen en íntima relación el logro de la paz con la conquista de la democracia. Al resaltar este binomio se inspiró, particularmente, en Kant, quien pensó en la necesidad de estipular un acuerdo entre las naciones para salir del estado de inseguridad. Ésa es la ruta para no caer en los males extremos del despotismo y de la dispersión de fuerzas, en una espiral autodestructiva. Comentando la propuesta kantiana de La paz perpetua, Norberto Bobbio escribió: “El triunfo del derecho en la sociedad humana no será completo sino hasta que sea instaurado un estado jurídico civil y no natural entre los estados”.8 Ésa es la misión impostergable porque, así al interior de las naciones como entre ellas, la democracia no es aceptable y practicable sin el respaldo del Estado de derecho.

Lo único que me resta comentar en este prólogo a la segunda edición de la antología de Bobbio es que, como él mismo escribe, después de largos años de actividad intelectual quedó insatisfecho por no haber logrado redondear una teoría general de la política. Mucho he pensado en esta aparente insatisfacción. Si no mal recuerdo, alguna vez Carlos Monsiváis dijo que José Vasconcelos era el que más se había equivocado porque era el que más lo había intentado. Me parece que algo así sucede con Bobbio: es el que más dudas ha tenido al final de su camino porque es uno de los que más lejos ha logrado mirar; pero gracias a su esfuerzo nos ha ayudado a observar también un horizonte más amplio.

San Ángel, mayo de 2002


1 John Rawls, Una Teoria della Justizia (edición a cargo de Sebastiano Maffetone), Milán, Feltrinelli, 1982.

2 Norberto Bobbio, ¿Qué socialismo?, Barcelona, Plaza y Janés, 1977, p. 84.

3 Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 47-48.

4 Gale Stockes, The Walls Came Tumbling Down (The Collapse of Communism in Eastern Europe), Reino Unido, Oxford University Press, 1993, p. 140.

5 Benjamin Barber, Jihad vs. McWorld (How Globalism and Tribalism are Reshaping the World), Nueva York, Ballantine Books, 1996, p. 7.

6 Ibidem, p. 8.

7 Benjamin Barber, “Hay que globalizar la democracia”, entrevista con Luis de Uriarte, Reforma, 19 de noviembre de 2001, p. 34.

8 Norberto Bobbio, Diritto e Stato nel pensiero di Emmanuele Kant, Turín, Giappichelli, 1969, p. 266.

PREFACIO

NORBERTO BOBBIO

Jamás he olvidado que la primera traducción de un libro mío en lengua española fue publicada, en años ya muy lejanos (1948), por la casa editorial mexicana Fondo de Cultura Económica cuando yo todavía era desconocido más allá de las fronteras de mi país. Era un pequeño libro de análisis y crítica del existencialismo al que puse el nombre de La filosofía del decadentismo, aparecido en Turín en 1944, cuando la ciudad todavía no había sido liberada de la ocupación alemana. Fue traducido con el título El existencialismo. Ensayo de interpretación. Tuvo tal éxito, que fue reimpreso varias veces. La traductora, Lore Terracini, era una joven italiana que pasó muchos años en Argentina con su familia, expulsada de Italia a raíz de las persecuciones fascistas contra los judíos. La recuerdo con conmoción porque, precisamente en estos días, me llegó la noticia de su fallecimiento. Ella se convirtió en uno de los más notables y autorizados hispanistas italianos. Le gustaba hacer saber que la traducción de mi libro había sido su primera publicación.

Conocí México personalmente algunos años más tarde, en ocasión del XIII Congreso Internacional de Filosofía, que se efectuó en septiembre de 1963 en la Universidad Nacional. Participé en una sesión especial dedicada al derecho natural, en la que presenté la ponencia “El renacimiento del iusnaturalismo”, publicada en las memorias del Congreso, bajo el cuidado del Centro de Estudios Filosóficos de la UNAM, en ese mismo año. Fui recibido junto con mi esposa en el aeropuerto por dos insignes filósofos del derecho, Luis Recasens Siches y Eduardo García Máynez. De este último me ocupé previamente, presentando al público italiano sus escritos de lógica jurídica en un artículo de la Rivista internazionale di filosofia del diritto a finales de 1954. El profesor Recasens Siches hizo la traducción al español de este ensayo en un opúsculo que vio la luz en 1956. Mi guía e intérprete en los días transcurridos en la Ciudad de México fue el entonces muy joven Alejandro Rossi, que había ya traducido para el Centro de Estudios Filosóficos mi artículo “Derecho y lógica”, aparecido originalmente en la misma Rivista internazionale di filosofia del diritto a principios de 1962. Rossi tradujo más tarde, en 1967, en la revista Dianoia, mi ponencia introductiva al Congreso Hegeliano de Praga en 1966, “Hegel y el iusnaturalismo”.

He contado brevemente lo que podría llamarse la prehistoria de mis relaciones con el mundo universitario de México; pero la historia propiamente dicha, que aún continúa, comenzó sólo cuando algunos años después, en septiembre de 1981, llegó a Turín —con una beca de la UNAM y una ayuda del gobierno italiano— el joven José Fernández Santillán. Durante su estancia, que duró dos años, se dedicó con particular fervor a la lectura de los clásicos de la filosofía política. Elaboró un proyecto de investigación que tuvo por tema el estudio comparado del pensamiento político de Rousseau y Hobbes, y, con una disertación sobre este tópico, el 28 de junio de 1983 obtuvo el título de doctor en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Turín.

De dicha disertación nació el libro Hobbes y Rousseau. Entre la autocracia y la democracia, publicado en 1988 por el mismo Fondo de Cultura Económica, que, como ya señalé, acogió la primera traducción al español de mi ensayo sobre el existencialismo. El libro contiene una presentación mía, en la que resalto la perspectiva que asume el autor, que no es histórica ni tampoco ideológica. Es el punto de vista analítico, que, a mi parecer, es el que caracteriza a la filosofía política, diferente tanto de la historia de las doctrinas políticas como del uso práctico que de una doctrina hacen los estudiosos cuando toman partido.

Desde entonces, el doctor Fernández Santillán ha mantenido relaciones periódicas con el Departamenteo de Estudios Políticos de nuestra Universidad. Un año después que se doctoró participó en la ceremonia, promovida por la Universidad turinesa, para celebrar mis 75 años, el 18 de octubre de 1984. Ha regresado a nuestra ciudad para intervenir en los seminarios del Departamento, invitado por el profesor Michelangelo Bovero, mi sucesor en la cátedra de filosofía política, quien lo guió en la redacción de la tesis de doctorado. En el mismo Departamento dictó una conferencia sobre los problemas de la democracia en México; esto fue en octubre de 1989. Año tras año ha brindado su mejor esfuerzo para dar a conocer mi obra en México, sea escribiendo algunos ensayos sobre aspectos que le son particularmente significativos de mi pensamiento, sea traduciendo, en pocos años, mis principales libros de filosofía política, casi todos ellos publicados por el Fondo de Cultura Económica, como El futuro de la democracia (1994), La teoría de las formas de gobierno (1987), Liberalismo y democracia (1989) y, por último, también Estado, gobierno, sociedad (1989), del que apareció en Italia hace poco una nueva edición gracias a la casa Einaudi.

El presente volumen completa esta asidua obra de traducción, dando a conocer ensayos dispersos en varias revistas, con frecuencia de difícil acceso. No dudo en afirmar que una recopilación tan amplia de mis escritos no ha aparecido ni siquiera en Italia. Este libro podría constituir un modelo y, acaso, también un acicate para algún editor italiano.

La traducción de los escritos específicos es precedida por un amplio “Estudio preliminar”, que comienza con algunas páginas de mi biografía intelectual narrada a través de la sucesión de mis principales obras. Siguen la ilustración y el comentario de los ensayos comprendidos en la antología, dispuestos oportunamente en orden no cronológico, sino sistemático. De las cuestiones de método y de definición de la filosofía política, en las que adquiere realce particular la “lección de los clásicos”, se pasa, en un primer momento, a los temas de carácter general, como la relación entre ética y política y entre derecho y justicia; en un segundo momento, a asuntos más específicos que constituyen, todos juntos, el trazo de una teoría general de la política: la democracia, las relaciones internacionales, comprendido en ello el problema de la guerra y el pacifismo, el cambio político en las dos versiones clásicas de la reforma y la revolución, la misión de los intelectuales y, en fin, al ideal en el que muchas de estas páginas están inspiradas: la combinación o síntesis de los principios del liberalismo y el socialismo, que en el debate italiano ha tomado el nombre de “liberalsocialismo”.

Si el conjunto de mis escritos ha suscitado en el autor la imagen del laberinto, el mejor elogio que yo puedo hacer a esta antología es el de haber logrado indicar una posible vía de escape. Por mi parte, en su lectura obtuve una ayuda para reconocer esa vía. Al mismo tiempo, también encontré la ocasión y el beneficio de reflexionar sobre el curso de mi vida y de poner un poco de orden en la ingens sylva de mi producción científica.

Confieso que, llegado al fin de mi largo viaje, me cuesta mucho trabajo reconstruir todas sus etapas. Agradezco a José Fernández Santillán el haberme acompañado a recorrerlo de nueva cuenta con la ilustrativa introducción, escrita no sólo con inteligencia crítica, sino también con humana simpatía, la cual, con especial afecto, agradezco.

Turín, diciembre de 1995