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ALBERT CHILLÓN / LLUÍS DUCH

SOCIEDAD MEDIÁTICA Y TOTALISMO

ANTROPOLOGÍA DE LA COMUNICACIÓN, VOL. 2

 

Herder

 

 

Diseño de portada: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2015, Albert Chillón y Lluís Duch

© 2016, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3102-9

1.ª edición digital, 2016

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Herder

www.herdereditorial.com

 

ÍNDICE

UMBRAL

I. CULTURA DE MASAS Y MODERNIDAD

1. El debate acerca de las masas y la masificación

2. Multitud y diferenciación

3. La sociedad industrial de masas y su cultura

4. La pirámide cultural, medida del gusto y del valor

5. La alta cultura y la aristocracia del espíritu

6. La cultura de masas, entre el aplauso y la denigración

6.1. Industrialización de la cultura

6.2. Mercantilización del arte

6.3. Cosificación y alienación

6.4. Homogeneidad, indistinción y estereotipo

6.5. Realismo perceptivo y positivismo

6.6. Idioma de la naturalidad y ocaso del estilo

6.7. Entretenimiento alienante

6.8. Omnipresencia del estereotipo

7. Cultura media, midcult y kitsch

8. La cultura popular, entre la idealización y el menosprecio

9. La problemática vigencia de la escala cultural

 

II. CULTURA MEDIÁTICA, POSMODERNIDAD Y GLOBALIZACIÓN

1. Posmodernidad y posmodernismo

1.1. El Zeitgeist de la posmodernidad

1.2. Posmodernidad e informatización

1.3. Hacia la cultura de la «virtualidad real»

1.4. La omniabarcante cultura mediática

2. La imaginación mediatizada

2.1. El sustrato mitopoético de la cultura mediática

2.2. Las matrices genéricas del imaginario

2.3. Un ingente acervo de figuraciones

2.4. Evemerismo: la conversión de lo real en leyenda

2.5. Imaginación y facticidad

3. Panmediación y totalismo

3.1. El auge del totalismo

3.2. La degradación del discurso

3.2.1. Depauperación lingüística

3.2.2. Perversión del discurso

3.3. El auge de la «transficción»

3.4. La estetización general de la vida

3.5. La artificialidad plástica

3.6. La saciedad del espectáculo

3.7. Tecnificación de la memoria y el olvido

3.7.1. La esclerosis tradicionalista de la tradición

3.7.2. La enajenación del recuerdo

3.8. El miedo es el mensaje

3.9. La religión tecnolátrica

3.10. La hegemonía del capitalismo neocon

3.11. La globalización de la indiferencia

3.12. La perversión cínica

3.13. El desarme de las izquierdas

3.14. La domesticación del pensamiento

3.15. La deshumanización de la Universidad

3.16. La ensoñación identitaria

CODA

 

UMBRAL

Aunque de modo perfectible y necesariamente provisional, dada la envergadura del asunto que aborda y su carácter proteico, Sociedad mediática y totalismo completa el proyecto de antropología de la comunicación cuyas premisas planteamos hace ahora cuatro años, cuando Un ser de mediaciones llegó a las librerías. Como el lector de aquel primer volumen quizá recordará, en él tratamos de poner los cimientos teóricos para el estudio del polifacético fenómeno comunicativo desde una perspectiva humanística, y por ello mismo integradora, en la que confluían diversos afluentes antropológicos, lingüísticos, semióticos y filosóficos. Entre ellos, actuando como ejes de nuestra propuesta, cabría destacar dos, ante todo: por un lado, la antropología filosófica y simbólica de estirpe germánica, heredera de Ernst Cassirer y Max Scheler; y por otro, la tradición filosófica hermenéutica inaugurada por Wilhelm Dilthey fundador y vindicador de las «ciencias del espíritu» y continuada con distintos acentos por autores como Paul Ricœur, Gilbert Durand o Hans Georg Gadamer.

Tal como a la sazón explicamos, los dos volúmenes que componen la Antropología de la comunicación que este libro cierra han sido concebidos para poner remedio a una doble relegación: en primer lugar, la que la comunicación y los estudios comunicológicos padecen en el contexto de las ciencias sociales y de las humanidades, cuyos paradigmas dominantes les atribuyen un estatuto ancilar (ancilla scientiae), abiertamente subordinado a los objetos de estudio y a los enfoques sancionados por sus respectivas ortodoxias; y después, invirtiendo los términos, el postergamiento que las ciencias humanas sufren en el contexto de la comunicología ortodoxa —mayoritariamente señalada en nuestros días por la hegemonía del neopositismo en sus múltiples variantes, y de una racionalidad instrumental cuya médula es un nada disimulado tecnocentrismo, y cuya consecuencia mayor, una estupefaciente tecnolatría—.

En Un ser de mediaciones argüimos, y sostenemos ahora, que la comunicación constituye una dimensión cardinal de la condición humana, en todo tiempo y lugar, junto con el mito, el rito, la religión, el arte, el poder, el lenguaje o la técnica, y que su estudio requiere dos aproximaciones distintas aunque coimplicadas: por un lado, a lo que el hecho comunicativo tiene de estructural, constitutivo y eviterno, dado que es inherente al anthropos desde el inicio del proceso civilizatorio; y por otro, a lo que tiene de contingente, mudable y por ende histórico, ya que sus praxis y productos solamente se plasman en espacios y tiempos concretos.

Asimismo argüíamos, y lo seguimos haciendo, que nuestra mirada es inveteradamente antropológica, en el sentido más comprehensivo que a este término cabe dar, puesto que rehúye «la hiperespecializacion que hoy preside las ciencias sociales y humanas en favor de un punto de vista integrador, consciente de que tanto la humana conditio como sus incontables expresiones están siempre entreveradas de mediaciones».1 Ello quiere decir que buscamos

sentar las bases de una antropología de y para la comunicación; pero también, a la inversa, llamar la atención de los antropólogos y los filósofos en concreto y de los humanistas y científicos sociales en general acerca de la determinante función que ejerce el comunicar en todos los planos de la existencia.2

En virtud de este planteamiento, con tono y estilo más cercanos al tratado que al ensayo, Un ser de mediaciones sentaba las premisas y principios teóricos de nuestra propuesta, y examinaba algunas de las mediaciones humanas primordiales ––la semiosis, el simbolismo, el lenguaje, la imaginación, la memoria, la narración, la dialéctica logos/mythos y la tecnología. Mientras que ahora, con maneras más ensayísticas que sistemáticas, Sociedad mediática y totalismo busca esclarecer la intrincada y a menudo vidriosa problemática de la comunicación mediática de nuestro tiempo, vista a la luz de la perspectiva antropológica y hermenéutica dibujada en aquel primer volumen. En esta ocasión, por consiguiente, prima la atención a los múltiples modos en que esa dimensión constitutiva de lo humano que es la comunicación se da, en la época que vivimos, como comunicación no solo mediada y mediadora, sino mediática en sentido estricto.

Ocurre, con todo, que la reflexión fenomenológica sobre la comunicación mediática realmente existente tropieza con una traba capaz de arredrar al mismo Umberto Eco uno de los principales estudiosos de los medios y las mediaciones, como es sabido, según él mismo reconoció hace no muchos años: el caudal de prácticas, estilos y productos que la mediasfera incluye es tan ingente, y tan vertiginosas sus mutaciones a lomos de la tecnología digital, que no hay mente capaz de dar cuenta de él con suficiente completud y profundidad, y mucho menos de hacerlo en el espacio exiguo de una monografía o ensayo. De ahí que hayamos optado por renunciar a toda pretensión de exhaustividad y preferido, en cambio, tratar un nutrido aunque incompleto elenco de cuestiones cruciales.

Conscientes, además, de que la comprensión de la comunicación mediática contemporánea, ciberentorno incluido, requiere una contextualización histórica y sociológica a la vez, al planear este segundo volumen resolvimos dividirlo en dos amplias secciones, diacrónicamente consecutivas. En la primera, CULTURA DE MASAS Y MODERNIDAD, ofrecemos una exposición y balance crítico de la cultura de masas clásica en el contexto de la azacanada época que en Occidente se ha convenido en llamar «modernidad», y lo hacemos dialogando con bastantes de los autores que más han contribuido a comprender ambos fenómenos. Y en la segunda, CULTURA MEDIÁTICA, POSMODERNIDAD Y GLOBALIZACIÓN, planteamos una reflexión más ensayística que sistemática acerca de las transcendentes metamorfosis que están promoviendo los medios y las mediaciones contemporáneas tanto en el ámbito cultural, considerado en sentido estricto, como en las sociedades posmodernas y globalizadas, lato sensu. De ahí que hayamos apostado por distinguir entre la «cultura de masas» clásica, ya mencionada, y la «cultura mediática», que en los años que corren ha devenido hegemónica y planetaria. Y de ahí, también, que hayamos dirigido nuestra atención a la intensa y extensa dialéctica que esta entabla con las formaciones sociales en las que actúa, y de las que a un tiempo es expresión e inspiración, productora y producto. Si buena parte del siglo XX desde la invención del cine y la radio hasta la difusión de la televisión en color, digamos mereció el apelativo de «sociedad de masas», a juicio de eminentes autores, el tránsito entre los siglos XX y XXI exige hablar de «sociedad mediática», hasta tal punto es ubicua y decisiva la «panmediación» que en ella ejercen tanto la industria cultural tradicional como el entorno cibernético que tiene en internet su emblema.

No se trata ya de reconocer, entiéndase bien, que esos media ejercen un papel relevante en la vida social, sino de que hoy la sociedad entera se halla en buena medida conformada y modulada por las mediaciones que el «sistema tecnodigital» propulsa. En consecuencia, nuestro empeño en eludir el mediacentrismo y el tecnocentrismo, derivas dominantes de la investigación comunicológica al uso, nos ha llevado en todo momento a tomar en consideración la intensa, íntima dialéctica que entablan la comunicación mediática en concreto y el «mundo de la vida» en general. No de otro modo, estamos convencidos, cabe comprender los vínculos entre la una y el otro.

Creemos pertinente añadir, por último, que cuando hace seis años acordamos coescribir la obra que Un ser de mediaciones inauguró y ahora concluye Sociedad mediática y totalismo, iniciamos una indagación que, aunque mejorable e incompleta, ha supuesto para ambos un tránsito de conocimiento genuino. Durante estos seis años impagables de colaboración y amistad vividas al margen de las angosturas que prescribe la investigación administrada (administrative research), casi siempre yerma y tediosa en lo que a los saberes humanísticos atañe, los diálogos, las lecturas y las reflexiones que hemos compartido nos han conducido a un corolario teórico cuya nominación exige acuñar un nuevo sustantivo, «totalismo», capaz de iluminar la problemática de las sociedades mediáticas actuales y de propiciar pesquisas futuras.

A diferencia del término «totalitarismo», apropiado para describir los fenómenos de poder homónimos que durante el pasado siglo sojuzgaron buena parte del mundo, conjugando la propaganda de masas con la abierta coerción, el concepto de «totalismo» alude a las sutiles y por ello mismo eficacísimas modalidades de dominación que el capitalismo globalizado ha ido extendido en el curso de la posmodernidad, con el indispensable concurso del complejo mediático y de sus instituciones, procedimientos y tecnologías. Como el preclaro Aldous Huxley acertó a profetizar en 1932 en Un mundo feliz (Brave New World) y como explicaron los pensadores de la primera Escuela de Frankfurt, desde Benjamin, Adorno y Horkheimer hasta Fromm y Marcuse, el neocapitalismo que por entonces asomaba y que ha triunfado en las últimas décadas se distingue por subsumir todos los órdenes del «mundo de la vida», más allá de la estricta economía, a los que acaba subyugando con su (i)lógica implacable.

Se trata de un proceso de alcance total, y no solo global, porque a la acelerada conquista del espacio terráqueo entero de su medio ambiente natural y de las diversísimas culturas y tradiciones humanas que han ido desenvolviéndose a su abrigo se une el sometimiento de todas las dimensiones y entretelas que constituyen al anthropos, desde la religión, la ética, el arte o la política hasta el fuero íntimo de las personas. La época presente se caracteriza por que ha devenido hegemónico, planetario y cada vez más total en extensión y en intensión ese sistema de dominación proclive a homogeneizarlo y subyugarlo todo, desde la civilización material y espiritual hasta el hábitat terrestre, acuático y aéreo que sostiene la vida, pasando por los más recónditos rincones de cada sujeto.

Somos conscientes, por fortuna, de que semejante dominación no alcanzará nunca a ser absoluta mientras el ser humano siga siendo posible al fin y al cabo dotado, hasta cierto punto, de discernimiento y libre albedrío. Pero también lo somos de que, en el tránsito entre el presente y el ominoso porvenir que se intuye, no solo sus posibilidades de emancipación, sino la misma viabilidad y dignidad de su existencia requieren que comprenda de qué está hecho, cómo, por qué y sobre todo para qué actúa el juego de luces y sombras en cuyo interior sin cabalmente entenderlo, como el Segismundo de La vida es sueño piensa y cree, sueña y actúa: la sofisticada, seductora mediasfera en que medra el poder totalista.