José María Avendaño Perea

La fe es sencilla

El testimonio creyente de Jorja,mi madre

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

José MARÍA AVENDAÑO PEREA ha publicado en Narcea:

Apuntes de vida y esperanza

Dios viene a nuestro encuentro

La Hermosura de lo pequeño

Huellas de Dios en las afueras de la ciudad

Nihil obstat

Francisco Armenteros Montiel Imprimatur

Monseñor José Rico Pavés

Obispo Auxiliar de Getafe, Vicario general

Getafe, 18 noviembre 2015

Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo

© NARCEA, S.A. DE EDICIONES, 2016
Paseo Imperial 53-55. 28005 Madrid. España

www.narceaediciones.es

Cubierta: José Ma Avendaño Perea

ISBN papel: 978-84-277-2130-2
ISBN ePdf: 978-84-277-2134-0
ISBN ePub: 978-84-277-2252-1

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ÍNDICE

Prólogo de don José Rico Pavés

Introducción

Síntesis biográfica

La fe de los sencillos. La santidad de la vida cotidiana

Virtudes clave de la santidad sencilla. El reino de Dios entre nosotros

La fe de Jorja, una maestra sin escuela

La fe de una mujer de campo. Con la mano en el arado y sin volver la vista atrás

La fe de la hija huérfana y la hermana solícita

La fe de la buena vecina y parroquiana.Somos suyos”

La fe de la esposa, la madre y la abuela. La forja de un hogar cristiano

La fe arrodillada y herida. Una vida “doblada” al servicio de Dios y del prójimo

Con fe al encuentro de la hermana muerte. En las manos del Padre

“Solo Dios basta". La oración y los sacramentos, alimentos de una vida en plenitud

El legado de Jorja. Su testimonio creyente, la mejor herencia

La resurrección y la vida eterna

Epílogo

Imágenes de Jorja Perea

Página de créditos

PRÓLOGO

¿Cómo es el alma de la gente sencilla? ¿Acaso podemos saberlo? Los evangelistas san Mateo y san Lucas han transmitido las palabras admirables de Jesucristo, dirigidas al Padre cuando el grupo de los discípulos regresaba de su primera misión. Los setenta y dos, llenos de alegría, comunican al Maestro cuanto han hecho en su Nombre, lo cual lleva a Jesús a exultar de gozo en el Espíritu Santo y dirigirse al Padre con palabras de gratitud por esconder los secretos del Reino a los sabios y entendidos de este mundo, y revelarlos a los pequeños. El abrazo del Padre y del Hijo en la alegría del Espíritu Santo se convierte entonces en invitación de Jesús a acudir a Él para encontrar descanso y aprender de su Corazón mansedumbre y humildad.

En la escuela del Amor de Dios los apóstoles del Redentor reponen sus fuerzas, ejercitan las virtudes del discípulo y cultivan la sabiduría que es apertura a la revelación divina. Sencillez y humildad son las marcas que el cincel del Espíritu Santo deja en las almas amigas de Dios. A su toque, la belleza eterna se abre paso en el rostro humano reflejando destellos divinos en los gestos y palabras que configuran la vida terrena. Los pequeños a los que se refiere Jesucristo, sin saberlo, siembran a su paso las semillas de la Verdad, Bondad y Belleza que tienen su origen y su meta en la Unidad simple de Dios. Por eso, quien trata con la gente sencilla se descubre con mayores deseos de hacer el bien, con mayor capacidad de asombro ante la belleza y con propósitos renovados de vivir en la verdad. En la gente sencilla se manifiesta de forma luminosa que la fe es sencilla.

El libro que el lector tiene en sus manos es un testimonio precioso de la verdad de esta afirmación, reconocida en la vida concreta de una mujer creyente de nuestro tiempo, Jorja Perea García. Apenas la saludé en un par de ocasiones, sin embargo, su vida interior se me hizo paulatinamente familiar gracias a los comentarios espontáneos de su hijo sacerdote José María Avendaño Perea. En diálogo con él, he descubierto agradecido que en muchas ocasiones la solución más prudente a un asunto difícil ha llegado precedida de las palabras sensatas "como decía mi madre...". Luego he descubierto que no solo el hijo sacerdote, sino también otros miembros de la familia y amigos y conocidos de Jorja, se han visto fortalecidos por su palabra y ejemplo, convirtiéndose así en depositarios de una enseñanza de vida cristiana, que por ser expresión de la sabiduría evangélica, ofrece orientación luminosa en el camino de la vida. Convencido de que esta enseñanza de vida puede ayudar a muchas personas, al fallecer Jorja en agosto de 2015, propuse a su hijo recoger palabras y testimonios de su madre y componer con ellos un relato que ayudara a manifestar la belleza de la fe vivida con sencillez. Agradezco de corazón que esta propuesta haya tenido tan buena acogida y se haya podido plasmar en las páginas que completan esta obra.

En la liturgia de difuntos, cuando rezamos por quienes han fallecido, la Iglesia nos invita a poner en ejercicio una triple tarea: recordar con gratitud, orar con confianza y esperar con vigilancia. Haber escrito este libro cuando aún está muy reciente la muerte de Jorja estoy seguro de que ha servido al autor y a sus familiares para extender la invitación de la liturgia a muchos momentos del día. La oración confiada por los seres queridos que han muerto nos hace vigilantes en la certeza de que al final de nuestra vida terrena el Señor nos espera. Al recordar a Jorja, doy gracias a Dios con sus familiares por el testimonio hermoso de una vida en la que resplandece la fe de los sencillos.

1 de noviembre de 2015,

Solemnidad de Todos los Santos

+ José Rico PAVÉS,

obispo auxiliar de Getafe

A mi madre Jorja,
discípula misionera de Jesucristo
en la vida cotidiana

INTRODUCCIÓN

Al mes de fallecer mi madre, don José Rico, Obispo auxiliar de la Diócesis de Getafe, después de una reunión que habíamos compartido, me preguntó cómo se encontraba mi padre y cómo estábamos los hijos. Después me sugirió la idea de poner por escrito la espiritualidad de la que ha vivido y en la que ha bebido Jorja, mi madre, pues pensaba que en los tiempos actuales se necesitan testimonios de personas sencillas; esta es "la fe de los sencillos" de la que nos habla el magisterio de los últimos Papas y de la que tenemos tanta necesidad.

Aquello me produjo cierto asombro a la vez que agradecimiento, al pensar, que la vida en Cristo de Jorja Perea García, una mujer que ha pasado gran parte de su vida en un pueblo de La Mancha, Villanueva de Alcardete, con su testimonio cristiano, pudiese alentar y animar el seguimiento de Jesucristo en la vida cotidiana.

Una hija de Dios que apenas recordaba a sus padres, por quedar huérfana a edad muy temprana, esposa, madre, abuela, vecina, amiga y parroquiana, en la vida oculta del Nazaret de La Mancha, sin apenas salir de casa últimamente, a consecuencia del reumatismo que fue deformando sus articulaciones y encorvando su columna, puede ser en un referente de paz y alegría en Dios, un referente en el hacer la voluntad de Dios, el querer lo que Él quiera para nosotros, con la confianza absoluta de que "somos suyos". Este fue el eje diamantino de toda su existencia. Es lo que repitió a lo largo de su vida y con estas palabras en los labios y en el corazón murió a los ochenta y siete años de edad.

Una vida articulada por la sencillez evangélica, la confianza en Dios, vivir con lo necesario y para los demás.

Ahora, ayudado por el recuerdo vivo de mi padre Cándido, de mis hermanos Jorja y Cándido, de mis sobrinos, cuñados y familiares, pongo en tus manos, querido lector o lectora, estas páginas que han sido escritas con profunda emoción y abundancia de lágrimas, por mí, hijo sacerdote de Jorja, a los dos meses de morir ella y a la cual debo la mayor parte de mi vocación sacerdotal. Espero y deseo que seáis benevolentes conmigo, pero sobre todo lo que os pido es que recéis por mi madre con el fin de que participe del gozo de la resurrección y de la vida plena en Dios.

Todo esto lo digo desde el lenguaje de la certeza que nos da la fe; sabemos y pedimos que ella esté gozando ya de la presencia de nuestro Padre celeste, y en su definitivo hogar paterno, sin los límites que nos impone nuestra condición en este mundo, pedimos que esté disfrutando del amor pleno y de la misión de ayudarnos a ser santos.

El testimonio ayuda a las familias, y a cualquier cristiano, a vivir y difundir la caridad de Cristo. Un testimonio para jóvenes, ancianos, adultos y niños que ayuda a confesar a Jesucristo con una coherencia de vida y asumiendo actitudes cristianas.

El día 14 de agosto de 2015 fue a tomar posesión de la morada, magnífica, que Cristo le tenía preparada. Pedimos que la bienvenida que las Personas Divinas le han preparado junto a nuestra Madre María y san José haya sido tan tierna y bienaventurada como ella ha mostrado ser en su sabia humildad y conmovedora virtud en esta vida. Por ello, pedimos a Dios que sea bien grande y que esté radiante.

Doy las gracias a Dios y a las personas que han hecho posible este libro. Gracias a los señores Obispos, don Joaquín María y don José, a mi padre Cándido, a mis hermanos Jorja y Cándido, a mi cuñado Luis y mi cuñada Puri, a mis sobrinos Luis y su esposa Marta, a Jesús, Carmen, María y Martín, a los vecinos y amigos de Villanueva, a los sacerdotes don Emilio, don Faustino y don Luis, a las religiosas Franciscanas Hijas de la Misericordia, a las personas del obispado de Getafe (Madrid), y también a José Luis, Pilar, Francisco, José Manuel, José, Ana y a la editorial Narcea. Gracias por haber hecho posible que la espiritualidad de mi madre, "espiritualidad de los sencillos", pueda aportar algo de luz en el hermoso camino de la vida cristiana.

SÍNTESIS BIOGRÁFICA

Jorja Perea García nació el 23 de abril de 1928, a las 9,30 de la mañana, en Villanueva de Alcardete (Toledo), hija de Fabián Perea y Natividad García. Fue bautizada el 29 de abril en la Parroquia Santiago Apóstol de la misma localidad.

Cuando contaba tres años falleció su madre y con apenas seis murió su padre.

Tenía tres hermanos. Mi madre encontró cobijo y abrigo en casa de su abuela Victoriana donde estuvo hasta los nueve años, años que recordaba con felicidad.

Posteriormente fue acogida por su tía María con quien vivió hasta los veintiséis años, edad a la que contrajo matrimonio con Cándido.

Cuando tenía ocho años estalló la Guerra Civil en España y esto, entre otras cosas, impidió su asistencia a la escuela.

Después de la Guerra recibió el sacramento de la Confirmación y el de la Eucaristía. Frecuentaba la confesión, decía que así crecemos en humildad.

Su adolescencia y juventud estuvieron atravesadas por los continuos trabajos en el campo en las faenas que la agricultura presentaba a lo largo del año: sembrar, regar, segar, coger lentejas y garbanzos, vendimiar, podar, sarmentar, arar, escardar, desgramar... Después de estos trabajos, al llegar a casa, continuaba con las labores del hogar: limpiar, lavar, coser, cocinar. Años donde, a pesar de tanto esfuerzo y sudor, siempre había lugar para la alegría y el cultivo de la amistad. Vivió en casa de su tía María y su esposo Manuel, junto con tres primos algo mayores que ella hasta que se casó (Francisco, Victoriano y Luis).

En estos años, acudía a la celebración de la Santa Misa los domingos y cuidaba, como un gran tesoro, la devoción popular de la comunión de los Santos junto con las oraciones que había aprendido de su abuela Victoriana.

El 2 de enero de 1954 contrajo matrimonio con Cándido Avendaño Serrano en la iglesia parroquial Santiago Apóstol de Villanueva de Alcardete. Fruto de ese amor nacieron cinco hijos: Andrés, José María, Jorja, Jesús y Cándido. Dos de ellos murieron: Andrés a las pocas horas de nacer y Jesús a los diecisiete años.

Su matrimonio estuvo centrado en el amor que Dios les regalaba cada día y que ellos acogían y lo devolvían en desvelo, cuidado y ternura hacia sus hijos, su familia y los demás. Una vida marcada por el amor, el gozo, el dolor, la fidelidad hasta el final. Una vida surcada por la confianza en el Señor, con la expresión que aparecerá de manera constante en este libro. "Somos suyos".

A los ochenta y siete años, después de sesenta y dos de casados y siete de noviazgo, Jorja marchó a las manos del Padre, con la esperanza y la certeza de que se iba al encuentro del Señor, sin ningún tipo de temor. "Me voy con Él", fueron sus últimas palabras.

LA FE DE LOS SENCILLOS
La santidad de la vida cotidiana

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos,
y se las has revelado a la gente sencilla.

(Mt 11,25)

Pero yo invoco a Dios, y el Señor me salva: por la
tarde, en la mañana, al mediodía, me quejo gimiendo.

Dios escucha mi voz: su paz rescata mi alma.

(Salmo 54)

Sabiduría popular tocada por la gracia de Dios El refranero del creyente

Su vida ha sido una bendición. Una vida de fe; y esta es la herencia que nos ha transmitido a sus hijos, el tesoro que ha alegrado y sostenido su vida. Mi madre ha vivido en Dios haciendo de sus días y de sus noches un regazo de confianza incondicional en Él y una entrega absoluta al prójimo.

A propósito de velar por el cuidado de la fe de las personas que nos han sido encomendadas a los pastores se afirma: "La Instrucción pastoral es una invitación a fijar nuestra mirada de fe en Él desde la comunión de la Iglesia, es decir, a no abandonar el manantial donde tiene su origen la alegría cristiana. Importa notar que los obispos, al señalar claramente las propuestas contrarias a la fe de la Iglesia, actúan cumpliendo su misión de pastores, saliendo en defensa de la fe de los sencillos. Al hacerlo, han recordado con claridad que la fe sencilla de la Iglesia tiene una autoridad más alta que la fe de las teorías teológicas y que la labor del teólogo debe estar siempre al servicio de esta fe, para fortalecerla e iluminarla, no para debilitarla y oscurecerla" (José Rico Pavés, La fe de los sencillos, p. 29).

Comienzo este relato de la fe de los sencillos o testamento espiritual de Jorja, mi madre, con algo que aconteció en 2014.

En el mes de enero, después de comer, me llamó y me dijo: "Josemari, como el mes que viene vas a ir a ver al Papa, llévale esta bolsa pequeña que he terminado de bordar para guardar el Santísimo y llevarlo a los enfermos y a los que no acuden a la Iglesia, a Misa, porque no pueden andar; les sucede igual que a mí. Además como el Papa se llama Jorge, dile que lo ha bordado para él tu madre Jorja". Yo me quedé extrañado y le dije que eso no se podía hacer tan sencillamente. Que a lo mejor no me dejaban dar ese objeto. Pero la verdad era que yo no estaba convencido del milagro de la sencillez que brota de un corazón lleno de amor y simplicidad evangélica.

A los pocos días, en un tiempo de oración, llegó a mis ojos y a todo mi ser, digo todo mi ser, porque eso me inundó de asombro y vergüenza, el texto del Evangelio donde Jesús, lleno de alegría, bendice al Padre proclamando que ha tenido a bien revelar esas cosas a los sencillos y pequeños y no a los sabios y entendidos, y así le ha parecido bien.

Emocionado, y deseando llegar a casa, abracé a mi madre y me la comí a besos, dándole las gracias por mi torpeza y necesidad continua de conversión. Le dije: "Madre, deme usted la bolsa que el otro día me enseñó para cuando vaya a Roma dársela al Papa Francisco. Sí que se la voy a dar en mano. Voy a hacer todo lo posible por entregársela".

La guardé como un gran tesoro y cuando llegó el momento de la entrevista con el Santo Padre, pues acompañaba a los Señores Obispos en su visita ad límina, aunque nos advirtieron de que no se le diera nada, consideré que en la caridad del Papa me lo admitiría más allá del protocolo, así le hice entrega de la encomienda de mi madre. El Papa lo recogió cuidadosamente en sus manos y me dijo: "¡Qué bello!" al tiempo que me exhortó: "¡Cuide a sus padres y sea un cura alegre!". Me marché lleno de agradecimiento a Dios, a la Iglesia, al Papa y a Jorja, mi madre.

Pasados cuatro días recibí una carta de la Secretaría de Estado en la que en nombre del Papa me daban las gracias "por el objeto tan delicadamente confeccionado para él".

Yo también doy gracias al Padre porque ha revelado estas cosas tan llenas de sabiduría divina y sencillez evangélica a los pequeños. ¡Bendito seas Padre!

Cuando el profeta Elías estaba sin ánimo, cansado y con pocas ganas de seguir viviendo, el ángel del Señor le dijo que se levantase, comiese y se pusiera en camino hacia el Horeb, el monte de Dios, y resultó que Dios no estaba en el huracán ni en el trueno, sino en "el susurro de una brisa suave". Como la vida misma.

Dios no mete ruido, no es escandaloso en su actividad. Dios está en lo pequeño, en los gestos, rostros, acciones, palabras, expresiones corporales. que saben de la paciencia activa. Dios está en la brisa suave de una simple acogida o una sonrisa, en un mirarse de frente con los ojos alegres o emocionados, en la alegría o en el llanto junto a los padres o al lado de los amigos, en la impotencia de un trabajo encomendado, en el gozo o en el dolor, en la brisa suave de cenar un poco de fruta y un vaso de leche templada con pan agradeciendo con todo nuestro ser a Dios, creador de todo bien, que nos cuida al igual que hacen nuestros padres.

La Virgen María, tan presente en la vida de mi madre Jorja, estaba pendiente en todo momento de enaltecer a Dios en vez de a sí misma. Su fe, su sencillez y humildad, su pobreza y su esperanza, nos ponen de manifiesto que "su querer es un querer de Dios".

Vivir es caminar y un caminar por distintos senderos y en ese camino pueden suceder diferentes acontecimientos. Jesús, el Hijo de Dios, sale a nuestro encuentro y quiere compartir nuestras alegrías, al tiempo que sanar y curar nuestras heridas, nuestros pies cansados del camino.

Mi madre Jorja, tenía experiencia de que Dios la había creado y a Él se debía toda su vida. El Dios creador, el Dios providente, era su referencia, su icono en cada jornada.

Tenía experiencia de que Dios había salido a su encuentro y con Él se quedó y en Él conformó su corazón. Tenía marcada de manera indeleble la certeza de que Jesús era su acompañante en los hermosos y duros caminos de la vida. En palabras del Papa Francisco: "El discípulo misionero sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él". Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida y nos ayuda a caminar por senderos de vida y plenitud. Con su muerte y resurrección brota siempre una luz y una fuerza capaz de conducirnos por caminos de vida nueva.

El corazón de mi madre estaba lleno de rostros y de nombres del pueblo fiel de Dios.

"Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar", dice santa Teresa de Jesús en Camino de perfección 40,3.

Ser cristianos a través de los medios que Jesús, el Señor, nos dejó: la Palabra y los sacramentos. "Id pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 18, 19-20).

Ser cristianos asumiendo la responsabilidad del ser testigos del Señor en medio del mundo. Todo esto como consecuencia de haberse producido un encuentro con Cristo y quedarse a vivir con Él: "El que me come vivirá por mí". No solo conocer a Jesús, sino quedarse a vivir con Él.

Confesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual se entregó, precisamente para santificarla (cf. Ef 5,25-26). Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado.

Pero este don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana. "Esta es la voluntad de Dios: vuestra santidad" (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta solo a algunos cristianos: "Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección en el amor" (Lumen gentium, 40).

Esto nos lleva a expresar la convicción de que, si el bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno: "¿Quieres recibir el bautismo?", significa al mismo tiempo preguntarle: "¿Quieres ser santo?". Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,48).

Como nos dice san Juan Pablo II en Novo millennio ineunte, 31: «Como el concilio explicó... este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable solo por algunos "genios" de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos, entre ellos, a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona».