LA SELECCIÓN NATURAL

 

Charles Darwin

 

Ilustraciones de Ester García

Traducción de Iñigo Jáuregui

Título original: On Natural Selection

 

Para Adolfo.

«The light which puts out our eyes is darkness to us. Only that day dawns to which we are awake.

There is more day to dawn. The sun is but a morning star».

(Walden, H. D. Thoreau)

 

© De las ilustraciones: Ester García

© De la traducción: Íñigo Jáuregui

Edición en ebook: noviembre de 2016

 

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-16440-72-6

Diseño: Sergi Puyol

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Contenido

Portadilla

Créditos

Autor

Ilustradora

 

Mapa

El viaje del Beagle

La lucha

La selección natural

Las dificultades de la teoría

Conclusión

Contraportada

Charles Darwin

(El Monte, Shrewsbury, 1809 - Downe, 1882)


Charles Robert Darwin fue un naturalista inglés que postuló que todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común, mediante un proceso denominado selección natural. La evolución fue aceptada como un hecho por la comunidad científica y por buena parte del público en vida de Darwin, mientras que su teoría de la evolución mediante selección natural no fue considerada como la explicación primaria del proceso evolutivo hasta los años treinta. Actualmente constituye la base de la síntesis evolutiva.

Ester García

(Cáceres, 1984)


Creció entre cuentos, lápices y literatura en una ciudad repleta de cigüeñas, y comenzó a dibujar desde muy pequeña. Curiosamente, lo que más dibujaba eran pájaros. Hace unos años, voló del nido para licenciarse en Bellas Artes en Salamanca, donde disfrutaba imaginando y contando historias a través de imágenes. Allí descubrió que le encantaría vivir dedicada a la ilustración infantil, rodeada de otras aves.

El viaje del Beagle (diciembre de 1831-octubre 1836)

y fauna relevante en los estudios de Darwin.

1. Plymouth (salida del Beagle).

2. Islas Canarias.

3. Cabo Verde.

4. San Salvador de Bahía. Conchas marinas.

5. Río de Janeiro. Phyrophorus (luciérnagas luminosas) y colibríes.

6. Montevideo. Tucutuco.

7. Bahía Blanca. Restos de gliptodonte (antecesor del armadillo) y toxodón. Ñandú pequeño (llamado ñandú de Darwin).

8. Patagonia Cóndor y llamas salvajes.

9. Malvinas.

10. Tierra de Fuego.

11. Chiloé.

12. Valparaíso.

13. Perú.

14. Islas Galápagos. Tortugas gigantes, pinzones, ruiseñor de las Galápagos.

15. Tahití Ava (hoy llamada kava).

16. Nueva Zelanda.

17. Sídney. Ornitorrinco.

18. Tasmania.

19. King George Sound. Rata marsupial.

20. Islas Cocos (o islas Keeling). Arrecifes de coral y peces de la zona.

21. Isla Mauricio.

22. Ciudad del Cabo.

23. Isla de Santa Elena. Caracoles terrestres.

24. Isla Ascensión.

25. San Salvador de Bahía.

26. Azores.

27. Falmouth (llegada del Beagle).

LA LUCHA

POR LA VIDA

Nada es más fácil que asumir de palabra la verdad de la lucha universal por la vida, ni más difícil —al menos así lo he visto yo— que tener siempre en mente esta conclusión. Pero a menos que ésta se halle profundamente arraigada en nuestra mente, estoy convencido de que la economía entera de la Naturaleza, con todos los hechos relativos a la distribución, escasez, abundancia, extinción y variación, se verán de forma borrosa o bastante equivocada. Contemplamos la imagen radiante de la Naturaleza y, a menudo, vemos abundancia de alimento. No vemos, u olvidamos, que los pájaros que cantan ociosos a nuestro alrededor se alimentan en su mayoría de insectos y semillas, y que de esta forma destruyen vida continuamente. Olvidamos que buena parte de estos cantores, o sus huevos y nidos, son destruidos por aves de presa y otros depredadores. No siempre consideramos que, aunque en un momento dado haya abundancia de alimento, no ocurre así en todas las épocas de cada año que pasa.

Adelanto que empleo el término lucha por la vida en un sentido amplio y metafórico, incluyendo la dependencia de unas criatura con otras y (lo que es más importante) no sólo la vida del individuo, sino el éxito a la hora de dejar descendencia. Puede afirmarse que dos canes luchan entre sí en época de escasez para conseguir alimento y sobrevivir. Pero se dice que una planta en la frontera de un desierto lucha por la vida contra la sequía, aunque más propiamente debería decirse que depende de la humedad. Es más ajustado decir que una planta que produce un millar de semillas, de las que, como promedio, sólo una logra desarrollarse, lucha contra las plantas de la misma y otras clases que ya cubrían el suelo. El muérdago depende del manzano y de otros pocos árboles, pero sería descabellado decir que lucha contra estos árboles, porque si demasiados de estos parásitos crecen en el mismo árbol, éste se marchita y muere. Sin embargo, se puede decir que varios plantones que crecen juntos en la misma rama luchan entre sí. Puesto que el muérdago es diseminado por los pájaros, su existencia depende de éstos, y puede decirse metafóricamente que lucha contra otras plantas fructíferas con el fin de tentar a los pájaros para que devoren y así diseminen sus semillas y no las de otras plantas. En estos sentidos diferentes, que interfieren, empleo por conveniencia el término general de lucha por la vida.

La lucha por la vida se deriva inevitablemente de la alta tasa a la que todos los seres vivos tienden a reproducirse. Todas las criaturas, que durante su vida producen varios huevos o semillas, deben sufrir destrucción en algún periodo de su vida y en alguna época o año ocasional, o, en virtud del principio del incremento geométrico, su número pronto se volvería tan desmesurado que ninguna región podría sustentarlo. Así pues, como se producen más individuos de los que pueden sobrevivir, debe haber en todos los casos una lucha por la vida, ya sea de un individuo contra otro de la misma especie, contra individuos de especies diferentes, o contra las condiciones físicas de la vida. Es la doctrina de Malthus aplicada con fuerza diversa al conjunto de los reinos animal y vegetal, puesto que en este caso no se puede incrementar artificialmente la cantidad de alimento ni se pueden restringir prudentemente los apareamientos. Aunque algunas especies pueden crecer en número más o menos rápidamente, no todas pueden hacerlo, porque el mundo no podría contenerlas.

No existe excepción a la regla de que todos los seres vivos se reproducen por naturaleza a tal ritmo que, de no sufrir destrucción, la tierra pronto se hallaría cubierta por la descendencia de una sola pareja. Hasta el poco fecundo hombre ha doblado su número en veinticinco años, y a este ritmo no habría literalmente espacio para sus descendientes. Linneo había calculado que si una planta anual produjera sólo dos semillas —y no hay una planta tan infecunda como ésa— y sus vástagos produjeran dos al año siguiente, y así sucesivamente, al cabo de veinte años habría un millón de plantas. Se cree que el elefante es, de todos los animales conocidos, el que se reproduce más lentamente, y me ha costado calcular su probable tasa mínima de incremento natural. Nos quedaríamos cortos suponiendo que procrea a los treinta años y que sigue haciéndolo hasta los noventa, engendrando tres pares de crías en ese intervalo. De ser así, al cabo de cinco siglos habría quince millones de elefantes vivos, descendientes del primer par.

Pero tenemos una prueba mejor sobre este asunto que los meros cálculos teóricos, a saber, los numerosos casos registrados del incremento asombrosamente rápido de varios animales en estado salvaje cuando las circunstancias les han sido favorables durante dos o tres estaciones consecutivas. Aún más llamativa es la prueba de nuestros animales domésticos de diverso tipo que han vuelto al estado salvaje en varias partes del mundo: si las afirmaciones sobre la tasa de incremento de las reses y caballos de reproducción lenta en Sudamérica, y recientemente en Australia, no hubieran sido rigurosamente comprobadas, habrían resultado bastante increíbles. Lo mismo ocurre con las plantas: podrían citarse casos de plantas aclimatadas que se han vuelto comunes en islas enteras en un periodo inferior a diez años. Algunas de las plantas más numerosas actualmente en las vastas pampas de La Plata, que cubren kilómetros cuadrados de superficie hasta casi excluir a todas las demás, fueron introducidas desde Europa. Y hay plantas que se extienden hoy en día por la India, como cuenta Falconer, del cabo Comorin al Himalaya, que fueron importadas de América tras el descubrimiento. En esos casos, y podrían citarse incontables ejemplos, nadie supone que la fertilidad de esos animales o plantas ha aumentado repentina y temporalmente de modo notable. La explicación obvia es que las condiciones vitales han sido muy favorables y, por lo tanto, ha habido menos destrucción de los ejemplares viejos y jóvenes, y que casi todos los jóvenes han podido procrear. En esos casos, la tasa de incremento geométrico, cuyo resultado nunca deja de ser sorprendente, simplemente explica el aumento increíblemente rápido y la amplia difusión de especies aclimatadas en sus nuevos hábitats.

En estado salvaje, casi todas las plantas producen semillas, y entre los animales hay muy pocos que no se apareen anualmente. Por lo tanto, podemos afirmar que todas las plantas y animales tienden a reproducirseen proporción geométrica, que cubrirían rápidamente todas las regiones en las que pudieran vivir de algún modo, y que la tendencia a aumentar geométricamente debe ser controlada por la destrucción en algún periodo de su vida. Nuestra familiaridad con los animales domésticos más grandes tiende, creo, a confundirnos: no vemos que sufran una gran destrucción, y olvidamos que millares son sacrificados cada año para servir de alimento y que en un estado salvaje el mismo número habría sido eliminado.

La única diferencia entre los organismos que producen anualmente huevos o semillas a millares y los que producen muy pocos es que los de reproducción lenta necesitarían unos cuantos años más para poblar, en circunstancias favorables, una comarca entera, sin importar su tamaño. El cóndor pone un par de huevos y el avestruz, veinte, a pesar de lo cual en la misma región el cóndor puede ser el más numeroso de los dos. El petrel fulmar solo pone un huevo, pero se cree que es el ave más numerosa del mundo. Una mosca deposita cientos de huevos y otra, como la Hippobosca, solo uno, pero esta diferencia no determina el modo en que muchos individuos de las dos especies pueden mantenerse en una región. Un gran número de huevos es algo de cierta importancia para esas especies, que dependen de una cantidad de alimento que fluctúa rápidamente, porque les permite crecer en número rápidamente. Pero la importancia real de un gran número de huevos o semillas consiste en compensar mucha destrucción en algún periodo de la vida, que en la gran mayoría de los casos resulta ser un periodo inicial. Si un animal puede proteger de algún modo sus huevos o crías, tal vez engendre un número pequeño, pero la población media se mantendrá íntegra. Sin embargo, si se destruyen muchos huevos o crías, se han de engendrar en gran cantidad o las especies se extinguirán. Para mantener el número completo de un árbol que viviera un promedio de mil años, bastaría con engendrar una sola semilla en mil años, suponiendo que no se destruyera y pudiera germinar de forma segura en el lugar adecuado. Así que, en todos los casos, el número medio de cualquier animal o planta depende sólo indirectamente del número de huevos o semillas que produzca.

Al observar la Naturaleza, es necesario tener siempre presentes las siguientes consideraciones: no olvidar nunca que todos los seres vivos que nos rodean luchan al máximo por aumentar su número; que todos viven por haber luchado en algún periodo de su vida; que una fuerte destrucción afecta inevitablemente a las crías o a los viejos durante cada generación o a intervalos recurrentes. Suavícese el control o mitíguese la destrucción aunque sea un poco, y el número de especies se incrementará casi instantáneamente de forma indefinida. La faz de la Naturaleza puede compararse con una superficie elástica, compuesta de diez mil cuñas afiladas y prietas, que son empujadas hacia dentro por golpes incesantes. Una veces se golpea una cuña y luego otra con más fuerza.