Sobre el autor

JARVIER LEÓN (Barcelona, 1973). Licendiado en Antropología por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha realizado su tesis doctoral sobre comunidades utópicas de todo el mundo. Sus viajes, vivencias y convivencias en las mismas le han dotado de una visión amplia sobre este fenómeno y sobre los conflictos sociales de nuestra época. Ha escrito libros de temática diversa: Entrevista a un masón. Perspectiva antropológica de una realidad ignorada (2006), Creando utopías: el papel de la rebeldía ante el nuevo orden mundial (2008), Masonería: antiguos manuscritos (2009), Ama hasta que te duela (2011), Apoyo mutuo y cooperación en las Comunidades Utópias (2012), Asexualidad (2014) y Amor es Relación (2014).

XAVILEÓN

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Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

portada

PORTADILLA

A mis padres,
que me enviaron al mundo con la misión
de hacer de un hombre bueno,
un hombre mejor.

Dirige tus pasos allá donde el camino es más duro;

toma sobre ti lo que el mundo rechaza;

haz lo que el mundo no hace.

Marcha contrariamente al mundo en todas las cosas. Así llegarás por el camino más corto hasta Dios.

O, ¿es que os creéis que es pecado preguntar por el Camino?

Jacob Böhme

Practica los Caminos.

Buda

concha

Prólogo

por Ramiro Calle

Todo viaje, si el espíritu está presto, aunque la carne sea débil, se convertirá en un viaje interior, en un desplazamiento hacia los adentros. Todo viaje realizado con conciencia, apertura amorosa, atención serena, vivacidad sensorial, conexión plena con cada momento adquiere un carácter transformador. Todo viaje, en suma, constela el trayecto de la vida, donde cada momento está abierto a la sorpresa, donde se afronta lo imprevisible e impredecible, donde unas veces se requiere sabia cautela y otras una buena dosis de intrepidez. Cada paso cuenta, cada momento tiene su propio peso específico, todo va surgiendo y desvaneciéndose, asir y soltar, tomar y dejar, fluir sin que nada permanezca, peregrino por la Vía Láctea hacia las profundidades del camino, hacia las profundidades del alma, al encuentro con uno mismo y con los demás.

He leído con entusiasmo el diario de viaje de Javier León; he releído, con aún mayor entusiasmo, este escrito donde con precisión y amor va relatando sus experiencias y vivencias en un viaje que su sensibilidad espiritual convierte en altamente inspirador y me atrevería a decir que alquímico e iniciático. Al viajar hacia fuera, no deja ni por un momento de transitar hacia su propia Fuente; al observar, no deja de contemplar sus vivencias y reacciones. Así el viaje de observación se convierte en autoobservación, y eso lo hace aún más transformativo, más vivencial y profundo, más capaz de desconectar del pequeño yo para conectar con la Gran Mente.

El viaje se torna un viaje existencial dentro del más largo viaje de la vida. Uno vive su soledad caminando junto a la soledad de otros muchos seres humanos. Como dijo un mentor oriental: «Mil personas caminando juntas: mil soledades caminando juntas». Javier nos deleita con la descripción sentida, y a veces apasionada y apasionante, de los lugares por los que va cruzando, de las gentes que va conociendo y de sus propias experiencias. Es el suyo un viaje no solo para adquirir vivencias inspiradoras, sino para despojarse de la mente vieja y que pueda eclosionar así una energía más reveladora al encuentro con sus cuarenta años de vida. Morir para renacer. Despojarse del fardo de la mente vieja para que pueda florecer esa mente nueva que a cada instante, como Javier ha experimentado en su retiro de Vipassana, surge y se desvanece. Todo fluye, nada permanece. La vida no es una foto fija, sino que es cinética y dinámica.

Javier no es solo un osado editor, sino un magnífico escritor. Quiso el destino o la casualidad o la ley del accidente o la causalidad que justo en su recorrido por el Camino de Santiago revisase para su publicación en su editorial mi obra La genuina enseñanza del Buda. Después de sus largas caminatas encontraba un tiempo para sumergirse en las enseñanzas de uno de los grandes maestros despiertos de la humanidad, que a lo largo de más de cuatro décadas no dejó de caminar por las tierras de la India para propagar la Enseñanza, esa India en la que desde antaño se les ha conferido un notorio carácter iniciático a las peregrinaciones a los lugares espirituales y centros de poder cósmico. Una peregrinación tal, saturada del sentido de lo trascendente, ha llevado a cabo Javier León; ahora, aquí, comparte con el lector un cúmulo precioso de sus más íntimas vivencias.

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Las seis reglas del Sendero

(Reglas del Camino), del libro Glamour

  1. El Camino se recorre a plena luz del día, la cual es proyectada sobre el Sendero por aquellos que saben y guían. Nada puede ocultarse, y en cada vuelta de ese camino debes enfrentarte a ti mismo.
  2. En el Camino lo oculto es revelado. Cada uno ve y conoce la villanía del otro. No encuentro otra palabra para traducir la antigua palabra que designa la estupidez y la vileza no reveladas, la burda ignorancia y el propio interés, características sobresalientes del aspirante común. Sin embargo, a pesar de esa gran revelación, no es posible volver atrás, despreciar a los demás ni vacilar en el Camino. El Camino va hacia el día.
  3. Ese Camino no se recorre solo. No hay prisa ni apremio. No hay tiempo que perder. Cada peregrino, sabiéndolo, apresura sus pasos y se encuentra rodeado por sus semejantes. Algunos logran pasar adelante, él los sigue. Otros caminan detrás, él marca el paso. No camina solo.
  4. Tres cosas debe evitar el peregrino: llevar un capuchón o velo, que oculte su rostro a los demás; un cántaro que solo contenga suficiente agua para sus propias necesidades, y un báculo sin horqueta.
  5. Cada Peregrino en el Camino debe llevar consigo lo necesario: un brasero para dar calor a sus semejantes, una lámpara para iluminar su corazón y mostrar a sus semejantes la naturaleza de su vida oculta, una talega con oro que no ha de esparcir por el Camino sino compartirlo con los demás, una vasija cerrada donde guarda todas sus aspiraciones para arrojarlas a los pies de Aquel que espera en el portal para darle la bienvenida.
  6. A medida que el Peregrino recorre el Camino debe tener el oído atento, la mano dadivosa, la lengua silenciosa, el corazón casto, la voz áurea, el pie ligero y el ojo, que ve en la luz, abierto. Él sabe que no camina solo.

19 de abril de 2013

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Recalculando
desde Pamplona

Tras pasar diez días de retiro Vipassana en la sierra de Gredos, llegué a casa cansado pero con muchas ganas de emprender el Camino. Una extraña sensación, que me había recorrido en la estación de Atocha, me empujó a preparar la mochila y empezar cuanto antes el recorrido. Al final preferí reposar esa noche en casa. Apenas pude dormir cinco horas. Llegué a la estación de autobuses y compré un billete equivocado. Tuve que recalcular la ruta, pasando por tierras de Soria y llegando a Pamplona con algunas horas de más. Aquí estoy, esperando un nuevo autobús –el tercero ya– que me llevará a las puertas del Camino de Santiago, en Roncesvalles.

En verdad era la segunda o la tercera vez que recalculaba la ruta, ya que antes de que la autora S. P. me ofreciera pasar cuatro días de encierro para transcribir su segundo libro, ya había planificado marcharme esos días hacia las montañas fronterizas.

Así que al comienzo de esta aventura ya podía profundizar abiertamente en una primera reflexión: «la vida tiene sus propios caminos», y a veces no coinciden con nuestra programación mental, con nuestros deseos o nuestras intenciones. Por eso hay que estar abiertos a la experiencia, adaptando una y otra vez nuestros deseos a los deseos de nuestro verdadero Ser, fluyendo sin miedo hacia todo lo que se presente.

¿Por qué estos retrasos? ¿Qué otros peregrinos deberé conocer para que todo se haya retrasado tanto? ¿Qué clase de experiencias viviré para que todo se haya reorganizado y sea hoy el día señalado para emprender la aventura? Estas cosas nunca las sabemos hasta que pasa tiempo y podemos verlas desde cierta perspectiva, desde otro ángulo.

Es normal que nos equivoquemos en la vida, es normal que tengamos esa increíble capacidad de cometer errores. Pero siempre podemos retroceder, siempre podemos llegar a un punto de perdón y aceptación. Un lugar donde poder reconciliarnos con aquello que hicimos mal, o aquello que nos condujo a situaciones complejas. Es normal que perdamos cosas en el camino o que equivoquemos la ruta, pero siempre podemos recalcular y volver a empezar. Siempre podemos adaptarnos a nuestros errores y reconducir la ruta. Siempre tendremos momentos para celebrar, porque celebrar es importante en todo momento, celebrar que estamos vivos, celebrar nuestros errores –que sirvieron de aprendizaje y fortaleza–, celebrar la sabiduría que encierran y la belleza de la enseñanza. En esas ando ahora, desde tierras navarras, intentando llegar al inicio de todo, intentando celebrar este momento único e irrepetible.

Desde Roncesvalles

Cuando el autobús llegó puntual, aún había nieve apilada en los patios. Acababa de llover y parecía como si la tierra pudiera olerse desde lo más profundo. Di un pequeño paseo tras recoger la credencial de peregrino e impulsivamente entré en la pequeña iglesia de Santiago. La primera vez que asistí a la misa del peregrino fue hace más de veinte años, en septiembre de 1992. La segunda, en 2007. En las dos ocasiones hice el Camino en bicicleta desde principio a fin, desde su alfa a su omega. Ambas veces acompañado. Esta vez estaba solo en la última fila, observando todas esas luminarias que brillan con luz propia y esperan un profundo reconocimiento de su ser en esta aventura. Parecen hermosos y brillantes puntos de luz que esperan pacientes su momento.

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Todo parece diferente en apariencia. El albergue de Roncesvalles está totalmente reformado. Un ejército de voluntarios extranjeros nos asisten, y hay cientos y cientos de peregrinos que vienen de todas partes del mundo. Incluso un día como hoy, alejado de cualquier festivo o vacaciones, los peregrinos son legión. Nada que ver con aquella aventura del 92 donde algunos albergues eran auténticas cuadras y donde dormíamos literalmente tirados en el suelo. Los tiempos han cambiado y el Camino se ha convertido para muchos en un souvenir o una ruta turística donde pasar unos días diferentes.

Cada peregrino es un mundo. La mayoría son sofisticados, con grandes mochilas, hermosos trajes bien preparados para las inclemencias y unas poderosas botas. Esas grandes mochilas harán que muchos no aguanten los tres primeros días. Gran parte de ellos abandonarán en la primera semana por cualquier motivo. Vienen cargados de mapas, de coordenadas que han preparado durante meses. Pero muchos renunciarán. A veces el Camino nos vence a pesar de los preparativos.

Mi preparación empieza hoy. Traje una pequeña mochila donde metí lo justo. Mi calzado está roído por el tiempo y tiene alguna grieta que no sé si aguantará la marcha. La gente me ve y desconfía porque no vengo tan preparado como ellos, y no traigo ningún mapa ni ninguna gran mochila. Solo una sonrisa acomodada a las circunstancias. Quizás piensen que vengo a pasar el fin de semana o a dar un paseo. Pero la experiencia me dice que no lleve mapas, ni grandes mochilas, ni nada preparado. El Camino nos prepara, y debemos estar abiertos a sus sorpresas, ligeros de equipaje para fluir por sus sendas. Es un gran ejemplo de la vida. ¿Para qué cargarnos de cosas, de «mapas» sobre lo que debemos hacer en el futuro, de sofisticadas botas y trajes que luego se quedarán en el camino o, aún peor, nos impedirán seguir por él? Mejor tomarse la vida como un paseo, como un lento peregrinar hacia las profundidades del misterio. Sin prisas, sin cargas, livianos para que podamos disfrutar de cada instante e improvisar cualquier desvío.

Roncesvalles ya no es lo que era antes. Seguramente tampoco lo es el Camino. Pero quizás solo sea apariencia. En lo profundo, todo sigue igual, porque los peregrinos siempre andamos por sus sendas. Mañana empieza la aventura. Buen camino a todos. Buen peregrinar por la vida.


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20 de abril

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Día 1

Larrasoaña

Las almas son peregrinas. No entienden de espacio ni de tiempo. Se desplazan de un lugar a otro, buscando dónde poder servir mejor, dónde poder amar mejor, dónde poder relacionarse con el mundo y el universo de forma más amplia y profunda. Se roza con las ramas de cualquier árbol, con los tallos de la madreselva que gatea por las paredes, inspira el perfume de las flores del camino, su esencia volátil. Es capaz de acariciar con la mirada los valles y las montañas de cualquier paisaje, como durante siglos y siglos lo han hecho esos cientos y miles de peregrinos, de almas peregrinas que han transitado por los caminos.

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Esta mañana me desperté el primero a eso de las cinco. Estaba soñando con un maestro tibetano, y en sueños se presentó y me dijo: «Levántate y anda». Fui obediente, muy obediente. Sigilosamente, sin hacer ruido, empecé a caminar en solitario mientras los demás dormían. Todo era oscuro y los primeros kilómetros intenté que la luz que salía del móvil me ayudara en el andar. Luego preferí que fuera la luz interior la que me guiara. Era un ejercicio divertido. Podía sentir el barro con los pies, y eso me desviaba un poco. Si me salía del camino, las ramas me acariciaban, indicándome suavemente la dirección correcta. Pude agudizar algo la vista, pero no mucho, lo suficiente para no tropezar con grandes piedras. Casi podía sentir el alma de tantos y tantos peregrinos que por allí habían pasado. La noche siempre tiene esos misterios. Casi se puede escuchar el rumor de las sombras, el roce de los espíritus errantes.

Tardé dos horas en cruzarme con alguien. La noche anterior no había cenado nada y hasta las diez de la mañana no paré dos minutos para comprar una barra de pan que rellené de chocolate con avellanas. En el mismo lugar, además, donde lo hice hace ahora seis años. La mujer que despachaba se extrañó al verme. «Has llegado muy temprano», me dijo sonriente.

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No podía parar de caminar. Las primeras bicicletas me adelantaron a las cuatro horas de mi partida. Llevaba mucha ventaja, tanta que a las once ya había llegado al albergue donde la ortodoxia decía que había que pasar la primera noche.

Demasiado temprano, así que continué hasta el siguiente albergue, seis kilómetros más allá. A unos tres kilómetros a la hora, a la una de la tarde ya estaba escribiendo algunas letras.

La genuina enseñanza del Buda

Seguiría andando, pero mis pies están cansados y hay mucho día por delante. Así que trabajaré un poco y soñaré, de paso, con las luces que se han encendido ya en este primer viaje.

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