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Primera edición digital: diciembre 2016
Imagen de la cubierta: José Luis Herrero
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: José Cabrera
Revisión: María Baz

Versión digital realizada por Libros.com

© 2016 Charlie Sid
© 2016 Libros.com

info@libros.com

ISBN digital: 978-84-16881-84-0

Charlie Sid

El ocaso de la esperanza

A mi madre, Pilar.

A Joserra, Juantxo, Mikel y Txals por su infinita paciencia.

A todos los mecenas que han hecho posible la publicación de este libro.

A ti, Rosa…, estés donde estés.

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Primera parte
  5. Segunda parte
  6. Epílogo
  7. Mecenas
  8. Contraportada

Primera parte

Capítulo 1

 

Sonaba en los auriculares Someone Else´s Song. Le encantaba la garra y la dulzura de esa guitarra acústica sonando majestuosa, mientras Jeff arrancaba de lo más profundo una voz grave y poderosa que convertía esa canción en un himno a la sencillez y a la fragilidad, un himno al poder del sentimiento y del talento. A veces, muchas veces, cuando escuchaba algo que le hacía sentir así, se imaginaba parte del grupo. Acordes y emociones le devolvían su naturaleza vital. A veces, muchas veces, se preguntaba cómo sería el sentimiento del creador al oírse a sí mismo por encima de la mediocridad, sabiendo que iba a permanecer, para siempre, en la estantería de la eternidad. Era entonces cuando la envidia y la frustración se le aparecían en una especie de triste niebla que no tardaba en disipar, aunque una pequeña nube siempre transitaba en su interior.

Es curioso, las dos voces que más admiro se llaman Jeff, pensaba Javier escuchando el siguiente tema. Se refería a Jeff Tweedy y a Jeff Buckley, por el que sentía algo especial, quizás por esa voz tan apasionada que fluía desde lo más profundo de su alma. O quizás por su repentina y trágica muerte, una pérdida que le afectó emocional y musicalmente, por las grandes expectativas que había creado. Bueno, con el permiso de Mick y de Neil, se reprochó recordando a Mick Jagger y Neil Hannon, uno de sus artistas preferidos y alma mater de The Divine Comedy.

Siguió escuchando a Wilco disfrutando del recuerdo de su último concierto, del que hacía pocos meses. A Neil no hacía mucho que lo había visto, y a los Stones en los ochenta y noventa. Con Buckley se tenía que conformar con un disco en directo que consideraba uno de los más auténticos que había escuchado. De todas formas no hacían más que ratificar su pasión hacia ellos. La siguiente canción despejó sus recuerdos y poco a poco se sumergió en un profundo y cálido sueño. No necesitaba dormir muchas horas, su cuerpo aguantaba perfectamente durante el día, incluso era capaz de trasnochar sin ningún problema, aunque no era lo habitual.

Los domingos se quedaba un rato extra en la cama, hasta que el dolor de espalda le obligaba a levantarse, además era el día para organizar un poco la casa. No era un obsesionado de la limpieza, pero mantenía una especie de disciplina que lograba que la casa fuese acogedora y su aspecto aséptico disipara cualquier prejuicio al visitante. Ni que decir tiene que la música y todo lo relacionado con ella protagonizaban el escenario. La sala era el centro de operaciones, una enorme estantería albergaba su colección de más de mil vinilos, algunos de ellos piezas cotizadas en el mundillo del coleccionista, alrededor de quinientos CD y unos cien vídeos musicales. Tenía también un montón de libros y revistas relacionados con la música. Al otro lado de la sala se encontraba su pequeño estudio; dos equipos de sonido, un ordenador, una mesa de mezclas, dos guitarras eléctricas, una Telecaster y una Les Paul y sus respectivos amplis, una acústica, varios pedales de efectos, una caja de ritmos y un teclado. En ese lugar se concentraban sus más preciadas pertenencias, era todo lo que necesitaba, sus mayores ambiciones tenían más que ver con la creatividad y para eso solamente necesitaba pasión y talento.

Lo primero que hacía después de asearse era poner música, un acto instintivo, no concebía su vida sin sentir el espasmo de sus tímpanos y su cerebro convirtiéndolos en arte para su deleite. No era fácil enfrentarse a esa estantería y elegir, tenía todos los discos catalogados por año e intérprete y en una carpeta se podían consultar y buscar por orden alfabético. Aunque Javier tenía memorizada la ubicación de casi todo el catálogo y no le costaba mucho encontrar lo que en ese momento le pedía el cuerpo. Era digno de ver esos cinco o diez minutos que necesitaba para elegir entre vinilos, CD y todo el archivo que tenía en el ordenador. Como se había levantado enérgico buscaba algo que le acompañara en sus ganas de moverse y, a la vez, fuera contundente. Sabía dónde buscar y a veces, cuando lo encontraba y empezaba a escuchar, el disco duro de su cerebro se convertía en una maquina intuitiva y, uno detrás de otro, los temas se enlazaban en una perfección sonora increíble. Tenía un don para encadenar las canciones, un don del que disfrutaba pinchando en varias salas de la ciudad.

Por fin, un torrente eléctrico empezó a mover las membranas de los altavoces. Subió el volumen del amplificador y el bajo de Angel, el primer tema del «Mezzanine» de Massive Attack, inundó toda la casa al compás de un sutil toque de caja. La voz de Horace dulcificaba la atmósfera hasta que el ritmo in crescendo llegaba al summum de la canción, un riff de guitarra salvaje y poderoso que entusiasmaba a Javier que, Telecaster al cuello, esperaba excitado. Llegado el momento, cerró los ojos, retorciéndose entre la densidad sónica de esos cinco minutos rebosantes de energía, imponentes, majestuosos, que le transportaron al éxtasis. Acabada la canción, regresaba a la realidad y una sonrisa placentera relajaba todos sus músculos. Luego se disponía a desayunar y empezaba con los trabajos de la limpieza que normalmente le llevaban toda la mañana. Se duchó con los Black Keys y se preparó para salir. Los domingos cogía el coche y se marchaba a comer fuera. Le gustaba conocer pueblos y casi nunca repetía las rutas, solía comer en sitios sencillos con comida casera y luego caminaba por sus calles sin pensar en nada, absorbiendo el silencio, los olores, la paz que, de lunes a sábado, tanto echaba de menos en la ciudad.

Trabajaba en una multinacional discográfica. Era especialista en sonido, aunque lo que más le gustaba era producir a grupos noveles, sobre todo jóvenes apasionados y con ideas frescas. En eso era bastante bueno, pero la mayoría de las veces era la grabación de música para anuncios, cuñas de radio y televisión, rara vez alguna película, montajes para empresas, o como lo definía él, «anodino sonido industrial». Al final de la semana tanta mediocridad saturaba sus sentidos y acababa exhausto.

Se adentró en una senda que transcurría por un bosque escuchando el trinar de los pájaros, cuando recordó que empezaba la semana de una manera misteriosa. Por expreso mandato del jefe, tenía que preparar la producción de un disco a un nuevo grupo heavy en sólo una semana. Era la primera vez, nunca lo había hecho, eso le extrañó mucho e hizo lo imposible por quitarse ese trastorno, pero ningún compañero quiso hacerle el favor. Quedaba muy atrás la época en la que el heavy se puso de moda, protagonizando la mayoría de los conciertos. Le coincidió en la adolescencia y en plena eclosión de un nuevo mundo, tomando parte en el reconstituyente ciclón que quiso arrasar con todo, que no fue sino el impetuoso deseo de recuperar cuarenta años de oscuridad en un solo segundo. Los recuerdos de aquellos años le llegaban a borbotones, uno tras otro, sin conexión, la lucha política y la férrea represión, el mundo de las drogas, la liberación sexual, la explosión cultural, la solidaridad. Siempre que los recordaba, asomaba una sonrisa de satisfacción en su cara y se sentía orgulloso de haber sido protagonista de aquel renacer de luz, vida y libertad.

—Espero que mañana me lo aclare, no entiendo nada —susurró en voz baja. Estaba citado a las doce con Fran, su jefe, y el presi de la compañía—. Joder, bonita manera de empezar la semana, hablar con ese gilipollas, debe estar senil, pero, ¿qué pinto yo con ese grupo?, si hay cuatrocientos deseando hacer ese trabajo. Espero que sea gente normal, no soporto esa jerga tan pedante y artificial —terminó murmurando.

Normalmente preparaba con mucha antelación el trabajo de producción de un disco. Ni siquiera sabía el nombre del grupo, tampoco le importaba mucho, esperaba que su jefe entrara en razones y se impusiera la lógica. Decidió que lo mejor era volver al coche y conducir tranquilamente por esas carreteras comarcales, disfrutando del paisaje y escuchando música que le hiciera olvidar ese malestar que le estaba empezando a amargar la tarde. Se sentó al volante y respiró profundamente. La batería empezó a marcar el ritmo, los gritos del público adivinaban que era la canción, Mike Campbell acariciaba las cuerdas de su guitarra de manera sensual, delicada, era uno de sus guitarristas favoritos, y el piano marcaba dos notas geniales que invitaban a Tom a acompañarle con su voz. Breakdown era la canción, y Tom Petty y sus Heartbreakers eran la banda. A Javier le asomó la sonrisa crónica. Esa sonrisa era el mejor síntoma para saber si lo que estaba escuchando era bueno y, para Javier, Tom era historia viva del rock, sólo le faltaba verlos en directo, nunca habían estado en el país y soñaba con viajar a Texas para verlos alrededor de barbacoas, country, tipos con camisas de cuadros y chicas con vestidos de flores y camperas, siempre lo había imaginado así. Con la genial Spike, acompañó a Tom recitando, cantando, aullando, convirtiendo el viaje de vuelta en un recital.

Cuando llegó a casa todavía le duraba la sonrisa. Había decidido ver una peli mientras se comía una ensalada de frutas. Sonó el móvil mientras preparaba la piña, un mensaje. La cara de Javier cambió de semblante. Lo releyó para cerciorarse del porqué y lo borró.

Hola Javier, no me conoces pero yo a ti sí, bueno, te conozco por referencias, y muy buenas por cierto. Me gustaría conocerte en persona, no sé, ¿por qué no quedamos a cenar un día de estos?, si puedes, claro. Yo no estoy nada mal, soy simpática y agradable. No te arrepentirás, ya verás. Espero tu llamada.

¡Ah!, me llamo Silvia. Un beso.

Se puso a ver la peli mientras pensaba en el mensaje, mejor dicho, en las «referencias, y muy buenas, por cierto», balbuceó con gesto despectivo. Estaba claro que era alguien que le conocía bien, no solía dar el número de teléfono fácilmente y no era muy amigo de las redes sociales. Quizás alguna amiga le haya hablado de mí, ¿pero darle el teléfono?, pensó. La peli se estaba poniendo interesante, lo que favorecía que se fuera olvidando del tema, aunque lo que peor le sentaba era la curiosidad. ¿Y por qué no?, le enfurecía sólo pensarlo. La relación con el sexo opuesto no era su fuerte, lo sabía muy bien, la independencia que presidía su vida era lo que más preciaba. Sus pasadas experiencias no fueron, lo que se dice, positivas, precisamente por eso no soportaba que alguien le controlara, no era propiedad de nadie y odiaba las relaciones sintéticas y el apego por necesidad. No voy a llamarla, en todo caso será ella la que tenga que llamar y aclarar este misterio, pensó. La trama de la película absorbió todo su cerebro y no volvió a pensar en la tal Silvia. Tenía que madrugar, se acostó pronto, puso Radio 3 en el despertador y poco a poco se durmió.

Acudía al estudio en metro, estaba en pleno centro y la parada le dejaba a tres manzanas. Durante el traslado no paraba de darle vueltas al mensaje, era la primera vez en su vida que una mujer le pedía una cita sin conocerle. Eso le creaba cierta inquietud y sentía temor y a la vez curiosidad. Lo que tenía claro era que tarde o temprano volvería a tener noticias de la misteriosa Silvia.

Entró en el edificio de oficinas donde se ubicaba la compañía en la que trabajaba. Ocupaba dos plantas de las ocho que constaba el edificio, en una calle emblemática de la ciudad. Subió a la séptima, allí se encontraba la recepción, despachos de gestión, salas de reuniones, toda la maquinaria que hacía funcionar el tinglado. Saludó a Estela, la recepcionista, y cogió la escalera que llevaba al ático donde se encontraban todos los estudios y una enorme terraza, con una pequeña piscina que en verano era el área de descanso ideal para músicos y técnicos, que servía también para descargar tensiones y, algunas veces, como verdadero nido de nuevas relaciones y amistades.

Javier entró en su pequeño despacho. Eran las nueve de la mañana, tenía bastante tiempo antes de la cita con Fran. Había dejado encima de la mesa el dossier del grupo que Estela le había dado al entrar y se dispuso a leerlo con desgana, y más después de leer el nombre, «Avernsales». Lo de los nombres de esta gente es para un estudio sociológico, o están directamente subvencionados por satán, aunque el juego de palabras tiene su miga, pensó sonriente sentándose en su sillón.

La primera sorpresa del día le cambió el semblante. Una chica, Ruth, era la líder del grupo; teclista, bajista y cantante. Tiene buenos conocimientos musicales, por lo menos la carrera de piano, pensó Javier. Parece interesante, se dijo, mientras repasaba la foto de Ruth. Los rasgos le resultaban familiares; grandes ojos negros, cara redondeada y nariz bien proporcionada la hacían ciertamente atractiva, aunque para Javier lo más familiar era la mirada, intensa y profunda. Repasó por encima a los demás integrantes del grupo. Nada interesante salvo un detalle, todos pasaban la treintena y llevaban una década de grupo en grupo sin llamar la atención, y Ruth tenía apenas 21 años y era su primera experiencia.

Siguió con la rutina, ahora tocaba escucharlos, sacó un CD del sobre del dossier y lo introdujo en el equipo. El sonido no estaba mal, la tecnología de los pequeños equipos de grabación había mejorado mucho, escuchó los dos primeros temas y parte de los cinco restantes, suficiente para hacerse a la idea.

«AVERNSALES»

Análisis musical, impresión inicial

Buen acoplamiento instrumental, buena voz solista, pero pésimos coros. Puede ser que necesitemos la ayuda de un batería profesional, guitarra con solvencia. Dos temas buenos, lo demás suena comercial, sin personalidad, a la espera de temas nuevos. No entiendo lo del nombre, no pega ni con cola. La voz de Ruth es muy interesante, con muchos registros y personalidad, creo que tiene alma, intentar llegar hasta ella puede ser un reto apasionante.

Mientras escribía, le llegaban voces parecidas, las voces con alma eran pocas, pero le sonaba a alguna. Su memoria musical y su gran intuición le alejaron hasta los sesenta. Se levantó como un resorte, salió de su despacho y abrió la puerta del estudio encontrándose al ingeniero de sonido que estaba preparando una grabación.

Hey Thomas. Abre el archivo de recopilatorios del ordenador, quiero escuchar algo en especial.

Thomas era irlandés, llevaba veinte años en el país y casi diez trabajando con Javier. Solían juntarse de vez en cuando para ir a pubs irlandeses y beber pintas mientras saciaban una pasión compartida, escuchar a Rory Gallagher. Cuando los efectos de la cuarta pinta se dejaban notar, comenzaba el espectáculo: el «Irish Tour» convertía a Thomas en el Rory cantante y a Javier en el Rory guitarra. La gente alucinaba, cada gesto, cada nota, como si realmente estuvieran viendo a Rory en directo y, como siempre les pedían un bis, para lucirse y dejar a la gente boquiabierta, terminaban con su blues preferido, I wonder who. Cómo gozaban en la parte en que la voz imita y acompaña al solo de guitarra. Cuando terminaba se fundían en un abrazo y saludaban al público en medio de una ovación enfervorizada, como si de estrellas de rock se tratase. Se tenían un cariño especial, en el trabajo bastaba una mirada, un gesto para entenderse, hacían un gran equipo, en la compañía lo sabían y se cuidaban bien de no entrometerse cuando todo estaba firmado. Siempre le acompañaba en las entrevistas de presentación, no decía una palabra, sólo observaba y escuchaba. Admiraba la capacidad que tenía Javier de buscar el alma, las entrañas y cómo, algunas veces, un cruce de miradas especial era la señal de que la había encontrado. Cuando eso ocurría, la sonrisa crónica aparecía en sus rostros.

Javier buscaba en el ordenador, mientras Thomas le miraba intrigado.

—Oye, ¿es verdad eso que se oye por ahí? —le preguntó Thomas.

—¿Y qué se oye por ahí? —le replicó Javier.

—Oye tío, no me jodas, sabes perfectamente a lo que me refiero.

—Bueno, te contestaré después de hablar con el jefe —le dijo encontrando lo que buscaba. Down on me comenzó a sonar.

—¿Janis Joplin? Cuánto tiempo sin escucharla —dijo Thomas. Le miró a los ojos y preguntó impaciente— ¿Quieres hablar de una vez? Y no me digas que te apetecía escucharla.

—No, yo también llevaba mucho tiempo sin oírla. Ahora escucha esto —le dijo poniendo una copia del CD del grupo en el equipo.

—¡Hostia! Pues sí que tiene un aire, pero el tema es una mierda, no me digas que…

—Pues sí, se llaman Avernsales y esto es lo que se oye por ahí.

—¿Averqué? —dijo Thomas con una mueca de asco.

—No me interesa el grupo, ni su nombre, ni su música vulgar, me interesa Ruth: canta de maravilla, toca el piano, el bajo y seguro que domina más instrumentos, además creo que tiene algo. No hay duda de que el entorno es propicio, yo apuesto por el padre, ¿y tú?

—Yo por la madre, no sé, intuición femenina, ¿las próximas pintas? —le retó Thomas.

—Hecho.

—Me parece que vamos a producirles, ¿me equivoco?

—Creo que no hay más remedio, Thomas, por orden expresa de Fran.

—¡Ah! Llama a Óscar, seguramente le necesitaremos, el batería sólo mamporrea.

—Ya me he dado cuenta. De todas maneras, voy a escucharlos atentamente, por si hicieran falta más cosas.

Salió del estudio y se encerró en su despacho. Cogió de nuevo el dossier y volvió a leer la página relativa a Ruth. Mientras escuchaba otra vez la maqueta pensaba qué caprichosa era la vida, cómo había intentado con todas sus fuerzas evitar ese trabajo y cómo ahora era incapaz de no pensar en otra cosa, cómo notaba ese gusanillo que le hacía intuir algo diferente, algo que no sentía desde hacía bastante tiempo. Dejó preparado el esquema para la entrevista y bajó a la planta «noble», así era como él la llamaba.

—Estela, supongo que la sala tres estará preparada para mañana a las doce.

—Tenéis reservado el salón de reuniones y catering para ocho personas.

Javier no escondió una malévola sonrisa, nunca había entrevistado en ese enorme recinto. Ruth tiene padrinos, pensó.

—Que yo sepa somos seis y con café y bollos sobra. Además esa sala es enorme y esto no es una reunión, es una entrevista y ya conocéis mi forma de trabajar, necesito intimidar, palpar, indagar, que se concentren en lo que escuchan y yo en sus reacciones y en sus respuestas, así que quiero la sala tres para las doce y sólo para seis.

—Oye, que yo soy una mandada y cumplo órdenes del jefe, además va estar en la entrevista junto al mánager del grupo, así que apáñatelas, guapo.

—¿Fran en la entrevista? —Javier estaba totalmente sorprendido. Esta Ruth tiene sangre azul por lo menos, pensó.

—De todas formas tú resérvame la sala tres. La sala tres, a las doce y media, para seis.

—De acuerdo, pero tendrás que decírselo a Fran.

—No te preocupes, no hay problema.

Javier estaba empezando a preocuparse, era evidente que la mano de Fran estaba detrás del montaje y eso le ponía de los nervios, además ahora tenía que negociar con él y no soportaba su arrogancia, su mundo ideal. Mierda, me tenía que joder la mañana, balbuceó en voz baja. Eran las diez y media. Decidió subir a la terraza a tomarse un buen desayuno con Thomas para relajarse, y en eso vio venir a Lara, la secretaria personal de Fran, ¡cómo para no verla! La palabra discreción parecía no existir en su diccionario, vestía con ropa ajustada y tacones de vértigo, andares de pasarela pija, maquillaje hasta la exageración y labios operados. Esa mañana llevaba un vestido rojo, corto y súper escotado, bueno, casi todo en ella era rojo; los zapatos, el sujetador y sobre todo los labios. Javier no pudo disimular una sonrisa al verla acercarse, pero lo peor era cuando abría la boca y empezaba a hablar.

—Uhu Javichu, ya sabes que tienes cita a la doce, ¿vale? ¿Te gusta mi modelito? Es de Pepa Lambrines —le dijo girando sobre sí misma.

—Hombre, no está mal, pero no te pares al lado de un semáforo, por si acaso.

—Ja, ja, ja, desde luego, Javichu, cómo eres.

Javier la miraba estupefacto mientras regresaba a su despacho, moviendo las caderas que parecía que en cualquier momento se le iban a descoyuntar. No puede ser más tonta, la debe chupar de la hostia, pensó subiendo las escaleras al encuentro de Thomas. Este le vio llegar y se dio cuenta de que algo pasaba, el semblante de su cara lo evidenciaba.

—Tengo todo listo, así que vamos a tomarnos un buen café y me cuentas, creo adivinar que algo no va bien —se llevó a Javier cogido del hombro.

Se sentaron alrededor de una pequeña mesa redonda, Thomas preparó dos cafés, bien cargados, y puso en una pequeña cesta varias piezas de fruta. Javier se dejaba acariciar por la brisa de una preciosa mañana de mayo y observaba que ya habían llenado la piscina y que era apta para el baño. Cogió un plátano y unas fresas de la cesta, tenían una pinta deliciosa, y miró a Thomas dedicándole una sonrisa de agradecimiento, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba en cada respiración. Thomas le miraba, sabía que algo estaba dando vueltas en su cabeza, esa mirada al vacío era el presagio de que algo le incomodaba. Por fin, Javier le miró a los ojos y le soltó a bocajarro:

—Oye, por casualidad, ¿no conocerás a una tal Silvia? —Thomas le miró sorprendido—. No pasa nada, es que tengo una sensación un poco extraña y creo que le estoy dando demasiadas vueltas, aunque no debería descartarlo.

—¿Te quieres explicar?, ¿quién coño es Silvia?, ¿y qué no tienes que descartar? Desembucha, tío.

—Ayer por la noche recibí un mensaje de una mujer a la que no conozco de nada, quería una cita conmigo porque alguien le dio muy buenas referencias de mí; mañana el jefazo quiere estar en la entrevista, en el gran salón y encima se trae al mánager del grupo. Casualidad o causalidad, dos cosas que no me habían sucedido nunca. A eso le doy vueltas, ya conoces mi intuición y creo que están conectadas. Thomas se tomó unos segundos para procesar, antes de decir nada.

—La del mensaje es Silvia, claro, lo de Fran sólo puede ser entendible si hay en el grupo una persona importante para él o viene apadrinada por las altas esferas, pienso que es una casualidad, no le des más vueltas, Javi.

—Mira, Thomas, sabes lo que insistí para que otros compañeros hicieran este trabajo, todos se negaron, ¿no ves nada extraño en eso?, ¿ni siquiera Ariel? Sólo escucha heavy, mataría por un trabajo así, salvo que…

—El jefazo hubiera movido los hilos —le interrumpió Thomas—. ¿Y si hubiera visto lo mismo que tú en la chica del grupo?

—¿Quién, Fran? No me hagas reír, por favor, lo único que sabe de música es cuánto dinero le va a dar el éxito del mes, o sea, convertir la mierda en oro.

—Ya, eso es verdad, está claro que hay alguien detrás con mucha influencia. Sabemos por qué círculos navega Fran, pero no acabo de conectarlo con la llamada.

—Verás, hay algo en la foto de Ruth, se me hace familiar, es como si la hubiera conocido hace mucho tiempo, no sé, me da la sensación de que sus valedores, de alguna forma que no consigo imaginar, también me conocen.

—Joder, Javi, eso es hilar muy fino, lo mejor es esperar acontecimientos, ver cómo va evolucionando el tema, no me negarás que es apasionante, y ¿no es la pasión nuestra razón de vivir?, ¿cuántas veces me has dicho esta frase? Vamos a hacer bien nuestro trabajo y ya veremos qué pasa.

—Sí, sí, vale, pero entonces, ¿por qué esa obcecación?, ¿puedes contestarme a eso? La respuesta es clara; hay alguien con el poder suficiente para presionar a Fran, y creo que no es por motivos musicales sino personales y me preocupa que se inmiscuyan en nuestro trabajo —se contestó él mismo.

—Si eso es así, tienes a Fran agarrado de los huevos, sé inteligente y saca todo el partido de la situación, ahora no puede estar más a tu favor.

—Ya había pensado en eso, ¿pero no te resulta inquietante y misterioso? No sé, me da un poco de acojone, tantas sorpresas juntas.

—Ya, no te voy a negar que es bastante extraño, pero yo no sacaría las cosas de quicio. Esperemos que Fran te lo aclare. Joder, qué bien se está aquí, ¿otro café?

Después de disfrutar un buen rato de la terraza, volvieron al estudio para concretar puntos de vista sobre las necesidades del grupo y preparar la entrevista, sobre todo la música que iban a poner de fondo, Javier se fijaba mucho en las reacciones de los miembros del grupo cuando escuchaban las canciones.

Bajó las escaleras y se encaminó al despacho de Fran. Como siempre, una sensación irritante inundó su cuerpo, como una urticaria que no puedes dejar de rascar. Respiró profundamente antes de entrar, necesitaba estar tranquilo e inspirado. Lara le sonrió al abrirle la puerta y le invitó a entrar.

Fran le esperaba sentado en el trono de su impresionante despacho.