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Primera edición digital: febrero 2017
Imagen de la cubierta: Benzer Vektörler
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Sandra Soriano
Revisión: Alexandra Jiménez

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Ramón Alemán
© 2017 Libros.com

info@libros.com

ISBN digital: 978-84-17023-15-7

Ramón Alemán

La duda, el sentido común y otras herramientas para escribir bien

Prólogo de José Martínez de Sousa

A Luz, Iris, Ada y Juan Pedro

 

A José Martínez de Sousa, por su sabiduría y su generosidad

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7.  
  8. Rincones ocultos de la ortografía
  9. ¿Problemas con tus ex?
  10. ¿Qué tiene que ver la insulina con un portaaviones?
  11. Porfa, llévame este finde al cine
  12. ¿‘Traslúcido’ o ‘translúcido’? Vaya usted a saber
  13. No me gustan los jerseys de Pilar Rubio
  14. Los sónares desorientan a la Academia
  15. ‘Sexy’ es una palabra sexi
  16. Agua tónica
  17. Esto no es un microrrelato
  18. ¿Cuántas palabras tiene una carcajada?
  19. El tuitero que se quitó de enmedio
  20. Ébola, alzhéimer y párkinson
  21. Bin Laden y la letra ‘h’: dos puñeteros
  22. Casi todos los caminos llevan al dosier
  23. Las incógnitas de la equis
  24.  
  25. La bohemia coma
  26. Comas, intuición y normas
  27. Te quiere, porque te dibujó un corazón
  28. Hay comas impepinables
  29. La coma es bohemia, pero no tanto
  30. En casa del herrero…, cuchara de palo
  31. A vivir, que son dos días
  32. Si yo fuera rico
  33.  
  34. Mayúsculas y minúsculas
  35. Internet, una duda mayúscula
  36. Mayúsculas y tildes (por si quedaba alguna duda)
  37. Filosofía y mayúsculas
  38. Mayúsculas y minúsculas navideñas
  39.  
  40. La tilde
  41. Acabose la tilde de ‘acabóse’
  42. Una de tildes
  43. Adicción a las tildes
  44. ¡Que no escribas ‘qué’!
  45. Pongamos los puntos sobre algunas íes
  46. Sonreír es gratis
  47. ¿Por qué la palabra ‘ti’ nunca lleva tilde?
  48. No tilde usted más de la cuenta
  49. Sí cabe duda
  50. La carta de Espe
  51. No solo para Arturo Pérez-Reverte
  52.  
  53. Puntos, comillas, guiones, cursivas…
  54. ¿Dónde va el punto?
  55. Las comillas
  56. Manuales de estilo y libertad
  57. Las fechas de Frodo Bolsón
  58. Miles de puntos desperdiciados
  59. Hay más de un 11-S
  60. Bárcenas es un caso
  61. Como decíamos ayer…
  62. Un número redondo para una palabra redonda
  63. ¿Apóstrofe o apóstrofo?
  64. JFK, caso abierto
  65. Miscelánea galáctica
  66.  
  67. Secretos geniales del español
  68. Genio y concordancia
  69. Cosas que suenan raro
  70. Fotazas y fotones
  71. Me negarás dos veces
  72. ¿Y Iris?
  73. Azúcar para todos los gustos
  74. Quizá ustedes ya sabían esto
  75. Mi calcáneo es solo mío (y está roto)
  76. Amigos falsos y defectuosos
  77. ¿La de Maduro fue una victoria pírrica?
  78.  
  79. Errores repetidísimos
  80. Llamada al orden con los ordinales
  81. La problemática del tema
  82. Relaciones en las redes
  83. Inventos inútiles
  84. ‘Espúreo’ es una palabra espuria
  85. ¿Se puede adolecer de comprensión?
  86. La indiscutible gravedad del sexo
  87. ¿‘Preveer’?: pasapalabra
  88. Un carácter, dos caracteres…
  89. ¿Se puede cosechar una derrota?
  90. Un talibán y un talibán son dos talibanes
  91. El recopetín de la confusión: ‘inflingir’
  92. Todas las personas son humanas
  93. Manías muy nuestras que suenan a chino
  94. Son tres palabras y me gustan
  95.  
  96. Y el verbo se hizo tinta
  97. Verbos para el alma
  98. ¿Por qué no te callas?
  99. El deber me llama, supongo
  100. Se busca una buena escritura
  101. Los del ‘Marca’ saben barajar
  102. Yo escribo absolutamente
  103. Un futuro que es presente
  104. ¡Vivan Tintín y Milú!
  105. ¿Oyes o escuchas?
  106. Se trata de un verbo sin sujeto
  107. Moda no es lo mismo que elegancia
  108.  
  109. Soy palabra, luego existo
  110. Habilidades lingüísticas de un informático
  111. Médicas, arquitectas, fotógrafas, ingenieras…
  112. Navidades y vacaciones, dos plurales fantásticos
  113. La modestia de un baterista
  114. No me gustan las armas, me gustan las herramientas
  115. ¡Por Tutatis! ¡El cielo se nos cae encima!
  116. No es lo mismo desmonte que desmontaje
  117. ‘Cualquiera’ no es una palabra cualquiera
  118. Diez adjetivos para un embarazo
  119. La valiente capitana
  120. La ligereza de la lideresa choferesa
  121. Un bacilón es un bacilo muy grande
  122. Hay palabras más allá del diccionario
  123. Vigilancia de corto alcance
  124. Con la Iglesia hemos topado
  125. ‘Impás’ es a ‘impasse’ lo que ‘fútbol’ es a ‘football’
  126. Cómicos inventores
  127. Zarpazos y adelantamientos en la carrera electoral
  128. Mayonesa democrática
  129. Borbones, González y Alemanes
  130.  
  131. Retiro lo escrito
  132. Retiro lo escrito: me gusta la palabra ‘resiliente’
  133. Apuntes sobre pistolas
  134. Apología del gerundio de posterioridad
  135. ¿Alguien sabe lo que es una laptop?
  136. Cese de hostilidades
  137.  
  138. Camino de América
  139. Si ancha es Castilla, larga es América
  140. A la rae no le gustan los manises, pero a mí sí
  141. Canarias existe, se lo digo yo (a ustedes)
  142. Una lengua imparable
  143. El chapapote canario se llama piche
  144. América se para
  145.  
  146. Un oficio invisible
  147. Errar es humano, afortunadamente
  148. ¿Usted cómo lo habría escrito?
  149. Canción de Navidad para correctores y periodistas
  150. Muchas verdades y un error y medio
  151. Julieta electrónica
  152. Echar un vistazo y corregir
  153.  
  154. Guardianes de la lengua
  155. Antes de que se me olvide
  156. Manuel Seco: tolerancia y sentido común
  157. Panhispánico
  158. María Moliner y yo
  159. La suave voz de la Real Academia Española
  160. Un cóctel del barman don Alberto
  161. El idioma, la modernez y toda la pesca
  162. Benditos diccionarios, bendito papel
  163. Esto son palabras mayores
  164. Para eso está el correo electrónico
  165.  
  166. Bibliografía
  167. Mecenas
  168. Contraportada

Prólogo

 

Siempre hemos tenido, españoles y latinoamericanos, el prurito de hablar bien, de expresarnos con propiedad, de construir correctamente las oraciones, de conjugar adecuadamente los verbos, de evitar lo que se llamaba vicios de dicción (anfibologías u oscuridad, arcaísmos, barbarismos, cacofonías, impropiedades, neologismos, redundancias o pleonasmos, solecismos, ultra- o hipercorrecciones, vulgarismos, dequeísmos, queísmos) y algunas otras formas lingüísticas igualmente consideradas incorrectas.

Tradicionalmente, tales formas han sido rechazadas por los tratadistas de estas materias, quienes, contra viento y marea, las consideran inaceptables y así lo establecen en las obras y escritos que han publicado. ¿En qué se basan los autores de estas obras para considerar incorrecta determinada palabra, expresión o giro que a su juicio no se ajusta a los cánones de la lengua? En la mayor parte de los casos, en que tales voces, expresiones o giros no figuran en las obras académicas, especialmente las normativas, es decir, los diccionarios. Este criterio pudo tener sostenedores hace bastante tiempo, pero ha dejado de tener plena vigencia desde el momento en que la propia Academia reconoce, como ha hecho en más de una ocasión últimamente, que el lenguaje es del pueblo y solo el pueblo puede alterarlo, cuestión que se manifiesta en el hecho de que ciertas palabras o construcciones consideradas no académicas o no correctas por la condición dicha, a partir de cierto momento aparecen utilizadas con asiduidad en los medios de comunicación; es decir, cuando el uso supera a la norma académica. Por ejemplo, voces que en la edición de 1959 de la Gramática de la RAE estaban condenadas como barbarismos (acaparar, avalancha, banalidad, bisutería, debutar, etiqueta, finanzas, pretencioso, rango, revancha, adjuntar, presupuestar…) hoy se hallan admitidas y registradas en el DRAE y en otras obras de la misma autoría. Sin embargo, es innegable que, guste o no guste, los textos de la Academia, sus obras (especialmente su Diccionario común), tienen entre el público una aceptación muy notable. Así, es cierto que un sector del mundo hispanohablante convierte en incorrectos ipso facto todos los términos, voces o giros que la docta casa no haya registrado y declarado como normativos (lo cual se da en todas las obras publicadas por la Academia en los últimos años). Uno de los más antiguos autores empeñados en esta función es Enrique Oliver Rodríguez, primero en su Guía de bufete, publicada en Barcelona en 1891, y después en su Prontuario del idioma, publicado en Barcelona por Sucesores de Manuel Soler, sin fecha de edición (pero se supone fundadamente que fue en 1905). Esta búsqueda del perfeccionismo por parte de los hispanohablantes no es nueva. Diversos autores empeñaron, ya a finales del siglo XIX y probablemente antes, sus específicos conocimientos lingüísticos para tratar de adoctrinar a sus lectores. El hilo conductor era siempre el mismo o muy parecido: había que sacar al lector de las garras de la ignorancia en cuestiones de lenguaje y con ello conseguir que todos dominásemos las leyes gramaticales.

Las obras típicas dedicadas a la recolección y tratamiento de los temas utilizan en sus títulos, entre otras, las voces dudas, dificultades, errores, usos. Combinadas con las palabras lengua (española), lenguaje, idioma y otras semejantes, da los siguientes resultados (entre otros): Enrique Díaz-Retg: Diccionario de dificultades de la lengua española, 1.ª ed., Madrid: Ediciones A. G. Martorell, 1951; 2.ª ed., Barcelona: Marín, 1963. En esta segunda edición, el autor reclama para sí la utilización por primera vez en España del sintagma diccionario de dificultades, precisamente en la primera edición citada (1951). Por su lado, el mejor diccionario de esta materia publicado en España, el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco, apareció en 1961 en su primera edición y actualmente, después de múltiples ediciones y reimpresiones, acaba de aparecer, en 2011, la última hasta el momento, esta vez con una ligera variante en el título, al que añade al principio la voz nuevo: Nuevo diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. Curiosamente, también Seco parece quejarse de la utilización por otros de la palabra dudas: «Inmediatamente después del nacimiento del libro [su diccionario] comenzaron a surgir, en todo el mundo hispánico y con creciente ritmo, obras de análoga orientación en cuyo título campeaba casi sin excepción la palabra dudas […]», entre las que descuella la más reciente, el Diccionario panhispánico de dudas, publicado por la Academia Española, institución a la cual pertenece el mismo Seco. Debo confesar que también yo, en el título de mi Diccionario de usos y dudas del español actual (1.ª ed., 2000), utilizo la palabra dudas, palabra elegida ya en su primera edición, porque ¿cómo se puede titular un diccionario de dudas y dificultades sin decirlo? Bien es cierto que a partir de la aparición de la obra de Seco los autores de libros de dudas y dificultades se reprodujeron como las setas, muchas veces entrando a saco en su obra, pero también es verdad que el lector supo distinguir los buenos trabajos y separarlos de los adocenados, que no eran pocos.

En la actualidad, debido a la proliferación de fuentes donde pueden aparecer todo tipo de materiales (edición digital o en papel), el lector debe hacer gala de una exquisita delicadeza a la hora de manejar estos materiales, especialmente cuando no se proporciona el nombre de la autoridad que respalda esos trabajos. No será el caso de la presente obra de Ramón Alemán, La duda, el sentido común y otras herramientas para escribir bien, trabajo cuyo contenido queda claramente de manifiesto (por cierto, también con la palabra duda en su título, esta vez en singular).

José MARTÍNEZ DE SOUSA
Barcelona, mayo del 2016

Introducción

 

El libro que ustedes están comenzando a leer es una recopilación de artículos publicados en el blog Lavadora de textos entre enero de 2011 y junio de 2016. He seleccionado 132, que son los que considero más útiles e interesantes para los lectores, si bien en todos —los escogidos y los que no— el lenguaje que empleo es bastante sencillo y, en la medida de lo posible, carente de tecnicismos. La intención en todos ellos es la misma: explicar, con pequeñas dosis de humor pero también con todo el rigor que el asunto requiere —y siempre en mi condición de corrector de textos—, algunos secretos, misterios y curiosidades de nuestra lengua, especialmente de la escrita: desde la ortografía hasta la sintaxis, pasando por la ortotipografía, el léxico y los vericuetos geniales de nuestra gramática.

La duda, el sentido común y otras herramientas para escribir bien es hermano menor —aunque más voluminoso— de un librito similar que publiqué hace unos años, titulado Lavadora de textos y prologado por Alberto Gómez Font. Aquella fue una aventura precipitada, apasionante y llena de errores, como toda buena aventura. Alberto ya advirtió, en la presentación de ese trabajo, que libros como aquel pierden vigencia demasiado rápido, pues la lengua es un ente vivo que evoluciona a la velocidad del rayo, de tal manera que algunas de las cosas que yo afirmaba entonces no tienen validez en la actualidad. Por ejemplo, yo criticaba en 2011 el empleo del verbo cesar como transitivo, pero la Real Academia Española, consciente de que el uso ha superado a la norma, dio su brazo a torcer en 2014 y aceptó, en la última edición de su diccionario, esa transitividad.

Pero no es la lengua la única que avanza: también lo hacemos las personas. Y yo, que hace unos años era mucho más ortodoxo —entiéndase aquí ortodoxo como sometido voluntariamente a los postulados de la Academia—, no he dejado de escuchar en todo este tiempo, y cada vez con más atención, a los que llamo «guardianes de la lengua», desde José Martínez de Sousa hasta Ángel Rosenblat, pasando por Manuel Seco, Julio Casares, Alberto Gómez Font, Leonardo Gómez Torrego, María Moliner y Álex Grijelmo, entre otros muchos (incluida también la RAE, por supuesto); de tal manera que, desde la humilde atalaya en la que ahora me encuentro, mi visión de la vastísima y exuberante nación que es nuestra lengua creo que es hoy algo más amplia que hace cinco años, cuando comencé a escribir artículos en el blog Lavadora de textos, y muchísimo más que cuando hice mis primeros cierres, hace veinticinco años en el periódico La Gaceta de Canarias.

Ya lo dije en la introducción de aquella primera obrita y lo repito aquí: en este libro hay erratas, signos de puntuación escritos en sitios discutibles y, probablemente, alguna incoherencia gramatical. No sé dónde están, pero estoy seguro de que si alguien se lo propone los encontrará. Aun así, les aseguro que he corregido el manuscrito varias veces, y después lo han hecho mis colegas de la editorial; así que cuando ustedes encuentren un error podrán comprobar con sus propios ojos que los correctores de textos, como todo el mundo, también nos equivocamos.

En cualquier caso, y con el fin de que se pueda entender con claridad lo que se leerá en las páginas que siguen, a continuación expondré algunos de los criterios estilísticos en los que me he apoyado a la hora de escribir los artículos. Para empezar, empleo la letra cursiva para los títulos de obras (libros, canciones…), para extranjerismos y también para usos metalingüísticos, o sea, cuando escribo una palabra para hablar de esa palabra. En estos casos combino la cursiva con comillas simples en construcciones como esta: «La palabra cesar significa ‘destituir a alguien’». En otras ocasiones —muy pocas— uso la cursiva simplemente para destacar una palabra porque me apetece.

También empleo las comillas simples para citar una definición del diccionario de la RAE (y de otros). Y al decir diccionario me refiero al Diccionario de la lengua española. Siempre que lean sintagmas como «el diccionario», «el diccionario de la Academia» o «el diccionario de la RAE» me estaré refiriendo a ese manual, o sea, al diccionario por antonomasia. Estas mismas comillas las uso cuando escribo de mi propia cosecha una oración como ejemplo de alguna explicación dada previamente. Por último, cuando vean algo escrito entre comillas españolas (« »), se tratará de una cita extraída de las obras que suelo consultar, o bien la reproducción de un texto leído en algún medio de comunicación o en cualquier libro, revista, web o red social; también pueden ser palabras que he escuchado.

En cuanto al uso o no de tilde en los pronombres demostrativos y el adverbio solo, mi opción es no emplear nunca esa acentuación gráfica, y no porque lo diga la Academia, sino porque así lo ordena el sentido común (en varios artículos de este libro podrán encontrar la explicación). Sobre este asunto, he de decir que la editorial Libros.com tiene entre sus normas de estilo el uso de tilde en el adverbio solo —creo que como legítimo acto de rebeldía contra la Academia—; sin embargo, y tras un apasionante y fructífero debate entre ambas partes, los editores se han mostrado flexibles y han accedido a que, al menos en este libro, se elimine la famosa tilde, probablemente la más polémica de nuestro idioma en los últimos años.

Además, debo aclarar que siempre que hablo de las obras Ortografía de la lengua española y Nueva gramática de la lengua española digo que son de la RAE, aunque lo cierto es que ambos trabajos llevan también la firma de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Asimismo, cuando cito el Diccionario del español actual y el Diccionario fraseológico documentado del español actual añado a renglón seguido que su autor es Manuel Seco, cuando en las cubiertas de uno y otro queda bien claro que el gramático madrileño comparte la paternidad con Olimpia Andrés y Gabino Ramos. No busquen segundas intenciones: solo trato de hacer menos pesada la lectura.

Este libro se divide en capítulos, cada uno de los cuales aborda un aspecto más o menos concreto de nuestra ortografía o nuestra gramática: comas, tildes, mayúsculas, los verbos, errores habituales… Al comienzo de cada artículo se lee una fecha: es el día en que ese texto fue publicado en el blog Lavadora de textos. No obstante, todos han sido revisados para esta edición y algunos de ellos han sido sometidos a modificaciones importantes. En aquellos casos en los que lo he considerado necesario, he añadido notas a pie de página —redactadas específicamente para este libro— con el fin de darles a los lectores una información complementaria.

Debe tenerse en cuenta que buena parte de los artículos fueron escritos antes de la publicación de la vigesimotercera edición del diccionario académico, que tuvo lugar en octubre de 2014; por ello, muchas de las notas a pie de página de las que les hablo son comentarios que tienen que ver con los cambios registrados en esa obra y su relación con algo que yo había escrito antes de que el nuevo léxico de la RAE viera la luz.

Este es un libro escrito con humildad. Mis opiniones son discutibles, como también lo pueden ser las de las autoridades lingüísticas de cuya sabiduría he bebido. La duda, el sentido común y otras herramientas para escribir bien pretende, en primer lugar, servir de entretenimiento a quien lo lea; por eso en los artículos se cuelan a veces algunas anécdotas personales y pequeñas gotitas de humor. Si, además, tras leerlo alguno de ustedes cree haber aprendido algo nuevo sobre nuestra lengua y termina por alistarse en el ejército de apasionados del idioma español, el libro habrá cumplido totalmente su cometido.

No puedo terminar esta introducción sin darle las gracias al maestro José Martínez de Sousa, no solo por haber accedido a escribir el prólogo, sino por todo lo que he aprendido de él sobre la lengua española y sobre la vida como suceso a la vez simple y profundo. Lo primero ha sido posible gracias a sus libros, que consulto diariamente; lo segundo ha ocurrido en espaciadas conversaciones telefónicas que, aunque han tenido como excusa alguna minucia sobre nuestra ortografía o nuestra gramática, han derivado siempre hacia asuntos triviales, sublimes, familiares, intrascendentes o espirituales.

Ramón ALEMÁN
La Laguna, 29 de julio de 2016

Rincones ocultos de la ortografía

«Se á de eskrivir, komo se pronunzia, i pronunziar, komo se eskrive».

Gonzalo Correas

¿Problemas con tus ex?

17 de octubre de 2011

¿Creyeron que íbamos a hablar de exparejas? Pues acertaron. Pero también vamos a hablar de los diferentes usos de ex, complicada pareja de letras a la que le gusta presentarse como prefijo, como adjetivo y como sustantivo, y que a veces da más lata que un (o una) ex. Tanto ha dado la lata que la Real Academia Española, junto con el resto de academias que ponen orden en nuestro idioma, ha querido callarle la boca y parece que lo ha conseguido al establecer una regla muy sencilla en su nueva Ortografía. Vamos a ver cómo lo ha hecho.

Ex- es un prefijo que significa, entre otras cosas, ‘que fue y ya no es’, ‘fuera’ y ‘más allá’. Todos hemos dudado alguna vez a la hora de escribir expresiones que contienen ese elemento, y de hecho hasta hace poco los académicos no habían establecido un criterio claro y definitivo. Por ejemplo, en la Nueva gramática de la lengua española hablaban esos académicos de dos prefijos distintos, uno locativo e inseparable que significa ‘fuera’ o ‘más allá’ (excarcelar, extender) y otro separable y «cercano a la categoría de los adjetivos» para hablar de lo ‘que fue y ya no es’, lo que nos permitiría escribir ex novio, ex ministro, etcétera.

Sin embargo, la Ortografía de la lengua española zanjó la cuestión hace menos de un año con la siguiente regla: «Los prefijos deben escribirse siempre soldados gráficamente a la base a la que afectan» aunque tengan esa categoría de adjetivo de la que hablaba la Gramática. El manual pone varios ejemplos: excombatiente, exjugador, exnovio…

Hay dos excepciones para esa regla. La primera establece que el prefijo se separa de la base a la que afecta cuando esa base está formada por varias palabras. Y es una excepción muy razonada: es correcto escribir exteniente, pero no parece muy adecuado escribir exteniente coronel porque así podría parecer que estamos hablando de alguien que sigue siendo coronel pero ya no es teniente, lo cual no sé si tiene sentido porque afortunadamente no hice el servicio militar. Al escribir ex teniente coronel —esta es la forma correcta— queda claro que esa persona ha dejado de ser teniente coronel.

La otra excepción es en realidad una triple excepción y tiene que ver con el uso del guion para separar el prefijo de la base. Se escribe así cuando lo que sigue es una letra mayúscula: anti-OTAN, pro-Zapatero. También se hace cuando lo que va después es un número: sub-18. Y, por último, en casos excepcionales cuando «se pretende poner de manifiesto que un término debe interpretarse, no en su sentido habitual y asentado, sino de modo literal», según la Ortografía, que pone este ejemplo extraído de una obra de la autora Emilia de Zanders: «Este fracaso hizo que Fuentes Matons se empeñara en rehacer su ópera […]. Esta re-composición solo se estrenó…».

Para concluir, nos falta comentar la parte más sencilla de todo este follón: la palabra ex, así, suelta, es también un sustantivo invariable en plural con el que nos referimos a la ‘persona que ha dejado de ser cónyuge o pareja sentimental de otra’, según la definición del diccionario. Puedo decir, por ejemplo: ‘Su ex la llama todos los días para preguntarle si está bien’. La oración es impecable; sin embargo, también es una de las frases más raras que he escuchado en mi vida. Lo digo por lo de las llamadas…

¿Qué tiene que ver la insulina con un portaaviones?

24 de enero de 2012

Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, y gracias a ellas encontré esta semana —por casualidad, como hacen los científicos— la respuesta a una duda que alguien me había planteado hace poco acerca de la doble vocal en palabras como portaaviones. Resulta que estoy corrigiendo un libro sobre médicos famosos, y en ese libro me tropecé con el término anti-insulina, al que quité el guion para obedecer a la Real Academia Española, que hace algo más de un año ordenó que los prefijos deben ir soldados a su base. Pero esta corrección vino acompañada de un problema: ¿qué hago con las dos íes de antiinsulina? ¿Quito una?

Como en este blog ya hemos hablado de las nuevas reglas de la RAE en relación con la escritura de los prefijos, hoy solo les copiaré lo que dice la Ortografía de la lengua española de 2010 al respecto: «Los prefijos deben escribirse siempre soldados gráficamente a la base a la que afectan». Y punto. Hay unas pocas excepciones, pero ahora no vienen al caso.

Muy bien. Soldemos. Pero ¿qué pasa con mis dos íes? Eso de eliminar guiones y espacios a la hora de escribir los prefijos es, como hemos dicho, una de las novedades de la Ortografía de 2010, así que el mejor sitio que se me ocurrió para buscar una solución al problema de las dobles vocales fue precisamente el manual ortográfico. La pregunta es qué debemos hacer cuando al unir un prefijo con su base nos encontramos con grafías como estas: antiinsulina, microorganismo, sobreesfuerzo…

Para empezar, dicen los académicos que «no son habituales en español las palabras con dos vocales iguales contiguas», y tienen razón. Y muchas de las que existen suelen ser la consecuencia de unir un prefijo acabado en vocal a una palabra que empieza con la misma vocal. ¿Cómo tenemos que escribirlas? La Ortografía señala que cuando en el habla «se articula una vocal simple […] no solo es admisible, sino recomendable el uso de la variante gráfica simplificada». ¿Y eso qué quiere decir? Pues que si al pronunciar esas palabras nos comemos una de las vocales repetidas, lo lógico es hacerlo también al escribirlas, aunque ambas formas (con doble vocal y sin ella) son correctas.

Por eso están igual de bien escritas portaviones y portaaviones (aunque aquí no estamos hablando de un prefijo, sino de una palabra compuesta por una forma verbal y un nombre). Y es tan válida relegir como reelegir, y son perfectas contratacar y contraatacar, y son correctas antimperialismo y antiimperialismo… Pero como toda regla tiene su excepción, también hay una para esta: se debe conservar la doble vocal si al eliminarla obtenemos una palabra que tiene un significado diferente al que queremos expresar. Me explico: no es lo mismo reemitir que remitir ni semiilegal que semilegal. Todos los ejemplos los he extraído de la Ortografía.

Por cierto, y hablando de semilegalidades, ¿han escuchado alguna vez una expresión más detestable que inmigrante ilegal? ¿Desde cuándo una persona puede ser ilegal? Un poco de humanidad —también en el uso de la lengua— no nos vendría nada mal.

Porfa, llévame este finde al cine

27 de febrero de 2012

Una lectora de este blog me envió el otro día un mensaje en relación con algo publicado aquí. El mensaje terminaba más o menos de esta manera: «Buen finde… No creo que la RAE haya aprobado el término». En efecto, la palabra finde no aparece de momento en el diccionario de la Real Academia Española, pero lo cierto es que muchos hispanohablantes cometemos al menos una vez por semana el pecado de pronunciarla. La eficacia académica debería radicar —entre otras cosas— en su rapidez a la hora de incorporar al diccionario aquellas voces de nuestra lengua que han demostrado tener éxito, pero en este caso la carrera la ha ganado el Diccionario de uso del español, de María Moliner, que sí incluye en sus páginas nuestro coloquial y deseado finde.

En la tercera edición del María Moliner vemos que finde es una apócope de fin de semana que se usa en conversaciones informales. Y es que muchos acortamientos —así se llaman estas palabras— tienen su origen precisamente en el lenguaje informal, ese que opta por la economía sin restarle eficacia a la comunicación. Curiosamente, el famoso diccionario no recoge una voz que está formada de manera muy parecida: porfa.

Una explicación antes de seguir: apócope es la supresión de uno o más sonidos al final de una palabra (aunque en el caso de finde la supresión se ha hecho al final de un grupo de palabras).

En favor de la RAE hay que decir que sí habla de finde en su Ortografía de la lengua española de 2010. Dicen los académicos que se trata de un acortamiento, o sea, una voz creada «por reducción del cuerpo fónico de una palabra o expresión al eliminar un segmento final o, más raramente, inicial». La Ortografía pone, entre otros, estos ejemplos: boli, porfa, profe, finde.

Manuel Seco trata el asunto de los acortamientos en su Gramática esencial del español y dice que las palabras «más sometidas» a la apócope son los nombres que tienen muchas sílabas. Por eso solemos escribir metro en lugar de metropolitano o cine en vez de cinematógrafo. Seco nos recuerda que existen igualmente apócopes para nombres propios de persona: Asun, Fede, Rafa…

El grandísimo ortógrafo José Martínez de Sousa también tiene algo que decir sobre esta cuestión y, para no variar, la información que nos da es completísima. En Ortografía y ortotipografía del español actual, el maestro gallego distingue tres términos: abreviación, abreviamiento y abreviatura. La abreviación vendría a ser la madre de todas las maneras de acortar palabras. Abreviación es «una voz genérica, aplicable a todas y cada una de las formas de abreviar (es decir, abreviatura, abreviamiento, símbolo, signo, sigla […])», dice el ortógrafo.

En cuanto al abreviamiento, es el acortamiento del que hemos hablado más arriba y se forma generalmente por apócope (poli, finde) o por aféresis (supresión de uno o más sonidos al principio de la palabra: chelo por violonchelo). Por último, la abreviatura es, según Sousa, «la representación gráfica de una o más palabras con menos letras de las que les corresponden». Siempre lleva punto al final (prof. por profesor) y no se lee tal y como está escrita, sino que se pronuncia la palabra entera que ha sido abreviada. Por ejemplo, si yo escribo ‘El prof. Gimeno es el mejor’, a la hora de leerlo debo decir esto: ‘El profesor Gimeno es el mejor’.

Pero volvamos a los acortamientos, que es lo que nos interesa hoy. Aún nos falta por saber algo: ¿qué pasa con los plurales? La respuesta nos la da la Nueva gramática de la lengua española. Cuando son sustantivos, estas voces —«limitadas a menudo a los registros coloquiales», según el citado manual— siguen las reglas convencionales, de tal manera que el plural de cine es cines y el de finde cabe suponer que es findes. En cambio, los adjetivos «son a veces invariables»: películas porno, horas extra. Los dos ejemplos los he tomado de la Nueva gramática.

El mundo de la abreviación es en realidad extensísimo: habrán leído unos párrafos más arriba que Sousa habla también de símbolos, signos, siglas… Para tratar —muy por encima— todos estos asuntos necesitaríamos varias semanas con sus findes. Demasiada tela que cortar.

¿‘Traslúcido’ o ‘translúcido’? Vaya usted a saber

10 de abril de 2012

Más de una vez he dicho aquí que la lengua española esconde algunos conflictos que traen de cabeza a los gramáticos desde no se sabe cuándo y para los que, a pesar de discusiones, análisis y debates, no se encuentra una solución definitiva. Entre ellos hay uno que podría llevarse la palma: el uso de los prefijos trans- y tras-. El desorden aquí es mayúsculo, así que si ustedes quieren saber, por ejemplo, cuál de las dos palabras que aparecen en el título de este artículo es la correcta (o si ambas lo son), yo les recomendaría que vayan por el camino más corto: consulten un diccionario. En realidad la recomendación no es mía, es de María Moliner. Casi nada.

No vamos a tratar a fondo la cuestión, pues nos llevaría mucho tiempo. Simplemente les voy a contar de manera muy resumida el follón que hay montado con el prefijo trans- y su forma simplificada (tras-). Para empezar, ¿qué significa? Según el diccionario de la Real Academia Española, ‘al otro lado’ y ‘a través de’. Pero también puede significar, entre otras cosas, ‘detrás de’ y ‘a continuación’. La acepción ‘detrás de’ es justamente la que da menos problemas: en estos casos siempre se escribe tras- (trastienda, traspatio), según la nueva Ortografía de la lengua española, de la RAE.

Sin embargo, a partir de ahí la cosa se empieza a complicar. La Academia dice en su Ortografía que «la reducción del grupo -ns- a -s- se ha generalizado en la pronunciación culta en muchas de las voces que contienen el prefijo de origen latino trans-», de tal manera que bastantes palabras se pueden escribir con n y también sin ella: transmitir, trasmitir; pero en otras solo vale una de las formas. El manual ortográfico da algunas orientaciones para ayudarnos a escoger la correcta y para que sepamos cuándo nos sirven ambas, aunque a mí no me resultan muy convincentes.

Sí queda claro, no obstante, lo dicho más arriba (sin n cuando significa ‘detrás de’), así como lo relativo a los términos que comienzan con s: en estos casos se emplea trans- y la s se funde con la inicial de la palabra base (transiberiano). También se escribe trans- cuando le sigue una vocal y la n y la s están en dos sílabas diferentes: transistor, transigir, transitar, aunque aquí la secuencia trans- «no es analizable como prefijo en la lengua actual», según la RAE.

Es digno de elogio el esfuerzo que ha hecho la Academia en su nueva Ortografía por aclarar este embrollo —aunque pasa olímpicamente de él en su manual Nueva gramática de la lengua española, de 2009—, pero lo cierto es que no lo ha logrado del todo. Y si no, que me digan por qué acepta en esa obra usar trans- y tras- cuando después va una consonante, pero se niega a recoger la palabra transplante en su diccionario.

José Martínez de Sousa opina lo siguiente en su Diccionario de usos y dudas del español actual: «… la Academia no ha conseguido organizar este grupo consonántico [-ns-]», lo cual provoca en los hispanohablantes «cierta desorientación al escribir palabras de este tipo, y así se da el caso de que en algunas de ellas que la Academia admite con una sola grafía, la simplificada, la hacen compleja incorrectamente». Y pone como ejemplo, precisamente, el caso de trasplante/transplante.

¿Quién nos puede sacar de este laberinto? Yo les aconsejo que se dejen llevar por el Diccionario de uso del español, de María Moliner, que le dedica unos cuantos párrafos al uso de tan voluble prefijo. Para empezar, el famoso tocho dice lo siguiente: «El español corriente no se para, en general, a reflexionar sobre cuál de las dos formas emplear, sino que, guiado por su particular inclinación […], o por su perceptividad[1] para lo que se usa más, opta espontáneamente por una o por otra. Solamente los especialistas en el uso del idioma […] desearían alguna vez tener una orientación en este asunto».

A continuación propone una serie de reglas —que no se corresponden totalmente con las de la Academia— y, para concluir, dice esto: «En los casos no comprendidos en estas reglas no hay más solución para el que duda […] que consultar el diccionario». Y ahora viene la gran pregunta: ¿qué diccionario debemos consultar? Yo me quedo con el de María Moliner. ¿Por qué? Porque —muy sabiamente y en contra de lo que decreta el de la RAE— no condena el uso de la palabra transplante. Una razón tan simple como arrolladora.

No me gustan los jerseys de Pilar Rubio

15 de abril de 2013

No, no me gustan los «jerseys» de Pilar Rubio de los que se habla en una publicidad que vi recientemente. Y no porque me parezcan feos ni porque crea que le quedan mal a esta modelo española. En realidad, creo que son fantásticos y que el cuerpo de la simpática actriz realza la belleza de las prendas. Lo que no me gusta es que en ese texto hayan escrito jerseys, porque lo correcto es jerséis. ¿Por qué? Ahora lo veremos.

La letra i griega (y) es una de las más curiosas de nuestro abecedario, y no solo por el injustificado follón que se montó hace unos tres años a cuenta de cuál es su nombre oficial (después hablaremos de eso), sino porque es una de las dos únicas consonantes que también pueden representar un fonema vocálico, en este caso el fonema /i/. La otra es la uve doble (w), que sirve a veces para representar el fonema /u/, casi siempre precedido de /g/ —web, waterpolo—, pero esa es otra historia.

Volviendo a lo nuestro, ustedes podrán comprobar que en la palabra yegua, la letra i griega funciona como consonante, pero en voy lo hace como vocal. Eso sí, a efectos de acentuación gráfica siempre debe ser considerada una consonante; por eso la voz póney se escribe con tilde a pesar de que lo último que pronunciamos sea el fonema /i/, pues lo que tenemos ante nuestros ojos es una palabra llana acabada en una consonante que no es ni n ni s. Por lo tanto, lleva tilde, como la llevan árbol, áspid y carácter. Por la misma razón, jersey se escribe sin tilde, igual que otras palabras agudas que no acaban en n ni en s, como Madrid, Manuel y matiz.

Antes de seguir adelante, vamos a explicar lo del nombre de esta extraña letrita. Como muchos de ustedes recordarán, cuando en 2010 la RAE publicó su nueva Ortografía de la lengua española se armó cierta barahúnda mediática —tal vez promovida por la propia Academia, que es muy presumida en su pompa—: la gente andaba alborotada porque le habían quitado la tilde al sustantivo guión y al adverbio sólo (esto último no es del todo cierto)…[2] y porque había cambiado el nombre de la puñetera letra i griega. Anunciaban algunos —como si el mundo se fuera a venir abajo— que a partir de entonces era «obligado» llamarla ye, pero se equivocaban.

Para empezar, la Academia viene llamando ye a la i griega desde finales del siglo XIX, «por aplicación del patrón denominativo que siguen la mayoría de las consonantes», recuerda la RAE precisamente en su nueva Ortografía. ¿Qué quiere decir esto? Pues que si decimos pe, te, ge y de, ¿por qué no habríamos de decir ye, que es más corto y más claro que i griega? Bien, pero resulta que la propia Academia, en uno de sus desconcertantes giros, volvió a preferir la denominación larga a finales del siglo XX, aunque en buena parte de América ya se había consolidado, como era de esperar, el nombre ye.

¿Qué hizo la RAE en 2010? Muy sencillo: volvió a la cordura y recuperó su atinado criterio del siglo XIX. Así, en la Ortografía publicada hace tres años se puede leer lo siguiente: «… hoy se considera preferible proponer el nombre ye como el único recomendado para todo el ámbito hispánico, por ser más simple…». Pero también se lee esto otro: «Esta recomendación no implica interferencia en la libertad que tiene cada hablante o cada país de seguir aplicando a las letras los términos que venían usando, algunos de ellos (como la i griega) con larga tradición de siglos». En definitiva, la Academia viene a decir que la pueden llamar ustedes como les dé la gana.

Y ahora, volvamos a los jerséis de Pilar Rubio. Dice el Diccionario panhispánico de dudas, de la RAE, que los sustantivos y adjetivos terminados en y precedida de vocal forman tradicionalmente su plural con -es. Por eso el plural de rey es reyes y el de buey es bueyes. Pero aquí el Panhispánico está hablando de palabras que existen en nuestro idioma desde hace una eternidad (¿puede haber algo más antiguo que un rey?). Sin embargo, aquellas «que se han incorporado al uso más recientemente» hacen su plural con -s.

Ustedes me podrían decir ahora que jerseys es la palabra jersey más la letra s, que es lo que parece ordenar el Panhispánico… Pues volvamos a la Ortografía: allí nos recuerdan que el fonema /i/ se representa con la letra i griega (entre otros casos de los que hoy no toca hablar) cuando es átono y «va en posición final de palabra precedido de una o dos vocales con las que forma un diptongo o un triptongo». Por ejemplo, en la palabra jersey. Pero ¿qué ocurre cuando añadimos una s? Pues ocurre que el fonema /i/ ya no está en posición final, con lo cual nuestra ortografía, que es bastante coherente pero también tiene sus caprichos, desecha la i griega y vuelve a la i latina de toda la vida.

Y como la palabra resultante sigue siendo aguda, pero ahora acaba en s, debe llevar tilde, como la llevan amarás, cortés y dieciséis. Conclusión: el plural de jersey es jerséis. No valen ni jerseys ni jerseises ni jerseyes. Y si alguno de ustedes está en algún país americano y escribe yérsey —lo cual es correcto—, entonces deberá usar el plural yerseis, esta vez sin tilde por ser palabra llana acabada en s.

Los sónares desorientan a la Academia

29 de mayo de 2013

Los periódicos de Canarias publicaron hoy una noticia maravillosa: nueve años después de que el Gobierno español prohibiera el uso de sónares para maniobras militares en aguas de estas islas, los varamientos masivos de cetáceos han pasado a la historia. La información apareció en varios diarios, que se mostraron unánimes en cuanto al acierto de darles la jubilación a estos aparatos de detección submarina, que desorientan a las ballenas y a otros mamíferos. Donde se esfumó la unanimidad fue en el criterio a la hora de ponerle tilde o no a la palabra sónar, pero no es de extrañar: la Real Academia Española ha dado tantos tumbos con esta voz que uno ya no sabe cómo escribirla.

Antes de entrar en el meollo de la cuestión, aclaremos algo: la palabra varamiento la usamos para referirnos a la acción y el efecto de varar, y varar es aquello que hace una embarcación —no una ballena— que queda detenida en la costa por haber tocado la arena o las piedras del fondo; por otra parte, el adjetivo masivo se aplica a las masas humanas, no a las animales. Pero cuando yo hablé ahora mismo de varamientos masivos de cetáceos ustedes me entendieron, ¿verdad? Pues sigamos.

La palabra sónar —o sonar— es un acrónimo formado por los términos ingleses SOund Navigation And Ranging. Esa frase significa ‘navegación y localización por sonido’, según la Academia, y ‘exploración náutica por medio del sonido’, según el ortógrafo José Martínez de Sousa, que le dedica una entrada a esta voz en su Diccionario de usos y dudas del español actual.

En ese artículo, el maestro gallego nos hace un resumen bastante sorprendente de los constantes cambios de criterio que han llevado a la RAE a quitarle y ponerle tilde a esta palabreja a lo largo de los años. Cuenta Sousa que la Academia la incorporó en 1970 a su diccionario como aguda, pero en la edición de 2001 la convirtió en llana. Sin embargo, el Diccionario panhispánico de dudas, también de la RAE y editado en 2005, volvió a la forma aguda. Otras dos obras académicas, el Diccionario del estudiante, de 2005, y el Diccionario esencial de la lengua española, de 2006, tampoco se aclaraban: el primero le puso tilde y el segundo no.

Esto no lo dice Sousa, pero lo añado yo: en el avance de la vigesimotercera edición del diccionario de la Academia, que se publicará el año que viene, se vuelve a proponer, como ya se hizo en 1970 y como sostiene el Panhispánico, la forma aguda (su plural es sonares).

A pesar de que ahora rechaza la pronunciación como llana, la Academia reconoce en el Panhispánico que esta es «más acorde» con la de la palabra original en inglés, y ese es precisamente el argumento en el que se apoya Sousa para afirmar que la forma grave (su plural sería sónares), y no la aguda, es la más recomendable en español. Dice el ortógrafo que esta es la grafía idónea «no solo por su origen […], sino porque permite diferenciarla del verbo sonar». Parece un razonamiento lógico.

En todo caso, siempre nos queda una tercera vía: ¿qué tal si damos por buenas ambas formas? Eso ya ocurre con palabras como video y vídeo, periodo y período e incluso diabetes y diábetes. Esta grafía esdrújula, que en España nos puede resultar muy rara, se emplea con total naturalidad en algunos países de Hispanoamérica, y ese curioso uso lo recoge Sousa en la obra antes citada.

¿Quién está de acuerdo conmigo en cuanto a la doble grafía? Pues doña María Moliner…; bueno, en realidad están de acuerdo los autores de la tercera edición de su famoso Diccionario de uso del español, que proponen como mejor solución la libertad: el que quiera, que la escriba con tilde, y el que no, que se la quite. ¿Ustedes qué harían? Y no me digan que obedecer a la RAE, porque a saber de dónde soplará el viento cuando los académicos comiencen a redactar la siguiente edición de su diccionario…