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Desde que soy abuela, ya no me pinto los labios. Una guía para los abuelos de hoy

© 2016 Ester Martínez Vera y Cesca Planagumà

© Publicaciones Andamio, 2016 1a edición octubre 2016

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.

Diseño de colección: Coated Studio

Diseño cubierta e interior: Jonatán Burgazzoli

Ilustraciones: Laia Martínez Grau

Maquetación ebook: Sonia Martínez

Deposito legal: B. 20924-2016

ISBN: 978-84-946058-8-8

Impreso en Ulzama

Impreso en España

Índice

Prólogo

CAPÍTULO 1 A modo de introducción: ¡Qué maravilloso es ser abuelos!

CAPÍTULO 2 Situaciones familiares inesperadas vs. fortaleza insospechada

CAPÍTULO 3 La jubilación vs. madurez activa

CAPÍTULO 4 Crisis de relaciones vs. relaciones necesarias

CAPÍTULO 5 “Lo pillo todo” vs. cómo prolongar la salud

CAPÍTULO 6 No me hagas daño vs. bésame mucho

CAPÍTULO 7 “¿Dónde están las llaves?” vs. el cuidado del cerebro

CAPÍTULO 8 La muerte vs. la vida

CAPÍTULO 9 No sientas el miedo y la tristeza de la soledad vs. cuida tu “corazón”

CAPÍTULO 10 Entrevistas a algunos abuelos/as que son nuestros amigos/as

A mis queridos nietos, Guillem y Andreu, con todo mi amor y gratitud por haber nacido en nuestra familia. Sin vosotros este libro nunca hubiera visto la luz.

Aunque ya sois casi adolescentes, ¡sigo sin pintarme los labios para poder daros muchos besos!

Vuestros abuelos os querrán siempre. ¡No lo olvidéis nunca! Pedimos a Dios que os haga hombres honestos, buenos, libres y con la fe de vuestros padres.Vuestra Nana.

Ester Martínez

La joya más bonita que puede tener una mujer alrededor de su cuello son los brazos de sus nietos.

Oriol, Lluc, Bruna, Gabriel, Llibert, Abigail... todo lo que he compartido en este libro no tendría sentido sin vosotros. Gracias por toda la alegría que habéis añadido a nuestra vida y familia.

Cada uno de vosotros ha despertado en mi una ternura que nunca imaginé.

Os amo, ser vuestra “àvia” me hace muy feliz y me provoca arrodillarme cada día para hablarle a Dios de vosotros.

Cesca Planagumà

Prólogo

Daniel Giralt-Miracle

El tránsito de la vida es tan fugaz que sin darte cuenta pasas del parvulario a la jubilación y, en el ámbito de la iglesia, de la escuela dominical al consejo de ancianos. Todo un salto. Las primeras etapas de la vida son ascendentes, prometedoras, optimistas física y mentalmente, y también gozosas. Evidentemente, no faltarán problemas y pruebas que, con la ayuda de Dios, la familia, los hermanos en la fe y los amigos, vamos solventando. Pero cuando todo el mundo te habla de usted, te da paso o asiento deferentemente, el cabello blanquea y tus fuerzas y tu ánimo empiezan a desfallecer, tomamos conciencia de que hay que replantearse muchas cosas, reflexionar y buscar consejo de los más allegados.

Desanimarse, hundirse, desmoralizarse, encerrarse en sí mismo, amargarse, jubilarse física, mental y socialmente, etc. es un peligro que debemos evitar a toda costa. Ante este riesgo hay que buscar ayuda, asesoramiento y tener voluntad de afrontar la realidad con talante vitalista, lejos del pesimismo, con el objetivo de ayudarnos y ayudar a los demás para no ser una carga y poder ser útiles al Señor, a la familia y a la sociedad.

Cuando constatamos que la tercera edad es una realidad evidente y cuando caminamos hacia la cuarta, son muchas las preocupaciones, limitaciones y preguntas trascendentes que uno se plantea. ¿Cómo y a quién pedir consejo, ayuda o consolación? ¿A otros coetáneos, a familiares, a compañeros o a terapeutas especializados?

He aquí un libro extraordinariamente útil, oportuno y actual, fruto de la experiencia y los conocimientos de dos jóvenes abuelas, bregadas en el menester de ser ayuda idónea a otras personas, y en especial a las familias y a las personas mayores. Este es un manual contra el abatimiento, contra los estados de ánimo depresivos, que aporta apoyo moral y espiritual a los abuelos y a las abuelas que viven la posmodernidad, que sufren las consecuencias de la crisis económica y de la de valores, múltiples desestructuraciones familiares en el marco de una cultura urbana, gozan de una cobertura sanitaria avanzada y una creciente longevidad. Es decir, viven alejados de toda idealización o mitificación de lo cotidiano. Personas que buscan consejos fiables y no utopías.

Ester Martínez y Cesca Planagumà aportan un alegato positivista de la vida para llegar a la conclusión: ¡Qué maravilloso es ser abuelos! Las autoras van desgranando un relato dual, el de la psicóloga clínica y el de la terapeuta familiar. Son profesionales que han alcanzado la condición de abuelas analizando las gratificaciones de esta etapa de la vida y viven las preocupaciones y problemas de quienes la providencia les ha permitido tener hijos y nietos. Si no todas, la mayoría de problemáticas de esta fase vital son tratadas con una exquisita sensibilidad humana, claridad descriptiva y un oportuno apoyo bíblico. ¿Cómo entender la jubilación, cómo cambian nuestra relaciones, cómo afrontar las enfermedades propias o del círculo familiar, cómo no deprimirnos ni ser huraños, cómo los abuelos pueden ser ejemplos, guía y fortaleza, cómo pueden ser una ayuda fundamental en lo moral y espiritual, cómo traer paz a la familia y, sobre todo, cómo es fundamental compartir, hablar, llorar, orar, animar, elogiar o amonestar con amor, con mucho amor?

El libro también es una fuente de consejos sobre la alimentación, las buenas costumbres y todo lo que es saludable para el cuerpo y el alma. Nos habla claramente sobre el miedo, la tristeza, la soledad y el desafío de la muerte. Es decir, un libro que infunde ánimos, que nos ayuda a vivir en paz con nuestro prójimo y con Dios, con ando en sus promesas y una esperanza eterna.

Daniel Giralt-Miracle

CAPÍTULO 1

A modo de introducción:
¡Qué maravilloso es ser abuelos!

El cariño entre los nietos y sus abuelo/as es algo muy preciado, un intercambio de dones antes de que el joven se lance al mar y el viejo busque el puerto. Puede que el encuentro sea breve o largo y rebosante de gozo, pero cada uno transformará al otro. Cada uno se enriquecerá del contacto de las manos y las risas compartidas. Cada uno vivirá siempre en el corazón del otro.

P Brown

“Desde mi diván”: Ester Martínez Vera

Un niño se detuvo ante el mostrador de una pastelería, con una moneda en la mano. Miraba arriba y abajo, revisando todo el contenido del mostrador. La mujer detrás del mostrador observaba con una sonrisa, pero el niño no la veía. Él solo miraba dos cosas: los pasteles y la moneda en su mano.

Al final la mujer le dijo: “¿Qué quieres cariño?” “Me lo estoy pensando”, replicó el niño.

Sonriente, la mujer siguió: “Ya te veo, llevas un buen rato y seguro que debes saber lo que quieres, ¿qué te pongo?”.”

Muy serio, el niño respondió: “Me lo tengo que pensar muy bien, porque solo tengo una moneda y no la puedo gastar dos veces”.”

Esta pequeña historia, que leí en la contraportada del libro Solo una vida de William MacDonald (Ed. Discípulo, Huesca 98), es verdad y muy especialmente en la vejez.

Solo tenemos una vida y no la podemos gastar dos veces y, en el caso de los abuelos, ¡la moneda es cada vez más pequeña!

Por eso, hemos de cuidar con esmero lo que hacemos con estos años de nuestra existencia en esta tierra, evitando, sobre todo, el estrés y el apresuramiento. Una vida apresurada se convierte en superficial en las relaciones interpersonales. Nuestros nietos no quieren prisas y los abuelos necesitamos tiempo para vivir, para transmitir valores y ser modelos.

La relación con nuestros nietos, como veremos en este libro, merece ser vivida en profundidad y sabemos que todo lo que merece ser vivido requiere tiempo.

Desde las primeras páginas de esta sencilla obra queremos lanzar ya un grito pidiendo reflexión y toma de decisiones en cuanto a lo que hacemos con los años que nos quedan. Si actuamos de forma apresurada, no lograremos establecer un verdadero contacto ni con nosotros mismos ni con nuestros nietos ni con nadie.

Como veremos, en las páginas que seguirán, los abuelos son personas muy importantes en la vida de los nietos y, también, son figuras de apego que pueden suplir, en distintos momentos, a los padres cuando estos no pueden estar presentes por cualquier causa.

Pienso que los niños, sobre todo si aún son pequeños, necesitan el calor de padres y abuelos que les quieran y les cuiden. Si los padres trabajan y no pueden atenderlos, y los abuelos se hallan con fuerzas y quieren hacerlo, es mucho mejor para los nietos estar con ellos que en el mejor de los centros de educación infantil.

Ya llegará el momento cuando los niños necesitarán relacionarse con sus iguales y pasar tiempo en la escuela, pero de muy pequeños la elección, para mí, es clara.

Leía el otro día que en Japón ya hay centros donde se puede dejar a los niños durante las 24 horas del día. Me pareció terrible y pensé: ¿Es que en Japón no hay abuelos? Obviamente el hecho de que un centro esté 24 horas abierto no implica que se dejen a los niños las 24 horas, pero tampoco dudo de que, en algunas ocasiones, habrá quien tendrá la tentación o la necesidad de hacerlo.

Ya Platón decía: “La educación más eficaz es que el niño juegue con cosas bellas”.” Y yo me pregunto: ¿Hay algo más bello para un niño que el hogar de sus abuelos y la multitud de cosas y oportunidades de aprendizaje y crecimiento que se encuentran en esas casas? Y aún más, ¿hay algo más bello que poder jugar, sin prisas, con un abuelo o una abuela?

Alex Haley lo dice de forma muy bonita: “Nadie puede hacer más por los pequeños que lo que hacen los abuelos: espolvorean polvo de estrellas sobre la vida de los niños”.

Por eso es muy importante revisar qué hacemos con nuestro tiempo, sobre todo a estas alturas de la vida.

Todos somos conscientes, al ver crecer a nuestros nietos, de lo deprisa que pasa el tiempo. Sin ir más lejos, ayer me pegué un susto tremendo. Mi nieto mayor, de doce años, se manchó el pantalón, estando en nuestra casa, y pensé que, para salir del paso, se podría poner un tejano mío. Pero me quedé sin habla al ver que mi tejano le quedaba muy pequeño, no solo de ancho, sino, sobre todo, de largo (¡!).

Ese reloj que marca las horas, de forma tan rápida y acelerada, nos hace parar y pensar que muchos abuelos estamos tan ocupados que, a veces, tenemos la sensación de contar con mucho menos tiempo que años atrás; quizás porque aún no nos hemos jubilado y ya somos abuelos, o porque hemos añadido demasiadas cosas, que pensamos que podemos hacer ahora, cuando ya no “trabajamos” (lo tendría que poner entre muchas comillas).

Y aunque está muy bien tener una vida ocupada y, de hecho, en otros capítulos reivindicamos el promover y vivir una vejez activa, hemos de cuidar mucho el factor tiempo.

No es bueno llegar a ser abuelos con la sensación de no tener tiempo para nada. Esa sensación va a ahogar a la persona y hacer que se sienta muy mal, estresada, ansiosa y deprimida y lo peor es que ¡los demás lo van a notar!

Por tanto, sugiero que, a estas alturas de la vida, aprendamos a decir “no” cuando de verdad no queramos hacer algo o ir a algún lugar... Recuerda que ¡el “sí” puede darte cierto éxito en las relaciones, pero el “no” te dará salud e intensidad en esas mismas relaciones!

El tiempo, ese bien tan escaso en nuestros días, tenemos que recuperarlo en proporción inversa a cómo van pasando los años. ¡Ya no nos toca vivir con tanto estrés!

Larry Dossey (médico) acuñó en 1982 el término “enfermedad del tiempo”,” que se define como la “obsesión en cuanto a que no hay horas suficientes para todo lo que tenemos que hacer”.” Es lo que se ha llamado “carrera contrarreloj”.” Esa obsesión se expresa en querer hacer más en menos tiempo. Realizar muchas cosas a la vez, puede parecer muy inteligente, pero no es sabio en absoluto, porque si nos aceleramos pagamos un precio muy alto en nuestra salud física, relacional y mental.

Tengo que confesar que, cuando, años atrás, empecé a escribir, nunca hubiera pensado que en un futuro libro, que tratara de los abuelos, tendría que empezar con las recomendaciones que estoy dando en estos momentos.

Pero es que, en los últimos tiempos, las cosas se están acelerando exageradamente y parece que no tenemos tiempo para nada. En la novela La Lentitud de Kundera (1996) aparece una frase que ejemplificaría muy bien lo que quiero decir: “Cuando las cosas suceden rápido, nadie puede estar seguro de nada, ni siquiera de sí mismo”..

Esa realidad es especialmente complicada en los años avanzados de la vida porque durante esos años, y sin correr, podemos tener la sensación de inseguridad. ¡Cuánto más si vivimos de forma acelerada y consideramos que debemos hacer muchas cosas a la vez! ¡No entres en el juego de la prisa! ¡Bájate ya del tren de alta velocidad!

En España, son muchos los abuelos que, debido al gran estrés que padecen, dicen a menudo la frase: “Resistiremos mientras el cuerpo aguante? Esa misma idea la expresan los japoneses con la palabra “Karoshi”,, que significa “muerte por exceso de actividades” Creo que a estas alturas de la vida hemos trabajado bastante y nos hemos acelerado lo suficiente, ¿no te parece? Ya es hora de vivir con mayúscula. Si tienes demasiadas ocupaciones, solo conseguirás “sobrevivir” y, aunque te parezca mentira, es posible que la obesidad haga su aparición (quizás comerás más rápido, pero comerás peor). Hay un dato importante al respecto que nos da el Dr. Serog (nutricionista francés). Este médico nos dice: “El cerebro tarda quince minutos en recibir la señal de que has comido demasiado, pero, si comes muy deprisa, el aviso ¡siempre llega tarde!

Además, si, aunque estés jubilado, estás sometido a una vida de multitarea puedes padecer insomnio. No dormir lo suficiente daña el sistema cardiovascular, el inmunitario, produce irritabilidad y depresión, y al final necesitamos tranquilizantes para conciliar el sueño, con lo que se acortará tu vida y envejecerás mucho más deprisa.

Es muy importante, pues, dormir bien, descansar, vivir despacio e incluso hacer la siesta cada día, pero fíjate en el dato siguiente: solo el 7% de la población española se puede permitir este lujo. ¿Estás incluido en ese porcentaje? Yo lo intento, pero debo confesar que con poco éxito (¡!).

También estaremos mucho más enfermos (sobre todo de dolencias producidas por el estrés) y te puedo asegurar que, para tener un rápido alivio del estrés, solo hay una solución: prueba a ir más despacio. En un sentido, es ahora o nunca. O aprendes en estos momentos (si no lo has hecho antes) a vivir sin exceso de cosas por hacer o quizás sea demasiado tarde cuando las enfermedades o los muchos achaques te obliguen a estar quieto y a no poder vivir una vida normalizada y satisfactoria.

¡Aprovecha ya este momento! ¡Toma decisiones! Recuerda que ser abuelo/a no es el final de tus días, es quizás el principio de algo maravilloso, que te llega sin esperarlo, que te “regalan” otros y, sobre todo, que puede tener consecuencias y efectos muy importantes en las vidas de unos seres a los que amas con toda tu alma y por los que darías la vida.

Maru Sweeney, licenciada en Derecho y especialista en temas de desarrollo familiar, publicó en el Periódico El Norte un artículo encantador, desde el punto de vista de los padres de nuestros nietos (es decir nuestros hijos) titulado: Los abuelos, un tesoro familiar. Transcribo, literalmente, algunos párrafos:

Unos son estrictos, otros muy consentidores. Unos son viejos, otros más jóvenes, pero todos, abuelos y abuelas, son fundamentales en el crecimiento emocional de nuestros hijos.

No existen sustitutos de los padres, pero lo que definitivamente se acerca más al amor por los hijos de los hijos, son los abuelos.

La protección y el cariño que demuestran, y el amor incondicional de los abuelos son incomparables. Sus historias son tesoros puestos en palabras que nos dan a las generaciones más jóvenes un sentido de identidad.

No hay como los abuelos para ayudarnos a cuidar a los hijos. Qué mejor que sangre de su sangre para encargarse de los pequeños cuando la madre y el padre no pueden hacerlo.

Los abuelos son magníficos compañeros de juego. Los niños, a través del juego, aprenden a relacionarse, a convivir, a respetar reglas, a esperar su turno (paciencia). El juego une, entretiene y divierte. Los niños encuentran en los abuelos los compañeros ideales por el tiempo que pueden dedicarles, la paciencia y sabiduría para enseñar, y el cuidado que tendrán con los niños, precisamente por cómo les aman.

Los abuelos son paternidad con experiencia. Gracias a los años de vivencias y experiencias personales, los abuelos nos aventajan en sabiduría, por lo que debemos aprovecharla y aprender de ellos.

Los abuelos son los mejores confidentes y consejeros. Los niños ven en ellos las personas con quienes pueden hablar de estos temas que, según los niños, sus padres no entenderían. Los abuelos, gracias a los años que han vivido y a su experiencia con los propios hijos, saben ponerse “al nivel” de los niños y explicarles los temas de forma sencilla y entretenida. Y con los adolescentes, pueden conversar de temas que con sus padres se avergonzarían de tratar, lo que da a los abuelos una importancia trascendente en la educación de nuestros hijos.

Por eso los abuelos crean en sus nietos un sentido de seguridad que les ayuda a desenvolverse mejor en el mundo.

Es necesario concienciar al niño de lo afortunado que es tener abuelitos y de la importancia de mantener esa relación cercana. Una forma de hacerlo es visitarlos con frecuencia; tener detalles con ellos como escribirles una carta diciéndoles cuánto les queremos, o enviando fotografías (no hay abuelo que no se derrita con la foto de sus nietos); permitir a los abuelos pasar tiempo con sus nietos para conocerse mutuamente y de manera más íntima y personal.

No se debe intervenir en la relación entre ambos. Hay que recordar que el vínculo entre nietos y abuelos es de ellos y que no necesitan intermediarios, a menos, claro, que se trate de ayudar en un problema mayor, como podría ser un malentendido que los mantenga alejados.

No se debe permitir que ninguna diferencia que tengamos con alguno de los abuelos tenga influencia en la relación con sus nietos. Es frecuente escuchar que padres e hijos, o suegros y nueras, se encuentran distanciados por alguna valoración o problema que aleja, por consiguiente, también a los nietos, con lo que los únicos que saldrán perdiendo serán estos últimos por dos razones:

La primera es que es común que, con el paso del tiempo, las familias se reconcilien y los niños habrán perdido todo ese tiempo sin la compañía de sus abuelos, y la segunda es que sería muy negativo para su formación y educación ver que padres e hijos están peleados cuando, precisamente, lo que buscamos es educarlos en amor y en unidad, que la familia supone.

Hay que enseñarles fotos, contarles historias y anécdotas del pasado de los abuelos para que los conozcan mejor.

Para el abuelo que lucha contra alguna enfermedad o depresión, el mantener contacto con sus nietos le ayudará no solo a encontrarse mejor, por la alegría que proporcionan los nietos y la distracción de sus problemas, sino que también se sentirá de gran utilidad en su papel dentro de la familia.

Aprender a valorar y respetar a los abuelos es el mejor inicio para lograr una convivencia familiar más plena, llena de generosidad, amistad y amor entre las personas que la conforman.

Por todo lo dicho hasta aquí, por la importancia de esos seres inigualables que somos los abuelos, debemos aprender a “redimir” el tiempo.

Los abuelos quizás no estemos en disposición de dar dinero en grandes ni, muchas veces, tampoco en pequeñas cantidades. Las pensiones son escasas y actualmente nos parece que, incluso, peligran, pero sí debemos poder dar tiempo, en calidad y en cantidad, a esos niños preciosos que son nuestros nietos.

Dios nos ha creado para vivir con cierta presión, que podríamos calificar de soportable y que aparece, de forma natural, ante las dificultades de la vida. El problema llega cuando esa presión es excesiva, no podemos con ella y “rompemos” nuestro sistema nervioso al aguantar mucho más de aquello para lo que fuimos diseñados, haciendo demasiadas cosas y dándonos cuenta de que nos faltan horas y fuerzas para todo lo que queremos y debemos realizar y soportar.

No podemos pretender incluir tantas cosas (sobre todo en edades más avanzadas) en las 24 horas que tiene el día, porque todo se nos irá de las manos y tendremos la sensación de que no podemos atender a lo verdaderamente importante.

Veremos, en un instante, cómo Cesca, “desde su butaca”, nos invita a tener largos tiempos de oración por nuestros nietos.

Me gustaría que ya, desde este capítulo introductorio, decidieses hacer cambios en tu orden de prioridades. Piensa en el tiempo que tienes en un día, reparte ese tiempo con sabiduría.

Recuerda que tu tiempo con Dios es lo primero y debe ser sagrado (nunca mejor dicho), para que desde la oración y la meditación puedas reponer fuerzas, para después, dar de lo que has recibido, ayudando a los demás y especialmente, para que tus nietos noten que has estado con Jesús.

Después, distribuye, con mucho cuidado, el resto del tiempo en otros quehaceres, sin olvidarte de ti misma/o y de descansar lo suficiente. ¿Sabes que la Biblia habla mucho más del descanso que del trabajo?

Las cosas nos irán mucho mejor si escuchamos y obedecemos a Dios en cuanto a los demás (para consolar, para ayudar, para animar...) pero también en cuanto a nuestro propio cuidado.

Analiza en qué se te va la mayor parte de tu precioso tiempo y reorganízate. Verás que, muchas veces, el orden de prioridades está dislocado. Hoy, incluso, el uso de las pantallas (móviles, ordenadores, series de TV...) nos tiene atrapados y agotados, y perdemos horas y horas en conversaciones banales y en ver programas nocivos y sin ningún provecho para nuestras vidas y relaciones.

La tecnología, en muchas ocasiones, ha dejado de ser una bendición para convertirse en un obstáculo para la distribución de nuestro tiempo. Todos pueden conectar con nosotros durante las veinticuatro horas del día. Además vamos con el despacho “puesto? Antes dejábamos el teléfono y el, gran y pesado, ordenador allí. Ahora con un móvil y con una pequeña tablet llevamos tantísima información y tantas posibilidades de comunicarnos con el mundo que seguimos “conectados” y sin descanso de forma casi permanente.

Debemos tener muy presente que la tecnología, mal usada, nos aleja de una vida de equilibrio y sensatez. Cualquier persona puede llamarnos en cualquier momento haciendo que dejemos cosas importantes para atender, muchas veces, a demandas que hubiéramos preferido no haber recibido.

Estar en muchas redes sociales, saber tanta información de los demás, compartir la vida con centenares de personas, la mayoría desconocidas, no nos enriquece aunque lo parezca; nos lleva, más bien, a vivir con una sensación de vértigo continuado y con un agotamiento del sistema nervioso.

Afortunadamente, conozco ya a varios abuelos que han tenido la cordura de volver a utilizar el teléfono, el móvil y el ordenador para su uso correcto y no dejar que esos avances de la técnica se conviertan en una adicción que, además de atarnos, nos roban lo más precioso que tenemos: ¡nuestro escaso tiempo!

Bob Losyk, en su libro ¡No te quemes! nos explica el secreto de las personas que viven más relajadas y con más tiempo para sus relaciones sociales y familiares. Según él, consiste en que estas personas “han desarrollado excepcionales hábitos personales a lo largo de los años. En lugar de trabajar más tiempo y esforzarse al máximo, han aprendido a trabajar de forma más inteligente. Sin duda, tienen los mismos problemas que cualquiera, pero han decidido que el tiempo es su activo más precioso y han afinado su destreza para usarlo sabiamente. No lo despilfarran? Este mismo autor nos da, seguidamente, una buena recomendación: “También usted puede aprender a cambiar de costumbres. Requiere tiempo y práctica y una resolución tenaz para hacer el cambio, pero vale la pena el esfuerzo”

Dios mismo clama diciendo: “¡Ojalá siempre tuvieran en sus corazones el deseo de obedecer mis mandamientos. Si así fuera, todo les iría bien en el futuro, con sus hijos y a través de todas las generaciones!” (Deuteronomio 5:29 La Biblia al día).

Únete a mi oración en este día, pídele a Dios conmigo que nos dé la sabiduría para poder poner nuestras prioridades en orden, cumpliendo todos sus mandamientos (el de descansar también), rogándole que sepamos utilizar nuestro tiempo con cordura. Que nos guíe para ser abuelos que podamos invertir lo que tenemos, lo que somos y lo que sabemos, en la vida de nuestros nietos, mientras aún son receptivos y absorben como esponjas todo lo que les queremos transmitir.

Recordemos que los años de crianza son muy cortos. ¡No los perdamos!

“Desde mi butaca”: Cesca Planagumà

Fue el día de mi 51 aniversario, comiendo alrededor de la mesa de mi casa, con toda la familia: mi esposo, mis tres hijos, mis yernos y nuera, cuando de repente nos anunciaron que ¡íbamos a ser abuelos! ¿Abuela yo? Siempre había supuesto que como una abuela que ya ha vivido la vida, tendría mayor sosiego y, con su agenda en blanco, dispondría de mucho tiempo para sus nietos. Y ahí estaba yo, atónita ante la noticia, con muchas ganas de empezar cosas nuevas, de crecer en mi trabajo, de no perderme las oportunidades que se me presentaban, con una agenda desbordante, con un marido con mucha energía y siempre visionando nuevos horizontes.

En aquel momento, tuve una mezcla de sentimientos: mi hija, aquella pequeña a la que parece que hace solo dos días le cambiaba los pañales, ahora va a ser ella la que haga este trabajo con ¡mis nietos!

De golpe, pensé: ¿Cómo puede pasar tan rápido el tiempo?

Dos días después de esa noticia, mi esposo me regaló un libro titulado Abuela, necesito tus oraciones.

Cuando leí la palabra “abuela”,, me dije: ¿Yo? ¿Abuela? Me cayó como una losa pesada. ¡¡¡Qué horror!!! ¡¡¡Me he hecho vieja de golpe!!!

Qué lejos estaba ni siquiera de imaginarme la gran aventura que iba a empezar desde aquel día.

Participo en la escritura de este libro siendo abuela de seis nietos: Oriol, de 10 años, Lluc, de 5, Bruna, de 5, Gabriel, de 2 y medio, Llibert, de 2 y Abigail, de 15 meses, y ahora puedo decir que ser abuela es una de las aventuras de la vida que más ternura despierta. No sabes cómo ni de dónde sale tanto cariño, tanta complicidad y un amor que desvía los ojos de ti para ponerlos en ellos y no ver nada más.

Crecí en una familia de 11 personas. Todos mis recuerdos de infancia están estrechamente relacionados con los tres abuelos que vivieron conmigo.