NO SOY YO

V.1: Mayo, 2017


Título original: It Ain't Me, Babe

© Tillie Cole, 2014

© de la traducción, Aitana Vega, 2017

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2017

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Viorel Sima/Shutterstock


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

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ISBN: 978-84-16223-73-2

IBIC: FR

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NO SOY YO

Tillie Cole

Los verdugos de Hades 1


Traducción de Aitana Vega

Principal de los Libros

5

Capítulo 2

Styx


Entré en el complejo hecho una furia, me ardía la sangre. Varias perras del club se apartaron de mi camino, una reacción inteligente.

Abrí de un portazo las puertas de mi oficina, me detuve ante la pared más cercana y di un puñetazo contra el cemento. Cerré los ojos y respiré despacio, repasé lo que iba a decir con cuidado. No podía perder los nervios delante de los hermanos.

Mi vicepresidente y mejor amigo, Ky, entró en la habitación tras de mí intentando no hacer ruido, pero las botas crujían sobre el suelo de madera noble. Me giré para mirarle y me indicó que estábamos solos. Solté un largo y frustrado suspiro.

—¡P-putos D-Diablos de m-mierda! —conseguí articular con mi maldita boca defectuosa.

Ky se me quedó mirando, inexpresivo. Se acercó al minibar y me sirvió un bourbon, ya sabía qué hacer. Me pasó el vaso lleno de mi medicina particular. Me lo acabé de un solo trago. Luego, bebí otro, y, después, otro más. Finalmente, sentí que la soga que siempre me oprimía las cuerdas vocales se aflojaba.

—¿Más?

Ky seguía de pie junto al minibar con una botella de Jim Beam en la mano. Me aclaré la garganta e hice un intento:

—N-n-no.

¡Mierda! Con las manos, le pedí que me sirviera otro trago, y otro, y uno más para asegurarme.

Levantó las rubias cejas, preguntando sin palabras si quería más.

—M-mejor —solté con un suspiro de alivio.

La habitación me daba vueltas, pero al menos la pitón de los cojones que tenía metida en la laringe había decidido echarse una siesta.

—K-Ky, más te vale llegar al fondo de e-esto o v-vamos a ir a la g-guerra, ¿lo pillas? ¡E-Estoy hasta los c-cojones d-de t-todo!

La expresión le cambió. Se puso pálido como un fantasma y levantó las manos para enfatizar sus palabras:

—Styx, tío, tranquilo. Te juro que lo tenemos todo controlado. Algún hijo de puta se cargó el trato a nuestras espaldas.

Esta cagada de operación había sido cosa suya y claramente no tenía ni puta idea de qué coño había salido mal. ¿Cómo pudo irse a la mierda en pocos días un trato pactado hace meses con los rusos?

Me pasé una mano por la nuca y con la otra señalé hacia la iglesia. Ky asintió con la cabeza, había entendido mis instrucciones.

Estiré la mano para coger la media botella de Beam que quedaba y bebí directamente de ella. Sentí cómo el ardiente líquido me quemaba la garganta.

Ky fue a reunir a los hermanos y así darme tiempo para recomponerme. Mientras paseaba impaciente por la oficina, supe que tenía razón. Los putos Diablos. ¡Tenían que haber sido ellos!

Alguien nos había vendido, era la única explicación. ¡Y el cabrón iba a morir por ello!

Salí de la oficina y entré en la iglesia, mientras acababa de tragar el licor marrón oscuro. Me ayudaba a hablar con más fluidez. Las putas palabras siempre se me atragantaban, nunca ponían de su parte.

Rápidamente, los hermanos llenaron la habitación, veía la tensión en sus caras al mirarme, con miedo. Hacían bien. Estaba a punto de hacerle a alguien otro agujero en el culo. Olía a tumba. Nadie traicionaba a un hermano. Al menos, nadie que tuviera intención de vivir una vida larga y sin dolor.

Sonreí al ver cómo casi se cagaron encima al verme. Lo único que impide que la gente te machaque por ser un gilipollas que no sabe hablar es ser un asesino con sangre fría y puños de hierro. Tiene gracia, nadie dice una mierda sobre cómo te ahogas con las palabras si de un puñetazo en la boca lo dejas paralizado de cuello para abajo.

Ky cerró la puerta, señal de que todos los Verdugos estaban presentes. Pegué otro trago al bourbon y me senté en el asiento superior, mazo en mano. Mi VP se puso a mi derecha, observándome con atención y esperando a que empezase.

Saqué mi cuchillo KM 2000 del ejército alemán favorito de la bota y lo clavé en la madera de la mesa que tenía delante, la hoja atravesó el grueso roble como si fuese mantequilla.

Todos abrieron los ojos de golpe.

Quedaba claro.

Me recosté en la silla y le indiqué a Ky por señas que empezase a interpretar.

«Si alguien sabe qué coño ha salido mal esta noche, más vale que empiece a hablar. Ya».

Nadie dijo nada ni me miró a los ojos. Sentí una punzada de irritación en la mandíbula. Apoyé los codos en la mesa y seguí gesticulando: «Este trato llevaba cuatro meses sobre la mesa. La entrega, el transporte, hasta el último puñetero detalle. Todo estaba planeado al milímetro. Y llegamos al lugar del encuentro, con los camiones llenos para que nos digan que otro proveedor se nos ha adelantado, que alguien está operando en nuestro territorio. ¡Venga ya, cabrones! La pregunta es, ¿quién nos roba los negocios?». Ky volvió a sentarse y observaba cómo movía las manos de forma cada vez más frenética cuanto más me cabreaba. «Y, lo que es más importante, ¿cómo cojones conocían el trato? Esa información estaba bien guardada».

Aproveché que Ky hacía una pausa para respirar y levanté el cuchillo. Señalé con él a todos los hermanos de la sala, mirándolos a los ojos uno por uno, luego me coloqué la hoja entre los dientes y seguí gesticulando: «Cincuenta cajas de AK 47, diez de fusiles M82 y otras diez de las mejores semiautomáticas. Y ahora no tenemos comprador. Los colombianos no van a hacernos una puta devolución. Así que esto es lo que vamos a hacer». Ky elevaba el tono según la rabia aumentaba y esperó a que terminase.

Pasé la lengua por el filo del cuchillo, en la habitación se notaba el asqueroso hedor de la traición. La intimidación siempre hacía salir a los topos y se me daba de puta madre, el viejo me había enseñado bien. No tengo un cobertizo insonorizado para hacer trabajos de carpintería de mierda, eso seguro.

Volví a clavar el cuchillo despacio en la mesa y seguí gesticulando: «Tenemos que encontrar otro comprador pronto o nuestros amigos de la ATF* nos harán una visita. Luego, buscaremos al cabrón que ha tenido los cojones de jodernos. Yo, el presi, sospecho de los Diablos, pero podría ser cualquiera. Tenemos una lista de enemigos tan larga como la puta avenida Pensilvania».

Ky se aclaró la garganta.

—¿Puedo hablar libremente?

Le di permiso con un seco asentimiento de cabeza.

—Sé que se la tienes jurada a los Diablos, hermano. Joder, quiero mandárselos a Hades tanto como tú, pero lo suyo es la nieve. Nunca he oído que trabajasen con armas. Solo digo que, a mí, esto no me huele a mexicanos.

Tenía algo de razón. Los mexicanos que rondaban por esta zona de Texas vendían para el cártel, eran narcos de pies a cabeza que cruzaban la frontera con facilidad.

Crují los nudillos mientras pensaba y el cuero rechinó por el movimiento. De repente, lancé el KM 2000 y lo observé clavarse como en la pared del fondo como si esta fuera de mantequilla, justo en el centro del emblema del club.

Le hice un gesto rápido a Ky con la barbilla para que me mirase y siguiera interpretando: «¿Quién más podría haber sido? ¿Estamos bien con la banda de Austin?»

Vikingo, el secretario del club, un jodido gigante de unos treinta y cinco, pelirrojo, de piel pálida y con barba larga y roja, asintió con la cabeza.

—Sí, les pagamos bien cuando tenemos que cruzar su territorio. No hay jaleo con ellos.

—¿Los irlandeses? —preguntó Ky.

—Intentan pasar desapercibidos desde la última redada. Tommy O’Keefe volvió a la isla Esmeralda. Seis hermanos están en chirona —explicó Tanque, el tesorero, exneonazi, un tío robusto, de treinta y un años y con tatuajes por todo el cuerpo. Se pasó la mano por la cicatriz de un pincho de la cárcel que tenía en la cabeza afeitada casi al cero.

Solté un largo suspiro, bebí otro trago de bourbon y pregunté mediante signos: «¿Alguna idea de quién querría las armas?». Ky transmitió la pregunta.

AK, el sargento de armas, alzó la barbilla. Era un tipo alto de casi treinta años, de pelo largo y castaño con perilla, ex marine y francotirador, capaz de darle a cualquier objetivo.

—Tengo un contacto entre los chechenos. Tal vez les interese. Están en guerra con los rojos. Podría ser la venganza perfecta. Les contaremos lo que los rusos están comprando. Querrán estar al mismo nivel. Los ayudaremos y, de paso, les quedará claro a esos rojos de mierda que nunca debieron dejarnos tirados.

Asentí con la cabeza y sentí una pizca de alivio.

«Prepáralo», ordené, y todos los hermanos se relajaron un poco.

Llama, un loco hijo de puta con cresta de veinticinco años, con unos tatuajes de llamas naranjas en el cuello y la mitad del cuerpo cubierto de piercings y cicatrices, se puso de pie, gruñendo, y cruzó la habitación mientras se golpeaba los bíceps con las manos. Había pasado la mitad de su vida entrando y saliendo del loquero por unos claros problemas de ira y, cuando salía, se ponía a matar escoria por diversión. Una puta locura. Un par de años después, nos encontró y lo reclutamos. Nos ayudó en la guerra contra los mexicanos y probó ser cien por cien leal al club. Le dimos los parches. Ahora le dejamos que haga de las suyas con los mamones que de verdad merecen morir retorciéndose de dolor. El cabrón se vuelve muy creativo.

Llama sacó el cuchillo de la pared, se hizo un corte en la parte interior del brazo y gruñó como si una puta le estuviese chupando la polla. La sangre goteó sobre el suelo y siseó de placer con los ojos cerrados. Joder, el tío estaba fuerte. Sería bastante guapo si no tuviese la mirada fría de un asesino. Las zorras hacían bien al alejarse del psicópata. Si alguna de ellas lo tocase, le arrancaría el puto corazón del pecho con las manos.

Ky puso los ojos en blanco. Entendí lo que quería decir. Llama necesitaba descargar energía. No tardaría mucho en hacerlo, todos lo haríamos. Se acercaba una puta guerra, lo sentía en los huesos.

—¿Estás bien, hermano? —le preguntó Ky.

Todos miramos a Llama, había un charco de sangre a sus pies y la polla dura se le marcaba en los pantalones de cuero. Se acercó a mí mientras me señalaba con el puto cuchillo. Los ojos negros le centelleaban.

—Hay que derramar sangre, enseñarle una lección al chivato. La venganza me hierve en las venas, presi, me corroe la sangre como veneno.

—En cuanto sepamos algo, te lo dejaremos a ti —le aseguró Ky y asentí con aprobación.

Llama sonrió, los dientes blancos le brillaban y el tatuaje negro de las encías donde ponía «dolor» resaltaba sobre la carne rosácea.

—¡Sí, joder! —exclamó.

Escaneé a los demás hermanos en busca de algún movimiento o algún signo de miedo. Todavía nada. Nada de nada.

Mientras me levantaba de la silla, pregunté por signos: «¿Alguna cosa más?». Ky lo expresó en voz alta.

Como respuesta, todos negaron con la cabeza. Cogí el mazo y lo estampé en la madera. Ky se giró para mirar a los demás y les dedicó una sonrisa de triunfo.

—No sé vosotros, pero yo me voy a echar un buen polvo.

Me levanté de la silla y todos se marcharon en busca de alguna perra con la que pasar la noche, en silencio y claramente cabreados. Ky se quedó atrás. El puto Kyler Willis, veintisiete años y una pinta de modelo perfecto. Alto, delgado y con un pelo rubio que hacía que las zorras se corriesen con solo mirarlo. Mi amigo más antiguo. Su viejo era el VP del mío. El año pasado los dos se fueron con el barquero en la guerra con los mexicanos. A mí me hicieron presidente y, a Ky, VP, solo lo mejor para la sede madre de los Verdugos. Siempre hemos vivido, respirado y sangrado por Hades. Cuando nuestros padres murieron, intenté que no me votasen, ¿quién coño iba a querer a un tartamudo de mierda de presidente? Pero la decisión de los hermanos fue unánime. Los Verdugos de Hades respetarían la línea de sucesión. Con veintiséis años era el presidente del club de moteros más letal y conocido del país. Sin presiones. ¡Y una mierda!

Ky me puso la mano en el hombro y me dijo:

—Los pillaremos. Nadie nos la juega, Styx. Todos saben cómo funcionan las cosas aquí en Texas. Esos cabrones han firmado su sentencia de muerte.

Solté una carcajada y me pasé una mano por las mejillas sin afeitar.

—Va-vamos a arreglar e-esto lo antes p-posible, t-tú y yo juntos. ¿V-verdad?

Hice un gesto de dolor al ver que volvía a tartamudear, el licor solo me daba unos momentos de mierda antes de que la pitón volviese a estrangularme. Odiaba comunicarme por signos, pero por alguna extraña razón solo era capaz de hablar con Ky. Ahora que el viejo se había reunido con Hades, solo quedaba una persona con la que podía hablar.

—Claro que sí. —Me dedicó esa puta sonrisa suya tan cursi.

—¡J-joder! —susurré—. T-tú deberías s-ser el p-presidente, K-ky, no y-yo.

—¡Y una polla! —Se acercó a mí todo lo posible—. No puedes hablar, vale, esa mierda la entiendo, pero puedes formar palabras con las manos. Predicas con el ejemplo, hermano. Siempre estás en primera línea de fuego, eres el presidente de los Verdugos, ¡así que cierra la puta boca! Tu viejo siempre quiso que siguieras sus pasos, igual que él hizo con el suyo. Sí, puede que te haya tocado antes de lo esperado, pero te has estado preparando para esto durante años. En esta vida la edad no es más que un número de mierda. ¡Lo único que importa es tener cojones y a ti te sobran! Joder, Styx, ¡eres el infame Verdugo mudo!

Ky retrocedió mientras se frotaba las manos y sonrió.

—Además, soy demasiado guapo para estar al mando, joder. Me gusta hacer de portavoz. ¡Ya sabes que me encanta el sonido de mi propia voz!

Qué razón tenía. A veces me preguntaba por qué coño desperdiciaba su vida en el club. Con su aspecto y su personalidad podría triunfar en cualquier parte. Pero igual que yo, esto era todo lo que conocía. Nacidos y criados para vestir el cuero. No había salida. Aunque tampoco la buscábamos.

—¿Has acabado de portarte como una maricona llorica? —preguntó y me pasó el brazo por los hombros—. ¿Por qué no vas a buscar a Lois y liberas un poco de estrés?

—S-Sí.

—Bien. Yo me quedo con Tiff y Jules. Tendrías que verlas cuando se lamen entre ellas, colega. Pierdo la cabeza todas las putas veces. Sobre todo, si la tengo metida en uno de esos culos estrechos. Una vista que te cagas. —Hizo una pausa, esperando una respuesta—. ¿Lo pillas? Que te cagas.

Joder, era un capullo. Y, para colmo, un capullo sin gracia.

Cuando salí de la oficina, toda la habitación se quedó en silencio. Le hice un gesto con la barbilla a Lois, que estaba al otro lado del bar. Los hermanos odiaban estar a malas conmigo, pero no toleraba ese tipo de mierdas en mi club. No sin que hubiera consecuencias.

Lois se bajó del taburete y se abrió camino hasta mí mientras pavoneaba el cuerpo alto y esbelto como una puta modelo con su corto vestido negro.

Su viejo había sido un Verdugo, hasta que se mató en un accidente en la carretera hace cinco años. Se abrió la cabeza y la Harley quedó destrozada. Trozos de cuerpo esparcidos por el asfalto y jirones de piel colgando de los árboles como putos lazos. Se fue con Hades, y Lois pasó a ser otra zorra del club.

El sonido de los tacones de las botas vaqueras al golpear el suelo de madera me siguió hasta el patio de atrás. Me detuve en nuestro lugar habitual y me apoyé en la pared. Saqué un cigarrillo del bolsillo, lo encendí y le di una buena calada. Sin decir ni una palabra, Lois se puso de rodillas. Las enormes tetas se le salieron por la parte de arriba del vestido. Me sacó la polla del pantalón y se la metió en la boca, hasta el fondo.

Apoyé la cabeza en el muro y cerré los ojos cuando me pasó la lengua por la punta. Lois succionaba con fuerza y yo disfrutaba del cigarrillo.

Joder. Esto era justo lo que necesitaba. El estrés desaparecía cada vez que me rozaba la verga con los dientes. Le enredé los dedos en el largo pelo castaño para empujarla contra mí hasta que llegó el momento de correrme. Lois siguió lamiéndome mientras gimoteaba como un gatillo hambriento.

Las piernas se me doblaron cuando me dejé ir y le llené la boca de semen hasta el fondo de la garganta. Lois se lo tragó con un gemido de placer. Suspiré aliviado, abrí los ojos y le di una última calada al cigarrillo antes de tirar la colilla al suelo. Aparté a Lois de entre mis piernas y me subí la bragueta.

Al alejarme de la pared, vi un charco rojo en el asfalto a mis pies. Había sangre debajo de Lois. Líneas rojas que se extendían hasta el interior de sus muslos.

Lois siguió la dirección de mi mirada y, con el ceño fruncido, se miró las rodillas.

—¿Pero qué cojones…? ¿Eso es sangre? —Se levantó de un salto e intentó limpiarse el líquido rojizo de la piel—. ¿De dónde coño sale?

Busqué el origen de la sangre y encontré un pequeño arroyo que venía de detrás del contenedor.

—¡Joder! ¿Otra vez hay un cuerpo aquí afuera? —gritó Lois mientras intentaba cubrirse el cuerpo con las manos. Era demasiado blanda para estas mierdas.

Sin hacerle caso, di la vuelta al contenedor azul y encontré la fuente: el cuerpo de una zorra, joven, delgada, con el pelo negro enredado sobre la cara. Estaba cubierta de barro y llevaba un vestido blanco hecho jirones y empapado en sangre. Busqué la herida. La pierna.

Tenía un enorme corte abierto, lo bastante profundo como para que se le viera el músculo, con una mierda de trapo atado alrededor para frenar la hemorragia. No funcionaba, para nada.

Comprobé el pulso y, al no ser capaz de detectar ni el más mínimo movimiento, deduje lo evidente: había palmado.

Me giré hacia Lois, que daba vueltas detrás de mí.

—¿Está muerta? —preguntó.

Por señas, le ordené: «Ve a buscar a Ky, a Pit y a Rider».

Lois salió corriendo hacia la puerta mientras se tapaba la boca con la mano.

Me acerqué más al cuerpo y le aparté el pelo de la cara. Al verla me quedé sin respiración.

Joder.

Debajo de todo el barro y la mierda había una tía despampanante, con la piel clara, el pelo largo y negro, unos labios carnosos de color rosado y un cuerpo de infarto. Qué putada que Hades se la hubiera llevado, habría sido una zorra muy caliente.

Saqué dos centavos del bolsillo y se los puse sobre los ojos. La pobre zorra necesitaría algo con qué pagarle al barquero.

Le pasé un brazo por detrás de la espalda, otro por debajo de las piernas y la levanté. Casi no pesaba nada. Joder. Era muy pequeña.

Ky, Pit y Rider aparecieron por la puerta que había detrás de mí. El primero puso los ojos en blanco y gruñó mientras se subía la cremallera. Debía de haber estado ocupado.

—¡Otra vez no! «Venga. Voy a matar a una zorra y dejarles el cadáver a los Verdugos». Hijos de puta. Dejar solas a las gemelas y sus lamidos para esta mierda…

Le hice un gesto con la barbilla a Pit, el aspirante, para que se acercase y solté a la zorra en sus brazos. Por signos, le ordené: «Ve a por la furgoneta. Vas a deshacerte del cadáver. El sitio de siempre. Asegúrate de que no se caigan las monedas». Ky dio voz a mis palabras, todavía cabreado por haberle cortado el rollo.

Entonces casi me da un puto infarto, se me cortó la respiración y abrí los ojos como platos. La zorra se estremeció y gimió en brazos de Pit, las monedas se le deslizaron del rostro y rebotaron en el suelo.

—¡Está viva! —soltó Pit. El muy imbécil siempre exponiendo lo evidente.

—¡Mierda! ¿Nos deshacemos de ella o la dejamos aquí? Los federales nos vigilan, Styx. Vikingo dice que hay dos agentes encubiertos apostados a un kilómetro de aquí. El cerdo del senador nos la tiene jurada. Va a ser difícil salir de aquí con una zorra ensangrentada a cuestas sin que nos pillen y nos interroguen. A esos cabrones no los tenemos comprados. —Ky me dio una palmada en la espalda y la señaló—. Podría ser un mensaje o que nos la hayan mandado para que nos joda la poli.

Oía hablar a Ky, pero no podía dejar de mirar el pálido rostro de aquella zorra. Me resultaba familiar, pero no conseguía recordar de qué.

Sacudí la cabeza y miré a mi mejor amigo. «Tienes razón. Nada de salir esta noche. La zorra se queda. ¡Joder! Justo lo que necesitábamos».

Le lancé una mirada a Rider, detrás de Ky. El hermano hablaba casi tan poco como yo. Era un exmarine y tenía formación como médico. En Afganistán vio algunas mierdas que no pudo soportar y se largó. Por suerte para nosotros, lo único que quiso hacer después de abandonar el servicio fue unirse al club. Era capaz de coser heridas terribles e incluso de operar si hacía falta. Nos había salvado el maldito culo más veces de las que podía contar.

Le indiqué que se hiciera cargo del cuerpo medio muerto. Que comprobase cómo estaba y si se podía hacer algo por ella o no. Joder, no es que la muerte nos fuese algo ajeno por aquí. Habíamos mandado a más hermanos con Hades durante ese último año de los que aún quedaban en pie. Puta guerra. La muerte era un ciclo. Tarde o temprano todos nos reuniríamos con el barquero y pagaríamos por todo lo que habíamos hecho en vida.

Rider iba a coger el cuerpo cuando, de pronto, la zorra se sacudió en los brazos de Pit. Abrió los ojos de par en par y me miró fijamente, con puro terror en la mirada; un segundo después volvió a cerrarlos.

No podía ser. Joder. Esos ojos… Incluso con toda esa sangre, el barro y la mierda que le cubría la cara, esos gélidos ojos azules resplandecían como los de un puto lobo. Solo había visto unos iguales en otra ocasión.

No pude evitar pensar en aquella zorra de detrás de la verja de hace quince años. Fue una de las pocas personas con las que había hablado en mi vida. Joder, le había hablado. Eso no pasaba a menudo. La número tres. No hubo nadie más después.

Un largo gemido de dolor se le deslizó entre los labios, lo que me hizo volver a centrarme.

Mierda.

Ky se acercó para quitársela a Pit de los brazos.

—Dámela. Rider, la dejaré en tu habitación. Luego me iré a seguir comiéndoles el coño a Tiff y Jules. Esta zorra no me va a joder el polvo.

Observé cómo Ky le tocaba la piel y lo único que pude ver fue a aquella pequeña zorra tras la verja. ¡Joder! ¿Y si era ella? No, imposible. Hay muchas zorras con esos ojos, ¿verdad? ¿Verdad?

Convencido de que ya se me había pasado la gilipollez, me relajé, pero cuando Ky la cogió en brazos, me lancé contra él y lo agarré del brazo, solo lo solté para gesticular: «Apártate. Dámela a mí».

Ky retrocedió con las cejas levantadas mientras intentaba descifrar la expresión de mi cara.

—¿Qué coño te pasa? —exclamó.

Los otros dos hermanos fruncieron el ceño confundidos. Lois abrió la boca estupefacta.

Sacudí la cabeza y volví a gesticular: «Apártate. Dámela. Ahora».

Ky, con cara de no entender una mierda, me la entregó, levantó las manos y retrocedió. Pit me miraba boqueando como un jodido pez.

—¿Qué cojones te pasa, tío? Ya está, ya me aparto, ¿ves? Relájate, joder.

La sostuve contra el pecho, me había pillado en la cabeza, el cuerpo, y hasta en la puta alma alguna especie de locura posesiva de mierda. Eché a andar hacia la puerta e ignoré a todo el mundo excepto a la zorra que llevaba en brazos, con la piel pálida y los labios blancos, sangrando, muriendo.

¡Mierda!

—¿Adónde la llevas? ¿Qué coño te pasa?

Ky corrió tras de mí y, con sus putas preguntas, atrajo a todos los hermanos que estaban en el salón bebiendo y zorreando.

Señalé hacia mi apartamento privado encima del garaje mientras sujetaba a la zorra contra el pecho.

—¿A tu apartamento? —Lois aceleró el paso para alcanzarme e intentó que la mirase a los ojos—. ¿A tu habitación, en tu apartamento? ¿A tu apartamento, encima del garaje? Nadie entra allí aparte de ti. Tú mismo lo dijiste.

Me detuve durante un momento y sacudí la barbilla para indicarle que desapareciera de mi vista.

—¿Va en serio? —susurró dolida y decepcionada, hasta que se dio cuenta de que estaba perdiendo la paciencia y retrocedió lentamente al fondo del bar.

Ky me franqueó todo el camino escaleras arriba y abrió la puerta del apartamento de una patada. Dejé a la zorra sobre la cama de matrimonio y me incliné para apartarle los mechones de pelo sucio de la cara. En pocos segundos, el barro y la sangre mancharon las sábanas negras.

—Styx. ¿Qué mosca te ha picado? Empieza a explicarte, hermano —dijo Ky, pasándose la mano por el pelo. Estábamos solos, Pit y Rider no estaban a la vista.

Apreté la mano en un puño, traté de calmarme y empecé a tartamudear:

—R-r-r… R-r… —Respiré hondo, apreté los ojos con fuerza y volví a probar—. R-r… ¡Aj! —Estaba demasiado frustrado por haber perdido el control de mis palabras otra vez.

Ky me agarró del brazo y cerró la puerta de la habitación de otra patada. Inmediatamente, los murmullos de los hermanos que empezaban a congregarse abajo dejaron de oírse.

—Cálmate de una puta vez —gruñó—. ¡Mírate! Estás demasiado nervioso para hablar. Todos te oirán, y luego te arrepentirás de toda esta mierda.

Dejé de pelear con él. Volví a respirar con normalidad y sentí cómo la tirantez de mi garganta disminuía. Al notar que me calmaba, redujo la fuerza con que me apretaba el brazo.

—Rider está de camino. Tenía que ir a por su instrumental. —Señaló con la cabeza a la zorra, que estaba encima la cama—. Tiene mala pinta.

Asentí y él me liberó el brazo. Me metí en el baño y humedecí una toalla para limpiarle la cara a la zorra. Piel clara, pelo negro, igual que la cría tras la verja. Ky me miraba como si hubiese perdido la cabeza. Tal vez tuviera razón.

—En serio, tío. ¿Qué coño ha pasado?

Se colocó al otro lado de la cama y continué limpiando la sangre. Me miraba boquiabierto. Yo estaba distraído contemplándola. Su pierna larga y esbelta, como de porcelana, era perfecta, joder.

Ky tosió, y yo suspiré y presioné la herida de la pierna con el trapo.

—¿T-te a-acuerdas de l-la hi-historia que t-te c-conté c-cuando éramos p-pequeños?

Ky tensó el semblante con incredulidad.

—Styx, no empieces otra vez con esa mierda. ¿La chica de detrás de la verja? ¿La zorra de «ojos lobunos» con la que estuviste obsesionado durante años hasta que tu viejo te obligó a que cerrases la boca de una puta vez? Si te refieres a esa historia, sí, ¡me acuerdo!

Me mordí el piercing del labio inferior y me convencí de que no debía darle a mi mejor amigo un puñetazo en la nariz que le llegase hasta el cerebro.

—S-sí, esa chica.

—¿Y bien? ¿Tenías, qué, nueve años? La verdad, siempre creí que lo habías soñado.

En aquella época, todos los hermanos creyeron que o bien me lo había inventado o bien lo había imaginado. Yo también terminé por creerlo. Pensaba que seguramente había tenido fiebre o algo. No sé, a lo mejor había hablado con un puto fantasma.

Señalé a la zorra que estaba sobre la cama y lo miré fijamente.

Ky se acercó hasta donde estaba sentado y se apoyó contra la pared de madera con los brazos cruzados.

—¿Crees que esta zorra moribunda es ella? —Soltó una carcajada con la cabeza echada hacia atrás—. Se te ha ido la olla. Demasiado estrés por la cagada de la operación de esta noche. Las posibilidades de que esta tía sea la misma de entonces son casi inexistentes. De todas formas, nunca entenderé por qué te sigues acordando de esa zorra. Si tu viejo estuviera aquí, te devolvería la razón a hostias otra vez.

Demasiado nervioso para poder hablar, lo miré fijamente a los ojos y gesticulé: «Tienes exactamente cinco segundos para cerrar la puta boca antes de que te la cierre yo y te destroce esa cara de niño bonito».

Ky se aclaró la garganta y borró la sonrisa. Buena elección. Nadie me faltaba el respeto y salía ileso. Ky lo sabía. Mis hermanos lo sabían. Joder, todos los putos clubs de moteros del país lo sabían. Si mi viejo siguiera vivo e intentara ponerme la mano encima, haría que se tragase los dientes.

—¿Así que crees que esta zorra que ha salido de la nada es Ojos de Lobo? La tía rara con pinta de peregrina amish que conociste hace quince años, detrás de una verja de metal, en el medio de un puto bosque, mientras tu viejo enterraba a un Diablo. ¿Lo he entendido bien? ¿La zorra por la que te volviste una niñita llorona y patética?

Me encogí de hombros y me las arreglé para ignorar el tono de capullo.

Me levanté y empecé a dar vueltas por la habitación mientras gesticulaba. «Esos ojos… Sé que parezco gilipollas, pero ¿y si es ella? ¿Qué coño le ha pasado en la pierna? Y, lo que es más importante, ¿dónde cojones ha estado todos estos años? ¿Encerrada en aquel puto campo de concentración que nunca llegué a encontrar? ¿Sin hablar y con miedo de su puta sombra?»

Ky bajó la mirada a la cama incrédulo. La tía parecía un ángel que hubiesen dejado caer a mis pies desde el cielo, pequeña y frágil. Me incliné sobre ella, mirándola. Ky se colocó delante de mí para verme las manos.

«Nunca descubrí lo que había detrás de la verja. Intenté buscar información, pero no había nada que encontrar. Nadie había oído hablar de aquel lugar. Un puto Auschwitz al lado de Austin. Claramente, el no saber ni siquiera dónde coño estaba no ayudó. El viejo no soltó prenda y yo era demasiado joven para recordar direcciones. De donde quiera que venga, está bien blindado. Protegido. Eso solo puede significar que pasa alguna mierda retorcida ahí dentro. Mierda protegida por gente poderosa. Gente que sin duda la estará buscando».

Ky me observaba atentamente. Su cara reflejaba verdadera preocupación.

—Nunca te había visto así, hermano. ¿Te estás poniendo blando conmigo? Motos y polvos, Styx, esa en nuestra vida. Conduce como un demonio y muere como un dios. El club siempre lo primero, sin distracciones.

Tenía razón. Me comportaba como un imbécil. De todas formas, era imposible que fuese ella. ¿En qué coño pensaba?

Me acerqué a la mesa, llené dos vasos de Jim Beam, me bebí el mío de golpe y le pasé el otro a Ky.

«He pensado en esa chica todos los días durante cinco putos años. Tú y yo hemos crecido en el infierno, en la oscuridad. Ella fue el primer rastro de bondad que vi en mi vida». Ahogué una carcajada. «Joder, fue mi primer beso».

Ky me palmeó la espalda con una sonrisa.

—Y dos años después, echaste tu primer polvo con una perra del club y no volviste a mirar atrás.

Sí. Con trece años hundí la polla en una de las perras favoritas de los Verdugos, cortesía de mi viejo para que me olvidase de la zorra peregrina. Incluso cambió el lugar donde tiraba los cadáveres para alejarme de todo lo que tuviese que ver con ella.

Ky dejó de sonreír y se puso delante de mí.

—Mira, colega, no parece que vaya a llegar a mañana. Asúmelo, hermano. Que conocieses a aquella cría fue una casualidad y, si es esta, que lo dudo mucho, ya es hora de que lo superes. Va de camino a encontrarse con Hades, Styx. Es hora de despertar y volver a actuar como el presidente que eres. Tenemos demasiadas cosas en las que pensar como para distraernos con esta zorra.

Cogió la botella de Jim Beam que tenía detrás y me la pasó.

Rider llamó a la puerta. Rápidamente, agarré a mi mejor amigo por el brazo y le dije por señas: «Ni una palabra a los hermanos. Esto queda entre nosotros. No es más que otra desconocida que nos han dejado en la puerta, ¿queda claro?».

Asintió con la cabeza para indicar que me había entendido. Rider entró, se había recogido el pelo en una coleta, listo para trabajar.

—Déjame echarle un vistazo —dijo mientras se acercaba a la cama.

—Styx la encontró detrás del contenedor. Está sangrando por la pierna. Parece un mordisco, ¿de un perro, tal vez? Apenas tiene pulso. La zorra se muere —informó Ky.

Rider empezó a examinarla y lo observé. Por primera vez en la vida, le recé a un dios con el que no me llevaba nada bien. Ninguno de aquí lo hacía. Con la vida que llevábamos estábamos más cerca del otro lado de la moneda. Pero tenía que sobrevivir, no había otra opción. Por eso recé e hice promesas que sin duda no sería capaz de cumplir. La verdad es que solo necesitaba saber si era ella o no y así dejar atrás aquella parte de mi vida.

—Pero ¿qué…?

Miré a Ky, que le observaba la muñeca recién limpiada que Rider sujetaba para buscarle el pulso. Me acerqué a él y fruncí el ceño cuando leyó en alto el pequeño tatuaje que tenía.

—«Apocalipsis 21:8». ¿Qué cojones?

—«Pero los cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos los embaucadores están destinados al lago ardiente de fuego y azufre, es decir, a la segunda muerte».

Ky y yo nos quedamos de piedra cuando Rider empezó a recitar de carrerilla la Biblia como un puto sacerdote. Al vernos con la boca abierta, se aclaró la garganta, enrojeció y alternó la mirada de nosotros al suelo mientras murmuraba:

—Dice que los pecadores irán al infierno.

A continuación, volvió al trabajo. Ky me golpeó el pecho con el hombro y levantó las cejas. Me encogí de hombros. En lo que un hermano creyese en privado era cosa suya.

Veinte minutos después de observar a Rider esterilizar y coser en silencio casi cada centímetro del cuerpo de aquella zorra, me sacó de la habitación mientras sacudía la cabeza.

—Tiene mala pinta, Styx. Ha perdido mucha sangre. Es un mordisco de un perro brutal. Seguramente un rottweiler o un pitbull. Le ha desgarrado el músculo y los tendones y probablemente esté infectado. Necesitará sangre. Tengo un contacto. Puedo averiguar de qué tipo es con el kit que tengo en el maletín y hacer una llamada. El proveedor estará aquí en unos treinta minutos. Pero no será barato y habrá que ver si es lo bastante fuerte para aguantar. —Volvió la mirada hacia la zorra inconsciente de la cama y se pasó la mano por la cabeza—. Van a ser unos días duros de cojones.

Asentí con frialdad y le puse una mano en el hombro con gratitud. Después, volví al edificio principal y me dirigí al bar.

—¿Todo bien, presi? —me preguntó Pit.

Asentí y me señaló las botellas de licor de detrás de la barra.

—¿Qué te sirvo?

Ahogué un suspiro y señalé el Jim Beam. Necesitaba un trago largo, más de uno.



ATF: Siglas en inglés de la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos, agencia federal de seguridad de los Estados Unidos fundada en 1972. (N. de la T.)

Capítulo 3

Styx


¿C-cómo te ll-llamas?

Silencio.

—¿Q-qué es e-este l-lugar?

Silencio.

—Styx… ¡Styx!

—P-por f-favor. D-dime t-tu no-nombre.

—Mi nombre es Mal. Todos somos malos.


Salí del trance. Alguien me sacudía el hombro. Levanté la vista y encontré a Lois.

Acercó un taburete a mi lado y volví la atención al líquido ambarino del vaso, casi vacío. ¿Cuántos me había tomado?

—¿Qué pasa con esa tía?

No me molesté en contestar.

—¿Estás bien? —me preguntó con una mano en mi hombro.

La zorra era un encanto. No debería haber terminado en esta mierda de vida. Me bebí lo que quedaba del quinto vaso de Beam, me levanté y me dirigí hacia la habitación que tenía en el club. A medio camino miré por encima del hombro y comprobé que Lois me seguía, le brillaban los putos ojos. Le hice un gesto con la barbilla y seguí caminando.

Al abrir la puerta de la habitación la sentí detrás de mí. Me di la vuelta, la agarré por la parte superior de los brazos y le arranqué el vestido.

—Styx —gimió entre jadeos—. Te quiero, Styx. Soy toda tuya, mi amor.

Le bajé de un tirón los tirantes del sujetador negro mientras me besaba el cuello. Me quité la camisa y el cuero a la vez, y me bajé la cremallera de los vaqueros. Sin ropa interior que estorbase.

La coloqué de espaldas hacia la pared y nos dirigí hasta la cama desecha, la cama que reservaba para follar, manchada de semen y sudor. La agarré por el cuello, la cara contra el colchón y el culo levantado, sin bragas y depilada, como me gustaba. Fácil acceso.

Saqué un condón del bolsillo del pantalón y me lo puse.

—Fóllame, Styx. Fuerte, duro.

La agarré por la huesuda cadera y la penetré con fuerza mientras echaba la cabeza hacia atrás y siseaba de placer. Joder. Por eso la mantenía cerca de mí, para mi disfrute personal.

Lois gemía debajo de mí y empujaba con todas sus fuerzas. Supe que la había cagado en el momento en que imaginé que la piel de Lois se volvía pálida y su pelo castaño se hacía más largo y se oscurecía hasta volverse negro. Cuando giró la cabeza y me miró con sus ojos marrones, lo único que vi fueron un par de ojos azules como el hielo, con los párpados entrecerrados de placer.

Cerré los ojos e imaginé que tenía a la desconocida debajo de mí, sacudiéndose salvajemente, gritando de placer y corriéndose una y otra vez mientras la follaba de forma salvaje. Ese pensamiento hizo que me temblase la polla y se me tensó el cuello, me corrí de tal manera que tuve que apoyar los puños en el colchón para mantener el equilibrio.

—Cariño, ha sido increíble.

Abrí los ojos y vi a Lois que jadeaba debajo de mí, con la espalda empapada en sudor. Me miraba con una gran sonrisa en los labios.

Mierda.

Salí de su interior, me quité el condón con un solo movimiento y me abroché los vaqueros. Justo en ese momento se oyó un golpe seco en la puerta. Me puse la camiseta de Black Sabbath y me pasé la mano por el pelo mientras comprobaba que Lois también se estaba vistiendo. Sabía que no debía quedarse.

La puerta se abrió y Ky y Rider aparecieron ante mí, el primero sacudía la cabeza.

—Aquí estás, colega. Te he estado llamando a gritos los últimos diez minutos.

Miré a Rider y oculté los nervios tras un ceño de indiferencia. Por señas, pregunté si había novedades.

Rider suspiró mientras los acompañaba al bar. Lois cerró la puerta de la habitación, me dirigió una ligera sonrisa y se marchó con las demás zorras del club.

Rider, Ky y yo nos sentamos en mi mesa habitual. Me incliné para escuchar el veredicto.

—De momento aguanta. Le he puesto tres unidades de sangre y un antibiótico muy fuerte por vía intravenosa. La fiebre le está bajando y las constantes vitales se estabilizan. Es fuerte y está sana. Tiene poco más de veinte años, creo, pero está desnutrida de cojones. Veremos cómo pasa la noche. Si consigue sobrevivir las próximas veinticuatro horas, seguramente saldrá de esta.

«Seguramente» no era suficiente, ni de lejos, pero si era todo lo que se podía hacer, lo aceptaría.

Di un golpe con el dedo en la barra, detrás de la cual Pit se deslizaba con su culo blancuzco.

—¿Qué os apetece, colegas? ¿Cerveza? —preguntó con su típica expresión de felicidad en la cara.

Era el recluta más feliz que habíamos tenido nunca. El puto crío parecía demasiado bueno para lidiar con las mierdas que te encuentras en este tipo de vida.

Con un asentimiento de cabeza, pedí dos mediante señas, se las pasé a mis hermanos y le dediqué a Rider un gesto de agradecimiento con la barbilla. Palmeé a Ky en la espalda y me marché al apartamento.

Crucé el pasillo y subí las escaleras. Cuando llegué a la puerta de la habitación me quedé paralizado. La desconocida estaba todavía más buena que antes, si es que era posible, incluso con todos esos tubos clavados en la piel, pero necesitaba asearse.

Preciosa, llamaría a Preciosa.

Entré en el bar del club y los hermanos que estaban sentados con sus perras de una noche en los sofás de cuero rojo me observaron al pasar, mientras dejaban de mover los dedos que tenían dentro de ellas. Los que jugaban al billar también pararon para mirarme. Estaba claro que mis actos habían dado de qué hablar, ya que todos se quedaron inmóviles al verme, mirándome extrañados.

Llamé a Tanque por señas para que se encontrase conmigo en la barra más alejada, lejos de los curiosos, y me senté. Había dos vasos de bourbon esperándome, cortesía de Pit. Me bebí el primero de un trago.

—¿Qué pasa, presi?

Tanque se dejó caer en la silla y empujó el otro vaso de líquido ambarino hacia mí, todo en un solo movimiento.

Por señas, le dije: «Tengo trabajo para Preciosa». Era uno de los hermanos que llevaba aquí lo suficiente para haber aprendido lengua de signos. Tanto él como su dama. La mayoría de los aspirantes convertían la lengua de signos en una prioridad para intentar impresionarme. Desde luego, me facilitaban la vida.

—¿Qué necesitas? —preguntó.

Di cuenta del segundo chupito. «Necesito que venga a mi apartamento a lavar a la desconocida. Ningún cabrón de aquí va a tocarla. Preciosa es la única dama en la que confío y tiene estómago para hacerlo».

Se le dibujó una sonrisa de orgullo en la cara. Era normal que sonriese. Era consciente de la suerte que había tenido con Preciosa. Era un par de años mayor que él, rubia, con buenas tetas y un jodido encanto. El exneonazi lo había hecho muy bien. Seguía teniendo pinta de pertenecer al puto KKK, pero ahora era un tipo legal. No tenía problemas con nadie, mientras no se metiesen con el club, su familia. Incluso se había tapado los tatuajes de símbolos nazis con diseños de Hades.

—La llamaré. ¿Algo más?

«También necesita ropa. Que coja algo del alijo del club de la tienda y lo ponga en mi cuenta. Tendrá que verla primero para saber su talla. Cuando la encontré llevaba una especie de harapo blanco».

Tanque recorrió con el dedo el borde del vaso vacío y me miró extrañado.

—¿Por qué el trato especial, presi? Nos han dejado moribundos en el patio otras veces. Normalmente ya los habríamos largado, no estarían durmiendo en tu cama. ¿Por qué esta es diferente? Los hermanos hablan.

Ky era el único que conocía la historia de aquella noche y no me apetecía compartirla con los demás. No era asunto suyo.

Giré la cabeza para mirarlo y lo fulminé con la mirada.

—Mensaje recibido.

Sacó el móvil y llamó a Preciosa. Sabía cuándo indagar y cuándo callar. Los años que llevaba con nosotros y las luchas a vida o muerte con las bandas rivales se lo habían enseñado.

Lo escuché mientras explicaba las órdenes a su dama, luego colgó.

—Llegará en diez minutos.

«Mándala directamente a mi apartamento, por la puerta de atrás. Que nadie me moleste hasta entonces, ¿queda claro?»

—Clarísimo, Styx. Se lo diré a los demás.

Un par de minutos más tarde, entré en la habitación, me quité el cuero y lo colgué en el gancho que había detrás de la puerta. La zorra yacía inmóvil sobre la cama. Comprobé que Rider no había vuelto todavía y aproveché el momento de soledad para acercarme a la cama. Sin cambios.

Entré en el baño y me miré en el espejo. El pelo negro despeinado, las mejillas sin afeitar y los ojos avellana cansados. Me eché un vistazo a los brazos, los dos llenos de tatuajes. En el derecho tenía a Hades sentado en su trono con Cerbero, el perro guardián de tres cabezas. En el izquierdo, un mapa del inframundo: el Tártaro, los Campos Elíseos, los tres jueces, los cinco ríos y, encima de todo, Perséfone, la diosa esposa de Hades, orgullosa de estar junto a su marido. Mi versión de Perséfone tenía el pelo negro y los ojos azules como el cristal. Adivinad por qué.

Le bufé a mi reflejo. «Styx, colega, se te está yendo la puta olla», pensé.

Me quité la camiseta y me examiné el pecho desnudo, sin tatuajes, mientras que el parche de los Verdugos me cubría toda la espalda. Entrenaba duro para liberar el estrés y para resultar intimidante. Boxeo, principalmente, sin guantes desde que tenía ocho años. Mi viejo me obligaba a pelear. Sabía que no hablar me causaría problemas en este mundo, así que decidió enseñarme otra manera de comunicarme. Hizo que me tuviesen miedo. Ser el presidente de un club como los Verdugos tiene algunas consecuencias bastante jodidas. Me mantenía en forma para inspirar respeto. Medir uno noventa y cinco y pesar noventa kilos también ayudaba.

La desconocida se removió en sueños y repasé su figura a través del espejo. Me preguntaba qué coño pensaría de mí. Grande, mudo, lleno de cicatrices y cubierto de tatuajes de la propia muerte. Sin duda, estaría cagada de miedo.

Entré en la ducha, me desnudé y me metí debajo del chorro de agua. La sangre de la desconocida desapareció por el desagüe.

Capítulo 4

Styx


—¿Styx?

Abrí los ojos de golpe y me encontré a Preciosa frente a mí cargada con dos bolsas con el logotipo de Ride, la tienda de motos para la que trabajaba, impreso en un lateral. Tanque se asomó desde el marco de la puerta para observar en silencio y analizar la escena que tenía delante.

Después de ducharme, me puse unos vaqueros negros y una camiseta del mismo color y me recosté en la silla. Debía de haberme quedado dormido. Me centré de nuevo en la desconocida. Seguía igual.

—¿Estás bien, Styx?

La voz de Preciosa volvió a llamar mi atención. Me miraba con el ceño fruncido. Asentí y gesticulé: «¿Te parece bien asearla un poco? ¿Tanque te lo ha explicado?».

Preciosa se acercó más, llevaba la melena rubia suelta, unos pitillos negros y una camiseta de tirantes de los Verdugos. Encima, llevaba un chaleco de cuero con las palabras «Propiedad de Tanque» en la espalda.

Se paró junto a la cama y le acarició la cabeza a la zorra. Me quedé paralizado y se me revolvió el estómago. Me inundó un sentimiento de posesividad. No me gustaba que nadie la tocase. De pronto, me entraron ganas de arrancarle el brazo de cuajo a Preciosa.

Me pellizqué el puente de la nariz para calmarme y no derribarla de un empujón.

«¿Qué coño te pasa, tío? ¡Haz el favor de comportarte!», me dije.

Preciosa clavó los ojos en mí. Seguro que me notó en la mirada asesina el debate interno que sufría.

—Es guapísima. —Tensó la frente—. ¿Apareció de la nada, así, sin más, llena de heridas?

Con un gesto de barbilla, le indiqué a Tanque que se esfumase. Él asintió y cerró con un portazo. Me apoyé contra la pared y gesticulé: «Apareció cubierta de sangre, medio muerta y llena de mierda. Necesita limpiarse. Yo no pienso hacerlo. Solo confío en ti. Por eso estás aquí. Todavía no puede irse. Demasiados federales vigilando. Necesito averiguar quién coño es y qué cojones hace aquí».

Veía cómo las preguntas le revoloteaban detrás de los ojos, pero era lo bastante lista como para no indagar. Preciosa era la mejor de todas las damas. Sabía cuándo cerrar la boca, no como la mayoría de las zorras que rondaban por el bar.

—La limpiaré, cambiaré las sábanas y le traeré algo de ropa. Si quieres, te aviso cuando termine.

Asentí conforme y dejé a Preciosa a solas con la desconocida. Sentí cómo me clavaba la mirada en la espalda mientras me iba. Me dirigí al salón y le indiqué a Ky por señas que se uniese a mí.

Ky se separó de Tiff y Jules, quienes se dedicaban a lamerse los pezones la una a la otra, ofreciendo a los chicos todo un espectáculo pornográfico, y me siguió a la oficina.

—¿Qué pasa, Styx? ¿La zorra está bien? —preguntó Ky al tiempo que cerraba la puerta.

Me senté detrás del escritorio mientras me encogía de hombros.

—N-no e-estoy s-seguro. P-preciosa l-la está l-limpiando.

Me dio una palmada en el hombro sin decir nada y se sentó.

—¿Quieres hablar?

—Q-queda entre n-nosotros, ¿no?

—Claro.

Hice una pausa antes de exponer mis sospechas.

—T-tenemos un t-topo.

Ky se quedó de piedra y apretó los dientes.

—¿Estás seguro?

Asentí con la cabeza.

—E-eso o un a-agente e-encubierto.

—Joder. —No había nada que un hermano odiase más que un traidor—. Siempre tienes razón sobre estas mierdas, igual que tu viejo, esa puta intuición. ¿Sospechas de alguien?