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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Margaret Price

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Apuesta íntima, n.º 246 - noviembre 2018

Título original: Sure Bet

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-230-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ME puedes quitar el pie de la tráquea cuando quieras.

Manteniendo el pie en su sitio, Morgan McCall miró a su compañero, otro recluta de policía, que estaba tumbado de espaldas en la colchoneta del gimnasio.

—No lo tendría ahí si dejaras de comportarte como si me fuera a romper si luchas conmigo.

—Si lucho contigo, empezarás a hacer esos movimientos de kárate —señaló Lonny O’Brien—. Y entonces, ¿qué será de mí?

Los labios de Morgan se curvaron en una pequeña sonrisa mientras se colocaba una horquilla en el pelo.

—Muy fácil. Terminarás sobre tu trasero, con mi pie sobre la tráquea.

—Caso cerrado.

A su alrededor se escuchaban las voces de otros reclutas que practicaban movimientos de defensa en el gimnasio del Departamento de Policía de Oklahoma. Las suelas de goma chirriaban al deslizarse sobre el pulido suelo de madera. Desde algún lugar se escuchaba el golpeteo de una pelota de baloncesto sobre el piso.

O’Brien, cuya pecosa y enrojecida cara estaba llena de sudor, le echó una rápida mirada a las gradas del gimnasio.

—¿Estabas demasiado ocupada destrozándome la garganta para darte cuenta de que tu perseguidor ha vuelto a aparecer?

La sonrisa de Morgan se esfumó.

—Lo he visto.

No había necesitado verlo para saber que estaba ahí. Otra vez. Aquel hombre alto y moreno, con el cabello peinado hacia atrás y barba de varios días había aparecido por primera vez en la academia una semana atrás. Lo había visto darle la mano al comandante encargado del entrenamiento, así que tenía autorización para estar allí. Más tarde, se había metido en la clase junto al profesor de investigaciones criminales y se había sentado justo detrás de ella. Morgan no había tenido que verle la cara para saber que la había estado mirando durante toda la hora. Había sentido su mirada como si hubiera sido algo físico. En cuanto el profesor dio por finalizada la clase, se había girado y lo había mirado directamente a los ojos castaños, duros y afilados.

Se había tenido que contener para no sobrecogerse ante la inesperada punzada de poder que había sentido. No había parpadeado ni apartado la vista de aquellos ojos, y durante unos segundos se habían mirado mientras algo indefinido flotaba en el aire.

—¿Quién…? —sus palabras se habían desvanecido al ver que él se levantaba, le daba la espalda y se iba. Morgan se había quedado en la silla, con el corazón latiéndole rápidamente mientras lo veía salir por la puerta.

Había aparecido en la galería de tiro al día siguiente, observándola con interés cuando ella se había acercado al objetivo y cargado su Glock. Y dos noches atrás la había estudiado desde las sombras mientras participaba en ejercicios de arresto. Morgan había perdido la cuenta de cuántas veces se había sentado en las gradas del gimnasio para observar sus movimientos de autodefensa. Y cada vez que eso ocurría ella sentía una corriente eléctrica por las venas.

Era una sensación conocida. La había sentido una sola vez en su vida, y le había puesto todas las terminaciones nerviosas en alerta roja. Después la había dejado con el corazón roto y unas cuantas cicatrices físicas.

El hombre que la estudiaba con tanto interés tenía un poder similar al que había sentido en aquella ocasión. No tenía ni idea de quién era o por qué estaba allí. Suponía que era un policía, pero no sabía si era local, estatal o federal. Lo que sí tenía claro era que no quería tener nada que ver con un hombre que podía conmocionarla tanto con una sola mirada.

Apartó la vista de las gradas y levantó el pie de la garganta de O’Brien.

—Te perdono sólo porque tienes una mujer y un bebé maravillosos. Si no, tu tráquea ya sería historia.

—Vaya, gracias —O’Brien carraspeó mientras se levantaba de la colchoneta. Se limpió el sudor de la frente con el borde de su camiseta y le echó otra mirada a las gradas—. ¿Has descubierto ya quién es?

—No —Morgan recogió el par de toallas que había dejado dobladas en el borde de la colchoneta. Le pasó una a O’Brien y se puso la otra alrededor del cuello—. Nos graduamos dentro de dos días —dijo, pasándose un extremo de la toalla por la garganta—. Pienso salir a la calle y hacer mi trabajo. Eso es lo único que me importa.

—Eso y convertirte en la primera mujer jefe del Departamento de Policía de Oklahoma.

—Sigo diciendo que no hay nada malo en marcarse unas metas. Y si quieres llegar a ser alguien en este departamento, te sugiero que hagas lo mismo.

—Sí, bueno. Por ahora, mi meta más importante es ser un anfitrión fabuloso en nuestra fiesta de graduación. Anna quiere hacer tantas hamburguesas que voy a tener que sudar durante horas en la barbacoa para hacerlas todas —se frotó la cabeza con la toalla, dejándose el pelo de punta—. Vendrás, ¿verdad?

—No me lo perdería por nada del mundo. Le prometí a Anna que haría tiramisú de postre. Y mi madre va a enviar un montón de flores y plantas para que decoréis el patio.

—Tiene que estar bien eso de contar con un negocio de jardinería en la familia.

—Tiene sus ventajas.

—¿Y vas a traer acompañante además de ese magnífico postre?

—Puede ser —prefería dar una respuesta vaga antes que explicar que hacía tiempo que había renunciado a las citas. Y a todo lo que tuviera que ver con relaciones no platónicas.

O’Brien la miró con sorna.

—Si tienes problemas para encontrar una cita, podrías hablar con tu perseguidor.

—Y tú podrías terminar otra vez sobre tu trasero antes de que termine la clase.

—De ninguna manera. Ya he sufrido bastante vergüenza por un día. Además, parece que tu hombre se va. Tal vez no vuelva.

—Eso estaría bien.

Morgan se giró para ver que el desconocido bajaba de las gradas. Llevaba unos vaqueros desteñidos y una camiseta de algodón, y sus movimientos eran pausados y seguros. Se preguntó qué haría falta para que se moviera más deprisa… Maldición. No le importaba. No tenía ninguna intención de sentirse atraída por ningún hombre otra vez.

Justo entonces el agudo pitido del silbato del instructor atravesó el aire. Morgan miró al reloj que había colgado en la pared.

—Es hora de una buena ducha.

—Te veré mañana, McCall —dijo O’Brien, arrojándole la toalla a los pies—. Ponte almohadillas, porque pienso dejarte tirada sobre el trasero.

—Ni lo sueñes, amigo —contestó por encima del hombro, dirigiéndose al vestuario femenino.

Casi había llegado cuando uno de los instructores la llamó. Después de semanas de entrenamiento, se giró automáticamente y respondió:

—¿Sí, señor?

—Preséntese en el despacho del comandante.

—¿En el despacho del comandante?

—Ha oído bien, McCall.

Durante unos segundos se preguntó si habría hecho algo mal o si se habría saltado alguna norma, pero desechó inmediatamente ese pensamiento. ¿Conseguiría alguna vez superar totalmente sus errores del pasado?

Algunos años atrás había salido del agujero que ella misma había excavado y se había jurado que nunca volvería a perder el norte. Desde entonces había vivido de acuerdo con las normas, siguiendo las instrucciones al detalle. Al unirse a la academia se había esforzado por hacerlo lo mejor posible, por llegar a ser la mejor y hacer que su familia se sintiera orgullosa. Ya los había decepcionado una vez, así que tenía mucho que recuperar.

Pensó en el informe que había recibido el día anterior en el que le decían que se graduaría la primera de su clase. Seguramente el comandante la habría llamado por eso.

Sintió que, bajo la camiseta gris de la academia, las gotas de sudor le resbalaban entre los pechos. Le echó una mirada al vestuario y después volvió a mirar al instructor.

—Señor, ¿tengo tiempo de ducharme primero?

—Negativo, recluta. Preséntese en el despacho del comandante ahora.

—Sí, señor.

Morgan dudó cuando, como atraída por una fuerza invisible, su mirada volvió a las gradas, donde su perseguidor había pasado tantas horas observándola. Supo instintivamente que aquel hombre moreno de mirada afilada era la razón por la que la llamaban.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MINUTOS después Morgan estaba de pie frente al imponente escritorio del comandante, usando toda su fuerza de voluntad para no mirar al hombre.

—Señor, ¿cómo puedo llevar a cabo una misión de incógnito si todavía estoy en la academia?

—Se le ha ordenado que lo haga, y lo hará —aseguró Edward Henderson. El comandante en jefe del centro de entrenamiento era un hombre grande como un oso, vestido con un uniforme inmaculado. Su despacho, amueblado con piezas negras y de blancas paredes, era tan prístino como su aspecto—. Seguirá graduándose con su clase, pero no asistirá a la ceremonia.

—¿No asistiré, señor? —por su cabeza pasaron imágenes de miembros de su familia. Su abuelo y su padre habían servido en el departamento. Sus tres hermanos y sus dos hermanas mayores eran oficiales en activo del Departamento de Policía de Oklahoma. Morgan estaba deseando que su familia la viera recibir la placa plateada con la que había soñado gran parte de su vida.

Henderson asintió levemente con la cabeza.

—Perderse la graduación después de dieciséis semanas de duro entrenamiento es un poco decepcionante, pero no puede ser de otra manera. Los medios de comunicación estarán en la ceremonia y sacarán una fotografía de la promoción en el periódico. Querrán escribir un artículo sobre usted, ya que es la octava persona de su familia en conseguir la placa del departamento. Alguno de los malos implicado en esta operación podría verla y recordarla más tarde, y ése es un riesgo que no podemos correr.

Morgan desvió ligeramente la mirada al hombre que estaba de pie en el otro extremo de la habitación. Al entrar, el comandante se lo había presentado como Alexander Blade, sargento de una de las unidades de incógnito del Departamento de Policía de Oklahoma.

Su perseguidor.

Blade apoyaba un hombro contra una de las librerías, y tenía un pulgar metido en uno de los bolsillos de los vaqueros. Cuando la miró con sus impenetrables ojos oscuros, Morgan sintió que una oleada de inquietud le recorría la espina dorsal.

—Tengo un informe para usted del jefe Berry —el comandante abrió un cajón de su escritorio y sacó un sobre—. Según sus órdenes, se le asigna la misión de incógnito del sargento Blade mientras ésta dure. Yo le tomaré juramento y le entregaré su placa antes de que se vaya hoy. Ya no tendrá que presentarse aquí para que se le asignen sus obligaciones.

—Sí, señor —Morgan tomó el sobre y frunció ligeramente el ceño—. ¿Señor?

—¿Qué ocurre, McCall?

—Hay una… barbacoa después de la graduación en la casa del recluta O’Brien. Es privada, sin medios de comunicación. ¿Se me permite asistir?

—Negativo. Informaremos a los miembros de su clase de que está en una misión especial. Recibirán órdenes de no contactar con usted —Henderson se levantó—. No debe comunicarse con ellos hasta que acabe su misión. ¿Entendido?

—Sí, señor —Morgan sabía que el hecho de ser elegida para una misión de incógnito podía lanzar su carrera y facilitarle un ascenso. Sin embargo, aún se sentía decepcionada por haberse visto separada de los demás reclutas tan repentinamente. Durante los últimos meses se había concentrado más en los estudios que en sus compañeros de clase, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de que había creado con ellos un vínculo emocional.

—El sargento Blade usará mi despacho para darle las órdenes —continuó Henderson—. Hasta nuevo aviso, debe presentarse ante él.

—Sí, señor —la inquietud que sentía aumentó y se le hizo un nudo en el estómago. Antes de que pudiera pensar en otra cosa, Morgan revivió los recuerdos que aún rezumaban sangre y presentaban heridas que nunca se habían curado. Y todo por un hombre cuya presencia hacía que la recorriera una corriente eléctrica. No se estaba engañando: junto a Blade sentía la misma intranquilidad.

Se había jurado que jamás volvería a sentir lo mismo por un hombre, y en aquel momento el único modo de conseguirlo era dejar de ser policía aun antes de haber empezado a serlo. Y puesto que no tenía intención de abandonar, se encontraba atrapada.

Henderson cerró la puerta a sus espaldas y Alexander Blade atravesó la habitación como un cazador que hubiera divisado a su presa. Morgan se obligó a permanecer quieta, aunque la ansiedad le removía las entrañas.

—¿Esta misión la toma por sorpresa, McCall? —preguntó mientras se acercaba. Su voz era cálida y dulce.

—No del todo, señor —contestó mirándolo a los ojos—. El personal de entrenamiento no le hubiera permitido curiosear por aquí durante una semana para observarme si fuera un loco o un pervertido.

—Mi curiosidad tenía un propósito. Debía estudiarla, y tenía que saber cómo se comportaba cuando era consciente de que la observaba.

—Puesto que estoy aquí, asumo que he pasado la prueba.

—Por poco. Cada vez que entraba en una habitación, se ponía rígida como un palo. Su lenguaje corporal decía que sabía que la estaba observando, y eso no funcionará en esta misión. Será observada, pero tendrá que actuar como si no se diera cuenta.

—¿Cuál es la misión?

—Ahora hablaremos de eso. Pero sus días de entrenamiento han terminado, McCall. Relájese.

—Sí, señor —Morgan adoptó la postura de «formar en parada», con las piernas ligeramente separadas y los brazos a la espalda. Durante dieciséis semanas, el personal de entrenamiento había insistido en que los reclutas tuvieran un comportamiento militar, y para ella ya se había convertido en un hábito.

Blade entornó los ojos.

—He dicho que se relaje. No llegaremos muy lejos si se comporta como si estuviera en el campo de entrenamiento y yo fuera su superior —le señaló una silla frente al escritorio—. Siéntese. Tenemos que sentirnos cómodos el uno con el otro.

Morgan se sentó, rígida. Jamás podría sentirse cómoda con un hombre que hacía que sus alarmas se dispararan estando simplemente en la misma habitación.

Blade se puso detrás del escritorio y, en vez de sentarse en la silla de alto respaldo del comandante, se inclinó hacia delante y, con el índice, abrió una carpetilla.

—Su historial es impresionante. Es la mejor de la clase en todas las áreas: estudios, entrenamiento, defensa personal, tiro…

—Si hay que hacer algo, es mejor hacerlo bien.

Él la miró como si la estuviera sopesando.

—Eso mismo me dijeron varias veces en el pasado —volvió a fijar la atención en el expediente—. Supongo que, como todos los reclutas, está ansiosa por patrullar las calles y atrapar a los malos.

—Sí, señor.

Blade levantó la vista.

—McCall, ¿necesita que le defina el verbo «relajarse»?

Morgan apretó con fuerza el sobre que contenía las órdenes de su jefe.

—No, señor. Como usted mismo ha dicho, se me dan bien los estudios.

—Entonces deje de llamarme «señor» antes de que se convierta en una costumbre. No conozco a ninguna mujer que llame a su marido de esa manera hoy en día.

—¿Voy a trabajar de incógnito como su mujer?

—Para ser exactos, trabajaremos juntos de incógnito como marido y mujer.

—Sí, se… ¿Cómo debo llamarlo?

—Usaremos nuestros nombres de pila. Respondemos a ellos por reflejo, así que será una cosa menos de la que preocuparse.

Mientras hablaba, Blade rodeó el escritorio y se apoyó en la parte delantera. El movimiento lo puso en una posición de dominio, obligando a Morgan a levantar la vista para mirarlo.

—Durante esta misión mi nombre será Alexander Donovan y, el suyo. Morgan Jones Donovan. Yo te llamaré Morgan y tú me llamarás Alex.

—Muy bien —al ver que seguía mirándola, añadió—: Alex.

—Antes de que te vayas hoy te daré un paquete que contiene, entre otras cosas, un breve resumen de tu supuesto pasado. Nos reuniremos un par de veces durante los próximos días para trabajar sobre ello.

—De acuerdo —tendría que ignorar sus hormonas, decidió. Abordaría aquella misión igual que hacía con todo lo demás: con un frío sentido común. Sin emociones.

Blade cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Has oído hablar de Carlton Spurlock?

Morgan visualizó a un hombre alto y distinguido con una agradable sonrisa y el pelo canoso en las sienes.

—Se dedica a urbanizar. Sale bastante en los periódicos, en la sección de negocios y de sociedad.

—Exacto. Spurlock heredó varios millones de la abuela que lo crió. Ella murió hace tres años y le dejó su finca de Hampton Hills.

—La zona más elegante de la ciudad —comentó Morgan.

—Tras la muerte de la mujer, corrió el rumor de que Spurlock había hecho un casino de lujo junto a la piscina. Los federales infiltraron a un agente de incógnito que descubrió que Spurlock era un estafador y que dirigía varias operaciones ilegales de juego. Pero el juez desestimó los cargos y los federales tuvieron que retractarse. Sin embargo, todavía quieren a Spurlock, y también lo quiere el Departamento de Policía de Oklahoma.

—¿Por el juego?

—Por asesinato.

—¿Asesinato? —intrigada, Morgan se inclinó hacia delante—. ¿De quién?

—La primera persona fue un jockey llamado Frankie Isom. Algunas horas antes de que lo mataran, participó en una carrera de caballos millonaria, consiguiendo la victoria.

—¿Por qué lo mató Spurlock?

—No estamos seguros.

—Has dicho que Isom fue la primera persona asesinada. ¿Cuántos más hay?

—Cinco que sepamos. Una mujer llamada Krystelle Vander y un hombre llamado George Jackson, director del departamento de seguridad de Remington Park. Jackson era un agente retirado del Departamento de Policía de Oklahoma —a Morgan le pareció ver cierta emoción en los ojos de Blade, pero sólo duró un segundo—. Krystelle Vander era la amante de Spurlock —continuó Blade—. Tenía una casa en la ciudad, pero pasaba la mayor parte del tiempo en la mansión de Spurlock. Era adicta a las apuestas. Fútbol, béisbol, caballos, casinos… apostaba a lo que fuera. Unas semanas antes de que muriera el jockey, Vander le dijo a un amigo que estaba preocupada. Spurlock pensaba abandonarla por una mujer más joven. Dijo que le había dado los mejores años de su vida y que no iba a dejarlo irse tan fácilmente.

—¿Y la abandonó?

—Eso parece. Había conocido a George Jackson y sabía que era un policía retirado. El día que los asesinaron, ella lo llamó a su oficina. Lo sabemos porque Jackson tomó notas en el ordenador mientras hablaba con ella por teléfono. Estaba histérica y repetía que Spurlock había roto con ella. Dijo que tenía pruebas de que Spurlock había asesinado al jockey y Jackson le propuso que se vieran. Encontraron sus cuerpos en el aparcamiento de un almacén abandonado.

—Supongo que interrogarían a Spurlock —dijo Morgan.

—Sí. Confirmó que había roto con Vander y dijo que había estado en casa la noche en que los asesinaron, jugando al póquer con otros tres tipos. Los hombres confirmaron su coartada.

—¿Los crees?

—Creo que jugaron al póquer. Pero como a las víctimas las asesinaron en otro lugar distinto a donde encontraron los cuerpos, sospecho que Spurlock cometió los crímenes o estaba detrás de ellos.

—¿Por qué?

—Los registros telefónicos de Vander demuestran que llamaba con regularidad a sus contactos de apuestas en Reno, Las Vegas y Atlantic City. También hizo varias llamadas a un número local. Cuando los policías lo marcaron, se encontraron con una grabación que simplemente decía que dejaran un mensaje. El número corresponde a Emmett Tool, un antiguo contable diplomado y ex convicto que cumplió condena acusado de apostar ilegalmente. Tool dijo que usaba el teléfono para sus negocios de contabilidad. Los detectives de homicidios se interesaron por él cuando descubrieron que le llevaba la contabilidad a Spurlock.

Morgan asintió, asimilando toda la información.

—¿Sospechan que Tool también está involucrado en los asesinatos? —preguntó.

—No lo saben, pero piensan que, por lo menos, puede tener pruebas que incriminen a Spurlock en el juego. Según el acuerdo que firmó al salir de prisión, tenía que presentar los recibos del juego al oficial encargado de su libertad condicional. Ahí fue donde entró mi unidad y cuando empecé a vigilar a Tool. Después de presenciar varias transacciones en las que se reunía con jugadores conocidos e intercambiaba dinero, lo interrogué.

—¿Implicó a Spurlock en los asesinatos?

—Quiso hacerlo. Tool tiene esposa y un hijo a quien mantener, así que está deseando no volver a la cárcel. Su abogado consiguió un trato: el testimonio de Tool involucrando a Spurlock en los tres asesinatos y en las apuestas ilegales a cambio de inmunidad. Como Spurlock estaba violando las leyes federales sobre el juego, llamamos al FBI y, como parte del trato, hicimos que Tool se mudara a un hotel para interrogarlo.

»La primera mañana que estuvo allí el servicio de habitaciones le llevó el desayuno. Cuando llegué para hacer mi turno, encontré a dos agentes del FBI muertos por envenenamiento, pero no había ni rastro de Tool. La teoría es que Spurlock se enteró de que Tool estaba a punto de hablar, arregló lo del envenenamiento y secuestró a Tool.

—¿Crees que Tool está muerto?

—Sé que lo está. Una semana después de desaparecer, encontramos un cuerpo quemado. Las piezas dentales confirman que era Tool —Blade se separó del escritorio y se sentó en la silla que había al lado de la de Morgan—. Y ahora no tenemos nada sólido contra Spurlock.

—¿Y dónde entra nuestra farsa de marido y mujer?

—Según las notas que tomó George Jackson en su ordenador, Krystelle Vander estaba demasiado asustada para salir de la mansión de Spurlock con las pruebas que había encontrado del asesinato de Isom. Le dijo a Jackson que las había ocultado en el dormitorio de color dorado. Y, tal y como están las cosas, el asesinato de Isom es el único en el que tenemos alguna oportunidad de atrapar a Spurlock. Para hacerlo necesitamos las pruebas de Vander.

—¿No puedes conseguir una orden para registrar el dormitorio?

—No cuando no tenemos ni idea de qué tipo de pruebas son. Además, la mansión de Spurlock es una fortaleza, lo que significa que la mejor opción es nuestra historia de marido y mujer. Tenemos que conseguir que Spurlock nos invite a entrar.

—¿Y cómo se supone que vamos a hacer eso?

—La mansión que hay junto a la suya perteneció a un petrolero que cavó demasiados pozos secos y se arruinó. El banco se quedó con la casa, los muebles y todas las pertenencias personales, y ha accedido a dejarnos usar el lugar gratis. Tú y yo nos mudaremos allí.

—¿Juntos?

—Sí —Blade elevó un lado de la boca en una mueca—. La mayoría de los matrimonios viven bajo el mismo techo —Morgan se quedó callada—. Relájate, McCall. La casa no es tan grande como la mansión de Spurlock, pero tiene tres pisos y un montón de habitaciones y baños. Incluso tiene un pequeño gimnasio. Lo único que tendremos que compartir es la cocina. Me aseguraré de que haya suficiente comida en el congelador para poder hacerla en el microondas. Si quieres comer otra cosa, tráete tu propia comida.

—Lo haré. Pero ¿por qué yo? Aún tengo que patrullar las calles. El Departamento de Policía de Oklahoma tiene montones de agentes femeninas con experiencia. ¿Por qué me han elegido a mí para esta misión?

—Porque la experiencia que tú tienes es única.

—¿Y cuál es?

—En primer lugar, tus conocimientos de jardinería. En especial, el cultivo de rosas.

Morgan parpadeó, sorprendida.

—¿Jardinería? ¿Rosas?

—Tu madre tiene el mayor negocio de jardinería de la ciudad. Cuando eras joven trabajaste allí los fines de semana y durante las vacaciones. Y antes de ir a la universidad, trabajaste una temporada a tiempo completo.

—Parece que has hecho un buen trabajo investigándome.

—Así es. Bienvenida a las misiones de incógnito.

—¿Y qué tiene que ver mi experiencia con las rosas con esta misión?

—Spurlock heredó de su abuela la pasión por las rosas. En su mansión tiene cientos de rosales, y ha cultivado nuevas variedades que han ganado numerosos premios. Tu conocimiento y tu gusto por las rosas lo atraerán hacia ti. Hacia nosotros —Blade hizo una pausa—. Tú puedes hablar sobre rosas con Spurlock, y nunca te pillará, porque sabes de lo que estás hablando. Ninguna otra agente puede hacerlo.

—Hay otras dos. Mis hermanas. Carrie y Grace son las dos agentes del departamento, y también crecieron trabajando en el negocio de mi madre. Debiste darte cuenta cuando me investigaste.

—Y lo hice.

Ella frunció el ceño.

—Entonces, ¿por qué no hablas con alguna de ellas sobre esta misión?

—Ya he pensado en las dos. De hecho, Grace y yo trabajamos juntos en una misión de incógnito hace años. Es una buena policía, y preferiría tenerla a ella en este caso. Desafortunadamente, ni Carrie ni ella son adecuadas para esta operación.

—¿Por qué?

—Una es morena y la otra pelirroja. Yo necesito una rubia.

—Se pueden teñir el pelo.

—Es cierto, pero ninguna de tus hermanas puede conseguir esos centímetros de más que tú tienes de altura.

Morgan reconoció que Blade tenía razón. Carrie y Grace habían heredado la constitución pequeña y delgada de su madre, mientras que ella tenía la altura de su abuela paterna.

—Sólo porque sean unos centímetros más bajas que yo no quiere decir que no sean capaces de hacer el trabajo.

—Yo no he dicho eso. Pero hay otras cosas a tener en cuenta.

—¿Cuáles?