Por la senda
de Gandhi

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Plutón ediciones X, s. l., 2018

 

 

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

 

Edita: Plutón ediciones X, s. l.,

Calle Llobateras Nº 20,

Talleres 6, Nave 21

08210 Barberà del Vallés

Barcelona-España

E-mail: contacto@plutonediciones.com

http://www.plutonediciones.com

 

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

 

I.S.B.N: 978-84-17477-55-4

 

Introducción

El 30 de enero de 1948 un fanático religioso hindú disparo tres balas a quemarropa a Mohandas Karamchand Gandhi acusándolo de haber permitido que los musulmanes robaran parte de territorio a la nación hindú y de no odiar a los islamistas. El Mahatma, alma grande, así lo llamó el gran poeta Rabindranath Tagore, murió en el acto.

La personalidad de Gandhi había traspasado las fronteras de las dos nuevas naciones y alcanzado los confines del planeta. Sus primeras intervenciones políticas en Sudáfrica en favor de sus compatriotas le dieron a conocer en Europa. Pero, poco a poco, su figura se había agigantado. Unos decían que era un místico o reformador religioso, otros un gran poeta o filósofo. Para los demás su comportamiento era el de un auténtico revolucionario político. Si Tagore lo había señalado como Mahatma, su biógrafo Romain Rolland, lo llamaría “Creador de la nueva Humanidad” y las generaciones posteriores lo conocerían como libertador de la India.

Con la obstinada fuerza de su voluntad, con un profundo conocimiento de la psicología de las masas, con un sentido inigualable de la oportunidad, se había enfrentado a la gigantesca organización colonial británica. Y no sólo la había derrotado, sino que había ganado su admiración.

Por eso su muerte fue acogida con una impresionante y sincera manifestación de duelo. Sus restos recibieron honores militares; depositados en un navío de guerra, fueron arrojados al mar junto a la desembocadura de los sagrados ríos Jumma y Ganges. Fue algo trágico y hasta grotesco, el hecho de que el gran apóstol de la no violencia recibiera honores militares.

Su asesino sería ahorcado siguiendo los principios de las más rancias leyes coloniales. La muerte de aquella extraordinaria e irrepetible personalidad parecía, pues, borrar de un plumazo, todas las enseñanzas a las que había sacrificado su larga vida.

Gandhi fue un auténtico socialista utópico digno de haber sido discípulo aventajado de Platón. Para él, el pueblo era la célula básica de una sociedad. Odiaba las grandes ciudades crecidas en su país durante el dominio inglés y quizás pensaba que desaparecerían en su república ideal, siempre sin violencia.

Se inclinaba por el Swaraj o autogobierno para librarse del control del Estado extranjero o nacional. Este debía entenderse sólo como un mecanismo coordinador dentro de una sociedad descentralizadora en la que cada pueblo sería como una pequeña república auto gestionada y autosuficiente. Localismo que, paradójicamente, sería garantía de universalismo. Así escribió:

 

“En esta estructura compuesta por innumerables pueblos, no tendrían la forma de una pirámide con su vértice sostenido por la base, sino como un círculo planetario en cuyo centro estaría el individuo siempre dispuesto a morir por su comunidad, que a su vez lo estaría por sacrificar por todo el círculo, hasta que al final todo se unificaría en una sola existencia… El círculo exterior no utilizaría su poder para dominar al interior, sino que lo fortalecería y derivaría de él su fortaleza”.

 

Esta sociedad tendería a la igualdad entre todos sus miembros, hombres y mujeres con su función específica, y a la abolición de las castas malditas, aunque conservarían su estructura con finalidades prácticas. Los artesanos serían sus propios dueños y la tierra devendría para quien la trabajara, solamente la necesaria para su sustento. La agricultura y la manufactura serían las bases económicas y permitiría que la electricidad llegase al pueblo más apartado para alimentar las máquinas más simples y las herramientas. Pero para preservar su autonomía, cada pueblo debería poseer su planta eléctrica. Las pocas fábricas necesarias quedarían en manos de sus propietarios, compartiendo el control con los trabajadores.

Para Gandhi el sistema de gobierno parlamentario, por moderno que fuera, no le iba y menos el Parlamento británico, símbolo de la solidez histórica de su nación. Pensaba en una India independiente en donde cientos de millones de compatriotas eligieran a unos cuantos centenares de representantes, aquello era una memez consumadora. Por ello fraguó un sistema de democracia indirecta.

El tradicional consejo de cinco personas (panchayat) se mantenía al frente de cada pueblo y elegiría un representante en el consejo regional y así sucesivamente hasta el consejo supremo de la nación que en una sociedad casi por completo descentralizadora, poco tendría que hacer. Asociaciones espontáneas controlarían las comunicaciones, las fuentes de energía, los recursos mineros y los bosques en nombre del pueblo.

El ejército no existiría pues según él, significaría la autodestrucción del país. Solo mantendría la policía que en caso necesario, únicamente serviría para mantener el orden. No habría castigos y las cárceles se convertirían en escuelas de reeducación. Si fueran invadidos por una potencia extranjera, saldrían a enfrentarse de forma no violenta voluntarios (satyagrahis) que ejercerían las labores de maestros, practicantes, consejeros agrícolas, jueces de paz y superintendentes servidores generales del pueblo, que harían voto de castidad y de pobreza y fieles al vegetarianismo.

La prohibición de los matrimonios jóvenes y la continencia traería consigo el control de la natalidad que desde 1920 se había disparado. Fracasó al intentar contener la violencia y él mismo fue víctima de su propio fracaso. Violencia que se repetiría en 1970, cuando ya había pasado a la historia y su mito se engrandecía. Gandhi les insufló a los hindúes, conciencia nacional de la que carecían, a pesar de su rica historia cultural, que el Mahatma supo valorar en su justa medida.

Pero aún hay más. Gandhi sabía que para construir un nuevo país en libertad habría que comenzar por educarlo, de aquí sus propuestas para enriquecer la vida cotidiana de su pueblo: la medicina, la salud, la sexualidad y sobre todo, el Amor con mayúscula. Su trayectoria histórica es más o menos conocida, arrebatador por el mito con toda justicia y como tantos otros personajes célebres, algunos con menos títulos en su haber y otros por su actuación, totalmente negativa.

Cuando su figura comenzaba a desvanecerse en Occidente, tras los fuegos de artificio simbolizados por la Generación de 1968 y su protesta por la Guerra de Vietnam así como su interés por toda la filosofía hindú y su visión ascética de la vida, films como el de Richard Attenborough estrenado el 30 de noviembre de 1982 en Nueva Delhi, volvieron a poner sobre el tapete sus enseñanzas.

Como diría el propio protagonista: “Quizás la globalización actual no tenga cabida para su pacifismo absoluto o su gentil tolerancia… pero al igual que millones de habitantes de la India se amontonaron en el cortejo de su funeral buscando el contacto con su santidad, millones de personas más han buscado la libertad y la justicia siguiendo la guía que proporciona la luz del Mahatma. El santo y el político van de la mano, proclamando el poder del amor, de la paz y de la libertad.”

Sin embargo, mientras quede un pacifista en el mundo, tendremos esperanza y terminamos esta introducción con las siguientes palabras de Gandhi:

“Cava cada vez más profundo con tu arado, con tu pluma, con el bisturí, con el pentagrama, con el ordenador… Trabaja, sufre, llora, lucha, sueña, ama… por la paz. Sin embargo, ríe con todas tus fuerzas de corazón. Sé un bruñido espejo para los demás, para tus enemigos… y que tu risa contagie coraje, fortaleza, tranquilidad, alegría, sonrisa y sobre todo… paz y más paz.”