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© Plutón Ediciones X, s. l., 2020

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I.S.B.N: 978-84-18211-12-6

A los dioses, titanes y héroes

de lo cotidiano,

helenos, Elenes, hermanos,

Héctor el grande

y el breve Fernando.

Prólogo: historia y mito

Lo que nosotros conocemos como mitología griega es muy anterior a Grecia, la Liga Egea, Esparta, Tebas o Atenas. Buena parte de lo que nos llega de ella se debe a la tradición oral micénica, a la poesía de Homero, a los textos de Hesíodo y a las tragedias, dramas y comedias de los autores clásicos griegos, como Esquilo, Eurípides, Sófocles y Aristófanes, y, por supuesto, a esa visión popular mítica, mística y supersticiosa de todos y cada uno de los pueblos por donde ha ido pasando, como el romano, que la adopta como propia, la recrea y la transmite al mundo entero, influyendo en otros textos sagrados como el Nuevo Testamento, y compartiendo muchos de los valores y creencias del mundo antiguo mediterráneo y medio oriental, unos valores y creencias que seguimos practicando en el mundo occidental de nuestros días.

La escritura, con todo y sus seis mil años de edad, es muy joven con respecto a las tradiciones orales que en el mundo han existido, y en muchos casos las letras no han tenido la capacidad de transmitir e interpretar su sentido original, entre otras cosas, porque es muy difícil escapar del pensamiento actual, de la visión estereotipada, de la episteme y de los paradigmas modernos, que nos hacen ver con los ojos, pensamientos y sentimientos de hoy, lo que sucedió hace miles de años, cuando las tradiciones, las relaciones sociales, el intercambio y la organización humana eran de otra manera. Nos es difícil comprender, por ejemplo, que para Octavio Augusto la castidad consistiera en que las mujeres mostraran sólo un seno, en lugar de los dos, en los días calurosos, aunque podían mostrar sin problemas los dos si estaban divirtiéndose en el circo o en el estadio, como nos es difícil comprender que fuera normal que Aristóteles sodomizara a sus alumnos cuando ingresaban al Liceo, porque hoy en día esas prácticas están mal vistas e incluso penadas por la ley.

Por una parte, es cierto que el ser humano tiene el mismo cerebro físico desde hace doscientos cincuenta mil años, con las mismas neuronas y capacidades de almacenamiento, y sin embargo hace solo un par de siglos que ha despegado, y hace un par de décadas que el caudal de información que recibe la gente joven es prácticamente infinito.

Que usted entienda estos garabatos negros que hay sobre las páginas, es todo un milagro, una tecnología impensable en el lejano pasado, un regalo de los dioses o una maravilla de nuestro pensamiento que durante cientos de miles de años no se le ocurrió a nadie a pesar de tener exactamente el mismo cerebro.

En otras palabras, estamos armados y constituidos física, mental y anímicamente para cosas increíbles y maravillosas desde nuestros más lejanos orígenes, y sin embargo, la computación y las nuevas tecnologías no se nos ocurrieron hasta hace unos pocos años. ¿Cómo es eso posible? ¿Por qué, si tenemos tantas virtudes, tardamos tanto en darnos cuenta de ellas?

¿Es el titán Prometeo quien nos ilumina, o son las nueve musas quienes nos inspiran?

Lo que conocemos como mitología griega debe haber nacido de forma rudimentaria hace unos ocho mil años con el sedentarismo y las primeras organizaciones humanas más o menos estables en la zona norte del Mediterráneo, pero no lo sabemos con seguridad, ni qué día, hora y lugar exacto sucedió que a alguien, de quien tampoco sabemos su nombre ni lugar de nacimiento, se le ocurriera pensar que hay un cosmos y unos seres más allá de la realidad tangible y cotidiana.

En nuestro planeta todo tiene causa y efecto, nada se da de la noche a la mañana como por arte de magia, todo deviene de un proceso más o menos complejo, con mayor o menor celeridad, por lo que a menudo lo que consideramos espontáneo viene de un largo aprendizaje consciente o inconsciente, por necesidades y por conveniencias, por ambiciones y por metas, donde nada es realmente gratuito, sino una acumulación de conocimientos o funcionalidades.

Por supuesto, no solo la mitología griega responde a este proceso, lo curioso es que los procesos supersticiosos y mitológicos se hayan dado a lo largo y ancho de la humanidad entre pueblos que no se conocían de nada, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿cuál es ese denominador común que nos hace creyentes de historias fantásticas y absurdas? Para los que las inventan pueden ser eficientes y funcionales, pero para los que simplemente creen, a veces no solo no son funcionales, sino que son opresivas y manipuladoras, ¿por qué entonces se someten a ellas?

¿La jerarquización de las sociedades antiguas fue suficiente para que unos mandaran y otros obedecieran? ¿Nos sucede lo mismo en la actualidad?

Es obvio que es más fácil creer que pensar, como denuncia Aristóteles, y que permanecer en la oscuridad de la caverna da más seguridad que asomarse a la luz, como señala Platón, y que después de repetir generación tras generación los mismos mitos, es casi imposible desterrarlos del pensamiento común, como escribe Emile Durkheim, sin embargo cabe la duda individual, el razonar de manera independiente a las modas y costumbres de una sociedad determinada, que si bien nada o poco puede hacer para cambiar el sino de las cosas sociales, sí puede obtener lucidez y consciencia, y apartarse de las simples creencias.

La misma individualidad, según David Hume, es reciente, y la masa siempre ha sido acéfala, según Ortega y Gasset, con lo que el pensamiento individual choca siempre con el pensamiento colectivo, y razonar queda proscrito, lo mismo que decir que los dioses no existen y los mitos son simples y llanas mentiras para manipular al pueblo obediente y sin cabeza.

La historia misma, a decir de Voltaire, es una sarta de mentiras convenientes, un mito oficial que responde a los intereses de los vencedores, de los poderosos, de los jerarcas, de los parásitos que viven de la ignorancia y el esfuerzo de los esclavos o del pueblo, con lo que la historia y los mitos vienen a ser más o menos lo mismo, unos con los vestidos de la aparente realidad, y otros vestidos con símbolos, metáforas y fantasías fantásticas.

La Biblia misma, en la cual se repiten algunos de los mitos griegos, nace con la vocación de ser un libro histórico que relata la realidad, además de ser un libro religioso, y aún hoy en día hay quien lo defiende en ese sentido, con lo que el mundo solo tendría algo más de cinco mil años de edad, los dinosaurios no habrían existido nunca y los verdaderos humanos serían única y exclusivamente los israelitas, dejándonos al resto como simples animales o perros.

Sin embargo, y más allá de mitos, mentiras, intereses y manipulaciones de la mano negra del poder que han denunciado tantos pensadores, y que buena parte de la población actual conoce, existe una atracción casi magnética, una curiosidad hambrienta e implacable que quiere conocer su pasado para dilucidar su presente y preparar su futuro, observando esa perspectiva mágica y simbólica que nos ofrece toda mitología, y mucho más la griega, entre otras cosas, porque buena parte de nuestras maneras de pensar, actuar y sentir tienen su origen en ella. Sí, nuestra moral judeocristiana es eminentemente copta, es decir, griega, y más de uno de nosotros, tanto si lo sabe como si no lo sabe, tiene deseos de conocer los orígenes de nuestro pensamiento, porque se intuye que en esos mitos puede estar la clave de quiénes somos, qué hacemos aquí, y cuál será nuestro derrotero.

Los mitos y leyendas de la antigüedad, especialmente los semíticos y los griegos, influyen de manera decisiva en nuestras artes, ciencias, creencias, relaciones sociales, cultura, jurisprudencias, organización política, gestión de recursos y formas de apreciar el mundo física y psicológicamente, a menudo en una forma de profecía autocumplida, pero otras veces de una forma “natural”, como si estuviéramos hechos para ello y como si no hubiéramos cambiado nada en los últimos doce mil años. ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué es así y no de otra forma?

Esperamos, sinceramente, que este libro ayude a descubrir estos misterios.

J.T.R.

I: El cosmos y la consciencia
(Patriarcado y matriarcado)

“¡Oh, gran Cosmos! ¿Por qué

los humanos y no otros seres

de mejores dones y mayor jerarquía?”

“Porque en ellos, los humanos, hay escondida

simiente divina del Cosmos”.

¿Por qué pensamos?

¿Cómo es posible que nos hagamos preguntas?

¿De dónde nacen los pensamientos?

¿Por qué sentimos?

¿Por qué nos emocionamos?

¿Por qué creemos?

¿Qué hay más allá y antes de todo esto?

¿El verdadero caos, o algo que simple y llanamente no comprendemos?

Dentro de la mitología griega, al igual que en muchos otros pensamientos mágicos, trascendentes, místicos o religiosos, la nada y el caos preceden al todo, luego viene el orden, el cosmos, hasta que todo se desordena y vuelve el caos, una y otra vez, sempiternamente, donde incluso los héroes y los dioses desaparecen para siempre, o vuelven a renacer con otras formas, con otro pensamiento, sin memoria, y los seres humanos, sin divinidad ni heroísmo, somos apenas un suspiro en la nada.

Cuentan las leyendas egeas que cuando los humanos éramos poco más que animales, los titanes se dieron cuenta que teníamos una mente y un cuerpo preparados para cosas más elevadas que simplemente deambular por el mundo en busca de comida y refugio, como el lobo o el jabalí, o cualquier otro animal.

El ser humano podía hablar, pero no hablaba propiamente dicho, solo emitía sonidos de alarma, ira, alegría o llanto, como cualquier bestia.

Podía oír, ver y palpar, pero no sabía interpretar lo que veía, olía o palpaba, simplemente respondía a los estímulos, reaccionaba.

Tenía que cubrirse ante el frío y el calor con pieles que no eran la suya, y lo hacía por necesidad y por instinto, pero no sabía hacerlo.

Suplía su falta de garras u colmillos con palos y piedras, como algunos monos y pájaros, pero en realidad carecía de verdaderas técnicas y tecnologías, simplemente pasaba miles de años repitiendo las mismas rutinas.

Tenía un cerebro grande capaz de almacenar los conocimientos del universo, pero no pensaba, ni razonaba ni buscaba ni entendía, solo intuía y repetía.

Su cuerpo era casi perfecto, pero no sabía usarlo, y el cuerpo funcionaba por sí solo de forma autónoma y automática.

Era social, como muchos otros animales, porque se juntaba en pequeños grupos, pero no sabía organizarse ni cuidarse.

Era muy sensible e intuitivo, pero no tenía idea de la vida ni de la muerte, y mucho menos de la paternidad, solo de la maternidad, como sucede con tantas especies.

No enterraba a sus muertos ni pensaba en la posibilidad de trascender, de un más allá, simplemente los abandonaba o los cubría de piedras por miedo a los carroñeros, como él, y a los depredadores.

Fue creado como cualquier otro animal, pero albergaba en su interior potencias y virtudes que ni siquiera imaginaba. De hecho y durante milenios, imaginaba muy poco o nada.

¿Por qué el cosmos había derramado en aquellos seres la semilla de la consciencia si no les florecía?

¿Para qué los dotó el cosmos de un espíritu si nacían y morían sin conocerlo?

El ser humano común y corriente tenía un alma dentro, pero era sucio, era cruel, era dócil, era inconsciente, era feo, era torpe.

No era posible que hubiera sido creado con un cuerpo, una mente y una alma que tuvieran tantas posibilidades, y los titanes quisieron remediarlo.

Jápeto, padre, y Epimeteo y Prometeo, hijos, fueron los responsables de que aquellos seres humanos, animales, salvajes y primitivos, vislumbraran sus múltiples potencialidades. Algo que no fue del agrado de los dioses, sobre todo de Zeus, pero ya no se podía dar marcha atrás, y los seres humanos elevaron sus ojos hacia las estrellas, y empezaron un largo camino para desanimalizarse, un camino que aún no han concluido de recorrer hoy en día.

El cosmos crea absolutamente todo, dioses, animales, hombres, seres míticos, virtudes y pasiones, pero es tan perfecto y lejano a nuestro entendimiento que se olvida de nosotros, o al menos no podemos comprenderlo, y deja la responsabilidad a nuestros hermanos mayores, los titanes y los dioses, que nos guían y nos refinan directamente, permaneciendo con nosotros milenios, hasta que un buen día desaparecen, nos abandonan y nos dejan a nuestra suerte; ellos han cumplido con su parte y nos han dejado sus historias como enseñanza a seguir, pero nuestra conciencia no es la consciencia de los dioses, ni nuestras virtudes son las suyas, por lo que en dicho seguimiento cometemos muchos errores.

Patriarcado y matriarcado

Pensar o creer en dioses superiores o creadores es ya aceptar las formas jerárquicas de gobierno y relación. No hace falta mucha conciencia para aceptar el mando, liderazgo o gobierno de alguien más sabio, más fuerte o más poderoso, todo los animales lo hacen.

Pero tomar verdadera consciencia de uno mismo y del entorno, requiere mucho tiempo, estudio, experiencia; es decir; se requiere de un entrenamiento social constante que se convierta en tradición y cultura, para así darnos cuenta de cosas tan simples como de nuestra propia mortalidad y de nuestra propia paternidad; la maternidad fue más fácil de comprender porque fue una experiencia directa, aunque harto mal diseñada biológica y físicamente tanto para el niño como para la madre, pero inequívoca: la madre es la madre.

¿Pero el padre, quién es el padre? Aún hoy en día lo dudamos, y con cierta frecuencia se huye de esta responsabilidad.

¿El viento del Norte, el río Ponto, la montaña sagrada, la espuma del mar, el semen de los dioses, los delfines blancos son los que embarazan a reinas, princesas y campesinas?

¿Es Zeus el padre biológico de todos los seres humanos de la antigüedad en su andar promiscuo? Los varones humanos, en el mejor de los casos, ¿son solo padrastros?

Zeus, que es más que solo un dios griego, pues su incursión en los mitos y las leyendas egeas trae consigo la concepción de la paternidad y, por ende, del patriarcado, y, lo que es aún más importante para nuestro orden social, cultural y político, del patriarcado jerárquico.

Según apuntan Marvin Harris y Robert Graves, antes de la conciencia de la paternidad es muy posible que hayan existido formas de matriarcado tal y como lo señalan las leyendas.

El matriarcado está proscrito de las ciencias sociales, como si en realidad no hubiera existido nunca, y, si alguna vez existió, no permiten que se equipare al patriarcado que ha dominado en la Tierra los últimos ocho o nueve mil años.

Rey por un día

Milenios antes de que se inventara la escritura, cuentan no pocas leyendas que antes de que los hombres se dieran cuenta de su poder, paternidad y jerarquía, las mujeres gobernaban el mundo.

Más astutas y sexualmente más resistentes y productivas, tenían sometidos a los hombres y los utilizaban a su conveniencia.

Los tenían esclavizados, y solo los dejaban cazar, ir a la guerra o encargarse de los trabajos más peligrosos y duros, pero no les permitían ningún poder, lujo o vida social. Ellas mandaban, y ellos obedecían.

Los hombres ni siquiera eran conscientes de su paternidad. Con su sexo, cuando mucho, proporcionaban cierta diversión y placer a sus amas, pero nada más.

En más de un reino el mejor ejemplar de varón estaba destinado a ser rey por un día, premio que a veces podía durarle hasta un ciclo lunar, porque su función era satisfacer a la reina, y embarazarla sin darse cuenta. Pero tanto si la embarazaba o no, su destino era el mismo: servir de plato principal en el banquete que se ofrecía en su honor al terminar su mandato.

Mientras era rey, era agasajado y alimentado con las mejores viandas. Su cuerpo era cuidado con los mejores baños, unciones y maquillajes. Sus sentidos eran embriagados con los mejores licores, músicas, bailes y espectáculos. Tenía a su disposición sexual a un séquito de hermosas ninfas, y compartía el lecho nupcial con la reina, que no siempre era joven y hermosa, pero sí señora y ama de vidas y haciendas.

Una vez que la reina se sabía embarazada, o se cansaba de su consorte, mandaba preparar todo para el festejo y banquete de despedida, donde el plato principal, como ya habíamos señalado antes, era el propio rey.

En muchos pueblos y aldeas, los hombres no tardaron en darse cuenta que ser fuerte, joven y hermoso no era ninguna prebenda positiva, sino una peligrosa carga, y más de uno se automutilaba o huía para no merecer el honor de gobernar por un día, y terminar siendo el asado por la noche.

Cuentan las leyendas que de esta manera más de un viajero o peregrino tuvo la dudosa suerte de ser rey por un día, y que si bien alguno logró escapar de la muerte y la antropofagia, la mayoría dejaban su cuerpo y su simiente en el reinado, donde sus hermosos hijos varones podían repetir la gracia de ser reyes por un día, devorados quizá por su propia madre o hermanas biológicas.

Obviamente, por aquellas épocas ni la promiscuidad ni el incesto tenían marcadores sociales negativos.

Mítica y psicológicamente, hay quien atribuye a estas lejanas costumbres el hecho de que a las mujeres locales les atraigan los extranjeros.

Las Amazonas

Otra de las leyendas clásicas, que según los últimos descubrimientos arqueológicos tiene algo de realidad y de historia, es la que nos habla de las Amazonas, todas ellas mujeres, bravas guerreras, fabulosas jinetes y hábiles arqueras, que incluso se cercenaban uno o dos senos si estos les estorbaban a la hora de lanzar las flechas, poderosas hembras a las que tuvieron que enfrentarse los mirmidones bajo el mando del glorioso Aquiles que supuestamente vence a la amazona Pentesilea durante la guerra de Troya, y supuestamente por ser protegido de los dioses, pero no vence al espíritu de las amazonas.

Las Amazonas eran enemigas declaradas de los pueblos griegos y estaban en guerra permanente contra ellos, sobre todo por cuestiones ideológicas de género, pero también peleaban contra muchos otros pueblos vecinos que osaban molestarlas o interferir en sus planes.

Las Amazonas mataban o exiliaban a los hombres, incluso si eran sus propios hijos o amantes, por considerarlos inútiles para la vida en común, y pusilánimes, traidores y cobardes para la guerra y la batalla.

Los amantes podían pasar una noche en su tierra, y a los hijos varones se les permitía vivir con ellas hasta que supieran valerse por sí mismos, es decir, sobre los siete años de edad, pero no era raro que los entregaran a una nodriza de un pueblo vecino nada más nacer, que se deshiciera de él, e incluso hay leyendas que cuentan que la receta del niño envuelto viene de aquellos tiempos.

Se cuenta que las Amazonas vivieron en alguna isla del Egeo, e incluso en Anatolia, hoy Turquía o Asia Menor (Heródoto las sitúa en Escitia, plena Grecia), y que la costumbre de sacrificar al primogénito varón, ya fuera para ofrecerlo a los dioses o para preparar la cena, proviene de ellas, y que se extendió por todo el Mediterráneo, el mundo semítico y buena parte del continente africano.

De hecho hoy en día hay tribus en la África profunda que cocinan al hijo varón, primogénito o no, que carece de una función dentro del grupo, o que no tendrá con quién casarse en un futuro. En otras tribus de origen Tutsi, simplemente los exilian y les niegan para siempre la categoría de hombres adultos. En Burundi se conforman con ser las mujeres las que cortejan y escogen marido, y, entre algunos grupos étnicos bereberes, son los hombres los que se maquillan y coquetean, y las mujeres las que los eligen o desechan, porque el poder está en las mujeres, que en cierta forma siguen siendo aguerridas amazonas.

Mucho más lejos, curiosamente y cerca la cuenca del río Amazonas, hay tribus donde la paternidad sigue siendo cuestión del río y de los delfines blancos de agua dulce, y no de los señores.

El hombre como generador de vida

Realidad o fantasía, el matriarcado se extiende hasta el día de hoy en diferentes formas de expresión, sobre todo en culturas en extremo patriarcales o “machistas”, donde las mujeres tienen el dominio interno de la vida privada, y renuncian fácticamente a la vida pública difícil y conflictiva, la cual dejan en las manos de los varones, cumpliendo con el factor cultural, y para muchos natural, de que el varón es el proveedor, el cazador, el guerrero, el responsable, el fuerte, el valiente; y la hembra simplemente la administradora del hogar, un orden que ellas han venido construyendo, transmitiendo y refinando desde hace miles de años, y que solo alteran cada cierto tiempo, con movimientos feministas, por ejemplo, cuando se sienten amenazadas en su seguridad o intereses.

Según los mitos y leyendas, el hombre cayó en la dulce trampa de salir a cazar y a matar para tener contenta a la mujer, cuando se dio cuenta de que era generador de vida, es decir, que era padre biológico, y que la mujer solo era un medio, almacén, depósito o conducto para que esto fuera posible, y el mito de Zeus, que tiene a sus primeros hijos emanados de su propio cuerpo, cabeza y pierna, completa la autonomía paternal que va a dar lugar al patriarcado desde hace unos siete mil años a la fecha, cuando aparece la figura de Hércules, semidiós y el más fuerte de los dioses y los hombres, que vence a Hipólita, reina amazona, para cumplir con una de sus doce pruebas y quedar como un señor, pues no solo la vence físicamente, sino que la domina y la hace su amante, simbolizando con ello el poder y la superioridad masculina indispensable para la instauración y continuidad del patriarcado por los siglos de los siglos. Una hermosa forma de ganar perdiendo, donde la vanidad y el ego ciegan a quien ha de cargar el mundo sobre su espalda.

Las diferencias y desigualdades no se detienen ahí, el género no es la única causa de conflictos liberados por Pandora en los albores de la humanidad, también están el poder mismo, la edad, el conocimiento, las posesiones, las riquezas, la salud, y hasta la personalidad y el carácter, reflejadas todas ellas en un mundo mitológico donde todas las pasiones y emociones tienen cuerpo físico, como Metis, la Prudencia, primera amante de Zeus y representante de los últimos estertores del matriarcado, o del feminismo arcaico, porque Zeus la devora viva en su preñez, temeroso de que los hijos que engendre con ella le quiten el trono, como él hizo con Cronos, y termina por parir a Atenea por la cabeza, de esta manera, Zeus se convierte en padre generador, capaz de parir a sus propios hijos, abriendo la puerta, de manera simbólica y con legitimación divina, al patriarcado.

Batalla contra las Amazonas

Un cosmos masculino y femenino a la vez

El cosmos es el multiverso mismo, algo que no podemos comprender, frío y lejano a pesar de su luminosidad, e inaccesible a pesar de su cercanía, con muchos matices y fondos oscuros que nublan nuestro entendimiento, y sin embargo lo intuimos, lo imaginamos, le damos cualidades, queremos calcularlo, e incluso hemos querido darle género y hacerlo masculino, más allá del sexo y la procreación, como una magna obra que en el miasma de la Vía Láctea lo ha creado todo.

Sin tiempo y espacio el antes del antes no tiene sentido, pero una vez que el Cosmos crea a Eros, el amor, y lo deposita en Gea, la Tierra, el tiempo y el espacio, Cronos y Urano, todo tiene un sentido y un destino a pares, hombre y mujer, femenino y masculino, donde el patriarcado y el matriarcado caminan unidos a pesar de sus diferencias, pleitos y conflictos.

Las grandes religiones y los grandes estados solo podían haber surgido, como los conocemos, dentro de un sistema desigual y jerárquico donde el patriarcado y el matriarcado se dividen y comparten sutilmente el poder, porque entre ambos conforman el cosmos que les da destino, sentido y razón de ser.

Mítica y mística

Los mitos griegos tienen, además de atractivas leyendas, una carga mística importante, llenos de símbolos esotéricos que inspiran a las religiones cercanas y subsecuentes, a la filosofía y, por consecuencia, a la misma ciencia. Los doce trabajos de Hércules, por ejemplo, además de narrativa clásica, son astrología esotérica pura, pie de página para la conducta humana que aspira a la divinidad, y observación práctica de las estrellas y los ciclos del planeta.

Los doce trabajos de Heracles