Cubierta

Eduardo Horacio Grecco

Flores de Bach
Hecho y proceso diagnóstico, prescripción y terapéutica

Ediciones Continente

 

Eduardo Horacio Grecco

Eduardo Grecco nació en Argentina y reside actualmente en México. Formado en el campo de la psicología y el psicoanálisis, investigó la obra de Jung, como así también la Bioenergética y la Psicología transpersonal. Es autor de varios libros de autoayuda y de Terapia Floral, campo en el cual es un reconocido maestro, y como tal lleva varios años impartiendo cursos y conferencias en distintos países de América y Europa. Algunos de sus libros publicados por esta Editorial son: Terapias Florales y Psicopatología, Volver a Jung, Sexo, amor y esencias florales, Muertes inesperadas, La bipolaridad como don, Despertando el don bipolar, Bipolaridad como oportunidad y Constelaciones familiares y bipolaridad.

Prólogo

Mucho se ha escrito sobre Terapia Floral en los últimos veinte años. En estas dos décadas hemos asistido a una proliferación de trabajos, que inicialmente giraban alrededor de los Remedios Florales del Dr. Bach, por ser este el primer sistema terapéutico organizado y sistematizado para su uso y prescripción, que además ha dado sobradas muestras de su eficacia en la práctica clínica.

Tiempo después comienzan a surgir en distintas partes del mundo los trabajos de otros investigadores que, conociendo la obra fundamental de Bach, pensaron con toda lógica que era factible comenzar a experimentar con las plantas nativas de cada país. El resultado fue una increíble expansión de las posibilidades terapéuticas para quienes nos dedicamos a la tarea de “curar con flores” los padecimientos de nuestros pacientes.

En la Argentina, este proceso vertiginoso de la Terapia Floral llega a comienzos de los 80, donde algunos grupos aislados, primero de homeópatas, luego de médicos y psicólogos, se reúnen para conocer la escasísima literatura existente sobre los Remedios Florales de Bach. Sin embargo, la difusión de esta terapéutica quedó por unos años limitada al ingreso en alguno de esos grupos de estudio.

Hay una segunda etapa, que podemos llamar de expansión de la Terapia Floral, donde comienza a estudiarse y transmitirse a nivel institucional, y desde ese momento comienza a crecer ininterrumpidamente. En esa etapa, hay un hombre que marca el rumbo, congrega a otros colegas, investiga, difunde y comparte sus conocimientos, logrando de este modo que la enseñanza llegue a muchas personas ávidas de encontrar nuevas respuestas para el alivio de sus pesares y los de sus semejantes.

Ese hombre es Eduardo Grecco. Tuve el privilegio de estar a su lado en aquellos momentos iniciáticos; hemos compartido muchas horas de trabajo, reflexión y también diversión (ya se sabe que el humor es igualmente terapéutico); hemos viajado a transmitir nuestras experiencias a distintos lugares, y aún lo seguimos haciendo.

Si bien hoy el destino nos tiene ubicados en lugares distantes geográficamente, la magia de las esencias florales cada tanto nos toca con su varita y nos reúne en algún punto común del planeta; solo que la pequeña familia floral de aquellos años ha crecido y hoy compartimos lazos de amistad con muchos otros colegas.

Además –y esto lo sabemos quienes nos volcamos a esta disciplina–, Eduardo es un prolífico autor en la materia, y gran parte de la extensa bibliografía floral con la que hoy contamos es fruto de su inagotable creatividad. Otra prueba de ello es este libro que me ha tocado en suerte prologar.

Nos introduce aquí a uno de sus temas favoritos, la clínica floral, a menudo olvidada por muchos terapeutas deseosos de conocer distintos sistemas florales pero con escasas herramientas metodológicas a la hora de posicionarse frente al paciente y saber qué hacer.

Si bien se lo ha repetido lo suficiente, no está de más reiterar que la Terapia Floral no es un arte solo prescriptivo. Quedarse en ese nivel equivaldría a realizar un tratamiento doméstico.

A pesar de la simplicidad de sus conceptos, el Dr. Edward Bach sentó bases filosóficas profundas que permiten el desarrollo de una metodología para el abordaje clínico floral. Eduardo Grecco se apoya en la permanente idea de “volver a Bach”, a sus fuentes, pero luego va más allá al transmitirnos su profunda experiencia clínica para abordar un hecho crucial de todo proceso terapéutico: el diagnóstico en sus diversas dimensiones.

El manejo de la entrevista, la forma de escuchar y de interrogar, el modo de leer el significado de los síntomas, la capacidad de contener al paciente, implica el dominio de una ciencia y a la vez un arte. Bienvenidos pues a esta obra, que los introducirá en un mundo apasionante.

Espero que la disfruten tanto como yo, pero estén preparados para que, a la brevedad, Eduardo nos sorprenda con un nuevo trabajo, fruto de su incansable pluma.

 

Raúl E. Pérez

Buenos Aires

Presentación

Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas,

pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana.

Carl G. Jung

 

 

Considero que la presencia en la práctica de la Terapia Floral durante casi 40 años es la fuente principal de este libro, en el cual reúno un conjunto de trabajos y textos que giran en torno de la experiencia clínica con esencias florales. Tal vez por el origen de mi formación profesional –el psicoanálisis–, imaginé desde el comienzo de mi trabajo con remedios florales que uno aprende a ser oficiante de este arte, no tanto en un ámbito académico como gracias al proceso de ser paciente floral. Y hoy sustento este principio con mayor fuerza y conocimiento.

Es cierto que ser terapeuta, en cualquier rama, es una vocación –como sostiene Edward Bach–, y que los terapeutas más que elegir somos elegidos para esta tarea, pero esto no quita que el llamado requiere una cierta preparación para el oficio. Los talentos pertenecen a un ámbito de dones que cada quien habrá recibido, pero que no alcanzan a ser herramienta suficiente si no van acompañados por el cultivo de las habilidades y valores propios, en este caso del campo terapéutico floral, y de una práctica que nunca es sobrada.

En cada oficio, quien lo ejerce se auxilia con las herramientas pertinentes del mismo. Los remedios florales son los instrumentos de los cuales se vale el terapeuta para hacer su labor. Los remedios curan, pero es la relación la que sana a través de ellos. Toda persona es capaz de prescribir remedios luego del entrenamiento adecuado, pero no todos están preparados para ser terapeutas. Ser oficiante demanda saber el oficio, y el oficio del terapeuta floral no se reduce a curar sino que consiste en sanar, ser facilitador del plan de la evolución.

Este libro se presenta en tres partes. La primera está destinada a la doctrina diagnóstica. La segunda a la prescriptiva, y en la tercera se incluye un conjunto de diversos escritos sobre clínica y terapéutica que hacen referencia a conceptos muy necesarios a considerar en la tarea terapéutica con esencias florales.

Tengo conciencia de la dificultad de transmitir un saber clínico que siempre es singular y particular, pero esto no inhibe la circunstancia de tener un espacio para delinear alguna reflexión que funde puntos de doctrina que resultan operativos. Tal vez mañana otras experiencias lo cuestionen y replanteen, pero hoy son parte de mi realidad como practicante del oficio de terapeuta floral.

Quiero agradecer a la maestras Mónica Guadalupe, Matías Medina, Cecilia Araque Ballesteros y Krystel Escudero Córdova por la colaboración en la revisión de contenidos de este libro.

 

Eduardo H. Grecco

México, 2020

Introducción

Cerremos esta puerta.

Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan

Como de sí mismos se desnudarían dioses.

Y nosotros lo somos, aunque humanos.

José Saramago

 

 

La Terapia es un acto de amor, o debería serlo. Y todo acto de amor –al decir de Jaime Sabines– es una escritura permanente. Si el terapeuta no sabe despertar en la persona que lo consulta la esperanza de un cambio en su padecer, si no logra hacer nacer un vínculo amoroso de trabajo entre ambos, queda cortada, desde el inicio, toda posibilidad de curación. Al cerrar la puerta del consultorio el paciente desnuda su existencia, revela sus conflictos y las contradicciones de su vida, deja caer sus máscaras, una a una, y se muestra en la total vulnerabilidad; y si en este devenir alcanza a percibir comprensión, aceptación y ayuda en el terapeuta esta experiencia se convertirá en una huella (escritura) definitiva en su historia, que lo impulsará a seguir adelante en el sendero terapéutico.

Los encuentros nunca son casuales, y cuando acontecen tienen la capacidad de convertirse en la sal mercurial de transformación de una vida; en el caso de uno de naturaleza terapéutica, tal como señala Bach, se trata de una oportunidad en la cual el terapeuta es un canal del Plan Divino para ayudar a los que sufren a regresar al camino de la Ley Divina. Y esto significa, nada más y nada menos, que el terapeuta es un instrumento que pone en contacto al paciente con su alma. De modo que en este plano la desnudez de Saramago y la escritura permanente de Sabines es la del Alma.

La labor del terapeuta floral es, entonces, siembra para el alma. En este contexto debe comprender “que él (terapeuta) por sí mismo, no tiene poder para curar, pero si dedica su vida a servir a sus hermanos, a estudiar la naturaleza humana, y así comprender en parte su significado, a desear de todo corazón aliviar el sufrimiento y a renunciar a todo para ayudar a los enfermos, entonces podrá canalizar a través de él el conocimiento que los guíe y la fuerza curativa que alivie sus dolores. Y aun así, su poder y su capacidad de curar estarán en proporción a la intensidad de sus deseos y de su voluntad de servir. Entonces comprenderá que la salud, al igual que la vida, pertenecen a Dios y solamente a Dios; que él y los remedios que usa son meros instrumentos del Plan Divino” (Bach). Queda claro en su texto que la tarea del terapeuta es un servicio para el alma, aunque el paciente solo asista al tratamiento con la intención de liberarse de su padecer. Y no se trata de doblegar la personalidad que se resiste a facilitar la evolución del alma, sino de entender que solo en esta única condición, de encarnadura en una relación, es factible aprender. Y el terapeuta que no sea capaz de dar respuesta a este anhelo del paciente (aliviar su dolor) y que no pueda infundirle esperanza de ayuda fallará en la creación de una auténtica y real relación terapéutica. Pero quien solo se quede en este espacio (el sufrimiento de la personalidad) no estará sirviendo a los verdaderos intereses del alma y de la Terapia Floral.

El encuentro terapéutico, en cualquiera de sus dimensiones y actos, se debería orientar hacia lo propio, singular e irrepetible de una persona concreta y de su padecimiento. Este contacto tiene una intencionalidad que, en el caso específico de la Terapia Floral, no se circunscribe a la acción curativa sobre la personalidad sino que se lanza hacia la sanadora del alma. La apertura de la existencia hacia el Ser es una cualidad irrenunciable de la causa floral.

Si esta mirada es correcta podemos dar un paso más y señalar, entonces, que la Terapia Floral posee un cuerpo de doctrina, teoría y práctica que la hacen ser un arte terapéutico por derecho propio. El lugar donde Edward Bach la fundara no se corresponde con ser algún tipo de medicina alternativa o complementaria, sino una alternativa a la medicina. Su modo de concebir los procesos de la salud, la enfermedad y la cura, y los instrumentos que utiliza para ello, no se relacionan con la medicina alopática ni tampoco con la natural, si bien comparte algunos puntos de vista con esta última. En suma, la Terapia Floral es un arte de curar pero no es una medicina, del mismo modo que no es una psicología y ocupa un sitio semejante al psicoanálisis que, si bien suele ser estudiado en el ámbito psicológico, apunta a otro espacio diferente a la ciencia de lo psíquico.

Durante siglos el modelo mecánico de explicación fue el dominante en el campo de la salud y, como otras ciencias, las propias de este territorio buscaron amparo bajo el marco protector de sus preceptos: la objetividad frente a los hechos, la fe en la experimentación como sistema de validación de los conocimientos, la expresión matemática de los hallazgos y una orientación positivista en su manera de concebir la realidad del hombre y sus padecimientos.

Sin embargo, en el terreno de lo humano nunca hay hechos. La cualidad y la subjetividad se filtran por todos los poros y forman parte de la naturaleza viva de la ciencia. No hay, por lo tanto, posibilidad de un registro objetivo de los fenómenos. La percepción, soporte del método experimental, es en sí misma una perspectiva cualitativa, y no existe instrumento alguno que pueda capturar la esencia de lo que el hombre es y siente. Durante siglos la ciencia oficial expulsó el concepto de alma de su preocupación, porque su inclusión era contraria a sus fundamentos materialistas, y es por la crítica necesaria a esta concepción que Hahnemann y Bach, entre otros, intentaron reintroducir la dimensión espiritual del hombre al visualizar el origen inmaterial de la enfermedad.

Lo que el modelo mecanicista planteaba como ciencia se derrumbó con la aparición de la concepción energético-dinámica, la idea de evolución y la noción de inconsciente. Tales propuestas dejaban atrás al modelo de acción mecánica, el fijismo y la supremacía de la razón como pilares de su modo de comprensión de la realidad y, especialmente, hacían indiscutible la insuficiencia de la creencia en la evidencia perceptiva y la medición experimental como resortes explicativos de la ciencia. Emerge entonces una nueva mirada, en donde la cantidad es substituida por la cualidad, lo invariable por el movimiento, la percepción por la interpretación, la medición por la comprensión, la objetividad por la subjetividad y la conciencia por la sombra.

Al modelo mecánico le sucede entonces el dinámico, pero, sin embargo, ocurre que con nombres y ropajes distintos permanecen muchas de las viejas concepciones. Se habla de vibración y se la mide, y esto parece despertar una gran alegría en el mundo alternativo y se comienza a hablar de medicinas vibracionales como si tal adjetivación fuera un paso adelante y decisivo, cuando en realidad se trata de encajonar opciones revolucionarias dentro de verdaderos paradigmas que no lo son. Después de todo, la vibración es un fenómeno físico y, como tal, ajustado a las leyes de la física que por más cuántica que sea no deja por eso de ser física.

La Terapia Floral es una ciencia que no tiene que ver con la vibración o la energía sino con el lenguaje, más efectivamente con el espacio de configuración de las emociones que se expresan bajo el lenguaje de los síntomas. Las esencias florales son significantes, patrones de información, que llevan su mensaje a la conciencia de la persona y le ayudan a reencontrar su verdadero ser. De alguna manera, si hay que buscarle tradición a la Terapia Floral, y conseguir semejanzas, es preferible indagar por el sendero de la espagiria y la lingüística, y no por el del conocimiento experimental.

Es en este contexto que el tema que aborda este libro –el diagnóstico en la Terapia Floral– cobra significación. El diagnóstico clínico no deja de ser un territorio problemático en sí mismo y en torno a su posición dentro de la estructura conceptual y la práctica de la Terapia Floral. Esto último se debe, en parte, a que se lo sigue concibiendo con las categorías propias de la alopatía o de la fenomenología homeopática en lugar de pensarlo floralmente, es decir, como un arte hermenéutico e interpretativo. Interpretación basada en la presencia previa de una sólida relación donde el paciente se encuentre en condición de asimilar la nueva visión de sí mismo, de los otros y del mundo que la ingesta de esencias florales le proporciona. Es decir, una interpretación en lo cual lo importante no es su exactitud y certeza sino su grado de ajuste a la realidad de la conciencia del paciente y su valor catalizador. En suma, no un hecho de conocimiento o de poder sino una fuerza alquímica transformadora.

Las esencias florales son significantes, palabras que llegan a la conciencia portando un mensaje. Son lenguaje, y en el lenguaje el hombre se enfrenta con todo aquello que ignora de sí mismo. El lenguaje no solo es comunicación y vínculo; el lenguaje, como señala Martin Heidegger, es ante todo “apertura o revelación del mundo”. La prescripción es una interpretación en acto, en donde el terapeuta floral en vez de hablar con palabras lo hace con esencias, interpreta los decires del paciente y los traduce en remedios que portan un mensaje. Con ellos le está señalando algo al paciente y, al mismo tiempo, intenta ayudarlo a que el mundo que mantiene ignorado se le revele. Todo el proceso de esta relación paciente-terapeuta es un auténtico sendero de progresivos descorrimientos de velos.

Aunque este texto no sea una respuesta acabada a cómo concebir el lenguaje del diagnóstico en la terapia floral, sí representa un intento en esa dirección, donde convergen método, teoría y doctrina, pero, sobre todo, experiencia clínica.

Pese a que se han reiterado publicaciones desde su primera edición, esta nueva versión cuenta con algunos desarrollos que me parece importante incluir.

La labor terapéutica con esencias florales no es un campo clausurado sino un territorio sobre el cual aún hay mucho que sembrar y cosechar. Y a medida que recobramos segmentos del conocimiento de Edward Bach que se encontraban olvidados, perdidos u ocultos vemos que se abren nuevas perspectivas y comprensiones. Pero, al mismo tiempo, el despliegue de pensamientos y modelos como el de la Terapia Floral Evolutiva, del maestro Luis Jiménez, han dado importantes maneras de concebir el proceso diagnóstico, en este caso desde una visión alquímica, ya presente, por otra parte, en la obra de Bach.

Por eso me ha parecido prudente volver sobre este tema una vez más y agradezco a Ediciones Continente el haber dado espacio en su catálogo a esta obra.

I. El hecho y el proceso diagnóstico

Quien descubre el quién soy, descubrirá el quién eres.

Y el cómo y el adónde.

Pablo Neruda

 

 

Como principio general puede afirmarse que solo existe –al menos en el territorio de la Terapia Floral– terapéutica de lo particular. Ese axioma se fundamenta en la razón de que la terapéutica se compone de situaciones que conciernen a una única persona, con una única historia y en una única circunstancia.

Sin embargo, al estudiar estos momentos, irrepetibles en sí mismos, es posible establecer algunas regularidades que sirven de puntos de referencia en el trabajo clínico. Esto se debe a que lo singular no hace imposible lo universal, sino que apunta a no olvidar, en la percepción de lo general, las diferencias de lo individual y a utilizar siempre los esquemas referenciales tratando de adaptarlos a las realidades que impone la práctica concreta. De este modo, es posible construir un espacio teórico de guía en la labor terapéutica donde converge en la experiencia la presencia de modelos que ayudan a gestionar las diversas condiciones en las cuales el hecho terapéutico aparece como fenómeno humano.

El último tramo de esta puntuación no es irrelevante, ya que para Edward Bach la tarea clínica debe ser comprendida dentro del ámbito más abarcativo de la evolución del alma hacia el objetivo de su realización. Es decir, el fenómeno humano acontece en la Tierra, que es una escuela para el alma, como proceso de aprendizaje y el hecho terapéutico debe ser considerado, entonces, como un encuentro que forma parte de este camino de crecimiento y mediante el cual la persona no solo busca aliviar su dolor sino descubrirse a sí misma, incluso a pesar de que su conciencia lo ignore.

EL HECHO TERAPÉUTICO

El hecho terapéutico comienza con la demanda –petición, súplica, solicitud, ruego, requerimiento, pretensión, consulta– de una persona que se ve aquejada por un padecer de cualquier naturaleza y espera que el terapeuta lo ayude a aliviar y a curar este malestar. No importa la forma en que se exprese esta indisposición en la subjetividad del paciente –molestia, fastidio, incomodidad, disgusto, dolor, desazón, descontento irritación, desasosiego, inquietud, impaciencia, mortificación, sinsabor, tormento– lo cierto es que lo vive como algo de lo cual quiere verse libre. La contraparte es otra persona, el terapeuta, que se ofrece a ayudarlo a descubrir el modo de cómo transitar por el sendero de la liberación de los síntomas y conflictos que lo aquejan.

Todo el conjunto de acciones que se despliegan en el tiempo y el espacio llamado tratamiento pueden articularse en tres momentos lógicos: diagnóstico, prescripción y terapéutica. Si bien esta Primera Parte solo se refiere al primero, los otros están implicados y presentes.

EL DIAGNÓSTICO

Existe en la tarea un primer momento orientado a tratar de entender las manifestaciones, síntomas y signos que la persona lleva a la consulta –concebidas estas como un mensaje que revela qué cosas le ocurre y por las cuales pide ayuda– que se denomina proceso diagnóstico. La palabra proceso tiene su valor, porque si bien todo diagnóstico es un resultado, también es un recorrido, algo en curso, que no está cerrado o clausurado. Todo diagnóstico puede ser considerado, entonces, como una hipótesis, tentativa y provisoria, que va formando el terapeuta acerca del paciente y de su enfermedad.

No se trata, en el diagnóstico, de algo que comprometa el orden de la verdad, sino de la conjetura. Este valor conjetural del diagnóstico se verá comprobado o rechazado a posteriori en el curso del tratamiento, pero el hecho de que el diagnóstico sea una hipótesis no significa que esto le reste valor. Por el contrario, se trata de un recurso que orienta la actividad terapéutica y que consiste en la descripción, delimitación y denominación de las manifestaciones clínicas del paciente con la intención, en el territorio de la Terapia Floral, de encontrarles un sentido como señales del desvío de la personalidad del mandato del Alma.

Si nos colocamos desde la perspectiva que se deriva de la práctica habitual de la clínica médica y psicológica es posible diferenciar varios tipos de diagnosis; por ejemplo: etiológica, semiológica y nosográfica.

El diagnóstico etiológico apunta a establecer las causas probables que genera un síntoma o un cuadro clínico, que en el área floral se refiere a la identificación de las emociones que están en el origen del padecimiento de la persona. Incluso Bach formula un modelo de comprensión global del origen del enfermar, aunque señala que las causas reales de un padecer deben buscarse, siempre, en la historia singular del paciente.

En esta dirección conviene pensar que los modelos explicativos son moldes vacíos a ser llenados por las experiencias irrepetibles de cada quien. Por ejemplo, se sabe que la esquizofrenia está asociada, entre otras cosas, a un modo de comunicación materno-infantil denominado “doble vínculo”, pero lo realmente importante es ver cómo esta pauta se articuló concretamente en la vida de ese sujeto en particular, de un modo que lo llevó a construir esa patología como respuesta.

El diagnóstico semiológico, por su parte, busca identificar los signos y los síntomas que porta una persona, describirlos, diferenciarlos y denominarlos. Los síntomas son del orden de lo subjetivo; “me arde la piel” es una apreciación que no depende de la observación sino de la vivencia del paciente y que no puede ser constatada directamente; en cambio la fiebre es un dato objetivo, un signo, que puede medirse perceptiblemente.

Los síntomas y signos no aparecen aislados sino que tienen una profunda vocación gregaria: se relacionan entre sí en conjuntos denominados formas o figuras clínicas. El diagnóstico nosográfico consiste, justamente, en identificar la forma clínica que el paciente padece y decir, por ejemplo, que tal paciente sufre de depresión. La apatía o el insomnio son síntomas de depresión, pero esto no significa que la persona que los padezca sufra obligadamente esa alteración. Para que se pueda hablar de depresión se necesita la presencia simultánea de una serie de síntomas, que se denominan patognomónicos (propios de) y que por su asociación definen el cuadro. Esta es la diferencia que media entre semiología y nosografía.

TIPOS FLORALES DE DIAGNÓSTICOS

Sin embargo, en el trabajo floral se transita por otro sendero, lo cual no significa descalificar estas formas precitadas de diagnosticar. El punto básico es comprender dos premisas iniciales para el trabajo diagnóstico en la Terapia Floral:

 

a) tener en cuenta la forma en la cual el paciente reacciona a la enfermedad y no la enfermedad en sí misma. (“No es la enfermedad la que importa, es el paciente; no es lo que el paciente tiene […] es la forma en la que se ve afectado”, Bach) y

b) comprender que todas las manifestaciones del paciente, que llamamos síntomas, son significantes a los cuales hay que encontrar un sentido. Al respecto Bach señala, por ejemplo, en Cúrate a ti mismo, que “la naturaleza misma de la enfermedad será una guía útil que nos ayude a descubrir el tipo de acción que se está ejecutando en contra de la Ley Divina del Amor y la Unidad”. Es decir, no hay que tener en cuenta la enfermedad como “cosa en sí”, pero sí considerarla como texto a comprender.

 

Esto conlleva apartar la Terapia Floral de la pura descripción semiológica y centrarla en una labor interpretativa. Mientras que la homeopatía, por ejemplo, se mantiene en el plano de lo fenomenológico, la Terapia Floral apunta su intención a lo que detrás de lo manifiesto se esconde como significación, tal como Bach lo plantea en varios textos. Esta hermenéutica del síntoma se sustenta, por otra parte, en la Teoría de las Correspondencias (signatura), punto que se encuentra desplegado, especialmente, en el texto Ustedes causan su propio sufrimiento.

Más adelante se volverá sobre estas cuestiones más doctrinarias, pero antes es conveniente analizar las perspectivas que están planteadas en la obra de Bach sobre los diferentes tipos de diagnósticos que hoy se pueden utilizar en al clínica, aunque este tema, como tal, no fue abordado por él en un texto específico.

SITUACIÓN, HISTORIA, EMOCIÓN, PERSONALIDAD Y LECCIÓN

En la práctica clínica floral se observan varios tipos de diagnósticos básicos: situacional, histórico, emocional, personalidad y lección. Todos ellos son complementarios, y en su conjunto permiten desarrollar una estrategia de comprensión del paciente bastante global y todos están presentes en los textos de Bach.

El diagnóstico de situación responde a la pregunta existencial del estar del paciente en el momento en que realiza la consulta. El acento esta puesto en el “aquí y ahora” de la totalidad de las cosas que le suceden: hechos, síntomas, afectos, etc. “Lo que debemos tratar es el estado actual el paciente, exactamente cómo está cuando lo visitamos, incluso si volvemos a visitarlo al cabo de una semana, vuelve a ser un paciente nuevo. […] Siempre debemos tratar el presente AHORA, y recordar el pasado o permitir que un paciente dé vueltas al pasado significa obstaculiza los resultados”.

Muchas veces, lo que el paciente trae a consulta es solo una parte de su realidad y hay muchos otros aspectos que su conciencia ni siquiera registra. No hay que confundir situación con conciencia, ni pensar que lo que esta percibe agota el conjunto de la actualidad.

Es importante concebir la situación como una totalidad, que incluye tanto lo consciente como lo no consciente, lo evidente como lo no tanto, lo impactante como lo “insignificante”, y en donde todas las manifestaciones presentes se encuentran relacionadas entre sí por una estructura latente que hay que descubrir. La tarea no es acumular flores ante cada síntoma que el paciente muestra, sino buscar el hilo conductor que actúa de costura de las diferentes partes del tejido de síntomas.

Un paciente puede presentar un cuadro de anemia ferrosa, hipotiroidismo, hipotensión arterial, osteoporosis y cansancio. No se trata de cinco síntomas diferentes sino de una misma emoción, tal vez la tristeza, la melancolía, que se expresa a través de estas diversas maneras.

Otra cuestión importante al evaluar la situación es buscar los síntomas antagónicos complementarios, es decir, síntomas que van en dirección contraria. Esta búsqueda no es lineal, a veces lo opuesto aparece en niveles diferentes, y muchas veces camuflado, ya que en la clínica las cosas raramente se manifiestan de modo evidente, como cuando una persona padece simultáneamente hipotensión e hipertensión, donde el antagonismo es obvio. La mayoría de las veces la cuestión es más cercana, por ejemplo, al paciente que tiene síntomas de agresividad y anemia ferrosa. No se trata de dos signos sino de una misma estructura que se muestra hacia dos direcciones: la expresión agresiva y la inhibición de la misma.

En el diagnóstico de situación, buscamos la totalidad de padeceres, así como también inquirimos por la totalidad de los recursos con los que el paciente cuenta para enfrentar estos sufrimientos. De esta manera, este diagnóstico opera como una radiografía general de la persona en el hoy, y es útil para guiar al terapeuta en la toma de decisiones clínicas inmediatas, que bien pueden no ser de fondo, pero que resultan imprescindibles para el bienestar del paciente.

El diagnóstico vital o histórico responde a la pregunta por la existencia de una persona. ¿Cómo fue? ¿Qué clase de historia vive? ¿Cuál es el argumento en torno al cual se organiza su vida? Es bueno insistir en que sin el entendimiento de la historia no es posible comprender la situación, ni a la persona en su totalidad. Por el contrario, al indagar por las raíces biográficas de una situación se hacen evidentes los conflictos, ambivalencias, pasiones, pendientes, descarríos, etc., que se dramatizan en los padecimientos que el paciente sufre. Pero la historia no es la cronología de los hechos que le sucedieron, sino lo que se hizo con esos hechos. Es decir, se pone el acento en la historia como construcción emocional y no en los eventos en sí.

La historia de cada quien es su más cercana cronicidad, y las cronicidades clínicas no hacen otra cosa que amplificar el argumento y la trama sobre la que se sustenta. Bach otorgó un lugar especial a siete remedios (Los Siete Ayudantes) para trabajar las cronicidades: Gorse, Oak, Heather, Rock Water, Olive, Vine y Wild Oat. Por ejemplo, la historia Gorse se fundamenta en la creencia de la existencia de un destino inexorable e inmodificable, de tal modo que esto lleva a la persona a la desesperanza y, como corolario, al abandono de toda lucha. Gorse deja de luchar porque no tiene esperanza, porque ya está todo escrito. Tanto como frente a la enfermedad como frente a la vida, y la biografía revela esta estructura de la existencia.

Claro está que si vamos a las palabras de Bach en cuanto al diagnóstico de situación, este proceder de evaluación histórica parecería inútil. Sin embargo, hay una clave importante. Bach dice: “Jamás les permitamos ni por un momento pensar en el pasado; esto está cerrado y clausurado”. Pero ¿qué ocurre cuando sucesos que cronológicamente son del ayer no están cerrados ni clausurados, sino que son, todavía, puro presente? Hay que recordar que en el inconsciente no hay tiempo. Por otra parte, en todo el texto Seamos nosotros mismos, la orientación está puesta en el tratamiento y la actitud del paciente y no en el tema diagnóstico. En otro libro, Ustedes causan su propio sufrimiento, aporta lo siguiente: “A partir de la vida y la historia del paciente, el médico deberá ser capaz de determinar el conflicto, o la falta de armonía entre el cuerpo y el alma que están provocando la enfermedad, y de ese modo poder brindarle el consejo y el tratamiento necesario para aliviar al enfermo”. En ese mismo texto agrega: “La verdadera naturaleza de nuestro Yo Superior, el conocimiento de vidas previas y posteriores, aparte de la presente, ha significado muy poco para nosotros, en lugar de convertirse en la guía y el estímulo de cada una de nuestras acciones”. Creo que las citas son lo suficientemente claras en torno de la necesidad de comprender la historia del paciente antes de poder da cuenta de la naturaleza del mal que lo aqueja.

Ahora bien, detrás de las manifestaciones históricas o situacionales de un paciente hay siempre una estructura afectiva que las sustenta. Este es un territorio muy floral, y lo que se busca en ese nivel es descubrir las emociones en las cuales cada quien se encuentra atrapado, que no puede enfrentar y expresar y que son la energía que alimenta la existencia de los síntomas.

Las emociones son apegos, la presencia del pasado en la vida, y hacen oír su voz por medio de los sueños, los síntomas y los vínculos. Su fluir puede seguir cuatro destinos principales: descarga, control, supresión y regulación. Un estallido de ira es una descarga; sentir ira y disimularla detrás de una máscara Agrimony es controlarla, sofocarla, y hacerla desaparecer de la conciencia equivale a suprimirla, y finalmente, hacerla aflorar, darse cuenta de su sentido y apropiarse de ella es regularla. Pero para poder hacerlas surgir con esencias florales, primero hay que poder precisarlas. Y en eso consiste el diagnóstico emocional: bucear en los afectos que, por sofocados e ignorados, hacen padecer.

Bach señala en Ustedes causan su propio sufrimiento que “No le importará (al médico), por ejemplo, si una deficiencia respiratoria se debe al bacilo de la tuberculosis, el estreptococo o cualquier otro organismo; pero sí se preocupará intensamente por saber si el paciente por qué el paciente sufre una dificultad respiratoria”. En Los Doce Curadores y otros remedios acota: “Detrás de toda enfermedad yacen nuestros miedos, nuestras ansiedades, nuestra codicia, nuestras simpatías y antipatías; investiguemos estas emociones…”. Vale la pena remarcar, en referencia a lo que se trata de insistir aquí (buscar siempre los afectos sofocados), la frase de Bach “Detrás de toda enfermedad” que he resaltado en negrita.

El diagnóstico de personalidad responde a la pregunta existencial del ser. Existen numerosos modelos de diagnóstico de personalidad y tipologías que ordenan la diversidad de las variaciones individuales en un grupo reducido en función de ciertos principios. En el caso específico de las flores hay un modelo, ya plantado por Bach, de ciertos tipos florales arquetípicos: Los Doce Sanadores.

Esta última afirmación tiene una serie de consideraciones preliminares, una de las más importantes es que habría que discutir primero la cuestión misma del problema del concepto de “tipo” aplicado al campo floral que es posible que, en Bach, se derive de la morfología idealista de Goethe.

En el terreno propio de la clínica floral el diagnóstico de personalidad consiste en identificar el patrón estructurante en torno al cual se organizan los modos habituales de ver, comprender y responder de una persona. En suma, la forma en la cual busca seguridad, se sostiene, se protege, se comunica, busca ser amado y ama. Este concepto se parece bastante al de “temple” que deriva de la medicina de los cuatro elementos y que Bach alude, por ejemplo, cuando dice: “Como ya lo hemos mencionado, las faltas de nuestra naturaleza las desarmonías mentales están expresadas por doce diferentes estados de ánimo, cada uno de los cuales tiene una planta correspondiente para su cura”.

La negrita es mía e intenta resaltar la expresión de Bach: estados de ánimo, no emociones, no afectos. Tal expresión se corresponde con el concepto de temple anímico, más si incluimos la anterior referencia acerca de que se puede determinar la personalidad según la posición de la luna natal.

Y la luna justamente marca esto en una carta. ¿Qué es, entonces, un temple anímico? Brevemente podríamos definirlo como un estado de ánimo por el cual un individuo se siente y vive de una forma determinada frente a sí mismo y ante el mundo. En suma, un modo de ser que tiñe con su tonalidad cualquier manifestación de la persona. “Todos nosotros poseemos un carácter propio e individual, integrado por nuestras preferencias, nuestras apatías, nuestras ideas, pensamientos, deseos, ambiciones, la forma en que tratamos a los demás, etcétera”, escribió Bach.

Este patrón de estado de ánimo se estructura en una personalidad que tiene marcas originales –el alma elige el tipo más adecuado para la lección que tiene que aprender–, y al respecto, en Libérate a ti mismo Bach expresa: “Dios ha otorgado a cada uno de nosotros, como derecho de nacimiento, una personalidad muy propia; también nos ha dado una tarea específica para realizar, que nadie más puede hacer, y un camino particular a seguir, que nadie debe interferir”. Y observa más adelante: “Lo único que tenemos que hacer es preservar nuestra personalidad, vivir nuestra propia vida, ser los capitanes de nuestro propio barco, y todo estará bien”. Esto implica que si se deja que las “influencias mundanas interfieran sobre nuestra auténtica individualidad”, la estructura correcta para hacer el trabajo que haya que hacer, aprender lo que haya que aprender y seguir el sendero adecuado se distorsiona y pierde su valor como herramienta para la labor del alma. La personalidad se ha descarriado y entra en conflicto con los mandatos del alma. Y esto es lo que encontramos en la clínica, no la verdadera personalidad en estado “original” sino una organización que se ha desviado (distorsionado, deformado, desfigurado, retorcido, encubierto). Si fuera lo contrario (la personalidad preservada –resguardada, salvada, conservada, original, auténtica–), la persona no tendría motivos para una consulta, porque su personalidad estaría en armonía con su alma y cumpliendo su función. ¿Por qué se desvía la personalidad? Porque se resiste al dolor y al esfuerzo que a veces le implica el aprendizaje del alma.

En otro texto, Seamos nosotros mismos, Bach insiste: “¿Ha pasado por tu mente alguna vez que Dios te ha dado una individualidad? Pues sí, él realmente lo hizo. Te ha dado una personalidad única, un tesoro que debes guardar para ti mismo”.

Si seguimos por este derrotero se puede agregar lo que Bach afirma acerca de que “Existen, por lo tanto, grupos definidos dentro de la humanidad, cada uno de los cuales desempeña su propia función, es decir, pone de manifiesto en el mundo material la lección específica que ha aprendido. Cada individuo de estos grupos tiene una personalidad propia bien definida, una tarea particular que hacer, y una forma determinada de llevarla a cabo. También existen causas de desarmonización, que a menos que nos aferremos a nuestra propia personalidad y a la tarea encomendada, pueden reaccionar sobre el cuerpo en forma de enfermedades. […] El secreto de la vida consiste en ser fieles a nuestra personalidad, en no sufrir interferencias de influencias externas. […] Los remedios nos ayudan a mantener nuestra personalidad”.

De manera que si la personalidad se descarría1 esto da lugar a la enfermedad (como un correctivo) y los Doce Curadores (dado que Bach en las citas precedentes está hablando en ese contexto) tienen la finalidad de restaurarla en su forma de ser original, alejando las interferencias e influencias ajenas. Ocurre, muchas veces, que estas tales circunstancias distractivas se han congelado como un rasgo caracterológico en el sujeto y confunden al observador y lo llevan a diagnosticar como atributo de la personalidad algo ajeno a ella. La estabilidad de una pauta no la convierte en rasgo de personalidad. Desde la Terapia Floral, no hay razón suficiente para pensar a esta pauta como una cualidad de la personalidad, dado que en Bach este concepto alude a algo distinto de lo que habla la psicología. Para esta ciencia, la personalidad es fruto de una convergencia de disposiciones y experiencias (especialmente de identificaciones con las figuras significativas de la infancia) y en cambio para la doctrina basada en las enseñanzas bachianas es un sello, marca o traza que Dios nos regala y que el Alma elige. Regalo y elección concordantes con una necesidad de aprendizaje, una misión que cumplir y un camino que transitar.

Para Bach el diagnóstico de personalidad tenía una función muy significativa, al punto que comenta, entre muchas otras citas similares, que “en el tratamiento es esencial diagnosticar el tipo de persona y la virtud que intenta perfeccionar […]”.

Y esto nos conduce al diagnóstico de lección, que es específicamente floral, y en él se expresa, en términos de flores, la tarea que cada persona vino a aprender en esta vida y el aprendizaje que debe realizar.

Existe una vinculación muy estrecha entre este tipo de diagnosis y la teoría de Bach de los defectos y virtudes, que expusiera en varios de sus textos. De ellos se desprende el hecho de que en cada encarnadura los seres humanos venimos al mundo realizar un aprendizaje pequeño pero significativo, paso a paso pero progresivo, y como resultado del mismo el alma avanza en su proceso hacia la perfección (“En este mundo todos estamos en el mismo sendero hacia la perfección”). Tal concepto implica que el alma es imperfecta (incompleta) y busca por medio de la experiencia del sendero de la vida progresar en el sendero de su evolución. De este modo, las “imperfecciones del alma” pueden ser definidas como defectos (heridas) que hay que corregir (sanar) encarnadura tras encarnadura. De acuerdo con lo que tiene que aprender en cada vida puntual, el alma elige una personalidad acorde al defecto que debe erradicar y la virtud que necesita desarrollar (“La lección concreta del presente es la clave de nuestro tipo”).

Cada flor plantea una lección particular a aprender, pero tomado el sistema Bach en su conjunto existen cuatro lecciones fundamentales: la del amor, la de la libertad, la de la unidad y la de la sabiduría, tal como está planteado en Cúrate a ti mismo. Estas cuatro lecciones madre son invariantes a aprender por todos para alcanzar la individuación y constituyen la meta del plenario de la evolución. Cada quien, además, debe asimilar ciertas y particulares lecciones, propias e individuales, en cada encarnadura. Estos aprendizajes se transforman en lecciones maestras para aquel que tiene que vivirlas, y su contextuación correcta en la clínica constituyen un punto de referencia esencial en el arte prescriptivo (“Sin embargo aprendemos de forma lenta, una lección a la vez; para estar bien y felices solamente debemos aprender la lección concreta que nos da nuestro Ser Espiritual. No todos aprendemos la misma lección al mismo tiempo; mientras una persona está venciendo el orgullo, otra el miedo, otra el odio, etc., pero el factor esencial para la salud es profundizar la lección que se ha establecido para nosotros”, en Algunas consideraciones fundamentales sobre la enfermedad y la curación).

Es bastante paradójico un tema tan caro al modelo floral sea, sin embargo, algo no muy profundizado, salvo por excelentes aportes de los maestros Julian Barnard y Lluís Juan Bautista. Tal vez se deba a que esta perspectiva arranca a la terapéutica de la cuestión sintomática y administradora de remedios para ubicarla en el punto según el cual las esencias florales están para ayudar a descubrir lo que se desconoce de uno mismo.

VÍAS DIAGNÓSTICAS

Los tipos de diagnósticos pueden ser abordados con perspectivas diferentes, ya que existen varias maneras posibles para penetrar en el mundo interno del paciente con el fin de comprender su sentido y su dinámica. A estas miradas las llamamos vías diagnósticas.

La diversidad de enfoques puede reducirse a dos abordajes generales: uno, aquella metodología que apunta a levantar progresivamente las capas emocionales del paciente, y otro, la lectura de las emociones sofocadas e inconscientes.

Sobre el primer camino, denominado el método de las capas de cebolla, no mencionaremos casi nada, ya que se ha dicho mucho en la clínica floral, desde Nora Weeks en adelante, y se puede volver a las críticas y comentarios aportadas al respecto en diferentes oportunidades. La segunda vía, en cambio, merece una consideración especial, ya que no deja de ser un vasto terreno casi virgen.

El punto de partida es la clínica. Se podrá asegurar, y con razón, que la vía anterior también puede fundarse en la clínica. Pero existe una diferencia substancial: la que media en poner el acento en los afectos manifiestos, la primera, y en los latentes, la segunda, y pensar, desde este último lugar, cuáles serían los procesos de traducción de las manifestaciones conscientes a los afectos inconscientes.

Estos recorridos son varios, pero fundamentalmente destacamos tres: el mapeo emocional de los síntomas, el análisis de la relación terapéutica y de los vínculos en general y la interpretación de los sueños.

El mapeo emocional no es otra cosa que descubrir los afectos sofocados que se expresan en un síntoma, de tratar de establecer las relaciones afectivas que ligan los diferentes padecimientos de una persona en una estructura de conjunto. La clave es sopesar que los afectos que no se expresan vuelven como síntomas en el cuerpo, que ahí donde no está la emoción aparece el síntoma, pero que no aparece en cualquier lugar sino que la geografía corporal impone ciertas condiciones a la manifestación de las emociones, y de acuerdo a los lugares en los que encalla y las formas que adquiere un síntoma permite una interpretación de su significado. En el texto Ustedes causan su propio sufrimiento, Bach comenta: “Al médico que comprende verdaderamente la enfermedad, ella misma le señala la naturaleza del conflicto. […] Si padecen de rigidez o endurecimiento de articulaciones o miembros, pueden estar seguros de que la misma rigidez está presente en su mente; se están aferrando tenazmente a alguna idea, algún principio, o quizás algún convencionalismo que no deberían tener”. Si bien el texto continúa con otros ejemplos, lo dicho ilustra el punto en cuestión.

La relación terapéutica es otro camino para descubrir los afectos sofocados. Aquí hay que prestar atención a fenómenos como la oposición al tratamiento (resistencias del paciente a su cura), la dramatización de relaciones fantásticas (vínculos transferenciales) y el proceso de darse cuenta. Todos los fenómenos que acontecen en un tratamiento sirven para ayudar al terapeuta a descubrir aspectos inconscientes del paciente y mostrar de modo palpable las formas esenciales que adquieren sus vínculos.

Las relaciones son siempre espejo que proyecta la imagen de aquello que no se quiere ver en uno mismo, y todo lo que conforma el acontecer de los vínculos de una persona brinda un magnífico camino para comprender aspectos esenciales de su problemática. Bach señalaba esta cuestión en su bello texto Algunas consideraciones fundamentales sobre la enfermedad y la curación: “estamos colocados entre los que tienen nuestros mismos defectos, pero muchos más marcados de tal forma que podamos reconocer el sufrimiento que provocan estas acciones adversas”.

Finalmente, la interpretación de los sueños es una vía para descubrir y comprender la subjetividad de quien consulta en un tratamiento, dado que los sueños desnudan mensajes que de otro modo no podrían llegar a la conciencia. En general son vividos por el soñante como el emerger de algo extraño y sin contacto con el centro consciente de su personalidad. Frente a ellos el paciente debe primero asumirlos como expresión de su propia sombra y parte de sí mismo y trabajar en su desciframiento. El terapeuta puede ayudarlo en esta labor, guiándolo en el proceso, pero es él como capitán de su propio barco el que tiene la tarea de zambullirse en su sombra, en tal intento de discernimiento.

El terapeuta, por su parte, debe tener presente que penetrar en el significado de los sueños de una persona es conocer la vida misteriosa de su mundo arquetípico, con toda la importancia que esto conlleva para el quehacer diagnóstico y estar atento al hecho de que sueños bastante característicos de ciertos estados emocionales y de ciertas flores, de modo que, su emergencia, en un contexto terapéutico, puede ser ilustrativo de la existencia de determinados complejos psíquicos que son necesario llevar a la luz.