El estado mágico
Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela
FERNANDO CORONIL ÍMBER
 

Para Andrea y Mariana, con Julie, en la memoria de Lya Ímber de Coronil.

Las continuidades y rupturas en la historia del petroestado rentista venezolano

Dolorosamente, Fernando Coronil no tuvo oportunidad de compartir esta nueva edición de El Estado mágico, texto que ya tenía varios años agotado en su edición en castellano. Murió en la ciudad de Nueva York en agosto del año 2011. Dejó un enorme vacío para su familia, para sus colegas, para sus estudiantes, para sus amigos, quienes no podrán (podremos) olvidar su calidez humana, su lucidez ni su ácido sentido del humor… En una fase extraordinariamente creativa de su vida, dejó sin concluir rigurosas investigaciones que realizaba sobre el proceso político venezolano durante el gobierno bolivariano.

La modernidad y el olvido de la naturaleza y del espacio en la teoría social

El punto de partida de este extraordinario estudio sobre la trayectoria histórica del petro-Estado venezolano, con sus rupturas y continuidades, es una crítica a la concepción eurocéntrica hegemónica de la modernidad y su metarrelato, y el análisis de las implicaciones teóricas y políticas que ha tenido tanto la exclusión de la naturaleza como la prioridad del tiempo sobre el espacio en los paradigmas dominantes tanto liberales como marxistas.

Argumenta el autor que, ni en las concepciones de la economía neoclásicas ni en las marxistas, la naturaleza es incorporada centralmente como parte del proceso de creación de riqueza, hecho que tiene vastas consecuencias. En la teoría neoclásica, la separación de la naturaleza del proceso de creación de riqueza se expresa en la concepción subjetiva del valor, centrada en el mercado. Desde esta perspectiva, el valor de cualquier recurso natural se determina de la misma manera que toda otra mercancía, esto es, por su utilidad para los consumidores tal como esta es medida en el mercado. Desde un punto de vista macroeconómico, la remuneración de los dueños de la tierra y de los recursos naturales es concebida como una transferencia de ingreso, no como un pago por un capital natural. Es esta la concepción que sirve de sustento al sistema de cuentas nacionales utilizado en todo el mundo.

Afirma que Marx, a pesar de considerar que la trinidad trabajo/capital/tierra «contiene en sí misma todos los misterios del proceso social de producción», termina por formalizar una concepción de la creación de riqueza que ocurre al interior de la sociedad como una relación capital/trabajo, dejando fuera a la naturaleza. Como el valor se crea en la relación capital/trabajo y la naturaleza no crea valor, la renta es entendida como correspondiente a la esfera de la distribución, no a la esfera de la creación de riqueza.

De acuerdo con Coronil, en la medida en que se deja fuera a la naturaleza en la caracterización teórica de la producción y del desarrollo del capitalismo y la sociedad moderna, se está igualmente dejando al espacio al margen de la mirada de la teoría. Al hacer abstracción de la naturaleza, de los recursos, del espacio y de los territorios, el desarrollo histórico de la sociedad moderna y del capitalismo aparece como un proceso interno, autogenerado por la sociedad europea, que posteriormente se expande hacia regiones «atrasadas». En esta construcción eurocéntrica, desaparece del campo de visión el colonialismo como dimensión constitutiva de estas experiencias históricas. Están ausentes las relaciones de subordinación de territorios, recursos y poblaciones del espacio no europeo. Desaparece así del campo de visibilidad la presencia del mundo periférico y su naturaleza en la constitución del capitalismo, con lo cual se reafirma la idea de Europa como único sujeto histórico.

Una vez que se incorpora la naturaleza al análisis social, la organización del trabajo no puede ser abstraída de sus bases materiales. En consecuencia, la división internacional del trabajo tiene que ser entendida no solo como una división social del trabajo, sino igualmente como una división global de la naturaleza.

Para romper con este conjunto de escisiones, en particular las que se han construido entre los factores materiales y factores culturales, Coronil propone una perspectiva holística de la producción que incluya dichos órdenes en un mismo campo analítico. Concibe el proceso productivo simultáneamente como de creación de mercancías y de sujetos sociales.

«Una perspectiva holística en torno a la producción abarca tanto la producción de mercancías, como la formación de los agentes sociales implicados en este proceso, y por lo tanto, unifica dentro de un mismo campo analítico los órdenes materiales y culturales dentro del cual [sic] los seres humanos se forman a sí mismos mientras hacen su mundo. (…) Esta visión unificadora busca comprender la constitución histórica de los sujetos en un mundo de relaciones sociales y significaciones hechas por humanos.

»Una apreciación del papel de la naturaleza en la creación de riqueza ofrece una visión diferente del capitalismo. La inclusión de la naturaleza (y de los agentes asociados con esta) debería reemplazar a la relación capital/trabajo de la centralidad osificada que ha ocupado en la teoría marxista. Junto con la tierra, la relación capital/trabajo puede ser vista dentro de un proceso más amplio de mercantilización, cuyas formas específicas y efectos deben ser demostrados concretamente en cada instancia. A la luz de esta visión más comprensiva del capitalismo, sería difícil reducir su desarrollo a una dialéctica capital/trabajo que se origina en los centros avanzados y se expande a la periferia atrasada. Por el contrario, la división internacional del trabajo podría ser reconocida más adecuadamente como simultáneamente una división internacional de naciones y de naturaleza (y de otras unidades geopolíticas, tales como el primer y el tercer mundo, que reflejan las cambiantes condiciones internacionales). Al incluir a los agentes que en todo el mundo están implicados en la creación del capitalismo, esta perspectiva hace posible vislumbrar una concepción global, no eurocéntrica de su desarrollo.»

De esta manera, Fernando Coronil se ubica teórica y políticamente dentro del espectro de las perspectivas críticas a los paradigmas eurocéntricos de la modernidad y del capitalismo, perspectivas diversas formuladas desde las experiencias de las modernidades subalternas, esto es, desde otras historias y experiencias a las de la Historia Universal. Las de la mayoría de la población del planeta para quienes la modernidad significó colonialismo, esclavitud, exterminio, sometimiento imperial y explotación[1].

«Sostengo que esta amnesia en relación con la naturaleza ha implicado también el olvido del papel de la «periferia» en la formación del mundo moderno, un activo «silenciamiento del pasado» (Trouillot 1995) que reinscribe la violencia de una historia hecha a expensas del trabajo y los recursos naturales de pueblos relegados a los márgenes.»

El Estado en los países periféricos exportadores de naturaleza

Argumenta Coronil que la exclusión de la naturaleza tiene consecuencias importantes tanto para las teorías marxistas como liberales del Estado.

«En la medida en que las teorías del Estado han presentado al Estado de las naciones capitalistas avanzadas como modelo general del Estado capitalista, los Estados de las sociedades capitalistas periféricas se han representado […] como versiones truncas de este modelo; se identifican por un régimen de déficits, no por diferencias históricas. Pero una visión unificadora de la formación global de los Estados y del capitalismo muestra que todos los Estados nacionales se constituyen como mediadores de un orden que es simultáneamente nacional e internacional, político y territorial.»

Esta diferencia histórica es producto de las ubicaciones que tienen estos Estados en la división internacional del trabajo y de la naturaleza. En el proceso de acumulación global del capital, la contribución principal de los países periféricos sometidos a relaciones coloniales y de control imperial no fue principalmente la de transferencia de valor, sino la de la transferencia de riqueza, esto es, la exportación de naturaleza. Esto tiene enormes consecuencias para los procesos de constitución de los Estados en estos países.

Al caracterizar al Estado rentista de países periféricos cuya economía se basa fundamentalmente en la exportación de naturaleza, no se está simplemente añadiendo una característica adicional al modelo teórico del Estado: se está hablando de un modelo que en muchos sentidos se diferencia de lo que ha sido teorizado como el Estado en la sociedad capitalista. En los países capitalistas metropolitanos, los Estados se financian fundamentalmente mediante la retención de parte del valor creado por el trabajo sometido a las relaciones capitalistas (impuestos). En este sentido, los Estados dependen de la sociedad, del conjunto de las relaciones sociales y sujetos que operan en esta. Por el contrario, en los Estados periféricos exportadores de naturaleza, el Estado tiene como su fuente de ingreso principal la renta del suelo. Como terrateniente, dueño de la tierra y/o del subsuelo a nombre de la nación, retiene –en forma de renta– parte de la riqueza extraída de la naturaleza. Este rasgo, que comparten los petro-Estados con otros países periféricos monoexportadores de naturaleza, les proporciona un mayor grado de autonomía respecto a la sociedad en la medida en que sus ingresos dependen menos del trabajo y de la creación de valor en su territorio nacional. El incorporar al análisis los tres elementos del proceso de creación de riqueza (naturaleza, trabajo, capital) «ayuda a ver al Estado terrateniente como un agente económico independiente, no como un mero actor político estructuralmente dependiente del capital». Este Estado terrateniente, aunque esté en una posición subalterna en el sistema mundo, puede llegar a tener un mayor grado de autonomía interna que el característico de los Estados metropolitanos y colocarse de alguna manera sobre la sociedad.

La constitución del Estado Mágico en Venezuela

Combinando, entre otros, los supuestos teóricos antes señalados y la sugerente imagen formulada por José Ignacio Cabrujas sobre el Estado en Venezuela, Coronil formula la noción del Estado mágico como mirada desde la cual aproximarse a desentrañar los procesos mediante los cuales se ha construido un modelo de Estado en Venezuela «como agente trascendente y unificador de la nación». De acuerdo con Cabrujas, la aparición del petróleo en Venezuela crea una especie de cosmogonía; la riqueza petrolera tuvo la fuerza de un mito; gracias al petróleo era posible pasar rápidamente del retraso a un desarrollo espectacular. En estas condiciones se constituye un Estado «providencial» que «no tiene nada que ver con nuestra realidad», sino que por el contrario se saca del sombrero de un prestidigitador. El Estado como brujo magnánimo capaz de lograr el milagro del progreso[2].

En su recorrido por la Venezuela del siglo XX, Coronil destaca tres períodos como hitos históricos críticos en la formación de este Estado mágico, y del proceso de constitución de este como lugar central del poder político: los gobiernos dictatoriales del general Juan Vicente Gómez y del general Marcos Pérez Jiménez y el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Son tres períodos históricos que corresponden a significativos incrementos en el ingreso petrolero. El autor afirma que en la historiografía venezolana y en el metarrelato de la Venezuela democrática se ha establecido una ruptura antagónica entre un país dictatorial atrasado y otro democrático y «moderno». Con esta ruptura en la narrativa de la democracia se busca ocultar las extraordinarias continuidades que existen en el Estado Venezolano desde su constitución como petro-Estado en la década de los 30 del siglo pasado, durante la dictadura del general Gómez, hasta nuestros días.

Considera que «fue durante el régimen ‘tradicional’ de Gómez […] que se tornó posible imaginar a Venezuela como una nación petrolera moderna, identificar al gobernante con el Estado y representar al Estado como agente de modernización». Ya en el año 1928 Venezuela se había convertido en el segundo productor de petróleo en el mundo y en el primer país exportador. Gracias a esta riqueza petrolera el Estado gomecista logró la apariencia de «agente transcendente y unificador de la nación». Con el monopolio no solo de la violencia, sino igualmente de la riqueza natural de la nación, el Estado aparece «como agente independiente capaz de imponer su dominio sobre la sociedad». Se establecen las bases de un Estado y un sistema político en el cual las confrontaciones políticas y la lucha de clases se darían principalmente en torno al acceso al Estado como fuente primaria de riqueza.

Después de la transición que comienza con la muerte del dictador en 1935, y de la experiencia del trienio de Acción Democrática, en la que «el pueblo» aparece como referencia central, en la dictadura de Pérez Jiménez se busca reconceptualizar la relación entre Estado y pueblo.

«El cuerpo social de la nación se convirtió de manera más evidente en beneficiario pasivo de su cuerpo natural, entendido ahora como la fuente fundamental de los poderes nacionales. […] La naturaleza no apareció como actor social independiente, sino mediado por el Estado. Pero el Estado militar proclamaba representar la nación directamente, sin la mediación del pueblo. […] Este cambio supuso que el locus de la agencia histórica se desplazara sutil, pero perceptiblemente, del cuerpo social hacia el cuerpo natural, del pueblo a la naturaleza.»

En el Nuevo Ideal Nacional del gobierno de Pérez Jiménez, la modernidad fue entendida como «una colección de grandes logros materiales» que, gracias a los elevados ingresos petroleros, permitieron realizar grandes inversiones en infraestructura, industrias y servicios. Sobre la inversión privada se privilegió la inversión pública en grandes emprendimientos (generalmente asociados al enriquecimiento privado de altos funcionarios del gobierno) como las industrias petroquímicas y siderúrgicas.

La multiplicación por cuatro de los precios del petróleo que corresponde con el inicio del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez establece las bases del discurso de la Gran Venezuela y el imaginario popular de la Venezuela Saudita, tierra de abundancia sin límites, y se refuerza la centralidad del petro-Estado rentista. Este imaginario alcanza su máxima expresión en la nacionalización del petróleo.

Los estudios de caso que forman parte de los capítulos en los cuales el autor estudia ese gobierno evidencian las formas como opera este sistema político. A través de una aproximación en la cual logra entrelazar los procesos locales coyunturales (y la acción de los sujetos involucrados en estos procesos) con las tendencias que operan en el capitalismo global, logra enriquecer la comprensión de ambos procesos. Su análisis minucioso de las experiencias de la fábrica de tractores (Fanatracto) y de la política automotriz resulta extraordinariamente ilustrativo. Estos estudios le permiten desentrañar la operación interna del petro-Estado rentista, en particular las contradicciones que se generan al interior del gobierno a propósito del impulso de políticas de industrialización, y la forma como la contradicción entre rentismo y producción de valor termina por hacer fracasar estos proyectos. Una nueva ilusión no cumplida del Estado mágico.

«El intercambio fáustico de dinero por modernidad solo trajo consigo la capacidad de producir la ilusión de producción: el dinero compró productos o fábricas modernas solo capaces de generar una modernidad trunca. Al crear una estructura industrial bajo el manto protector de los petrodólares, los programas de modernización del General Pérez Jiménez y Carlos Andrés Pérez fomentaron industrias que manifestaban una persistente tendencia a funcionar más como trampas para captar rentas petroleras que como medios creativos de producción de valor.»

El imaginario del Estado mágico, del Estado capaz de solucionar todos los problemas y de garantizar el progreso y la abundancia para todos, se rompe cuando la larga crisis que venía acumulándose durante los gobiernos de Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi finalmente estalla con el Gran Viraje, el ajuste neoliberal negociado por Carlos Andrés Pérez con el Fondo Monetario Internacional al inicio de su segundo gobierno. Como reacción se produce el Caracazo, que representa, simbólicamente, la ruptura definitiva entre los sectores populares y los partidos y el Estado del Pacto de Puntofijo.

«Estos acontecimientos marcaron la crisis del proyecto populista que había definido a la relación entre pueblo y Estado desde 1936. Con el giro hacia las políticas de libre mercado y desmantelamiento del desarrollismo populista, el discurso dominante comenzó a presentar al pueblo ya no como virtuoso cimiento de la democracia, sino como una masa turbulenta y parásita que el Estado tenía que disciplinar y el mercado tornar productiva.»

Se acentúa el deterioro de las condiciones de vida de los sectores populares y se profundiza la polarización entre una élite privilegiada cada vez más internacionalizada y una mayoría empobrecida y alienada del sistema político. En estas condiciones de una sociedad severamente dividida (aunque esta división no fuese reconocida por las élites ni por el sistema político), se dan los intentos de golpe de Estado del año 1992, la destitución de Carlos Andrés Pérez y finalmente la elección de Hugo Chávez Frías como presidente en diciembre del año 1998.

El Estado Mágico, modernidad y naturaleza en los retos actuales que confrontan Venezuela, América Latina y el planeta

Las perspectivas de análisis que aporta Fernando Coronil en este libro son extraordinariamente pertinentes para abordar algunos de los retos fundamentales que confrontan hoy el país, el continente, el planeta. Entre muchos otros asuntos, aquí se destacarán tres que son particularmente críticos.

En primer lugar, la severa crisis ambiental planetaria que está socavando las condiciones que hacen posible la vida en el planeta Tierra. Es, esta, consecuencia de un patrón civilizatorio antropocéntrico sustentado en la idea de que la naturaleza, las redes de la vida, todo lo no humano, son simplemente cosas, «recursos naturales» que pueden ser explotados indefinidamente para el logro de niveles de abundancia material cada vez mayores. En la fase actual de acumulación por desposesión del capitalismo, esta lógica de asalto a los comunes y de mercantilización de todos los aspectos de la naturaleza que hasta ahora no habían sido plenamente sometidos se está acelerando en la medida en que el capital transnacional ha ido superando obstáculos políticos, financieros y tecnológicos que ponían límites a su expansión. La confrontación con esta cosmovisión y los supuestos fundamentales de esta lógica cultural que identifica la destrucción de la vida como progreso y desarrollo se ha convertido en asunto de vida o muerte. La crítica a los supuestos que sobre la naturaleza, el espacio, los territorios y los pueblos contiene este libro son para estas tareas instrumentos indispensables.

En segundo lugar, este texto se refiere a algunos de los debates teóricos, políticos y culturales de América Latina hoy, especialmente en el mundo andino. Son significativos los aportes de este libro a la comprensión del funcionamiento de los sistemas políticos de los países exportadores de naturaleza, no solo de los petro-Estados. Las luchas de los pueblos indígenas del continente hoy no están orientadas en lo fundamental a la búsqueda de su inclusión como ciudadanos en los actuales Estados liberales coloniales, sino a la transformación de estos en Estados plurinacionales que reconozca la pluriculturalidad y que se establezca, como sociedad, otra relación con la naturaleza, con la Madre Tierra. A esto se refieren los conceptos del Suma Qamaña y el Sumak Kawsay. Expresión genuina de estas luchas propiamente civilizatorias es el contenido de los textos constitucionales de Bolivia y Ecuador, que están atravesados por estas nociones normativas que señalan el rumbo hacia el cual deben caminar las transformaciones de estas sociedades.

Sin embargo, después de varios años de gobiernos denominados de izquierda o progresistas, las grandes expectativas respecto a los extraordinarios logros de los textos constitucionales, incluido el reconocimiento, por primera vez en la historia del derecho constitucional, de los derechos de la Madre Tierra (Ecuador), están siendo frustradas por la profundización de las políticas extractivistas. Los gobiernos argumentan que como países pobres tienen, en una primera fase de sus procesos de transformación, que acumular riqueza sobre la base de lo único disponible, el extractivismo, para responder a las necesidades de los sectores populares y para contar con los recursos necesarios para realizar las inversiones que permitan, en una fase posterior, salir del extractivismo. Esto supone, como lo ha señalado Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, que el extractivismo es una forma técnica de relación del ser humano con la naturaleza, compatible con cualquier tipo de sociedad[3].

Fernando Coronil argumenta rigurosamente en contra de esas visiones fraccionadas, que separan los diferentes ámbitos de la sociedad, considerando indispensable la perspectiva de un campo de análisis unificado. Señala, basándose en Marx, que la creación de valor es un proceso que supone tanto la producción de bienes como la creación de sujetos. Conforma un mundo objetivado en instituciones y creencias sociales. No es un proceso que ocurre en un ámbito separado de la realidad llamado «economía». La profundización del extractivismo, que consolida la división internacional capitalista y colonial del trabajo y de la naturaleza, difícilmente puede ser la ruta hacia la transformación de estas sociedades. Como lo demuestra la experiencia venezolana, la lógica del extractivismo/rentismo, una vez instalada en la sociedad, penetra al conjunto de su tejido y adquiere una dinámica inercial de autorreproducción que muy difícilmente puede ser revertida. La lógica rentista refuerza un modelo de Estado vertical y centralizado incompatible con la democracia, con la plurinacionalidad y con el respeto de los derechos de la naturaleza.

En tercer lugar, este libro tiene mucho que aportar al debate sobre el proceso político venezolano actual, sobre temas centrales como el modelo de Estado, el papel del petróleo en esta sociedad y las implicaciones del extractivismo rentista como modelo de sociedad, aunque esta se denomine socialista.

Como se señaló antes, de acuerdo con el autor, en el imaginario de la democracia en Venezuela se construyó una visión maniquea de primitivo/moderno que establece una separación o ruptura total entre los regímenes dictatoriales y los regímenes democráticos. De la misma manera, en el proceso actual, con la narrativa de la revolución y de la V República, se busca definir el inicio de un nuevo momento histórico en el cual se borren por completo de la conciencia colectiva las continuidades que siguen operando, a pesar de todos los cambios ocurridos. Este olvido tiene que ver fundamentalmente con el modelo de Estado, con las relaciones entre sociedad y petro-Estado rentista y con las modalidades específicas de relación de esta sociedad con su entorno natural, con el petróleo. Este es un olvido que, en la medida en que se instale en la conciencia –colectiva porque estaríamos en otro tiempo histórico, en tiempos de Revolución Bolivariana, que nada tendría que ver con el pasado– nos negaría la posibilidad misma de entender qué ocurre en el país, así como la posibilidad de imaginar futuros alternativos a este modelo societal petroestatal.

La certificación de las reservas de hidrocarburos de la Faja Petrolífera del Orinoco como las mayores del planeta le ha dado un nuevo y vigoroso impulso a la idea de que el petróleo garantizará un futuro de progreso, prosperidad y abundancia. El imaginario de la Gran Venezuela es ahora reemplazado por la Venezuela Gran Potencia Petrolera. La idea de «sembrar el petróleo», tradicionalmente entendida como el ideal nunca realizado de utilizar los recursos provenientes de la renta petrolera para el desarrollo de otras actividades productivas, es trastocado y convertido en la utilización de dicha renta para realizar las masivas inversiones requeridas para aumentar la producción e incrementar la dependencia en la producción y exportación de petróleo. En los años 2010-2012 el petróleo significó entre el 95 o 96% del valor total de las exportaciones del país, habiéndose producido una reducción significativa de las exportaciones no petroleras tanto en términos absolutos como en términos relativos. En el año 1998 las exportaciones no petroleras fueron de US$ 5.529 millones; para el año 2011 estas habían descendido a US$ 4.679. Entre esos años las exportaciones privadas, casi exclusivamente no petroleras, se redujeron a la mitad al pasar de US$ 4.162 millones en el año 1998 a US$ 2.131 millones en el año 2011. En el mismo período la participación del sector industrial en el producto interno bruto bajó de 17,4% a 14,5%[4].

A 14 años de la Revolución Bolivariana, Venezuela es más rentista que nunca. El Estado recupera su sitial en el centro de la escena nacional. Es este, con su renta petrolera, según el discurso oficial, quien tendrá nuevamente la capacidad de llevar a la sociedad venezolana hacia el progreso y la abundancia.

A estas relaciones ya tradicionales petro-Estado y sociedad se añade ahora un nuevo y esencial componente. En ausencia de un debate crítico sobre la experiencia del socialismo del siglo XX, se declara como meta del proceso bolivariano el Socialismo del siglo XXI y se postula la necesidad de un partido único de la revolución. Con esto, a pesar del contenido de la Constitución, tiende a asociarse socialismo con más Estado. Las empresas que son estatizadas pasan, por ese solo hecho, a ser denominadas «empresas socialistas». El petro-Estado se convierte ahora en la vanguardia que dirige la transformación social y su fortalecimiento en expresión del avance de la transición hacia el socialismo. A diferencia de las experiencias socialistas del siglo pasado, se establece un nuevo tipo de relación entre Estado y partido. En lugar de existir un partido revolucionario que controle al Estado, desde el petro-Estado se ha creado, financiado y dirigido al partido.

Como modelo, sigue predominando una razón de Estado en la que este es identificado con la nación, con el pueblo, con el bien común, y es en consecuencia el lugar en el cual tienen necesariamente que concentrase todas las iniciativas y principales decisiones. Esto descarta, niega, mutila la única forma en la cual es posible la transformación democrática de la sociedad: amplios, variados, múltiples procesos de experimentación social autónomos, que surjan de la diversidad de las prácticas, de las memorias y proyectos de los diferentes pueblos, sectores sociales, regiones y culturas del país.

El Gran Consenso Petrolero Nacional de identificación cuasi ontológica de la nación con el petróleo quedó nuevamente sellado con las elecciones presidenciales del año 2012. A pesar de los profundos contrastes en prácticamente todos los otros asuntos referidos al modelo de país que se propone en los programas de las campañas electorales, gobierno y oposición tienen un punto medular de extraordinaria coincidencia: la propuesta de duplicar la producción petrolera para llevarla a seis millones de barriles diarios para finales del período presidencial 2013-2019[5].

Han sido reiteradas las referencias de Hugo Chávez y de los documentos de políticas públicas de estos años sobre la necesidad de salir de la lógica rentista y monoproductora de petróleo. Estas se reiteran nuevamente en el programa electoral presentado por Chávez para las elecciones presidenciales de octubre del 2012[6]:

«No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista.»

En consecuencia, se formula la necesidad de:

«Propulsar la transformación del sistema económico, en función de la transición al socialismo bolivariano, trascendiendo el modelo rentista petrolero capitalista hacia el modelo económico productivo socialista, basado en el desarrollo de las fuerzas productivas[7].»

Igualmente, en reconocimiento de la severidad de la crisis ambiental planetaria, uno de los cinco Grandes Objetivos Históricos que se formulan en este plan consiste en «Preservar la vida en el planeta y preservar la especie humana». Esto está precisado en los siguientes términos:

«Construir e impulsar el modelo económico productivo eco-socialista, basado en una relación armónica entre el hombre y la naturaleza, que garantice el uso y aprovechamiento racional, óptimo y sostenible de los recursos naturales, respetando los procesos y ciclos de la naturaleza. Proteger y defender la soberanía permanente del Estado sobre los recursos naturales para el beneficio supremo de nuestro Pueblo, que será su principal garante. Contribuir a la conformación de un gran movimiento mundial para contener las causas y reparar los efectos del cambio climático que ocurren como consecuencia del modelo capitalista depredador[8].»

Sin embargo, y muy contradictoriamente, otro de los grandes objetivos del Plan consiste en «Consolidar el papel de Venezuela como potencia energética mundial»[9]. Para ello propone, como ya se señaló, duplicar los niveles de producción petrolera, especialmente mediante la expansión de la producción en la Faja del Orinoco, llevándola a 4 millones de barriles diarios, y una inmensa expansión en la explotación de gas para llegar a 11.947 MMPCD[10] en el año 2019.

Con esta extraordinaria expansión, que requiere elevadísimos montos de inversión y tecnologías con las cuales no cuenta el país, no solo se acentúa a largo plazo la dependencia de la economía venezolana del petróleo, sino que igualmente se amplía la participación de corporaciones petroleras transnacionales, públicas y privadas, en el negocio petrolero venezolano. En los contratos mediante los cuales se obtuvieron masivos créditos por parte de China se establece que estos serán pagados con petróleo. Esto implica que solo para mantener a futuro los actuales niveles de ingresos fiscales, el Estado venezolano no tendría margen de juego y estaría comprometido a largo plazo a aumentar los niveles de producción y exportación de crudo.

Desde el punto de vista del impacto socioambiental, las consecuencias de este salto en los niveles de producción serían, con toda seguridad, mucho más severas que los devastadores efectos que ha tenido un siglo de producción petrolera en el país, especialmente en el Lago de Maracaibo –el mayor de América Latina–, convertido tanto por las empresas transnacionales como por la empresa estatal de petróleo en «área de sacrifico», en uno de los daños ambientales «colaterales» de mayor escala en la producción petrolífera en todo el planeta. Los depósitos de la Faja del Orinoco están compuestos por petróleos pesados, extrapesados y arenas hidrocarburíferas cuya explotación requiere descomunales volúmenes de agua y genera muchos más desechos tóxicos que la explotación de petróleos más livianos. El país (así como el continente y el planeta) corre el riesgo de que el extraordinario sistema fluvial del Orinoco y su delta sufran las mismas consecuencias que el Lago de Maracaibo.

De esta manera, este proyecto político no puede desprenderse, ni puede siquiera imaginar la posibilidad de desprenderse, de la lógica del petro-Estado rentista y del imaginario de la Gran Venezuela, ahora resemantizado como Venezuela una Gran Potencia Energética. En este programa, lo revolucionario no es alterar la relación de la sociedad venezolana con el petróleo. Lo revolucionario no es otra forma de entender la relación de la sociedad con la naturaleza. Por el contrario, lo revolucionario es profundizar la lógica rentista y el papel del Estado en su función de gran decisor y redistribuidor de la renta. De acuerdo con este programa de gobierno, lo que define el carácter revolucionario de la política petrolera está dado por tres criterios: el Estado captura la renta, se maximiza el valor que se obtiene de esta renta y estos ingresos son utilizados en beneficio del pueblo.

Por último, nuestra política petrolera debe ser revolucionaria, lo cual tiene que ver con quién captura la renta petrolera, el cómo se capta y cómo se distribuye. Según esta visión, no cabe duda de que debe ser el Estado el que controle y capture la renta petrolera, con base en mecanismos que maximicen su valor, para distribuirla en beneficio del pueblo, procurando el desarrollo social integral del país, en condiciones más justas y equitativas. Este es el elemento, se argumenta, que nos diferenciaría de cualquier otra política petrolera[11].

El imaginario del progreso, del papel del petróleo como la palanca que garantizará la modernización del país bajo la dirección del Estado, tiene aquí una extraordinaria continuidad. El siguiente texto de Carlos Andrés Pérez en el acto de la nacionalización del petróleo podría fácilmente ser confundido como expresión del sentido común del imaginario bolivariano de esta nueva ilusión de Venezuela como gran potencia:

«El petróleo venezolano ha de ser instrumento de integración latinoamericana, factor de seguridad mundial, de progreso humano, de justicia internacional y de equilibrada interdependencia económica. Ha de ser también un símbolo de la independencia de Venezuela, de la voluntad nacional y una afirmación de su capacidad creadora como pueblo y como nación. El petróleo venezolano es un encuentro con nuestro destino. Ningún sitio mejor para expresarlo que en presencia de Simón Bolívar quien nos enseñó a creer en nuestro pueblo y supo luchar para demostrar de lo que somos capaces[12]. (Discurso nacionalización del petróleo)»

La confluencia de la lógica del Estado mágico con la lógica leninista de estatismo y vanguardismo, y el estilo carismático/mesiánico del liderazgo de Chávez entra en contradicción, y una y otra vez bloquea el avance de los muy extendidos procesos de participación y organización autónoma de los sectores populares. Es sistemática la dependencia de que «bajen» los recursos del Estado para los proyectos de las comunidades. Se instala una cultura política de culto al «comandante-presidente», a «nuestro líder»; hay referencias permanentes a que se hace algo porque «Chávez mandó», o a «órdenes que tienen que ser obedecidas». Se ha afirmado públicamente que la decisión de definir el proceso bolivariano como socialista la tomó Chávez solo.

Todo esto no puede sino socavar la construcción de una cultura de democracia en la medida en que se hace conciencia colectiva el que por más organización social que se construya, todas las decisiones más importantes se toman en otra parte.

Sobre la base de la misma relación con la naturaleza y sobre el mismo modelo de petro-Estado rentista no es posible producir transformaciones significativas en la sociedad venezolana. Se puede crear un modelo de capitalismo de Estado en el cual la renta esté mejor distribuida y esté dirigida prioritariamente a los sectores sociales antes excluidos. Se pueden lograr mayores niveles de equidad y de reducción de la exclusión, pero no se puede generar la capacidad político organizativa y productiva del conjunto de la sociedad requerida para su transformación. Por esta vía se continuará devastando a la naturaleza y estará negada la posibilidad de hacer realidad la República pluricultural de la cual habla la Constitución.

Para concluir, quisiera aprovechar la oportunidad para destacar que este libro le debe mucho a Julie Skurski, esposa y compañera de vida de Fernando Coronil, con la cual además de sus lazos afectivos, mantuvo durante muchos años una fructífera relación como colegas de investigación, compartiendo intereses comunes, trabajo de campo en Venezuela y un permanente diálogo intelectual.

Edgardo Lander
Caracas, febrero 2013

Notas

1. Entre las contribuciones más importantes a estas críticas radicales al eurocentrismo está la producción del Grupo de Estudios Subalternos de la India, el aporte de teóricos africanos como V. Y. Mudimbe, y los influyentes textos de Edward Said y Martín Bernal. En el contexto latinoamericano Fernando Coronil participó activamente en la construcción colectiva de la perspectiva modernidad/colonialidad, entre cuyas figuras relevantes destacan Aníbal Quijano, Enrique Dussel, Arturo Escobar y Walter Mignolo.

2. Una de las mayores riquezas de este libro es la forma en que se da el diálogo entre la producción teórico- conceptual de las disciplinas académicas de las ciencias sociales y la producción literaria, las artes plásticas y la música popular latinoamericana. El análisis es enriquecido con referencias a autores y obras que no forman parte del canon de las ciencias sociales y que tienen la virtud de mirar las cosas desde otro lugar, a partir de otras perspectivas, desde otras sensibilidades: Jacobo Borges, José Ignacio Cabrujas, Rómulo Gallegos, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier…

3. Álvaro García Linera, Geopolítica de la Amazonía. Poder hacendal-patrimonial y acumulación capitalista, Vicepresidencia del Estado, Presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional La Paz, 2012.

4. Banco Central de Venezuela. Página web. Información Estadística. Exportaciones e Importaciones de Bienes y Servicios. <http://www.bcv.org.ve/c2/indicadores.asp>, Caracas, 2013.

5. La propuesta de Henrique Capriles Radonski está en: Hay un Camino. Petróleo para tu progreso [Hayuncamino.com]. La del programa electoral de Hugo Chávez está en: Propuesta del Candidato de la Patria. Comandante Hugo Chávez para la gestión Bolivariana socialista 2013-2019, Caracas 11 de junio 2012.

6. Propuesta del Candidato de la Patria. Comandante Hugo Chávez para la gestión Bolivariana socialista 2013-2019, op. citado

7. Op. citado, p. 9.

8. Op. cit., p. 9.

9. Ídem.

10. Millones de pies cúbicos diarios.

11. Op. cit., p. 12.

12. Carlos Andrés Pérez, Discurso del presidente de Venezuela en agosto de 1975 por la Nacionalización de los hidrocarburos, Retóricas.com. <http://www.retoricas.com/2010/07/discurso-nacionalizacion-petroleo.html>

13. Para todo poeta siempre es de mañana en el mundo y la Historia es una olvidada noche de insomnio. La Historia y el pavor elemental son siempre nuestro primer inicio, porque el destino de la poesía es enamorarse del mundo a pesar de la Historia.

14. Para una colección de artículos que presentan algunos de estos puntos de vista, véase. Subaltern Studies in the Americas, número especial de Disposition vol. 19, n.º 46, 1994, editado por José Rabasa, Javier Sanjinés y Robert Carr.

15. El presidente Jaime Lusinchi decretó la creación de la Copre el 17 de diciembre de 1984, con el objetivo de promover la democratización del Estado. Para un análisis de la Copre que la ubica en el contexto de diversos intentos de reformar el Estado venezolano, véase Gómez Calcaño y López-Maya (1990: 57-116).

16. Philip Abrams sostiene que el análisis social tiende a reproducir la apariencia divina del Estado como fuerza unificada y autocentrada (1988). En el caso venezolano, esta apariencia se ve reforzada por la riqueza fiscal, que proviene sobre todo de los ingresos petroleros y no de los impuestos, lo que permite al Estado encarnar poderes que parecen emanar de sí mismo. (Para un comentario sobre los puntos de vista de Abrams, véase el capítulo 1). Para el análisis de los efectos intersubjetivos de las relaciones de poder, el concepto weberiano de carisma, en particular en sus versiones más sociológicas y antropológicas (Shils 1965; Tambiah 1984), arroja luz sobre la deificación del Estado. El concepto marxista de fetichismo del Estado abarca la fenomenología del poder político y su dinámica social subyacente. Para un agudo análisis del concepto marxiano de fetichismo, véase Pietz (1993); para un intento de aplicar el concepto de fetichismo al Estado, véase Wells (1981).

17. Sin embargo, Cabrujas reconoce que Gómez marca el inicio de la rápida transformación económica que condujo a la identificación del Estado con el Gobierno. «En Venezuela el Estado es el Gobierno», dice Cabrujas. Esta identificación se produjo de modo tan natural como el «crecimiento» de la economía. Según Cabrujas, desde el gobierno de Gómez hasta el de Luis Herrera Campíns, Venezuela «crecía económicamente casi como los ciclos de la naturaleza», sin ser responsable de su propio crecimiento (1987: 19).

18. De modo similar, un analista sostiene que «culturalmente, Venezuela pertenece a la América Latina; estructuralmente, su economía y sus patrones de estabilidad e inestabilidad se asemejan más a los de otros países productores de petróleo relativamente populosos como Argelia, Irán y Nigeria» (Karl 1995: 34).

19. Examino en detalle la categoría de renta del suelo en el capítulo 1.

20. Para estudios sobre la enfermedad holandesa, véase Corden y Neary (1982); Buiter y Purvis (1980); y Wijnbergen (1984).

21. Siguiendo la línea iniciada por Hegel, pensadores tan diversos como Habermas (1987), Taylor (1989) y Giddens (1987) consideran la modernidad como un fenómeno europeo. Para una crítica de este punto de vista desde una perspectiva latinoamericana, véase Dussel (1993).

22. Estas referencias incluyen figuras de la centralidad de José Martí, Femando Ortiz, Fernando Henrique Cardoso, C.L.R. James, Frantz Fanón y Stuart Hall. Quisiera reconocer públicamente la influencia que también he recibido de autores no académicos provenientes de la literatura (por ejemplo, José Lezama Lima, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos); las artes visuales (los muralistas mexicanos, el pintor cubano Manuel Mendive y los venezolanos Apolinar, Emerio Darío Lunar, Miguel Von Dangel y Jacobo Borges); y, no menos importante, la música popular, en especial la música del Caribe, la cual, gracias a Ortiz, considero una forma de transculturación que afirma la vida.

23. Véase el ensayo bibliográfico de Cooper con respecto a África (1994) y de Mallon con respecto a América Latina (1994).

24. Aunque los estudiosos adscritos a los estudios subalternos han utilizado de manera productiva esta separación entre Europa y el mundo colonial, su empleo conlleva el riesgo de reinscribir las asunciones imperiales que subyacen en el esquema de los tres mundos (para una crítica de este esquema, véase Pletsch 1981). Por ejemplo, Chakrabarty plantea que la historia europea funciona globalmente como la clave para interpretar la historia del tercer mundo, y para ello invoca la famosa analogía de Marx entre la biología evolutiva y el desarrollo social (su idea de que igual que la anatomía humana es la clave para entender la anatomía del mono, las categorías abstractas de la sociedad burguesa son la clave para entender las sociedades anteriores) (1992: 3-4). Esta clave solo se aplica a las sociedades contemporáneas si no ofrecemos resistencia a la negación imperial de su carácter coetáneo, lo que hace que parezcan mantener entre sí una relación evolutiva y no admite que coexisten lado a lado (contra Fabian 1983). El argumento de que «un historiador del tercer mundo está condenado a conocer Europa dado que es la cuna de lo moderno» (Chakrabarty 1992: 19) revela, pero también confirma, el papel ideológico de Europa como la clave indispensable para comprender la realidad interna del tercer mundo. Aun cuando Chakrabarty analiza la efectividad de esta división ideológica entre Europa y sus Otros, el lector puede muy bien preguntarse si la aceptación de esa división no supone el riesgo, al mismo tiempo, de reinscribir la idea de Europa como civilizada («la anatomía humana») y del tercer mundo como salvaje («la anatomía del mono»). He preferido tomar como punto de partida el concepto de transculturación de Ortiz, tanto para problematizar la separación entre primer y tercer mundo como para poner en tela de juicio la idea de Europa como la patria de la teoría (1995).

25. Desarrollo este punto de vista sobre el occidentalismo mediante una elaboración a partir de la obra de Said que se apoya en una evaluación crítica de tres modalidades de representación occidentalistas. Para una importante contribución al análisis de la formación mutua de Europa y sus colonias, véase Cooper y Stoler (1989).

26. A partir de la tipología de la cual se sirve Guha para clasificar a los sujetos subalternos y dominantes, Spivak centra su trabajo en el sujeto subalterno con menos poder para desarrollar su tesis sobre la subordinación como actor político del sujeto subalterno, o, dicho con sus palabras, su incapacidad para «hablar». En una crítica de su argumentación central, tomo los sujetos subalternos intermedios de Guiña para desarrollar una concepción relacional de la subalternidad que utilizo para analizar las transformaciones del Estado venezolano en 1989, cuando sus líderes populistas se convirtieron en defensores del programa de austeridad del FMI (1994; 2000).

27. Este cambio de lo que entiendo por subalternidad, que difiere de lo que significaba para mí el término en trabajos previos (1994), le debe mucho a algunos debates que sostuve con miembros del Grupo de la Playa del Latin American Subaltern Studies Group de Puerto Rico (marzo de 1996), y especialmente a la insistencia de Josefina Saldaña en la alteridad radical de los sujetos subalternos y a la sugerencia de Alberto Moreira de que empleáramos un «registro doble» en nuestro acercamiento a lo subalterno.

28. Tomo este concepto de una conversación con mi amigo Jim Huey.

29. En la primera página de The New York Times del 15 de febrero de 1995 se publicó un artículo sobre este informe. Sobre la idea de que la protección de las especies en vías de extinción no puede adoptarse como un objetivo absoluto, sino que se la debe equilibrar con la promoción de las necesidades humanas, véase Mann y Plummer (1994).

30. Para un análisis clásico del impacto destructivo de la conquista y la colonización de las Américas, véase Crosby (1972).

31. Traducido del inglés. (N. de la T).

32. Esta afirmación excluye subdisciplinas que le atribuyen a la naturaleza una influencia decisiva en los asuntos sociales, como la sociobiología y diversos tipos de determinismos geográficos cuyas categorías cosificadas y lógica reduccionista dificultan la comprensión y desalientan las acciones transformadoras; paradójicamente, estos puntos de vista sobre la naturaleza pueden tener el efecto de inhibir, por temor a resultar asociados a ellos, intentos alternativos encaminados a integrar a la naturaleza al análisis social. Por otra parte, sin que haya sido mi intención, mi caracterización no le hace justicia a un sustancial conjunto de trabajos que arroja luz sobre la compleja unidad que existe entre la sociedad y la naturaleza (realizado por geógrafos, antropólogos ecologistas, críticas feministas) y que incluye muchos estudios que han nutrido este libro, pero que puedo mencionar solo de forma parcial en el presente análisis.

33. Sin embargo, para Jameson los textos del tercer mundo de alguna forma se mantienen fuera del alcance del posmodernismo. Presumiblemente, dado que como expresión de una cultura de resistencia reflejan una realidad premoderna, aún tienen «una tendencia a recordamos etapas superadas de nuestro propio desarrollo cultural en el Primer Mundo» (1986: 65). Para una crítica de la concepción de Jameson de la literatura del tercer mundo, véase Ahmad (1987).

34. Hegel utilizó el concepto de segunda naturaleza para distinguir entre el medio ambiente natural, externo, o primera naturaleza, del medio social pleno de sentido que crean los seres humanos. Según Marx, en las sociedades capitalistas esta segunda naturaleza también aparece como externa a los humanos, dado que estos no controlan las condiciones de su producción. El concepto marxiano del metabolismo entre la sociedad y la naturaleza expresa tanto su unidad fundamental como sus variables diferenciación y separación históricas. Para un análisis del concepto marxiano de naturaleza, véase Schmidt (1971), Smith (1990) y Lippi (1979).

35.