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Niklaus Kuster

Francisco de Asís

El más humano de todos los santos

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Traducción:
Malena Barro

Herder

Título original: Franziskus

Traducción: Malena Barro

Diseño de la cubierta: Claudio Bado y Mónica Bazán

Edición digital: José Toribio Barba

© 2002, Verlag Herder Freiburg im Breisgau, Alemania

© 2003, Herder Editorial, S. L. , Barcelona

1. ª edición digital, 2015

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3174-6

Depósito legal: B-16071-2015

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

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ÍNDICE

PRÓLOGO

I. APUNTES SOBRE SU VIDA

1. VIDA EN ASÍS

El despertar de una pequeña ciudad antes de 1200

El ambicioso hijo de un mercader

Sueños de caballero

«… como si Cristo no existiese»

Hacia arriba y hacia abajo

El abrazo de un leproso…

… y el encuentro en San Damián

Un nuevo padre

Proceso ante el obispo

2. DE PENITENTE A HERMANO

Rodeo por Gubbio

Años eremíticos

La vida de los apóstoles

Los primeros compañeros

Nuevos horizontes peligrosos

El viaje a Roma

Encuentro con Inocencio III

Fratres minores

La hermana Clara

3. MISIÓN A LOS LÍMITES DE LA TIERRA

Una interesante relación de viaje

Los hermanos en torno a 1216

Provincias y nuevas tierras

Un año agitado en Egipto y Palestina

Crisis de desarrollo y renuncia a la dirección

El «capítulo de las esteras» de 1221

Primeras casas y primeros estudios

Frailes menores al norte de los Alpes

La lucha por la Regla

4. EL SANTO VIVIENTE

Fidelidad a la forma original de vida

Entre la ciudad y el eremitorio

Hechos, palabras y escritos

Criatura de Dios desde el pesebre a la cruz

Cántico de las criaturas

El Pobrecillo y los pobrecillos

Médicos y caballeros

La señora Jacoba y la hermana Muerte

Una iglesia sepulcral de piedra y legados vivientes

II. ESPIRITUALIDAD

5. UN PADRE EN EL CIELO Y SU MUNDO FRATERNAL

«Uno es vuestro padre»

Despedida de los padres humanos

Renuncia al modelo patriarcal en la Iglesia

Mi pater sancte – el abba Jesús

Secreto inefable

Una letanía franciscana del Nombre de Dios

Rasgos femeninos en la experiencia divina

Proximidad del Padre y Creador

Una creación fraternal

6. JESUCRISTO Y UNA SOCIEDAD HUMANA

«Dado que Cristo existe»

Muchos nombres para un solo Cristo

Intimidad con Cristo

Introducción en la vida del Evangelio

Imitación en la fantasía del amor

La «pobreza del Señor Jesucristo»

Desde el pesebre a la cruz

Una amiga y las compañeras de Jesús

Una hermandad socialmente profética

7. EL ESPÍRITU DE DIOS Y UNA IGLESIA VIVA

«Inspiratio divina»: guiado por el Espíritu de Dios

«Dios es Espíritu» y hay que contemplar a Cristo «en el Espíritu»

Una «Carta Magna» de la fraternidad cristiana

La morada de Dios: María y la Iglesia

La Iglesia como pueblo de Dios y comunidad

Estructuras de la Iglesia y dignatarios

Historias críticas eclesiásticas

Amor a la Iglesia y «amor al amor»

La fraternitas: ¿una «Iglesia en la Iglesia»?

III. ACTUALIDAD

8. TRASPASAR FRONTERAS

«Alegría verdadera» o acerca del éxito, el desarrollo y la expansión

Esperanza universal o ¿por qué no existen enemigos?

«Vivir entre sarracenos» o acerca de la convivencia de las religiones

«Mi manto es un préstamo» o cuando el más pobre se convierte en referencia

«Siguiendo las huellas de Jesús» o de los propios peligros de la Iglesia

«Hermano Cuerpo» o acerca de la relación con la sexualidad

«Pobre en cosas y rico en vida» o la rica libertad del Evangelio

«Hermana Agua» o una nueva visión de la Creación

«Hermana Muerte» o cuando la muerte se convierte en esperanza

FUENTES

BIBLIOGRAFÍA SELECTA

GLOSARIO

 

PRÓLOGO

Es una noche de verano en Asís. Los jóvenes cantan en la plaza. Sus corros invitan a bailar. Jóvenes provenientes de Francia, una estadounidense bien alimentada, un grupo de delicadas japonesas, chicos de Nápoles y dos abueletes alemanes se ponen en movimiento. Se dan las manos y giran. Esta escena vespertina es típica de la ciudad. Una pareja ha buscado un rincón tranquilo allá en lo alto, sobre los viejos tejados. Juegan al pie del castillo, sumergidos en el encanto del amor de juventud. Las luciérnagas en vuelo resplandecen entre cañas y amapolas. Los dos saludan al fratello como en un sueño y se sumergen de nuevo en su mundo maravilloso. Una última escena: a medianoche, Franca cierra su bar con terraza. Sólo unos pocos huéspedes se han perdido esta noche por las estrechas callejuelas de los barrios bajos de la ciudad. No obstante, canta mientras limpia las mesas húmedas de rocío, vacía los ceniceros y recoge la basura. Su satisfacción no se mide por las consumiciones.

Noche de verano en Asís, que todavía hoy se presenta como la ciudad de Francisco. Su famoso hijo nació en un mundo que muchos sienten como un paraíso. Pero los paisajes encantadores, las callejuelas medievales y la alegría de vivir italiana no explican por sí solos la causa de por qué personas de todo el mundo viajan hasta Asís ni por qué los extraños se muestran tan abiertos entre ellos. En ninguna otra ciudad se canta tanto ni en tantos idiomas en las plazas. En el año 1986, por primera vez en la historia, representantes de las más diversas religiones del mundo oraron juntos en Asís por la paz. Hoy mismo, mientras escribo estas líneas, vuelven a orar, aun más preocupados, en mayor número y con más decisión. Con motivo de la catástrofe terrorista de NuevaYork, de la guerra de Afganistán y las consignas de una cruzada contra todos los «enemigos del mundo libre», manifestaron aquí la misma convicción que condujo a Francisco de Asís –hará pronto 800 años– hasta el campamento militar del sultán Melek el-Kamel: no serán las armas ni las cruzadas, sino la confianza nacida de Dios y en cada ser humano la que erradicará en definitiva el odio y la violencia del mundo. Con más energía que nunca, el Planeta Azul pide por un cuidado común en favor de la creación y por la dedicación de todos a la paz. No es casual que sea en la pequeña ciudad de Subasio donde los representantes religiosos hagan una llamada común: un lugar en el que personas de todos los países, idiomas y generaciones experimentan su armonía interna con más claridad que en ningún otro lugar.

Este libro recrea el retrato espiritual de un ser humano, Francisco, que se hizo llamar sencillamente fratello Poverello (fray Pobrecillo). Su historia personal nos conduce hasta el mundo medieval de Umbría, en el que surgen nuevas ciudades y poderosos gremios derrocan a la nobleza. Sólo lejanos en apariencia, aquellos tiempos demuestran ser la aurora de nuestra propia época. Una libertad insospechada y un comercio floreciente, ganas de viajar y sed de conocimientos, la construcción de imponentes casas-torre y fiestas desenfrenadas, el encanto de la moda y la vida «en la plaza» contrastaban duramente con la pobreza social, las guerras crueles y una Iglesia ajena a la vida. Francisco buscó primero su camino solo y, después, con una fraternitas de nuevo estilo. Una prolongada búsqueda de Dios transformó su visión del mundo, le impulsó a dedicarse a la sociedad humana y le hizo reformar la Iglesia de arriba abajo. Su nueva vida se inició con una sorprendente experiencia de Cristo, que hizo del ambicioso mercader un sencillo hermano. Con su amor al mundo, la profundidad de sus fuentes y la libertad en su vida, Francisco se ha convertido en definitiva en un reto para unos y, para otros, en el acompañante espiritual en la búsqueda del sentido de nuestro tiempo. Y va mucho más allá del cristianismo.

H. Niklaus Kuster

24 de enero de 2002,
Segunda Jornada de Oración por la Paz de las Religiones del Mundo en Asís

 

I
APUNTES SOBRE SU VIDA

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1.
VIDA EN ASÍS

Nos encontramos a Francisco como hijo de una región paradisíaca, como vástago de una pequeña ciudad encantadora y como retoño de una burguesía consciente de sí misma. Ambicioso y mimado por la vida, descubre sólo como mercader con éxito los aspectos sombríos de su mundo. El camino de salida de la crisis conduce, después de una búsqueda existencial durante años, a la ruptura con su gremio y su ciudad. Por último, dos años como eremita le llevan hasta la senda de una nueva vida. Aun cuando desde entonces recorra descalzo toda Italia y medio área mediterránea, seguirá siendo un hijo de Asís. La montañosa ciudad de Umbría ha marcado a Francisco. En sus años mozos, experimenta el despertar de la cultura urbana, comparte la revolución burguesa y se beneficia del capitalismo temprano, que se encuentra en el alba de la modernidad. Sin embargo, su distanciamiento de la vida como mercader no le lleva a despreciar este mundo, sino que inicia un diálogo apasionado con él: a través de la vida, a través de una carrera hacia abajo y una prédica que habla con el lenguaje de la plaza en la concreta vida cotidiana de los seres humanos.

El despertar de una pequeña ciudad antes de 1200

A pesar de que Asís fuese una ciudad pequeña en el siglo XII, disfrutaba de la simpatía y la dedicación personal del emperador de la casa Hohenstaufen. Federico I Barbarroja concedió privilegios en el año 1160 a la antigua y pequeña ciudad, situada en el límite occidental de su ducado de Espoleto, colocándola bajo su protección directa como condado. Sólo algunas décadas antes, la antigua ciudad umbriana había resurgido de la decadencia iniciada por godos y longobardos durante la invasión de los bárbaros y que había quedado sellada definitivamente con las incursiones de los carolingios. En el siglo XI, la construcción de la iglesia de San Rufino anunció el nuevo despertar de la antaño floreciente Asís. Como en toda Europa, también la población italiana crecía como consecuencia de un clima más cálido, mejores métodos de cultivo y una alimentación más equilibrada. Este impulso en el desarrollo condujo al renacimiento de la cultura urbana. En medio del mundo rural feudal de la alta Edad Media, surgieron pequeñas ciudades vitales, en las que flotaba un espíritu nuevo. El «aire urbano da libertad», porque libra a los seres humanos de la servidumbre y las relaciones feudales, los libra de la gleba y los estrechos castillos, uniéndolos en un nuevo entramado social para formar un íntimo destino común. Gremios y oficios artesanales, mercados y comercio recuperan la economía financiera. Tanto los viajes comerciales como la formación amplían un horizonte rico en perspectivas y favorecen el intercambio de ideas. Pronto, la burguesía en ciernes anhela tener parte en el poder, de acuerdo con su importancia económica. Después de las grandes ciudades, hacia finales del siglo XII, también los pequeños centros conquistaron en el centro de Italia la autonomía administrativa municipal. Nobles y obispos vieron cómo las ideas republicanas acotaban sus privilegios de soberano.

Francisco nace en esta época agitada y palpitante del cambio. Poco antes de su nacimiento, la pujante y pequeña ciudad de Asís ya había emprendido un primer intento de sacudirse de encima el dominio extranjero alemán. Como consecuencia de ello, en el año 1174 Barbarroja ordenó a uno de sus jefes de ejército, el arzobispo Cristiano de Maguncia, que marchase contra la pequeña ciudad de Subasio. Después de un acoso eficaz, tuvo la inmensa suerte de eludir el destino de Espoleto, a la que hacía menos de veinte años antes habían devastado a sangre y fuego para tener que volver de nuevo bajo la férula imperial. Después de las derrotas de Barbarroja en la Lombardía, su hijo Enrique tiene que ocupar una vez más la ciudad de Perusa en el año 1186. El duque Conrado I de Espoleto, un partidario del Emperador proveniente de la ciudad suabia de Urslingen (la actual Irslingen bei Rottweil), asumió como duque de Asís la vigilancia de una burguesía cada vez más consciente de sí misma. Incluso el Duque residió por temporadas en la Rocca imperial, por encima de la ciudad de Subasio, de clima más agradable. El traslado de la vida económica, social y cultural del campo a la ciudad obligó también a la nobleza local a mudarse de sus residencias rurales a las casas-torre. Los clanes aristocráticos poblaron la parte alta de la pequeña ciudad de Asís. Como sus latifundios les parecían una señal de la bendición celestial, dieron por llamarse boni homines (buenos hombres), que estaban como maiores por encima de los ciudadanos. Éstos, como minores y homines populi (gente del pueblo), tenían que limitarse a la parte baja de la ciudad. «¡El orden es lo primero!» Y mientras un duque alemán vele por la ciudad, ésta seguirá siendo dominada por los nobles, al menos políticamente.

El ambicioso hijo de un mercader

Francisco llega al mundo en la parte baja de la ciudad. Su familia se encuentra entre las más ricas de Asís. Su padre forma parte del gremio de mercaderes. Con la producción de su propio paño de lana, el comercio con artículos de lujo, pero también con el préstamo de dinero, su familia ha adquirido un patrimonio considerable. Pedro de Bernardone tiene en propiedad, al menos, cinco casas, así como terrenos en las inmediaciones. Sólo en la tradición oral posterior se dice que su mujer procede del sur de Francia, lo cual sigue siendo dudoso, pues otra tradición afirma que Pedro la conoció en Lucca. El origen de la madre de Francisco se puede demostrar tan poco como que su nombre fue Pica, del que se dio testimonio sólo más tarde. En 1182, nace el primer hijo del matrimonio. El hecho de que la madre hiciese bautizar al pequeño Juan inmediatamente después del nacimiento, aunque no con el nombre del padre ni el del abuelo Bernardone, sugiere que la fecha de nacimiento fue el 24 de junio, día de San Juan. En esos momentos, Pedro está de viaje por Francia. La importación de tejidos costosos desde el sur de Francia y su venta en los mercados del valle de Espoleto contribuye de manera esencial a la prosperidad de la casa comercial. Regresa como padre feliz y sostiene por vez primera a su hijito en brazos, pero le cambia el nombre por el de Francisco. Los codiciados tejidos franceses se llaman panni franceschi. El nuevo nombre recuerda un paño costoso y sugiere riqueza, elegancia y negocios prósperos. Pero, en aquel entonces, también son «franceses» la nueva poesía, la cultura cortesana y las canciones de trovador, admiradas por los comerciantes italianos. El pequeño Francisco oirá hablar de la legendaria mesa redonda del rey Arturo y, siendo adolescente, se ejercitará en el comportamiento caballeresco. Incluso ya adulto, cuando rompe con la mentalidad capitalista temprana de su gremio, se lleva con él la hidalguía y el arte trovadoresco a una vida completamente distinta. Sin embargo, hasta entonces tendrán que transcurrir muchos años llenos de sol y acontecimientos.

Con prudencia, Pedro prepara a su primer hijo para la profesión de mercader. En la iglesia parroquial de San Jorge, Francisco recibe una educación básica rudimentaria. Dentro del círculo de hijos privilegiados, aprende a leer, escribir y calcular, además de adquirir conocimientos elementales de latín. Por entonces, los notarios escriben en latín, pero también los acuerdos comerciales y los contratos de compra-venta se redactan en este idioma. Además, la baja latinidad sirve para el entendimiento internacional. Francisco también aprende de su padre el provenzal, la lengua de los contactos comerciales más importantes con la Francia meridional. Con todo ello, la formación del joven respondía por completo a las necesidades del estamento burgués dirigente. No obstante, según sus propias palabras, Francisco se quedó iletrado e ignorante: «idiota et ignorans» (Test, CtaO).

A los catorce años, el hijo del mercader llega a la mayoría de edad. Por tanto, en 1196, tiene que jurar por primera vez ante la nobleza de Asís y ante el duque alemán su obligación de servidumbre personal en la Rocca. Al mismo tiempo, ingresa en el gremio de su padre, que dirige todos los demás gremios, pues está por encima de los gremios artesanales de zapateros, tejedores, sastres, herreros, picapedreros, carreteros, panaderos y carniceros. En su gremio, Francisco se convierte en un hábil mayorista. Ángel, su hermano menor, es menos trabajador. Por eso, las esperanzas de los padres están puestas en su primogénito, que promete continuar con talento la floreciente casa comercial de Pedro de Bernardone. Quizás el padre llevó a su hijo también a los viajes de comercio por los centros de la producción textil en el sur de Francia. La alegría con la que Francisco habla «francés» de manera espontánea o cómo canta una melodía trovadoresca del Languedoc se explica mejor con estos contactos directos. A la vez que el vástago sigue con éxito y ambición el ejemplo de su padre en el negocio, en sus horas de ocio se muestra mucho más voluptuoso y liberal que Pedro. La Leyenda de los Tres Compañeros, una de las colecciones de originales más fiables, perfectamente familiarizada con la vida cotidiana de Asís, recuerda: «… dado a juegos y cantares, de ronda noche y día por las calles de Asís con un grupo de compañeros; era tan pródigo en gastar, que cuanto podía tener y ganar lo empleaba en comilonas y otras cosas» (TC 2).

A los padres no les disgustaba la prodigalidad de su primogénito: ropas extravagantes y presencia elegante, costumbres cortesanas y la renuncia a lo plebeyo, a cualquier palabra soez, finesse en la conducta y el lenguaje, así como magnanimidad hacia pequeños y pobres. Todo esto le auguraba un gran futuro en la pequeña ciudad. El hijo alegre y derrochador hace carrera primero en la «comunidad de bailarines», que representaba obras de baile profanas y religiosas a lo largo del año. Aquí se festeja el despertar de la primavera con tanto alborozo como más adelante la vendimia, bajo el signo de Baco. La fantasía y el dinero convierten a Francisco en el animador de estas fiestas. Toda su vida seguirá siendo bailarín, poeta y juglar, se presentará como un «trovador», gustará de poner en escena su mensaje con pasión y, por último, también bailará durante sus prédicas.

A los 16 años, el joven comerciante será testigo de un primer año fatal en su ciudad natal, que marcará toda su vida. El emperador Enrique VI, hijo de Barbarroja, cae víctima de una plaga a finales de 1197 en el sur de Italia. Su hijo Federico tiene sólo tres años. Por tanto, Asís aprovecha hábilmente el vacío de poder que se ha producido. Cuando el duque alemán de Espoleto se somete en 1198 al flamante papa Inocencio III y tiene que ceder a su presión, los ciudadanos asaltan la Rocca antes de la llegada del nuncio apostólico. Sin duda, Francisco ha participado también en esta destrucción. Con las piedras del castillo de los Hohenstaufen, se ampliarán las murallas de la ciudad y se reforzarán las puertas, clara señal de que Asís defenderá con decisión su libertad reconquistada. Al año siguiente, se desatará la guerra civil dentro de estas murallas. Las tensiones entre maiores y minores se agudizarán. Los ciudadanos, a los que Asís debe su prosperidad económica, se imponen ahora también políticamente y establecen un orden municipal democrático. Los nobles que no se dobleguen ante la nueva Comuna serán expulsados de la ciudad. En la parte alta, las orgullosas casas-torre arderán en llamas, en tanto que sus habitantes tendrán que huir hacia sus posesiones rurales. A comienzos del año 1200, algunas familias aristocráticas se trasladan hasta la más segura Perusa, para actuar desde allí contra Asís.

Sueños de caballero

Inmediatamente después de la revolución burguesa descrita, se agudiza la vieja rivalidad entre la poderosa ciudad etrusca de Perusa y la más pequeña de Asís. Como hombre joven, Francisco participa en las primeras asambleas populares del municipio. Vive la entusiasta partida de una ciudad que tomará decisiones democráticas en el futuro y se hará gobernar por cónsules elegidos anualmente. Un pensamiento decididamente demócrata caracterizará más tarde el movimiento franciscano de los «frailes menores» en sus reuniones, su búsqueda en común de un camino y la estructura de funciones. Sin embargo, quedémonos aún en Asís, cuyo nuevo centro vital será ahora la Plaza de la Comuna. En sus cercanías, Pedro de Bernardone posee dos casas. La familia se instala en el nuevo centro urbano. Las tensiones externas que experimenta el talentoso hijo no reducen su ambición ni su placer por la vida. Aprende a hablar en las asambleas populares, se perfila como mercader, baila por las noches con los amigos por las callejuelas, cabalga con hermosas telas hasta el gran mercado de Foligno y sueña audaz con un gran futuro. La riqueza de su casa y la influencia de su familia deberán unirse con la elegancia cultural de la nobleza privada del poder. Para ascender en la orden de caballería, el joven comerciante está obligado a cumplir tres condiciones esenciales: tiene que permitirse poseer caballo y armadura, debe comportarse como un caballero en todo y, particularmente, ante los necesitados; por último, ha de distinguirse también en la lucha. Ya cumple las dos primeras condiciones. Lo que falta aún es la confirmación intrépida en la guerra. Pero muy pronto se ofrecerá una oportunidad para conseguirla en las contiendas urbanas contra Perusa. Supuestamente en el otoño de 1202, se produce un sangriento encuentro entre Asís y su rival. En Collestrada, a orillas del Tíber, Francisco vive la derrota de Asís como una debacle espantosa. El hijo de Pedro ha luchado a caballo y tiene ahora que pasar caminando con los hijos de ricos y prominentes ante los amigos caídos en dirección a la cárcel de Perusa. El cautiverio dura más de un año. Sólo el pacto de noviembre de 1203 entre los boni homines y los homines populi permite el regreso de los prisioneros y trae consigo un revés político para los ciudadanos de Asís. Sus compañeros recuerdan que Francisco soportó asombrosamente bien la oscuridad, la miseria de los hacinados y el terror psíquico en la cárcel (TC 4). Sin embargo, tras su regreso, cae postrado a causa de una larga enfermedad, que arroja sombras oscuras sobre su vida, tan colorida hasta entonces. El primer biógrafo narra cómo Francisco retorna a la luz de Asís después de meses en la oscuridad: apoyado sobre una muleta, con la que tendrá que recuperar nuevas fuerzas (1 C 3).

Francisco retoma su vida anterior. Sin embargo, la ciudad parece haber perdido su esplendor. Algunos meses después, el joven oye hablar de un legendario jefe de mercenarios, que lucha por encargo del Papa contra la anarquía en el intranquilo sur de Italia. En la primavera de 1205, cuando un noble de Asís desea incorporarse a esta campaña de Apulia y busca gente que le acompañe, Francisco se prepara una segunda vez para la guerra. Todavía lejos del campo de batalla, sueña con una noble casa-torre llena de armas. Sus grandes sueños ambiciosos se entremezclan con la conducta caballeresca en la vida cotidiana. Así, el joven comerciante parece haber regalado su armadura a otro noble empobrecido, permitiéndole de esta manera participar en la campaña. En su ciclo de frescos biográficos, Giotto dejó para la eternidad el sueño del palacio y el encuentro con el caballero. Sin embargo, los audaces sueños de caballos, monturas, escudos y espadas bastarán sólo para dos días de cabalgada. Una intranquila noche en Espoleto determinará que este joven de veintitrés años se decida a regresar. Entre sueños, una voz interior le pregunta por qué corre tras siervos y no sirve a su Señor. Por aquella época, se está adornando la fachada de la catedral de Espoleto con un imponente y monumental mosaico frontal, que representará a Cristo como Pantocrator en un trono dorado. ¿Es este Señor, el Señor del universo, el que habla en su interior?

«… como si Cristo no existiese»

Cum essem in peccatis:con estas cuatro palabras, el que más tarde se convirtió en santo definió en el año 1226 lo que había sido su vida hasta entonces. El historiador Raoul Manselli interpreta este giro en el sentido de una vida sin Dios. Es cierto que, siendo niño, Francisco aprendió a leer y escribir, además de latín, en la escuela parroquial con el salterio. Sin duda alguna, participó en los usos y costumbres religiosos de la ciudad y, los domingos, asistía también con su familia al oficio de la misa. Pero el lejano Dios del Románico no llega a la vida cotidiana de los ciudadanos. Como Señor del universo, servido por el sol y la luna, aparece en el portal de la nueva iglesia de San Rufino, imperando en las alturas sobre la tierra y los seres humanos. ¿A quién asombra que este Rey de reyes y Señor de todos los poderes se mantenga inaccesible y no ejerza ninguna influencia sobre el destino de ajetreados ciudadanos? De hecho, cuando actúa despiadadamente en su negocio y arroja fuera a un pobre mendigo, Francisco no reacciona conforme a los consejos de la moral eclesiástica o a las parábolas bíblicas. Su ideal caballeresco se aflige por la magna rusticitas (rudeza campesina) mostrada, en contraposición al trato noble cortesano (curialitas, cortesia). Tras el regreso desde Espoleto a Asís, el joven mercader prosigue su vida cotidiana. Sin embargo, se manifiesta ahora el desasosiego que conmueve su interior desde las sombrías experiencias de guerra, cárcel y enfermedad. Ni el negocio ni las propiedades, ni el saber ni el encanto, ni los amigos ni los médicos habían podido impedir que su vida cayese en una sima sin fondo. Voces provenientes de esa oscuridad se dejan escuchar ahora y no encuentran respuesta. ¿De qué sirven las ropas a la moda cuando te quedas desnudo y vacío interiormente? ¿Para qué valen las fiestas con amigos cuando abandonan tu alma con terribles recuerdos y preguntas atormentadoras? ¿Qué ayuda representan la riqueza y la habilidad política del padre cuando la enfermedad le ha abocado a un precipicio? Francisco da un paso importante. Como siente que huye de sí mismo, se plantea preguntas y comienza a buscar en medio de su realidad. Lucha por conseguir respuestas, por valores y por una vida que sirva realmente para algo. Intuye que ningún señor humano podrá mostrárselo: sólo Dios, aun cuando parezca estar tan lejos de él…

Hacia arriba y hacia abajo

En sus ganas de conseguir una nueva alegría de vivir y un sentido más profundo, Francisco se convierte primero en un ser desamparado que busca. De vez en cuando, sale a hurtadillas de la ciudad. Desde la falda del Subasio, mira hacia abajo, hacia Asís, su mundo y sus experiencias. Con el tiempo, descubre en los bosques cuevas donde puede retirarse. Su semioscuridad hace bien a su mundo interior (1 C 6). Por esta época, es probable que el mercader comience a decir aquella oración que permite reconocer por vez primera un oído atento a la anunciación eclesiástica y que le acompañará durante meses:

Altissimo glorioso Dio,

illumina le tenebre de lo core mio

et dame fede dricta,

sperança certa e caritade perfecta,

senno et cognoscemento,

Signore, che faça

lo tuo santo e verace commandamento.

Amen.

En el sentido literal, las palabras transmitidas del alto umbriano se traducen así:

Altísimo y glorioso Dios,

ilumina las tinieblas de mi corazón

y concédeme una fe que guíe,

una esperanza que me sostenga

y un amor que nada excluya.

Permíteme sentir quién eres tú, Señor,

y reconocer cómo cumplir tu mandato.

Caminos hacia arriba, hacia los bosques, y horas de tranquilidad, estas palabras significan una dirección de búsqueda. Pregunta por el «Altissimo e glorioso Dio» y espera recibir respuesta del Dios románico, que reina «radiante sobre todo». La otra dirección de búsqueda conduce hacia abajo. Sólo ahora conoce el hijo de Pedro el otro Asís: las oscuras callejuelas de pobres y oprimidos, el destino del nuevo proletariado, la miseria de los enfermos, los mendigos y pordioseros en los suburbios urbanos. Los compañeros recuerdan sucesos insólitos en la vida del mercader, que ahora merodea cada vez con mayor frecuencia lejos de la plaza, en el mundo sumergido de las callejuelas más recónditas. Un día, pone muchos panes sobre la mesa familiar, para llevarlos después a los mendigos y dispensar pequeñas fiestas también para los pobres.

En el año 1205, durante la peregrinación anual a Roma de la familia y los amigos, se produce un escándalo en la iglesia de San Pedro. Gentes que no se privan de ningún lujo han arrojado sólo las monedas más pequeñas de cobre a los mendigos que hay en el portal de la antigua basílica. Francisco se avergüenza de esta insensibilidad hasta el punto de que deja caer estrepitosamente sobre la tumba del Príncipe Apóstol todo su dinero para el viaje. Pero no es bastante: sus posteriores compañeros relatan que después intercambió sus ropas con un mendigo y que, durante el resto del día, se sentó entre los pobres vestido con harapos para mendigar de incógnito «en francés» (TC 9-10). Si fue un festejado rey del jolgorio hasta hace poco, el comerciante parece ahora a sus jóvenes compañeros de gremio primero como un enamorado, pero después como alguien cada vez más ajeno a ellos. Su búsqueda de sentido le distancia de la familia y del negocio, le conduce a lugares tranquilos y aislados, así como a las covachas de los mendigos. La vida en el centro urbano ha perdido sus últimos colores. Francisco se plantea las cuestiones sombrías de su alma y, al hacerlo, en las cuevas solitarias y con la experiencia de los pobres, experimenta horas luminosas en el reino de las sombras.

Han transcurrido cuatro años desde la guerra; tres, desde la cárcel; dos, desde su enfermedad y uno, desde Espoleto. El creciente desgarramiento entre la tienda de paños y los barrios bajos de la ciudad, entre banquetes y grupos de mendigos, entre la colorida plaza y las cuevas solitarias, entre el plan familiar para una carrera y el anhelo indescriptible, le obliga a un cambio. Pero ¿cómo y hacia dónde? Francisco conserva aún el pasado y, al mismo tiempo, avanza tanteando hacia un mundo nuevo.

El abrazo de un leproso…

Ninguna voz desde las alturas, ni del cielo ni del púlpito, trae la respuesta a su búsqueda de sentido (Test). En cambio, la comunicación con las personas y el valor para el silencio le abren puentes hacia ámbitos desconocidos hasta entonces. En contacto con los marginales y con un secreto profundo, Francisco recupera la alegría de vivir perdida y sigue avanzando a tientas. En el repentino encuentro con un leproso, se produce una primera manifestación.

En la revisión retrospectiva de su vida, el Santo reconoce el asco desagradable que ha sentido como comerciante ante los enfermos de lepra. Comparte esta repugnancia con toda la ciudad medieval. Esta enfermedad se introdujo en Europa como consecuencia de las cruzadas, donde se propagó con rapidez, causando un pánico creciente como «plaga» desconocida. Incluso los más mínimos síntomas de la enfermedad o sólo una leve alteración cutánea bastan para arrancar a personas de cualquier edad de su familia o su vida profesional. Si el médico confirma la sospecha de lepra, este diagnóstico equivale a una sentencia de muerte social. Estos desgraciados tienen que vestir una túnica especial de penitente y despedirse de la ciudad en una especie de liturgia mortuoria. En el futuro, tendrán que vivir en las afueras, en leprosorios u hospitales de incurables, además de hacer penitencia por los pecados supuestamente cometidos y por los que Dios les ha castigado tan duramente. Si los bienes del hospital de incurables y las limosnas habituales no bastan para su mantenimiento, podrán mendigar a la orilla de los caminos. Sin embargo, la aproximación a los sanos se impide con multas y sanciones gravosas. Por eso, los leprosos tienen que llevar consigo una carraca para advertir a las personas que se acercan y mantener una distancia.

Un día de invierno de 1205-1206, mientras Francisco cabalgaba, se topó inesperadamente en la llanura con un leproso pero el estrecho camino no permitía hacerse a un lado. No podía limitarse a arrojar una limosna a la lastimosa figura y desaparecer. Los futuros compañeros lo relataron así: Aunque «el profundo horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y, habiendo recibido del leproso el ósculo de paz, montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino. […] A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos, y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su limosna, al tiempo que les besaba la mano. Al salir del hospital, lo que antes era para él repugnante, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. De tal manera le echaba atrás el ver los leprosos, que, como él dijo, no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta el acercarse al lazareto. Y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose las narices con las manos. Mas por la gracia de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos, que, como dice en su testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía» (TC 11).

También Francisco interpretó sus primeros encuentros humanamente próximos con leprosos como el cambio decisivo en la época de su búsqueda de sentido. Revisando retrospectivamente su vida, reconoció que fue el propio «Altísimo» el que le permitió estas experiencia en las profundidades:

Viví durante veinte años

como si Cristo no existiese.

Por entonces, me repugnaba y amargaba

Orans

También Francisco se encuentra ante un drama. Durante un mes, se toma tiempo en su escondrijo para prepararse para el conflicto familiar. En la quietud, se confirma la decisión de «abandonar su mundo» burgués (exire de saeculo). El Crucifijo de madera de San Damián mantiene presente ante él la relación de Jesús con la ira humana: desnudo y sin violencia, todo amor y con un buen padre velando por él. También Francisco deposita en este Padre toda su confianza, como demostrará muy pronto el enfrentamiento público con su padre biológico.

Proceso ante el obispo

Los futuros compañeros, también ciudadanos de Asís, describen cómo el hijo huido de Pedro de Bernardone es recibido en la ciudad después de muchas semanas de ausencia: «… al verlo los que anteriormente le habían conocido, lo afrentaban villanamente, llamándolo loco y demente, y le arrojaban lodo y cantos de las plazas. […] El rumor de estos sucesos corría por plazas y barrios de la ciudad, y no tardó en llegar a oídos de su padre. […] Y, sin guardar la menor moderación, se arrojó sobre él […] Y conduciéndolo a su casa, lo encerró durante muchos días en una cárcel tenebrosa, y puso todo su empeño en convencerlo con argumentos y azotes» (TC 17). Pero la madre aprovecha una ausencia de Pedro y libera al hijo, que vuelve a San Damián. Cuando el padre regresa, «ensartó pecados a pecados, desatándose en improperios contra su esposa. Después se presentó en el palacio del común y formuló querella ante los cónsules contra su hijo». Un pregonero urbano cita a Francisco en el Palacio de los Cónsules, próximo a la nueva catedral, en la calle de Santa María de las Rosas. Sin embargo, no obedece la orden de comparecer, alegando que él «por la gracia de Dios era ya libre y no estaba bajo la jurisdicción de los cónsules, porque era siervo del solo altísimo Dios» (TC 19). Esto, a su vez, obliga a las autoridades municipales a remitir al iracundo comerciante con su dramática cuestión familiar al obispo. El obispo Guido I era un hombre inteligente y decidido defensor de la libertad eclesiástica. Por intermediación de un mensajero, hace venir a Francisco desde San Damián, la pequeña iglesia que está subordinada directamente a él. A continuación, se celebra una sesión pública del tribunal delante del palacio episcopal, en la parte baja de la ciudad. Guido da prueba de estar informado y muestra una comprensión asombrosa hacia el hijo. Al mismo tiempo, apela –al menos indirectamente– a la conciencia del iracundo padre, que reclama todo el dinero obtenido de la última cabalgada al mercado. Ante la gran asamblea, da a Francisco el siguiente consejo: «Tu padre está enojado contra ti y muy escandalizado. Si, pues, deseas servir a Dios, devuélvele el dinero que tienes; y como quiera que, tal vez, esté adquirido injustamente, no es agradable a Dios que lo entregues como limosna para obras de la Iglesia, debido a los pecados de tu padre, cuyo furor se mitigará si recibe ese dinero. Hijo, ten confianza en el Señor […], porque él […] te proporcionará con abundancia todo lo que necesites». A continuación, Francisco escenifica una acción radical. Desaparece un momento en el palacio, para comparecer desnudo ante el obispo, la asamblea y su padre, pronunciando las trascendentales palabras: «Oídme todos y entendedme: hasta ahora he llamado padre mío a Pedro Bernardone; pero como tengo propósito de consagrarme al servicio de Dios, le devuelvo el dinero por el que está tan enojado y todos los vestidos que de sus haberes tengo; y quiero desde ahora decir: Padre nuestro, que estás en los cielos, y no padre Pedro Bernardone». Mientras el pueblo llora y el padre terrenal se marcha conmocionado con los vestidos y el dinero, el obispo Guido I acoge en sus brazos al desheredado y cubre su desnudez con su propio manto (TC 20).