EL PALACIO MALVADO

V.1: septiembre, 2017


Título original: Twisted Palace

© Erin Watt, 2016

© de la traducción, Tamara Arteaga, 2017

© de la traducción, Yuliss M. Priego, 2017

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2017

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Meljean Brook


Publicado por Oz Editorial

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-16224-76-0

IBIC: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita utilizar algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

EL PALACIO MALVADO

Los Royal. Libro 3

ERIN WATT

Traducción de Tamara Artega y Yuliss M. Priego



1







A los lectores que se enamoraron de esta serie.

Vosotros hicisteis que esta historia cobrara vida

como nunca podríamos haber imaginado. Gracias.




Agradecimientos

Cuando empezamos a escribir La princesa de papel en otoño de 2015, lo hacíamos para nosotras. Nos intercambiábamos los capítulos por correo electrónico. Las palabras fluían sobre el papel.

Sin embargo, por mucho que adoráramos el proyecto, nunca imaginamos que llegaría a tantísimos lectores de todo el mundo. Estamos muy agradecidas por cómo vosotros, los lectores, habéis acogido esta historia. Les habéis dado vida a los personajes.

También debemos dar las gracias a Margo, que nos escuchó y enseguida nos dio su opinión de la idea.

A las primeras lectoras de las novelas, Jessica Clare, Michelle Kannan, Meljean Brook y Jennifer L. Armentrout, que nos ofrecieron una crítica inestimable.

A nuestra publicista Nina, por gestionar este proyecto. ¡Sabemos que has tenido muchísimo trabajo!

Estaríamos perdidas sin Natasha y Nicole, nuestras asistentes, que nos ayudaron a no distraernos cada día.

Y, por supuesto, siempre estaremos en deuda con todos los blogueros, reseñadores y lectores que dedicaron su tiempo a leer, reseñar y alabar esta serie. Vuestro apoyo y vuestras opiniones hacen que todo esto merezca la pena.

Sobre la autora


Erin Watt es el pseudónimo bajo el que se esconden Jen Frederick y Elle Kennedy, autoras de éxito en Estados Unidos. Su pasión por la escritura las embarcó en esta aventura creativa.

El palacio malvado es el tercer libro de la saga Los Royal, una intensa y deliciosa trilogía que ha sido comparada con Gossip Girl. El palacio malvado ha llegado a las listas de los más vendidos del New York Times y el Wall Street Journal, junto a los otros dos títulos de la saga, La princesa de papel y El príncipe roto.

Jen Frederick es escritora best seller de novela romántica, autora de las sagas Woodlands y Gridiron.

Elle Kennedy también es autora best seller de novela romántica. Sus obras se caracterizan por sus grandes dosis de suspense y sus fuertes heroínas.

CONTENIDOS


Portada

Página de créditos

Sobre El palacio malvado

Dedicatoria


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37


Agradecimientos

Sobre la autora

El palacio malvado


Venganza. Misterios. Traición.

¿Será este el fin del mundo de los Royal?


La joven Ella Harper ha sido la última en llegar a la mansión de la familia Royal y, aunque los cinco hijos del multimillonario Callum Royal han intentado hacerle la vida imposible, finalmente se ha hecho un hueco entre ellos y en el corazón del rebelde Reed.

Pero su mundo se tambalea cuando Brooke, la prometida de Callum, aparece asesinada. Todos los indicios apuntan a Reed y Ella no podrá evitar sospechar de él. Además, las preocupaciones de la joven no acabarán ahí: su padre, supuestamente fallecido, está vivo y la quiere fuera de la mansión de los Royal…


Ella deberá descubrir quién es el verdadero asesino antes de que el palacio de los Royal se venga abajo.





«Una increíble conclusión para la trilogía de los Royal, una auténtica delicia para los lectores. Tengo muchísimas ganas de leer el próximo libro de Erin Watt.»

Samantha Towle, autora best seller del New York Times


«La escritura de Erin Watt es brillante. Si los Royal todavía no han acabado contigo, ¿a qué estás esperando?»

Meghan March, autora best seller del USA Today


Capítulo 1

Reed


—¿Dónde has estado entre las ocho de la tarde y las once de esta noche?

—¿Cuánto tiempo llevabas acostándote con la novia de tu padre?

—¿Por qué la mataste, Reed? ¿Te hizo enfadar? ¿Amenazó con contar vuestra aventura a tu padre?

He visto suficientes series policíacas como para saber que hay que mantener la boca cerrada cuando se está en un interrogatorio. Eso, o pronunciar las cinco palabras mágicas: «Quiero ver a mi abogado», que es exactamente lo que he repetido una y otra vez durante la última hora.

Si fuese menor de edad estos cabrones no se habrían atrevido a interrogarme sin que mis padres o un abogado estuvieran presentes. Supongo que, como tengo dieciocho años, creen que es justo. O que soy lo bastante idiota como para responder sus importantes preguntas sin mi abogado.

A los agentes Cousins y Schmidt no parece importarles mi apellido. Por alguna razón, encuentro ese hecho un tanto refrescante. Siempre me he librado de todos mis problemas por el mero hecho de ser un Royal. Si me meto en líos en el colegio, mi padre firma un cheque y mis pecados se olvidan. Desde que tengo uso de razón, las chicas han hecho cola para acostarse conmigo y poder contar a sus amiguitas que se han tirado a un Royal.

No es que quiera que las chicas hagan cola por mí. Solo hay una que me interese ahora mismo: Ella Harper. Me mata que haya tenido que verme salir esposado de casa.

Brooke Davidson está muerta.

Todavía no me hago a la idea. La novia cazafortunas y rubia platino de mi padre estaba bastante viva cuando me fui del ático hace un rato. Sin embargo, no les contaré eso a los agentes. No soy estúpido; le darán la vuelta a todo lo que diga. 

Frustrado por mi silencio, Cousins estrella ambas manos sobre la mesa de metal que hay entre nosotros.

—¡Respóndeme, pedazo de mierda!

Aprieto los puños bajo la mesa, pero enseguida obligo a mis dedos a relajarse. Este es el último lugar del mundo donde debo perder los nervios. 

Su compañera, una mujer callada llamada Teresa Schmidt, le dedica una mirada de advertencia.

—Reed —dice con voz dulce—, no podemos ayudarte a menos que cooperes. Y queremos ayudarte.

Arqueo una ceja. ¿En serio? ¿Están con lo de poli bueno y poli malo? Supongo que han visto las mismas series que yo.

—Chicos —suelto sin pensar—, empiezo a preguntarme si tenéis problemas de oído o algo. —Sonrío con suficiencia y me cruzo de brazos—. Ya he pedido que venga mi abogado, así que ahora tenéis que esperar hasta que llegue para hacer preguntas.

—Podemos hacerte preguntas —replica Schmidt—, y tú responderlas. No hay ley que lo contradiga. También puedes ofrecer información. Por ejemplo, aceleraría el proceso que nos explicaras por qué tienes sangre en la camiseta.

Contengo el impulso de llevarme una mano al costado.

—Esperaré hasta que llegue Halston Grier, pero gracias por su aportación.

El silencio se instala en la pequeña salita.

Cousins rechina los dientes. Schmidt se limita a suspirar. A continuación, ambos agentes arrastran las sillas hacia atrás y abandonan la estancia sin mediar palabra.

Royal – 1

Policía – 0

Pese a que está claro que se han rendido conmigo, se toman su tiempo para concederme lo que les he pedido. Me quedo allí sentado, solo, durante una hora. Me pregunto cómo narices ha llegado mi vida a este punto. No soy ningún santo y nunca he dicho que lo fuera; me he metido en muchas peleas. Soy un bruto cuando he de serlo.

Sin embargo, yo no soy este tío. El tío al que sacan esposado de su casa, el que tiene que ver el miedo reflejado en los ojos de su novia mientras lo meten a empujones en un coche patrulla. 

Para cuando la puerta se abre de nuevo, un sentimiento de claustrofobia se ha apoderado de mí y me hace ser más grosero de lo que debería.

—Ya era hora —espeto al abogado de mi padre.

El hombre cano de cincuenta y tantos está enfundado en un traje a pesar de lo tarde que es. Me dedica una sonrisa triste. 

—Bueno, parece que estamos de buen humor.

—¿Dónde está mi padre? —exijo saber mientras miro por encima del hombro de Grier.

—Está en la sala de espera. No puede entrar.

—¿Por qué?

Grier cierra la puerta y se acerca a la mesa. Coloca el maletín encima y abre los broches de oro.

—Porque no hay restricción que impida que los padres testifiquen en contra de sus hijos. El privilegio de confidencialidad se extiende solo hacia los cónyuges. 

Por primera vez desde que me arrestaron, me siento mareado. ¿Testificar? Esto no irá a juicio, ¿verdad? ¿Hasta dónde piensan llevar los polis esta mierda?

—Reed, respira. 

Se me revuelve el estómago. Maldita sea. Odio haber mostrado un ápice de impotencia frente a este hombre. Yo no demuestro debilidad, nunca. La única persona con la que bajo la guardia es Ella. Esa chica tiene el poder de derrumbar mis barreras y verme de verdad. A mi verdadero yo, y no al cabrón frío y cruel que el resto del mundo ve.

Grier saca una libretita amarilla y una pluma de oro. Se acomoda en la silla que hay frente a mí.

—Te sacaré de aquí —promete—. Pero primero necesito saber a qué nos enfrentamos. Por lo que he podido recabar de los agentes a cargo de la investigación, hay un vídeo de seguridad donde se te ve entrar hoy en el ático de O’Halloran a las ocho cuarenta y cinco. El mismo vídeo te muestra saliendo de allí unos veinte minutos después.

Miro a mi alrededor en busca de cámaras o algún equipo de grabación. No hay ningún espejo, así que no creo que haya nadie observándonos desde una sala contigua. O al menos eso espero. 

—Todo lo que digamos aquí queda entre nosotros —me asegura Grier cuando repara en mi expresión recelosa—. No pueden grabarnos. Confidencialidad entre abogado y cliente y todo eso. 

Suelto el aire con suavidad. 

—Sí, he estado en el ático. Pero no la he matado, joder.

Grier asiente.

—Está bien. —Anota algo en la libreta—. Retrocedamos todavía más. Quiero que empieces desde el principio. Cuéntame qué había entre Brooke Davidson y tú. Cualquier detalle, por pequeño que parezca, es importante. Necesito saberlo todo.

Ahogo un suspiro. Genial. Esto va a ser divertido.

Capítulo 2

Ella


Los chicos Royal tienen sus habitaciones en el ala sur, mientras que las suites de su padre están al otro lado de la mansión, así que giro a la derecha en lo alto de las escaleras y me deslizo por el reluciente suelo de madera hacia la puerta de Easton. No responde cuando llamo. Juro que este chico podría dormir mientras pasa un huracán por encima de la casa sin enterarse de nada. Golpeo un poco más fuerte. Como no oigo nada, abro la puerta y me lo encuentro despatarrado bocabajo sobre la cama.

Me acerco y le sacudo el hombro. Gime algo. Lo sacudo de nuevo y siento que el miedo me atenaza la garganta. ¿Cómo puede seguir profundamente dormido? ¿Cómo ha sido capaz con toda la conmoción que ha habido abajo?

—¡Easton! —exploto—. ¡Despierta!

—¿Qué pasa? —Gruñe y levanta un solo párpado—. Mierda, ¿ya es hora de ir al entrenamiento?

Se gira y aparta las mantas, dejando a la vista más piel de la que necesito ver. Encuentro tirados en el suelo unos pantalones de chándal y se los lanzo sobre la cama. Aterrizan en su cabeza.

—Levántate —suplico.

—¿Por qué?

—¡Porque el cielo se está derrumbando!

Parpadea adormilado.

—¿Eh?

—¡Que se va todo a la mierda! —grito, luego me obligo a respirar hondo y a intentar calmarme. No funciona—. Tú ven a la habitación de Reed, ¿vale? —espeto.

Debe percibir una ansiedad incontrolable en mi voz, porque sale de la cama sin demora alguna. Veo más piel desnuda antes de salir por la puerta. 

En vez de dirigirme a la habitación de Reed, acelero por el pasillo hasta llegar a mi propio cuarto. Esta casa es enorme y preciosa, pero todos los que viven en ella están bastante jodidos. Incluida yo. 

Supongo que sí soy una Royal. 

Pero no, no lo soy. El hombre que hay en la planta de abajo es un recordatorio de ello. Steve O’Halloran, mi padre no tan muerto.

Una ola de emoción me recorre al completo y amenaza con doblarme las rodillas y provocarme un ataque de histeria. Me siento fatal por haberlo dejado allí abajo; ni siquiera me presenté antes de darme la vuelta y subir corriendo las escaleras. Pero vaya, Callum Royal hizo exactamente lo mismo. Estaba tan embargado por la preocupación hacia Reed que solo espetó: «No puedo lidiar con esto ahora mismo. Steve, espérame aquí». Pese a la culpabilidad que siento, encierro a Steve en una cajita al fondo de mi mente y le planto una placa de acero encima. Ahora mismo no puedo pensar en él, mi prioridad es Reed. 

No pierdo tiempo en mi habitación y saco mi mochila de debajo de la enorme cama. Siempre la guardo en un lugar al que pueda tener fácil acceso. Abro la cremallera y suspiro de alivio al ver la cartera de piel donde guardo la paga mensual que Callum me da.

Cuando me mudé aquí, Callum prometió pagarme diez mil dólares al mes si no intentaba huir. Por mucho que al principio odiara la mansión de los Royal, no tardé en cogerle cariño. Hoy en día no puedo imaginarme viviendo en ningún otro lugar. Me quedaría incluso sin el incentivo de la paga. Sin embargo, después de todos los años que viví sin apenas dinero —y por mi naturaleza generalmente desconfiada—, nunca le dije a Callum que parase.

Ahora estoy inmensamente agradecida por ese incentivo: tengo suficiente en la mochila como para mantenerme durante meses, incluso más.

Me echo la mochila al hombro y luego me precipito hacia la habitación de Reed justo cuando Easton sale al pasillo. Su pelo oscuro apunta en cien direcciones distintas, pero ahora al menos lleva los pantalones puestos. 

—¿Qué coño pasa? —exige saber mientras me sigue al interior del cuarto de su hermano mayor. 

Abro la puerta del vestidor de Reed y examino frenéticamente la gran estancia. Encuentro lo que buscaba en una de las baldas inferiores de una estantería al fondo del vestidor.

—¿Ella? —insiste Easton.

No respondo. Frunce el ceño cuando me ve arrastrar una maleta azul marino por la alfombra color crema. 

—¡Ella! Maldita sea, ¿quieres responderme?

La expresión ceñuda se transforma en una de asombro cuando empiezo a meter cosas en la maleta. Algunas camisetas, la sudadera verde favorita de Reed, vaqueros, un par de camisetas sin mangas… ¿Qué más le haría falta? Calzoncillos, calcetines, un cinturón…

—¿Por qué haces una maleta con la ropa de Reed? —Easton prácticamente me grita y su tono brusco me saca de golpe de mi ataque de pánico.

La desgastada camiseta gris que tengo en la mano cae sobre la alfombra. El corazón se me acelera cuando recuerdo la gravedad de la situación.

—Han arrestado a Reed por matar a Brooke —suelto de golpe—. Tu padre está con él en la comisaría.

Easton se queda boquiabierto.

—¿Qué cojones? —exclama. Luego pregunta—: ¿La poli ha venido mientras cenábamos?

—No, después de que volviéramos de D. C. 

Todos menos Reed hemos ido hoy a cenar a Washington D. C. Así es como se las gastan los Royal: están tan forrados que Callum tiene varios aviones privados siempre a su disposición. Probablemente ayude el hecho de que sea el dueño de una compañía que los diseña, pero aun así sigue siendo muy surrealista. Que hayamos cogido un avión desde Carolina del Norte hasta Washington D. C. solo para ir a cenar es una auténtica locura.

Reed no ha venido porque le dolía el costado. Lo apuñalaron la otra noche en el puerto y había dicho que los analgésicos lo dejaban demasiado atontado como para viajar con nosotros. Pero no lo suficiente como para no ir a ver a Brooke, al parecer. 

Dios. ¿Qué ha hecho?

—Hace unos diez minutos —añado con voz débil—. ¿No has oído a tu padre gritar al agente?

—No he oído una mierda. Yo… ah… —La vergüenza se refleja en sus ojos azules—. Me bebí un vodka con algo de droga cuando estuve en casa de Wade. Luego volvimos a casa y me quedé dormido justo después.

Ni siquiera tengo energía para cantarle las cuarenta. Los problemas de adicción de Easton son serios, pero el asesinato del que acusan a Reed es un millón de veces más urgente en este momento.

Cierro los puños. Si Reed estuviese aquí ahora mismo le pegaría un puñetazo, tanto por mentirme como por que lo hayan arrestado.

Easton por fin rompe el atolondrado silencio. 

—¿Crees que lo hizo?

—No. —Por muy segura que suene al hablar, por dentro no dejo de temblar.

Al volver de la cena vi que se le habían saltado los puntos de la herida y tenía sangre en el abdomen. No obstante, opto por esconder esos detalles incriminatorios a Easton. Confío en él, pero rara vez está sobrio. Debo proteger a Reed a toda costa y quién sabe lo que puede salir de la boca de Easton cuando está borracho o colocado.

Trago en seco y me concentro en la tarea: proteger a Reed. Meto con prisa unas cuantas prendas más en la maleta y cierro la cremallera. 

—No me has dicho por qué estás haciendo la maleta —dice Easton, frustrado.

—Por si tenemos que huir.

—¿Tenemos?

—Reed y yo. —Me pongo en pie y me precipito hacia el armario de Reed para vaciar su cajón de los calcetines—. Quiero estar preparada por si acaso, ¿vale?

Eso es lo único que se me da a la perfección: estar preparada para escapar. No sé si llegaremos a ese punto. A lo mejor Reed y Callum entran en cualquier momento por la puerta y anuncian: «¡Todo solucionado! ¡Han retirado los cargos!». A lo mejor le niegan a Reed la fianza o el aval o como narices se diga y no vuelve a casa nunca más.

Si ninguna de esas dos cosas sucede, quiero estar preparada para salir del pueblo en un santiamén. Mi mochila siempre está llena de todo lo que necesito, pero Reed no es tan planificador como yo. Es impulsivo. No siempre piensa antes de actuar…

«¿Antes de matar?», me pregunto, pero aparto de mi mente ese pensamiento tan horrible de inmediato. No, Reed no podría haber hecho algo así. 

—¿Por qué gritáis? —se queja una voz adormilada desde la puerta—. Se os oye desde el otro lado del pasillo.

Los gemelos Royal de dieciséis años entran en la habitación. Los dos llevan una manta alrededor de la cintura. ¿Es que nadie en esta familia cree en los pijamas?

—Reed ha matado a Brooke —les cuenta Easton a sus hermanos.

—¡Easton! —salto, enfadada.

—¿Qué? ¿No puedo decir a mis hermanos que nuestro otro hermano acaba de ser arrestado por homicidio?

Tanto a Sawyer como a Sebastian se les corta la respiración.

—¿Lo dices en serio? —exige saber Sawyer.

—La poli se lo acaba de llevar —susurro.

Easton parece un poco mareado.

—Yo solo digo que no se lo habrían llevado si no tuviesen alguna clase de prueba contra él. A lo mejor es por el… —Dibuja un círculo frente al abdomen. 

Los gemelos parpadean, asombrados.

—¿Qué? ¿El bebé? —pregunta Seb—. ¿Por qué habría de importarle a Reed el engendro de Brooke?

Mierda, se me había olvidado que los gemelos no están al tanto. Saben que Brooke estaba embarazada —todos estábamos allí cuando nos dieron la horrible noticia—, pero ignoran todo lo demás. 

—Brooke amenazó con decir que Reed era el padre del niño —admito.

Los dos pares idénticos de ojos azules se abren como platos. 

—No lo era —digo con firmeza—. Solo se acostó con ella un par de veces y fue hace más de seis meses. La gestación no estaba tan avanzada. 

—Lo que sea. —Seb se encoge de hombros—. ¿Lo que dices es que Reed dejó preñada a la prometida de mi padre y luego la mató porque no quería tener un mini Reed correteando por aquí?

—¡Que no era suyo! —grito. 

—¿Entonces era de papá? —pregunta Sawyer con voz queda.

Vacilo.

—No lo creo.

—¿Por qué no?

—Porque…

Ugh. Los secretos de esta casa podrían llenar medio océano. Pero ya me he cansado de guardarlos. No nos han traído nada bueno.

—Se hizo la vasectomía. 

Seb entrecierra los ojos.

—¿Te lo contó él?

Asiento.

—Dijo que se la hizo después de que vosotros nacierais porque vuestra madre quería tener más hijos, pero no podía por culpa de su estado de salud. 

Los gemelos intercambian otra mirada y se comunican en silencio. Easton se frota el mentón.

—Mamá siempre quiso una niña. Hablaba mucho de eso, decía que una niña nos ablandaría a todos. —Tuerce los labios—. Pero a mí las chicas no me ablandan para nada.

La frustración se acumula en mi garganta. Por supuesto que Easton tenía que hacer alguna referencia sexual, siempre lo hace. Sawyer contiene una carcajada bajo una mano mientras que Seb sonríe abiertamente.

—Supongamos que tanto Reed como mi padre dicen la verdad. Entonces, ¿quién la dejó embarazada?

—A lo mejor nadie —sugiere Easton.

—Tiene que haber alguien —digo. Ni Reed ni Callum dudaron nunca del embarazo de Brooke, así que debe de ser cierto. 

—No necesariamente —argumenta Easton—. Quizá mintió. A lo mejor su plan era fingir un aborto cuando papá se casara con ella. 

—Enfermizo, pero posible. 

Seb asiente, claramente de acuerdo con la idea. 

—¿Por qué no crees que Reed la haya matado? —me pregunta Easton, con sus ojos azules brillando de curiosidad.

—¿Por qué crees que es capaz de hacerlo? —replico. 

Se encoge de hombros y mira a los gemelos en vez de a mí.

—Podría serlo, si ella realmente fuera una amenaza para la familia. Tal vez se enzarzaron en una discusión y ocurrió un accidente. Hay muchas explicaciones posibles.

La sensación de náuseas en mi estómago amenaza con tumbarme. El escenario que pinta Easton es… posible. A Reed se le habían saltado los puntos, estaba manchado de sangre. ¿Y si…?

—No —niego con voz ahogada—. No lo haría. Y no quiero que ninguno de nosotros hable de ello nunca más. Es inocente. Fin de la historia. 

—¿Entonces por qué estás preparada para poner pies en polvorosa?

La pregunta de Easton hace eco en el dormitorio. Contengo un gemido de agonía y me restriego los ojos con ambas manos. Tiene razón: una parte de mí ya ha decidido que Reed podría ser culpable. ¿Acaso no es el motivo por el que tengo su maleta y mi mochila listas para marcharnos?

El silencio se alarga durante unos minutos hasta que lo rompe el inconfundible sonido de unos pasos en algún lugar de la planta inferior. Como los Royal no tienen criados que duerman en la mansión, los chicos se tensan al instante al oír signos de vida abajo.

—¿Ha sido la puerta de entrada? —pregunta Seb.

—¿Ya han vuelto? —exige saber Sawyer.

Me muerdo el labio.

—No, no ha sido la puerta. Es… —Se me cierra la garganta otra vez. Me había olvidado de Steve. ¿Cómo he podido olvidarme de él, maldita sea?

—Es ¿qué? —me presiona Easton.

—Steve —confieso.

Todos me miran fijamente.

—Steve está abajo. Se presentó en la puerta justo cuando se llevaban a Reed.

—Steve —repite Easton, ligeramente aturdido—. ¿El tío Steve?

Sebastian suelta un sonido ronco.

—¿El tío Steve muerto?

Rechino los dientes.

—No está muerto. Se parece a Tom Hanks en Náufrago, eso sí. Sin la pelota de voleibol.

—Joder.

Cuando Easton hace el amago de dirigirse a la puerta, lo agarro de la muñeca y tiro de él hacia atrás. No tengo suficiente fuerza, pero el gesto basta para detenerlo y ladea la cabeza para escrutarme durante un segundo.

—¿No quieres bajar y hablar con él? Es tu padre, Ella.

El miedo regresa con toda su fuerza. 

—No. Solo es el hombre que dejó embarazada a mi madre. Ahora mismo no puedo lidiar con él. Yo… —Trago saliva de nuevo—. No creo que se haya dado cuenta de que soy su hija. 

—¿No se lo has dicho? —exclama Sawyer.

Niego con la cabeza lentamente. 

—¿Puede uno de vosotros bajar y… no sé… llevarlo al cuarto de invitados o algo?

—Yo lo haré —se ofrece Seb al instante. 

—Voy contigo —añade el gemelo—. Esto tengo que verlo.

Los llamo cuando se precipitan hacia la puerta.

—Chicos, no digáis nada sobre mí. En serio, no estoy preparada para eso, esperemos hasta que Callum vuelva a casa.

Ellos intercambian otra de esas miradas en las que toda una conversación tiene lugar en un segundo. 

—Vale —dice Seb, y luego se marchan a toda prisa para saludar a su tío no-muerto. 

Easton se acerca a mí. Su mirada aterriza en la maleta, junto al armario, y luego se centra en mi rostro. Me agarra de la mano y entrelaza sus dedos con los míos en un santiamén.

—No te vas a ir, hermanita. Sabes que es una idea estúpida, ¿verdad?

Miro fijamente nuestros dedos entrelazados.

—Eso es lo que hago, East. Soy una fugitiva.

—No. Eres una luchadora.

—Puedo luchar por otra gente, como mi madre o Reed o tú, pero… no se me dan bien mis propios problemas. —Me muerdo el labio inferior con más fuerza—. ¿Por qué está Steve aquí? Se supone que estaba muerto. ¿Y cómo han podido arrestar a Reed? —Me tiembla muchísimo la voz—. ¿Y si va a la cárcel por culpa de todo esto?

—No irá. —Su mano aprieta la mía con firmeza—. Reed volverá, Ella. Mi padre se ocupará de todo.

—¿Y si no puede?

—Lo hará.

Sin embargo, ¿y si no puede?

Capítulo 3

Ella


He pasado la noche en vela y ahora espero en la sala de estar que da al porche delantero. Hay un banco de lujo colocado bajo el enorme ventanal que conforma la pared frontal de la casa. Me dejo caer sobre el almohadón y fijo la mirada en el camino circular que hay más allá de las ventanas. Tengo el móvil en el regazo, pero no ha pitado en toda la noche ni durante la mañana. No he recibido ni una llamada, ni un mensaje. Nada.

Mi imaginación se dispara y se me ocurren toda clase de escenarios: está en una celda, está en una sala de interrogatorios, tiene grilletes en las muñecas y en los tobillos, un poli le golpea por no responder sus preguntas. ¿Tendrá que quedarse en la cárcel hasta el juicio? No sé cómo va todo esto del arresto, de los cargos o del juicio. 

Lo que sí sé es que, cuanto más tiempo pasan Reed y Callum fuera de casa, más se me cae el alma a los pies. 

—Buenos días.

Casi me caigo del banco al oír una voz masculina familiar. Por un segundo pienso que alguien ha entrado en la casa, o que son los agentes, que han vuelto para investigar. Sin embargo, cuando miro hacia la puerta, veo a Steve O’Halloran. Se ha afeitado la barba y está enfundado en unos pantalones formales y un polo. Ya no tiene pinta de indigente, sino que parece el padre de cualquier estudiante de Astor Park, el colegio privado al que los Royal y yo vamos. 

—¿Ella, verdad? —Sus labios componen una sonrisa vacilante.

Asiento con brusquedad, coloco el teléfono bocabajo y me giro de nuevo hacia el ventanal. No sé cómo actuar cerca de él.

Anoche me escondí en mi habitación mientras Easton y los gemelos se ocupaban de Steve. No sé qué historia le habrán contado sobre mí, pero es obvio que no tiene ni idea de quién soy, ni de la carta que le envió mi madre antes de que se fuera al viaje en ala delta en el que supuestamente falleció. 

Easton pasó a verme antes de irse a la cama y me informó de que Steve estaba en el cuarto de invitados verde. Yo ni sabía que había un cuarto de invitados verde, ni dónde estaba exactamente.

Una sensación asfixiante de ansiedad hace que quiera echar a correr para esconderme. En realidad eso era precisamente lo que pretendía, pero me había encontrado de todas formas. Enfrentarme a mi padre me intimida más que pelearme con cien chicas malas en el colegio.

—Bueno, Ella. Estoy un pelín confuso. 

Me sobresalto al reparar en la cercanía de su voz. Miro de nuevo por encima del hombro y lo veo en pie, a tan solo un par de pasos de mí. Hundo los talones en el cojín del banco y me obligo a no moverme. Solo es un hombre: dos piernas, dos brazos. Solo es un hombre que recibió una carta de una mujer moribunda en la que le hablaba de su hija perdida, y en vez de buscar a esa mujer y a esa niña, se fue de aventura. Esa clase de hombre. 

—¿Me has oído? —Ahora suena incluso más perplejo, como si no pudiera decidir si le ignoro o si tengo problemas de oído.

Lanzo una mirada de desesperación hacia la puerta. ¿Dónde está Easton? ¿Y por qué no ha vuelto Reed ya a casa? ¿Y si nunca vuelve a casa?

Siento que el brutal miedo que me atenaza la garganta terminará por ahogarme.

—Te he oído —murmuro por fin.

Steve se acerca todavía más. Huelo el jabón o el champú que ha usado esta mañana.

—No sé qué esperaba cuando me bajé de aquel taxi anoche, pero… —Su tono se vuelve irónico—. Pero vamos, esto no. Por lo que me ha contado East, ¿entiendo que han arrestado a Reed?

Muevo la cabeza otra vez para asentir. Por alguna razón, me molesta que llame «East» a Easton. Ese apelativo suena mal en los labios de un extraño.

«No es un extraño. Los conoce desde que nacieron», me replico de inmediato y trago saliva. Supongo que es cierto. Supongo que, si alguno de los dos es un extraño para los Royal, soy yo y no Steve O’Halloran. Creo que Callum me dijo una vez que Steve es el padrino de todos los chicos. 

—Pero nadie ha caído en explicarme quién eres . Sé que he estado fuera durante un tiempo, pero la casa de los Royal lleva años siendo una residencia de solteros. 

Un escalofrío me recorre la espalda. No. Dios, no. No puedo mantener esta conversación ahora, pero Steve escruta mi rostro con sus ojos azul claro. Espera una respuesta y sé que he de ofrecerle algo

—Soy la pupila de Callum.

—La pupila de Callum —repite, incrédulo.

—Sí.

—¿Quiénes son tus padres? ¿Son amigos de Callum? ¿Los conozco? —pregunta, medio para sí. 

El miedo me paraliza, pero por suerte no tengo que responder porque de repente veo que el Town Car negro se detiene en la entrada de casa. ¡Han vuelto!

Me bajo apresuradamente del banco y llego al recibidor en cuestión de dos segundos. Un agotado Callum y un Reed igual de cansado entran, pero ambos se detienen en seco al verme.

Reed se gira. Sus vívidos ojos azules se cruzan con los míos y nos miramos fijamente. El corazón me da un vuelco y luego late a toda pastilla. Me lanzo hacia él sin mediar palabra y me atrapa. Hunde una mano en mi pelo y con la otra rodea mi cintura. Me cuelgo de él y pego mi pecho contra el suyo, mis muslos contra los suyos, como si pudiera protegerlo con este simple abrazo.

—¿Estás bien? —susurro contra su pectoral izquierdo.

—Sí. —Tiene la voz grave, ronca. 

Las lágrimas anegan mis ojos.

—Tenía miedo.

—Lo sé. —Su aliento me roza la oreja—. Todo saldrá bien, te lo prometo. Vamos arriba y te lo explico.

—No —interviene Callum con sequedad al escuchar la promesa de Reed—. No le contarás nada, a menos que quieras que Ella sea una testigo.

¿Testigo? Ay, Dios. ¿La policía va a hablar con testigos y Reed me dice que todo saldrá bien?

Unos pasos se acercan hacia nosotros. Reed me suelta y sus ojos se abren como platos al ver al hombre alto y rubio que entra en el recibidor.

—¿Tío Steve? —suelta.

—Reed. —Steve asiente a modo de saludo. 

Callum se gira hacia mi padre.

—Steve, Dios, me olvidé de que habías vuelto. Pensaba que lo había soñado todo. —Su mirada se desvía de mi padre a mí y viceversa—. ¿Os habéis presentado?

Asiento con vehemencia e intento comunicarle con los ojos que no quiero que salga el tema padre-hija. Callum frunce el ceño, pero desvía su atención cuando Steve dice:

—Acabábamos de presentarnos justo cuando habéis llegado. Y no, no lo has soñado. Sobreviví. 

Los dos hombres se miran un momento. Luego ambos avanzan y se intercambian un abrazo masculino que incluye varias palmadas en la espalda. 

—Joder, qué gusto volver a casa —dice Steve a su viejo amigo.

—¿Y cómo es que estás aquí? —Callum retrocede, consternado—. ¿Dónde narices has estado metido estos últimos nueve meses? —En un tono medio enfadado, medio sorprendido, añade—: Me gasté cinco millones de dólares en una partida de búsqueda y rescate. 

—Es una larga historia —admite Steve—. ¿Por qué no nos sentamos y te pongo al día…?

El sonido de unos pasos en la escalera lo interrumpen. Los tres hermanos Royal más jóvenes aparecen en el descansillo de la primera planta y centran toda su atención en Reed.

—¡Te dijimos que volvería! —se jacta Easton mientras baja los escalones de dos en dos. Está totalmente despeinado y no lleva nada más que unos bóxers, pero eso no es impedimento para estrechar a Reed en un rápido abrazo—. ¿Estás bien, hermano?

—Sí —gruñe Reed.

Sawyer y Sebastian rodean todo el grupo y se centran en su padre.

—¿Qué ha pasado en comisaría? —exige saber Sawyer.

—¿Qué pasará ahora? —añade Seb.

Callum suspira.

—He llamado a un amigo, un juez que conozco, y ha venido esta mañana para determinar la fianza de Reed. Mañana tengo que entregar en los juzgados su pasaporte. Mientras tanto, nos toca esperar. Puede que tengas que quedarte aquí un poco más, Steve —informa a mi padre—. Tu casa está acordonada por ser la escena del crimen.

—¿Por qué? ¿Por fin alguien se ha cargado a mi amada esposa? —pregunta Steve con voz seca.

Lo miro, sorprendida. La mujer de Steve, Dinah, es una mujer horrible y malvada, pero no me puedo creer que bromee sobre su muerte. Al parecer Callum tampoco, porque responde con dureza:

—No es algo sobre lo que bromear, Steve. Pero no, es Brooke quien ha muerto. Y acusan a Reed, falsamente, de tener algo que ver. 

Reed tensa los dedos junto a los míos. 

—¿Brooke? —Steve arquea las cejas de forma exagerada—. ¿Cómo ha ocurrido?

—Un golpe en la cabeza —dice Reed con tranquilidad—. Y no, no se lo di yo.

Callum fulmina a su hijo con la mirada.

—¿Qué? —gruñe Reed—. Son hechos, y no les tengo miedo. Fui allí porque me llamó. Todos estabais fuera y me encontraba mejor, así que fui. Discutimos y me marché. Cuando me fui, estaba enfadada pero viva. Esa es la historia. 

«¿Y los puntos?», quiero gritar. «¿Y la sangre que vi en tu cintura cuando volví de la cena?» Las palabras se me quedan estancadas en la garganta y me hacen toser con violencia. Todo el mundo me mira un instante, hasta que por fin Easton habla:

—Vale, si esa es la historia, yo me la creo.

La expresión de Reed se ensombrece.

—No es una historia. Es la verdad.

Easton asiente.

—Como he dicho, te creo, hermano. —Su mirada viaja hacia el recién llegado—. Ahora preferiría oír la historia del tío Steve. ¿Has vuelto del país de los muertos? Eso mola. 

—Sí, no nos quiso contar nada anoche —gruñe Sebastian, y mira a su padre—. Quería esperarte.

Callum suspira.

—¿Por qué no vamos a la cocina? Me vendría bien un café. El de la comisaría me ha provocado acidez.

Todos seguimos al cabecilla de la familia Royal hasta la enorme y moderna cocina de la que me enamoré en cuanto me mudé aquí. Callum se acerca a la cafetera y los demás nos reunimos alrededor de la mesa. Nos sentamos como si este fuera cualquier otro domingo, no el domingo después de que Reed fuera arrestado por homicidio y un hombre muerto saliera del mar y llamara a nuestra puerta.

Todo es tan surrealista que no le veo el más mínimo sentido. 

Reed se sienta en la silla contigua a la mía y apoya una mano en mi muslo, aunque no estoy segura de si es para consolarme a mí o a sí mismo. Quizá sea para consolarnos a ambos. 

Tras sentarse en su sitio, Easton va directo al grano.

—¿Así que por fin nos vas a contar por qué no estás muerto? —pregunta a mi padre.

Steve esboza una pequeña sonrisa. 

—Aún no sé si esto os alegra o bien os entristece.

«Ninguna de las dos opciones», estoy a punto de soltar. Me las apaño para contener la respuesta en el último segundo, pero es la verdad. La aparición de Steve es más confusa que cualquier otra cosa. Y quizá también un poco aterradora. 

—Nos alegra —responden los gemelos al unísono.

—Obviamente —conviene Easton. 

—¿Cómo es que estás vivo? —Esta vez es Reed. Su voz es dura y su mano se mueve con dulzura por mi muslo, como si notara lo nerviosa que estoy. 

Steve se echa hacia atrás sobre la silla.

—No sé qué te habrá contado Dinah sobre nuestro viajecito. 

—Fuisteis a volar en ala delta y ambos arneses fallaron —dice Callum mientras se une a nosotros en la mesa. Coloca una taza de café frente a Steve, luego se sienta y da un sorbo a la suya—. Dinah consiguió activar su paracaídas de emergencia, pero tú caíste en el océano. Me pasé cuatro semanas buscando tu cuerpo.

Una sonrisa de suficiencia aparece en el rostro de Steve.

—Y solo gastaste cinco millones, has dicho. ¿No te habrás vuelto un rácano, no, viejuno?

Callum no lo encuentra gracioso. Su expresión se vuelve más pétrea.

—¿Por qué no volviste derechito a casa cuando te rescataron? Han pasado nueve meses, por el amor de Dios.

Steve se pasa una mano temblorosa por el mentón.

—Porque no me rescataron hasta hace unos días.

—¿Qué? —Callum parece sorprendido—. ¿Y dónde narices has estado todos estos meses?

—No sé si es por la enfermedad o la malnutrición, pero no me acuerdo de todo. La marea me arrastró hasta una playa de Tavi, una isla diminuta a unos trescientos kilómetros al este de Tonga. Estuve gravemente deshidratado y semiinconsciente durante semanas. Los nativos me cuidaron, y habría regresado antes, pero la única manera de salir de la isla es en un barco pesquero que va dos veces al año para comerciar con los isleños. 

«Tu padre está hablando», me dice mi cerebro. Busco en su rostro algún parecido conmigo y lo único que encuentro es el color de ojos. Aparte de eso, yo tengo los rasgos de mi madre, su cuerpo, su pelo. Soy una versión más joven y de ojos azules de Maggie Harper, pero no debe de haberle causado ninguna impresión a Steve, porque no muestra signo alguno de reconocimiento. 

—Al parecer los isleños recolectan unos particulares huevos de gaviota que se venden como delicatessen en Asia. El barco pesquero me llevó hasta Tonga, donde mendigué hasta poder regresar a Sydney. —Le da un sorbo a su café antes de soltar la gran obviedad del siglo—: Es un milagro que siga vivo. 

—¿Cuándo llegaste a Sydney? —pregunta Sebastian.

Mi padre arruga los labios en un gesto pensativo. 

—No lo recuerdo. ¿A lo mejor hace tres días?

Callum se resiste.

—¿Y no pensaste en llamar y decirnos que estabas vivo?

—Tenía unos asuntos de los que ocuparme —dice Steve, tenso—. Sabía que, si llamaba, te subirías al primer avión y no quería que me distrajeran de mi búsqueda de respuestas. 

—¿Respuestas? —repite Reed, con un tono mucho más duro que antes. 

—Fui a buscar al guía que llevó la expedición en ala delta y recuperé mis cosas. Me había dejado el pasaporte, la cartera, ropa.

—¿Lo encontraste? —Easton también está enganchado a la historia. Todos lo estamos.

—No. El guía turístico llevaba meses desaparecido. En cuanto me topé con ese callejón sin salida, fui a la embajada estadounidense y ellos me trajeron a casa. Vine directo aquí desde el aeropuerto.

—Menos mal que no fuiste a tu casa —murmura Callum con voz sombría—. Podrían haberte arrestado también.

—¿Dónde está mi mujer? —pregunta Steve, receloso—. Dinah y Brooke son amigas muy íntimas. 

—Dinah sigue en París.

—¿Qué hacían allí?

—Brooke y ella estaban de compras —Callum hace una pausa—. Para la boda.

Steve resopla.

—¿Qué imbécil se ha dejado engañar?

—Este. —Callum se señala a sí mismo.

—Estás de coña.

—Estaba embarazada. Pensé que era mío.

—Pero te hiciste la vas… —Steve se detiene con brusquedad y se apresura a mirar a toda la mesa por si alguien se ha dado cuenta de su metedura de pata.

—¿La vasectomía? —termina Easton.

Los ojos de Callum se dirigen a mí antes de dirigirse a su hijo.

—¿Lo sabéis?

—Yo se lo conté. —Levanto el mentón—. Hay demasiados secretos estúpidos en esta casa.

—Estoy de acuerdo —declara Steve. Se gira para clavar esos familiares ojos azules en mí—. Callum —dice sin apartar la mirada de la mía—. Ahora que he respondido todas tus preguntas, a lo mejor puedes responder una mía. ¿Quién es esta encantadora muchachita?

La mano de Reed se tensa sobre mi muslo. El nudo que tengo en el estómago parece un bloque de cemento en estos instantes, pero en algún momento tenía que salir a la luz la verdad. Ahora es tan buen momento como cualquier otro. 

—¿No me reconoces? —pregunto antes de esbozar una pequeña sonrisa—. Soy tu hija. 

Capítulo 4

Ella


No creo que Steve O’Halloran sea un hombre al que se pille con la guardia baja muy a menudo. Su cuerpo parece petrificado por la sorpresa y toda su expresión transmite su enorme desconcierto.

—Mi… —No termina la frase y se gira hacia Callum en busca de… ¿ayuda? ¿Apoyo? No estoy segura.

En cualquier caso, para tratarse de un hombre que ha preguntado como si nada si alguien se había cargado a su mujer, no parece tener ni idea de cómo manejar la revelación —bastante menos dramática— de que está sentado en la misma mesa que su hija. 

—Hija —finaliza Callum con amabilidad.

Steve parpadea rápidamente. 

—¿Te acuerdas de la carta que recibiste antes de que Dinah y tú os fuerais de viaje? —pregunta Callum.

Steve niega con la cabeza lentamente. 

—Una carta… ¿de quién?

—De la madre de Ella.

—Maggie —digo con voz ronca. Al pensar en mi madre siempre me duele el corazón—. La conociste hace dieciocho años cuando estabas de viaje en el mar. Vosotros dos… eh…

—Os acostasteis. Follasteis. Retozasteis como animales —ofrece Easton.

—La madre de Ella se quedó embarazada. —Callum continúa antes de que su hijo diga el millón de cosas inapropiadas que tiene en la punta de la lengua—. Intentó ponerse en contacto contigo durante el embarazo, pero no lo logró. Cuando le diagnosticaron cáncer, envió una carta a tu antigua base con la esperanza de que encontraran la forma de entregártela. Y lo hicieron. La recibiste hace nueve meses, justo antes de marcharte. 

Steve vuelve a parpadear. Tras unos segundos, consigue enfocar la vista y se queda mirándome atentamente. Con curiosidad. Con satisfacción. 

Me remuevo en la silla y eso hace que Reed me acaricie la pierna para que me tranquilice. Sabe que no me gusta ser el centro de atención y ahora mismo todos me miran.

—Eres la hija de Maggie —repite Steve en un tono de voz entre maravillado e interesado—. ¿Falleció?

Asiento, porque el nudo que tengo en la garganta es demasiado grande como para hablar. 

—Eres… mi hija. —Las palabras salen despacio, como si probara su sabor. 

—Sí —logro articular.

—Guau. Bueno. Vale. —Se pasa una mano por su pelo largo—. Yo… —Sus labios esbozan una sonrisa irónica—. Supongo que tenemos mucho de que hablar, ¿eh?

El miedo me atenaza el vientre. No estoy preparada para esto, no sé qué decirle a este hombre o cómo comportarme cerca de él. Puede que los Royal lo conozcan desde hace años, pero para mí es un extraño.

—Supongo —murmuro mientras desvío la mirada hacia abajo, a mis manos.

Callum se apiada de mí y sugiere:

—Pero eso puede esperar hasta que te instales.

Steve mira a su viejo amigo.

—Supongo que me dejarás quedarme aquí hasta que la policía libere mi ático. 

—Por supuesto.

Mi ansiedad crece. ¿No puede quedarse en un hotel o algo? Sí, la mansión Royal es enorme, pero vivir en la misma casa que mi supuesto padre muerto me pone nerviosa. 

¿Por qué? ¿Por qué no me lanzo a sus brazos y le agradezco a Dios que esté vivo? ¿Por qué no estoy encantada con la idea de poder conocerlo en profundidad?

«Porque es un extraño», me respondo. Esa es la única respuesta que tiene sentido ahora mismo. No conozco a Steve O’Halloran y no se me da bien abrirme a nuevas personas. Pasé toda mi infancia yendo de un lugar a otro, procurando no acercarme demasiado a nadie. Sabía que en cualquier momento mamá diría que teníamos que hacer las maletas, y entonces tendría que despedirme.

Cuando vine a Bayview no planeaba establecer ningún vínculo con nadie. Sin embargo, de algún modo terminé con una mejor amiga, un novio, con unos hermanastros a los que adoro y un hombre —Callum— que, por muy jodido que esté, se ha convertido en una figura paterna para mí. 

No sé dónde encaja Steve y todavía no estoy preparada para averiguarlo.

—Eso nos dará a Ella y a mí tiempo para conocernos en su propio territorio —comenta Steve y me doy cuenta de que me sonríe. 

Logro corresponderle con otra sonrisa.

—Chachi.

«¿Chachi?»

Reed me pellizca el muslo de forma juguetona y me giro para verlo contener una carcajada. A lo mejor Steve no es el único conmocionado ahora mismo. 

Por suerte, la discusión enseguida se desvía hacia la Atlantic Aviation, el negocio de Callum y Steve. Percibo que mi padre no parece interesado en los detalles insignificantes, únicamente presta atención a un proyecto al que los dos se refieren con términos imprecisos. Callum me dijo una vez que hacían muchos trabajos para el gobierno. Al final, los dos hombres se disculpan y se dirigen al estudio de Callum para hablar del último informe trimestral de la empresa.

Ya a solas con los hermanos, busco en sus rostros alguna señal que revele que están tan asustados como yo.

—¿Es extraño, verdad? —suelto al ver que nadie dice nada—. Es decir, ha vuelto de la muerte

Easton se encoge de hombros.

—Te dije que el tío Steve tenía huevos. 

Sawyer se ríe por lo bajo.

Le lanzo una mirada de preocupación a Reed.

—¿Tendré que mudarme con él y con Dinah?

Eso basta para espabilar a toda la cocina. 

—Ni de coña —contesta Reed de inmediato, con voz grave y firme—. Mi padre es tu tutor legal. 

—Pero Steve es mi padre biológico. Si quiere que viva con él, entonces tendré que marcharme.

—Ni de coña —repite entre dientes, separando las palabras.

—Eso no pasará —conviene Easton. Incluso los gemelos asienten con vehemencia. 

El calor invade mi pecho. A veces no puedo creer que todos nos odiáramos cuando llegué aquí por primera vez. Reed estaba decidido a destruirme, sus hermanos me provocaban e ignoraban a partes iguales, yo fantaseaba todos los días con la idea de huir… Y ahora no me imagino mi vida sin los Royal. 

Otra oleada de ansiedad me revuelve el estómago al recordar dónde ha pasado Reed la noche. Hay una posibilidad muy real de que desaparezca de mi vida, si la policía cree que mató a Brooke.

—Vamos arriba —propongo con voz temblorosa—. Quiero que me cuentes todo lo que ha pasado en comisaría. 

Reed asiente y se levanta sin decir nada. Cuando Easton también se pone en pie, Reed alza una mano.

—Ya te pondré al día más tarde. Deja que hable primero con Ella.

Easton probablemente ve el miedo reflejado en mi rostro, porque, por una vez en su vida, hace lo que se le dice.