cubierta.jpg

Siglo XXI

Gérard Noiriel

Introducción a la sociohistoria

Traducción: Alcira Bixio

siglo-ESPANA.jpg 

La sociohistoria es una corriente de investigación que se ha desarrollado durante los últimos quince años y que combina los principios fundadores de la historia y de la sociología. Esta monografía rastrea la génesis de las relaciones, largamente tumultuosas, entre estas dos disciplinas, evoca la dimensión histórica de la obra de los grandes sociólogos –desde Émile Durkheim a Pierre Bourdieu, pasando por Max Weber y Norbert Elias– y destaca la contribución hecha por los historiadores al conocimiento del mundo social, siguiendo la estela de la Escuela de los Annales.

Seguidamente, el autor analiza la actividad propia de la sociohistoria, poniendo el acento en dos aspectos esenciales: el estudio del pasado en el presente y el análisis de las relaciones a distancia, que vinculan entre sí a un número cada vez mayor de individuos. Ocupan el centro de la reflexión los grandes problemas actuales, tales como la globalización del capitalismo, la burocratización de los Estados o la influencia que ejercen los medios de comunicación. Asimismo, un número importante de ejemplos relativos a cuestiones económicas, sociales, políticas y culturales permiten abordar los aspectos metodológicos de manera concreta.

Clara y sintética, la presente obra constituye una lectura fundamental tanto para estudiosos como para estudiantes de las ciencias sociales y las humanidades.

Gérard Noiriel, director de estudios de la École des hautes études en sciences sociales (EHESS), es autor de numerosos libros sobre la historia de la inmigración, del Estado nación y del mundo intelectual francés. Entre sus publicaciones se encuentran Sobre la crisis de la historia (1997), Qu’est-ce que l’histoire contemporaine? (1999), Penser avec, penser contre (2005), L’identification (2007), Immigration. Nationalisme et racisme en France (2007), Le massacre des Italiens. Aigues-Mortes, 17 août 1893 (2010) y Dire la vérité au pouvoir. Les intellectuels en question (2010).

Diseño de portada

RAG

Motivo de portada

Golden Key (© mipan). Fotolia

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Traducción de Alcira Bixio, 2011

© Éditions La Découverte, 2006

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2011

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1746-0

INTRODUCCIÓN

Aparecido hace unos quince años, el término «sociohistoria» hasta ahora se empleaba fundamentalmente como un rótulo para designar aquellos trabajos que se sitúan en la intersección de la historia y la sociología [Buton y Mariot, 2006][*]. En este libro, quise ir más allá de esta lógica de rotulación con el propósito de circunscribir la esfera de investigaciones propia de la sociohistoria. Si queremos caracterizarla, no nos basta con invocar el padrinazgo de la historia y de la sociología. También la historia social, la sociología histórica y la microhistoria reivindican para sí esa doble herencia. La particularidad de la sociohistoria consiste en que esta disciplina combina los principios fundadores de las otras dos, tales como quedaron fijados a comienzos de los siglos XIX y XX respectivamente. Recordar aquellos principios nos permitirá comprender más claramente cuál es la misión que se ha fijado el sociohistoriador.

Crítica de la reificación de las relaciones sociales

La historia y la sociología llegaron a ser disciplinas científicas rechazando, cada una a su manera, la «reificación» del mundo social. Desde comienzos del siglo XIX, la historia alcanzó el rango de esfera autónoma del conocimiento al mostrar que las «cosas» que nos rodean (los edificios, las instituciones, los objetos, los archivos, etcétera) eran las huellas inertes de las actividades humanas del pasado. El método histórico, cuyas grandes lineas datan de esa época, se basa en el examen crítico de tales huellas. El objeto de este método es encontrar a los individuos de carne y hueso ocultos detrás del mundo inanimado de los objetos que dejaron. La sociohistoria retoma por su cuenta este objetivo y por ello se interesa particularmente en la génesis de los fenómenos que estudia. El sociohistoriador quiere revelar la historicidad del mundo en que vivimos para llegar a comprender más cabalmente el peso que tiene el pasado en el presente. Precisemos que esta regla de método también se aplica a periodos más antiguos. En efecto, en todas las sociedades humanas el pasado condiciona el presente. Aun cuando hasta el momento la sociohistoria ha sido practicada principalmente por especialistas en historia contemporánea, su campo de estudios no está sujeto a ningún límite de orden cronológico.

La sociología nació a fines del siglo XIX proponiendo la crítica de otra forma de reificación, inscrita, en este caso, en el lenguaje, y que consiste en abordar las entidades colectivas (la empresa, el Estado, la Iglesia, etcétera) como si se tratara de personas reales. El objeto de la sociología es deconstruir estas entidades con el fin de hallar a los individuos e indagar las relaciones que mantienen entre sí (lo que se llama el «vínculo social»). La sociohistoria persigue el mismo objetivo pero pone el acento en el estudio de las relaciones a distancia. Gracias al invento de la escritura y de la moneda, gracias a los progresos técnicos, los hombres pudieron establecer entre sí vínculos que sobrepasan ampliamente la esfera de los intercambios directos fundados en el interconocimiento. Hoy existen «hilos invisibles» que vinculan a millones de personas que no se conocen. El objeto de la sociohistoria es estudiar estas formas de interdependencia y mostrar cómo afectan las relaciones cara a cara de los individuos.

Reflexión sobre las relaciones de poder

La sociología se desarrolló partiendo de otro principio –que la sociohistoria también retoma y hace suyo– referente al carácter conflictivo de las relaciones que se establecen entre los individuos. La importancia que se le otorga al vínculo social surge de comprobar que la vida en sociedad no es algo que se dé naturalmente. La historia de la humanidad muestra que las luchas competitivas y las rivalidades por adquirir riquezas, poder u honores siempre fueron una dimensión central de las relaciones sociales. La sociohistoria procura comprender en qué medida el desarrollo de los medios de acción a distancia transformó esas relaciones de poder. La reflexión sobre esta cuestión puede desplegarse en varias direcciones muy diferentes.

La primera corresponde al problema de la dominación social. La comunicación escrita desempeñó una parte decisiva en la constitución de las técnicas burocráticas, gracias a las cuales los dirigentes de los Estados pueden exigir obediencia a las poblaciones que viven en el interior de su territorio. Asimismo, el uso de la moneda (principalmente la acumulación del capital) permitió que los directores de empresas impusieran su ley a millones de individuos obligados a ponerse a su servicio para poder sobrevivir.

La segunda dirección que toma la reflexión sociohistórica acerca de las relaciones de poder hace hincapié, por el contrario, en la solidaridad social. Los medios de acción a distancia también fueron poderosos instrumentos de acción colectiva gracias a los cuales los más desheredados pudieron agruparse para defender sus intereses o sus ideales.

La sociohistoria se interesa además en una tercera dimensión de las relaciones de poder, una dimensión que es de orden simbólico y que concierne más particularmente al lenguaje. El estudio de las actividades culturales es el que arroja más luz sobre esta dimensión, pero como todas las relaciones sociales requieren la intermediación del lenguaje, se trata de una cuestión que el sociohistoriador puede encontrar en ámbitos extremadamente diversos. Quienes dominan los medios de comunicación a distancia ejercen un poder de carácter simbólico por cuanto se dirigen a un público, es decir, a una gran cantidad de personas dispersas que no se conocen entre sí, pero que reciben los mismos mensajes. Todo discurso público permite así trazar una línea de demarcación entre realidades que se hacen visibles a los ojos de todos por el mero hecho de que se las enuncia y realidades que permanecen invisibles porque no salen de la esfera del lenguaje «privado». Los individuos que poseen el privilegio de definir las identidades, los problemas y las normas del mundo social imponen así las cuestiones que deben tomar en consideración todos los actores de la sociedad. Es por ello que, entre las preocupaciones de la sociohistoria, las cuestiones de denominación, de designación y de categorización tienen un lugar central.

Hay otro factor que contribuye a explicar la fuerza simbólica del lenguaje. El ejemplo de la literatura muestra que la escritura puede constituir un poderoso medio de acción a distancia cuando logra afectar las emociones de los lectores, como ocurre en el caso de la novela. La inclinación de los lectores a identificarse con las historias que les son contadas es una manera de salvar, simbólicamente, la distancia que separa al que escribe de quienes lo leen. Esta lógica reaparece con formas muy variadas en muchos otros ámbitos. Con gran frecuencia, los individuos interiorizan las etiquetas y los símbolos que designan las categorías o los grupos que integran y se identifican con quienes hablan en su nombre. El lenguaje puede llegar a ser, por el contrario, un factor de estigmatización o de vergüenza de sí mismos para algunos individuos cuando se los designa públicamente de manera negativa o peyorativa. Esta es otra madeja de problemas que la sociohistoria intenta desentrañar.

Una indagación dirigida al estudio de problemas empíricos precisos

El último principio fundador sobre el que se asienta la sociohistoria es de naturaleza epistemológica. A diferencia de la sociología, que desde el comienzo se fijó como objeto supremo elaborar una teoría del mundo social, la sociohistoria se define, antes bien, como una suerte de «método histórico» o, mejor aún, como una «caja de herramientas». Es por ello que, hasta el momento, los sociohistoriadores no han sentido la necesidad de definir rigurosamente su dominio. Dedicada principalmente al análisis de problemas empíricos precisos, la disciplina está impulsada por la inquietud de llegar a comprender más acabadamente el mundo en que vivimos. La elección de los instrumentos que habrá de utilizar y la manera de aplicarlos dependen siempre de las cuestiones precisas que tiene por objeto dilucidar el estudio.

En la actualidad, los caminos abiertos por la sociohistoria han avanzado de manera muy desigual. Los ejemplos que decidí examinar en este libro no tienen el propósito de presentar un estado de situación exhaustivo de la investigación que se desarrolla en esta esfera. Los elegí sobre todo para mostrar cómo puede realizarse concretamente la indagación sociohistórica.

Precisiones sobre el vocabulario de la sociohistoria

La sociohistoria da prioridad a los conceptos que designan relaciones entre los individuos. El término «configuración» puede emplearse para nombrar el tipo de actividad que reúne a actores que participan de una misma com­petición. Por ejemplo, un partido de fútbol puede entenderse como una forma muy simple de configuración, pues cada competencia opone a los miembros de dos equipos que persiguen el mismo objetivo. El término «agrupación» se utiliza para designar un conjunto de personas que tienen intereses comunes pero que, en su mayor parte, no se conocen. Cada agrupación tiene su reglamento y sus representantes. Todos sus miembros son interdependientes, aunque algunos ocupen posiciones dominantes mientras los otros ocupan posiciones dominadas. Según la configuración estudiada, se distinguirán las agrupaciones económicas (la empresa), las políticas (el Estado o el partido) y las culturales (el público). El término «comunidad» quedará reservado para nombrar a conjuntos de individuos vinculados entre sí por relaciones de interconocimiento (como una familia, un poblado pequeño, un barrio, etcétera).

Destaquemos que la sociohistoria no utiliza en modo alguno la expresión «grupo social». Esta pertenece al vocabulario de los historiadores que definen las entidades colectivas partiendo de criterios «objetivos» (como el oficio, los ingresos, etcétera). Para designar los conjuntos de individuos que resultan de la creciente intervención del Estado en la vida económica, el sociohistoriador empleará las expresiones «grupos socioprofesionales» (empleados, personal jerárquico, obreros, etcétera) o «cate­gorías socioprofesionales» (desempleados, retirados, etcé­tera). Cuando estas agrupaciones no son el resultado de una movilización de los actores directamente implicados, sino que han sido impuestas por el poder burocrático, se habla de «categorías socioadministrativas» (por ejemplo, los «inmigrantes»).

[*] Las referencias entre corchetes remiten a la bibliografía que aparece al final del libro.