Juan Rafael Lorca


LA SOLEDAD PARENTAL

DE LOS

HIJOS ÚNICOS


© LA SOLEDAD PARENTAL DE LOS HIJOS ÚNICOS

© Juan Rafael Lorca


ISBN: 978-84-16882-66-3


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1ª edición: 2017


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DEDICATORIA

Con mi respeto para todos los «hijos únicos», y para todos los «adoptados» que crecen en la vida sin unos hermanos ni primos con quienes jugar primero, compartir sus travesuras después, contarles sus amoríos o fracasos de juventud, ni tienen a quien visitar de mayores para compartir sus penas y sus achaques, y, ¿por qué no?, la alegría de haber llegado a mayor, y quién sabe incluso si llegando a buscar apoyo en una familia imaginaria cuando los padres no estén.

PRESENTACIÓN

La soledad parental es una cara de la soledad obligada. Una circunstancia ineludible que, si además se cruza con otras soledades familiares, como es el caso, puede dar lugar a un individuo de comportamientos extraños.

Siempresolo es en principio un niño dependiente total de su madre, luego un chaval apartado en su clase por no compartir con sus compañeros los juegos familiares, y, por último un adulto incomprendido que tuvo que fabricarse su mundo mental con su primos y amigos donde, a modo de una representación de teatro, supo encontrar el mundo que le había negado la vida.

–¿Una vida real o ficticia? –se acabaría preguntando–. No lo sé –respondió–. Pero lo que sí puedo asegurar es que, si los que nos creemos cuerdos la llamamos vida y no somos felices, ¿entonces por qué no vivirla de otra manera?

EL AUTOR

I. JUSTIFICACIÓN DE LA OBRA

LA SOLEDAD PARENTAL DE LOS “HIJOS ÚNICOS” se apoya en un chico llamado Ciriaco, apodado Siempresolo. Es una obra nacida de la reflexión y de la experiencia. Y, si me apuran un poco, también de la necesidad.

De la reflexión, porque hace mucho tiempo que vengo pensando en escribir una obra que retrate la soledad de los niños, y luego de los adultos, que se encuentran en el mundo solos.

De la experiencia, porque nuestro «Hijo Único» lleva casi toda su vida hablando con un ser invisible, simétrico a su persona –ignorando si dentro o fuera de sí–, pero a veces tan cerca que lo confunde consigo mismo. Sin embargo, nunca se lo tomó en serio, quizás porque siempre vivió con él y no se había parado a pensar.

Y de la necesidad, porque nuestro «Hijo Único», como todos los seres humanos, necesitaba de una persona, de un objeto, de una imagen o de una idea para sincerarse con ella y encontrarse a sí mismo, aunque con frecuencia su subconsciente, su conciencia o, en definitiva, su Otro Yo no le den la razón, y así tuviera que reconocer sus equívocos y rectificar. De ahí la grandeza del ser humano: reconocer que, pese a ser el ser dominante en la tierra, no puede vivir sin el concurso de los demás. Que puede equivocarse y reparar sus errores, pero antes debe reconocerlos. Que puede molestar u ofender sin mala intención, y pide por ello disculpas…

Por eso la necesidad que tiene cada persona de descubrir y encontrarse con su Otro Yo. Un Otro Yo que en unos casos será la imagen que tengamos de nosotros mismos; en otros casos la de otra persona, como es un amigo o amiga, la de un confesor o el psicólogo, en otros casos la de un animal muy cercano (perro, gato, caballo, loro, etc.), en otros casos la de un objeto como el ordenador, el teléfono o una grabadora, y hasta puede que un edificio (el Muro de las Lamentaciones). Eso sin menoscabo de toda la lista del santoral, más todos los fetiches y amuletos que podamos imaginar.

Pero un día, Hijo Único se dio cuenta consigo mismo de que su personalidad se desdoblaba en dos a la vez: una en un ente físico que se movía y respiraba, que tenía corazón y cabeza, y como tal se comportaba según los humanos; y otra más visceral y apegada al recto cumplimiento y buen hacer, sin casi nunca llegar a coincidir, pese a los esfuerzos de la una y la otra por llegar a entenderse.

O sea, que Hijo Único tenía la necesidad de la opinión de un consejero totalmente desinteresado para confrontar pareceres, y un Otro Yo ejecutor que lo guiara siempre por la línea más acertada. Esto es, de un escudero al estilo de Sancho Panza para Don Quijote, pero a la moderna, según las necesidades de los tiempos que corren, y que a la vez le hiciera poner los pies en el suelo. Ese escudero fiel y altruista (pensando en cómo está la vida) no podría ser otro que su Otro Yo.

¿Que quién era y quién es su Otro Yo? Pues un personaje igual a nosotros, pero irreal, como cuando nos asomamos al espejo y vemos una imagen igual a la nuestra pero simétrica a ella (luego explicaremos las diferencias).

El caso es que, con espejo o sin él, todos tenemos frente a nosotros a un personaje imaginario, irreal pero idéntico a nosotros mismos, que nos da muchos quebraderos de cabeza pero que nos ayuda a resolver los problemas. La gente lo llama conciencia, yo lo llamo mi Otro Yo. Es decir, que para que funcione la mente de cada individuo es preciso un dualismo. Así, uno de los expositores propone y el otro corrige, acepta o reprueba, porque en la confronta está la razón.

De pequeño Hijo Único se ofuscaba con sus opiniones, pero había siempre alguien o algo que le hacía reflexionar. Ese era su Otro Yo. Un ser inherente a sí mismo, que le daba la razón o discrepaba de él, pero que siempre estaba a su lado para lo bueno y para lo malo, como deben estar las personas que bien se quieren.

Así, en la vida diaria que los dos compartían, siempre había un Yo físico de carne y hueso, a quien le sucedieran las cosas, y un Otro Yo imaginario que, aunque participaba de todo lo que pasaba por su mente en común, no tenía por qué estar siempre de acuerdo, ni darle a su Otro la razón en todo lo que no quería decir, ni necesariamente estar en contra.

Así pues, en LA SOLEDAD PARENTAL nos encontramos con un primer personaje, que es el armazón de la novela, en su condición de Hijo Único. Y, aunque su nombre es Ciriaco por llamarle así según tradición familiar a los nenes de su entorno, en la escuela le pusieron Siempresolo, porque apenas sí se relacionaba con nadie.

Siempresolo se nos presenta en multitud de facetas con sus Otros Yo, que cambiarán de apariencia externa según el papel en el que intervengan, sirviendo siempre de contrapunto en la obra, una obra cuya primera finalidad es analizar con sátira y crítica sana aquellos aconteceres de la vida diaria que pasan desapercibidos por delante de nuestras narices y sin siquiera nos damos cuenta.

En todo caso, no olvide nunca el lector o lectora que Siempresolo representa a cualquier personaje auxiliado por su Otro Yo, y como tal puede verse involucrado en cualquier episodio inesperado donde se encuentre el protagonista. Por lo demás, seguimos la obra como la vida diaria, afrontando los equívocos o los aciertos como mejor sepamos, con la esperanza de que con cada paso que demos aprendamos a dar el siguiente mejor.

II. NUESTRO OTRO YO

Es evidente que el humano no dialoga ni habla solo, como muchos se creen; entre otras cosas, porque dialogar o hablar implica comunicación, y, como todos sabemos, para que se establezca una comunicación es necesario un emisor, un transmisor y un receptor; esto es: un conjunto de tres elementos o mecanismos, sencillo por su simpleza pero complejo en su funcionamiento, ya que lo hace de una manera recíproca y autónoma dentro de nuestro cerebro, con lo cual, sin uno de esos tres elementos, el flujo de la comunicación no sería posible, ni veríamos a la gente hablando sola como la vemos.

Es como si las dos mitades opuestas de dos cerebros (Fig.1), una del sujeto real y la otra de su Otro Yo, se enviasen mensajes recíproca y alternativamente, haciendo unas veces de emisor y otras de receptor, con el pensamiento como transmisor entre ambas, para que dichos mensajes vayan del uno hacia el otro y tengan respuesta.

Algo así como si cada uno de los medios cerebros al recibir información externa la sopesara (experimentación), la valorara (tomara conciencia de ella) y la enviara a su homóloga para que la cotejase y le diese su opinión (Fig. 2).

Y es que la mente humana es tan prodigiosa que cuando necesita o precisa de ciertos recursos y no dispone de ellos los genera o los sustituye por otros que tenga a mano, hasta alcanzar su objetivo. Así, cuando necesita establecer una comunicación consigo misma y obtener respuesta, la mente humana se crea un Otro u Otra Yo que satisfaga su necesidad, aunque eso ocurra dentro de su propio cerebro, al estilo de «juanpalomo» (yo me lo quiso, yo me lo como).

Estamos hablando de nuestros Otros Yo.

Pero ¿quiénes son nuestros Otros Yo?

Para empezar diré que los humanos somos animales sociables por necesidad. Y, aun cuando podemos desarrollarnos y vivir físicamente solos, no podemos sin embargo prescindir de una imagen en nuestra mente, muy similar a la que tenemos de nosotros mismos, de un ser fallecido, e incluso de un dios, para contarle o consultarle nuestros pensamientos y dirimir decisiones que habremos de tomar mañana. Lo que popularmente se llama «consultarlo con la almohada».

Así, pues, nuestro Otro Yo es una idea, una imagen, un pensamiento o una necesidad con la que dialogar a diario para compartir, discutir o dilucidar nuestras dudas y nuestras preocupaciones, porque nuestras intranquilidades provienen de nuestras dudas y nuestros secretos; esto es: de no saber si las decisiones que tomamos ayer fueron las más apropiadas, o si las que tomaremos mañana son las que más nos convienen.

También el sabernos depositarios de hechos o acontecimientos que solo conocemos nosotros, pero que no nos conviene o no se nos permite contar, nos produce un malestar general, y solo confesándonos con nuestro Otro Yo y escuchando su veredicto podremos aliviar nuestro sinvivir.

Los humanos actuamos en cada momento según nuestra manera de ser y las reglas de comportamiento que nos fueron dadas, pero, luego que entramos en consideraciones y reposadamente sopesamos lo que sabemos, lo que hemos hecho, lo que somos o lo que queremos ser, entramos con frecuencia en conflicto y recurrimos a nuestro Otro Yo, para que nuestro Otro Yo se implique y nos diga su parecer, aunque a veces nos incomode. Es lo que se ha dado en llamar «la conciencia».

Nuestro Otro Yo es como nosotros mismos en imagen y en pensamiento, que no en carne y hueso, pero que mira y que ve las mismas cosas que vemos nosotros, en el mismo lugar y en el mismo momento, aunque desde una óptica o perspectiva distinta, cuando no totalmente opuesta. Por eso es normal el que él y nosotros discrepemos con tanta frecuencia. Y es que nuestro Otro Yo es como un hermano gemelo que lleváramos dentro, participando del mismo cuerpo, y al que le afectase el mundo de la misma manera; o sea, que yo mismo y mi Otro Yo somos como dos seres en uno único, mentalmente autónomos, con plena libertad para asentir o para discrepar, pero siempre con absoluta sinceridad, porque ni uno ni otro nos podemos engañar entre nosotros.

Una dualidad de por vida, como cuando uno se asoma al espejo o a un charco de agua en reposo. Si yo me coloco delante de un espejo mirándolo, mi Otro Yo aparece en el mismo momento mirándome a mí. Si me asomo a un charco de agua en reposo, abajo estará mi Otro Yo boca arriba mirándome, y allí estaré yo boca abajo mirándolo a él. Lo que, de materializarse nuestras posiciones, equivaldría a que, mientras yo estoy viéndolo a él y cuanto a sus espaldas sucede, mi Otro Yo está viéndome a mí y lo que a mis espaldas ocurre; es decir, que cuando yo miro al norte mi Otro Yo mira al sur. Y si yo miro hacia abajo él mira hacia arriba. Por lo tanto, con 180 grados de diferencia física y por supuesto otros tantos de diferencia mental. Esto, que a simple vista parece una tontería, es una realidad experimentada por todos, aunque la mayoría no se haya percatado de ella o no le haya dado importancia, ya que hablar en pensamiento con nosotros mismos es cosa que todos hemos hecho desde que empezamos a dominar nuestra lengua. Algo que cuando chavales hacíamos en voz alta con mucha frecuencia, porque no nos importaba que nos oyesen hablando solos, luego de adultos dejamos de hacerlo porque los mayores se reirían de nosotros al pensar que hablar solos es cosa de locos o de chiflados. En lo que no reparan los críticos es en que ellos llevan hablando toda la vida con su Otro Yo, y no se consideran chiflados ni locos.

Pero es que nadie habla solo (ya lo he dicho al comienzo de este capítulo), habla con su Otro Yo. Lo que pasa es que, al no tener este otro una voz acústica y sonora, solamente se oye la nuestra, y por eso se nos critica, pero lo cierto es que siempre que estamos hablando directamente con otra persona hablamos con nosotros mismos, esto es: con nuestro Otro Yo. Incluso cuando pensamos en alguien o en algo lo estamos compartiendo con nuestro Otro Yo. Claro que, cuando el tema no admite discusión o duda, nuestro Otro Yo y nosotros pensamos lo mismo, y todo queda en un «me acordé de tal persona o tal cosa», pero nada más. Sin embargo, es tanto el tiempo que pasamos hablando con nosotros mismos (con nuestro Otro Yo), que nos hemos acostumbrado a dialogar con la misma naturalidad con que hablaríamos al mejor amigo. Aunque el Otro Yo es para cada persona la proyección de la imagen que tiene de sí a través de su pensamiento, cabe señalar que cada cual lo sitúa o lo coloca donde más le acomoda.

El humano ha necesitado siempre de un ente físico o imaginario a quien contarle sus intimidades y de quien escuchar sus consejos, opiniones o reprimendas; para ello, cada cual se configura su Otro Yo y lo sitúa o lo coloca en aquella persona, en aquel objeto o en aquella imagen que más confianza le aporta. Para unos está en su conciencia, y con ella dialogan; para otros, en un lugar solitario donde comunicarse a través de la meditación; para estos en un espejo o en el agua de un charco; para aquellos en imágenes de santos, estampas, fetiches, amuletos, etc., a los que elevan sus rogatorias, plantean sus problemas o presentan sus dudas, peticiones o quejas. En el confesionario lo encontrábamos antes, ahora en el psicólogo o en los médiums; y los más avanzados en Internet o en el teléfono móvil.

Pero esto no es cosa de ahora; esto es cosa que arranca del Génesis (véase la Biblia), cuando Yahvé dijo «hágase la luz». ¿A quién se lo decía, si no había en el mundo nadie más que Él? Está claro que a sí mismo, o sea, a su Otro Yo.

También Noé nos dejó testimonio de ello cuando se dijo (le dijo su Otro Yo): «Construye un gran barco, que se avecina un diluvio». Y a Moisés; cuando recibió en la montaña las Tablas de la Ley, ¿quién se las dictó? Él lo atribuye, o, mejor dicho, las Escrituras se lo atribuyen a Yahvé, pero, luego que rompiera las Tablas, porque se enfadó con su pueblo, ¿quién se las dictó otra vez? Está claro que su Otro Yo.

Pero es que Cristo nos dejó un claro ejemplo cuando dijo: «Yo voy al Padre y el Padre está en mí». Además, ¿quién lo tentó en el desierto, sino su Otro Yo carnal que la Biblia nos presenta con forma y voz de demonio? Después, en la Oración del Huerto («pase de mí este cáliz»), y luego clavado en la Cruz («¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», y «en tus manos encomiendo mi espíritu»). ¿A quién dirigía todas estas expresiones? La Biblia dice que al Padre, pero ¿quién era el Padre para Jesús? No olvidemos que Cristo y el Padre compartían la misma divinidad. O sea, que eran una misma cosa en dos personas. Luego la lógica nos lleva a que el Padre era el Otro Yo del Hijo, y el Hijo era el Otro Yo del Padre. En consecuencia, permítaseme deducir que, cuando Cristo decía hablar con el Padre, en realidad estaba hablando con su Otro Yo.

Pero sin retroceder tantos años, don Miguel de Cervantes (insigne novelista español) creó un Don Quijote, cuya personalidad, aventuras y fama no hubieran sido tan exitosas si no hubiese creado a la par al Otro Yo del caballero andante; esto es, a Sancho Panza. Porque no me negará nadie que, sin Sancho, a Don Quijote le hubiera faltado su otra mitad. Hubiera sido un romántico de la época, pero soso y falto de contacto con la realidad; de eso que se llama poner los pies en el suelo, porque lo de elevarse a las nubes es muy bonito o romántico, pero eso no le da de comer a nadie.

Un Otro Yo (Sancho Panza) que constantemente le advierte a su señor, Don Quijote, de los peligros de su locura. Un Otro Yo que lo deja todo por su señor y que incluso arriesga su integridad física en multitud de ocasiones por salvarle de sus desatinos. Un personaje que en el fondo es su simétrica imagen y lo quiere como a sí mismo.

Otro ejemplo lo tenemos en Juan Ramón Jiménez (el español onubense, Premio Nobel de Literatura en 1956), que buscó y encontró a su Otro Yo en un burrito peludo, con el que confraternizó tanto que llegó a inmortalizarlo en su obra Platero y Yo.

Miguel Gila (humorista español, 1919-2001) encontró a su Otro Yo en el teléfono, y Mari Carmen (ventrílocua española), en sus muñecos, especialmente en doña Rogelia.

En cualquier pareja de payasos, el listo no sería nadie sin su Otro Yo, que es el payaso «tonto». Y así un sinfín de parejas, como el dúo argentino-español Pimpinela, o los hermanos Calatrava (otro dúo cómico español), y tantos y tantos otros que la lista de ejemplos se haría interminable.

Lo triste es que muchos de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes de hoy, se encuentran con que «no encuentran» a su Otro Yo. Son muchas las personas de nuestras ciudades o pueblos que no tienen con quién desahogarse, ni a quién contarle sus intimidades. Y mucho menos en quién confiar o a quién pedirle opinión. Por eso buscan cosas y lugares nuevos donde esté su Otro Yo: en el ordenador, en el alcohol, en la droga o en el juego.

Y no digo que todas las cosas y todos lo lugares sean iguales, lo que digo es que todos enganchan: el ordenador con los chats o los videojuegos; el botellón u otras bebidas que se consumen en demasía; todo tipo de drogas, los juegos de azar, como el bingo o las cartas… Muchos y muchas los buscan como su Otro Yo, porque creen que espantan su soledad. Lo malo es que lo que encuentran es a su «anti Otro Yo». Esto es, la volatilización de sus Otros Yo, porque han perdido la capacidad de hablar o de dialogar hasta con ellos mismos.

Dicho esto, lo creo ya suficiente para que conozcamos al primer protagonista de estos relatos, llamado Siempresolo, acompañado de su escudero ficticio, gestado en la mente del primero con el nombre de «su Otro Yo», desarrollado en la pareja que narra la historia, siempre bien avenida, pero antagónica las más de las veces y distante en sus desacuerdos, como se irá viendo a partir de que desarrollemos capítulos.

III. EL PROTAGONISTA DE LA HISTORIA

Siempresolo no se llamaba así, aunque tampoco le gustaba llamarse como lo inscribieron en el Registro. Él fue bautizado con el nombre de su abuelo paterno, que a la sazón se llamaba Ciriaco. Y, aunque el nombre era feo de remate, en aquellos tiempos imperaba en su pueblo el gusto por la tradición y los nombres raros, porque decían que los hacía diferentes; máxime si el nombre correspondía a un antepasado paterno muerto en la guerra, como lo había sido su abuelo.

El chico se consideraba como los demás, y así le gustaba llamarse; pero otro nombre le había sido impuesto, igual que impuesto le fue el modo de vida por no haber tenido una familia como la tenía todo el mundo. Es decir, como la tuvieron los demás niños que conocía, con sus abuelos, sus padres y sus hermanos, además de tíos y primos; sobre todo muchos primos...

Nuestro protagonista era hijo único de padres también hijos únicos. Su abuelo paterno había muerto en la guerra a los dos años de matrimonio, con lo cual solo engendró a su padre, y su abuela no se volvió a casar ni tuvo más hijos. Su abuela materna era madre soltera, que solo tuvo una hija y ni siquiera se llegó a casar.

Más tarde, las circunstancias, la casualidad y el destino hicieron que los dos hijos únicos se conociesen por azar, se enamorasen y, como se dice en los cuentos clásicos, se casaran y comieran perdices, pero en este caso las perdices no dejaron la felicidad que se suele decir en los cuentos. Con la cosa de que su padre y su madre habían sido hijos únicos, los dos crecieron y vivieron muy pegados a sus respectivas progenitoras y, cuando vinieron a echarle cuentas al matrimonio, ya casi era tarde: él rondaba ya los cincuenta y ella cuarenta y tantos, lo que les aconsejaba engendrar con urgencia si no querían que la menopausia acabara con la continuidad de las dos familias.

Y llegó el embarazo, y con él un enjambre de quistes en los ovarios maternos que los médicos aconsejaron limpiar en cuanto el parto se produjese. Así que durante el embarazo la aguantaron como pudieron y, acto seguido del alumbramiento, la intervinieron quirúrgicamente para quitarle todas aquellas pequeñas tumoraciones que pudieran ocasionarle males mayores, aunque ya no pudiera concebir más hijos.

Por lo antes dicho, y como si lo de ser hijo único fuera cosa de herencia, el matrimonio solo pudo concebir un único vástago que, como era lógico, acapararía toda la atención de sus padres y todos los mimos, pero nunca gozaría de la algarabía de unos hermanos en la casa, ni de la de unos primos con los que nunca jugó.

Aquella criatura llegó al mundo estupendamente, pero venía sin embargo condenada a la soledad familiar; la sucesión de los García Cifuentes se vio estrangulada y su único descendiente, Ciriaco, a quien en la escuela apodaron «Siempresolo» por su carácter introvertido y su comportamiento solitario, no se relacionaba con sus compañeros apenas, no participaba en sus juegos y se le observaba hablando frecuentemente consigo mismo.

Ciriaco no tenía más parientes que sus dos abuelas, su padre y su madre, pero, cuando fallecieran los cuatro, ¿qué parientes le quedarían?

El no haber tenido unos hermanos con los que jugar y pelearse en los ratos de aburrimiento, ni muchos titos que frecuentasen el domicilio con primos y primas con los que dar nuevos horizontes a su imaginación y a sus juegos, hizo de aquel chaval un adulto solitario y huraño, que nunca superó su carencia. Una carencia que condicionó a la criatura para toda su vida, llevándolo de mayor incluso al delirio.

En sus años jóvenes, Siempresolo se vio privado de un ambiente apropiado para su edad y su sexo, lo que lo obligó a crecer pegado a su madre y por ende a su soledad y a sus rancios recuerdos, pues, siendo ella su principal y más influyente protectora, lo educó en la tendencia a la soledad angustiada por no haber familia, y eso le produjo la necesidad de crearse una compañía permanente con quien hablar y dilucidar sus pensamientos y sus problemas.

Entonces fue cuando cambió su personalidad, rodeándose de parientes imaginarios, para no estar solo y tener al tiempo con quien hablar, tales como personas, imágenes, animales, objetos, etc., con los que llegó a identificarse tanto que, uno a uno, los consideraba como él mismo enfrente de sí; esto es, como «su Otro Yo» en un espejo.

Así fue como dio rienda suelta a su imaginación, haciendo aflorar en su mente a una familia que sustituyera a la que nunca tuvo y que para él fuera real. Mas, como nuestro protagonista quería ser juez y parte a la vez, y eso no es cosa posible, optó por hacer doblete, reservándose para sí el primer personaje, porque aquel lo representaba a él mismo, haciendo en los huecos libres de Autor, ya que el guión y la obra eran de su inventiva, aunque él nunca se atribuyó los dos méritos.

Así sucedió que de uno resultaron varios: Siempresolo, que creó el Autor como padre de la criatura, y los Otros Yo respectivos para el resto de los papeles. O sea, que Siempresolo, siendo el creador de la obra y sus personajes, prefirió ser personaje antes que autor y guionista, dejando estos dos últimos cometidos para otra persona que, siendo él mismo, le mantuviera en el anonimato, pues desde la sombra se mueven mejor los hilos de la cometa. Siempresolo sería el protagonista incompleto, y su Otro Yo la parte que le faltaba. Una especie de simbiosis a la moderna, donde el imaginado estaría siempre al quite de cualquier peligro, pero que a la par tendría voz y voto en sus decisiones, aunque privado de la ejecución por no tener cuerpo.

¿Y por qué su Otro Yo? Pues porque desde pequeño se sintió siempre atado a sus pensamientos por una voz interior que le escuchaba, le aconsejaba, le animaba o le reprendía en los momentos en los que se encontraba más solo. Un ser imaginario en su mente que le servía de hermano, de primo predilecto y de su amigo más íntimo, al que por supuesto le encomendó un papel importante en la obra: ser su escudero. Por eso lo llamó «mi Otro Yo».

Un Otro Yo que concibió a su medida, imposible de manejar por opiniones ajenas, pero sí de convencer con razonamientos y, sobe todo, que le sirviera para deliberar en sus momentos de duda y dificultad.

Mas, como el suyo lo consideró un caso único, el nombre le vino como anillo al dedo, aunque lo de «Siempresolo» no le gustase en principio, pero con el tiempo se llegó a acostumbrar e incluso a que le sonara mejor que Ciriaco.

Pero, retrotrayéndonos un poco en el tiempo, justo es decir que Siempresolo no fue un niño estudioso y, por añadidura, poco interesado por las inquietudes de los demás. Comenzó varias carreras y oficios, y en todas abandonó antes de diplomarse. A él lo que verdaderamente le gustaba era escribir; escribir historias y contarlas del modo en que se escribe el teatro, jugando con los personajes, especialmente si lo que contaba era sobre una familia extensa, porque no era ese su caso y eso lo tuvo obsesionado toda su vida.

Él quería ser «escribidor de teatro familiar» y, aunque tenía el argumento, le faltaban los personajes; o sea, que su obsesión era crear unos parientes que nunca tuvo, y al no haberlos tenido se encontraba con que no sabía cuántos eran ni tampoco sus nombres. Pero, cuando supo que los autores podían inventar, añadir o borrar personajes, y además escribirles lo que debieran hacer y decir, creyó haber encontrado la veta de su felicidad, y a ello se dedicó en adelante.

Si había que crear un mundo diferente, aunque fuera irreal, estaba dispuesto a crearlo. Si necesitaba unos personajes que no existían, pues los crearía como Dios creó a Adán y Eva. Y, si había que estar loco, lo estaría. Todo con tal de abandonar aquel mundo solitario, aburrido y sin familia ni amigos en el que había crecido tan angustiadamente, sin poderse adaptar.

Tenía que cambiar su vida, y en ello puso su empeño. Lo primero fue meditar y recomponer su historia. Lo segundo buscar y dar forma y vida a los personajes. A continuación la distribución de papeles. Todo sin olvidar que nuestro protagonista buscaba la realización de su obra, y ¿qué mejor que erigirse en el creador de la misma? No olvidemos que de niño se crio solo y triste, pese a haber tenido todo lo que podía desear materialmente hablando, pero no pudo evitar aquella expresión de «no es bueno que el hombre esté solo». Y peor que estén solos los niños. Los niños que crecen sin hermanos, sin primos ni amigos con los que compartir sus juegos, con los que pelearse por una simpleza y con los que reconciliarse al minuto siguiente, no completan su desarrollo mental, y anclado se les queda para toda su vida.

Los niños y los mayores necesitamos movernos en un entono donde en un momento se nos dé la razón y acto seguido se nos lleve la contra, no caprichosamente, sino porque la vida lo pide; por eso es bueno criarse en un círculo de parientes, amigos y seres queridos que compartan con nosotros las alegrías y las penas, en los mejores y en los peores momentos, y alguien que nos enseñe a ser fuertes cuando nos encontramos solos y los tiempos nos vienen adversos.

Y, si a esto añadimos la superprotección de sus padres, porque estamos hablando de un hijo único, la criatura se crio y se desarrolló como planta protegida por un paraguas; o como gorrión al que encierran en una jaula de oro: aislado del mundo, sin conocer el mundo ni disfrutarlo, como si el mundo le fuera ajeno.

Siempresolo quería ser como todos los niños y como todos los hombres de su alrededor. Él se consideraba tan simple y a la vez tan extraño, que todo lo que le estaba ocurriendo podía pasarle a cualquiera, pero solo le pasaba a él. Así fue que, habiendo crecido privado de parentesco, dio rienda suelta a sus facultades imaginativas de pronto, dedicándose a crear historia con cuantos seres cercanos iba necesitando, según su pensamiento se iba de un lado hacia otro.

Y, pese a que todos sus personajes conformaban con el Autor su familia, él prefirió enfrentarse a ellos en un espejo imaginario, para así poder observar desde fuera, como la madre que se asoma al balcón para ver a sus hijos jugar en el patio.

Siempresolo quería observar su obra desde dentro para conocerse mejor a sí mismo y de paso a su Otro Yo, porque el estreno estaba ya próximo.

Una trama esta en la que uno eran todos, y cualquiera de ellos se desdoblaba como el Otro Yo del creador. Era un conjunto de criaturas vivas artísticamente donde cualquiera de ellos lo sacaba de aquel mundo solitario e insulso en el que se había desenvuelto, para introducirlo en aquel otro mundo onírico del que ya no quiso nunca salir.

Luego, con el tiempo y la ayuda de todos, fue dándole cuerpo a su obra, cuyas escenas consistían en una conversación ilustrada con un experto, quizás no lo amplia que los lectores habrían deseado, pero sí lo bastante interesante como para implicarlos en ella y aficionarlos al tema.

Todos ellos y ellas ejercen de Otros u Otras, y todos ellos y ellas vivirán de por vida en la mente creadora, a la sazón, un chico apartado de un mundo en el que no le interesaba vivir y que ahora lo ha conseguido, aunque haya tenido que disfrazarse de Alzheimer.

–Cosas de la vejez –decían unos.

–Atrofia mental –aseguró el psiquiatra.

–Pero ¿qué le pasa a Ciriaco? –preguntaban los más.

–Pues que siempre fue una persona huraña que no quiso relacionarse con la gente porque no tiene familia. Por eso se ha encerrado en esa casucha del pueblo, donde solo se le oye hablar solo, y únicamente atiende cuando le preguntan por su familia. Entonces se pone a hablar y a contar de ellos, que trabajo le cuesta cortar a quien ose preguntarle algún día.

Es lo que les ocurre a los esquizofrénicos, que basan su vida en unos delirios irreales o irrealizables como el eje principal de su existencia y el aporte de su felicidad, aunque la gente no los comprenda ni los aguante. Por eso suelen morir solitarios.

Un mundo de su propia invención que, si no real, por lo menos le dio la felicidad que no había tenido en el mundo de la cordura. Por eso le gustaba llamarse Siempresolo y loco de profesión, pues sabía muy bien que únicamente de loco podría echar su mente a volar, y en su delirio recuperaría aquella felicidad que se llevaron las perdices que comieron sus padres.

Luego, todo sería cuestión de cerrar la puerta para que la felicidad no se fuese, aunque los demás dijeran que lo había atrapado el Alzheimer.

¿Vida real o ficticia? No lo sé, porque, si los que nos creemos cuerdos la llamamos vida y no somos felices, ¿por qué no vivirla de otra manera?