cover.jpg

portadilla.jpg

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Harlequin Books S.A.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La deuda del magnate, n.º 119 - agosto 2016

Título original: Tycoon’s Delicious Debt

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8664-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Cooper Brock no estaba disfrutando de su paseo por la playa. Sus caros zapatos de piel levantaban una nube de arena con cada paso que daba. No estaba de humor para apreciar la belleza natural del Algarve y no podía contener la ira que se extendía por todo su cuerpo, luchando por salir al exterior. Ignoró el calor que sentía por culpa de su traje oscuro mientras observaba a la gente que estaba tomando el sol.

No entendía dónde podría estar esa mujer, Serena Dominguez, la mujer que lo había estado atormentando durante el último mes. Desde que se conocieran en una cena benéfica en Londres, y de eso hacía ya cuatro semanas, la había estado persiguiendo sin descanso, disfrutando con la emoción de la cacería. Pero lo que ella había hecho ese día lo acababa de cambiar todo.

Esa mujer había invadido su territorio y tenía ganas de gritar hasta quedarse ronco. No podía creer lo que le había pasado. Había tenido la victoria tan cerca… Después de dos años de increíble paciencia, había estado a punto de cerrar una operación que se le había resistido siempre al imperio financiero de su familia. Y lo había hecho de forma legal.

La propiedad de los Alves representaba una importante oportunidad de negocio para la empresa de su familia. Había sido el único trofeo que su padre no había sido capaz de lograr. Y, si él hubiera podido finalizar por fin el acuerdo ese día, habría podido demostrar que sus métodos eran mejores que los de Aaron Brock.

Sentía que Serena había interferido en algo más que un simple acuerdo de negocios. Apretó los dientes al recordarlo. Esa adquisición le habría dado tanta satisfacción… Habría sido un logro que habría conseguido mitigar un poco esa inquietud que sentía dentro de él y que ya no podía seguir ignorando.

Se detuvo de repente cuando oyó una risa gutural que resonaba por encima del ruido de las olas. Ese sonido se apoderó de él y no pudo evitar sentir cómo se despertaba su deseo. Supo enseguida que se trataba de Serena. No lo había oído antes, era una de las muchas cosas que no había compartido con él, pero, de alguna manera, supo que se trataba de ella. Cambió de dirección y se dirigió hacia la gran sombrilla azul que había clavada a un extremo de la playa.

Se detuvo cuando vio a Serena Dominguez. El corazón le dio un vuelco y sintió que le faltaba el aliento. No entendía lo que le pasaba ni por qué reaccionaba de esa manera cada vez que la veía.

Decidió que lo mejor que podía hacer era concentrarse en los pies de esa mujer mientras se acercaba a ella. Se fijó en la cadena de oro que adornaba uno de sus tobillos, brillaba bajo la luz del sol. Era el tipo de regalo que le hacía un hombre enamorado a su mujer. Frunció el ceño. No le gustaba imaginarse a esa mujer con otro y sintió de repente la absurda necesidad de arrancarle esa cadena.

Dejó entonces que su mirada subiera por las largas y fuertes piernas, hasta llegar hasta su bikini blanco, una prenda que se pegaba escandalosamente a sus caderas. Cerró los ojos y tragó saliva. No se veía capaz de controlar el deseo que sentía por ella. Se obligó a mantenerlos abiertos y a concentrarse en el perfil de Serena mientras ella terminaba una llamada telefónica.

Vio decepcionado que sus grandes gafas de sol ocultaban la mayor parte de su cara. Se quedó mirando sus pómulos, sus labios gruesos y su delicado mentón. Serena Dominguez no era solo bella. Tenía una elegancia y una sensualidad que habían conseguido hechizarlo por completo.

Serena dejó su teléfono móvil en la toalla y se pasó la mano por su melena casi negra y ondulada. Se había quedado tan callada que supo que lo había visto.

–¿A qué estás jugando, Serena? –le preguntó con frialdad.

Olá, señor Brock –lo saludó ella con su acento brasileño y musical–. ¿Qué hace aquí, en Portugal?

–Deja de fingir que no sabes nada. No tengo tiempo para juegos.

–Eso sí que me sorprende –le dijo Serena mientras se subía las gafas de sol para ponerlas sobre la cabeza–. Si a ti te encantan los juegos.

El tono de sus ojos le hacía recordar a su tequila favorito, uno entre marrón y dorado que no llegaba a tener sobre él el mismo impacto que tenía su mirada. Vio que su sonrisa ya no era la misma tensa y educada que había visto antes, sino una amplia y descarada que iluminaba su cara. Había deseado poder ver esa sonrisa mientras lo miraba a él, lo había anhelado con todo su ser, pero no lo había querido de esa manera.

–Se suponía que hoy iba a cerrar la adquisición de las tierras de los Alves –repuso él con tanta calma como pudo reunir mientras trataba de controlar la ira y el deseo que luchaban dentro de su cuerpo–. Pero me he enterado de que te has adelantado y me las has robado.

–¿Robado? –repitió ella con un peligroso brillo en sus ojos–. Cuidado con lo que dices, vaquero. Yo no soy ninguna ladrona.

Serena lo dijo de tal forma que se sintió como si fuera él mismo el que no era digno de confianza. Sabía que era ridículo, pero era así cómo se sentía.

–¿Cómo lo has conseguido? Sé que eres una especie de genio de las finanzas, pero no tienes ni el dinero ni los contactos para conseguir este tipo de acuerdo.

–No necesito nada de eso. Me basta con sonreír y guiñar un ojo de vez en cuando.

«Y llevar poca ropa», pensó él mientras se le iban los ojos a sus voluptuosos pechos. La parte superior del bikini delineaba a la perfección sus curvas y no pudo evitar fijarse en sus pezones, que presionaban la fina tela del bikini. Era casi como si estuviera tomando el sol en topless. Se aclaró la garganta antes de hablar.

–Si crees que voy a dejar que te hagas con lo que es mío, no me conoces bien.

Ella entrelazó las manos detrás de su cabeza. Estaba seguro de que el gesto no era tan natural como parecía, sino que estaba tratando de desviar su atención.

–Creo que te sorprendería saber lo mucho que sé de ti.

–No juegues conmigo, cariño –le advirtió él en voz baja mientras trataba de concentrarse en los ojos de Serena–. ¿Por qué te interesa tanto esa propiedad?

–No tiene nada que ver conmigo. Solo quería impedir el negocio. ¿Cómo te has sentido al ver que no podías conseguir lo que querías y te lo arrebataban en el último momento? Supongo que te molestará bastante, ¿no? –le preguntó ella mientras fruncía sus labios rojos como si de verdad estuviera preocupada–. No te irrites tanto, las cosas van a empeorar aún más.

–Si lo que querías era conseguir mi atención, ya la tuviste desde que te conocí.

Serena levantó una ceja y dejó de sonreír.

–No es tu atención lo que quiero. Pensé que eso ya te lo había dejado claro.

–¿A quién quieres engañar? No dejas de mirarme –repuso él.

Ser consciente de ese hecho era lo único que lo había mantenido cuerdo esas semanas.

–Solo porque he aprendido que no conviene dar la espalda a un Brock –le dijo Serena mientras tomaba la copa que tenía al lado de su tumbona.

–Bueno, no me dejes así, dime la verdad. Supongo que, si has hecho lo que has hecho, es porque quieres algo de mí.

Tomó un sorbo de su cóctel y se pasó después la lengua por los labios. Deseaba tanto tener esa lengua contra la de él que estuvo a punto de no escuchar su respuesta.

–¿Cómo es que llevas un mes persiguiéndome y no sabes nada de mí? –le preguntó Serena.

Se cruzó de brazos y apoyó firmemente las piernas en la arena mientras se alzaba sobre ella.

–Sé todo lo que necesito saber. Eres inteligente, atractiva y te empeñas en mantener las distancias conmigo porque sabes que yo podría hacerte sentir algo.

Vio que su comentario había conseguido divertir a Serena.

–Sigue diciéndote eso a ti mismo si así te sientes mejor –repuso Serena inclinando la cabeza a un lado–. ¿Eso es todo? ¿Todo lo que sabes de mí?

–¿Qué más hay que saber?

Lo que más le gustaría conocer de esa mujer era la palabra mágica que le permitiría convencerla para que se acostara con él, pero sabía que Serena no iba a darle esa información.

–Esto no debería sorprenderme en absoluto. Es exactamente la forma en la que sueles hacer negocios. Sin ninguna investigación ni análisis previo, se trata solo de una decisión visceral –le dijo Serena con una mezcla de desprecio y asombro–. Decides que quieres algo y vas a por ello. Es como si estuvieras seguro de que vas a terminar consiguiéndolo.

–Hasta ahora me ha ido bien.

Cooper no vio la necesidad de disculparse por ello.

–Y, si hay algún obstáculo, mejor. Eso hace que la victoria sea aún más dulce. Seguro que te encanta cuando te encuentras con algún enemigo bloqueando tu camino, así el juego se hace más interesante.

Cooper entrecerró los ojos.

–¿Lo sabes y, aun así, te interpones en mi camino?

–Has estado persiguiéndome y no sabes nada de mí –le dijo ella tomando otro sorbo de su bebida–. Pero yo he aprendido mucho de ti.

–¡Vaya! Has conseguido emocionarme –respondió él con sarcasmo mientras contemplaba cómo una gota de condensación caía de su copa a su escote.

Se quedó mirando mientras la gota se deslizaba entre sus pechos y tuvo que contenerse para no tocar su piel brillante y bronceada. Quería seguir el camino perezoso de la gota y atraparla con su lengua.

–Podrías haberte ahorrado el trabajo y preguntarme directamente –le dijo Cooper tratando de controlar el deseo que corría por sus venas.

–Supongo que sí, pero no me habrías dicho lo que quería saber –repuso Serena con esa voz suave y melodiosa que tanto le excitaba–. ¿Me habrías contado, por ejemplo, que acabas de lograr un lucrativo acuerdo con una compañía minera australiana? Felicidades, por cierto.

Cooper trató de ocultar su sorpresa.

–¿Cómo lo sabes? No se ha anunciado aún en ningún sitio.

–¿O que estás negociando en secreto con un monopolio de empresas de telecomunicaciones de Zúrich? –agregó Serena agitando sus pestañas con coquetería–. Será complicado, pero creo que lo conseguirás. Como haces siempre.

Cooper la miró con los ojos entrecerrados. Acababa de viajar a Zúrich ese fin de semana y tanto la empresa de telecomunicaciones como la suya habían tenido mucho cuidado para que no se filtrara la información.

–¿Dónde lo has oído?

–Por ahí… –repuso Serena encogiéndose de hombros–. Y también sé que, si te hubiera preguntado, tampoco me habrías dicho que el año pasado ganaste el torneo de póquer en el hotel Chatsfield de Las Vegas.

Cooper frunció el ceño.

–Nadie sabe…

–¿Que le ganaste a John Harrington hijo una participación del veinticinco por ciento de la cadena hotelera Harrington? –concluyó Serena por él–. No te preocupes, mis labios están sellados.

La miró sin entender nada. Había estado convencido de que nadie sabía lo de las acciones. Estaba seguro de que John Harrington no quería que nadie lo supiera. No entendía cómo se habría enterado Serena y se preguntó si sabría también por qué necesitaba tanto esas acciones.

Se dio cuenta de que la había subestimado. Había descubierto ella sola muchos de sus secretos y no quería ni pensar en qué más sabría ni lo que pensaba hacer con esa información.

–¿Por qué sabes tanto de mí?

Serena bostezó y se estiró, arqueando la espalda al hacerlo. Se mantuvo muy quieto mientras observaba los movimientos de su maravilloso cuerpo.

–Supongo que porque te encuentro fascinante. Me llama la atención que hayas nacido y crecido en un mundo privilegiado y rodeado de riqueza.

Cooper se metió un dedo por el cuello de la camisa para tirar de ella. Estaba muerto de calor.

–Serena…

–Después de todo, has estado viviendo la vida que debería haber tenido yo –le dijo mientras lo miraba con frialdad–. Has echado a perder oportunidades que deberían haber estado a mi alcance.

–¿De qué estás hablando?

–Pregúntaselo a tu padre –replicó con dureza–. Dile que te hable de Felipe Dominguez. Hace catorce años, provocó la quiebra de la empresa de mi padre. La destruyó por completo.

Se estremeció al oírlo. No le sonaba de nada el nombre, pero sí le parecía algo que su padre podría haber hecho, no le costaba creerlo.

–Si eso es verdad, no tiene nada que ver conmigo –se defendió Cooper.

–Claro… –repuso Serena con su marcado acento brasileño–. Tú solo te has beneficiado de lo que hizo tu padre, has vivido entre algodones gracias al botín de guerra de tu padre. Pero no, no tiene nada que ver contigo.

Se pasó los dedos por el pelo y soltó un resoplido de frustración.

–¿Qué tiene esto que ver con la propiedad de los Alves?

–Todo –respondió Serena con rotundidad–. Esta noche te lo explicaré mejor. Te espero para cenar aquí mismo, en el asador del hotel Harrington. ¿Qué te parece a las ocho? ¿Dónde te alojas?

Cooper se quedó mirándola mientras sacudía la cabeza. No estaba dispuesto a seguirle el juego ni a dejar que le ofreciera algo de información a modo de señuelo. No pensaba permitir que esa mujer le diera órdenes. Se inclinó hacia adelante antes de que Serena tuviera tiempo de reaccionar y apoyó las manos en los reposabrazos de su tumbona.

Muy a su pesar, tenía que admirar la compostura de Serena. No se sobresaltó ni se asustó. No se protegió con los brazos ni trató de apartarlo de su lado. Se limitó a sostenerle la mirada sin pestañear, como si ella ya supiera lo que él iba a hacer.

Se inclinó un poco más. Estaba tan cerca de ella que le llegó el aroma tropical de su crema bronceadora.

–Cuéntamelo todo ahora –le ordenó con firmeza.

Apenas podía controlar su ira, pero le quedó muy claro que a Serena no le importaba en absoluto.

–Me gustaría poder hacerlo, pero ahora mismo estoy trabajando.

«No eres más que una princesa mimada», pensó Cooper con desprecio. Creía que estaba acostumbrada a conseguir siempre lo que quería y que debía de pensar que el mundo giraba a su alrededor. Cooper contuvo el impulso de agarrar su tumbona y lanzarla al mar.

–Serena, te juro que…

–Me temo que no puedes hacer nada al respecto.

Apretó con más fuerza aún los reposabrazos.

–Siempre puedo hacer algo, pero no quiero tener que perder el tiempo con esto.

–¿No quieres perder el tiempo? –repitió ella burlándose de sus palabras–. Vaquero, llevo catorce años esperando este momento. Pensé que iba a ser con tu padre con quien iba a tener que lidiar, me tendré que conformar contigo.

«¿Conformar conmigo?», se repitió él mientras soltaba los reposabrazos y se volvía a incorporar. Tenía claro que le convenía mantener las distancias para no dejarse llevar por el impulso de envolver ese esbelto cuello con las manos.

–No sé cómo te atreves a…

–Ya hablaremos de los detalles durante la cena –lo interrumpió Serena con un altivo gesto de su mano como si él fuera un criado al que estuviera dando permiso para que se fuera–. Solo entonces tendré tiempo para ti, aunque no sé si vas a estar preparado para oír todos los detalles morbosos y desagradables. Después de todo, es de Aaron Brock de quien tenemos que hablar.

Le parecía increíble el descaro de esa mujer, la manera en la que estaba provocándolo. No pensaba permitir que nadie hablara de su familia de esa manera, ni siquiera esa joven tan tentadora que había invadido por completo sus sueños.

–Mi padre es un hombre de negocios respetado en todo el mundo. Nadie tiene nada malo que decir de él.

–Si nadie tiene nada malo que decir de él será por miedo –le dijo Serena–. Pero yo estaré encantada de contarte esta noche todo lo que sé.

Se sintió de repente acorralado y no era esa una sensación a la que estuviera acostumbrado. Quería salir de esa situación, pero no tenía suficiente información para hacerlo. Se preguntó si Serena de verdad sabría algo o si todo sería simplemente un farol, una trampa para tratar de conseguir información. Tenía que averiguar qué sabía Serena y, para eso, iba a tener que batirse en retirada, que era lo más difícil de hacer en medio de una batalla.

–Nos vemos en el restaurante a las ocho –le dijo él a regañadientes dando un paso atrás–. Si tratas de escapar, te daré caza.

–¿Por qué iba a escapar cuando por fin tengo todo lo que quiero? –le preguntó ella mientras él se daba la vuelta para irse.

Cooper reemprendió la marcha mientras las carcajadas de esa mujer resonaban en sus oídos. Solo tenía unas horas para averiguar por qué Serena Dominguez pensaba que Aaron Brock había destruido su vida. No pudo evitar que el miedo se extendiera por todo su cuerpo, pero siguió moviendo las piernas para alejarse de allí. Mucho se temía que su padre se hubiera ensañado con esa familia.

 

 

Serena se quedó mirando a Cooper Brock mientras se alejaba de ella muy enfadado. Era una figura oscura y amenazadora en medio de un paisaje de luz y color. Soltó lentamente el aire que había estado conteniendo. Los hielos de su bebida tintinearon contra el cristal, le temblaba la mano y sujetó la copa con más fuerza. Se negaba a admitir lo nerviosa que estaba, pero no podía ignorar el nudo que tenía en el estómago ni el sudor frío que empapaba su espalda. A pesar de las cálidas temperaturas y del sol que brillaba en lo alto, no pudo evitar estremecerse. Quería frotarse los brazos, pero no lo hizo. No podía arriesgarse a mostrar su vulnerabilidad.

Y no consiguió relajarse cuando lo perdió por fin de vista. Todo lo contrario. Su ausencia hizo que sintiera aún más la ansiedad que oprimía su pecho y le impedía respirar. Creía que se sentiría mejor si pudiera saber dónde estaba Cooper en todo momento. No le gustaban nada las sorpresas, y menos aún las envueltas en un cuerpo masculino tan atlético y masculino como el de Cooper Brock.

Ya se había imaginado que iba a tener que enfrentarse a ese hombre, pero no había esperado que sucediera tan pronto. Se había dado cuenta de que las noticias viajaban rápido y que él era aún más rápido. La había sorprendido en una situación de desventaja, pero creía que había logrado ocultar su incomodidad. Sus padres le habían enseñado que la imagen era muy importante y esconder lo que realmente sentía se había convertido en algo natural para ella.

Sabía que parecía una joven superficial y mimada. Había permitido que la prensa perpetuara esa idea. El mundo solo se fijaba en sus joyas, en sus gafas de sol y en sus sonrisas arrogantes. Ella no era así, pero esa imagen se había convertido en su armadura. Prefería que la gente viera eso en vez del miedo y la vulnerabilidad que sentía siempre.

Decidió entonces que la próxima vez que viera a Cooper no iba estar en desventaja, pensaba tomar las riendas de la situación y no dejar que ese hombre la hiciera caer en su trampa o la arrinconara. Iba a enfrentarse a él de igual a igual e irse después con la cabeza bien alta.

Oyó el zumbido de su teléfono móvil, lo sacó de su bolso y vio que aún le temblaban las manos. Creía que era una suerte que Cooper no se dignara a fijarse en esos pequeños detalles. Sabía que, si se hubiera dado cuenta de que su repentina aparición había hecho que se sintiera muy incómoda, habría utilizado ese hecho contra ella sin piedad.

–Aló? –contestó ella tratando de sonar alegre y despreocupada.

–¿Serena? –preguntó la voz de un hombre al otro lado de la línea.

Su inglés británico contrastaba con el acento suave y musical de Cooper Brock, que procedía del sur de Estados Unidos.

–Soy Spencer Chatsfield. ¿Cómo va todo? –agregó el hombre con frialdad.

Apretó los labios y contuvo un suspiro de irritación. No le hacía ninguna gracia la actitud de Spencer. Le había parecido que estaba de acuerdo cuando ella le presentó su oportunidad de negocio. Pero, desde entonces, le daba la impresión de que se estaba arrepintiendo. Tenía todo bajo control, pero también sabía que Spencer estaba arriesgando mucho dinero en esa operación.

–Todo va según lo previsto –le anunció ella con seguridad–. He conseguido esta misma mañana la propiedad de los Alves con el dinero que me diste. Ya he organizado una reunión con Cooper Brock y le haré una oferta esta misma noche. Sé que la aceptará y le transferiré entonces las tierras a Cooper a cambio de las acciones de la cadena Harrington que tanto deseas.

Estaba deseando poder presentarle la oferta a Cooper y ver qué cara ponía. Se moría por ver un gesto de derrota en sus ojos grises.

–Si la operación fuera tan sencilla como dices, la habría hecho yo mismo. ¿Y si se niega? –le preguntó Spencer.

Contaba con que Cooper la rechazara. Al principio…

–No se va a negar. Tengo algo que quiere más que ninguna otra cosa –le dijo ella con una sonrisa maliciosa.

Estaba segura de que Cooper quería lo que ella le iba a ofrecer más que esas tierras. Más que sus acciones de la cadena Harrington.

–Pero es un Brock –le recordó Spencer–. Esa gente se alimenta de estos tipos de negociaciones. Y nunca pierde…

Serena tomó un sorbo de su cóctel mientras trataba de reunir la poca paciencia que le quedaba. Creía que Cooper nunca perdía porque tenía el apellido de su familia como red de seguridad. No sabía lo que era tener que llegar a un acuerdo desde el miedo, desde la preocupación de saber que podía perderlo todo en un instante. Pero ella estaba a punto de cambiar su situación y recuperar su poder despojando a Cooper del suyo.

–Spencer, ya hablamos de todo esto cuando te visité en Londres –respondió ella con dulzura.

Su encanto femenino había conseguido distraer a Spencer Chatsfield entonces. Era su mejor arma para conseguir lo que quería en las salas de juntas.

–Si pensabas que no iba se ser capaz de negociar con Cooper Brock, no deberías haberme adelantado el dinero.

–Si todo sale según lo previsto, Brock tendrá las tierras y yo, las acciones de los Harrington –le dijo Spencer–. ¿Y tú? ¿Qué obtienes tú de esta operación? ¿Por qué estás haciendo esto?

Sabía perfectamente lo que le estaba preguntando en realidad. Spencer sentía curiosidad por saber qué era lo que no le había contado, por qué le había interesado tanto esa operación. Se dio cuenta de que ya no creía la explicación que le había dado ella cuando le propuso por primera vez su idea. Sabía que la razón que le había dado entonces había sido bastante débil, pero había respondido todas sus preguntas con coquetas sonrisas y el lenguaje corporal con el que siempre había conseguido dejar a los hombres desconcertados. Por mucho dinero que Spencer hubiera invertido en su plan, no pensaba decirle la verdad. Había mucho que no sabía y prefería mantener las cosas de esa manera.

–Tengo la esperanza de que esta operación te sirva para apreciar mis habilidades y me tengas en cuenta para futuros proyectos –le mintió ella–. Cualquier persona puede obtener la información que tengo yo, pero no encontrarás a nadie con tantos contactos ni con tanta intuición para interpretar esa información.

–Serena –comenzó Spencer con una advertencia en su voz–, si no consigues sus acciones…

–He estudiado a Brock durante años –le recordó ella con firmeza–. Se podría decir que soy toda una experta tanto en él como en su padre. Tendrás esas acciones en tu poder en unos días.

Puso fin a la llamada apretando con fuerza el dedo en la pantalla y tiró después el teléfono a la pila de revistas de información financiera que tenía a su lado en la arena.

Se bajó un poco las gafas y se quedó mirando las olas. La ofensiva que tenía planeada era completamente nueva para ella. No le gustaba porque, aunque podía predecir el resultado, estaba poniéndose en riesgo a sí misma. Hasta ese momento, todo lo que había hecho, cada uno de sus planes, había sido siempre a la defensiva, protegiendo lo que tenía.

Respiró profundamente. Aún sentía presión alrededor de su pecho, pero trató de llenar sus pulmones con la maravillosa brisa del océano. Se recordó que sabía lo que estaba haciendo y que tenía una estrategia muy sólida. Indestructible. No iba a dejar que nada ni nadie se interpusieran en su camino.

Pero no podía librarse del nerviosismo que la dominaba por completo. Después de años de duro trabajo, sacrificios y planes, estaba lista para esa batalla contra Brock. Estaba convencida de que, al final de la semana, se erigiría en vencedora. Por fin iba a poder vengarse.