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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Marilyn Medlock Amann. Todos los derechos reservados.

RODEADO POR EL ESCÁNDALO, N.º 64 - agosto 2017

Título original: Nighttime Guardian

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2004.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-008-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Acerca de la autora

Personajes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

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Acerca de la autora

 

Amanda Stevens ha escrito más de veinte novelas románticas de suspense. Sus libros han aparecido en varias listas de superventas y ha ganado numerosos premios. Amanda vive en Texas con su marido y sus hijos.

Personajes

 

Shelby August: Veintiún años atrás vio que algo salía del río y la perseguía. Ya fuera el monstruo real o imaginario, su vida no había vuelto a ser la misma desde aquella noche.

 

Nathan Dallas: Durante dos décadas había mantenido en secreto sus sentimientos hacia Shelby. Ahora que ella había vuelto, otro terrible secreto amenazaba con separarlos.

 

Annabel Westmoreland: La abuela de Shelby había vivido en el río durante toda su vida, y había visto un montón de cosas extrañas.

 

Yoshi Takamura: Había construido un laboratorio cerca del río, y corrían rumores en la ciudad acerca de que hacía extraños experimentos.

 

James Westmoreland: El hijo de Annabel. ¿Hasta dónde era capaz de llegar para apoderarse del dinero de su madre?

 

Delfina Boudreaux: Sus paseos de medianoche por el río eran inquietantes. ¿Qué buscaba?

 

Virgil Dallas: Después de que Shelby viera el monstruo, su periódico le dio la fama y después… mala reputación.

 

Señorita Escarlata: La neurótica gata de Annabel podía significar la muerte de Shelby.

Prólogo

 

Del Arcadia Argus del 19 de junio de 1980

 

¡El monstruo del río Pearl ataca de nuevo!

Bueno, amigos, justo cuando creíamos que no entrañaba ningún peligro meterse en el agua, el monstruo del río Pearl vuelve a asomar su horrible cabeza. Hace unos días, un par de granjeros de la localidad denunciaron la desaparición de unas reses, y otro aseguró haber encontrado los restos de una vaca mutilada junto al río. Ahora, la pequeña Shelby Westmoreland, la nieta de Annabel Westmoreland, le ha contado al sheriff McCaid que ayer, a eso de las doce de la noche, vio una enorme bestia con escamas emergiendo del río.

En contra de previos testimonios que describían al monstruo del río Pearl como una especie de serpiente de mar prehistórica, esta criatura caminaba erguida, como un hombre. La niña estaba aterrada, dijo McCaid, y lo que describió «me produjo escalofríos».

No sabemos muy bien qué hacía la pequeña Shelby junto al río, sola, a esas horas de la noche, pero una cosa parece segura, amigos: hay algo en ese río además de perlas y siluros.

 

 

Del Arkansas Democrat del 25 de junio de 1980

 

Niña ve monstruo

Una niña de Arcadia asegura haber visto «un enorme monstruo con escamas» surgiendo del agua cerca de la casa de su abuela, junto al río Pearl. El testimonio de la pequeña de nueve años es el último de una reciente oleada de supuestas apariciones del monstruo del río Pearl en las pequeñas poblaciones ribereñas, acompañadas de desapariciones y mutilaciones de reses. El sheriff del condado de Cross, Roy McCaid, informó al grupo de reporteros que se encontraban a las puertas de la comisaría que la pequeña, o vio algo que la asustó mucho, o es una actriz consumada. «Jamás había visto a una niña tan atemorizada. Apenas podía hablar cuando la trajo su abuela».

La abuela de la niña, Annabel Westmoreland, que comercia con perlas del río, afirma que su nieta salió de la casa justo antes de medianoche porque un amigo suyo la había desafiado a hacerlo. Según la abuela, la niña regresó corriendo a casa, gritando que la perseguía una criatura horrible que había salido del agua.

 

 

Del Wall Street Journal del 2 de julio de 1980

 

Los cazadores de monstruos invaden Arkansas

A raíz de la supuesta aparición del monstruo del río Pearl ante una niña de nueve años, un ejército de científicos, curiosos y cazadores de monstruos han llegado en bandada al pequeño pueblo ribereño de Arcadia, al noreste de Arkansas.

Además de reses desaparecidas y mutiladas, supuestamente, obra del monstruo, numerosos testigos han afirmado haber visto una «enorme criatura medio humana con escamas» que habita en el río.

En Arcadia, donde Shelby Westmoreland vive con su abuela, hay sentimientos encontrados: «Aquí todos estamos atemorizados», dice una mujer con nerviosismo. Pero otra vecina se ríe de la existencia del monstruo. «Esa niña intenta llamar la atención». Sin embargo, la mujer confiesa que ha empezado a cerrar con llave las puertas de su casa por la noche y que se lo piensa dos veces antes de nadar en el río.

Mientras tanto, la pequeña Shelby se ha convertido en una celebridad, y los reporteros de la prensa sensacionalista acampan delante de su casa. Esta semana aparecerá en el programa de televisión de Esta noche.

 

 

Del Arkansas Democrat del 9 de julio de 1980

 

El monstruo se desvanece

Tres semanas después de la última y más dramática aparición del monstruo del río Pearl, los científicos de la Universidad de Arkansas y de la Comisión Estatal de Caza y Pesca han recogido sus bártulos y se han ido a sus casas. «Si hay algo viviendo en ese río aparte de peces de agua dulce y moluscos, sabe cómo camuflarse», afirma el profesor Dean Carey, catedrático en zoología. «No hemos encontrado pruebas de nada anormal en el río Pearl excepto, por desgracia, un alto índice de contaminación».

El profesor Carey especula que lo que los vecinos han visto últimamente junto al río podría ser un pez lagarto, que a veces puede alcanzar una longitud de entre tres y tres metros y medio. «Y no son unas criaturas muy atractivas», añade. «Entiendo que una niña pueda tomarlo por un monstruo, sobre todo, de noche».

Cuando le preguntamos cómo es posible que un pez lagarto «emerja del agua», se ríe. «Acháquenlo a la imaginación desbordante de una niña. Es la única explicación posible».

 

 

Del Arcadia Argus del 16 de julio de 1980

 

¿Las apariciones de monstruos, un truco ingenioso?

Bueno, parece que nos han tomado el pelo a todos, aunque fue divertido mientras duró. El sheriff McCaid cree ahora que el testimonio de Shelby Westmoreland sobre el monstruo del río Pearl de hace un mes fue, en realidad, una broma perpetrada por el tío de la niña, James Westmoreland, a fin de sacar provecho de la afluencia de curiosos a la zona.

Según el sheriff, las ganancias de Pearl Cove se multiplicaron por diez durante las semanas posteriores al testimonio de Shelby. Ansiosos de souvenirs, los turistas estaban dispuestos a gastarse cientos de dólares en la joyería con tal de llevarse perlas de agua dulce del río que, supuestamente, los protegían del ataque del monstruo.

Con la confesión de su tío, el minuto de gloria de Shelby ha terminado oficialmente. A raíz de estas novedades, ha sido anulada su segunda aparición en el programa Esta noche, y los periodistas de la prensa sensacionalista han regresado a sus casas. Es evidente que dudan de la veracidad de su historia.

Confiemos en que, en un futuro próximo, la pequeña Shelby no haga como el pastorcillo del cuento del lobo, porque dudamos que alguien vuelva a creerla.

Capítulo 1

 

Veintiún años después

 

Nathan Dallas se dio una palmada en la nuca para espantar un mosquito mientras guiaba la motora de aluminio de los hermanos Buford por el agua turbia. Los dos hermanos estaban sentados en la proa, bebiendo y murmurando, y Nathan no pudo evitar preguntarse qué andarían tramando. Hacía años que no estaba en Arcadia, pero no había olvidado los rumores que siempre habían girado en torno a los Buford.

Tampoco había olvidado muchas otras cosas. El río reavivaba poderosos recuerdos: su padre, fuerte y ágil, zambulléndose en aquellas aguas lóbregas en busca de perlas; su madre, amable y pensativa, llamando a Nathan a cenar; y Shelby, bronceada y dulce, esperándolo en la orilla.

Apagó el motor fuera borda y dejó que la embarcación quedara a la deriva. En el repentino silencio, el atardecer cobró vida. A pocos metros de la embarcación, una serpiente mocasín de agua se deslizaba como un lazo de seda hacia la orilla. En algún lugar cercano, una tortuga se sumergió en el agua, y un chotacabras cantaba desde las ramas de un árbol del ámbar. Su sonido melancólico evocó aún más recuerdos. Las noches en las que Nathan había acampado solo junto al río porque no soportaba ver el dolor en el rostro de su padre, la derrota que había encorvado la espalda de Caleb Dallas y apagado su mirada antes de cumplir los cincuenta.

Por aquel entonces, Nathan había jurado no caer en la misma trampa que había exprimido la juventud a su padre. Se marcharía de aquel río aunque fuera lo último que hiciera. Sacaría partido de su vida, se convertiría en un hombre de provecho. Y nadie, ninguna mujer, lo hundiría.

Al menos, esa parte se había hecho realidad. Su caída no la había provocado ninguna mujer. Había sido su propia prepotencia lo que había echado a perder su profesión y su buena reputación. Y allí estaba, en el punto de partida, pero no para bucear con su padre en busca de valvas de mejillón. Caleb Dallas estaba muerto y, en aquellos momentos, Nathan estaba pescando algo mucho más valioso que las perlas: un reportaje que no sólo restauraría su reputación, sino la autoestima que con tanta despreocupación había arrojado por la borda en Washington.

Dirigió la mirada río abajo, al lugar en que los focos iluminaban el edificio de Industrias Takamura. Yoshi Takamura había amasado millones vendiendo valvas de moluscos de agua dulce a la industria japonesa de perlas cultivadas, pero desde que el río Pearl se había quedado sin mejillones, había desviado su atención a otra parte.

Había construido un laboratorio en la orilla, pero ningún vecino de Arcadia parecía saber con qué fin. Y tampoco les importaba. Takamura era demasiado importante para la economía local para que alguien se preocupara demasiado por lo que hacía. Sin embargo, el secretismo que rodeaba el laboratorio había despertado la curiosidad natural de Nathan.

Tenía un espía en la empresa, Danny Weathers, un antiguo compañero de colegio que trabajaba como buzo para Takamura. Hasta el momento, Danny no había averiguado mucho, pero Nathan no estaba dispuesto a tirar la toalla. No cuando olisqueaba un reportaje.

En la otra punta de la motora, Ray Buford se dio una palmada en la pierna desnuda.

—Maldita sea, Bobby Joe. ¿Por qué has tenido que olvidar el insecticida? Los mosquitos van a comernos vivos.

—No si tienes suficiente alcohol en la sangre. Es mejor que cualquier repelente —Bobby Joe apuró su cerveza, aplastó la lata vacía contra la frente y la arrojó al agua con un chillido espeluznante.

Con el ceño fruncido, Nathan observó cómo la lata se hundía en el agua. Era evidente que a los Buford les tenía sin cuidado la conservación de las aguas. No le extrañaba que el río Pearl hubiese padecido unos niveles de polución tan altos. Se sintió tentado a sermonearlos, pero sabía que sería inútil y, además, no quería arriesgarse a perderlos. Los dos trabajaban a tiempo parcial para Takamura y, suficientemente borrachos, podrían estar dispuestos a hablar con él… razón por la cual Nathan los había convencido para ayudarlos a pescar aquella noche.

—Eh, ¿no sería gracioso que viéramos a ese viejo monstruo aquí esta noche? —dijo Bobby Joe.

—Sí —contestó Ray con ironía—. Sería hilarante, Bobby Joe.

El joven Buford rió, eructó y, después, se sacó una peligrosa navaja del cinto. Hundió la punta en el agua.

—Vamos, monstruo, monstruito. ¿Dónde estás, chico? Asoma tu fea cabeza. Haznos famosos.

—¿Eres idiota o qué? —gruñó Ray—. Cierra el pico.

—Relájate, tío —Bobby Joe fingió cortar algo en el agua con la hoja—. Si ese monstruo aparece por aquí, le daré una lección, como al viejo Shorty Barnes.

Shorty Barnes era la razón de que Bobby Joe hubiera pasado tres años en la granja prisión Cummins, pero Nathan no estaba dispuesto a recordárselo.

—Sí, seguro —se burló Ray—. Vamos, chico. Te arrancaría el brazo de un mordisco, cuchillo incluido.

—Parece que los dos creéis esas historias del monstruo del río Pearl —comentó Nathan.

—Ray se las cree. Vio al monstruo, ¿verdad, hermano? —la voz gruesa de Bobby Joe contenía cierto desafío—. Adelante, cuéntaselo.

Ray no dijo nada, pero a la luz del crepúsculo Nathan vio algo parecido al miedo aflorar en su rostro poco agraciado.

Al contrario que Bobby Joe, Nathan no pensaba burlarse de los miedos de Ray Buford. Él se había zambullido en aquel río, en aguas tan cenagosas que a veces no podía verse ni las manos. En alguna ocasión, se había desorientado tanto que no había podido distinguir la superficie del fondo y, con un pánico frío y negro, había intuido cosas que no había contado nunca a nadie.

Hacía veintiún años, no había creído, como los demás vecinos de Arcadia, que Shelby Westmoreland hubiera estado mintiendo.

La intranquilidad se adueñó de la embarcación. Se encontraban en el centro del río, en la parte más honda. La profundidad alcanzaba los quince metros en algunos puntos. A menudo, Nathan se había preguntado qué tipo de criaturas podían sobrevivir en el lecho frío y cenagoso. Siluros del tamaño de personas, si la leyenda era cierta.

Pero eran las tortugas de agua dulce las que siempre ponían en guardia a Nathan. Había que tener un corazón sano para sumergirse en aguas pobladas por tales criaturas. También conocidas como tortugas mordedoras aligátor, podían llegar a pesar noventa kilos, y Nathan había visto a una más pequeña partir en dos el palo de una escoba con sus poderosas mandíbulas. Detestaba imaginar lo que un espécimen más grande podría hacer con la mano de un hombre.

La embarcación se deslizó hacia la primera boya, y Ray se inclinó por la borda para alcanzar la botella blanca de lejía atada al extremo del cabo con anzuelo. Tiró de ella.

—Maldita sea, el sedal se ha enredado.

—Alguien tendrá que bajar a soltarlo —dijo Bobby Joe, y los dos hermanos miraron a Nathan. Éste se asomó por la borda y tomó el sedal.

—Primero, intentemos desengancharlo.

Forcejearon durante varios minutos antes de que el sedal acabara soltándose. Bobby Joe gruñó mientras lo sacaban del agua.

—Debe de haber picado uno muy grande.

Cuando el extremo del sedal afloró en la superficie del agua, Ray se inclinó para echar un vistazo.

—¿Qué diablos es eso?

Los tres se dieron cuenta a la vez, y Ray profirió un alarido y retrocedió con tanto ímpetu que la motora estuvo a punto de volcar. Nathan se aferró a los costados mientras contemplaba la masa de huesos y carne enredada en el sedal.

—Dios —dijo Bobby Joe casi con reverencia—. Mirad eso. Algo ha despedazado a ese pobre diablo.

Ray no dijo nada. Contempló el cuerpo con semblante de absoluto terror, y se estremeció de forma casi patética cuando el haz de la linterna de Nathan iluminó accidentalmente su rostro.

Nathan se inclinó sobre la borda y deslizó la luz por el cadáver, o lo que quedaba de él. El traje negro de neopreno estaba hecho jirones, pero las gafas de buceo seguían en su sitio. Unos ojos vacíos los miraban a través del cristal, y Nathan sintió un gélido escalofrío.

El hombre muerto era Danny Weathers.