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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Sheri WhiteFeather

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Jaula de oro, n.º 1335 - octubre 2016

Título original: A Kept Woman

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9053-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

A mis lectoras:

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

A mis lectoras:

 

Muchas de vosotras me habéis comentado que disfrutáis de las historias con una vuelta de tuerca y Jaula de Oro es precisamente eso. La historia se me ocurrió después de leer un libro sobre el Programa de Testigos Protegidos; me sentí fascinada y decidí escribir una novela.

Jaula de Oro es mi interpretación de la aventura prohibida que un inspector del Programa de Testigos Protegidos mantiene con la testigo cuya vida intenta preservar. La historia mezcla realidad y ficción y me he tomado ciertas libertades creativas, de modo que no representa exactamente la realidad de este efectivo, pero controvertido, programa.

 

 

Sheri WhiteFeather

Capítulo Uno

 

Natalie Pascal estaba nerviosa. El comisario Zack Ryder se dio cuenta nada más verla. Como inspector del Programa de testigos Protegidos se había encontrado con muchos individuos nerviosos y aquella rubia explosiva no era una excepción.

–Natalie.

Por un momento, se quedaron mirando el uno al otro en medio del abarrotado aeropuerto. Como extraños, pensó, cuyas vidas estaban a punto de cruzarse.

–Eres tú –dijo ella.

–Sí, yo soy Zack Ryder.

Era él. El inspector, el comisario que iba a ayudar a Nancy Perris a convertirse en Natalie Pascal.

Ella no le ofreció su mano y él tampoco ofreció la suya. Zack pensó que seguramente no le hacía gracia estrechar la mano de un policía.

Había visto viejas fotografías suyas, conocía su historia. Antes de entrar en el Programa de Testigos Protegidos, Nancy Perris era una morenaza de las que quitan el hipo… y también la chica de un conocido gángster de Los Ángeles.

Pero ahora era una rubia de pelo corto y lentillas color ámbar. Ese color hacía que sus ojos parecieran los de una gata, pero seguramente la raya negra, cuidadosamente aplicada, aumentaba el efecto. Alta y chic, llevaba un elegante traje de chaqueta que le quedaba perfecto.

Zack señaló la rueda de equipajes.

–Dime cuáles son tus maletas.

–Sólo llevo una.

Él no dijo nada. Los responsables del Programa de Testigos Protegidos enviarían el resto de sus cosas… lo poco que hubiera conservado porque sabía que Natalie había vendido casi todo lo que poseía, casi todo lo que su amigo el gángster le había regalado.

–Bueno, ¿qué tal el viaje?

Ella apartó la mirada, incómoda. Llegar a una ciudad desconocida para encontrarse con un desconocido no podía ser muy agradable. Pero eso era mucho mejor que la alternativa, pensó. Natalie había aceptado testificar en contra de su antiguo amante y si la encontraban, la matarían.

David Halloway no era un gángster de poca monta, sino el nuevo jefe de la familia de mafiosos que controlaba la costa oeste.

Por fin, ella le devolvió la mirada.

–El viaje ha sido agradable –dijo en voz baja.

No sabía por qué, pero le entraron ganas de tocarla, de consolarla. Zack apartó la mirada. ¿Era sincera o estaba jugando con él? Había esperado una vampiresa, no una chica de aspecto vulnerable.

Zack permaneció en silencio. Se le daba bien hablar de cosas sin importancia, pero no le resultaba fácil comunicarse con aquella mujer.

–Esa es la mía –dijo Natalie de repente.

–¿Qué?

Ella señaló la rueda de equipajes.

–Mi maleta, la que lleva una cinta dorada.

–Ah, sí.

Incómodo, Zack se inclinó para tomar la maleta.

Después de tantos años, había aprendido a no confiar en los delincuentes convertidos en testigos, a no dejarse engañar. Y no pensaba comprometerse, especialmente con la querida de un gángster.

–¿Nos vamos?

Ella asintió con la cabeza y Zack la guió hasta el aparcamiento. Su trabajo consistía en protegerla, en darle una oportunidad de empezar una nueva vida. Y él hacía muy bien su trabajo.

Natalie caminaba a su lado, en silencio. Se movía como una modelo de pasarela, como una mujer acostumbrada a vivir de su cuerpo.

Llegaron al coche y, después de guardar la maleta en el maletero, Zack le abrió la puerta. Antes de subir, ella lo miró, insegura. ¿Por qué? ¿No se fiaba de él?

–¿Te molesta? –preguntó, sacando un cigarrillo.

–No.

La nicotina se había convertido en un hábito. Y con cuarenta años, no tenía intención de dejarlo.

Mientras salía del aparcamiento, la miraba por el rabillo del ojo. Había tratado con muchos testigos como ella. Y con gente inocente también. Maridos, esposas, niños… Familias que habían sacrificado su seguridad por testificar contra un criminal. Y no estaba seguro de en qué categoría debía colocar a Natalie Pascal. Por primera vez en su vida, un testigo lo dejaba descolocado.

–¿Te encuentras bien?

–¿Por qué no iba a estar bien?

–Porque… este es un tremendo cambio de vida. No estás acostumbrada…

–Puedo soportarlo.

¿Podría?, se preguntó él. Natalie Pascal tenía veintinueve años y había sido una mantenida casi toda su vida.

–Es normal que estés asustada.

Ella apenas parpadeó.

–¿Asustada? ¿Por vivir en Idaho? Me han dicho que Coeur d’Alene es un sitio precioso.

–Sí, lo es.

Pero Zack no se tragaba aquella supuesta tranquilidad. Aunque el Programa de Testigos Protegidos le había provisto de consejo psicológico para prepararla, seguía angustiada. Nerviosa por su futuro y temiendo que la mafia la encontrase.

–En el Programa de Testigos Protegidos me mostraron un vídeo de Coeur d’Alene.

–Lo sé –respondió él.

¿Por qué habría testificado contra su antiguo amante?, se preguntó. ¿Por venganza? ¿Por miedo? Con Natalie, no se podía estar seguro.

¿Qué clase de mujer se acostaría con un mafioso?

Con un mafioso casado, además. Su relación con David Halloway no debería importarle, pero no podía dejar de pensar en ello. Seguramente porque le recordaba uno de los episodios más amargos de su vida: cuando encontró a su mujer en la cama con otro hombre.

Su ex mujer lo había culpado a él por su infidelidad porque, según ella, dedicaba demasiado tiempo al trabajo. Pero eso era mentira. Un engaño era un engaño y no pensaba aceptar la responsabilidad por algo que no había sido culpa suya.

Natalie miraba la carretera sin decir nada y, durante media hora, no intercambiaron una sola palabra.

¿Por qué Zack Ryder tenía que recordarle a David? No se parecían en absoluto, pero el comisario era alto, fuerte, con una personalidad dominante… como David. El hombre del que había estado enamorada. El hombre que la había destruido.

Natalie se movió en el asiento, incómoda, mirándolo de reojo.

Tenía el pelo oscuro, bien cortado, con algunas canas en las patillas. Era guapo, de aspecto duro, imponente.

Natalie sabía que los inspectores del Programa de Testigos Protegidos eran personas entrenadas, especialistas en seguridad, pero Zack Ryder la ponía nerviosa. En realidad, toda aquella experiencia la ponía nerviosa.

El juicio no tendría lugar hasta mucho después, pero le habían prometido que tendría protección las veinticuatro horas del día cuando volviese a Los Ángeles a declarar.

Por supuesto, aquello era diferente. Zack no estaría con ella las veinticuatro horas del día porque no estaba en un «área de peligro». Estaba a miles de kilómetros de Los Ángeles, en ruta hacia Coeur d’Alene.

El Programa de Testigos Protegidos había hecho todo lo necesario para darle una nueva identidad, para cambiar su aspecto y hacer desaparecer a Nancy Perris. La mantuvieron en lugar seguro hasta que les pareció que la mafia había perdido su pista y podía tomar un avión con destino a Idaho.

Para encontrarse con Zack Ryder.

Él la miró entonces y, por un segundo, Natalie contuvo el aliento. Cuando Zack apartó la mirada, ella tragó saliva.

A pesar de la ayuda de que le habían prestado, no se sentía cómoda con policía. Lo del policía bueno y el policía malo la ponía nerviosa porque nunca sabía quién era quién.

–Ya estamos llegando –dijo Zack entonces.

–¿Ah, sí?

Natalie abrió el bolso para sacar la barra de labios y enseguida se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Enfadada consigo misma, volvió a guardarla. Para David era fundamental que estuviese perfecta en todo momento. Y ese era un hábito difícil de romper. Pero no pensaba pintarse los labios delante de Zack Ryder.

–¿Tienes hambre? –preguntó él.

–¿Qué?

–¿Quieres comer algo?

Ella negó con la cabeza.

–Seguro que tampoco has comido nada en el avión.

Natalie no contestó. Le habían dicho que el inspector haría un papel importante en su nueva vida, que su compromiso con ella sería largo. Sin embargo, no podía imaginarse a sí misma compartiendo sus emociones con aquel hombre. No iba a contarle que despertó aquella mañana asustada por una pesadilla y que no había probado bocado desde el día anterior.

Zack salió de la autopista para entrar en la ciudad y, curiosa, Natalie miró por la ventanilla. Las aceras de Coeur d’Alene estaban llenas de gente. Parecía un sitio alegre, simpático.

Le gustaba la idea de vivir allí, pero su deseo de independencia no era tan liberador como había esperado.

Todo aquello era tan nuevo… y no conocía a nadie. Se sentía como el primer día de colegio.

Zack detuvo el coche frente a una tienda de alimentación.

–¿Qué haces?

–Voy a comprar algo para comer.

–¿Para los dos?

–Claro. Tenemos que comer. No pienso dejar que te mueras de hambre.

A Natalie le extrañó que su preocupación pareciese tan genuina. Era un hombre grande, fuerte, y en cierto modo, le gustaría dejarse llevar. Pero ya había cometido ese error con David. Y por muy sola que estuviera, por mucho que echara de menos un amigo, no volvería a necesitar a un hombre. Ni siquiera a aquel comisario.

–No tienes que molestarte por mí.

–Por favor… sólo voy a comprar un sándwich.

No, pensó ella. Era mucho más.

Zack bajó del coche, dejándola a solas con sus pensamientos. Cuando desapareció en el interior de la tienda, Natalie recordó la primera vez que David la invitó a comer. Ella era entonces una adolescente que vivía en la calle y se dejó seducir por una simple comida…

Zack volvió poco después y le dio una bolsa de papel.

–Puedes elegir el que quieras. He traído uno de jamón y queso y otro de roast beef.

Cuando sus ojos se encontraron, Natalie sintió cosquillas en el estómago. Horror. Se sentía atraída por él.

Sorprendida, miró su mano derecha. No llevaba alianza, aunque eso no significaba nada. David tampoco llevaba alianza. Y, al principio, ella no sabía que su amante estuviera casado.

–El de jamón y queso –murmuró, sintiéndose culpable.

Había dejado a David cuando se enteró de la verdad, pero él tardó poco en convencerla para que volviese. Y eso la avergonzaba.

Zack arrancó de nuevo para llevarla a su nueva casa. Le habían dicho que alquilarían un sitio para ella, un refugio temporal hasta que pudiera comprar una casa propia.

Natalie jugaba con la bolsa del sándwich. El ruidito era mejor que el silencio. Mejor que la extraña energía que había entre el comisario y ella.

Se dirigían hacia un lago y bajó la ventanilla para respirar el aire fresco. Podía ver el agua azul a lo lejos. Un retazo de azul. Tan tranquilo como el sueño de un turista, tan activo como la imaginación de un niño.

El lago desapareció de su vista cuando llegaron a una calle flanqueada por árboles. Natalie nunca había vivido en una zona así. De pequeña era pobre de solemnidad, de adulta, una mantenida. Pero nunca había pertenecido a la clase media.

Cuando vio la casa su corazón dio un vuelco. Era una edificación pequeña, de una sola planta, con las ventanas ribeteadas de amarillo.

–Yo esperaba un apartamento.

–¿Por qué?

–No sé…

–Los propietarios viven enfrente. Es una familia joven y parecen muy agradables.

–¿Qué les has contado sobre mí?