Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Alexandra Sellers. Todos los derechos reservados.

UN MUNDO DE SENSACIONES, Nº 1399 - abril 2012

Título original: The Ice Maiden’s Sheikh

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0006-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

La novia había desaparecido.

Jalia salió al balcón a buscarla, pero no la encontró. ¿Qué había ocurrido? ¿Dónde estaba Noor? ¿Por qué se había ido?

«Por favor, que sea una broma, que no haya cambiado de opinión en el último momento…», rogó.

–¡Noor! –la llamó–. ¿Dónde estás?

En el jardín, cientos de invitados empezaban a murmurar nerviosos y Jalia sintió que se le paraba el corazón.

Tenía que encontrar cuanto antes a Noor para que la ceremonia diera comienzo. Entonces, vio un jardín más pequeño debajo del balcón.

–¿Noor? –la llamó.

Nada.

Los nervios se apoderaron de Jalia.

¿Acaso era culpa suya que la novia se hubiera ido? Sin duda, así lo creerían los demás.

Latif Abd al Razzaq Shahin le echaría en cara que se hubiera entrometido en la repentina boda de su prima con su amigo Bari.

De hecho, ya lo había hecho y había sido una conversación de la más desagradable.

–¡Noor! –gritó Jalia.

Ya era imposible mantener la situación en secreto. Qué típico de Noor crear una situación melodramática en lugar de haber sido racional, tal y como ella le había aconsejado.

¡Debería habérselo pensado dos veces antes de aceptar casarse con un desconocido en un país que tampoco conocía!

Y qué típico de Noor también dejarla a ella detrás para arreglar la situación. Su prima no sabía tener la boca cerrada y, gracias a sus comentarios, toda la familia sabía que Jalia se había opuesto desde el principio a aquella boda.

Obviamente, le iban a echar las culpas de su huida.

El primero, Latif Abd al Razzaq Shahin.

No era que le importara su opinión, pero aquel hombre era cruel y mordaz y Jalia lo detestaba.

Y hablando del rey de Roma…

Jalia lo vio en el jardín, ataviado con el magnífico vestido ceremonial de la guardia de honor, y no pudo evitar quedarse mirándolo.

En un abrir y cerrar de ojos, lo tenía ante sí, bloqueándole el paso.

–¿Dónde está tu prima? –le preguntó.

Jalia sintió que se le erizaba el vello de la nuca y se preguntó cómo demonios la había reconocido, pues llevaba la cara cubierta por un velo.

–Lo siento, pero no hablo inglés –contestó intentando disimular.

–No me tomes el pelo, Jalia –insistió Latif Abd al Razzaq Shahin apretando los dientes–. ¿Dónde se ha metido?

–Yo no soy Jalia –contestó Jalia intentando librarse de él–. Por favor, apártese de de mi camino –añadió con desdén.

Latif Abd al Razzaq Shahin alargó el brazo y le levantó el velo, dejando al descubierto su melena rubia, que le caía sobre un lado de la cara, y resaltaba sus preciosos ojos verdes.

Latif Abd al Razzaq Shahin y la princesa se quedaron mirando a los ojos y la mutua hostilidad impregnó el ambiente.

Tras unos segundos, Latif Abd al Razzaq Shahin soltó el velo.

–¿Dónde se ha metido tu prima? –preguntó con dureza.

Jalia levantó el mentón y lo miró con desprecio a pesar de que la había pillado mintiendo.

–No te atrevas a hablarme en ese tono –le advirtió.

–¿Dónde está Noor?

–No tengo ni idea. La estaba buscando, así que, si no te importa, quítate del medio para que pueda seguir.

–Yo la he buscado por la casa y no la he encontrado, así que es obvio que se ha ido.

–¿Irse? –se horrorizó Jalia–. Imposible. ¿Adónde iba a ir?

–Eso es precisamente lo que quiere saber Bari.

–¿Y qué os hace pensar que yo iba a saber dónde ha ido?

–Eres su prima.

–Te aseguro que no me ha dicho nada –insistió Jalia–. Yo estaba esperándola, con las demás damas de honor…

En ese momento, Latif Abd al Razzaq Shahin se dio cuenta de que la princesa tenía algo en la mano.

–¿Qué es eso? –le preguntó agarrándola de la muñeca.

–¡No es asunto tuyo!

–Abre la mano.

Jalia intentó zafarse, pero Latif Abd al Razzaq Shahin era más fuerte y no pudo evitar que la obligara a abrir la mano.

Humillada, vio cómo Latif Abd al Razzaq Shahin descubría el solitario de diamante que escondía.

–¿Y esto? –le preguntó con frialdad.

–Lo sabes perfectamente –contestó Jalia.

El anillo de pedida de su prima era inconfundible, todo el mundo sabía que era el diamante Khalid.

Su prima se había dejado encandilar por joyas así, pero ella tenía muy claro lo que había detrás de un regalo de tanto valor… un hombre como Bari al Khalid o Latif Abd al Razzaq Shahin.

–Dime inmediatamente dónde está tu prima.

–¡Te repito que no tengo ni idea!

En aquel momento, el pelo se le metió en los ojos y Jalia lo apartó de un manotazo. Ya estaba harta de aquella estúpida indumentaria.

Según la tradición, el novio, que es muy listo, tenía que dilucidar quién era su prometida de entre todas las mujeres que se le pusieran delante, todas igual vestidas.

Claro que su prima había decidido vestirse de blanco, siguiendo la tradición occidental, y sus damas de honor iban de verde, así que no había que ser muy listo para saber cuál de ellas era.

Aun así, para preservar la tradición, habían insistido en hacer aquella estupidez. Por cosas como aquélla, Jalia daba gracias por que sus padres hubieran abandonado Bagestán muchos años atrás.

La idea de volver no le hacía ninguna gracia.

Latif Abd al Razzaq Shahin la miraba con incredulidad. Jalia era consciente de que no la creía, de que creía que, como se había opuesto a la boda desde el primer momento, era cómplice en aquel sabotaje de última hora.

¿Y a ella qué le importaba lo que opinara aquel desgraciado?

–Tienes su anillo.

–Sí.

–¿Cómo es que ha llegado a tus manos?

–¿Y a ti qué te importa? Te vuelvo a repetir que no me hables en ese tono.

–¿Y en qué tono te gustaría que te hablara? –dijo Latif Abd al Razzaq Shahin acercándose a ella peligrosamente.

–Lo que me gustaría es que no me hablaras en absoluto –le contestó sonriente.

Jalia se estremeció de pies a cabeza, pero guardó la compostura.

Aquel hombre la disgustaba profundamente y era obvio que él tampoco la apreciaba en absoluto.

Mejor.

Así, las cosas estaban claras.

Aquel hombre tenía todo lo que ella detestaba en un ser humano. Era autocrático, altivo, demasiado seguro de sí mismo, demasiado masculino y demasiado orgulloso.

–¿Ha hablado tu prima contigo antes de irse?

Jalia enarcó una ceja.

–Quiero saber si te ha dicho, por ejemplo, si se dirigía al palacio.

–Te vuelvo a repetir que no tengo ni idea de dónde está mi prima. Yo no he tenido nada que ver en esto. ¿Y si no se hubiera ido por propia voluntad? ¿Y si le hubiera ocurrido algo?

Latif Abd al Razzaq Shahin la miró con desprecio.

–Tenemos que ir a hablar con las demás –le dijo–. Vamos.

Jalia apretó los dientes. Tenía que ir hablar con los padres de Jalia. Sin embargo, el hecho de seguirlo, de que creyera que obedecía sus órdenes, la sacaba de sus casillas.

En cualquier caso, debía estar presente cuando Latif Abd al Razzaq Shahin mostrara el anillo de Noor porque, de lo contrario, era capaz de hacer entender a los demás que ella había tenido algo que ver en todo aquello.

Capítulo Dos

Descendieron las majestuosas escaleras de mármol que conducían al jardín principal.

Los invitados parecían confusos.

Únicamente el sultán y la sultana estaban tranquilos y charlaban con aquellos que se les acercaban, formando una isla de paz en un océano de preocupación.

–¿Qué habrá ocurrido?

–¿Dónde está la princesa?

–¿Se habrá puesto enferma?

–¿Hay boda o no?

Jalia oyó todas aquellas preguntas y muchas más, pero no se paró a contestar ninguna pues tenía otra misión más importante que cumplir.

En el espacioso vestíbulo de recepción estaban las familias, hablando en voz baja, visiblemente consternadas.

El suelo estaba cubierto por maravillosas alfombras sobre las que se habían colocado manteles de hilo, vajillas de porcelana, cristalerías maravillosas y cuberterías de plata, como si mil personas hubieran decidido de repente hacer un picnic.

–¡Jalia! –exclamaron su madre y su tía corriendo hacia ella–. ¿Has hablado con ella antes de que se marchara? ¿Adónde ha ido? ¿Qué está ocurriendo?

–¿Se ha ido? –exclamó Jalia.

–Sí, y se ha llevado la limusina –le explicó su madre–. ¡Se ha ido vestida de novia!

–¿No se ha cambiado de ropa? ¿Y se ha llevado equipaje?

–No, los criados dicen que no ha tocado ni una sola maleta. En el palacio no saben nada de ella. Han dicho que, si aparece, llamarán para hacérnoslo saber. ¿Tú no sabes nada? –le preguntó su tía.

–No sé absolutamente nada –le aseguró Jalia–. No estaba con ella. Estaba con las demás damas de honor y subí a buscarla. La peluquera me dijo que estaba en el baño, así que esperamos. Transcurridos cinco minutos, entré y ya no estaba. Lo siento, tendría que haber dado la voz de alarma inmediatamente, pero pensé que, a lo mejor, con los nervios se había equivocado de camino o algo… así que fui a buscarla. Supongo que ha sido una pérdida de tiempo, pero se me ocurrió que, tal vez…

–Sí, que podría ser uno de los jueguecitos de mi hija –la tranquilizó su tía–. Sí, yo habría pensado lo mismo, pero me parece que es más grave de lo que parece. De lo contrario, no se habría ido. No sé qué le ha podido suceder. La última vez que hablé con ella hace un rato estaba feliz y dichosa…

–Tía, antes de irse… bueno, he encontrado su anillo de compromiso en el suelo de mi habitación. Supongo que saldría por ahí para que nadie la viera.

Latif Abd al Razzaq Shahin le mostró el anillo y su tía exclamó horrorizada.

–Le ha entrado un ataque de pánico –comentó alguien–. Se habrá puesto nerviosa.

Jalia tuvo la sensación de que todo el mundo se giraba hacia ella, culpándola de lo ocurrido.

En aquel momento, apareció el tío de Bari, nervioso y consternado.

–¡Bari también ha desaparecido! ¡Los guardias me acaban de decir que ha salido en busca de Noor!

–¡Madre mía! –se lamentó la princesa Zaynab.

–Sí, por lo visto, un guardia le ha dicho a Bari que la ha visto yéndose en la limusina y Bari ha salido inmediatamente tras ella –dijo Latif Abd al Razzaq Shahin.

Todo el mundo se giró hacia él.

–Antes de irse, me pidió que fuera a hablar con Jalia para ver lo que sabía.

De nuevo, todos los ojos se volvieron hacia ella.

–¡Yo no sé nada! –se defendió–. Noor no ha hablado conmigo antes de irse.

–Voy a ir a buscarlos –anunció Latif Abd al Razzaq Shahin.

–Gracias –le dijo la madre de Noor.

–Jalia, ven conmigo.

Jalia lo miró indignada.

–¿Yo? ¿Para qué?

–Sí, hija, ve con él –le indicó su madre–. A lo mejor, entre los dos…

¿Por qué quería Latif Abd al Razzaq Shahin que lo acompañara cuando, obviamente, no la podía soportar?

–Por favor, Jalia, ve con él –le pidió la princesa Zaynab–. Si encuentras a mi hija, hazla entrar en razón, que se tranquilice, dile que vuelva, que la estamos esperando.

Mientras esperaba bajo el sol a que llegara el coche de Latif Abd al Razzaq Shahin, Jalia se dio cuenta de que iba ataviada como aquellas mujeres de las montañas que bajaban a los bazares de compras con vestidos maravillosos.

Se había dado cuenta de que muchas eran rubias de ojos verdes, como ella. Jalia siempre había creído que aquellos rasgos le venían de la parte francesa de la familia, por su abuela materna, pero ahora comprendía que no era así.

–No entiendo por qué necesitas que vaya contigo –le dijo a Latif Abd al Razzaq Shahin una vez en el coche.

–No te necesito para nada –contestó Latif Abd al Razzaq Shahin con desdén–. Por si no te has dado cuenta, todo el mundo recela de ti y me ha parecido que mi deber era salvarte… aunque no sé si te lo mereces.

En cuanto se abrieron las verjas, dos hombres y una mujer se abalanzaron sobre el coche. Uno de los hombres llevaba una cámara al hombro y la mujer tenía una grabadora.

–Excelencia, ¿podríamos hablar un momento?

–¿Qué ha ocurrido? ¿Se ha celebrado la boda? ¿Por qué se ha ido la princesa Noor?

Cada vez había más periodistas y Latif Abd al Razzaq Shahin no tuvo más remedio que conducir con mucho cuidado para no atropellarlos.

Golpeaban en los cristales con las grabadoras y no paraban de preguntar, pero Latif Abd al Razzaq Shahin ni se inmutó.

–Dios mío, oh, Dios mío –se lamentó Jalia.

–No les des un titular –le advirtió Latif Abd al Razzaq Shahin con admirable calma.

–¡Princesa, princesa!

Jalia se giró y se encontró con un flash en la cara. ¿Cómo se habían enterado? Había tenido mucho cuidado.

–Princesa, ¿por qué ha huido su prima? ¿Acaso huía de un matrimonio forzado?

¿Un matrimonio forzado?

Jalia no pudo evitar negar con la cabeza.

–Entonces, ¿se iba a casar por propia voluntad? Esto no hace sino complicar las cosas. ¿Por qué se ha ido entonces? ¿Usted lo comprende?

–Madre mía… –se lamentó Jalia.

Latif Abd al Razzaq Shahin pisó el freno y el acelerador a fondo, creando una enorme nube de polvo en torno al coche.

Los periodistas, cegados y tosiendo, no tuvieron más remedio que apartarse y dejarlos marchar y Latif y Jalia rieron al unísono como niños traviesos.

–No entiendo cómo se han enterado de quién soy –dijo Jalia al cabo de un rato.

A diferencia de su prima, que se había mostrado encantada desde el primer momento con aquello de ser princesa, Jalia no quería que nadie se enterara. De hecho, ni siquiera se lo había contado a sus amigos.

–Has sido tú –le contestó Latif Abd al Razzaq Shahin –. Han gritado «¡princesa!» y te has vuelto hacia ellos.

–¡Maldita sea! ¿Por qué demonios me habré quitado el velo? –se lamentó Jalia.

Capítulo Tres

Latif comenzó a reírse a carcajadas y Jalia tuvo la certeza de que se estaba riendo de ella.

–¿Tanto te importa que aparezcan unas cuantas fotografías en los periódicos?

Jalia se encogió de hombros irritada.

–Tú perteneces a la guardia de honor y forma parte de tu trabajo aparecer en los periódicos, pero yo soy profesora en la universidad de una pequeña población escocesa donde las princesas no abundan y no quiero que nadie se entere de que lo soy.

Latif enfiló la carretera que llevaba a la ciudad. Dos coches llenos de periodistas los seguían.

–¿No te parece que exageras un poco? Al fin y al cabo, no eres parte de la familia real británica sino princesa de un pequeño país de Oriente Medio.

–Ojalá tengas razón –contestó Jalia mordiéndose el labio inferior–. Lo que me preocupa es que la prensa europea parece obsesionada desde hace cinco años con la familia real de los Emiratos de Barakat y se han fijado en Bagestán como perros de prensa en cuanto ha caído la dictadura de Ghasib y la familia real ha vuelto a hacerse cargo del país. Si descubren que soy princesa de Bagestán, se acabó mi vida privada.

–Eso ocurrirá si te quedas a vivir allí –apuntó Latif–. ¿Por qué volver?

–Porque soy inglesa, Bagestán no es mi patria –contestó Jalia fríamente.

–Eso se puede arreglar –dijo Latif–. Te acostumbrarías rápidamente a vivir aquí. Hay un montón de trabajo por hacer en nuestras universidades.

–Sí, pero yo enseño árabe clásico a ingleses –le recordó Jalia–. No hablo el árabe que habláis en Bagestán.

De repente, echó de menos la brisa fresca del otoño inglés, oír el repiquetear de la lluvia en el cristal de la ventana, el olor de los libros, de la alfombra barata y del café en su diminuto despacho de la universidad, la charla superficial y sencilla con sus compañeros.

–Como ya sabrás, el árabe bagestaní se parece mucho al árabe clásico, así que no tardarías nada en aprenderlo –sonrió Latif.

–Aquí estaría continuamente en el ojo del huracán –observó.

–Aquí serías una más y tus actividades no despertarían interés en la prensa a menos que tú lo quisieras. La maquinaria del palacio te protegería.

–Esa misma maquinaria también me diría cómo tengo que vivir –objetó Jalia–. No, gracias. Me gusta mi independencia y mi anonimato.

Latif no contestó, pero Jalia se dio cuenta de que apretaba las mandíbulas. Sintió deseos de preguntarle por qué le gustaría que se fuera a vivir allí, pero prefirió morderse la lengua.

Con Latif Abd al Razzaq Shahin era mejor no entrar en cuestiones personales.

Entonces, se hizo el silencio entre ellos. Latif se concentró en la carretera y Jalia no pudo evitar recordar la conversación que acababan de tener.

¿Por qué insistía Latif en que se quedara a vivir en Bagestán? ¿A él que más le daba?

–¿Por qué te empeñas en decir me lo que tengo que hacer? –le preguntó por fin–. Pareces mi madre. Entiendo que ella lo haga, ¿pero tú? ¿A ti qué te importa lo que haga con mi vida?

–¿Acaso no te importa nada este país? –le espetó Latif–. Bagestán ha sufrido mucho durante los últimos treinta años, ha perdido buena parte de sus profesionales, incluidos los profesores universitarios, mucha gente emigró… tú eres una al Jawadi, nieta del depuesto sultán. ¿No te parece que deberías hacer algo por tu país?

–Ya has convencido a mis padres para que se queden aquí y mi hermana pequeña se lo está pensando –le recordó Jalia con frialdad–. ¿No te parece suficiente?