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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Marie Rydzynski-Ferrarella

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

La pequeña casamentera, n.º 2009 - enero 2014

Título original: Wish Upon a Matchmaker

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4131-4

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

 

¿Es usted la señora que busca mamás?

Aquella voz aguda e inteligente sacó a Maizie Sommers de su ensimismamiento. Durante la última media hora, la exitosa agente inmobiliaria había estado ocupada preparando un anuncio de una casa en venta para incluirla en su página web. Estaba siendo todo un reto encontrar las palabras adecuadas para dar el énfasis necesario a las características de aquel rancho de veinte años de antigüedad. La expresión «a reformar» tenía una connotación negativa.

Absorta en la tarea, Maizie apenas había reparado en el abrir y cerrar de la puerta de su despacho. Lo había tomado como un ruido más. Incluso había pensado que lo había imaginado al mirar en dirección a la puerta y no ver entrar a nadie.

Pero había una explicación: la persona que había entrado medía la mitad que un adulto.

Maizie dejó de trabajar y se levantó de su asiento para mirar por encima de la mesa. Había diez pequeños dedos aferrados al borde. La pequeña intentaba asomarse, poniéndose de puntillas sobre sus zapatos de piel negros.

Maizie dejó su bolígrafo y sonrió a la niña, mientras calculaba que debía de tener unos cuatro o cinco años. Delgada y de pelo rubio rojizo, tenía unos inteligentes ojos azules. En unos años sería toda una belleza, pronosticó Maizie.

—Hola.

La pequeña, que parecía una muñeca, sacudió la cabeza y sus rizos se movieron.

—Hola —dijo educadamente devolviendo el saludo antes de ir al grano—. ¿Es usted la señora que busca mamás? —repitió—. Mi amigo Greg dice que encontró una para su padre que es muy simpática y ahora son todos muy felices.

Maizie nunca olvidaba un nombre y mucho menos el de un niño. La pequeña estaba hablando de Greg y Gary Muldare. Después de que Sheila, la tía de Micah Muldare, fuera a verla para contarle la situación del joven viudo, dos de sus amigas y ella habían preparado una estrategia para emparejar al padre de los chicos, Micah, con Tracy Ryan. Era una brillante abogada que había resuelto los problemas legales de Micah y que había acabado convirtiéndose en la señora de Micah Muldare.

La voz se corría cada vez más rápido, pensó Maizie con una sonrisa. No era la primera vez que recibía a un cliente sin cita, pero nunca antes había tenido uno tan joven.

—¿Qué le ha pasado a tu mamá, cariño? —le preguntó Maizie a la niña.

¿Qué estaba haciendo aquella niña allí sola? ¿Se habría escapado para ir a verla? Su hija también había sido precoz, pero no había sido tan independiente a esa edad.

—Mamá murió y no la recuerdo, pero cuando papá se acuerda de ella se pone triste. Quiero que papá sea tan feliz como el papá de Greg. Mi papá necesita una mamá —afirmó la pequeña con convicción—. ¿Puede encontrarle una? Y que sea guapa porque dice que quiere una tan guapa como yo. Por eso está con Elizabeth ahora. Es guapa, pero no es una mamá. Solo es una señora —dijo y, bajando la voz a la vez que se ponía de puntillas para que Maizie pudiera oírla, añadió—: Creo que no le gustan los niños.

Antes de que Maizie pudiera decir nada, la puerta de su agencia inmobiliaria se abrió por segunda vez en menos de cinco minutos.

Maizie estaba acostumbrada al trasiego tanto por su reputación como por el conocido centro comercial en el que se ubicaba su oficina. Aun así, las dos personas que trabajaban para ella estaban enseñando casas en aquel momento y no tenía ninguna cita en su agenda hasta una hora más tarde. Llevaba hora y media pensando en comer algo rápido en cuanto acabara de escribir el anuncio.

Pero había surgido algo mucho más interesante y su estómago se vio relegado a un segundo plano.

Maizie sonrió. Nunca antes había entrado nadie a quien no pudiera ver por encima de su mesa.

Pero nada más oír la historia de su futura nueva clienta, una mujer de aspecto cansado irrumpió en su oficina. Enseguida se fue hacia la pequeña visitante que estaba de pie al otro lado de la mesa de Maizie.

—Virginia Ann Scarborough, ¿quieres provocarme un ataque al corazón? —preguntó aliviada aquella mujer rubia, cayendo de rodillas para abrazar a la niña.

—No —contestó la pequeña con voz lastimera.

Por su expresión, Maizie se dio cuenta de que la niña se dejaba abrazar. Al parecer, a diferencia de la mujer consternada que la había encontrado, no se había asustado en ningún momento.

—Estaba intentando buscarle una mamá para papá —explicó la niña, como si eso aclarara todo.

—Sabes que no debes salir corriendo así, Ginny —la reprendió la mujer.

Luego se puso de pie y prestó atención a la otra persona que había en la habitación.

—Lo siento mucho —se disculpó con Maizie—. Espero que mi sobrina no haya roto nada.

—No llevo tanto tiempo aquí como para haber roto algo —protestó la niña.

Asombrada, Maizie se levantó de la mesa.

—¿Está a su cargo? —preguntó a la mujer, señalando con la cabeza hacia la niña.

—Soy su tía —dijo dirigiendo una mirada desesperada a la vez que cariñosa a la pequeña—. Su tía sufridora. Te prometo, Ginny, que si no te llamaras como yo...

La voz de la tía de Ginny se quebró. Luego esbozó otra sonrisa de disculpa a Maizie mientras tomaba con fuerza la mano de Ginny con intención de llevársela.

—Siento todo esto...

—No, por favor, espere —dijo Maizie en tono maternal—. Parece cansada. Deje que le ofrezca una taza de té —añadió y miró a Ginny—. Creo que tengo limonada, si te apetece.

—Sí, por favor —dijo Ginny entusiasmada.

—No, de verdad, ya le hemos causado bastantes molestias —protestó Virginia.

—Tonterías. No es ninguna molestia y tengo que admitir que ha despertado mi curiosidad —admitió Maizie.

Mientras, se dirigió a la isla que había junto a la pared y que albergaba una pequeña nevera, un horno microondas y un fregadero. Enseguida preparó un té para Virginia y sirvió un vaso de limonada para la niña.

—A ver, Ginny —empezó Maizie, mientras le daba el vaso de limonada a la niña—. Me estabas diciendo que tu papá necesita una esposa.

Al oír aquello, Virginia abrió los ojos sorprendida.

—Ginny, no has... ¿Por qué le has dicho eso? —preguntó la mujer a su sobrina.

—Porque las busca —contestó Ginny—. Me lo ha dicho Greg.

—Esta señora trabaja en una inmobiliaria —señaló Virginia.

—Tal vez debería explicarme —intervino Maizie, saliendo en defensa de Ginny—. Mis amigas y yo nos entretenemos emparejando a la gente. No cobramos por ello —añadió rápidamente—. Disfrutamos uniendo personas que, destinadas a estar juntas, nunca se habrían conocido sin cierta intervención —dijo y miró a Ginny—. Como el padre de tu amigo Greg y Tracy Ryan. Mis amigas y yo suplimos esa intervención, por así decirlo.

—¿Por eso me pediste que te trajera aquí a tomar un helado? —preguntó Virginia a su sobrina.

—Tienen un helado muy bueno —contestó con inocencia.

—¿Ve lo que tengo que soportar?

Maizie se esforzó en mostrarse comprensiva. En ese aspecto, tenía mucha experiencia.

—¿Es hermana de su padre? —preguntó.

Virginia asintió.

—Se llama Stone Scarborough. Soy su hermana pequeña. Me fui a vivir con él para ayudarle después de que Eva, la madre de Ginny, muriese. De eso hace año y medio y sigo ayudando.

«Y quiere seguir con su vida», dedujo Maizie de las palabras de la otra mujer.

Maizie volvió a sentarse en su silla, sonriendo con ansiedad. Podía presentir la antesala de un desafío y no había nada que le gustara más que un desafío.

—Hábleme de su hermano.

—No sé por dónde empezar —dijo Virginia y suspiró.

—Siempre es mejor por el principio —la animó Maizie.

—Supongo.

Después de respirar hondo, la mujer empezó a hablar, siendo interrumpida constantemente por comentarios de Ginny.

Maizie las escuchó atentamente y empezó a dar forma a un plan.

Capítulo 1

 

Stone Scarborough se quedó mirando a su hermana pequeña tratando de comprender lo que acababa de contarle atropelladamente.

Fuera lo que fuese, Virginia parecía muy animada por ello y había conseguido deducir que tenía algo que ver con la tarjeta que le había entregado. Pero su narración resultaba tan inconexa que había acabado sintiéndose igual que en los días en que había llegado tarde al cine con su difunta esposa. Eva nunca había logrado ser puntual por lo que nunca había encontrado ni pies ni cabeza a las películas.

Además del incesante flujo de palabras de Virginia, a su hija Ginny parecía haberle subido la fiebre y no dejaba de saltar delante de él. Era como si ambas estuvieran teniendo una subida de azúcar.

En un intento por cortar aquella verborrea, Stone levantó la mano para hacer que Virginia dejara de hablar por un momento, recapitulara y comenzara por el principio.

—Cuéntamelo otra vez —le pidió Stone a su hermana—. Desde el principio.

Su hermana Virginia sacudió la cabeza, agitando su coleta rubia de un lado a otro.

—¿Sabes? Para ser un hombre tan listo, a veces eres muy lento.

Por mucho que practicara, nunca lograría hablar tan rápido como su hermana o su hija.

—En comparación contigo, sí —comentó divertido—. Anda, hazme reír —añadió mirando la tarjeta que tenía en la mano—. ¿Para qué tengo que llamar a esta mujer?

Virginia respiró hondo y recapituló.

—El número es de Maizie Sommers. Es una agente inmobiliario que tiene su propia empresa. Necesita un buen contratista para recomendárselo a sus clientes.

Stone nunca había creído en coincidencias ni en la buena suerte sin que se tiraran de algunos hilos, por muy invisibles que fueran.

Stone se quedó mirando la tarjeta con recelo.

—Claro. Se ha acercado a ti y te ha dicho: «Creo que conoce a un buen contratista». Y luego te ha dado su tarjeta.

—No.

Virginia cerró los ojos, en un intento por mantener la tranquilidad. Sabía que se había emocionado demasiado, pero la imagen que Maizie Sommers le había descrito la había llenado de esperanza. Hacía mucho tiempo que no veía más que sonrisas de cortesía en los labios de su hermano.

Y al igual que su sobrina, no le gustaba la mujer con la que se estaba viendo últimamente. Por mucho que lo intentara, no conseguía congeniar con Elizabeth Wells y menos aún se la imaginaba como madrastra de Ginny. Era una mujer muy impaciente.

—De acuerdo, desde el principio —dijo Virginia—. Esta vez presta atención, ¿vale?

—Sí, señora —replicó Stone, tratando de mantener la paciencia.

Stone acababa de recibir malas noticias. Los propietarios de una casa en la que iba a empezar a trabajar, habían cambiado de opinión y habían cancelado el proyecto. Por eso, no estaba de buen humor.

No podía perder el tiempo de aquella manera. Tenía que contener la furia que lo invadía y buscar otra obra para sustituir la que había perdido. Pero había aparecido Virginia insistiendo para que la escuchara.

—¿Y bien? —dijo Stone.

Virginia respiró hondo. Había decidido ser fiel a la verdad, sin contarle a su hermano que le iba a buscar pareja. Si tenía la más mínima sospecha, no accedería. Y tenía que acceder porque, al menos, ganaría algo de dinero haciendo lo que mejor se le daba: trabajar con las manos.

Hasta hacía cinco años había sido ingeniero aeroespacial. Pero esa industria estaba en declive en el sur de California, así que había vuelto a trabajar en lo mismo con lo que se había costeado la universidad: la construcción.

Pero ahora pisaba arenas movedizas. La economía había mermado los ingresos de todo el mundo. Reformar la casa era un lujo que mucha gente pensaba que podía posponer. Virginia confiaba en que su hermano no rechazara ningún trabajo.

Tan solo tenía que convencerlo de cómo había surgido la idea.

—Está bien, desde el principio —dijo Virginia, repitiendo las palabras de su hermano—. Llevé a Ginny a tomar un helado.

Stone parecía desesperado.

—Justo lo que necesita, más azúcar.

Quería a su hija más que a su vida, pero había ocasiones en que hacer que se portara bien era todo un reto que lo superaba. Stone miró hacia su hija. No había parado de moverse desde que Virginia y ella entraran en casa.

—¿Es por eso por lo que levitas a un palmo del suelo? —preguntó él.

—Me estás interrumpiendo —protestó Virginia, frunciendo el ceño.

—Lo siento, continúa —dijo conteniendo un bufido.

—Fuimos a esa heladería que hay en el centro comercial Brubaker y le compré un cucurucho. Tienen tantos sabores que no sabía cuál elegir para mí, así que tardé en decidirme...

—Al grano, Virginia.

Desde niña, la distancia más corta entre dos puntos nunca había sido para Virginia la línea recta, sino un tortuoso camino lleno de curvas.

—Está bien. Mientras pedía mi helado, Ginny decidió ir a explorar... —dijo mordiéndose el labio mientras miraba de reojo a su hermano.

Estaba esperando que estallara.

Stone miraba a su hija.

—Ginny, sabes que no puedes irte sola.

En vez de protestar, Ginny bajó la vista a sus zapatos.

—Sí, papá.

Su única hija era obstinada. Era muy eufórica y entusiasta. Aquel aparente remordimiento era algo que nunca antes le había visto.

¿Habría pasado algo para que su hija temiera las consecuencias?

Preocupado, Stone miró a su hermana para que siguiera con su explicación.

—Encontré a Ginny en el local contiguo. Había entrado en una agencia inmobiliaria.

Stone se quedó mirando a su hermana. Podía entender que hubiera entrado en una juguetería, pero ¿qué podía haber hecho que su hija entrara en una inmobiliaria?

—¿Por qué? —preguntó mirando a Ginny y a su hermana, a la espera de que cualquiera de las dos le diera una respuesta convincente.

Virginia no sabía muy bien cómo explicar aquella parte y estaba a punto de decir que no tenía ni idea, cuando Ginny habló.

—Te oí decir que no ibas a poder pagar facturas porque no tenías trabajo, así que le pregunté a la señora si tenía alguna casa para arreglar.

Virginia se quedó tan sorprendida como su hermano por la respuesta de Ginny y tardó unos segundos en reaccionar y aprovechar aquella tabla de salvación.

—Pues sí, eso es lo que hizo —confirmó Virginia—. Tu hija la encandiló —añadió rodeando a Ginny por los hombros—. En vez de echarnos, la mujer nos dijo que casualmente estaba buscando un contratista al que recomendar. Naturalmente, Ginny y yo le dijimos que eras el mejor, así que nos dio su tarjeta para que la llamaras cuando pudieras.

Sonaba a cuento de hadas, pero Stone asumió que tenía que haber algo de cierto en aquella historia. ¿Por qué si no iba a haberle dado a su hermana una tarjeta suya? Y teniendo en cuenta que en aquel momento no estaba ocupado, ¿qué podía perder si la llamaba?

—Bueno —comenzó Stone lentamente mirando una vez más la tarjeta—. Me vendría bien otro contacto, pero... —dijo y miró preocupado a su hija—. Cariño, todo va a salir bien —le aseguró—. No quiero que te preocupes por las facturas. Yo me ocuparé de todo.

—Sí, papá —dijo Ginny y le sonrió.

Tenía la misma sonrisa que su madre, pensó con tristeza. Una sonrisa que echaba de menos no ver.

—Solo quiero ayudar —añadió la pequeña.

—Y lo haces —le aseguró Stone y volvió a leer la tarjeta—. Está bien, veamos qué tiene que decir esa Maizie Sommers.

Ginny cruzó los dedos índice y anular de ambas manos y las levantó para enseñárselas mientras sacaba el móvil.

«Tenemos una hija encantadora, Eva. Cuánto me gustaría que estuvieras aquí para verlo», pensó Stone mientras marcaba el número de la tarjeta.

No había forma de que supiera que su hija no estaba cruzando los dedos con la esperanza de que consiguiera trabajo. Ginny confiaba en que la amable señora de la inmobiliaria hiciera por su padre lo que había hecho por el padre de Greg y le encontrara una nueva mamá.

Stone le devolvió una sonrisa a su hija mientras sonaba el timbre de llamada. Al segundo, oyó que descolgaban.

—Soy Maizie Sommers, ¿en qué puedo ayudarle?

Stone dio la espalda a su hermana y a su hija y concentró su atención en la persona que estaba al otro lado.

—Señorita Sommers, soy Stone Scarborough...

—Ah, sí —dijo Maizie interrumpiéndolo—, el contratista. Estaba esperando su llamada.

Aquello le pilló desprevenido.

—¿De verdad?

¿También le irían mal los negocios a ella? Si así era, ¿qué clase de trabajo podía ofrecerle? Aun así, había llamado para ver en qué acababa todo aquello.

—Por supuesto. ¿Por casualidad está libre esta noche?

—¿Esta noche? —repitió él, preguntándose si habría cometido un gran error.

Algo no parecía ir bien. Quizá no estuviera buscando un contratista. A pesar de que Maizie Sommers no parecía tan emocionada como Virginia le había explicado, la mujer sonaba muy animada, demasiado como para estar hablando solo de negocios.

Se le pasaron varias posibilidades por la cabeza, pero las descartó. No tenía sentido pensar lo peor... todavía.

—Sí, pero, si es muy precipitado, quizá sea mejor que lo dejemos para mañana —dijo y siguió ofreciendo otras alternativas.

—¿Por qué no por el día? —preguntó él.

—Me temo que la mujer a la que le voy a recomendar no está disponible durante el día —dijo Maizie—. Al menos, no hasta el fin de semana. Por el día está ocupada grabando su programa —explicó.

—¿Su programa? —repitió Stone, confundido.

—Sí, tiene un programa de cocina diario y las grabaciones son con público. Nada más llegar aquí y firmar su contrato, le vendí una casa preciosa —dijo Maizie orgullosa—. De eso hace seis meses. La compró a buen precio porque el dueño tenía prisa por vender. La casa necesitaba muchos arreglos, y entonces no tenía tiempo, y sospecho que tampoco el dinero, para llevarlos a cabo. La pobre estaba empezando. Pero el programa va muy bien y piensa que ha llegado el momento de reformarla a su gusto —dijo y esperó unos segundos antes de seguir—: ¿Le interesa, señor Scarborough?

Era trabajo, así que estaba más que interesado.

—Sí, por supuesto que me interesa. ¿No quiere conocer otros trabajos que he hecho antes de recomendarme?

Le gustaba que fuera prudente y que no estuviera insistiendo en llegar a alguna clase de acuerdo. Por su parte, ya había comprobado sus referencias y había visto todo lo que necesitaba ver. Virginia Scarborough le había enseñado una fotografía de su hermano y le había dado la información necesaria para empezar a trabajar.

Creía tener la pareja perfecta para el padre de Ginny. Normalmente le llevaba tiempo hacer las parejas. Sin embargo, esta vez había pensado en Danni de inmediato.

Para ella, eso era una buena señal.

—Su hermana y su hija me han hablado muy bien de usted, señor Scarborough.

—¿Y eso es suficiente? —preguntó escéptico.

—Sí —contestó Maizie—. Claro que lo que vi en su página web tampoco me pareció mal.

—¿Mi página web? —repitió Stone, confundido.

Rápidamente se giró para mirar a su hermana. Aquello era una novedad para él.

—Sí, su hermana me dio la dirección. Tengo que admitir que me ha impresionado, señor Scarborough —dijo Maizie—. Si necesitara alguien para mi casa, lo contrataría sin dudarlo.

Aunque eran buenas noticias, seguía confundido.

—Gracias —murmuró.

Maizie pensó que aquel pobre hombre estaría todavía asimilando lo que le estaba pasando.

—Así que, ¿le parece bien que le dé sus datos a mi clienta? —preguntó ella.

Maizie había aprendido que no era conveniente dar las cosas por sentado. A la gente le gustaba pensar que podía controlar su destino, aunque no fuera así.

—Sí, claro —contestó Stone.

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—¿Qué te parece?

Stone reconoció algunas de las fotos que había tomado de trabajos por los que se sentía muy orgulloso.

—No está mal —contestó indiferente.

Era una contestación típica de Stone, pensó Virginia. No solía derrochar elogios. Aun así, se llevó la mano al pecho e inclinó exageradamente la cabeza.

—Tranquilo, corazón. No sé si podré soportar tantos elogios.

Stone pilló la indirecta. Lo cierto era que la web estaba muy bien. Su hermana había hecho un gran trabajo.

—Está bien, mejor dicho, más que bien.

—Sigue, no te cortes.

El teléfono empezó a sonar en aquel instante.

—Más tarde —dijo él y sacó su teléfono móvil para contestar—. ¿Dígame?

—¿Hablo con la empresa de reformas Scarborough? —preguntó una voz melódica al otro lado.

Reconoció un cierto acento sureño en la voz de la mujer y trató de ubicarlo.

—Sí —contestó, preguntándose si sería la mujer de la que la agente inmobiliaria le había hablado.

—Maizie Sommers me ha dado su número de teléfono. Quería saber si podíamos vernos mañana por la tarde. Bueno, si puede. Me gustaría enseñarle mi casa y explicarle lo que quiero hacer.

—Claro, ¿a qué hora?

—En cualquier momento después de las cuatro.

—¿A las cuatro y media? —sugirió él.

—Perfecto. Lo veré entonces.

—A las cuatro y media —repitió él, confirmando la hora antes de colgar.

Al darse la vuelta, vio a su hermana y a su hija sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué?

—Nada —se apresuró a contestar Virginia.

Sabía que, si no decía algo más, su hermano podía sospechar.

—Ya veo un montón de facturas pagadas.

—Espera, no eches a volar las campanas —dijo recordando la obra que le habían cancelado en el último momento—. Uno nunca sabe qué puede pasar.

—Lo siento —murmuró Virginia.

Había habido una época en la que su hermano había sido tan optimista como ella. Echaba de menos aquellos momentos.

«Maizie Sommers, espero que sea tan buena como Ginny cree que es. Estoy deseando que mi hermano vuelva a enamorarse y se convierta otra vez en persona, como era con Eva», pensó Virginia.