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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una cita afortunada, n.º 86 - febrero 2014

Título original: A Date with Fortune

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4138-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Michael Fortune entró en el Estelle’s, un pintoresco restaurante de Red Rock, estilo años cincuenta. A él no le gustaba especialmente ese tipo de ambientes, pero era el que su primo había elegido para almorzar. El local rezumaba nostalgia del pasado con su mostrador de formica, sus asientos de escay rojo y sus sillas y mesas con patas cromadas.

A los pocos minutos de sentarse, una mujer de unos cincuenta años dejó un vaso de agua sobre la mesa, junto a su teléfono móvil.

—Hola, me llamo Estelle. Siento haberte hecho esperar, cariño. Pareces un tipo impaciente.

—Eso es lo que mi familia dice.

—Veo que eres nuevo en la ciudad. ¿Estás esperando a alguien?

—Sí. A mi primo Wyatt y a su prometida. Pero creo que he llegado algo pronto.

—¡Así que eres un Fortune! ¡Esa familia de hombres tan atractivos de Atlanta! —exclamó ella, ladeando la cadera y mirándolo fijamente—. Buenos tipos, tus primos. Fue una gran noticia para todos cuando se establecieron en Red Rock.

Esa era ciertamente la razón por la que él estaba allí. Su tío James le había encomendado la misión de convencer a Wyatt de que no se quedara a vivir allí. Wyatt y sus tres hermanos habían decidido marcharse de Atlanta, molestos por la idea de su padre de vender la empresa familiar.

—¿Piensas ir a Nueva York después de esto?

—No, ¿por qué?

—No sé... Lo digo por el traje y los zapatos tan elegantes que llevas. Nadie va vestido así por aquí ni aun para ir a un funeral... ¡Mira, aquí llegan las personas que estabas esperando!

Wyatt y su prometida, Sarah-Jane Early, saludaron a Estelle y luego se sentaron agarrados de la mano sin dejar de mirarse a los ojos. ¿Qué embrujo tenía Red Rock para que tantos Fortune sucumbieran a los hechizos del amor?, se preguntó Michael. Wyatt era el séptimo miembro de la familia que se había enamorado en esa ciudad en los últimos dos años.

No lograba entenderlo. Para él, el amor romántico era un mito y el matrimonio solo una unión encaminada a la procreación. Estaba convencido de que eso que la gente llamaba amor era simplemente un deseo sexual que acababa desvaneciéndose con el tiempo. El respeto era lo único importante. Lo que daba estabilidad a una relación. Así había sido con sus padres.

—No sabes cuánto me alegra volver a verte —dijo Sarah-Jane, volviéndose hacia Michael con su larga cabellera casi pelirroja y sus ojos castaños radiantes de felicidad.

A él, nunca nadie lo había mirado así, pensó Michael. Estaba acostumbrado a miradas frías y calculadoras, cuando no hostiles. Si tenía un cargo importante en la empresa era porque no se dejaba llevar fácilmente por las apariencias y desconfiaba de todo el mundo. Y eso era algo que llevaba también al terreno personal.

—Veo que te has convertido en todo un texano —dijo Michael a su primo, señalando los pantalones vaqueros y las botas camperas que llevaba.

—Deberías probar tú también. Te sentirías más relajado que con ese traje y esa corbata que llevas a todas horas.

—No creas que voy así cuando juego al golf. Las reglas no lo permiten —replicó Michael, devolviéndole la broma—. Ya veo que todo marcha sobre ruedas. ¿Cuándo es la boda?

—En junio —contestó Sarah-Jane .

—Ya ves, no hay forma de escaparse —dijo Wyatt poniendo una falsa cara de víctima—. Ella está loca con la boda. Las mujeres... ya sabes.

Sarah-Jane miró a Wyatt con un brillo especial en los ojos y una sonrisa que denotaba la complicidad que había entre ambos.

Estelle se acercó a ellos y les repartió las cartas del menú.

—¿Qué nos recomiendas? —preguntó Michael.

—No sé si podremos ofrecerle algo especial en esta humilde ciudad a un sofisticado hombre de Nueva York —dijo Estelle con una sonrisa irónica y pretenciosa.

—Bromas aparte, supongo que tendréis alguna especialidad, ¿no?

—Por supuesto. ¿Quieres una comida fuerte para que aguantes hasta la noche? ¿O prefieres una ensalada y unas frutas para que sientas un vacío en el estómago a media tarde?

—Me quedo con la primera opción. Decide tú. Sorpréndeme.

—Muy bien. Tal vez, no esté todo perdido. Aún cabe alguna esperanza para el señor del traje.

Sarah-Jane se echó a reír por el apodo y pidió una ensalada Cobb, con lechuga, tomate, pechuga de pollo, huevo duro, aguacate y queso roquefort.

Wyatt pidió una hamburguesa.

—Así que por lo que veo —dijo Estelle a Michael—, has venido aquí para tratar de convencer a los chicos de que vuelvan a casa. Debes de ser un hombre muy valiente.

Michael comprendió que había cometido un gran error dejando que Wyatt eligiese aquel lugar como punto de encuentro. Debería haberlo elegido él mismo. Tal vez algún restaurante en San Antonio, alejado de los chismorreos de Red Rock.

—¿Es verdad eso? —exclamó Wyatt cuando Estelle se fue a la cocina a cursar los pedidos—. ¿Has maquinado esta confabulación con mi padre? Shane me dijo que has estado hablando con él.

Michael había estado en Atlanta, pero no había acordado nada con Shane, el hermano mayor de Wyatt. Shane era el director de operaciones de JMF Financials. Había dejado la compañía, pero no la ciudad. Sin embargo, estaba interesado, igual que sus hermanos, en encontrar a la mujer que su padre había hecho partícipe del negocio familiar sin su consentimiento.

—Me imagino que lo intentarás también con Asher y Sawyer —añadió Wyatt con un vaso de agua en la mano—. Que tengas suerte. Aunque no vas a conseguir nada. Esto no es asunto tuyo. No pienso volver. Mi lugar está con Sarah-Jane aquí en Red Rock.

—No lo comprendo, Wyatt. Tú eres uno de los vicepresidentes y tus hermanos ostentan también unos cargos elevados en la compañía. ¿Cómo podéis dejarlo todo así?

—¿Hablas en serio? Mi padre se ha desprendido alegremente de la mitad de las acciones de la empresa. Se las ha dado a una mujer desconocida por una razón igualmente desconocida. ¿Y tú te pones de su parte? Aunque supongo que no debería sorprenderme. Los tiburones acostumbran a pescar en las mismas aguas. ¿Cómo puedes...?

Sarah-Jane le puso una mano sobre la suya, tratando de calmarlo.

—Es el negocio de la familia —dijo Michael en tono conciliador.

—Pero no somos esclavos de ella —replicó Wyatt, algo más sereno.

—¿Qué pensáis hacer?

—No estoy del todo seguro. Solo sé que Red Rock es ahora mi hogar. Mis hermanos y yo hemos comprado aquí un rancho. Tengo algunas cosas entre manos, pero no sé qué voy a hacer aún. De cualquier modo, me siento mejor ahora que he dejado la empresa. No podía quedarme allí atrapado toda la vida. Siento una libertad que nunca había sentido antes.

Estelle llegó con los platos.

—Ensalada Cobb para la señorita Sarah-Jane, hamburguesa para Wyatt y los famosos sándwiches Reuben de Estelle’s para el señor del traje. Que lo disfruten.

—Te quiero como a un hermano, Mike —dijo Wyatt, tomando una patata frita—. Tus hermanos y los míos hemos sido como una sola familia, a pesar de las desavenencias de nuestros padres. Pero debes mantenerte al margen de esto, si no quieras echar a perder también nuestra relación.

Michael no sabía qué podía hacer para relajar la tensión. Sus cinco hermanos y él habían tenido siempre una relación excelente con sus seis primos. Pensó que la única forma de reconciliarse con Wyatt sería pedirle disculpas. Pero cuando se disponía a hacerlo, Sarah-Jane hizo una señal a una persona que entraba en ese momento en el restaurante.

—¡Felicity!

Michael miró hacia la entrada. Una mujer con una larga cabellera rubia y ojos azules se acercó a la mesa. Su radiante sonrisa iluminó el local. No era especialmente hermosa, pensó Michael, pero tenía una expresión fresca y adorable. Estaba seguro de que nunca había utilizado esas palabras antes para describir a una mujer. Ni siquiera a un gatito. Estaba encantadora con su holgado suéter rosa y sus pantalones vaqueros de un peculiar color rojo que él no sabría definir.

—Siéntate con nosotros —dijo Sarah-Jane, feliz de ver la ocasión de calmar los ánimos.

La esbelta mujer dirigió a su amiga una mirada de curiosidad, pero se sentó sin decir nada junto a Michael. Le rozó sin querer un poco con en el brazo, pero él permaneció inmóvil. Estaba como paralizado. Había conocido a muchas mujeres, pero nunca había tenido una reacción tan emocional con ninguna. Y, menos aún, con una con ese aspecto tan inocente. ¿Qué demonios le estaba pasando?

Felicity, tras un instante de vacilación, se volvió hacia él con una sonrisa y le tendió la mano.

—Hola, soy... Felicity Thomas. La compañera de piso de Sarah-Jane.

—Michael Fortune —respondió él, estrechándole la mano, sintiendo algo muy especial al contacto.

—¿Fortune? —exclamó ella, arqueando las cejas—. Eres...

—Michael es mi primo hermano —aclaró Wyatt.

—Así que eres el hermano de Wendy, ¿no? Adoro a Wendy. Fue mi primera gran clienta.

—¿De qué?

—De mis trufas.

—¿Trufas? —repitió Michael sin saber qué decir.

—Wendy era la repostera jefe del Red. ¿No ha comido nunca allí?

Michael asintió con la cabeza.

—Le gustaba ofrecer los postres de mi creación.

—¿Trufas? —repitió él de nuevo, como si esa fuera la única palabra que hubiera comprendido de toda la conversación.

Felicity se inclinó hacia él algo extrañada. Michael se preguntó qué le estaría pasando para comportarse de esa forma tan estúpida.

—Sí —respondió ella muy serena, sin perder la sonrisa—. Tienen mucha aceptación en los hoteles y en los spas de la ciudad. A la gente parece que le gusta.

—Por no hablar del premio que ganaste en un certamen de repostería en Dallas —dijo Sarah-Jane—. Desde entonces, los pedidos se han disparado.

—Sí. Por eso, me temo que voy a tener que tomar alguna decisión. Y pronto.

—¿Sobre qué?

—Sobre si debo ampliar o no el negocio. En la situación actual, no doy abasto a tantos pedidos.

Michael estaba fascinado. Encantado. Cautivado. Seducido.

—O sea, que eres pastelera, ¿no?

—Llámalo así, si quieres. Aunque mi título oficial es repostera.

Ella sí que era un pastel, se dijo él. Toda dulzura y cremosidad. A pesar de que, por lo general, le gustaban las mujeres más picantes.

—Me parece que estoy acaparando la conversación —dijo Felicity con una sonrisa de disculpa, dándole un toque amistoso en el brazo.

Michael sintió el calor de su mano incluso a través de la chaqueta del traje.

—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿De qué empresa eres jefe?

Él nunca había visto unos ojos tan azules y un pelo tan brillante. Le costó unos segundos darse cuenta de que ella estaba esperando su respuesta.

—Soy director de operaciones de Empresas FortuneSur en Atlanta. Es la empresa de telecomunicaciones de mi padre.

—Es una compañía diferente de donde Wyatt trabaja o trabajaba, ¿no?

—El padre de Wyatt y el mío son hermanos. Cada uno tiene su propio negocio. Hasta ahora, la gestión de ambos ha quedado dentro de la familia.

—No hablemos aquí de cosas del trabajo —dijo Sarah-Jane—. Felicity, ¿te apetece un poco de mi ensalada? Yo no puedo con toda.

—Puedes pedir lo que quieras —dijo Michael, haciendo una seña a Estelle.

—Gracias, pero acabo de almorzar. Estaba entregando un pedido y vi a Sarah-Jane y a Wyatt por el escaparate. Tengo que volver a la tienda. Solo me quedan trece días, ya sabes.

—¿Trece días? ¿Para qué?

Felicity se inclinó hacia Michael. Él vio cómo su cabello rubio caía sobre su chaqueta. Olía a chocolate y menta. Sintió deseos de besar su piel y saborearla.

—Para el Apocalipsis.

—¿Perdón? —exclamó él.

—Para el día de San Valentín. Será la presentación de mi última creación en repostería.

Si los ojos de Sarah-Jane parecían tener luz propia, los de Felicity eran todo un espectáculo de fuegos artificiales.

—Iré a ayudarte. Dispongo de media hora antes de tener que volver al trabajo —dijo Sarah-Jane, levantándose de la silla, y luego añadió mirando a Wyatt—: No te importa, ¿verdad?

—Yo...

Wyatt se quedó con la palabra en la boca. Las mujeres ya se habían ido, agarradas de la mano. Sarah-Jane ni siquiera le había dado un beso de despedida, cosa que extrañó mucho a Michael.

—Parece que tu novia tenía mucha prisa por llevarse a su amiga de aquí, ¿no te parece?

—Mantente alejado de Felicity. Ella no es como las mujeres a las que estás acostumbrado.

Pero Michael, igual que su padre, no aceptaba fácilmente un no por respuesta. Llevarle la contraria era tanto como agitar un capote rojo delante de un toro.

—Yo podría haberte dicho eso mismo de Sarah-Jane, ¿no crees?

—Felicity no es chica de una noche. Si deseas divertirte, estoy seguro de que habrá un montón de mujeres encantadas de hacerte compañía. No te acuestes con ella ni aunque te lo pida.

—No tenía intención de llevármela a la cama. Solo buscaba una distracción agradable mientras esté en la ciudad. No creo que me quede aquí mucho tiempo.

—Déjame darte un consejo —dijo Wyatt—. Si le rompes el corazón a Felicity, toda la ciudad se enterará. Ella es de las que se casan, Mike. Pero incluso, en el caso improbable de que acabéis enamorándoos, tú nunca estarías dispuesto a dejar Atlanta ni ella tampoco Red Rock.

—Eso está fuera de lugar, Wyatt. No estoy pensando en el matrimonio.

A sus treinta y seis años, Michael debería empezar ya a pensar en ello. Pero aún no había encontrado a la esposa perfecta, una mujer como su madre, responsable y formal. Eso no significaba que no lo atrajeran las mujeres que solo pensaban en divertirse, pero tenía que reconocer que Felicity era diferente a todas las que había conocido.

—Aléjate de ella, Mike —repitió Wyatt muy serio—. Si le rompes el corazón a Felicity, Sarah-Jane me haría responsable de ello y eso es algo que no estoy dispuesto a permitir. Además, no quiero que la reputación de los Fortune ande en boca de la gente.

—Ya te he dicho que no tengo intención de llevármela a la cama —replicó Michael, realmente molesto porque su primo le dijera lo que podía o no podía hacer.

Michael pagó la cuenta y salieron juntos del restaurante. Se despidieron fríamente y se marcharon en direcciones opuestas. Michael sacó el móvil y llamó a su tío James, no para informarle del fracaso de su misión reconciliadora, sino para decirle que iba a necesitar más tiempo de lo que esperaba. Había empezado con Wyatt porque siempre había pensado que era el más razonable de los hermanos. Ahora tendría que intentarlo con los demás.

—No te rindas —le dijo su tío.

—Ya sabes que ese no es mi estilo. Probaré con Asher.

—Muy bien. Tenme informado.

—Lo haré.

Michael colgó y llamó a su ayudante en Atlanta. Luego se dirigió al hotel para elaborar un plan. Ahora tenía dos frentes abiertos y no tenía muy buenas perspectivas en ninguno de ellos.

 

 

—Relájate un poco y deja de apretarme el brazo de esa forma —dijo Felicity a Sarah-Jane, mientras caminaban hacia la cafetería donde ella tenía alquilado un espacio para su pastelería—. Deberías utilizar esta media hora para ir al parque, donde sueles ir a almorzar. Le vendría muy bien a tus nervios.

—Lo siento —respondió Sarah-Jane, soltándole el brazo.

—¿Por qué me sacaste de allí? Lo estaba pasando bien.

—Demasiado bien.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que Cupido te disparó una flecha directamente al corazón en cuanto pusiste los ojos en Michael Fortune. No puedes negarlo. Lo vi, igual que todo el mundo.

—Son solo imaginaciones tuyas.

—Nunca te he visto coquetear de ese modo. Le tocaste. Incluso te apoyaste en él. Tú no eres así, tan... impulsiva.

—No creo que eso sea tan malo, después de todo, ¿no? —replicó Felicity con un suspiro—. Cuando me dijiste el día de Nochevieja que había cinco hombres de la familia Fortune, a cual más atractivo, en la barra del Red, pensé que estabas exagerando. Luego comprobé que tenías razón con los cuatro hermanos. Ahora he conocido al quinto, al primo, y es como el príncipe azul de un cuento de hadas.

—Es un depredador sexual. Wyatt me ha hablado de él. Es un hombre despiadado y sin corazón.

—Puede que lo sea en los negocios, pero ¿y en la vida personal? ¿Te ha hablado de eso?

—No —respondió Sarah-Jane, frunciendo el ceño.

—Él estuvo muy correcto conmigo. Tal vez, demasiado.

Michael le había prestado mucha atención, pero apenas le había contado nada de su vida. Ella había llevado toda la conversación. Había hablado demasiado. Era algo que le pasaba con frecuencia cuando estaba nerviosa.

Sumida en esos pensamientos, llegaron a la puerta de Break Time, la cafetería donde ella tenía su negocio de repostería, True Confections. En la parte de atrás tenía un obrador donde preparaba los dulces. Pero se le estaba quedando pequeño. Sobre todo cuando se avecinaba alguna gran celebración, como ocurría ahora con el día de San Valentín. Llevaba varias semanas preparándolo.

Le había pedido ayuda a su tía Liz, la mujer pelirroja que estaba ahora sentada detrás del mostrador. Se había roto un pie hacía unos días y tenía una pierna escayolada. Liz alzó la vista y sonrió al ver llegar a las dos mujeres.

—Su sobrina está loca de amor —dijo Sarah-Jane a modo de saludo, dirigiéndose al obrador.

—¿Otra vez? —exclamó Liz, sin perder la sonrisa.

—No la hagas caso, tía. Está exagerando, como siempre —dijo Felicity, poniéndose un delantal muy vistoso con el logotipo de True Confections estampado con letras doradas, y luego añadió mientras se lavaba las manos, de espaldas a su tía—: Acabamos de conocernos. Solo hemos estado hablando un par de minutos.

—Sí, pero saltaban tantas chispas que tuve que agacharme para no salir chamuscada —exclamó Sarah-Jane en voz alta desde la trastienda.

—¿Saltaron chispas de él también? —preguntó Liz a su sobrina.

—No lo sé. No sabría decirte —respondió Felicity, supervisando las estanterías del mostrador, aunque sabía muy bien que su tía ya se habría encargado de ello.

—¿Hay algo ahora diferente de lo de otras veces? —preguntó Liz en voz baja.

Felicity no respondió. Tal vez, era solo una atracción física, pensó ella. Pero se había sentido a gusto a su lado. Le gustaba su aspecto. Se sentía atraída por su pelo negro y sus ojos oscuros, tan distintos de los suyos. Hubiera querido apoyarse contra su cuerpo duro y musculoso. Le había parecido lo suficientemente alto como para poder descansar la cabeza sobre su hombro. Y tenía unos brazos tan fuertes y... sensuales...

—¡Felicity, vuelve al mundo! —exclamó Liz, agitando una mano delante de los ojos de su sobrina.

—Todo esto es una locura —dijo Felicity, dejando escapar un suspiro—. Él vive en Atlanta. Es un alto ejecutivo de una gran empresa. Tiene un montón de dinero y un estatus social muy diferente al mío. ¿Qué podría ver en una sencilla chica de pueblo como yo? Además, no va a quedarse aquí mucho tiempo.

Pensó que su burbuja había estallado, antes incluso de que hubiera tenido tiempo de formarse.

Sarah-Jane se acercó por detrás del mostrador y le pasó a su amiga un brazo por la cintura.

—Felicity, eres una mujer hermosa, y puede salir con cualquier hombre que desees. ¿Me oyes?

—¿Tengo que recordarte, una vez más, mis fracasos sentimentales?

A sus veinticuatro años, había salido con varios hombres, pero todos la dejaban en cuanto se enteraban de que era virgen. Llevaba mucho tiempo esperando al hombre de su vida.

—Te mereces un hombre que te ame y te respete. No que te trate como un objeto más de sus negocios —dijo Sarah-Jane—. Wyatt me dijo que Michael es un hombre duro y sin sentimientos.

—¿Michael? —exclamó Liz.

—Sí, Michael Fortune. El primo de Wyatt.

—Muy pronto vamos a tener que cambiar el nombre de esta ciudad por el de esa familia —dijo Liz, moviendo la cabeza—. Nos invaden como una plaga de langostas. ¿Qué edad tiene ese Michael?

—Treinta y seis —respondió Sarah-Jane—. Es el mayor de sus hermanos y de sus primos. Al parecer, ha estado acostumbrado toda la vida a imponer su voluntad.

—Eso no es necesariamente un defecto —dijo Liz, pensativa—. Los machos alfa pueden ser unos compañeros muy interesantes.

La campanilla de la puerta sonó y entró CarolAnn, la florista, llevando en la mano un florero con un ramo de rosas rojas. Se dirigió directamente al mostrador.

Felicity suspiró. Wyatt era tan romántico que solía enviarle pequeños regalos a Sarah-Jane con mucha frecuencia. Su amiga era muy afortunada. Wyatt siempre se estaba esforzando por hacerle ver lo mucho que ella significaba para él. Pero CarolAnn dejó las flores en el mostrador y le guiñó un ojo a Felicity, no a Sarah-Jane.

—Alguien ha debido portarse bien. O, tal vez, mal, ¿quién sabe? —dijo ella con una sonrisa pícara.

Felicity hundió la nariz entre las flores, sintiéndose embriagada por su perfume. Luego tomó con mano temblorosa la tarjeta que había en el ramo y la leyó: Ha sido un placer conocerte. Michael Fortune.

—Déjame ver. Déjame ver —exclamó Sarah-Jane, tratando de ver la tarjeta.

Pero Felicity no quería compartir aquel momento con nadie. No era una dedicatoria muy romántica, pero sí íntima. Y era solo para ella. Se sintió emocionada.

El teléfono de la tienda sonó en ese instante. Felicity fue a contestar.

—True Confections —dijo ella con el tono de voz más profesional que pudo.

—¿Te han gustado las flores?

Felicity sintió un vuelco en el corazón, a la vez que un nudo en la garganta.

—Sí, mucho. Gracias.

Le habría gustado decir que le parecían muy bonitas y que tenían un perfume maravilloso, pero las palabras apenas le salían de la boca.

—¿Quieres cenar esta noche conmigo? —preguntó él.

Ella asintió con la cabeza, pero se dio cuenta en seguida de que él no podía verla.

—Está bien.

—Iré a recogerte a tu apartamento a las seis. Sé dónde vives.

—¿Vaqueros o vestido?

—Vestido.

Era solo una palabra, pero, por su tono de voz, parecía toda una frase. Era como si le hubiese dicho: «Ponte algo femenino y sexy».

Hizo un rápido inventario mental de su armario. Sí, tenía el vestido perfecto.

—Hasta la tarde —se despidió él, colgando antes de que ella dijera nada.

—Veo estrellas en tus ojos —dijo Sarah-Jane—. Como si estuvieras perdida en el espacio. No me cabe duda, has estado hablando con Michael Fortune.

—Vamos a salir a cenar esta noche —replicó Felicity, guardándose la tarjeta en un bolsillo y la emoción en el corazón.

—Ponte el vestido rojo que te regalé por Navidad —dijo Liz—. Y los zapatos plateados de aguja.

—Sí —respondió Felicity, y luego añadió mirando a Sarah-Jane—: Yo te ayudé a cambiar de look cuando empezaste a salir con Wyatt.

—Mi bolso de Swarovski te iría muy bien con el vestido —afirmó Sarah-Jane.

—Cenicienta va al baile del príncipe —dijo Felicity, algo asustada, pero sonriendo.

—Pues ya sabes, debes estar de vuelta en casa antes de medianoche —le dijo su compañera de piso, señalándola con el dedo—. Y ahora, discúlpame, pero el trabajo me llama.

Cuando Sarah-Jane se fue, Liz abrazó a su sobrina.

—Disfruta de la velada, cariño, aunque solo sea por una noche.

—No puedo esperar mucho más. No tenemos nada en común. Aunque también dicen que los polos opuesto se atraen entre sí.

—Sí, la vida está llena de misterios. Ese es uno de sus encantos.

Felicity se apartó de su tía sonriendo.

—Tengo que recordar que no debo hablar tanto.

—Tienes que ser tú misma. Él estuvo solo unos minutos contigo y lo dejaste embobado. ¿No te parece eso suficiente?

—Creo que es un hombre acostumbrado a tomar decisiones rápidas y a conseguir lo que desea. Tal vez, se marche cuando haya logrado su deseo —dijo Felicity, como tratando de prepararse para lo inevitable.

—Lo más importante, Felicity, son tus sentimientos. Eso es lo único que puedes controlar. Tus sentimientos, no los suyos. Si obras de acuerdo con ellos, no tendrás que arrepentirte por nada.

Felicity sintió como si una luz muy brillante la iluminara. Liz tenía razón. Sería ella misma y trataría de disfrutar del momento. Tal vez todo quedase en una noche, pero, en el fondo de su corazón, albergaba la esperanza de que no fuera así.