Cubierta

Jan Chozen Bays

Comer atentos

Guía para redescubrir
una relación sana con los alimentos

Prólogo de Jon Kabat-Zinn

Traducción del inglés de Miguel Portillo

Editorial Kairós

A mis padres, Bob y Jean Burgess, que me enseñaron a amar todas las clases de alimentos y que me transmitieron su comprensión instintiva de lo que es comer atentos. Mi padre halló una enorme mesa de productos dañados y rebajados, y pan de ayer, en el cielo, y espero que mamá pueda convencerle de que los ángeles solo comen los aguacates más caros y grandes.

A mi marido, que de manera natural está libre de todo deseo por la comida, excepto en lo tocante a café y queso. Su falta de emoción por los alimentos ha sido un antídoto maravilloso para mi pasión por ella.

Agradecimientos

Muchas gracias a todos los estudiantes que me han educado y divertido –y a los demás– durante nuestras clases y talleres de comer con atención. Y gracias especialmente a aquellos cuyas historias (nombres cambiados para proteger a los “culpables”) aparecen incluidas en el libro.

A Freiderike Eishin Boissevain y Megrette Fletcher, cuyo entusiasmo acerca del potencial del comer con atención para aliviar el sufrimiento de sus pacientes me proporcionó claridad cuando perdí la perspectiva y me quedé atascada durante semanas frente a una pantalla de ordenador.

A Brian Wansink, que ha llevado a cabo los experimentos más retorcidos e ingeniosos a fin de proporcionar apoyo empírico a las intuiciones que tuvimos durante las clases de comer atentos. Aunque nunca lo conocí, me imagino a Brian, junto con sus investigadores ayudantes en su laboratorio en Cornell, palmeándose los muslos y riéndose de lo lindo mientras discutían una nueva idea acerca de otro experimento, y luego cayéndose al suelo muertos de risa y desternillándose al compartir los resultados.

También muchas gracias a Ajahn Amaro, del monasterio de Abhayagiri, que resolvió, con su característica ecuanimidad e irónico humor, mis muchas preguntas por correo electrónico acerca de fuentes en el canon Pali y sobre cómo comía el Buda.

A los editores de Shambhala Publications, que han tenido el valor de probar un tipo distinto de libro dhármico. Que vuestra fe sea recompensada, si no es aquí, con muchos puntos de mérito que puedan ser canjeados en el más allá.

Prólogo

«Ver un mundo en un grano de arena y un cielo en una flor silvestre, sostener el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora.»

William Blake

Resulta difícil pensar en otra función biológica más importante para el mantenimiento de nuestra vida aparte de la comida, pues, a diferencia de las plantas, nosotros no sintetizamos nuestro sustento a partir de la luz y el aire. Respirar sucede por sí mismo, gracias a Dios. Lo mismo sucede con dormir. Pero comer requiere cierta implicación deliberada por nuestra parte, bien al cultivar, cosechar, cazar, comprar, ir al restaurante, o a la hora de adquirir cierta variedad de alimentos que suelen requerir de cierta preparación y combinación por nuestra parte a fin de maximizar sus beneficios. Como mamíferos, contamos con una compleja red de circuitos en el sistema nervioso que hacen que nos sintamos motivados para hallar y consumir alimentos (hambre y sed) y saber cuándo esas necesidades se han satisfecho y el cuerpo ha obtenido lo que necesita por el momento para mantenerse durante un cierto tiempo (saciedad). No obstante, en la era postindustrial damos tan por sentado el hecho de comer que nos alimentamos con una enorme inconsciencia, cargando esa actividad con todo tipo de complicados énfasis psicológicos y emocionales que a veces oscurecen y distorsionan gravemente un aspecto tan sencillo, básico y milagroso de nuestras vidas. Incluso la cuestión de qué es realmente la comida ha adoptado un significado muy distinto en la era de los cultivos intensivos, el procesamiento industrial y la aparición continuada de nuevos “aperitivos” y “alimentos” que nuestros abuelos no reconocerían. Y a causa de la enorme y a veces obsesiva preocupación por la salud y la alimentación que surge en este “mundo feliz”, también resulta muy fácil caer en cierto tipo de “nutricionismo”,1 que complica el poder disfrutar sencillamente de la comida y de todas las funciones sociales que giran alrededor de preparar, compartir y celebrar el milagro del sustento y la red de vida de la que formamos parte y de la que dependemos.

De manera análoga y por desgracia, en el mundo también abundan los estados mentales inconscientes, de adicción y autoengaño, que funcionan igualmente como destructores ocasionales de la cordura, el bienestar y de las relaciones auténticas a todos los niveles del cuerpo, la mente y el mundo. Cada uno de nosotros los sufre en uno u otro grado, y no solo en lo relativo a los alimentos y el comer, sino en muchos aspectos distintos de nuestras vidas. Forman parte de la condición humana, que tal vez se haya visto agravada en esta era de presiones y tensiones que inciden en nuestra cultura de permanente conectividad, hiperactividad deficitaria de atención y obsesionada con las celebridades. El lado positivo es que las presiones internas y externas que sufren nuestras mentes y cuerpos, y los sufrimientos que ocasionan esas influencias a veces malsanas, son reconocibles y pueden trabajarse deliberadamente para beneficio de cualquiera que esté dispuesto a emprender el cultivo –aunque solo sea una pizca– del mindfulness (atención plena) y la cordialidad. Este libro es una amable invitación para emprender esa cura, y un sabio guía para acompañarte en el viaje de toda una vida hacia tu propia integridad.

En ningún sitio pueden verse manifestados de manera tan patética y trágica esos elementos de la condición humana que llamamos inconsciencia, adicción y autoengaño como en los trastornos y patologías de nuestra relación con la comida y la alimentación. Esas patologías de desequilibrio son impulsadas en la propia sociedad por muchos y complejos factores. Por desgracia, se han ido convirtiendo en normas culturales que mantienen ciertos tipos específicos de autoengaño, obsesión y una preocupación infinita acerca de lo que pesa o deja de pesar el cuerpo. Se manifiestan como una incomodidad e insatisfacción constantes e intensas, aunque a veces sumergidas y disfrazadas, o bien compensadas en exceso respecto al aspecto del propio cuerpo y cómo nos sentimos interiormente. Esta insatisfacción permanente anida en las preocupaciones ordinarias acerca del propio aspecto, que se ve obligado, a causa de los deseos, a encajar en un modelo idealizado acerca de qué aspecto deberíamos tener y la impresión que la propia apariencia debiera producir en los demás. Todo ello conforma y deforma la autenticidad de la propia experiencia interior. Esta insatisfacción mental conduce a patologías asociadas con la imagen corporal, distorsiones acerca de cómo nos percibimos interna y externamente a nosotros mismos, y a profundas cuestiones relativas a la autoestima. Catalizada en gran medida por una omnipresente exposición en los medios de información, se halla incluso presente en niños y adolescentes, a lo largo de toda nuestra vida, incluso en la vejez. Es una situación muy triste a la que hay que enfrentarse con una infinita compasión y autocompasión, así como con estrategias eficaces para restaurar el equilibrio y la cordura en nuestro mundo y en nuestras vidas individuales.

Ahora se sabe muy bien que esas patologías de desequilibrio se manifiestan, como nunca antes, en cierto número de epidemias, tanto en niños como en adultos, hombres y mujeres. Se podría decir que la sociedad entera padece, de una u otra forma, una alimentación desordenada, de la misma manera que desde la perspectiva de las tradiciones meditativas, sufrimos de un generalizado desorden de hiperactividad y déficit de atención. Tal y como se pone de manifiesto en este libro, están íntimamente relacionados.

Una muestra de nuestra relación desordenada con la comida y el comer es la epidemia de la obesidad que desde hace más de 20 años se ha asentado en los Estados Unidos. Este fenómeno se ve alimentado, nunca mejor dicho, por un sinfín de complejos factores y agravado por el aumento de estilos de vida sedentarios en adultos y niños, junto con la omnipresente disponibilidad de alimentos procesados que existe y por la industria agroalimentaria que, en ciertos aspectos, es la admiración del mundo, pero que, en otros, es un descontrol.2 La amplitud de la epidemia de la obesidad puede cuantificarse a través de los gráficos de las valoraciones estatales en Estados Unidos, que empezaron a aparecer alrededor de 1986.3 Ahora se está extendiendo a otros países, sobre todo a Europa. Esta epidemia se ha visto implusada en parte por el fenómeno del supersizing (extragrande), como aparece tan gráficamente ilustrado en la película Engórdame (Supersize Me), que juega con la noción cada vez más extendida de lo que es una porción razonable (e incluso un plato) para una persona, aumentando la inactividad y el acceso a alimentos de elevadas calorías y escasos nutrientes. Muchas escuelas de medicina llevan a cabo programas de investigación para comprender mejor y saber lidiar con este fenómeno en aumento tanto en adultos como en niños, y algunas incluso están logrando imaginativas colaboraciones con elementos vanguardistas de las industrias alimentaria y de restauración.4 Abundan también los programas clínicos infantiles.5

Otra manifestación de nuestra relación desordenada con los alimentos y el comer es la tragedia de la anorexia y la bulimia, sobre todo entre chicas y mujeres jóvenes. Estos desajustes en los comportamientos alimentarios suelen ser alentados por distorsiones de la autoimagen y la imagen corporal, a las que dan forma sensaciones subterráneas y no reconocidas de vergüenza, imperfección e indignidad. En muchos casos se manifiestan a consecuencia de horribles pero a menudo ocultas experiencias e historias traumáticas. En otros, surgen como reacciones complejas, aunque poco comprendidas, a dinámicas familiares y sociales, agravadas por la industria de la moda, de la publicidad y la del entretenimiento, además de por una obsesión con las celebridades y la sexualización de la apariencia desde la infancia. En estos casos, cualquier impulso de restringir la ingesta de alimentos representa una amenaza para la supervivencia y hay que afrontarlos con un enorme grado de comprensión profesional hacia las torturadas redes de dolor en las que caen atrapadas las personas, con mucha aceptación y comprensión por su sufrimiento, así como con el reconocimiento y el apoyo incondicional de las virtudes interiores que poseen, pero no saben reconocer, incluyendo su potencial para sanar.

Además de todos estos elementos problemáticos en nuestra relación con la comida, está el desajuste tan extendido, señalado anteriormente, de nuestra relación con nuestras propias vidas tal como se desarrollan en el momento presente. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de hasta qué punto nuestras vidas están atrapadas en una preocupación con el pasado y el futuro a expensas del momento presente, el único instante del que disponemos todos para alimentarnos, observar, aprender, desarrollarnos, cambiar, sanar, expresar nuestros sentimientos, amar y, por encima de todo, vivir. Si siempre estamos de camino hacia otro sitio, hacia un ahora mejor, cuando estemos más delgados, o seamos más felices, o más desarrollados, o lo que sea, entonces nunca podrá existir una relación sana con este momento, ni podremos amarnos a nosotros mismos tal como somos. Asimismo es una tragedia demasiado común el que pasemos por alto la realidad de la vida que nos toca vivir porque estamos tan distraídos, preocupados y lanzados a la consecución de ideales mentales en algún otro momento que a menudo, y tristemente, también están modelados por deseos, aversiones e ilusiones que no hemos analizado. Y claro está, todo esto tiene una enorme importancia en términos de alimentación y de cómo es la relación que mantenemos con nuestros cuerpos y con todas las fuerzas que pudieran empujarnos hacia esos torbellinos de adicción, desajustes y amarguras. Se trata de una elección práctica en la que tenemos mucho que decir, haga lo que haga, piense o venda el resto del mundo. Pero requiere la motivación de liberarse de un profundo y prolongado condicionamiento y de hábitos de inconsciencia y adicción que nos lastran, a menudo tanto literal como metafóricamente.

Podemos hacer algo y responsabilizarnos personalmente acerca de eso que podríamos calificar de inconsciencia endémica en nuestra sociedad, como aparece descrito con gran eficacia en este libro con respecto al comer y a la alimentación en todos sus aspectos y manifestaciones. ¿Y quién mejor para mostrarnos este camino, hacia una cordura y un equilibrio mayores, que Jan Chozen Bays, que es una experimentada pediatra especializada en traumas infantiles, una veterana líder de grupos dedicados a comer atentos, y una excepcional profesora de mindfulness enraizada en una antigua y profunda tradición de sabiduría y compasión?

Mindfulness es prestar atención, y también la presencia y la libertad que emergen de ese gesto en el presente, de profunda relación y consciencia. Es el antídoto de las preocupaciones adictivas y de las de todo tipo que nos alejen de la actualidad del momento presente. Cuando empezamos a estar atentos de una manera intencionada e imparcial, como hacemos cuando trabajamos el mindfulness, retrotrayéndonos así al momento presente, estamos echando mano de profundos recursos naturales de fortaleza, creatividad, equilibrio y, sí, de la sabiduría. Se trata de unos recursos en cuya existencia nunca habíamos caído. No tiene por qué cambiar nada. No tenemos por qué ser diferentes ni “mejores”. No hemos de perder peso. No tenemos que arreglar ningún desequilibrio, ni esforzarnos en pos de ningún ideal. Todo lo que hemos de hacer es prestar atención a aspectos de nuestras vidas que pudiéramos haber ignorado en favor de diversas idealizaciones que nos han ido alejando inconscientemente de nuestra integridad intrínseca (el significado profundo de palabras como “salud”, “sanación” y “santo”) que está ya ahí, disponible en este mismo momento, y en cualquier otro instante. Una integridad que nunca está ausente.

Este libro hace hincapié en que, con práctica, es posible que el mindfulness se convierta en una base segura sobre la que apoyar y curar toda nuestra vida. Esta perspectiva optimista sugiere que si te comprometes a llevar a cabo este programa de aportar mayor atención a todo el proceso de comer, estarás dando un importante paso en el camino de devolverte tu vida, y de paso, liberarte del encarcelamiento de los hábitos de inconsciencia, obsesión y adicción con respecto a la comida y la imagen corporal, así como la mejora de la relación de la mente y el cuerpo con el mundo. Ese compromiso cuenta con el potencial de restaurar tu belleza intrínseca y original, al confraternizar contigo mismo tal como eres. Es una invitación a equilibrar cuerpo y mente, y a descubrir una profunda satisfacción que se denomina felicidad o bienestar.

En la Stress Reduction Clinic (Clínica de Reducción del Estrés) de la Universidad de Massachusetts, la primera meditación formal que normalmente practicamos es comer una uva pasa de manera lenta y consciente. Con orientación puede incluso llevar 5 minutos o más. Los participantes, en su mayoría pacientes hospitalarios, no esperan que la meditación, o la reducción del estrés, se asocien a comer, y ya solo por eso es un útil e innovador mensaje acerca de que la meditación no es lo que solemos pensar. En realidad, todo puede ser una forma de meditación si estamos presentes en nuestra experiencia, lo que quiere decir si estamos totalmente conscientes. El impacto de este ejercicio extraño y un tanto artificial se evidencia de inmediato, nada más observar el objeto que estamos a punto de ingerir, su olor, cómo se acerca y entra en la boca, el masticar, el sabor, los cambios que se producen mientras la pasa se desintegra, el impulso para tragar, el tragar, el momento tranquilo que sobreviene a continuación, todo ello en el marco de una presencia exquisita que parece suceder sin esfuerzo. La gente exclama: «Creo que nunca antes había saboreado una uva pasa». «Es alucinante.» «Me siento ahíto.» «Me siento reconfortado.» «Me siento completo.» «Me siento en paz.» «Me siento tranquilo.» «Me siento como un manojo de nervios.» «Odio las uvas pasas» (muchas son las respuestas, y no hay ni buenas ni malas, solo lo que las personas experimentan).

Pero al igual que el grano de arena de Blake y su flor silvestre, también es posible ver todo el mundo en una pasa, sostener el universo y toda la vida en la palma de tu mano y luego, claro está, en tu boca, pues no tarda en convertirse en una fuente de nutrición a muchos niveless distintos. La energía, la materia y la propia vida revitalizan y renuevan el cuerpo, el corazón y la mente. También a nivel comunitario, como en este caso, pues en la habitación suele haber alrededor de 30 personas, todas desconocedoras del mindfulness, todas recién llegadas a este programa clínico de 8 semanas que denominamos MBSR (mindfulness-based stress reduction), o reducción del estrés a través del mindfulness. Una uva pasa puede enseñarte muchísimo.

En este libro encontrarás el ejercicio de la pasa y muchos más. Si te entregas sinceramente a las prácticas que aparecen aquí descritas, con cierto grado de disciplina y compromiso, pero también sazonándolas con benevolencia y delicadeza, de manera que puedas darte el espacio suficiente para no forzar las cosas al intentar ajustarlas a algún ideal, estoy seguro de que te agradecerás a ti mismo y a la doctora Bays el haber recuperado tu vida y disfrutado de la bendición de los alimentos de formas liberadoras y deliciosas.

JON KABAT-ZINN

Profesor emérito de Medicina

Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts

Clínica de reducción del estrés

Centro de mindfulness en Medicina,
Asistencia sanitaria y Sociedad.

Septiembre de 2008

Prefacio

Escribo este libro para abordar una forma de sufrimiento innecesaria y cada vez más extendida. Nuestras luchas con la comida nos provocan una agonía emocional tremenda, además de culpabilidad, vergüenza y depresión. Como médico, también he sido testigo de cómo nuestros problemas con la comida pueden provocar enfermedades debilitadoras e incluso conducirnos a una muerte prematura.

Según el Ministerio de Salud estadounidense, casi dos de cada tres adultos norteamericanos padecen sobrepeso u obesidad. Se calcula que millones de estadounidenses sufren de anorexia o bulimia. Pudiéramos denominarlo una epidemia de “trastornos alimentarios”, pero prefiero considerarlo como una relación cada vez más desequilibrada con la comida. Una de las causas principales de este desequilibrio es la falta de un nutriente humano esencial: mindfulness, el acto de prestar una atención total e imparcial a nuestra experiencia momento a momento. Este libro explora cómo utilizarlo para liberarnos de hábitos alimentarios malsanos y mejorar nuestra calidad de vida.

Ahora lo que necesitamos es un enfoque fresco de nuestros problemas con la comida porque los métodos convencionales no funcionan. Los estudios muestran que no importa qué dieta emprendan las personas, ni el tipo de alimentos que dejan o empiezan a consumir, solo pierden una media de 3,5-4 kilogramos, que vuelven a recuperar en más o menos un año. Solo unos pocos tienen éxito y pierden una importante cantidad de peso sin volver a recuperarlo. Como vemos, ponerse a dieta no es la respuesta.

También hemos intentado solucionar nuestros problemas de peso alterando la comida que consumimos con la esperanza de que un día podríamos continuar comiendo de manera desequilibrada sin efectos perniciosos. Hemos eliminado las calorías, las grasas, el azúcar y la sal. Hemos añadido proteínas, vitaminas, fibra, grasa artificial y edulcorantes químicos. Esta guerra con la comida ha resultado en un aumento de los beneficios de las empresas que fabrican alimentos procesados, pero no ha alterado nuestras cinturas cada vez más anchas, ni nos han devuelto a una forma integral de alimentarnos.

Otro enfoque ha sido emprender una guerra contra la grasa en nuestros cuerpos sometiéndonos a dietas de desnutrición, ejercicio compulsivo o liposucción. En realidad, las células de grasa intentan ayudarnos de la mejor forma posible. Su tarea consiste en mantenernos calientes y proporcionar combustible de emergencia para los tiempos de vacas flacas. Podemos eliminar las células de grasa mediante cirugía, pero si continuamos consumiendo calorías de más, aparecerán nuevas células de grasa, en un intento de cumplir con su papel de almacenes de energía.

Asimismo hemos intentado atacar al cuerpo de otras maneras. La mayoría de los hospitales importantes han abierto departamentos de medicina bariátrica, a fin de ofrecer cirugía de pérdida de peso y el seguimiento necesario. Estas operaciones reducen el tamaño del estómago o circunvalan partes del intestino para producir malabsorción. Con un estómago más pequeño, la gente experimenta dolor, náuseas u otras clases de molestias si consumen más de la mitad de un tazón de comida de una vez. A consecuencia de la cirugía de malabsorción, las personas pueden sufrir diarrea crónica y tal vez deban tomar suplementos para evitar acabar desnutridas. No hay duda de que esa cirugía ayuda a perder peso e invertir efectos secundarios como la diabetes. No obstante, parece que al cabo de varios años de someterse a esa cirugía, muchos pacientes recuperan peso, con solo 1 de cada 10 que permanece estable en su peso ideal. Cada año, cientos de miles de personas se someten a esta cirugía, que es cara (al menos 20.000 euros) y arriesgada (al escribir estas líneas, la tasa de fallecimientos es de 1 de cada 100 pacientes, y 1 de cada 10 padece complicaciones graves, que a menudo requieren más cirugía). Solo el precio de este tratamiento lo convierte en inalcanzable para la mayoría de la gente.

Tras pasar por la cirugía bariátrica, la gente se ve obligada a cambiar sus hábitos alimentarios. Deben comer conscientemente, si no sufrirán grandes molestias. Sin embargo, muchos pacientes acaban aprendiendo a comer “saltándose” las restricciones impuestas por una anatomía intestinal alterada, y vuelven a ganar peso. Parece que son bastantes los pacientes que a través de la cirugía desarrollan “adicciones de transferencia”, sustituyendo la comida por el alcohol, el juego compulsivo, las compras o las relaciones sexuales.

Si ni ponerse a dieta ni someterse a cirugía resultan ser tratamientos prácticos para los adultos, tampoco lo son para el 20% de niños estadounidenses que ahora padecen sobrepeso u obesidad. Hasta hace unos 10 años, los pediatras apenas veíamos niños con sobrepeso en nuestras consultas. Ahora es muy común, así como las graves complicaciones que conlleva, como la diabetes. Algunos investigadores predicen que esta generación vivirá vidas más cortas que sus padres a causa de su relación desordenada con los alimentos y la comida. No queremos empujar a los niños hacia una neurosis dietética ni a una obsesión con el peso. Lo que necesitamos es un nuevo enfoque.

Se presentan unos desafíos parecidos a la hora de tratar a aquellas personas cuyo peso se torna peligrosamente bajo debido a la anorexia o la bulimia. Los tratamientos médicos, como la hospitalización, la alimentación intravenosa o entubada, a menudo resultan en que el aumento de peso es solo temporal.

La situación está muy clara. Los países desarrollados se encuentran inmersos en una grave epidemia de relaciones desordenadas con los alimentos y la alimentación. Se necesita urgentemente un tratamiento que funcione tanto para los niños como para sus padres. Existe una necesidad urgente de un tratamiento que no sea caro o que sea gratuito, y que esté al alcance de todos. Debería carecer de efectos secundarios negativos. Lo ideal es que tuviera efectos secundarios positivos.

El mejor tratamiento sería el que pudiera iniciarse con una orientación y educación inicial por parte de profesionales, pero que fuese fácil y lo suficientemente interesante como para que la gente lo continuase a largo plazo por sí misma. Ese tratamiento debería ser accesible a personas de todas las edades y condiciones sociales, incluidos los niños. Debería contar con un efecto inmunizador, impidiendo que los niños desarrollasen problemas alimentarios. Debería poder proporcionar un fuerte apoyo a quienes se someten a tratamiento médico o cirugía. Lo ideal es que este tratamiento provocase cambios duraderos y resultase en una cura permanente.

Mindfulness es el único tratamiento que conozco que encaja en esta descripción. Mindfulness aborda nuestro trastorno en su origen. El problema no radica en los alimentos. La comida es comida. No es ni buena ni mala. El problema no son nuestras células grasas, ni el estómago, ni un intestino más pequeño. Todo eso no hace sino tratar de cumplir tranquilamente con su misión. La solución a largo plazo no es alimentarse con productos a los que se les ha vaciado de nutrientes, ni mutilar órganos sanos, ni producir deliberadamente una segunda y grave enfermedad: la malabsorción. El origen del problema radica en la mente pensante y el corazón sintiente. Mindfulness es la herramienta perfecta para la delicada operación de iniciar el trabajo interior en esos dos órganos tan esenciales. Mindfulness es el catalizador perfecto para poner en marcha, para iniciar el rumbo hacia su total curación.

Este libro se inspiró en el entusiasmo generado por un retiro sobre comer con atención que ofrecimos en el monasterio Zen en que vivo y enseño. De entre nuestros numerosos talleres y retiros, este parece ser el que genera un mayor nivel de entusiasmo y reconocimiento acerca del poder de mindfulness para verter luz sobre un aspecto de la vida que es de vital importancia, incluso para personas con poca experiencia en meditación. Cuando se ignora el comer atento, se provoca un sufrimiento intenso e innecesario. Cuando se traslada mindfulness al comer, se abre ante nosotros un mundo de descubrimientos y deleite. Se trata de un mundo que ha permanecido oculto, casi podríamos decir que, literalmente, delante de nuestras narices.

Es mi deseo sincero que este libro te ayude a abrirte a la dicha y el deleite, la riqueza y el esplendor, de los sencillos actos de comer y beber, para que así puedas hallar una profunda, verdadera y duradera satisfacción con los alimentos y disfrutes comiendo a lo largo de tu vida.