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Akal / Anverso

Enrique Palazuelos

Cuando el futuro parecía mejor

Auge, hitos y ocaso de los partidos obreros en Europa

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Nacidos para impulsar la emancipación de los trabajadores, los partidos socialistas y comunistas enarbolaron los anhelos latentes en las sociedades europeas a favor de convertir los bienes económicos en propiedad colectiva, colocar el poder político en manos de los trabajadores y llevar a cabo la transformación del capitalismo. Después, a medida que comenzaron a ganar influencia social y a desarrollar fuerza política, adoptaron posiciones reformistas y desempeñaron un papel decisivo en la consolidación de los derechos laborales, sociales y democráticos. Al final del trayecto, cuando el capitalismo imperante desde las décadas finales del siglo XX atacó el contrato social alcanzado, los partidos obreros, carentes de discurso estratégico y de capacidad política para defender los intereses de los trabajadores, han acabado por precipitarse en la inanidad.

Enrique Palazuelos sopesa magistralmente en Cuando el futuro parecía mejor los factores, tanto endógenos como exógenos, que explican este ciclo vital. Entre los primeros, se analizan tanto las características de los proyectos de emancipación y de los discursos estratégicos, como el desarrollo de las funciones políticas y la patológica tendencia al enfrentamiento entre fracciones. Entre los factores exógenos, se destacan los cambios de la estructura social, la actuación inhibitoria de los poderes dominantes y la influencia de varios episodios contingentes de crucial importancia.

Enrique Palazuelos, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid hasta su jubilación, ha publicado a lo largo de su extensa trayectoria académica numerosos libros y artículos sobre crecimiento económico, mercados financieros y economía de la energía. El presente libro, fruto de su prolongado interés por la conexión entre la dinámica de la economía y el funcionamiento de las estructuras sociales y políticas, es una buena prueba de esa doble inquietud intelectual y política.

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

Piquete de mineros y policía, frente a frente. Mina de carbón de Bilston Glen (Escocia), julio de 1984 (fotografía de John Sturrock).

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© Enrique Palazuelos Manso, 2018

© Ediciones Akal, S. A., 2018

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4628-8

Lo peor es creer

que se tiene razón por haberla tenido

o esperar que la historia devane los relojes

y nos devuelva intactos

al tiempo en que quisiéramos que todo comenzase.

[…]

Lo peor es no ver que la nostalgia

es señal de engaño o que este otoño

la misma sangre que tuvimos canta

más cierta en otros labios.

José Angel Valente, «Melancolía del destierro».

Introducción

Echando la vista atrás, cuando se compara la situación actual de los trabajadores europeos con la que tenían hace siglo y medio no cabe resquicio para la duda acerca de la abismal diferencia que existe en sus condiciones de trabajo y de vida. Sin embargo, en aquel entonces el horizonte de la emancipación de los trabajadores, libres de explotación económica y de opresión social, parecía estar más próximo que el futuro borroso que se aprecia desde la situación actual. Ese contraste es uno de los puntos de partida de este libro, destacado en el título: Cuando el futuro parecía mejor. El otro punto de partida surge al constatar la lamentable posición política en que, desde hace décadas, se encuentran los partidos socialistas y comunistas que habían desempeñado un papel fundamental en la conquista de los derechos laborales, sociales y democráticos de los trabajadores. Partidos socialistas que fueron tan poderosos como los de Alemania, Gran Bretaña, Austria, Suecia y otros, igual que los partidos comunistas de Francia e Italia, vagan tristemente por la escena política sin un gramo de capacidad transformadora.

Esa constatación se sitúa en las antípodas de las viejas esperanzas de unos (subalternos) y los temores de otros (dominantes). Podría ser que aquella expectativa de emancipación social fuera una aspiración ideal carente de fundamento en la realidad histórica. Podría ser que las intensas modificaciones promovidas por el desarrollo capitalista, tanto económicas y sociales como políticas y culturales, hayan contribuido a desvanecer aquellas esperanzas a la vez que hacían factible las mejoras alcanzadas. Podría ser, por tanto, que esas modificaciones y esas mejoras hubieran sellado aquel horizonte optimista de un proyecto colectivo de emancipación. Las cábalas en torno a esas cuestiones están en el origen de este trabajo, cuyos protagonistas son las organizaciones políticas obreras creadas en los países europeos con el afán de desarrollar el movimiento hacia esa sociedad emancipada.

Con formatos diversos según los países, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX se fueron creando sindicatos y partidos políticos que defendían a los trabajadores del dominio de los empresarios y de las elites políticas que ostentaban el poder. De un lado, esas organizaciones obreras se proponían distintos logros de carácter laboral, social y democrático, que atendiesen a los apremios reivindicativos (demandas compensadoras) de los trabajadores contra los bajos ingresos, la indigencia social y los flagrantes abusos políticos. De otro lado, se proponían alcanzar objetivos de largo alcance (demandas emancipadoras) que eliminaran las raíces que originaban la explotación económica, la opresión social y el despotismo político, enarbolando soluciones calificadas con el rótulo de socialistas o comunistas para erradicar la dominación clasista que caracterizaba a las sociedades capitalistas.

En este sentido, las organizaciones obreras recogían los anhelos de justicia e igualdad que latían en las sociedades europeas en torno a tres ideas centrales: transformar el capitalismo, convertir los bienes económicos en propiedad colectiva y colocar el poder político en manos de los trabajadores. Defendidas con formulaciones diferentes, esas tres ideas fueron proclamadas por los partidos socialistas que nacieron entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, así como por los partidos comunistas que se crearon décadas después. Cuestión bien distinta es en qué medida esas ideas guiaron la actividad práctica de esos partidos. En todo caso, se trata de ideas que no han tenido materialización y que carecen de vigencia en los partidos que actualmente mantienen influencia social. ¿Qué ha ocurrido por el camino a lo largo de más de un siglo? ¿Qué trayectoria explica el rumbo que han seguido los partidos obreros?

Una mirada panorámica al proceso histórico que han recorrido estos partidos contribuye a afinar las preguntas oportunas cuyas respuestas pueden arrojar luz sobre lo sucedido. La flecha del tiempo parece mostrar que el proceso seguido se corresponde con las fases propias de cualquier ciclo vital. La gestación fue fruto del emparejamiento entre el desarrollo del capitalismo industrial y el rechazo social que provocaban sus peores efectos. El nacimiento se produjo cuando pequeños grupos de obreros e intelectuales formaron partidos socialistas con la pretensión de convertir ese rechazo en un movimiento masivo que combinara los logros compensatorios con la búsqueda de soluciones emancipadoras. La niñez llegó con el aumento del número de militantes y la incipiente influencia de los partidos en las movilizaciones de los obreros fabriles y otros asalariados. El paso a la juventud tuvo lugar cuando los partidos incrementaron su influencia social y dispusieron de fuerza política para conseguir reformas sociales y derechos democráticos. El acceso a la madurez comenzó en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando las estructuras políticas vigentes quedaron desarboladas y surgieron grandes movimientos de protesta contra las penurias sociales y el autoritarismo de las clases dominantes. Los partidos socialistas cobraron entonces mayor fuerza política y electoral.

La conexión entre el transcurso de la madurez y los albores del declive cabe localizarla en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando los partidos socialistas y comunistas protagonizaron o participaron, según los casos, en la consecución de importantes reformas sociales y mayores espacios democráticos. Pero fue también cuando se desprendieron definitivamente de las viejas aspiraciones a transformar el sistema capitalista, sin reemplazarlas por otras que apuntaran hacia un horizonte alternativo de sociedad. Perdieron las señas que, de forma más o menos retórica, habían mantenido su identidad como organizaciones portadoras de cambios profundos y se quedaron sin coordenadas de referencia, centrando toda su actividad en la más mundana pretensión de gestionar el funcionamiento del capitalismo y lograr mejoras compensatorias para los trabajadores. Cuando la gestión capitalista y la implementación de esas mejoras entraron en contradicción, los partidos socialistas optaron por lo primero. Comenzó así la decadencia de la mayoría de los partidos obreros, adentrándose en una fase de inanidad política que se sumó a la indigencia estratégica que venían arrastrando. Se asistió entonces al letal emparejamiento entre la renuncia a cualquier horizonte alternativo y las crecientes restricciones para satisfacer las demandas compensatorias de los trabajadores, en un contexto internacional y nacional definido por las nuevas características que adoptaba el desarrollo capitalista desde las décadas finales del siglo XX.

En esa panorámica general dos fenómenos pueden arrojar mayor claridad acerca del contraste entre proyecto y realidad en la trayectoria de los partidos obreros. El primero se refiere a la situación abierta a raíz de la Primera Guerra Mundial, cuando se creó un clímax que bien podría representar Jano, la deidad romana con dos caras. De una parte, la conjunción de los movimientos sociales y la fuerza política de los partidos socialistas conquistó reformas significativas. De otra parte, la creación de partidos comunistas hizo que se acentuaran las disputas cainitas y se asentara una dinámica fratricida en el movimiento obrero. Varios acontecimientos precipitaron aquel clímax, en particular las posiciones nacionalistas a las que se vieron arrastrados los partidos socialistas y la negativa de ciertos núcleos de militantes a secundar la participación de sus países en la guerra. Fue también en esos años cuando la revolución bolchevique en Rusia alumbró una experiencia que encerraba una nueva contradicción: un partido obrero, entre los varios existentes, llevó a cabo una revolución política en nombre de los trabajadores en un país sin apenas desarrollo capitalista y bajo circunstancias históricas excepcionales. Sin embargo, las condiciones materiales existentes hacían inviable que se pudiera desarrollar cualquiera de las premisas emancipadoras, y el régimen político bolchevique desembocó en una dictadura que, años después, alumbró un tipo de sociedad radicalmente contraria a los ideales de la emancipación social.

El segundo fenómeno se produjo en el tránsito de la madurez hacia el declive. Siguiendo con las analogías mitológicas, cabría asemejarlo con la representación del vuelo de Ícaro para escapar del laberinto de Creta. Su padre, Dédalo, le aconsejó que volara sin acercarse al sol, pues, de hacerlo así, la cera de las alas podría derretirse y entonces caería al abismo. Ocurrió durante la «Edad de Oro» del capitalismo, cuando los países europeos desarrollados registraron un fuerte y prolongado crecimiento económico y los trabajadores lograron las máximas cotas históricas de democracia política y de reformas sociales. Los partidos socialistas lideraron o participaron en los gobiernos que impulsaron las leyes e instituciones que garantizaban esas conquistas, mientras que varios partidos comunistas lideraron las movilizaciones sociales que aportaron la fuerza política con la que negociar la ampliación de los derechos y el bienestar social. En esa realidad histórica, tan distinta a la que existía al comenzar el siglo XX, los partidos socialistas mutaron, dejando de lado los objetivos fundacionales (el proyecto) y la estrategia propuesta para su consecución (el discurso), sin sustituirlos por otros acordes con aquella realidad presente. Guiados por un afán reformista y asentados en los círculos de poder político, como Ícaro, se acercaron demasiado al sol, sus capacidades se derritieron y se precipitaron hacia la decadencia.

Así, escuetamente planteado, el ciclo vital recorrido por los partidos obreros proporciona una cadena de preguntas con cinco eslabones principales. Primero, cuáles eran las características de los partidos que fueron adquiriendo fuerza política y electoral, superando la debilidad y la marginación iniciales. Segundo, qué elementos intervinieron en la ruptura entre socialistas y comunistas, y qué importancia tuvieron las disputas fratricidas a raíz de esa ruptura. Tercero, cuál fue la relación entre los hitos democráticos y sociales de la Edad de Oro y el declive de las organizaciones obreras. Cuarto, qué influencia ejercieron las dos guerras mundiales en la actuación de los partidos obreros. Quinto, qué factores pueden explicar el paulatino vacío estratégico y la inanidad política de los partidos socialistas y comunistas europeos.

Esas preguntas compusieron el boceto con el que arrancó la elaboración de este libro, buscando cómo aportar argumentos que contribuyeran a explicar el ciclo vital descrito. La metodología del trabajo se ha fundamentado en una premisa de partida y tres criterios principales. La premisa ha sido considerar que los partidos obreros fueron organizaciones creadas para impulsar la defensa de los intereses de los trabajadores tanto en el corto como en el largo plazo. Los tres criterios que han guiado el análisis surgen al considerar que para llevar a cabo ese cometido los partidos tenían, en primera lugar, que dotarse de un conjunto de requisitos para ejercer su labor; en segundo lugar, llevar a cabo unas funciones; y, por último, tener en cuenta los condicionamientos del contexto de cada periodo.

Los requisitos planteados eran cuatro piezas articuladas. Primera, disponer de un proyecto de soluciones que sustanciasen los objetivos de transformación de la sociedad capitalista para construir una sociedad socialista. Segunda, dotarse de un discurso estratégico que trazase el vínculo que unía las demandas del presente con las transformaciones del futuro. Tercera, desplegar la acción política encaminada al desarrollo de un movimiento de trabajadores que pudiese secundar ese discurso hacia el objetivo perseguido. Cuarto, generar una vida orgánica en el interior de los partidos que favoreciese el diseño del proyecto, la formulación del discurso y la implementación de la acción política.

Las funciones concernían a cuatro aspectos en los que se concretaba el modo de llevar a cabo la acción política. Primero, impulsar la movilización y la organización de los trabajadores. Segundo, acrecentar la fuerza política de un movimiento que pudiese consolidar las demandas logradas y alentar la necesidad de alcanzar reformas más profundas. Tercero, ejercer la representación de esa fuerza política en aquellas instituciones del Estado en las que se tomaban las decisiones. Cuarto, establecer alianzas con los representantes de otros grupos sociales que mantuvieran fricciones con los poderes dominantes.

Los condicionamientos de los sucesivos contextos en los que iban operando los partidos estaban formados por dos tipos de factores. El primero lo integraban los factores que determinaban las características de la estructura social, haciendo que los colectivos de trabajadores tuvieran mayor o menor homogeneidad; lo cual favorecía u obstaculizaba la posibilidad de articular movimientos cooperativos e identificar soluciones comunes para sus problemas. En ese sentido, el principal factor condicionante se derivaba de los efectos que el desarrollo capitalista ocasionaba en el número y el grado de concentración de los obreros, la extensión de otras modalidades de asalariados y la desaparición de trabajos que correspondían a formas económicas precapitalistas. A la vez, otros factores de índole institucional y/o cultural también podían influir en la conformación de la estructura social, en la medida en que afectaran a la pervivencia y diversidad de grupos sociales con diferentes grados de heterogeneidad.

El segundo conjunto de factores lo componían los mecanismos inhibitorios que se oponían a la acción colectiva de los trabajadores por intereses comunes, reflejando la capacidad de dominio ejercida por los grupos que ostentaban el poder, es decir, los grandes propietarios capitalistas, las elites políticas y las jerarquías religiosas. El control ejercido desde las empresas, los órganos estatales, el sistema educativo, los medios de comunicación, las iglesias y otros resortes ponía en manos de esos grupos la posibilidad de combinar, según los casos, la aplicación de medidas represivas con el fomento de ideas y comportamientos sociales que favorecían el dominio imperante. Sus efectos se expresaban a través de las muestras de temor, reverencia al orden y a la autoridad, actitudes individualistas, disputas internas y otros elementos psicosociales tendentes a generar subalternidad, es decir, sumisión aceptada, que desactivaba los comportamientos colectivos de los trabajadores, dificultando la acción política de los partidos obreros.

Por consiguiente, el resultado de la actividad desplegada por los partidos obreros ha dependido tanto de los aciertos y errores propios como de los condicionantes derivados de la estructura social y los mecanismos inhibitorios. La hipótesis de partida suponía que, indagando en ambas direcciones, se podrían encontrar buenas explicaciones a por qué el resultado último de la trayectoria de los partidos obreros presenta un balance dual. El pulso compensatorio registra logros democráticos, sociales y laborales que un siglo atrás se hubieran considerado imposibles, mientras que el pulso emancipador se ha saldado con una rotunda derrota.

De ese modo, tomando prestadas varias tesis propuestas por distintos autores y agregando conjeturas de cosecha propia, el análisis del libro pretende formular un panel de posibles causas que explicarían lo sucedido a lo largo del ciclo vital descrito. Tres grupos de causas serían endógenas, pues la responsabilidad recaería en los partidos obreros, mientras que otros tres grupos serían exógenas y habrían condicionado su actividad.

1. Proyecto y discurso. Si se pretende saber por qué no se ha llegado a la meta deseada, la emancipación social, resulta imprescindible interrogarse por la naturaleza misma del proyecto y el discurso; o mejor en plural, proyectos y discursos planteados toda vez que entre los partidos pioneros cabía distinguir, al menos, dos formulaciones. La «metáfora comunista» propuesta por Marx y Engels pasó a ser el fundamento del proyecto socialista y el discurso revolucionario que enarbolaron los partidos de Alemania, Francia, Italia, España y otros, después asumidos por los partidos comunistas. Todos ellos crédulos en que la historia de la sociedad humana caminaba hacia la emancipación y, por tanto, actuaban con la ventaja de alinearse en el lado del progreso histórico para construir una sociedad sin clases, liberada de cualquier signo de dominación e injusticia. Otra versión más terrenal del proyecto socialista fue defendida por partidos como el británico y los escandinavos, cuyo ideario estaba desprovisto de ropaje filosófico y la emancipación formaba parte de un trayecto en el que los trabajadores irían disponiendo de cotas crecientes de control colectivo sobre las condiciones que determinaban la igualdad social, la seguridad económica y la democracia en los centros de trabajo, por decirlo al modo en que se expresaba el líder británico Ramsay MacDonald.

Ambas propuestas compartían la necesidad de llevar a cabo la transformación del sistema capitalista y coincidían en que para ello era necesario disponer del poder político, socializar los principales bienes económicos y modificar las bases que sustentaban la economía y la organización social. Las principales discrepancias residían en el carácter y la secuencia del discurso estratégico con el que pensaban hacer realidad esos propósitos. La propuesta marxista implicaba la necesidad de una revolución política como premisa para llevar a cabo la colectivización de la propiedad y demás medidas que permitirían construir el socialismo. La propuesta de los británicos, suecos y otros no contemplaba una ruptura revolucionaria, de modo que el acceso al poder estatal y la socialización podrían ir lográndose de manera gradual hasta alcanzar un punto crítico de reformas a partir del cual quedarían transformadas las bases del capitalismo y se podría construir una sociedad que se correspondiera con los principios socialistas.

2. Desarrollo de las funciones políticas. Las cuatro funciones mencionadas constituían el fundamento de la acción política de los partidos obreros. Su ejecución requería de conocimientos para determinar las prioridades y establecer los procedimientos de actuación más adecuados según las posibilidades de cada momento. Cada una de las cuatro funciones precisaba combinar la voluntad (querer) con el conocimiento (saber) y con las capacidades disponibles (poder). La movilización de los trabajadores nacía de la reacción espontánea ante el empeoramiento de las condiciones materiales, la privación de derechos y las represalias aplicadas por empresarios y autoridades políticas. Los partidos, de forma directa y a través de sindicatos y otras organizaciones sociales, debían calibrar las formas reivindicativas, la intensidad, la duración y la organización con las que impulsar esos movimientos. El discurso estratégico debía servir como referencia para conectar los movimientos por demandas inmediatas con la asunción de mayores exigencias acrecentando la fuerza política y logrando aliados.

En clave positiva, los aciertos de los partidos obreros en el despliegue de la acción política reflejarían su buena disposición al diálogo con la realidad cambiante, la capacidad para acumular y dosificar las fuerzas, la vocación por construir mayorías sociales y la consecución de victorias parciales. En clave negativa, los errores y deficiencias reflejarían el predominio del subjetivismo idealista, el planteamiento de cada lucha como batalla final, la tendencia a la radicalización minoritaria, el arrebato en momentos de exasperación y la buena convivencia con la acumulación de derrotas y frustraciones. De manera complementaria, la vida orgánica de los partidos operaría como causa y/o efecto de los aciertos y deficiencias. El funcionamiento interno que mostraran los vínculos entre los dirigentes y los militantes, y entre los líderes que ostentaban cargos públicos y los órganos internos, guardaría relación con el desenvolvimiento de la acción política y las características del discurso estratégico.

3. Patológica tendencia a la desunión y al enfrentamiento entre fracciones. Ya antes de que se formaran los partidos obreros, las primeras organizaciones vinculadas a los trabajadores dieron pruebas de su incapacidad para hacer compatible las posiciones discrepantes con la unidad de acción. De manera sistemática, afloraban diferencias entre fracciones moderadas y radicales que raramente establecían fórmulas de convivencia, siendo recurrente su tendencia al enfrentamiento hostil. Unas posiciones congeniaban con el gradualismo de las demandas reivindicativas y el pragmatismo de las acciones a favor de las reformas. Otras posiciones apostaban por el maximalismo de las demandas y la contundencia de las acciones. Los primeros partidos reprodujeron idéntica senda: discrepancia, división y lucha cainita, ya fuera en su interior o mediante sucesivas escisiones. La ruptura entre socialistas y comunistas elevó la hostilidad hasta convertir al discrepante en enemigo. Tiempo después volvió a suceder lo mismo entre los partidos comunistas y las organizaciones más radicales que surgieron en los años sesenta. El disenso y rivalidad entre unos y otros pasaba a ser el motor de la actividad enconada, repitiéndose el proceso en los corpúsculos más diminutos, siempre tentados a considerar a los discrepantes como principales adversarios.

El triunfo de la incultura que rechazaba el compromiso soterradamente albergaba una ambición de poder (siquiera minúsculo) y siempre acarreaba funestas consecuencias para el propósito que inicialmente decían compartir: la defensa de los trabajadores. Una patología que entronizaba el reproche, la desautorización, el énfasis en las diferencias, la acumulación de resentimientos y la autojustificación de posturas faccionalistas. Un juego de suma negativa que debilitaba a los movimientos sociales, mermaba la fuerza política y, en ciertos momentos, ocasionaba virajes dramáticos: las fracciones moderadas hacia la derecha y las fracciones radicales hacia acciones suicidas. Bajo el paraguas del pragmatismo, las primeras traspasaban la línea de la moderación y abrazaban causas nocivas para los trabajadores. Bajo el paraguas del ímpetu revolucionario, las segundas se dejaban arrastrar por la exasperación, llevando a cabo insurrecciones sin posibilidad de triunfar, o bien convirtiendo su causa en una retórica de minorías sin influencia social.

4. Modificaciones de la estructura social. El desarrollo industrial hizo que cada sociedad europea se vertebrase a partir de una división social cuyo eje central estaba definido, de un lado, por los propietarios de las fábricas, los bancos y las redes comerciales, y, de otro, por los obreros fabriles y demás trabajadores asalariados. El crecimiento económico y demográfico polarizó la desigualdad económica entre ambos grupos. La mayor parte del capital se concentró en los grandes propietarios, mientras que las filas obreras se masificaban, concentrando el trabajo en grandes empresas y las viviendas en las periferias de las ciudades, lo cual favorecía el desarrollo de movimientos por demandas laborales y sociales. Sin embargo, ya en los tiempos de la primera industrialización, la homogeneidad obrera coexistía con múltiples formas de trabajo asalariado y no asalariado en condiciones muy diferentes a las de los obreros fabriles, lo cual dificultaba el desarrollo de los movimientos laborales. No pocas veces resultaba más asequible la convergencia por reclamaciones ciudadanas sobre las condiciones de vida en las ciudades y por demandas democráticas, con independencia de los lugares y características de trabajo.

Con posterioridad, los sucesivos cambios experimentados por las economías capitalistas siguieron modificando las formas de organización y estratificación social. Surgieron estructuras más complejas sometidas a la tensión entre los factores tendentes a la diversidad y los que favorecían la uniformidad de los colectivos de trabajadores. Así ocurría con las condiciones de trabajo, el tamaño de los centros, el tipo de actividad, las categorías laborales y la formación de la mano de obra. También con las condiciones de vida, dependiendo del acceso a los bienes y servicios, las aspiraciones profesionales y culturales, y las preferencias en la utilización de las libertades personales.

5. Actuación inhibitoria de los poderes dominantes. Como no podía ser de otro modo, los propósitos de los partidos obreros chocaban con el poder económico detentado por los propietarios de la mayor parte de la riqueza acumulada y de buena parte de la renta que se iba generando. Igualmente, chocaban con el poder político de una elite conservadora que controlaba los principales resortes del Estado y que, en algunos países junto con la jerarquía eclesiástica, establecía el relato ideológico con el que se legitimaban las relaciones de poder entre los grupos dominantes y los grupos subalternos. Un relato tendente a difuminar la respuesta de Humpty Dumpty ante la duda planteada por Alicia ante el espejo: «La cuestión es saber quién manda, eso es todo». El ejercicio de poder operaba de forma continua para generar una multiplicidad de mecanismos inhibitorios en detrimento de los movimientos y las organizaciones de los trabajadores y de cuantas iniciativas pusieran en cuestión la legitimidad del dominio económico, político, social e ideológico. Un dominio que, por otra parte, no puede ser concebido desde criterios maniqueos, ya que esos grupos de poder no mantienen una uniformidad absoluta, ni siempre aciertan a la hora de determinar sus intereses ante la realidad de cada momento y, por supuesto, desconocen muchas de las consecuencias que pueden acarrear sus propias decisiones.

6. Influencia de episodios contingentes. Tales episodios constituyen acontecimientos que no necesariamente se derivan de las trayectorias previas, no son inmanentes, y que una vez aparecen convulsionan el escenario vigente. Un caso extremo, acaecido por partida doble durante la primera mitad del siglo XX, fue el estallido de las guerras mundiales. Cabía presuponer que sus profundas consecuencias modificaron radicalmente los discursos estratégicos y las acciones políticas de los partidos obreros. La misma presunción cabía hacer sobre la resonancia de otros episodios como pudieron ser ciertos escándalos políticos de dimensiones mayúsculas, atentados terroristas, oleadas migratorias, influencia en el espacio nacional de decisiones tomadas en otros países, así como otros acontecimientos con entidad para perturbar el statu quo previo.

A la postre, los resultados del ciclo vital recorrido por los partidos obreros parecen un remedo de aquella letrilla, después adaptada por la copla, que decía «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, contigo porque me matas, sin ti porque me muero». Las opciones que ganaron mayorías sociales perdieron impulso transformador hasta precipitarse en la vacuidad, mientras que las opciones que preservaron la radicalidad de los anhelos seminales no fueron capaces de generar la fuerza política requerida y quedaron sumidas en la nulidad. Distintos partidos desempeñaron un gran papel en el desarrollo de los movimientos sociales; a veces, épico por las dificultades que afrontaron y las represalias que sufrieron. En su haber está la conquista de gran parte de las reformas sociales y de los derechos democráticos, así como los esfuerzos para impedir que se dieran pasos atrás en las demandas previamente logradas. En su debe figuran las muestras de sectarismo, la propensión a la creencia antes que al conocimiento de la realidad, el exceso de moderación o incluso de temor de unos, y el exceso de radicalidad voluntarista y las fugas aventureras de otros.

Probablemente, las posiciones en torno a la democracia política reflejan mejor que cualquier otra cuestión los dilemas y enfrentamientos que afrontaron esas dos almas del movimiento obrero, poniendo al descubierto las virtudes y los defectos, los entusiasmos y las alergias de cada cual. Máxime si se tiene en cuenta que, desde el último cuarto de siglo XIX, el parlamentarismo constitucional ha sido el régimen político de la mayoría de los países europeos desarrollados, sustentado en la garantía de las libertades cívicas, el derecho universal de voto y la soberanía legislativa del parlamento. Qué postura adoptar ante la convocatoria de elecciones, cómo aprovechar la existencia de las libertades, qué posibilidades ofrecía la participación en parlamentos y ayuntamientos, cómo ganar mayorías y para qué servía la presencia en los gobiernos, fueron asuntos permanentemente sometidos a debates divisorios entre moderados y radicales.

Una vez perfiladas las intenciones que han animado la elaboración del libro, paso a comentar varias características sobre la estructura que finalmente ha tomado. Un primer comentario se refiere a la abundante literatura que existe sobre la historia de quienes son protagonistas del libro: los partidos socialistas y comunistas. Una literatura no sólo voluminosa sino, en muchos casos, de excelente calidad, por lo que carecía de sentido pretender escribir «otra historia más». Ni de lejos podría acercarse a las virtudes que atesoran los trabajos de Cole, Dolléans, Droz, Eley, Landauer, Lindemann, Sassoon o Tilly, por citar algunos de los más destacados entre los que son referencias de obligada lectura. En ellos, igual que en los principales trabajos sobre la historia de los países europeos, a cargo de Aldcroft, Beaud, Bergeron, Grenville, Hobsbawm, Judt, Mommsen o Palmade, están las mejores fuentes de información y estupendos análisis. Unos abordados desde criterios temáticos y otros siguiendo un orden cronológico. El conocimiento y la reflexión que estimulan esos trabajos fueron la puerta de entrada, ya que con ellos establecí las bases de las que surgieron los interrogantes iniciales de este libro cuyo contenido pretende interrelacionar la historia de las organizaciones obreras, la historia de los movimientos obreros y la historia política de los países europeos con la dinámica de cambio de la economía capitalista. Mi atrevimiento consiste en que, a partir de la inestimable contribución intelectual de esos materiales bibliográficos, me propuse buscar explicaciones consistentes para el ciclo vital recorrido por los partidos obreros. Para lo cual compuse el núcleo de premisas metodológicas (requisitos, funciones y condicionantes) desde las que establecer los seis grupos de posibles factores causales. El contenido del análisis se expone a lo largo de los capítulos, dejando para el último la síntesis de los resultados agregados, con la que se pone a prueba la posible calidad y la consistencia de los planteamientos metodológicos utilizados.

Un apunte formal que se deriva de lo dicho sobre la bibliografía utilizada es que, siendo tan abundante y a menudo trasversal en cuanto a los periodos y a los países, hubiera sido redundante, incluso molesto, ir recogiendo con detalle esas referencias en cada apartado de cada capítulo. Para evitar esa reiteración e incomodidad he optado por incorporar una recopilación detallada y ordenada al final del libro, mencionando en el texto solamente algunas referencias muy específicas o bien las requeridas por las citas textuales.

La estructura del libro combina un orden cronológico y por países que se explica en los siguientes párrafos, con la excepción del primer capítulo, que se dedica a exponer los orígenes y el contenido de la propuesta elaborada por Marx y Engels, lo cual viene motivado por dos razones. En primer lugar, fue el único proyecto de sociedad socialista que se formuló a partir de una concepción filosófica y que estuvo complementado con un discurso de carácter revolucionario acerca de cómo alcanzar ese ideario. Esta concepción pretendía incorporar una teoría de la historia y, dentro de ella, una teoría de la revolución que hiciese realidad el proyecto. En segundo lugar, aquel tándem proyecto-discurso inspiró el nacimiento y la actividad de una parte de los partidos socialistas que se crearon en el último cuarto del siglo XIX y de la totalidad de los partidos comunistas surgidos con posterioridad. Analizar las características de lo que he calificado como metáfora comunista permite perfilar cuáles fueron los fundamentos de la propuesta que se convirtió en el arsenal ideológico de esos partidos, a la vez que facilita el modo de establecer los principales contrastes con el otro tipo de propuesta seminal que animó la formación de partidos obreros. Ambas perfilaron trayectorias significativamente distintas hasta la segunda mitad del siglo XX.

Los capítulos II a V abordan la génesis y el primer despliegue de cuatro partidos socialistas cuyas características, junto con las dinámicas políticas de sus respectivos países, pueden ser consideradas como referentes de los procesos que tuvieron lugar entre las últimos décadas del siglo XIX y mediados del siglo XX. Es decir, el tiempo transcurrido desde su nacimiento hasta que alcanzaron la primera madurez, incluyendo el trauma de la escisión entre socialistas y comunistas. El laborismo británico nació en la cuna del desarrollo industrial capitalista y de la democracia política europea que dieron lugar a la formación del primer movimiento obrero y al parlamentarismo democrático. El socialismo francés surgió en el país que previamente había vivido una cadena de insurrecciones populares a lo largo del siglo XIX, al calor de las cuales se formaron varias tendencias socialistas. La socialdemocracia alemana fue el primer partido obrero que tuvo fuerza política, bajo una monarquía autoritaria, y que décadas después llegó a tener en sus manos el gobierno del país y fue el protagonista que instituyó la república democrática. El bolchevismo ruso llevó a cabo la única experiencia de revolución triunfante realizada por un partido obrero, en un gigantesco país cuyas estructuras económicas y sociales eran ajenas al capitalismo y acumulaban un superlativo atraso histórico. Bajo esas condiciones, una vez que conquistó el poder, el partido bolchevique tuvo que afrontar tareas que eran ajenas a las que ellos mismos habían supuesto para iniciar la construcción del socialismo.

Los dos capítulos siguientes analizan el entrelazamiento de las fases de madurez y declive de los partidos obreros en el transcurso de la segunda mitad del siglo XX. El capítulo VI describe el vínculo de dos procesos simultáneos: uno promovió las mayores conquistas que han llegado a alcanzar los trabajadores en el ámbito de la democracia y el bienestar social; el otro supuso la pérdida de las coordenadas transformadoras por parte de los partidos obreros. Los socialistas fueron los mayores impulsores de la ampliación de los derechos políticos y la construcción de los estados de bienestar en varios países, mientras que en otros su participación también fue relevante, y en otros países esa relevancia correspondió a los partidos comunistas que actuaban en sistemas políticos diseñados para vetar su acceso al poder estatal. El reverso de la moneda fue que, desde el gobierno o con una sólida representación parlamentaria en la oposición, los partidos socialistas fueron renunciando a mantener los viejos afanes transformadores y su actividad quedó ceñida a la preparación de elecciones y la labor parlamentaria, limitando su discurso y su acción política a cómo gestionar la realidad capitalista.

Esta lectura ambivalente del periodo de la Edad de Oro se aleja de la que propone una buena parte de la literatura, que sitúa el declive de los partidos obreros en la crisis de los años setenta, debido a la incapacidad para seguir aplicando políticas económicas keynesianas y para mantener las exigencias de gasto público que comportaba el estado de bienestar. El empeño por destacar esas restricciones, que son evidentes, deja sin considerar otros elementos que venían operando en las décadas anteriores, tanto en la actividad externa como en la vida interna de esos partidos –también en los comunistas–, y que contribuyen a explicar el declive y conectan con la trayectoria previa de esos partidos en la primera mitad del siglo.

El capital;

Finalmente, expreso mi profundo agradecimiento a varios amigos que se han prestado a leer y comentar algunos de los borradores del libro. El mayor castigo se lo llevó María Jesús Vara, pues tuvo que lidiar con los materiales que contenían las redacciones iniciales de varios capítulos. Llevando a cabo una auténtica labor minera para extraer de ellos algunas buenas ideas, María Jesús me proporcionó atinados criterios que después han sido fundamentales para orientar el contenido del libro. En una fase más avanzada, Nacho Álvarez y Ángel Vilariño leyeron un borrador general de todo el libro, mientras que José Antonio Alonso, Joaquín Aramburu, Eugenio del Río y Ángel Tablas lo hicieron de algunos capítulos. Todos ellos me han ayudado con su talento y la amplitud de sus conocimientos sobre muchos de los temas abordados en el libro. Espero haber aprovechado bien sus críticas, matices y sugerencias. En todo caso, únicamente yo soy el responsable de las deficiencias y las pifias que pueda contener este trabajo.