Más allá del cristal
Enrique Crespo Molera
© Enrique Crespo Molera
© Más allá del cristal
ISBN:
Editado por Tregolam (España)
© Tregolam (www.tregolam.com). Madrid
Calle Colegiata, 6, bajo - 28012 - Madrid
gestion@tregolam.com
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Diseño de portada: Tregolam
Ilustración de la portada: Tregolam
1ª edición: 2018
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o
parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni
su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por
escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos
puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
PARTE I. Sobre el cristal
«Se me cae la parte derecha de todos los pantalones.»
Sobre el cristal
Un hombre negro, de origen hindú, nacido en Escocia y neozelandés de corazón,
hizo uso de la palabra cristal por primera vez.
Se refería a ese aparato cuyo nombre no pronunciaré en ninguno de los versos de este libro,
uno de los paradigmas de nuestro tiempo.
Trabajamos juntos en una pequeña y divertida empresa que diseñaba interacciones que hacer a través del cristal.
Denominar a ese artilugio inteligente,
o eso dicen que es,
como el cristal, no es trivial,
es una ventana en miniatura a través de la cual
nos relacionamos con el resto de la sociedad
y con nosotros mismos.
Soneto invertido al WhatsApp
Con el cristal entre las manos,
forzado habré de deducir,
tus sentimientos más humanos,
a mi lengua he de traducir,
advertir si algo más que hermanos,
afectos podrán relucir.
Monótona foto de fondo,
obligándome a imaginarte,
parar quiero de razonarte,
amarillo gesto redondo,
si bien alguno es muy cachondo,
cansado estoy de no mirarte,
lindos ojos tristes en parte,
ven, bésame que no me escondo.
Ningún mensaje
Semáforo en rojo,
le echo una ojeada fugaz,
casi me doy con el coche de delante,
ningún mensaje.
Menuda putada,
ella ni habrá pensado en mí
desde que se despertó.
Café para llevar,
paso pantallas bostezando,
casi le tiro el té a otra persona,
ningún mensaje.
Qué cabrona,
ella ni se ha dignado a un «qué tal»
en todo su trayecto en metro.
Pincho de lomo,
reviso las redes sociales,
casi me marcho sin pagar,
ningún mensaje.
No tiene nombre,
ella ya respondió a otros comentarios
en apenas media mañana.
Cigarrillo de sobremesa,
hablo con mi buzón de voz,
casi me levanto dando un golpe,
ningún mensaje.
Lo hace aposta,
ella sabe cómo mantenerme bien pillado
desde el primer día que nos abrazamos.
Caña de la tarde,
tomo nota de todas sus últimas veces conectada,
casi no me entero de quién está embarazada,
ningún mensaje.
Ha logrado preocuparme,
ella ya estará flirteando con otro
y no pasó ni un día desde que gritó: «me corro».
Manta en el sofá,
me acurruco viendo la tele,
casi no percibo esa débil campana,
un mensaje de ella.
No lo abro.
¿Pueden las estrellas soñar?
¿Pueden las estrellas en el cielo soñar?
Un fondo onírico del color del mar,
libélulas buceando ágiles entre olas,
un peñón desmoronándose en mil pedazos
compuesto de piedras de oro y seco barro
arrastradas por implacables corrientes
de sentimientos acezando alcanzarme,
ahogarme y dejarme desnudo a la deriva,
antigua amistad de vino, descuidada,
pintando la belleza por primera vez,
una vez más.
¿Mostraremos a las máquinas cómo soñar?
Dibujar líneas uniendo cada punto,
granos negros de arena, como los niños,
terminar revelando la silueta oculta,
el anciano secreto de la existencia,
por qué se sueña en contra de la voluntad,
ser atrapado en el limbo del delirio,
visiones congeladas por la fiebre alta,
conchas blancas recubriendo la playa,
pies desnudos no se abrasan por primera vez,
una vez más.
Estoy despierto, si me place puedo soñar
en voz alta o en el silencio de la vergüenza
como los filtros de una cámara digital,
trastoco los tonos de la realidad,
deformo los lindes del camino otorgado,
a mi antojo, alucinación voluntaria,
círculos encadenados formando una malla,
serpenteando como los meandros de un río,
sigo la escarpada pendiente hacia el génesis,
arribar al océano por primera vez,
una vez más.
Interludio primero
Deslizando y pulsando, de casualidad la encontré,
los dos pensábamos que sería otro «ya te llamaré»
y así fue durante las diez primeras citas.