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Akal / Universitaria / 304 / Sociología y antropología

Carmelo Lisón Tolosana

Qué es ser hombre

(valores cívicos y valores conflictivos en la Galicia profunda)

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Vivimos en un mundo dominado por el canon científico que nos aporta certezas antes desconocidas, pero vivimos, también, en una cierta perplejidad moral y con dilemas éticos que no son fáciles de resolver. Cada grupo humano comparte, en principio y con variaciones internas, un conjunto de valores, una moral y un modo de vida tradicional. La presentación etnográfica –narrativa sobre qué aprecian, qué menosprecian y cómo lo verbalizan– nos lleva a la estructura del pensamiento evaluativo comunitario; las relaciones de cooperación, dependencia y evaluación de los otros como portadores de intención y significado nos llevan a la transcendencia de la intersubjetividad, mientras que la debilidad en la conformidad cultural y el desdén de la tradición minan la identidad colectiva.

En este nuevo estudio antropológico de Carmelo Lisón Tolosana –el octavo sobre Galicia–, norma, valor, obligación y derecho aparecen presentados etnográficamente, con el rigor, la ambivalencia y la sofisticación con los que los dialogantes los han transmitido, enmarcado todo en casos, situaciones y contextos, sin el fetichismo que envuelve en abstracto y en abstrusa retórica mucha filosofía sobre los derechos humanos.

Carmelo Lisón Tolosana, doctor en Antropología social y cultural por la Universidad de Oxford, es académico de número de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, Honorary Fellow of the Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, Medalla de Plata de Galicia y Premio Aragón a las Ciencias Sociales y Humanas, así como doctor honoris causa por la Universidad de Burdeos. Autor de una veintena de libros, en Akal ha publicado, entre otros, La España mental (1990), Individuo, estructura y creatividad (1992), La fascinación de la diferencia (2005), Introducción a la antropología social y cultural (ed., 2007), De la estación del amor al diálogo con la muerte (2008) y su obra recopilatoria Antropología cultural de Galicia (6 vols., 2004).

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© Carmelo Lisón Tolosana, 2010

© Ediciones Akal, S. A., 2010

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ISBN: 978-84-460-4621-9

A Jaime Terceiro Lomba

PRESENTACIÓN

Ofrezco en este octavo volumen sobre Galicia otro itinerario cultural para el posible descubrimiento antropológico de segmentos del εθοξ o espíritu de un pueblo. Parto, como siempre, de la voz etnográfica lugareña en detalle, pero general en concepción, enraizada en el comportamiento observable y concreto, pero significativo y trascendente. Cierto que esta doble evidencia es siempre incompleta, pero el material que aporto es denso, está fundamentado en agentes, acciones, factores situacionales, circunstancias, escenarios locales y contexto. Sé que las voces son individuales pero también que las lexias o semantemas que profieren son comunitarias, de uso público y común; sé que el lenguaje es esencialmente indeterminación y que conlleva la posibilidad y aun la incitación a la duda y al escepticismo, pero el multiverso lingüístico de que parto está hecho de particulares intensos, innumerables, objetivos y exactos y sé que no es fácil pintar los encuentros de ayer con los colores de hoy, pero también que sin palabras somos poca cosa y que lo particular no puede alcanzar lo general sin una teoría subyacente; por eso comienzo con unas breves notas metodológicas y termino con un esquisse antropológico para mostrar los caminos del espíritu sugiriendo cómo la esencia no siempre requiere existencia y cómo las creaciones del espíritu son mayores que la suma de sus partes.

El valor, como la creencia, y la ética, como la moralidad –la fluidez ontológica entre los dos últimos conceptos es suma–, configuran conjuntos de interés, significado y especificidad propios, poseen una cierta autonomía analítica. Éste es el universo privilegiado por la polisemia y por la isocronía, por la intertextualidad, por polaridades que misteriosamente se disuelven y por metonimias enfáticas concluyentes que reflejan hechos, pero, como todo régimen lingüístico, sujeto a inestabilidad textual, requiere exégesis puntual y hermenéutica interpretativa que descubre correspondencias y afinidades secretas. Pero, insisto, el punto de partida es en mi disciplina necesariamente empírico no filosófico, objetivo no abstracto, basado en esfuerzo de campo, no reclusión en el aislamiento del propio gabinete, y esto es así porque la comprensión antropológica es objetiva, fundamentada en hechos sustantivos etnográficos personalmente recogidos, en experiencias intensas, en palabras, acciones, gestos y omisiones, en comportamiento, intención decible y observable, en ceremonia y rito, todo en un determinado grupo humano. Y esto es así porque los sucesos ordinarios pueden alcanzar un potencial de valor épico, el nivel de lo extraordinario. Estos hechos son además inseparables de la intención subyacente que es normativa, de la experiencia en tensión y convivencia que por su parte rezuma obligación, derecho, norma y valor; intención, valor y convivencia que se objetivan en acción.

A su vez este conjunto estimativo o de valor forma parte de otro núcleo organizativo más englobante y éste de otro a escala mayor hasta conformar un todo cultural maussiano que aglutina orgánicamente a los segmentos, partes y dimensiones, los remonta y supera dotando al totum de un significado plural extra, de un sentido moral regido por una lógica trascendente. Vivimos en un mundo dominado por el canon científico-técnico que nos aporta certezas antes desconocidas, pero vivimos también en oscuridad, ignorancia y perplejidad moral, con dilemas éticos que nos asaltan pero que no son fáciles de resolver. Cada grupo mira con lentes culturalmente coloreadas y con ideas normativas ad hoc y promulga un decálogo general, en parte propio y en parte común para afrontar el lado duro de la convivencia desde una visión tolerante e ideal a la vez que razonable y pragmática. Norma, valor, obligación y derecho vienen aquí presentados etnográficamente, con el rigor y la sofisticación con la que mis dialogantes me la han contado, enmarcado todo en casos, situaciones y contextos, en realidad, sin el fetichismo que envuelve en abstracto y abstrusa retórica mucha filosofía sobre los derechos humanos.

En mis prolongados y repetidos diálogos –sin esquema fijo ni preguntas predeterminadas– pude apreciar cómo la deliberación ética reflexiva y crítica de los informantes se convertía en sentido moral, cómo fundamentaban la eticidad en la realidad ordinaria en la que vivían; también, y muy significativo, cómo se esforzaban en justificar la incertidumbre, ambigüedad y perplejidad moral conceptual en que vivían proclamando como modelo de convivencia el valor sosegado de la comprensión del Otro y el valor supremo de la tolerancia. Lección moral no fácilmente olvidable.

Recuerdo con nostalgia aquellos agradables escenarios inquisitivos –por mi parte y por la de ellos– a la noche casi siempre, en los que las preguntas y respuestas producían brillantes chispazos estimativos, base y fundamento de esta monografía que a ellos debo[1]. Don Pablo Ramírez, jefe de la Biblioteca de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ha sido incansable en su ayuda. Aquí queda mi reconocimiento.

Madrid, Navidad de 2008

[1] La mayor parte de datos están recogidos en la década de los sesenta y a ella, aunque no exclusivamente, se refieren.

I

NOTA METODOLÓGICA

Mis notas etnográficas atesoran todo un vocabulario que proyecta una cuarta dimensión, la interior del humano predicamento, esto es, el esquema moral normativo por el que se rigen, en principio, los vecinos de lugares, aldeas y parroquias de la geografía regional. Como el tema es muy complejo y no exento de vaguedad verbal e indeterminación jerárquica –en él confluyen razón y pasión, experiencia de libertad y presión obligatoria, praxis local, historia y generalización argumentativa, intuición personal y código colectivo, justificación y valoración lógica, relativismo y facticidad objetiva, todo en problemática amalgama–, creo pertinente comenzar esquematizando algunos puntos básicos que sirvan de guía en tan brumoso laberinto.

Esta particular cualidad moral no se ve, se infiere, porque es la idea escondida en la realidad, pero es ésta la que, si estamos alerta al detalle y conocemos el canon del grupo, nos informa de esa silueta invisible porque el significado intencional ético vibra en ella. Desde esta perspectiva se nos presenta con la fuerza de lo obvio, con algo así como una signatura rei –las cosas, acciones y personas son apropiadas, correctas, neutras– o como una voluntas signi –son estimables, preferibles, buenas, malas, peores– en el contexto de un sistema ético local jerárquicamente organizado. La variedad de expresiones que vehiculan valor en Galicia es muy rica en detalle y matiz, múltiple en contenido diacrítico, novedosa y heterogénea porque lo es la plasticidad humana, pero, como todas llevan la marca de origen local, forman parte de un conjunto orgánico o totum moral que se bifurca y ramifica ofreciéndonos especificidad distintiva y sorprendente. Revela aspectos del ethos y retazos del pathos de un pueblo.

Todos hacemos juicios morales porque la conciencia de valor es, creo, un primitivo en nuestra condición; todos evaluamos y valorativamente enjuiciamos con arreglo a un código a la vez personal y colectivo y todos tenemos –y damos– razones para ello. Aporto a continuación y como muestra expresiones locales, relativamente claras y localmente precisas, para introducir intuitivamente el tema. Al etiquetar a personas se sirven de adjetivos como «ese é un mal veciño» o «una mala muller», o «é un pelexón» o un «cagán» o un «medrán» [miedoso], «mareante», «chambón» [torpe], «trapalleiro», «lugrumante»[1], «un xan» [demasiado bueno], «moi valente» [demasiado atrevido], «más terco cos marraos», «non é plato limpio» o, por el contrario, «bo mariñeiro», «boa persoa», «home legal», etc., expresiones que marcan la apreciación del carácter, positiva o negativa, y valoración de una persona. Pero el arco referencial es mayor como insinúan estos términos: «non é bo» que los animales queden en la cuadra al sacar el cadáver de una casa[2], «tres berros» o graznidos de algunas aves «non é cousa boa»[3], «o fionllo [hinojo] é moi bo» contra las tormentas y las tenidas como plantas medicinales «son moi boas». Por Mugueimes y Parada de Ventosa «era vergonzoso» no respetar la costumbre de tardar los recién casados una semana en acostarse juntos aunque la novia estuviera embarazada, mientras que en Rosal daba vergüenza «ir a enamorar» cabalgando una burra. En la romería de Santa Eufemia una mujer pedía a gritos limosna para una hija allí presen­te porque «estaba deshonrada», esto es, porque le faltaba un brazo se­gún mostraba. «Por aquí no anda cousa boa», me dijo un vidente de Bertamiráns con referencia a la Compaña; «cousas boas [son] cousas santas» como medallas, estampas, agua bendita, etc.; «xa tua nai era bruxa» y «ten feitos do demo» son duras expresiones apofánticas que elevan la maldad a un plano metafísico.

Este menudo elenco expositivo vale para mostrar que tanto la bondad como la maldad tienen un arco de referencia múltiple y diverso, rico en máscaras y disfraces, con variado carácter polisémico; sugiere a la vez, que los casos y las cosas pueden tener un perfil marcadamente local, un punto de mira que reclama atención porque debajo de la piel de los hechos y de la vida de las personas puede haber una vibración interna que requiere examinar toda una gramática de casos y esquemas de instrucciones partiendo de un vocabulario opulento en fuerza moral. La muestra que he presentado abarca palabras y semantemas, sujetos, verbos, acción, movimiento, y analogía, elementos naturales y místicos, roles, trabajos y creencias, legalidad y estructura social, cuestiones básicas de la vida rural ordinaria que revelan el universo de deseos e intenciones, de reprobación y desprecio, de qué es deseable y vale y de qué es imperioso evitar. Más aún, proyectan sus aspiraciones y preferencias a un nivel normativo trascendente que deja entrever una metateoría axiológica implícita, subyacente, a sorprender y analizar por el investigador.

Fundamento, como siempre, y reproduzco verbatim el vocabulario etnográfico y la gramática local, con su particular precisión y vaguedad simultáneas, aporto variantes que introducen complejidad y persigo el significado del informante hasta rastrearlo en la práctica en la que las palabras adquieren su sentido porque es, en definitiva, la forma de vida el punto de referencia del valor; los hechos corroboran y dan sentido a las palabras. Qué dicen, cómo lo dicen, cómo lo ven y palabrean, cómo lo muestran en contexto estructural y jerarquizan en un conjunto proposicional existencial son indicadores fidedignos que nos prestan una sensación de certeza cuando intentamos penetrar en el universo moral local. La palabra empírica, esto es, el totum social del que es parte, el vocabulario observacional y su forma de expresión vehiculan un halo de significado que no es separable del juicio de valor. En suma: el vocabulario impone –y es resultado de– estructura y conceptualización, adscribe propiedades y funciona como una teoría inicial para el investigador[4].

Junto al bien y a la bondad fascina, desde una perspectiva antropoló­gica, la terribilidad y pluralidad del Mal; todos los grupos conocidos lo discriminan a su manera, lo describen, elaboran y clasifican, lo que prueba no sólo su construcción cultural sino algo muy importante: su fundamento ontológico humano; dicho de otra manera: la finitud, debilidad y fragilidad humanas, sus ilimitadas aspiraciones, inquietud y angustia vital son el núcleo constitutivo dinámico, la base estimulante, las líneas de fuerza que hacen posible e inevitable el mal. Nuestra cultura configura universos de bondad y maldad desde premisas teológicas y metafísicas y desde coordenadas estructurales y creencias culturales. Hay un mal, por ejemplo, radical, fundamental, el mal absoluto, puro y sin mezcla, perfecto y en exceso, fuera de límite, concepto pensable, pero inimaginable en la realidad; pero hay un mal contiguo, próximo al anterior: el genocidio, los crímenes contra la humanidad, el mal gratuito e incomprensible como el abuso del inocente, la guerra y la tortura. Hay un mal cósmico, terribles catástrofes naturales como nos recuerda el sunami, pero hay también un mal moral que se teologiza, politiza y retoriza según momentos, etapas, ideologías y situaciones. La bruja, el Otro, el extraño, la Inquisición, la Stassi, el poder y el fundamentalismo religioso son algunas de esas figuras sintéticas del mal como también lo son Stalin, Hitler, Pol Pot y Mao y algunos iconos geográficos como Vietnam, Hiroshima, Dresde, Guantánamo y Abu Graib. La retórica con su poder intensificador es pródiga en designaciones: «el eje del mal», «el imperio del mal» y «el gran Satán» apuntando simultáneamente a Saddam, Bush, Iraq, Irán y Norteamérica son conocidos exponentes, pero lo que quiero realzar es su versatilidad adscriptiva que subraya cómo el valor es también estrategia, justificación y uso, ambiguo, indeterminado, maleable y relativo, mal de siècle que nos ha tocado vivir, que depende del ojo del que mira; estamos en el registro de la simbólica del mal.

Hay, en quinto lugar, un mal existencial, originario y profundo, el del παθοξ de la miseria humana, de sus contradicciones internas, el de la enfermedad, la frustración y la muerte; hay lo que conceptos tales como Weltschmerz, Angst, ennui sugieren, a saber, el tedio y la desazón humana, que provienen del hiato entre las aspiraciones y la realidad, que se originan en el desacuerdo entre un espíritu infinitamente ávido e inagotable y el impacto negativo de la cruel y grosera realidad, todo inherente a nuestra humana y común condición[5]. Y por último, y para lo que aquí directamente interesa, hay una experiencia comunitaria del mal –y del bien–, experiencia que se tiene y sufre aquí y ahora, en la ecología rural en la que viven, con particulares instituciones, trabajos, festividades y normativa, general estructura básica de convivencia que conforma el espacio de manifestación en el que se da, se observa, se hace y se experiencia necesaria y personalmente el mal –y el bien.

He tomado el mal como paradigma ilustrativo, pero podía también haber tomado la bondad, su opuesto antitético e inseparable; la finalidad metódica es la misma porque voy a circunscribir ambos al área local vecinal. Este particular espacio lugareño es el lugar donde aparecen el bien y el mal, el situs donde se manifiesta la dialéctica bien/mal porque es inherente a nuestra necesaria convivencia. El carácter dialógico, relacional, el ser y estar con otros, en la familia, en el lugar y en la parroquia nos pone en deuda con los demás. Éste es el nivel y el registro pertinente según me han enseñado los informantes, en mis numerosas horas de conversación, donde situar la vida moral, el a priori ecológico que va a centrar me atención en esta monografía, adelgazando, por tanto, los grandes problemas generales aunque siempre colorearán desde el trasfondo el fluir y operar de los valores comunitarios[6].

[1] Personaje mítico que desde las nubes destruía las cosechas.

[2] Lo describo en mi última monografía sobre Galicia.

[3] Idem. Anuncian muerte.

[4] Espero sustanciar estos extremos a lo largo de esta monografía.

[5] He escrito sobre alguno de estos extremos en mi última monografía sobre Galicia y en la titulada La España mental: Demonios y exorcismos en los siglos de oro [1990], Madrid, Akal, 2004.

[6] Dos son las obras que aportan profundidad antropológica al estudio de los valores locales en nuestra disciplina: E. Couceiro Domínguez, Labrado de gentes. Matrices culturales de las prácticas laborales en la aldea gallega y su transformación, Pontevedra, Diputación de Pontevedra, 2008; y R. Sanmartín Arce, Valores culturales. El cambio social entre la tradición y la modernidad, Granada, Comares, 1999. Ambos aportan bibliografía. También J. A. Fernández de Rota, Gallegos ante un espejo, A Coruña, Edición do Castro, 1983.