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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Mª Luisa Ayesta-Fernández Pacheco

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor accidental, n.º 203 - agosto 2018

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-721-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

A mis amigas.

Dicen que es mejor tener pocas, pero de calidad.

Inmerecidamente tengo muchas,

todas ellas de quitarse el sombrero.

Prólogo

 

 

 

 

 

Wei Joo no sabía cómo decírselo a Xiu-Xiu. Aquello no pintaba bien. Mientras removía el asado de la olla, el dueño del restaurante miraba a su mujer a través de la ventana que separaba la cocina de la sala del comedor. Xiu-Xiu estaba tan despreocupada últimamente, se la veía tan feliz…

Llevaban ya diez años en Alicante y, aunque al principio les había costado hacerse con tantos cambios, con una comunidad tan extraña a ellos, con un mundo tan diferente al suyo, tanto su esposa como él se consideraban por fin prácticamente españoles.

Al matrimonio no le había quedado más remedio que aceptar que no eran fértiles. Ignoraban, y no querían saberlo, a causa de cuál de los dos el destino les había impedido el don de procrear. Pero ya estaba asumido. Tenían un negocio. Un negocio floreciente. El artículo de periódico con la crítica gastronómica que había realizado el periodista de Información permanecía colgado, en un simple marco de madera, como recordatorio de un trabajo bien hecho. Contaban con su salud, con su trabajo y con el amor que se tenían. El futuro se les presentaba fiable y tranquilo, con la seguridad y la estabilidad que su país no era capaz de ofrecerles.

Y justo ahora tenía que volver Chan Li a inmiscuirse en sus vidas.

Ni Wei ni Xiu-Xiu comentaban nada del sobre que mensualmente enviaban a un apartado de correos. No hablaban de él. Como si el hecho de no mencionarlo pudiera hacerlo menos real. Porque, al no hablar de él, simulaban que no existía. El matrimonio hacía tiempo que había aceptado que no tenían más remedio que pagar, pero se habían negado a que aquella esclavitud les estropease su establecimiento en España y el crecimiento de su negocio.

Y quizá Xiu podía haberlo hecho desaparecer de su recuerdo y de su día a día. Quizá Xiu, mucho más optimista que él, había conseguido creerse que todo iba bien.

Pero Wei no. Wei sabía que, antes o después, Chan Li volvería a meterse en sus vidas. Hasta en los momentos de máxima felicidad se recordaba a sí mismo que jamás estarían en paz.

Mientras añadía verduras picaditas al sofrito, consideró la posibilidad de marcharse de allí. Mentalmente agradeció a Zao Jun[1] que no hubieran tenido el don de los hijos. En un momento como el de ahora, los hijos solo serían una complicación, una terrible responsabilidad y más motivos por los que temer.

Removió la cazuela con firmeza. Había una decisión que tomar y Wei sabía que debía consultarlo con Xiu.

Sin embargo, recapacitó. No era capaz. Tomó la determinación de esperar a que pasara la cena. Cuando el último cliente se hubiera marchado y hubieran dejado recogido el restaurante, en la intimidad del lecho conyugal, le haría saber a su compañera la petición de Chan Li.

Quizá incluso sería mejor esperar a que durmiera bien por lo menos una noche más, se dijo Wei, mientras pasaba con gesto mecánico la comida a la fuente. Debería aguantar y decírselo mañana por la mañana. Por las noches el futuro se ve negro, los problemas se ven más grandes. Eso es, se prometió. Se lo diría al día siguiente.

Wei se encogió de hombros. No era propio de él huir de los enfrentamientos. Además, ¿qué conseguía con escondérselo a Xiu? Tenían que hacer lo que tenían que hacer. No les quedaba más remedio.

Se dio cuenta de que se le estaba pasando la salsa. Apagó el fuego y apartó la cacerola. Por un descuido, el líquido ardiente le salpicó en la mano y se quemó. Se llevó el dorso de la muñeca a los labios y se lamió, esperando dar alivio a la pequeña escocedura.

Aparentemente ajena a la preocupación de su esposo, Xiu-Xiu extendía los manteles, recién lavados y con un innegable y agradable olor a jabón de Marsella, y disponía cuidados centros de flores frescas en las mesas. Le gustaba que las plantas armonizaran en colores según las zonas. Exigía más tiempo colocarlas así, pero a ella eso no le importaba. Cuando las cosas se hacían con gusto, no costaba hacerlas. Y para Xiu, el restaurante era el hijo que nunca había tenido. Jamás eran agotadoras las horas que pasaba en él. En ningún momento le cansaban el trabajo y dinero que invertían en él. Xiu-Xiu estaba demasiado orgullosa del negocio que su esposo y ella habían creado como para lamentar la dedicación que le brindaban.

Por encima del hombro miró a Wei. Su marido llevaba más de media hora ante una olla en la cocina terriblemente meditabundo. Xiu podría haber ido a preguntarle qué le ocurría, pero sabía de sobra que su esposo se lo contaría. De alguna manera, él no aguantaba sin decírselo a ella. Como si ella pudiera solucionarlo todo. Pero a veces parecía que, con solo contárselo, con depositar en ella su agonía, se descargaba del problema y Wei volvía a sonreír. Y Xiu quería más que nada que Wei estuviera feliz.

La restauradora no quería ni pensar en qué le había puesto a su marido aquella cara seria. Su corazón se encogió mientras tarareaba por lo bajo. No era tonta. Sabía que Chan Li o alguno de sus hombres habían entrado en contacto con Wei. Quizá querían que les pagaran más. Trató de calmarse, de apaciguar la ira y la impotencia que bulleron en su interior con solo pensarlo. Si era cuestión de dinero, podían arreglárselas. Ninguno de los dos tenía grandes gastos. Casi todo lo que ahorraban lo enviaban a su país, para ayudar a sus padres y sus hermanos. Podían asumir una subida del pago, por mucho que hacerlo le enfureciera.

Sin embargo, por la cara de su marido se temió que no era dinero lo que Chan Li quería esta vez. Se le haría eterno hasta el momento en que Wei quisiera decirle de qué iba todo. Cómo le gustaría que le contase ya lo que sucedía. Podía luchar contra problemas reales, pero no podía luchar contra su imaginación, contra dragones que —esperaba— no existían más que en su cabeza.

 

 


[1] Zao Jun: dios popular de la cocina en la mitología china.