Yo no te cambio por nada

Rowyn Oliver

 

 

 

Primera edición en digital: Agosto 2016

Título Original: Yo no te cambio por nada

©Rowyn Oliver, 2016

©Editorial Romantic Ediciones, 2016

www.romantic-ediciones.com

Imagen de portada ©Yulia Koltyrina

Diseño de portada y maquetación, Olalla Pons.

ISBN: 978-84-945813-3-5

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los

titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

 

 

A mis amigos y autoras que habéis hecho y hacéis que el camino de Romantic Ediciones sea mucho menos aburrido.

 

Capítulo 1

 

–¡Sois todos unos mamones!

Carol gritó a la luna y a todos los barcos que se encontraban amarrados frente al paseo marítimo de Palma.

Era una noche preciosa, como casi todas las noches de principio de verano en la isla de Mallorca. Ajena a lo que sucedía a su alrededor, hileras de coches que luchaban por aparcar y jóvenes ebrios deseosos de disfrutar de la noche, se balanceaba sobre unos zapatos de tacón alto. Llevaba unas medias transparentes que dejaban ver sus piernas de infarto, no se arrepentía de llevarlas puesto que a pesar de ser mayo había refrescado bastante a esas horas de la madrugada. Carol pegó el último trago a la botella de cava y siguió andando. Los shorts negros le hacían juego con la delgada cazadora de cuero, bajo la cual, apenas llevaba más que una blusa de tirantes con más escote del que a su madre le hubiera parecido decente. Cuánto más grande era su despecho, más cortos sus shorts y más escotadas sus blusas, y evidentemente la pesquisa se acentuaba a la hora de salir de fiesta. Si sus padres, tranquilamente acomodados en Competa, la vieran… y qué no decir de sus empleados. Hacía cuatro años que había aterrizado en la isla y llevaba poco más de uno como subdirectora de hotel en el Estrella de Mar. Ese hotel era su vida y en parte el estado de ánimo de aquella noche estaba relacionado con él.

–¡Carol! –Escuchó cómo su amiga la llamaba.

Tessa, chica vivaz, aunque responsable, y tan trabajadora como Carol, se mordió el labio mientras la agarraba del brazo y tiraba de ella.

–Vamos –le dijo riendo–, cualquiera podría verte.

Y era cierto. Su hotel estaba en el marítimo, cualquiera de sus empleados podía ver a Carol Gómez, su subdirectora, borracha y con un cabreo de tres pares de narices gritándole a los barcos que copaban los amarres.

–Un año persiguiéndome –le dijo a Tessa enfurruñada–, y tres meses saliendo con él, ¿para qué? ¿PARA QUÉÉÉÉÉÉ?

Tessa, se tapó el oído con un dedo. Carol no solía gritar muy a menudo, algo que agradecía, pues de sobras había comprobado a lo largo de sus años de amistad, que cuando Carol gritaba era capaz de romper cristales con los decibelios que salían proyectados de su boca.

–Carol, si la policía te detiene, a mí no me busques.

La aludida hizo un puchero y se dejó arrastrar dócilmente marítimo abajo. En un instante de debilidad apoyó la cabeza contra el hombro de su amiga.

Tessa era como su hermana, su amiga del alma desde la infancia y que la había seguido cuando se trasladó a Mallorca para trabajar en la temporada estival. Allí se habían quedado las dos, viviendo juntas en un piso viejo y destartalado del barrio de Santa Catalina y que, si eran sinceras, ninguna hubiese cambiado por nada.

–Vamos a casa, mañana será otro día.

–Seee –dijo Carol apartándose levemente de ella– otro puto día.

–Con lo mona que eres de día y lo barriobajera que te vuelves cuando estás borracha.

–Yo no estoy borracha, estoy cabreada –dijo con convicción.

Carol se apartó de Tessa y volvió a gritar.

–¡Mamones!

–Sssssh. –Miró a su amiga con cara de pocos amigos, pero al poco se puso a reír con la mano cubriéndole la boca.

–Puedes reírte, pero a mí no me hace gracia. –Intentó caminar erguida y apenas lo consiguió–. Deberías haberme avisado.

Tessa guardó silencio. Lo cierto es que sabía qué vendría ahora, Carol se echaría a llorar de un momento a otro y eso le partía el corazón. Prefería verla cabreada, en vez de triste o melancólica, porque un capullo la hubiera utilizado.

Carol tenía la manía de ser una mujer independiente y totalmente desprovista de corazón. Si veía que algún tipo le gustaba más de lo que era recomendable, huía de él como de la peste, pero en cambio no le importaba utilizar a capullos sin cerebro para el sexo. Y eso era precisamente lo que había hecho, pasar un buen rato con Sergio Mir. El problema, porque había habido un problema que ahora causaba el cabreo de Carol, no era que se hubiera enamorado de Sergio, ¡ni muchísimo menos! Sino que este era su jefe. Hasta ahí, no hubiera pasado nada. Pero Sergio había resultado ser un capullo manipulador. No había usado a Carol para el sexo, tal y como a ella le hubiera gustado, sino que la había embaucado haciéndole creer durante tres meses que tenían un proyecto de relación de exclusividad, cuando lo que realmente quería de Carol era acercarse a ella y robarle las ideas que como subdirectora tenía para el Estrella de Mar.

Sergio era el encargado de la gestión de los cinco hoteles de Mallorca que formaban parte de la cadena hotelera de su abuelo, Sebastià Mir. Todo lo que tenía de guapo lo tenía de incompetente. ¡Dios! ¿Cuántas veces Carol le había sacado las castañas del fuego? Resopló. No necesitaba una amante, ese hombre necesitaba una niñera.

–¡Es un puto inútil!

Cuando Carol volvió a gritar a la luna. Empezó a saltar sobre sus tacones de diez centímetros, las lentejuelas de su camiseta de tirantes de gasa negra tintineaban con cada movimiento. Cualquiera que la viera dando saltitos con sus mini shorts y su melena rubia al viento pensaría que era una diosa, una diosa loca con una botella casi vacía de cava en la mano.

–Será mejor que lancemos eso a un contenedor, no podemos hacer botellón aquí –dijo Tessa, que solo parecía más responsable que ella porque iba menos borracha.

–No es botellón –le respondió Carol–, estamos brindando. ¡Brindando por los capullos sin cerebro que creen que pueden robarme mis ideas y llevarse todo el mérito!

–Sergio es un capullo –convino Tessa quitándole la botella de la mano.

–¡Lo es! –Carol se volvió y le señaló con el dedo mientras entrecerraba los ojos–.Un capullo integral que me ha usado por mi cerebro y no porque esté buena.

Tessa se echó a reír. Cualquier mujer del mundo estaría enfadada porque un hombre solo la hubiera utilizado para el sexo, pero una mujer liberada y segura de sí misma como Carol, le molestaban otras cosas.

–Tienes el ego tan grande como el Puig Major –le dijo Tessa sin parar de reír.

–¡Seee!

–Te cabrea que no se acostara contigo porque estés buena, ¿no?

–Sí –se reafirmó pensando en lo que estaba diciendo–. Hubiese sido muuuuucho más sencillo. ¡Pero no! No podía utilizarme para un buen polvo como haría todo tío que se precie. Nooooooo. Él debía, algo así, algo así… –Chasqueó los dedos intentando que le salieran las palabras y por poco pierde el equilibrio–, algo así como seducirme. Como si me importaran semejantes memeces y, ¿para qué?, ¿para llevarme a la cama? Noooo. ¡Para robarme mis ideas y hacerlas suyas! Seguro que todo el informe de futuros proyectos y reformas lo puso a su nombre, para que el abuelito se creyera que esas fantásticas ideas eran suyas. Pero… esto no va a quedar así.

De pronto aquello se puso serio.

Tessa puso cara de horror ante la determinación de su amiga.

Si a Carol se le ocurría vengarse del guaperas de Sergio, puteándolo en el trabajo, ella iba a ser despedida de su cargo como subdirectora del Estrella de Mar, más deprisa que corriendo, porque sí, Sergio era un incompetente, pero también el nieto querido del señor Sebastià Mir, y la sangre tira por mucha incompetencia que llevara ese sujeto en su riego sanguíneo.

–Carol, creo que no te lo has pensado bien.

–Pensar, eso es lo que llevo haciendo toda la semana.

Tessa la estaba mirando con mucho cariño y algo de miedo.

–No te asustes, no voy a castrarle.

Tessa suspiró.

–Eso sería lo mejor que podría pasarle, ¿no?

Carol la miró con cariño.

–¡Oh sí!

Tessa era su mejor amiga, morena, alta, delgada y sobre todo… sobre todo, una persona leal.

Cuando Sergio Mir le dijo que había presentado con su nombre un informe, para continuar las reformas el año siguiente, y otra declaración de intenciones al abuelo, se la llevaron los demonios. “Lo entiendes, ¿no? Nena. Así será más fácil que lo apruebe todo. Me has sido muy útil, pero creo que en el plano personal… cada uno debería tirar por su lado”. Ante aquella traición Tessa había corrido a su lado. No lo había dudado ni un momento, Carol necesitaba una juerga de chicas y sacarse a Sergio de la cabeza. Si había cortado con ella sin paños calientes era porque lo que quería era follarse a las guiris que venían en temporada y una relación en exclusiva, era demasiado compromiso para un latin lover como ese aspirante a Lorenzo Llamas.

Y ahí estaban a las tres y media de la madrugada.

Cinco cubatas y dos mojitos habían dejado a Carol casi fuera de combate. Y a eso le había seguido una botella de cava que casi se había bebido ella solita.

–¡Tessa! ¡Todos son unos mamones!

–Todos –dijo su amiga–, sin excepciones.

–Bueno, mi padre es un buenazo –dijo Carol–, pero es que mi madre es muy dominatrix.

–No sé a quién habrás salido tú.

Carol rio. Ella había salido a la mezcla de ambos. Era muy liberal y algo mandona, pero había salido trabajadora y responsable como su padre.

Carol avanzó tambaleante y se colgó del cuello de Tessa. Caminaron en dirección a la catedral que se veía inmensa y majestuosa iluminada en la noche de Palma.

–Vámonos a casa. –Tessa iba mucho más sobria que ella. Mientras Carol no había parado de beber un cubata tras otro, Tessa se había parado en el número dos, y cuidaba de ella.

Caminaron tambaleantes, Carol por su borrachera y Tessa por tener que sujetarla mientras daba pasos inestables sobre los tacones. Siguieron riendo mientras Carol hablaba del micro pene de Sergio. Avanzaron por el marítimo hasta que divisó el hotel donde trabajaba. El Estrella de Mar.

–¿No te parece el hotel más bonito del mundo? –dijo Carol como si estuviera a punto de llorar–, porque lo es. Fíjate, qué glamur, qué preciosidad, qué vistas... Y su subdirectora… es un puto pibón. ¡Un pibón, señores! –Carol gesticulaba vivamente inducida por la euforia alcohólica.

Tessa volvió a reír a carcajadas.

La subdirectora del hotel no era otra que la misma Carol. Se paró al otro lado de la carretera y alzó la mirada soñadora hacia sus cuatro plantas. De pronto los ojos se le pusieron vidriosos.

–¿Y si me despiden? –se preguntó con ojos llorosos.

Tessa puso cara de sorpresa por el tono de voz triste y abatido de su amiga.

–¡Qué van a despedirte...! Porque Sergio sea gilipollas no creas, ni por un minuto, que lo sea tanto como para despedir a la persona que hace funcionar el hotel.

–Yo tampoco–dijo haciendo un mohín con los labios–, no es tan listo.

Carol miró hacia los grandes ventanales del Estrella de Mar. Ese hotel era su vida, jamás debió involucrarse con su jefe, pero el muy capullo era simpático, encantador, y parecía querer lo mismo que ella. Una relación de follamigos sin compromiso, algo que no les distrajera de su trabajo, pero luego había cambiado de opinión y todo se complicó. ¡Puto playboy millonario! Debería haberle parado los pies pero su ritmo de vida no le dejaba mucho tiempo para conocer gente, y a ella le había halagado que el nieto de una de las más grandes cadenas hoteleras se fijara en ella.

–¡Soy gilipollas!

–No eres gilipollas –le dijo Tessa–. Venga sigue andando, vamos a pillar un taxi.

–O podría quedarme en el hotel… ¿quieres quedarte conmigo en la suite? –le preguntó más animada–. Seguro que está libre, aún quedan un par de plazas. Los alemanes no nos asediarán hasta final de mes.

Tessa la miró con una sonrisa en la cara.

–¿Entrar así?, ¿en tu hotel? –La señaló con el dedo índice. Meneó la cabeza mirándola como si fuera la peor idea del mundo.

–Bufff, si tú supieras el estado en que han llegado alguno de los jefazos y celebridades… Mmmm te lo contaré otro día cuando pueda hacerlo sin balbucear.

Tessa se acercó a la carretera y alzó el brazo para parar un taxi.

–A casa –dijo cuando el taxi, de color blanco y con el piloto verde encendido, se paró frente a ella.

Tessa subió bajándose la minifalda negra que dejaba ver sus largas piernas morenas. Cuando Carol iba a meterse en el taxi a su lado, se quedó a medio camino observando de nuevo la fachada del hotel, o eso le pareció a Tessa que hacía.

La mirada de Carol se perdió hacia la entrada. Frente a esta, en el carril contrario, había un taxi parado. Entrecerró los ojos y lo vio claramente. Sergio acababa de salir de él con una maleta a cuestas.

–Buff… –A Carol le hervía la sangre.

No lo vio muy bien, pero era él, no podía ser otro. Hombros anchos, cintura estrecha, cabello oscuro y esa pequeña nariz que reconocería en cualquier sitio. Misteriosamente, en la oscuridad de la noche, su pelo parecía un poco más claro, pero sin duda era por el reflejo de las farolas.

–Mira al cabrón... –dijo entrecerrando los ojos, más para ella que para su amiga Tessa.

Tessa abrió los ojos como platos.

–Me quedo.

–¡¿Qué?!

Tessa estiró el brazo para agarrar a Carol, pero antes de que pudiera detenerla esta cerró la puerta del taxi.

–Lárgate tú, yo tengo que hacer algo. –Miró la entrada por la que acababa de desaparecer Sergio–. Me quedaré a dormir en el hotel– le dijo con una sonrisa maliciosa.

–Pero Carol… –Todas las sirenas estaban sonando en la mente de Tessa–. No, no, no. No es una buena idea –dijo mientras por honor a su amistad intentaba abrir la puerta del taxi y hacer que cambiara de opinión.

Pero fue inútil. Carol se la cerró de nuevo, así que optó por bajar la ventanilla.

–No lo hagas. –Pero cuando Carol la miró fijamente y la señaló con un dedo acusador, Tessa enarcó una ceja–. ¡Ay, Dios! Estás decidida a cagarla.

Asintió muy seria y dio un aspecto sereno y decidido. Todo lo sereno y decidido que pudo con semejantes grados de alcohol en vena.

–Una mujer tiene que hacer, lo que tiene que hacer una mujer. Aunque muchos crean que como mujer no debería hacer lo que tiene que hacer una mujer.

–¿Eing? ¿Qué coño significa eso? ¿Carol?

Pero su amiga no la escuchaba, estaba mirando si pasaban coches para cruzar los carriles a la carrera.

Ignorando los gritos de Tessa, Carol pensó en su situación actual. A ella no le dolía que Sergio hubiera terminado su prototipo de relación, sino la manera de aprovecharse de ella y romper dándole un pellizco en la mejilla como si no fuera más que una niña a la que debía consolar. Se había quedado tan petrificada que le fue imposible reaccionar como a ella le hubiera gustado: golpeándole la cabeza con un archivador. Así que, dejó pasar el momento y él se había ido. En toda la semana no lo había vuelto a ver, hasta ahora.

Aún le hervía la sangre recordando sus palabras.

Eres un bombón, seguro que encontrarás a otro fácilmente y si necesitas cariño, ya sabes que puedes contar conmigo. Pero debemos terminar con esta exclusividad, esta relación nos distrae y estamos descuidando el hotel que debe ser nuestra prioridad”.

¿Que no se preocupara, que era muy mona y seguro encontraría a otro en poco tiempo? No supo si le cabreó más la insinuación de que podían seguir acostándose de vez en cuando, o la de que por culpa de su relación se estaba descuidando el hotel. ¡Ella no descuidaba su hotel! Había hecho auténticos malabares para tener a los empleados contentos y que la escasa inversión realizada por Sebastià Mir tuviera sus frutos a pesar de que Sergio cuestionaba cada céntimo que gastaba.

–¡Carol!

Se dio la vuelta y vio cómo Tessa seguía allí. Le dijo adiós con la mano.

–Lárgate. Mañana te llamo.

Tessa la miró entrecerrando los ojos, hablaba de manera gangosa dejando claro lo borracha que estaba. Pero sería mejor no montar un número. Cuando vio que César, el botones descendía la escalera para acercarse a Carol, supo que estaba en buenas manos.

–Cuídala, ¿vale? –le gritó al chico. Él levantó el pulgar, como si dijera: yo me encargo.

–Vale, mañana será otro día –se dijo Tessa.

–Te quieroooooo–Carol le lanzó un beso para luego girar en redondo y clavar la mirada en la entrada del hotel.

–César, yo controlo.

El botones le sonrió amable. Estaba claro que con semejante cogorza controlaba más bien poco, pero amablemente la custodió para que subiera las escaleras sin partirse la crisma.

Carol respiró hondo al entrar en el hotel. Miró a su alrededor intentando ver dónde estaba Sergio, a quien pensaba decirle un par de cosas antes de que diera el asunto de su relación zanjado por completo.

 

 

Capítulo 2

 

A Francisco Mir le encantaba ese hotel, entendía por qué era el favorito de sus abuelos. Desde que, en los años sesenta, su familia decidiera invertir en la creación de un hotel en la costa norte y en otro en el paseo marítimo de Palma, lo que fueran dos hoteles, pronto fueron cinco, hasta convertirse en una gran cadena hotelera. Su abuelo, Sebastià Mir, había invertido bien sus activos y ahora era dueño de diferentes hoteles esparcidos por las mejores playas del mundo. La familia, originaria de un pequeño pueblo de la zona norte de Mallorca, no se había querido centrar solo en la isla, sino que se había expandido por el archipiélago balear y la costa de levante peninsular, para luego saltar a Cuba, Méjico y EE. UU.

Fran admiraba a su abuelo, que a sus más de ochenta años seguía intentando manejar el cotarro desde el cómodo sillón de su despacho en Miami. Por eso cuando le pidió ayuda para salvar a su niña bonita, el Estrella de Mar, no lo dudó ni un momento. Jamás debería haber permitido que el pequeño hotel del marítimo de Palma, al que su abuelo le tenía tanto cariño, se gestionara bajo la supervisión de Sergio Mir, su primo y el mayor inepto que hubiese conocido.

Entendía que la familia era la familia, pero con sinceridad creía que debería haberle buscado otro oficio a ese bueno para nada. Darle un cargo de director ejecutivo en la zona de Mallorca y dejar que manejara los hoteles de la isla, no era para nada buena idea.

–Sois muy diferentes –le había dicho el padrí Sebastià un día antes de partir, mientras en el despacho de Miami intentaba razonar con él.

–Cariño, no seas muy duro con él.–La abuela estaba a su lado, intentando suavizar su mal humor.

De sobra sabían que enviarle a él a controlar lo que se estaba haciendo en los hoteles de Mallorca era sin duda un buen toque de atención para Sergio. A Fran no le temblaría la mano a la hora de ponerlo en su sitio, pues aunque eran nietos y por tanto iguales en el corazón de sus abuelos, sí era cierto que Fran tenía una posición más elevada dentro de la compañía, y es que se lo había ganado. Ahora era él quien ejecutaba las órdenes de Sebastià, más que su mano derecha era su brazo ejecutor y era un secreto a voces que el año próximo ocuparía su puesto oficialmente.

–Tú eres muy serio y responsable, Fran. Entiende que Sergio tiene otro carácter. Él es más…

–Es un completo vago que hundirá tu hotel favorito, abuela –le había contestado Fran.

–No es eso –dijo la mujer algo apenada.

–Sí lo es. –Dedicándole una sonrisa forzada se había acercado a ella para besarla en la mejilla–. No te preocupes. Yo me encargo.

–He visto las ideas de mejora y me parecen fantásticas –le dijo su abuelo Sebastià antes de que se acercara para despedirse de él.

El abuelo era más como Fran. Se entendían bien y aunque sentía un verdadero cariño por su nieto inepto, sí era consciente de cuáles eran las limitaciones empresariales de Sergio.

–Es imposible que creas que son de Sergio –dijo Fran sorprendido.

El anciano soltó una carcajada.

–No lo he pensado ni por un momento, pero si tiene a gente tan capaz trabajando para él, no creo que el hotel pueda ir tan mal.

–Yo solo sé que las cuentas no cuadran, las reformas… No sé qué puñetas habrá hecho con el dinero que le dimos, pero o bien se ha dejado timar, o nos ha timado a nosotros.

–Por favor, Fran –dijo su abuela escandalizada.

Su pobre abuela siempre pensando bien de todo el mundo.

–No te preocupes padrina.

–Sí me preocupo, sois nuestros nietos, nos gustaría que os llevarais bien.

Fran había suspirado, incapaz de añadir nada agradable.

–Ve y haz un buen informe –pidió su abuelo–. Además, sabes que quiero que hagas otro sobre el hotel interior que quieres comprar.

Fran no lo había olvidado. Sa vinya, situado en el centro de la isla era una finca con una gran cantidad de terreno, el dueño se jubilaba y quería vender, no solo los viñedos, sino también el pequeño hotel rural que Fran se había empeñado en comprar y ampliar.

–Nos vemos en Mallorca dentro de un par de semanas.

Fran suspiró arrastrando su maleta hacia recepción. De la conversación con sus abuelos hacía casi dos días, Fran esperaba tener un balance de la situación antes de que llegaran a Mallorca a mediados de junio.

Fran subió los peldaños del Estrella de Mar y un amable botones le abrió la puerta.

Después de una parada en Barcelona, había llegado de nuevo a Mallorca. La que consideraba como su casa a pesar de pasarse tan largas temporadas fuera. Llevaba una pequeña maleta de mano, puesto que tenía un armario completo en su casa, un ático en Es Portitxol, con todo lujo y comodidades, que agradecía pero que no necesitaba.

Pero esa noche quería pasarla en el hotel. No había tenido tiempo de avisar que iba y, después de tres meses, era mejor mandar a alguien que hiciera una buena limpieza y aireara la casa.

Saludó al conserje, que le sonrió amable nada más verle.

–Manolo, ¿verdad?

–Sí, señor Mir –le respondió el aludido.

Fran asintió. El empleado le conocía de otras ocasiones y sabía quién era.

–Le daré la suite, se sentirá más cómodo allí.

–Se lo agradezco, aunque con cualquiera me conformo. Espero solo pasar aquí una noche.

El recepcionista, muy atento le dio las llaves.

–Le encantarán las reformas hechas por la señorita Gómez en las habitaciones.

Fran guardó silencio y buceó en su memoria para después asentir. La señorita Gómez no era otra que la subdirectora del hotel. Le extrañó que el conserje la mencionara especialmente, mucho más que el hecho de que la alabara a ella y no a su primo Sergio quien era el responsable de las reformas y todo lo que al hotel concernía.

Le deseó buenas noches antes de dar media vuelta y dirigirse hacia el ascensor acristalado que le llevaría a la última planta, allí podría descansar antes de enfrentarse a los desastres que había consentido su primo Sergio.

 

 

Al entrar en el hall del hotel, Carol miró sobre su hombro para asegurarse de que Tessa no la seguía y que realmente se hubiera marchado. Era preferible, puesto que iba a montar un pollo que la hubiese abochornado. En su vida había bebido tanto, ni se había sentido más cabreada. Tropezó con sus taconazos y si no fuera por la atención de César se hubiera caído de bruces en medio de la recepción.

–Gracias.

El joven botones le dedicó una sonrisa divertida y evitó una carcajada cuando la vio descalzarse.

–Hola, señorita Gómez. –El recepcionista de mediana edad quedó con la boca abierta.

–Hola, Manolo –saludó ella–. Me quedo en el hotel.

El hombre la miró con un cariño paternal.

–Señorita, acabo de dar la suite al señor Mir, pero…

–Esa me vale –dijo levantando el dedo índice, entendiendo al vuelo donde estaba Sergio–. Esa es la que me voy a quedar.

–No me ha entendido…

Carol miró sobre su hombro y vio cerrarse las puertas del ascensor.

–No te preocupes, te he entendido perfectamente.

–No, yo creo que no –dijo Manolo con cariño.

Manolo, el recepcionista, era un encanto. Un hombre que le recordaba a su padre, solo que en lugar de ser albañil, hablaba cinco idiomas y se superaba cada año. Un encanto casado y fiel, con lo difícil que era eso en el mundo de la hostelería. Carol le miró con cariño.

–Eres el mejor.

–Ya… pero…

–Tengo que ir a hablar con el señor Mir de inmediato. Un asunto muy urgente.

Manolo la miró con pánico. Quería pedir ayuda al botones, pero este hacía un minuto que había desaparecido con una sonrisilla mal disimulada. ¡Oh! No podía hablar con el señor Fran Mir con esa cogorza.

–No lo haga, la despedirán.

–No, no lo harán –dijo cerrando los ojos y haciendo equilibrios para sostenerse en pie a pesar de que llevaba los tacones en la mano–, porque es un capullo incompetente y no podría llevar esto sin mí.

Amén a eso, pensó Manolo, pero no pudo menos que preocuparse. Jamás había visto a una mujer más responsable y trabajadora como la señorita Carol Gómez, así que algo muy malo debía haberle ocurrido para que se comportara de aquella forma.

Si Carol hubiera estado más lúcida hubiera visto la expresión de pánico del recepcionista y hubiese reaccionado.

–El señor Mir… creo que me he equivocado –dijo Manolo intentando salvarla–. No está…

–¡Ah! ¿Cómo qué no? Ahí va. –Carol miró hacia el ascensor que iba subiendo hacia la última planta. Por los cristales podía ver perfectamente a Sergio con su maleta–. Gracias, Manolo.

–No, señorita. Ese no es Sergio.

Pero antes de poder sacarla de su error, Carol ya avanzaba veloz hacia la puerta del ascensor y apretaba el botón de llamada con insistencia. Este se abrió medio minuto después.

–¡Allá voy! –Entró con un salto y el brazo extendido a lo Super man–. Te vas a cagar –dijo hablando sola.

Entró y se dejó fascinar por el ascensor de cristales que se elevaba a la cuarta planta a una velocidad vertiginosa.

Carol amaba ese hotel y a todos sus empleados. Y a las que más: a las camareras de pisos, que el capullo de Sergio trataba a patadas y que ella adoraba porque eran unas cachondas mentales, trabajadoras y competentes.

Apoyó la frente contra el cristal y sintió el frescor en su cabeza. Desde allí podía verse toda la recepción y el amplio espacio con sofás, mesas y la barra del bar. El hotel tenía forma cuadrada y todas las puertas de las habitaciones daban a los pasillos abiertos que podían verse desde el ascensor. De cada piso colgaban enredaderas y el murmullo del agua hacía que fuera un hotel muy romántico.

No entendía qué hacía allí Sergio, jamás se quedaba a dormir en el hotel. Él tenía su pisito de lujo en el paseo Mallorca.

Seguro que si no hubiera estado tan borracha le hubiera dado vueltas al coco y se habría dado cuenta, más temprano que tarde, que el hombre que veía avanzar por el pasillo que daba al ala central, no era Sergio por mucho que se le pareciera físicamente.

Carol retrocedió un paso y entrecerró los ojos cuando el ascensor llegó a la última planta. Subir a tanta altura le dio vértigo. Entornó los ojos para agudizar la vista y lo vio recorrer el solitario pasillo arrastrando la maleta de mano. Observó su espalda hasta que se paró para abrir la puerta de la habitación 401 y entró.

Se paró un instante respirando hondo. ¿Qué iba a hacer? ¿Cantarle las cuarenta?, ¿romperle las pelotas por ser tan hijo de puta con ella? Cada vez que pensaba cómo se había llevado todo el mérito de su trabajo se cabreaba aún más. Casi se puso a llorar de rabia e impotencia, porque una cosa era pasar de ella como mujer y la otra muy diferente poner en duda su profesionalidad.

–Te vas a enterar.

Avanzó a grandes zancadas y a pesar de la velocidad con que recorría el pasillo descalza, no se tropezó ni una sola vez. Respiró hondo al llegar a la habitación 401 y aporreó la puerta.

Silencio.

Esperó dos segundos y volvió a estrellar el puño contra la sólida madera.

–Abra, señor Mir, que le voy a decir cuatro cosas.

Como si esperara que ella hablara, la puerta se abrió ante Carol.

Cuando lo hizo, el dedo de Carol voló a la cara del pobre hombre que con el ceño fruncido la miraba como si ella fuera una serpiente de dos cabezas.

–¡Sergio, ladrón de ideas!

Silencio y ojitos masculinos ojipláticos.

–¡Eres un incompetente de mierda!

 

 

Capítulo 3

 

Fran no supo si le hizo más gracia que una mujer le hubiese confundido con su primo o la cara de satisfacción que puso cuando dijo lo que había venido a decir. ¡Eres un incompetente de mierda! Sin poder evitarlo él la observó divertido al ver cómo apoyaba un brazo en el marco de la puerta y cruzaba las piernas a la altura de los tobillos. En una postura que venía a decir: ¡Chúpate esa!

–Esa es mi sincera opinión –apuntilló la hermosa mujer con un gracioso acento provocado por el exceso de alcohol.

–Me parece estupendo –le dijo Fran y sin darse cuenta dibujó una sonrisa que iba a quedarse ahí por largo rato.

–Seee… Y además… un cabrón de mierda.

–¿Ah, seee? –preguntó arrastrando las vocales, imitándola.

–Seee, eso es lo que eres –dijo, todavía apoyada contra el marco de la puerta. Apenas tenía los ojos abiertos.

Ajá, me parece perfecto. Fueron las palabras que se repetían en la cabeza de Fran.

Él también creía que Sergio era un cabrón de mierda, cosa que despertó cierta simpatía hacia la pobre desequilibrada que, medio desnuda, estaba amenazándole, al haberle confundido con su primo.

–Yo comparto esa idea, pero son casi las cuatro de la madrugada… –dijo en un tono lo más serio que pudo, sin dejarse amedrentar cuando el dedo índice voló de nuevo hacia su cara, sin duda buscando su silencio.

–Cállate.

La belleza rubia lo empujó hasta que él topó con la pared del recibidor de la suite.

–¡Oiga! Creo que…

–Cállate –dijo ella aún más amenazante, aunque ni por un instante Fran la consideró un peligro.

Con un solo empujón de su dedo meñique, esta caería al suelo. Pero no tenía intención de tocarla, sin duda con su típica mirada de hielo era cuestión de segundos que la pobre mujer desapareciera. Lamentablemente por algún extraño motivo la situación le parecía más divertida que molesta.

Era evidente que la mujer intentaba mirarle sin que su cabeza cayera hacia delante, pero le estaba resultando realmente duro mantenerse erguida.

Carol volvió a empujarle para que se quedara contra la pared. Y fue un movimiento rápido y bastante coordinado para su estado.

Vaya por Dios, una lunática agresiva, pensó Fran al verse de nuevo acorralado.

Cerró la puerta con un pie y lanzó los zapatos de tacón que llevaba en la mano al otro lado del pasillo, frente a la puerta que daba al dormitorio. Fran miró la trayectoria de los zapatos para, al instante, volver la vista hacia ella.

Está usted bebida… y muy loca Pero que muy loca, se dijo, entornando los ojos.

Le echó un vistazo de arriba abajo. Iba descalza y acababa de tirar sus zapatos de tacón negro a varios metros de ellos. Ahora una de sus manos se movió para apoyarse en la puerta que ya había cerrado, y no tambalearse tanto. Fran pensó que hacía bien, de no ser así, no tardaría mucho en estar tan tirada como sus tacones.

Miró de nuevo sus pies descalzos y subió la mirada por sus largas piernas, unas piernas preciosas que se veían por completo hasta llegar a unos mini shorts negros y brillantes. Su holgada camiseta negra con lentejuelas y de tirantes dejaba ver un generoso escote, aunque si el escote hubiera sido sobrio, daría lo mismo, se podrían intuir unos pechos increíbles, altos y generosos. Molesta con la cazadora que la cubría se la quitó con dos manotazos y sin prestar atención a Fran la tiró sobre sus zapatos.

Fran se apretó más contra la pared, ahora sin necesidad de que ella le empujara.

De pronto ya no era tan divertido, ¿qué iba a hacer si esa mujer quería desnudarse por completo? No, no, no. Eso no podía ocurrir.

–Verá… –intentó decirle alzando las manos a modo de estúpida protección, pero ella aprovechó para alzar la vista y se quedó sin habla.

Puede que tuviera un cuerpo de infarto y una cabellera rubia que llamaba a gritos ser acariciada, pero sin duda lo que más llamaba la atención de esa mujer, era su intensa mirada azul que no acababan de enfocarle.

La melena rubia se balanceó al intentar dar un paso hacia él. Quería acorralarle de nuevo contra la pared del pasillo y Fran estaba tan sorprendido que solo se veía capaz de esbozar una estúpida sonrisa y aguantar el tipo, expectante.

–¿Qué quiere hacerme ahora? –le preguntó.

–Ssshhh… –dijo ella apoyando una mano contra el pecho del hombre–. Cállate.

–Eso creo que lo has dicho antes.

Carol escuchó su voz y meneó la cabeza. Entrecerró los ojos pero le era prácticamente imposible enfocar la vista. Tenía que decirle algo, pero extrañamente sentía que alguna cosa no andaba bien. Había bebido demasiado y era lo único de lo que estaba segura.

–Eres…

–¿Un incompetente de mierda? Eso también lo has dicho antes, y me ha gustado oírlo, no creas que no. –Rio Fran, consciente de que no mentía.

Pensó que debería decirle que lo confundía con su primo, pero ¡qué diablos! A él no solían pasarle esas cosas y se lo estaba pasando bien.

¿Qué iba a seguir contándole esa mujer? Sin duda Sergio la había cabreado bastante.

El hecho de que lo confundieran con Sergio no debería sorprenderse tanto, pasaba más veces de lo que le gustaría. Él tenía el pelo más claro y los ojos verdes, pero sus facciones eran las de la familia Mir, suaves y delicadas, de nariz recta y pequeña.

–En serio –dijo en un tono comprensivo que no sabía muy bien de dónde salía–, debería marcharse.

–¡No voy a irme! –exclamó ella, alzando la voz, visiblemente ofendida.

Fran abrió grande los ojos y rio.

–Bueno… no creo que debas quedarte aquí.

–Cállate.

–Ya has repetido eso unas cinco veces.

La mujer no parecía muy contenta.

–¡Es que no te callas! –Hizo un puchero con la boca–. Tengo cosas que decirte, muy importantes y nunca escuchas.

–De acuerdo.

Ella pareció sorprendida de que él aceptara escucharla, pero no protestó. Se inclinó peligrosamente hacia delante.

Unos largos segundos después, Fran, no podía mirarle a la cara, que sabía que era preciosa, porque ella seguía inclinada sobre su pecho, donde tenía depositada una mano y le acariciaba el torso. Fue consciente de la presión de esa delicada mano femenina y sintió como si ese contacto no estuviera bien. Incómodo, intentó apartarse, pero no podía retroceder y cuando quiso moverse hacia un lado, la mano se convirtió en una garra que cogió su camisa sin intención de soltarla.

Sonrió por lo absurdo de la situación y a pesar de esta, sintió un suave calor que se expandía por el pecho.

–En serio señorit…

–Solo me utilizabas para el sexo –dijo Carol llanamente.

–Bueno…

Fran no supo qué decir a eso, pero se decepcionó bastante al entender que seguramente esa mujer era una víctima más de su primito el incompetente.

Sí, decepción era la palabra justa. Fran ya no sonreía.

Vaya, la había creído más inteligente cuando sus ojos se clavaron en los de él, pero si lo fuera no estaría montando un espectáculo bochornoso a las cuatro de la madrugada.

–Sí –dijo apartando la mano de su pecho para luego clavarle el índice repetidamente en uno de sus pectorales.

–¡Auch!

–Lo digo en serio. –Ahora el tono de la mujer era mucho más grave y duro–. Si querías solo sexo, haberlo dicho. Sabe Dios que yo solo te utilizaba para eso.

¡Puaj! pensó Fran.

–Eso sí que para mí es totalmente incomprensible.

Y lo era. Que una mujer pudiera desear a su primo… sentía lástima por ellas. Debía ser duro sentirse atraído por un auténtico imbécil.

–¿Por qué es incomprensible? Claro… si un hombre se tira a su secretaria o a su socia, eso es comprensible porque es un hombre. ¡Pero claroooooooo! –Estaba gesticulando más de la cuenta y se inclinó peligrosamente hacia un lado. Por suerte Fran la sujetó por los hombros antes de que cayera de bruces–. Si es la mujer que solo quiere un polvo porque se siente sola, ¡ah! Entonces es incomprensible. ¡Madure, señor Mir! Las mujeres hace mucho tiempo que nos liberamos sexualmente. Empiece a aceptar que solo es un polvo y no demasiado bueno, patán egoísta.

Fran la apoyó contra la puerta y su pecho empezó a agitarse.

–No te rías –le espetó ella ofendida.

Asintió verdaderamente complacido. Saber que su primo no era demasiado bueno en la cama, acababa de salvarle la semana.

–Bien, si lo admito, ¿te irás?

Ella frunció el ceño.

–Es posible. Porque eres guapo y yo te hubiera dicho que sí a un revolcón sin compromiso. –Entonces los ojos de Carol se empequeñecieron amenazantes–. No hacía falta que me utilizaras de esta forma para robarme mis ideas sobre las reformas del Estrella de Mar.

Vaaaaaaya se dijo Fran, asombrado por el descubrimiento, dejó de reírse. Aquello se ponía interesante.

–Así que las ideas de reforma del spa…

–¡Mías!

–Y las de las habitaciones…

–¡Mías!

–Y el personal…

–Mío, mío…Todo mío. Y deberías tratar mejor al personal. ¿Quién te crees que eres?

–No sé… ¿El dueño?

–Sí, exacto –gritó Carol–. Te crees el dueño, y para su desgracia lo eres, explotador de mierda. Pero no me acosté contigo por eso.

–¿No?

–¡No! De hecho si hubiera sabido la clase de capullo que eras, ni siendo tan guapo lo hubiera hecho–dijo ella ofendida–. Soy la mejor en mi trabajo, no necesito acostarme contigo para conservar mi puesto, ni para ascender. Sin mí te hundirías en la mieeeeerda… hundirías este pobre hotel y, ¿sabes qué?

–¿Qué? –dijo completamente fascinado por esa mujer borracha que le estaba ahorrando un montón de trabajo de investigación.

–Que no te lo voy a permitir. Mi Estrella de Mar, saldrá a flote a pesar tuyo.

Otra vez el dedo índice se incrustó en su pecho.

Fran asintió.

–Bien, deja de hacer eso y escucha. –Fran le cogió el dedo con delicadeza–: Ya que hemos aclarado que salvarás el hotel, que soy un…

–Incompetente de mierda.

–Incompetente de mierda –concordó Fran– y que solo te acostabas conmigo, no por mi posición, sino…

–Porque estabas bueno.

–Porque estoy muy bueno –aseguró él totalmente escéptico. Que lo torturaran en una parrilla como San Lorenzo si admitía alguna vez que su primo tenía atractivo alguno–. Sí, eso es algo que no puedo llegar a entender.