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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Margaret Price

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hechizados por el deseo, n.º 249 - octubre 2018

Título original: The Cradle Will Fall

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-233-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

A las cinco menos cinco, la sargento Grace McCall-Fox entró cojeando en los Servicios de Juventud y Familia del Departamento de Policía de Oklahoma. Se sentía tan vieja como su disfraz la hacía parecer. Tenía un agujero en la media de compresión de la pierna derecha, que se había hecho cuanto utilizó la fuerza para obligar a un adolescente poco cooperador a besar el pavimento mientras lo esposaba. Uno de los bolsillos del abrigo de lana que había adquirido en una tienda de prendas de segunda mano estaba desgarrado y, de algún modo, se le habían metido unos cuantos guijarros en los zapatos de cordones que había tomado prestados del armario de su abuela. Debido a las horas que se había pasado andando por el gélido aparcamiento del centro comercial, tenía la piel de las mejillas agrietada y las mechas grises que se había pintado en el cabello con un pulverizador se le habían puesto pegajosas con la nieve. Además, le dolía el brazo derecho porque varios carteristas le habían intentado robar el bolso, pensando que una anciana realizando sus compras de Navidad sería una presa fácil. Sin embargo, en vez de una frágil abuelita, se habían encontrado con una policía de treinta años, esbelta y menuda, que los había tumbado sobre el suelo con un único movimiento.

—¡McCall!

Aquella resonante voz hizo que Grace se diera la vuelta para dirigirse al hombre alto y de cabellos oscuros que se estaba asomando por la puerta de un despacho.

—¿Señor?

—Necesito verte —dijo el teniente David Kelson—. Ahora —añadió, antes de volver a entrar en su despacho.

Grace dejó el bolso encima de su mesa, se quitó el abrigo y las gafas sin graduación que llevaba puestas. Como creía que Kelson iba a hablarle de la misión en la que estaba trabajando en aquellos momentos, sacó el expediente y empezó a caminar entre las mesas de la sala común del departamento, que, a aquellas horas de la noche, estaban casi vacías.

Al entrar, vio que Kelson estaba examinando un papel que tenía entre las manos.

—¿Señor?

—Entra, McCall —respondió Kelson, tras levantar la mirada. Como todo el mundo, utilizaba una versión abreviada de su apellido compuesto—. ¿Cómo te ha ido el día en el centro comercial?

—Arrestamos a cuatro carteristas y a tres ladrones de coches. Esperamos poder arrestar más mañana.

—Si eso ocurre, será sin ti. El FBI ha pedido tu colaboración en un caso. Considérate parte de una misión especial.

—Sí, señor. ¿De qué clase de misión se trata?

—Dejaré que sea el agente que está al mando el que te informe —replicó Kelson antes de ponerse de pie. Grace se percató de que había otra persona en el despacho en el momento en el que el teniente desvió la mirada hacia la puerta—. Según tengo entendido, los dos habéis trabajado juntos.

—Estoy deseando volver a tenerte como compañera, Grace.

Al escuchar la profunda y rica voz de Mark Santini, ella se quedó completamente inmóvil. Era una voz del pasado. Una voz cuyo dueño la había obsesionado durante seis años, aunque ella había estado casada durante ese tiempo con un hombre al que amaba profundamente.

Con la espalda muy rígida, se obligó a darse la vuelta. Sintió que la visión se le nublaba cuando cruzó la mirada con unos ojos tan oscuros que resultaba imposible distinguir la separación entre la pupila y el iris.

Kelson, que evidentemente no se había percatado de nada, tomó su abrigo y se dispuso a salir del despacho.

—Siento no poder quedarme, agente Santini —dijo, tras extender la mano—. Como le he dicho, tengo que reunirme con mi esposa en una fiesta para celebrar la Navidad.

—No hay problema. Había esperado llegar aquí antes, pero me he entretenido tratando de conseguir esa orden judicial. Informaré a la sargento McCall sobre el caso para que los dos podamos ponernos a trabajar mañana por la mañana.

—Utilice mi despacho todo el tiempo que necesite —respondió Kelson. Entonces, se volvió hacia Grace—. El agente Santini te ha apartado del caso en el que estabas trabajando. Aquí tienes el informe del jefe que te lo confirma y te asigna este nuevo caso —añadió, entregándole el papel que había estado leyendo cuando Grace entró en el despacho—. Mantenme informado.

—Sí, señor.

Grace metió el papel en el archivo que llevaba en las manos y observó cómo su jefe se marchaba del despacho y cerraba la puerta. Deseó poder hacer lo mismo, pero respiró profundamente y se dio la vuelta para mirar a Mark y comprobó que él la estaba observando de la cabeza a los pies.

—Ese disfraz de ancianita te da un aspecto muy interesante, Grace.

—Engaña a un montón de carteristas —replicó ella. Trató de encontrar algo más que decir, pero no lo halló.

Físicamente, el agente especial Mark Santini había cambiado un poco en aquellos seis años. Llevaba el cabello, tan espeso y tan negro como el de la propia Grace, aún peinado hacia atrás, pero algo más corto. Las sienes se le habían empezado a teñir de gris. Los ángulos de su rostro eran más agudos y las ojeras que presentaban indicaban falta de sueño, pero, a pesar de todo, seguía resultando tremendamente atractivo. Siempre le había gustado ir muy bien vestido, como indicaba el caro traje hecho a medida que llevaba puesto. Sin embargo, el abrigo le quedaba algo ancho a pesar de sus anchos hombros y los pantalones le estaban algo grandes, como si hubiera perdido peso. No obstante, en vez de darle un aspecto desaliñado, lo hacía parecer más accesible y relajado.

Por su parte, Grace estaba todo menos relajada. Mark estaba tan cerca que podría haber extendido la mano para tocarlo, para palpar al hombre que había irrumpido en su vida con tal fuerza que muy pronto ella había empezado a considerar dejarlo todo. Aunque no lo había hecho, él había permanecido en las sombras, como una presencia espectral que había estado a punto de destruir su matrimonio con Ryan Fox.

Grace había amado a Ryan con todo su corazón, hasta las profundidades de su alma. Sólo pensar en las dudas que él había tenido por el irreflexivo comportamiento que ella había mostrado hacia Mark provocaba que el corazón volviera a rompérsele en mil pedazos.

Trató de apartar el resentimiento que siempre acompañaba a aquel pensamiento. Lo que había ocurrido años atrás había sido culpa suya, no de Mark. Él no tenía ni idea de que se había vuelto temporalmente loca y que había tomado la decisión de arrojar el sueño de toda una vida para unirla a la de él. No sabía que la historia que ambos habían compartido había hecho temblar los cimientos de su posterior matrimonio.

—¿Cómo estás, Grace?

—Bien —respondió ella, utilizando el mismo tono impersonal—. ¿Y tú? —añadió. Resultaba extraño que dos personas que habían sido amantes apasionados pudieran compartir una cortesía propia de personas que se conocen por primera vez.

—Ocupado. Eternamente ocupado. Sentí mucho la muerte de tu esposo. Te envié una tarjeta. Espero que la recibieras.

—Así fue. Gracias —respondió ella, recordando los montones de flores y tarjetas que había recibido cuando Ryan murió en cumplimiento de su deber.

Con deliberación, se giró para colocar el expediente sobre la otra butaca. Utilizó aquel instante para tranquilizarse. No quería volver a revivir aquel instante tan doloroso de tres años atrás, cuando perdió tanto.

Cuando se volvió para mirarlo, tenía una expresión serena en el rostro. Entonces, notó el aroma familiar de la colonia que él llevaba puesta. Rápidamente, se le formó un nudo en el estómago que desapareció enseguida. Maldita sea. ¿Qué hombre llevaba el mismo aftershave durante seis años consecutivos? Para apartar la conversación de ella y de lo que estaba sintiendo, dijo:

—No dudo que estés muy ocupado, considerando toda la publicidad positiva que le has reportado al FBI durante los últimos dos años. Resolver el caso del bebé de Boston debió de convertirte en la estrella de la Unidad de Delitos Contra Menores.

—En la resolución de ese caso participaron muchos otros agentes de la UDCM, pero yo fui simplemente al que eligieron para dar las ruedas de prensa.

No era de extrañar. Grace estaba segura de que le habían asignado aquel trabajo porque poseía el perfil de lo que los medios de comunicación creían que era un agente especial del FBI: alto, atlético y guapo. Bien vestido y arreglado. Santini poseía una imagen arrebatadora tanto en la pantalla como en las fotografías de los periódicos.

«Y en persona», admitió Grace, de mala gana. Su arrolladora belleza la había atraído desde el primer momento en el que lo vio, seis años atrás. Por aquel entonces, Mark trabajaba en las oficinas que el FBI tenía en Oklahoma. Grace acababa de conseguir el ascenso a detective y los dos formaban parte de una fuerza especial en la que se aglutinaban varios cuerpos de policía. El respeto que desarrollaron por sus respectivos trabajos se transformó en amistad y muy pronto se convirtieron en amantes, atraídos por una pasión que, con frecuencia, le había parecido a Grace mucho más fuerte que ambos.

Muy pronto, Mark consiguió el traslado que tanto deseaba a la UDCM en Quantico, Virginia. Entonces, desapareció para siempre. Un hombre sin raíces, sin vínculos, al que su vida de lobo solitario le resultaba muy cómoda. ¡Qué diferente habría sido su vida con Ryan si se hubiera olvidado de Mark tras rechazar su oferta de mudarse a Virginia con él!

En aquel momento, Santini quería volver a trabajar con ella. Después, volvería a marcharse sin mirar atrás. Como antes. Sin embargo, en aquella ocasión, Grace tenía muy bien aprendida la lección de mantenerse firme con sus prioridades.

—Mark, si pudieras informarme rápidamente del caso te lo agradecería —dijo ella, tras mirar el reloj—. Esta noche, tengo que ocuparme de un asunto familiar que no puedo posponer.

—¿Cómo está tu familia, Grace?

—Todos bien —contestó—. Josh, Nate y Bran han sido ascendidos en los últimos dos años. Morgan y Carrie están en el cuerpo y, además, prometidas con policías.

—¿Hay alguien el clan McCall que no forme parte de los cuerpos de seguridad del estado? —preguntó él, con una sonrisa.

—Mi abuela y mi madre.

—Ellas tienen puntos extra por estar casadas con policías.

—Sí…

Mark no le había contado nada sobre su pasado, ni siquiera cuando eran amantes. Sólo le había dicho que había tenido una infancia difícil. Jamás le había hablado de sus padres y, por lo que ella sabía, no tenía más familia, por lo que no había razón para preguntar sobre los suyos. Sin embargo, las cosas podrían haber cambiado. Le miró la mano izquierda y vio que no llevaba anillo.

—¿Y tú?

—No me he casado con una policía.

—Brenda no era policía.

—Brenda… —dijo él, como si estuviera tratando de recordar a la hermosa rubia de la que Grace se acordaba perfectamente—. No me he casado con nadie. El trabajo no me deja mucho tiempo para la vida personal.

Grace estaba pensando que, efectivamente, el trabajo siempre había sido lo más importante para Mark cuando el busca que él llevaba empezó a sonar. Mark se lo sacó del cinturón, miró la pantalla y se apretó los ojos con los dedos.

—¿Algún problema? —preguntó Grace.

—Es una llamada sobre el secuestro de un niño en el que estoy trabajando en California —respondió, mientras se volvió a colocar el busca en el cinturón—. Mi instinto me dice que se acaba de convertir en un asesinato.

—Si tú te estás ocupando de ese caso, ¿por qué no estás allí?

—Porque mi jefe me llamó a última hora de anoche para decirme que el director me quería aquí. Me monté en un avión a primera hora de la mañana. Ya sabes cómo es esto, Grace. En nuestro trabajo, tenemos que hacer lo que nos mandan. Ir a donde nos envían.

—Precisamente por eso me he pasado yo el día andando por el aparcamiento de un centro comercial vestida de abuelita —replicó ella—. Bueno, ¿por qué no me informas sobre el caso que ha empujado al director del FBI a enviarte a Oklahoma y me explicas por qué le has pedido a mi jefe que yo trabajara contigo?

—El caso es una patata caliente política que tiene que ver con la muerte de una joven. Su padre es muy poderoso y ha ejercido sus influencias. Por eso estoy aquí —dijo él, antes de mirar el reloj—. Dado que yo tengo que llamar a California y tú no tienes mucho tiempo, creo que dejaremos nuestra reunión para mañana. En cualquier caso, no hay nada que podamos hacer esta noche. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, me puse en contacto con el Departamento de Policía de Oklahoma porque hace mucho tiempo aprendí que resulta muy útil tener a alguien de la policía local en cualquier investigación en la que trabajo. La razón por la que te pedí a ti es muy sencilla. Necesito un policía local que no sólo sea bueno, sino también inteligente. Alguien de quien pueda estar seguro que no va a estropear un caso muy delicado.

—Resulta agradable saber que confías tanto en mis habilidades.

—Siempre he tenido una gran fe en ti. Personal y profesionalmente.

Dado que él nunca se había abierto lo suficiente como para decirle lo que sentía hacia ella, aquello era una novedad.

—Tenemos una citación a las ocho de la mañana —añadió él—. Tenemos que reunirnos antes para que te pueda poner al día. Puedes venir a mi hotel a las siete o yo puedo ir a tu casa para recogerte. Tú eliges.

Grace se pasó la lengua por los labios. Estaba convencida de que el equipo local siempre llevaba ventaja. Considerando los nervios que sentía en el estómago, le resultó preferible quedarse en su terreno.

—En mi casa —respondió. Le dio la dirección y tomó el archivo que había dejado encima de la mesa. En aquel momento, Mark se le acercó y ella pudo comprobar que las ojeras que lucía en el rostro eran aún más pronunciadas.

—Lo que he dicho era en serio, Grace.

—¿A qué te refieres?

—Tengo muchas ganas de volver a trabajar contigo.

Grace contuvo el aliento. Cuanto más tiempo pasaba en su presencia, más intranquila se sentía. Tenía razón en lo que había dicho sobre los policías. A ella no le quedaba más remedio que trabajar con él.

Realizaría su trabajo. Aunque el tiempo no parecía haber mitigado la atracción física que sentía por Mark, no podía consentir que aquello tuviera importancia alguna. No podía permitir que él volviera a afectarla. Él se volvería a marchar. En cuanto terminaran aquel caso, él desaparecería.

Una vez, había estado a punto de enamorarse de Mark Santini. Se había pasado años luchando contra el interminable ciclo de culpabilidad que se unía inexcusablemente a aquella relación. No volvería a cometer el mismo error. El hombre que estaba a pocos centímetros era historia. Ella era una mujer completamente diferente y estaba dispuesta a seguir adelante con su vida.

Mañana estaría mucho mejor. La sorpresa de ver a Mark se habría desvanecido y volvería a tener los pies en el suelo. En aquellos momentos, necesitaba alejarse de él, necesitaba tiempo para poder enfrentarse a los cientos de recuerdos que la acosaban en aquellos instantes.

—Hasta mañana —dijo ella.

—Sí.

Grace se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Mientras avanzaba, sintió que los ojos de Mark la acompañaban.

El tiempo pasaba. Los acontecimientos y las personas se terminaban convirtiéndose en más o menos importantes de lo que fueron en su momento. Grace quería creer que aquel hombre que había emergido tan inesperadamente del pasado se había hecho tan poco importante que se había convertido prácticamente en invisible. En un mero punto de la pantalla de un radar. Quería creer que Mark Santini era tan insignificante que su presencia no tendría efecto alguno en el futuro.

Sin embargo, el modo en el que latía su corazón le hacía pensar a Grace que ése no sería precisamente el caso.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente, mientras conducía su coche de alquiler por las calles de la ciudad de Oklahoma, Mark iba pensando que el rostro de Grace había sido un libro abierto. Se había quedado atónita al verlo en el despacho de su jefe. Considerando que habían pasado casi seis años desde la última vez que se vieron, la reacción era más que comprensible.

Habían sido amantes.

Apretó la mandíbula mientras los limpiaparabrisas retiraban la nieve del cristal con una constante cadencia. Lo que más lo preocupaba era que ella debería haber sido la única sorprendida. La única que se enfrentara a sus sentimientos. No había sido el caso. No había sido como Mark esperaba.

Maldita sea. Él había sabido que ella entraría por la puerta del despacho en cualquier momento. Había estado preparado para su llegada. Sin embargo, en el instante en el que la vio, había sentido la sacudida de una descarga eléctrica. Se había pasado una vida entera moderando sus emociones, de tal manera que nada lo pillaba nunca desprevenido.

Grace McCall-Fox lo había hecho. No le gustaba pensar que sólo verla lo había afectado tan profundamente. Tenía que admitir que ella era la única mujer por la que había sentido algo más que atracción física. Mientras eran amantes, había preferido no analizar la intensidad de las emociones que lo habían atraído hasta ella. Le había costado mucho admitir que la relación que tenía con Grace era la primera que no parecía poder romper limpiamente. Por eso, cuando le llegó el traslado a la UDCM, le pidió que se fuera al Este con él.

Grace había respondido que no. Comprensible, dado que su mundo giraba en torno a su grande y ruidosa familia. Además, había estado la tradición familiar. Casi todos los McCall había servido en el cuerpo de policía de Oklahoma. Para Grace, aquello había sido el sueño de toda una vida, un sueño al que le resultaba imposible renunciar.

Él había aceptado fríamente la decisión que ella tomó. No hizo esfuerzo alguno por conseguir que cambiara de opinión. Lógicamente, sabía que su ascenso a la UDCM significaba que se pasaría la mayor parte del tiempo viajando, dejando a Grace sola en una ciudad desconocida. Por eso, no la había culpado cuando ella rechazó su oferta. Grace se llevaba la peor parte del trato. Como consecuencia, había tratado de olvidarse de Grace sumergiéndose de lleno en su trabajo. Además, él no era el único que había seguido con su vida. Grace se había casado con un policía, al que enterró tres años más tarde.

Por su parte, Mark se había pasado aquellos años acumulando una sólida reputación en las fuerzas de seguridad, junto con días de permiso sin utilizar. No tenía raíces, ni familia, ni una mujer que esperara su regreso a casa. Aquél era el estilo de vida que deseaba. Trabajaba caso tras caso, inmerso en un interminable ciclo de niños maltratados, secuestrados y asesinados. Niño tras niño, cadáver tras cadáver. Delito tras delito.

El horror que encontraba en su trabajo jamás lo sorprendía. Había crecido conociendo de primera mano que el mal caminaba sobre la faz de la tierra. Conocía demasiado bien el terror que sufre un niño a merced de un monstruo. Años más tarde, se había enterado que la mayoría de los habitantes de la pequeña ciudad en la que había crecido habían sabido las palizas que había tenido que soportar, pero habían preferido mirar al otro lado. Se había enrolado en el FBI con el deseo de capturar a tantos abusadores de menores como le fuera posible.

Sin previo aviso, la fatiga se apoderó de él. Lo que necesitaba era descansar bien durante una noche, pero hacía mucho que había perdido la esperanza de conseguirlo.

Durante el pasado año, ¿o acaso eran ya dos?, había tenido un sueño recurrente, en el que veía imágenes de las víctimas de todos los casos en los que había trabajado mientras estaba en la UDCM. Un desfile interminable de niños, de monstruos. El sueño era como el ácido, que lentamente iba recortando las horas que dormía cada noche, hasta el punto de que, si conseguía descansar, el sueño era muy intranquilo. Se le había olvidado la última vez que había dormido la noche entera. Se le había olvidado lo que era comer sin que el estómago le ardiera como una antorcha. Había perdido mucho peso dado que sólo comía porque tenía que hacerlo. Iba de delito en delito, de habitación de hotel en habitación de hotel, despertándose en camas extrañas cubierto en sudor por un sueño que lo perseguía incansablemente.

Miró al cuaderno para comprobar la dirección que Grace le había dado y giró a la derecha. Maldita sea, debería estar en California, trabajando en el caso de secuestro que, tal y como él se había imaginado, se había convertido en asesinato cuando el cuerpo de la niña había sido encontrado. O tal vez se lo necesitaba más en Nueva Orleáns, donde habían desaparecido tres niños en un mes. O en una pequeña ciudad de Alaska, donde un asesino hacía presa en chicas jóvenes.

Mark sintió otro temor provocado por la fatiga. Todos aquellos casos tenían prioridad. En cada uno de ellos, el tiempo era algo fundamental. Sólo desear, necesitar, estar en otro lugar agravaba su frustración y su agotamiento.

Tal vez, sólo tal vez, no estaba completamente seguro de poder enfrentarse a Grace, no después del modo en el que había reaccionado cuando la vio el día anterior. Era consciente de que su disfraz de anciana no había conseguido aplacar la sacudida que había sentido al verla entrar en su despacho. Nadie tenía que recordarle el fascinante cuerpo que ocultaba aquel vestido gris. Había reaccionado del mismo modo en el que lo había hecho cuando la conoció. Atracción instantánea. Un deseo ardiente e inmediato de tocarla. Puro deseo.

Lo más probable era que hubiera cometido un error al pedir que fuera Grace la que colaborara con él en aquella investigación. Sin embargo, lo hecho, hecho estaba. No había modo alguno de cambiarlo.

Localizó por fin la dirección y aparcó delante de una casa de dos plantas, que, a pesar de la nieve, resultaba muy acogedora. Había cuatro coches aparcados en el acceso al garaje, uno de los cuales era un coche patrulla. Con tantos policías en la familia, Mark no se aventuró a adivinar de quién se trataba.

En vez de salir del coche de alquiler, se quedó allí, observando la casa y tratando de conjurar una imagen de Grace.

Su rostro siempre le había producido una cierta fascinación. Los marcados pómulos, altos y tensos bajo la dorada piel y una nariz ligeramente aguileña, acompañada de una angulosa barbilla. Ademas, estaba la boca, una boca gruesa, deliciosa y húmeda. Una boca que lo había empujado al abismo del placer en innumerables ocasiones.

Al recordar el aguijonazo del deseo, cerró los ojos. La respuesta que había tenido hacia Grace el día anterior estaba basada exclusivamente en el deseo. Después de todo, era una mujer muy hermosa con la que se había visto implicado en innumerables sesiones de apasionado sexo. No había estado con una mujer en mucho tiempo, por lo que era normal que hubiera respondido así a la que una vez había tenido el poder de calentarle la sangre con tan sólo una mirada o una caricia.

—Dios Santo —musitó, cuando el anhelo sobre aquella parte de su pasado se despertó dentro de él. No sabía lo que estaba ocurriendo, pero no lo necesitaba.

Apagó el motor del coche, se quitó un guante y se pasó una mano por el rostro. A juzgar por lo que sabía en aquellos momentos del caso en el que Grace y ella estarían trabajando, probablemente no estaría en la ciudad el tiempo suficiente como para poder hacer nada al respecto. Se ocuparían de lo que tenían que hacer y entonces, como siempre, él seguiría con su camino, lo que era lo mejor para todos.

Tomó la carpeta que llevaba en el asiento del copiloto y salió del coche en medio de un remolino de nieve. El gélido aire le quemaba las mejillas y le arañaba la garganta como si fueran esquirlas de hielo. Con rapidez se acercó a la casa y subió el pequeño tramo de escaleras. Tras limpiarse los zapatos en el felpudo, llamó al timbre. Fue Brandon McCall quien abrió la puerta.

—Vaya, vaya, el gran Santini. No me gusta admitirlo, pero me alegro de verte.

—Y yo también —replicó Mark. De los tres hermanos de Grace, Bran era al que más apreciaba—. Por mucho que me cueste admitirlo.

Mark entró en la casa e, inmediatamente, se sintió asaltado por el cálido aroma de la canela y del pan recién hecho.

—Huele bien, ¿verdad? —comentó Brandon.

—A gloria —afirmó Mark. Se colocó la carpeta debajo del brazo y se quitó los guantes. Se dio cuenta de que la boca había empezado a hacérsele agua, una sensación que ya casi no recordaba. Era una pena que su estómago no pudiera aceptar nada más que los alimentos más simples.

—Estuve a punto de desmayarme cuando Grace me dijo que estabas en la ciudad —dijo Bran, tras tomar un sorbo de café de la taza que llevaba en la mano—. Jamás creí que volvería a ver tu feo rostro.

—Tuve que venir a Oklahoma para comprobar si aún pierdes todos los partidos de fútbol en los que juegas —replicó Mark mientras se quitaba el abrigo.

—Típico de un federal. No tienes más que información inútil en la cabeza —bromeó Bran—. Veo que sigues llevando trajes y corbatas de niño bonito.

Mark observó el impecable uniforme que Bran llevaba puesto.

—Al menos uno de los dos va bien vestido mientras realiza su trabajo —replicó.

—Te aseguro que yo jamás me atrevería a competir contigo en lo de ir bien vestido —dijo Bran, tras soltar una carcajada—. Grace ha preparado café. Vamos a la cocina y, de paso, dejaremos tu abrigo en el salón.

—Gracias.

Mark siguió a Bran por el pasillo y vio cómo éste se detenía delante de una puerta adornada con un arco.

—Deja el abrigo encima del sofá.

Mark entró en el salón, que estaba decorado muy acogedoramente con hermosos muebles y plantas, y dejó el abrigo sobre el sofá. Inmediatamente, le llamó la atención el enorme árbol de Navidad que decoraba la estancia.

Recordó que su madre jamás se había molestado en poner adornos navideños ni en comprar regalos, porque adquirirlos hubiera recortado el dinero que se gastaba en su apreciado alcohol. Ni siquiera cuando se compró su piso se había molestado en poner árbol de Navidad. No había razón, dado que pasaba la mayoría de las Navidades viajando a los lugares donde ocurrían los crímenes.

Casi un año antes, Bran le había enviado un correo electrónico en el que le decía que se había casado con una detective privado. Estaba a punto de preguntarle cómo le iba la vida de casado cuando vio que, sobre el sofá, había un edredón doblado y una almohada. Sobre la mesita de café, había un libro escrito por un autor que le gustaba especialmente a Bran. Recordó que el coche patrulla tenía sobre el techo la misma cantidad de nieve que los otros, lo que significaba que había estado aparcado allí toda la noche. Como parecía que Bran había dormido en el sofá, preguntarle sobre su esposa no parecía lo más adecuado.

—Bonita casa —comentó.

—Sí —afirmó Bran—. Ahora casi resulta imposible creer que era una completa ruina cuando Carrie y Morgan la compraron.

—Creía que ésta era también la casa de Grace.

—Al principio no. Carrie y Morgan la compraron el día antes de que Ry fuera asesinado. ¿Conociste a Ryan Fox mientras estuviste trabajando aquí?

—No, pero tengo entendido que era un buen policía.

—Uno de los mejores —le aseguró Bran, con expresión sombría—. Grace lo encontró segundos después de que un ladrón de coches drogado le disparara. El hecho de que Ry muriera estuvo a punto de costarle la vida a ella y… Bueno, Grace vendió la casa que ellos poseían y contribuyó a la compra de ésta. Reparar esta casa se convirtió en un proyecto para toda la familia. Nos vino muy bien pasar tanto tiempo juntos. Bueno, ojalá no tuviera prisa —añadió, tras mirar el reloj—, pero tengo una rueda de reconocimiento a las ocho y quiero llevarme uno de los rollitos de canela de Morgan.

Condujo a Mark a través de un pequeño comedor hasta llegar la cocina. Justo en aquel momento, Grace entró en la estancia a través de una puerta que había en la pared opuesta. Llevaba un jersey color cereza muy ajustado, pantalones negros y unas prácticas botas negras de tacón bajo. Del cinturón colgaban la placa y la pistola reglamentaria. El cabello, libre ya de las mechas grises del día anterior, le llegaba por los hombros y tenía un aspecto tan negro y brillante como la reluciente solapa de un esmoquin.

—Buenos días, Mark —dijo, con voz cálida.

—Buenos días.

—Ponte cómodo —añadió, indicándole uno de los taburetes que había alrededor de la isleta que ocupaba el centro de la cocina. Mark notó que el aspecto atónito del día anterior había desaparecido y que lo contemplaba con ojos tranquilos.

—Gracias.

—¿Quieres uno? —le preguntó Bran, tras meter la mano en la cesta en la que se encontraban los pastelillos de canela—. Acaban de salir del horno.

—No, gracias.

—Tú te lo pierdes —repuso Bran. Entonces, dio un beso a su hermana en lo alto de la cabeza—. Dile a Carrie y a Morgan que las veré más tarde.

—Claro. ¿Vas a cuidarte? —le preguntó Grace. Una sombra le había pasado por encima del rostro.