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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Linda Turner

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Inmersos en el deseo, n.º 244 - noviembre 2018

Título original: Beneath the Surface

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-228-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

AL otro lado de la cafetería del instituto, la orquesta se lanzó a interpretar uno de los grandes éxitos de los años ochenta y los alumnos del Liberty Hill High School que se graduaron en el año 1988 aplaudieron la canción y gritaron entusiasmados.

Abby Saunders, que estaba de espaldas a la pista de baile hablando con sus amigas, no tuvo que girarse para oír lo que Dennis Coffman, su cita de aquella noche, dijo.

—¿Dónde está el bellezón con el que he venido? ¡Las entradas de este baile me han costado una fortuna y todavía no he podido bailar contigo ni una vez! Abby, ¿me oyes, preciosa? Ya basta de hablar. Venga, vamos, a bailar. Quiero tener entre mis brazos ese maravilloso cuerpo tuyo.

Abby sintió que las mejillas le ardían. Le hubiera encantado hacer un agujero en la tierra y desaparecer.

No debería haber ido a aquel baile y, menos, con Dennis, que era un hombre al que le encantaba llamar la atención para integrarse en el grupo, pero que lo único que conseguía con sus esfuerzos era precisamente quedar fuera.

Lo que había ocurrido era que a Abby no le había apetecido ir sola y lo había invitado a acompañarla.

No debería haberlo hecho porque sus cumplidos, demasiado exagerados, no eran ciertos, y cuando hablaba de dinero, algo que hacía demasiado a menudo, daba vergüenza ajena.

Abby, que estaba sentada a una mesa al fondo de la cafetería con Lily, Natalie y Rachel recordando viejos tiempos, sabía que sus amigas estarían preguntándose qué demonios hacía yendo al baile con él.

Ella se había hecho la misma pregunta varias veces durante los últimos meses y la respuesta era siempre la misma: no quería pasarse la vida sola.

Por desgracia, no tenía mucha confianza en sí misma como mujer ya que era muy delgada, tenía muy poco pecho y no creía interesar en absoluto a los hombres… excepto a Dennis.

Cuando comenzaron a salir, intentó convencerse de que todo el mundo tenía defectos y de que, al menos, Dennis no bebía ni le era infiel.

Se había intentado convencer de que aunque fuera un tipo bravucón y arrogante al que le encantaba hablar a gritos y presumir de dinero podría vivir con ello, pero ahora no estaba tan segura.

Le daba vergüenza haber ido al baile con él y la hacía sentirse muy mal porque sabía perfectamente cómo era Dennis y, aun así, lo había invitado.

Todo aquello era culpa suya.

De repente, tuvo la urgente necesidad de salir de allí, así que se puso en pie.

—No me apetece bailar —le dijo a Dennis en voz baja—. La verdad es que no me encuentro muy bien. ¿Te importa que nos vayamos?

—No te puedes imaginar lo feliz que me hacen tus palabras —contestó él—. No es que me alegre de que no te encuentres bien, pero, la verdad, esto es una porquería.

—Dennis…

—Es la verdad. Espérame aquí mientras voy a buscar el coche para llevarte a un sitio donde puedas comer bien, porque supongo que por eso te estás encontrando muy allá. No sé quién se ha encargado del catering, pero te aseguro que ni mi perro se hubiera comido lo que han servido.

Y, tras haber dicho aquello en voz bien alta, Dennis salió de la cafetería sin darse cuenta de las miradas hostiles que lo despedían.

Abby sí se dio cuenta.

—Lo siento mucho —se disculpó ante sus amigas—. Ha sido un error venir con él.

—No te disculpes —le dijo Lily—. Tú no tienes la culpa de lo que haga otra persona.

—Pero lo he traído yo y no debería haberlo hecho.

—Tenías derecho a traer a quien te apeteciera, Abby —le aseguró Natalie—. Lo que pasa es que a mí, personalmente, me gustaría que te tratara mejor.

—No es tan malo como parece, de verdad —insistió Abby a pesar de las miradas escépticas de sus amigas—. Lo que le pasa es que es muy inseguro. Creo que por eso alardea tanto, para sentirse mejor.

—Tú no haces eso y también eres una persona muy insegura —apuntó Rachel.

—Tienes razón —admitió Abby—. Yo soy la inseguridad personificada, pero, al menos, no voy por ahí gritando. Yo lo único que hago es elegir mal a los hombres.

—Creo que en eso estamos todas más o menos igual porque yo me he pasado toda la vida pasando de un hombre controlador a otro, parece que me persiguen —comentó Lily.

—Bueno, lo mío es todavía peor —intervino Rachel—. Al menos, vosotras no os habéis pasado años intentando quedaros embarazadas de un hombre que se había hecho la vasectomía y que no os lo había dicho. Imaginaos lo imbécil que me sentí cuando me enteré.

—Si se trata de sentirse imbécil, creo que yo me llevo la palma —dijo Natalie—. Me pasé varios años trabajando como una burra para pagarle la universidad a mi marido porque teníamos el trato de que, en cuanto él consiguiera hacerse abogado y ganara dinero, sería yo la que estudiaría, pero cuando se graduó utilizó sus conocimientos legales para divorciarse de mí y ahora vive con una abogada y ni siquiera me paga la manutención de los niños.

—Todas hemos cometido errores —dijo Lily—, pero lo peor que podemos hacer es flagelarnos por ello.

—Ahora, somos dueñas de nuestros destinos —añadió Natalie—. Lo único que tenemos que hacer es creer en nosotras mismas e ir a por ello.

Abby suspiró.

—Eso era lo que creía que estaba haciendo cuando empecé a salir con Dennis.

Rachel enarcó una ceja.

—Cuando sueñas con conocer a un hombre maravilloso del que te enamoras, ¿sueñas que sea como él?

Abby no se lo pensó dos veces antes de contestar.

—No, en absoluto.

—Entonces, ¿por qué sigues saliendo con él? —le preguntó Natalie con el ceño fruncido.

En aquel momento, Dennis aparcó el coche en la puerta de la cafetería y accionó el claxon de manera ostentosa.

Abby tragó saliva.

Era obvio que jamás se enamoraría de aquel hombre. Estaba perdiendo el tiempo con él.

Cortar su relación con él no era problema, pero ¿cómo iba a creer en sí misma cuando nunca lo había hecho antes?

Ni siquiera sabía por dónde empezar.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO seas tan cobarde! —se dijo Abby a sí misma—. La gente recurre a agencias matrimoniales constantemente y no pasa nada. ¡Sólo hay que llamar por teléfono y ya está!

Parecía fácil, pero lo cierto era que Abby se estremecía con sólo pensar que tenía que volver a salir con un hombre.

Odiaba las citas.

No se le daban bien.

Los hombres buscaban mujeres con curvas, personalidad y atractivo sexual y ella no tenía ninguna de aquellas tres cosas.

Por supuesto, no se tenía por un desecho humano ya que sabía que era agradable y divertida, pero con los hombres no se sentía segura de sí misma.

Y todo por culpa de su madre.

—Estoy segura de que hubo un error en el hospital. Tú no puedes ser mi hija. Eres delgada como un palo, tienes la cara llena de pecas y eres pelirroja. Yo siempre he sido guapísima, a diferencia de ti.

Incluso ahora, veintitrés años después, Abby seguía viendo a su madre atusarse el pelo y acicalarse delante de ella como si fuera una estrella de cine.

Al estar única y exclusivamente pendiente de sí misma, no se había dado cuenta del daño que le estaba haciendo a la autoestima de su hija de diez años.

—Te voy a dar un consejo, cariño —le había dicho su madre muchísimas veces—. Aprende todo lo que puedas en el colegio y búscate un buen trabajo, porque lo vas a necesitar; ningún hombre en su sano juicio va a querer casarse contigo.

Abby se había negado siempre a creer las palabras de su madre pero, desgraciadamente, el tiempo le había dado la razón.

Tenía treinta y tres años y podía contar con los dedos de una mano con cuántos hombres había salido.

Sólo por eso, había accedido a salir con Dennis.

Había tenido muy claro desde el principio que, desde luego, no era el príncipe azul que ella estaba esperando, pero estaba muy cansada de estar sola.

Dennis no era siempre desagradable, a veces era considerado. Aunque su constante alardear la sacaba de quicio y aquel hombre era todavía más inseguro que ella, Abby había aprendido a cerrar los ojos y a decirse que, tarde o temprano, todo iría bien.

Pero entonces lo había visto a través de los ojos de sus amigas en la fiesta del colegio y no tuvo más remedio que enfrentarse a la verdad.

Podía seguir saliendo con él toda la vida, pero Dennis no iba a ser jamás el tipo de hombre al que ella amara.

Salía con él única y exclusivamente porque no quería estar sola y eso no era justo para ninguno de los dos.

Por eso, en cuanto volvieron de Austin tras asistir a la fiesta, lo dejó.

De aquello hacía dos meses y, desde entonces, no había vuelto a salir con un hombre.

«¿Y a qué esperas?», le preguntó aquella irritante vocecilla interior. «Si quieres salir con un hombre, vas a tener que currártelo porque no va a venir a buscarte a tu casa. Por una vez en tu vida, arriésgate y ve a por lo que quieres. Descuelga el teléfono y llama a la agencia matrimonial. ¡Es la única manera que tienes de encontrar a alguien!».

La vocecilla tenía razón pues Abby no tenía muchas oportunidades de conocer a gente; nunca le habían gustado los bares y una vez que se le había ocurrido apuntarse al club de la iglesia del barrio lo único que había conseguido había sido que un viudo de más de cincuenta años se fijara en ella porque estaba buscando una mujer que lo ayudara con su rebelde hija adolescente.

Al menos, recurriendo a una agencia matrimonial, tendría oportunidad de conocer a un hombre más o menos de su edad que compartiera sus mismos intereses.

¿Qué tenía que perder?

Así que, con el corazón en un puño, abrió el listín telefónico, pero justamente en ese momento Martin James, su jefe, que llevaba veinte minutos hablando con un cliente, entró en su despacho.

Por la cara que traía, Abby comprendió que algo no iba bien.

—¿Problemas? —le preguntó.

—Lo de siempre —gruñó su jefe—. Ya me las apañaré, pero necesito que me hagas un ingreso en el banco.

—Muy bien —contestó Abby.

Su jefe se acercó a la mesa y dejó sobre ella un voluminoso sobre.

—¿Necesitas que lo haga antes de las dos?

—Cuando te venga bien, pero en el transcurso del día de hoy —contestó su jefe fijándose en el listín telefónico—. ¿Vas a llamar a una agencia matrimonial?

Abby se sonrojó de pies a cabeza y estuvo a punto de negar lo evidente, pero se dijo que no había motivo para sentirse avergonzada.

—Sí —admitió con dignidad.

—¿Estás segura? Me han dicho que son bastante caras. Si quieres, yo te podría presentar a algún amigo.

Si cualquier otra persona le hubiera hecho aquella oferta, Abby había dado brincos de alegría, pero llevaba trabajando para aquel hombre tres años y habría conocido a algunos de aquellos amigos cuando lo habían ido a ver al despacho.

Se parecían mucho a él, eran encantadores, atractivos y sofisticados, pero también ligones que pasaban de una mujer a otra y que, obviamente, no tenía ninguna intención de tener una relación seria con ninguna.

Lo cierto era que un hombre como aquéllos era lo último que Abby quería. Sin embargo, no podía decírselo a su jefe.

—¿Estás de broma? Martin, tus amigos son guapísimos y solamente salen con mujeres tan guapas como ellos. Yo no estoy a su nivel.

—Eso no es cierto…

—No pasa nada —disimuló Abby—. Sé perfectamente que soy bajita, pelirroja y con gafas y una mujer como yo no sale con hombres guapos, altos y rubios, así que voy a llamar a la agencia matrimonial a ver si me encuentran un hombre normal y corriente que no esté buscando una Miss Universo. Yo sólo quiero alguien con el que salir a cenar e ir al cine, un hombre que ya haya hecho todas las locuras que tenía que hacer y haya ligado con todas las mujeres con las que le apeteciera, un hombre que quiera casarse y tener hijos y, sinceramente, no creo que tus amigos quieran eso ni de lejos.

—Eso es cierto —rió Martin sin ofenderse—. En cualquier caso, ten cuidado porque en esas agencias también hay muchos tipos raros —añadió poniéndose serio.

—Sí, no te preocupes.

—¿Y por qué no vas ahora mismo? —la animó Martin—. Sí, está decidido —añadió acercándose a su mesa, agarrándola de los hombros y poniéndola de pie—. Ve a hacer el ingreso al banco y tómate la tarde libre para ir a la agencia. Si Sonya y yo lo dejáramos algún día, creo que yo también lo haría.

Abby lo dudaba mucho, pero no había marcha atrás porque Martin se había lanzado, le había colgado el bolso del hombro, le había puesto el sobre en las manos y la había empujado hacia la puerta.

Así que no tuvo más remedio que irse.

 

 

Una hora después, tras haber realizado el ingreso en el banco, Abby no sabía si darle las gracias a su jefe o maldecirlo.

En cuanto había puesto un pie en la Right One Dating Service, Judy Lake, la recepcionista, se había abalanzado sobre ella y la había hecho pasar a un pequeño despacho.

No le había dado tiempo ni siquiera a sentarse cuando ya le estaba vendiendo la agencia matrimonial como si fuera el mejor invento desde la lavadora, animándola profusamente a que contratara sus servicios.

A Abby todo aquello le estaba pareciendo demasiado rápido y sus inseguridades no tardaron en hacer acto de presencia.

—No sé si estoy preparada —dijo poniéndose en pie—. Me lo pienso y te llamo.

—Por favor, no te vayas —le contestó Judy—. Lo que te pasa es que estás nerviosa, como todo el mundo al principio.

—No sé qué hago aquí —se lamentó Abby—. Soy un desastre con los hombres, sobre todo cuando no los conozco de nada. Cada vez que salgo con uno se me traba la lengua y parezco tonta. ¿Y ahora me quiero someter a esa tortura voluntariamente? ¡Debo de estar loca!

Judy sonrió.

—Si te pones así, te voy a tener que dar la razón. Te entiendo perfectamente. A ninguno nos gusta que nos rechacen.

—Efectivamente, así que dame una buena razón para seguir adelante.

—No te voy a dar una sino tres: marido, niños y final feliz. Jamás tendrás nada de eso si no te arriesgas.

De repente, Abby sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas pues eso era exactamente lo que ella siempre había querido.

—Perdón —se disculpó con los ojos brillantes—. Esto es muy duro.

Judy sonrió con comprensión y le acercó una caja de pañuelos de papel.

—He estado donde tú estás ahora y me he sentido exactamente igual que tú, pero cuando decidí contratar los servicios de la agencia mi vida cambió por completo.

—¿Así de fácil? —preguntó Abby sorprendida.

—No —admitió Judy—. Me llevó tiempo y esfuerzo, pero merece la pena. Si contratas nuestros servicios, te daremos un informe de todos los hombres con los que creemos que tendrías posibilidades. Te advierto que por escrito todos tienen buena pinta porque, por desgracia, incluso los canallas, machistas y aburridos pueden resultar atractivos; pero también te aseguro que entre ellos hay hombres que merecen mucho la pena. De ti dependerá encontrar al que sea perfecto para ti.

—¿Investigáis un poco qué tipo de gente es? Quiero decir, a un machista sé cómo tratarlo. Me preocupan más los pervertidos.

—Tienes razón en ser precavida. Efectivamente, pedimos un informe policial para comprobar que nuestros candidatos no tienen antecedentes penales. Si descubrimos algo que no nos gusta, no aceptamos su solicitud. Además, tienen que pasar una prueba psicológica. Si no nos gustan las respuestas, le sugerimos que acuda a otra empresa. Hacemos todo lo que podemos, llevamos trabajando diez años y nunca hemos tenido una queja —le explicó Judy—. ¿Qué me dices? ¿Te animas? Venga, te aseguro que no te arrepentirás.

Lo normal habría sido que Abby dijera que se lo pensaría, se fuera a su casa y, al final, no hiciera nada, porque le daba miedo arriesgarse.

¿Por qué era tan poco lanzada? Se había pasado la vida siendo cautelosa y prudente. ¿Y qué había conseguido?

¡Hombres como Dennis!

Ya estaba harta de esconderse en las sombras y salir con hombres espantosos porque estaba convencida de que no era lo suficientemente buena como para que alguien mejor se fijara en ella.

Era una buena persona, así que iba a dar un paso adelante porque se lo merecía, por sí misma.

Y si todo aquello resultaba ser un terrible error, viviría con ello y aceptaría las consecuencias de sus actos.

¡Al menos, le quedaría el consuelo de haberlo intentado, de haber intentado vivir de verdad y no haberse conformado con dejar la vida pasar!

—Muy bien, allá voy —dijo echando los hombros hacia atrás—. ¿Por dónde empezamos?

—Por la prueba psicológica —contestó Judy sonriendo—. Nos llevará unas dos horas… las primeras dos horas de tu nueva vida. Vamos allá.

Abby se preguntó si se había vuelto loca, pero aceptó la encuesta que Judy le acababa de dejar sobre la mesa y se puso a rellenarla.

 

 

Logan St. John miró a su hermano y a su hermana como si se hubieran vuelto locos.

—¿Que habéis hecho qué? —les dijo.

—No te enfades —se apresuró a decirle su hermana Patty—. Sólo queremos ayudarte.

—Nos tienes preocupados —añadió Carter, su hermano pequeño—. Desde que murió Faith, te has recluido y lo único que haces es trabajar, volver a casa y quedarte mirando su fotografía. Sabemos que la querías mucho, pero ya hace un año que murió y tú tienes que seguir adelante con tu vida.

—No pienso acudir a una agencia matrimonial —les aseguró—. Llamad a la persona con la que hayáis hablado y que os devuelva el dinero.

—Imposible —contestó Patty—. Ya nos advirtieron que no se devuelve la señal.

—Y nos ha salido bastante caro —añadió Carter diciéndole la cantidad.

Logan maldijo en silencio.

—¡Os habéis vuelto locos! ¿Os habéis parado a pensar que si quisiera salir con una mujer lo haría?

—Sólo queremos ayudarte —insistió Patty—. A lo mejor deberíamos habértelo preguntado antes, pero sabíamos que nos ibas a decir que no.

—¡Porque no quiero salir con nadie!

—No quieres salir con otra mujer porque todavía sigues pensando en esposa, pero Faith ha muerto y tú estás vivo.

—Lo estoy superando.

—Eso no es verdad —insistió su hermano—. Mírate. Hace meses que no te cortas el pelo, vas sin afeitar desde hace días y ya no te ríes nunca.

—He perdido a mi esposa en un accidente de coche —le recordó Logan—. Me enamoré de ella en el colegio y jamás miré a otra. Faith era todo lo que yo quería. ¿De verdad te crees que me importa un pimiento mi apariencia física?

—Precisamente por eso —intervino Patty—. No te importa ni tu apariencia física ni nada. Te has apartado de tus amigos y de tu familia, te has vuelto muy desagradable. Hace meses que no sonríes y eso me entristece. No eres el hermano con el que me crié, no eres el hombre del que Faith estaba enamorada.

—A ella no le gustaría verte así —insistió Carter.

Logan sabía que tenían razón.

A su mujer le encantaba vivir, reírse y hacer reír a todos los que tenía alrededor, sobre todo a él. Lo último que hubiera querido habría sido que se encerrara en casa a llorarla.

¡Pero seguía queriéndola! Siempre la querría. ¿Cómo iba a plantearse la posibilidad de salir con otra mujer si lo único que quería era estar con Faith?

—No pretenderéis que haga como si no hubiera existido —se quejó—. Aunque haya muerto, la sigo queriendo.

—Y lo entendemos —le dijo Patty—. Entendemos que siempre ocupará un lugar muy importante en tu corazón, pero tienes que salir adelante, tienes que seguir viviendo y tienes que conocer a otras mujeres. Por eso, hemos pensado que una agencia matrimonial sería lo mejor.

Logan se dijo que debería negarse. ¿Una agencia matrimonial? ¿Se daban cuenta sus hermanos de lo que le estaban pidiendo?

Tenía treinta y cinco años y sólo había besado a una mujer en su vida, sólo había hecho el amor con Faith, el amor de su vida.

¿Cómo iba siquiera a considerar invitar a otra mujer a cenar? Se iba a sentir como si estuviera cometiendo adulterio.

Pero sus hermanos habían pagado una increíble suma de dinero a la agencia matrimonial para intentar ayudarlo, así que no podía decirles que no.

—Debería mataros —protestó—. Deberíais habérmelo comentado antes de gastaros tanto dinero, porque ahora me habéis puesto en un aprieto.

—¿Eso quiere decir que vas a ir? —preguntó Carter sorprendido.

—¿Qué otra opción me queda? No puedo permitir que perdáis él dinero, pero os advierto que no va a salir bien porque es imposible que deje de querer a Faith.

Patty se acercó a él aliviada y lo abrazó con fuerza.