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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Judy Campbell

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enemigos y amantes, n.º 1199 - abril 2019

Título original: Jumping to Conclusions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-890-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO ME lo puedo creer! –exclamó Kathy Macdowell mientras miraba la nota que tenía en la mano–. ¡La única persona con la que no quiero trabajar de todo el mundo, y Harry Lord ha tenido que contratarlo! ¿Por qué tenemos que tener a ese… monstruo en la consulta?

Hizo una bola con la nota y la tiró a la papelera.

Lindy Macdowell sonrió a su hermana.

–¿Qué pasa con esa persona? ¿Es que tiene dos cabezas o algo así?

–Mira, estamos hablando del doctor William Curtis, sobrino de sir Randolph Curtis, y ya sabes lo que pienso de él. Es un mentiroso arrogante y egoísta que rompe sus promesas. Por lo que sé de su familia, él está hecho de la misma madera, así que seguramente William Curtis es un monstruo.

Lindy se pasó el chicle de un lado de la boca al otro y se encogió de hombros.

–¿Y cuál es el problema? No vas a tener que verlo mucho, ¿verdad? Me refiero a que, si él ve a sus pacientes y tú a los tuyos, no os tendréis que encontrar.

Kathy miró a la adolescente exasperadamente ¡Si llevar la consulta fuera así de sencillo!

–Para tu información, mi querida hermana, esta es una consulta asociada, no somos entidades separadas. Es muy importante que nos llevemos bien.

Pensó en todas las reuniones, todas las decisiones que había que tomar en grupo, y rio amargamente. ¡Tenía tantas posibilidades de llevarse bien con un Curtis como de llegar a la luna!

Lindy se miró al espejo de la cocina y empezó a dibujarse una línea espesa y negra alrededor de los ojos.

–¿Y por qué no le has dicho a Harry que ese tipo no se merece el trabajo? Si él supiera lo que piensas, seguramente conseguiría a otro.

Kathy suspiró.

–Ese es el caso, ¿no lo ves? Es evidente que ese hombre es muy competente. Ha estado trabajando en Zimbabwe y sus referencias son impecables. Pero seguramente sea tan creído e insoportable como su tío. Realmente no quiero tener nada que ver con esa familia. Y si no fuera por el hecho de que todos a los que hemos estado entrevistando no valían para el puesto y no necesitáramos ten desesperadamente a alguien…

–Bueno, ya está, a mí me parece bien. Los mendigos no se pueden permitir el lujo de elegir, ¿verdad? Harry está de baja por enfermedad y tú no puedes llevar la consulta sola. Tú estabas atendiendo una llamada domiciliaria cuando él entrevistó a ese tipo, así que no lo conoces, ¿verdad?

–Bueno, no, pero le dije a Harry que no podía soportar a la familia Curtis ¡y luego él no me hizo ni caso! Pero no servirá de nada tener una pelea con el pobre Harry ahora. Ya está bastante afectado por esa operación de bypass que le van a hacer y no quiero que se estrese más todavía.

Kathy se puso a secar entonces furiosamente una taza y el asa se rompió.

–Hey, tranquila –murmuró Lindy y tomó la taza de las manos de su hermana–. Tal vez te estés precipitando un poco. ¿Cómo sabes que te va a caer mal ese hombre? Puede que no sea como el viejo sir Randolph, tal vez sea un encanto de persona. alguien dedicado al bienestar de sus pacientes.

Kathy se rio sin humor.

–¡No me vengas con esas! Nunca he conocido a un solo miembro de esa familia que sea un encanto de persona. Todos ellos hacen solo lo que les apetece, sin importarles a quién le hacen daño con ello. Se creen que pueden pisotear a cualquiera que sea menos poderoso que ellos. Si nuestro primo pudiera conseguir el alquiler de esos campos de Randolph Curtis, podría incrementar los beneficios en un uno por ciento, pero no, ese tipo quiere transformar la finca en un complejo de vacaciones. ¡Eso es avaricia!

Se estremeció y se mordió el labio inferior. Ella sabía bastante de hombres poderosos, ¿no? De hombres que querían que todo fuera a su manera, que dominaban y controlaban, hombres como Randolph Curtis.

Apretó los puños. No debía pensar en eso ahora, aquello era parte del pasado.

Miró por la ventana de la cocina hacia las colinas que se veían a lo lejos y no pudo soportar pensar en que esa belleza se vería violada y se perdería para siempre.

Lindy, que se había pintado los labios de violeta, se puso las botas de plataforma, tomó su bolso y se dirigió a la puerta trasera.

–Te veré más tarde, Kathy. No dejes que lo de ese hombre te afecte tanto. Recuerda que el viejo sir Randolph no es tan malo, que me paga por cuidar sus caballos los fines de semana y después de clase. A veces es bastante generoso, me da dinero extra y me deja montar su mejor caballo. Tal vez su sobrino haya heredado, por lo menos, algo de lo bueno de su tío.

Kathy la vio alejarse hacia el pueblo con afecto. Parecía sacada de una película de miedo. ¿Por qué iba a importarle a Lindy a quién admitían en la consulta? Era doce años menor que ella y estaba metida de lleno en su propia y vibrante vida de discotecas, deporte y, tal vez, un poco de trabajo escolar.

Al principio había sido duro para las dos cuando su madre murió y Kathy tuvo que volver a Bentham para proporcionarle un hogar a Lindy. Ahora su hermana tenía dieciséis años y era muy distinta de la niña triste de hacía dos años. Y, para ser sincera, de alguna manera era más inteligente y menos impetuosa que ella misma.

Kathy miró la foto de su madre que había sobre la alacena. Estaba con ellas dos riendo a cada lado. Siempre que la miraba, sentía un nudo en las entrañas y pensaba en Randolph Curtis.

Un ruido afuera le llamó la atención y sonrió cuando vio un rostro canino apretarse contra la puerta de cristal del salón.

–Rafter, pobre chico. No he pensado nada en ti, ¿verdad?

Le abrió la puerta y le acarició la cabeza al perro.

–Muy bien, de acuerdo. Te daré un paseo. A mí también me vendrá bien un poco de aire fresco. Tal vez así deje de pensar en el asunto William Curtis. ¡Nos vendrá bien a los dos!

Tan pronto como tomó la correa, Rafter se apretó alegremente contra ella, saltando arriba y abajo.

Era una tarde de primavera y Kathy levantó la cabeza para respirar el frescor del aire. Tomaron un sendero que llevaba a las últimas casas del pueblo y, una vez fuera, le soltó la correa al perro. Salió como un cohete, en un vano intento de cazar algún conejo, hacia el canal que formaba la frontera de la finca de sir Randolph Curtis.

Poco a poco, Kathy dejó de pensar en su nuevo compañero de trabajo. Lindy tenía razón, siempre y cuando él realizara bien su trabajo, tal vez pudieran mantener una distancia profesional. Le sería difícil aceptarlo, ya que su experiencia pasada no podía dejar de afectar al presente, pero tendría que apretar los dientes. Lo cierto era que necesitaban ayuda en la consulta, desesperadamente, ya que no la podía llevar ella sola.

Rafter pareció desaparecer tras una colina, pero lo pudo oír ladrando histéricamente. Ese perro estaba loco, seguramente había perseguido a un conejo hasta su guarida. Los ladridos se hicieron más fuertes y Rafter reapareció perseguido por un pequeño Borde Terrier, que lo acosaba furiosamente.

Kathy se rio. Eran como David persiguiendo a Goliath.

–¡Tú, grandullón! –le gritó a Rafter cuando se pegó a ella aterrorizado–. ¿Es que no te las puedes arreglar con un pequeñajo como este?

Luego se dirigió al pequeño irascible.

–¡Y tú, calla y vete!

El perrito redobló sus frenéticos ladridos y, de repente, ella vio una figura atlética asomarse por encima de la pequeña colina. Iba bastante deprisa y llevaba unos pantalones cortos color caqui que revelaban unas piernas bronceadas y musculosas. Entonces el hombre gritó con voz profunda:

–¡Magnus! ¡Magnus! Aquí, enseguida. ¿Me has oído, maldito animal?

El perrito se detuvo de mala gana y se quedó mirándolos fijamente mientras su amo se aproximaba.

–¡Perro loco! –dijo el hombre mientras lo acariciaba.

Luego se volvió hacia Kathy y ella se encontró mirando a los ojos más azules que había visto en su vida. El cabello del hombre era oscuro, espeso y un poco demasiado largo. El suyo era un rostro alegre, pero la firme barbilla y la boca revelaban una cierta cabezonería.

La intensidad de su mirada pareció percatarse de todo lo que había en ella. La recorrió con esa mirada y se detuvo en su rostro. Kathy sintió cómo se le ponía la piel de gallina y, de repente, pensó que la camiseta que llevaba era demasiado ajustada y mostraba todas sus curvas sin dejar nada a la imaginación.

¡Ese hombre era espectacular! Se inclinó para acariciar a Rafter y ocultar el rubor de sus mejillas. Los hombres así de altos y atractivos eran muy escasos en Bentham y, francamente, ese tipo estaba logrando que sus entrañas hicieran cosas que no habían hecho desde mucho tiempo atrás.

–¡Lamento este ataque no provocado! –dijo él sonriendo de una forma devastadora que hizo que las piernas le temblaran por un momento–. Espero que no la haya asustado a usted o a su perro. Esta maldita criatura no tiene ni idea de cómo comportarse ni obedece a nada de lo que le digo. He tratado de entrenarlo, pero parece que es inútil. Viene de una guardería de perros y no sé nada de su vida anterior.

Se volvió de nuevo al perrito, que ahora estaba tumbado en la hierba y jadeaba, mirando con ojos de adoración a su amo.

–¡Quieto, Magnus! –le dijo él.

Eso pareció poner en marcha de nuevo al animal, que empezó a dar saltos tratando de subírsele por las piernas.

–¿Ve? ¡No tiene ni idea de comportarse! Voy a tener que encontrar un centro de entrenamiento para perros y apuntarnos a los dos.

Kathy por fin logró encontrar su voz.

–Hay uno en la zona deportiva del instituto y dan clases los domingos por la tarde. ¿Conoce la zona?

–De cuando era joven. Solía venir aquí con mis parientes a pasar las vacaciones. Me lo pasaba muy bien. Es un gran sitio para los pequeños, pueden hacer de todo, montar a caballo, escalar, pescar…

Él la sonrió entonces. Parecía muy niño y Kathy pensó que parecía poseer un evidente encanto, una mezcla de confianza y fortaleza mezclada con sentido del humor. Era un desconocido, pero de alguna manera ella se sentía tan segura y relajada en su presencia como si lo conociera desde siempre.

–A mí también me gusta el campo de por aquí –dijo–. Solo espero que siga igual.

Luego echaron a andar a lo largo del canal mientras ella no podía dejar de mirarlo de reojo de vez en cuando.

–Er… ¿está usted de visita entonces? –dijo ella, deseando que la voz no la traicionara.

–No, me quedaré un tiempo por aquí, creo. Tengo algunos problemas de familia que solucionar.

–Oh, ya veo. ¿Así que sigue teniendo familia por aquí?

La expresión del hombre se oscureció y Kathy se mordió el labio inferior, maldiciéndose a sí misma por ser tan curiosa.

–Lo siento –murmuró–. No he querido meterme donde no me llaman.

Pero él la sonrió.

–En absoluto. Es mi padre, no se ha estado sintiendo demasiado bien y he querido estar cerca de él.

–Por supuesto. Debe de ser preocupante para usted. Espero que no se nada serio…

–No, creo que se pondrá bien, pero me gusta estar aquí ahora, en vez de a miles de kilómetros –dijo él y luego cambió de conversación–. Acaba de decirme que espera que este campo siga tal como está. ¿A qué se refería?

Kathy se detuvo y miró hacia el valle. Bentham se extendía frente a ellos, una ciudad mercado con todos los problemas de una ciudad en crecimiento, pero por suerte, aún muy cerca del campo abierto.

–No sé si se lo puede creer, pero hay intereses para estropear este lugar encantador y poner aquí un espantoso centro de vacaciones.

Eso lo dijo casi escupiendo las palabras.

–¿Se puede usted imaginar la insensibilidad de alguien que pueda pensar que eso es algo bueno? Yo casi no puedo pensar en ello y, francamente, estoy segura de que eso solo está motivado por la avaricia.

–¿A qué se refiere?

El viento le estaba agitando el cabello a ella, y trató inútilmente de sujetárselo tras las orejas.

–Es demasiado espeso para eso –añadió él–. Yo en su lugar me haría una coleta.

Luego la expresión de él cambió y frunció el ceño antes de añadir:

–Entonces usted, ¿no desea ese centro?

–¡Por supuesto que no!

–¿Ha tratado de detenerlo?

–¡Huh! Sir Randolph Curtis, el dueño de la tierra, también parece poseer las almas de muchos de por aquí. Si quiere algo, generalmente lo consigue y, por supuesto, en esto hay también la perspectiva de muchos nuevos puestos de trabajo. En esta zona hay mucho paro desde que cerraron los molinos y, algunos ven positivo ese centro.

–Así que puede tener algo de bueno, después de todo, ¿no cree?

Kathy suspiró y se encogió de hombros.

–Supongo que, si yo no tuviera trabajo, me alegraría de tener un empleo en alguna parte, pero cuando el campo desaparece, lo hace para siempre, ¿no es así? Tal vez esto me importe más porque afecta personalmente a mi familia.

El hombre la miró fijamente.

–¿Cómo de personalmente?

Kathy se sintió repentinamente avergonzada. Su parte de la historia le estaba empezando a parecer bastante egoísta, como si la razón principal de su oposición al centro fuera una personal, cosa que no era así. Todas las razones iban juntas.

Sonrió levemente, consciente de lo intenso de la mirada de él.

–Oh, no tiene importancia –murmuró–. Baste decir que es una mala suerte que la tierra sea de un animal arrogante como Randolph Curtis.

–¿Es un hombre difícil?

–No puedo soportar verlo. Francamente, toda la familia se le parece. Se creen los dueños de todo.

–¿Los conoce bien entonces?

–Por supuesto, no a toda su familia, pero aquellos a los que conozco me dan toda la impresión de que se creen los amos del mundo.

El hombre sonrió y se encogió de hombros.

–Puede ser –dijo.

Luego extendió una de sus grandes y bronceadas manos y tomó la suya.

–Tal vez deba presentarme –dijo él–. Me llamo Will y, en este momento, estoy viviendo en el canal.

Le señaló la franja de agua que brillaba al sol de la tarde y Kathy pudo ver una barcaza anclada al lado del sendero.

–¿Vive en una barcaza? –dijo encantada–. Debe ser divertido.

–Es un poco pequeña para alguien de mi tamaño. No dejo de darme golpes con la cabeza en el techo y la litera es demasiado corta. Me la ha alquilado un amigo hasta que encuentre algo más permanente. No quiero estar demasiado lejos del pueblo, por muy bonito que sea todo esto.

Kathy se preguntó a qué se dedicaría él. Podía ser profesor de educación física o jugador profesional de rugby. La imaginación se le disparó. Tal vez fuera actor de cine. Y tal vez tuviera esposa y dos hijos esperándolo en alguna parte del país.

–Si va a trabajar aquí, hay algunas casas muy bonitas al final del pueblo. Aunque son pequeñas si tiene familia.

–No. Todavía no tengo semejante responsabilidad. Y me alivia decir que no estoy pensando en formar una enseguida.

Por alguna razón desconocida, Kathy sintió una mezcla de alivio y decepción. La decepción era porque él no quisiera sentirse atado.

Cuando se acercaron a la cerca de piedra, oyeron unas voces en el campo cercano. Kathy supuso que eran caminantes dando un paseo. Suspiró. Con el verano cada vez habría más gente por allí.

Un arroyo cruzaba el camino y no parecía haber manera de cruzarlo sin mojarse y llenarse de barro.

Kathy miró enfadada el barro.

–Maldita sea, debía haberme traído las botas. Había olvidado este arroyo.

–Tal vez yo la pueda ayudar.

Antes de que ella pudiera responder, Will le rodeó la cintura con las manos y la levantó sobre el barro. Ese contacto le produjo a ella una especie de corriente eléctrica que le recorrió el cuerpo. Gritó sorprendida y él la miró divertido.

–Solo estaba tratando de evitarle un baño de barro.

Luego él saltó y pasó también.