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Laudatio
naturae

50

ANIVERSARIO

JOAQUÍN ARAÚJO

 

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Título de esta edición: Laudatio naturae

Primera edición en LA LÍNEA DEL HORIZONTE Ediciones: marzo de 2019
© de esta edición: LA LÍNEA DEL HORIZONTE Ediciones

www.lalineadelhorizonte | info@lalineadelhorizonte.com

© de la edición: Pilar Rubio Remiro

© del texto: Joaquín Araújo

© de los textos, sus autores respectivos: Antonio Muñoz Molina,
María Novo, Ramón Andrés, Alicia Puleo, Antonio Colinas,
José Antonio Marina, Fermín Herrero, Pilar Rubio Remiro, Raúl Tapia,
María Sánchez, Eduardo Martínez de Pisón, Julio Llamazares

© de la maquetación y el diseño gráfico:
Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

ISBN: 978-84-17594-28-2 | IBIC: RNA

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública
o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización
de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Laudatio
naturae

JOAQUÍN ARAÚJO

 

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

MARÍA NOVO

RAMÓN ANDRÉS

ALICIA PULEO

ANTONIO COLINAS

JOSÉ ANTONIO MARINA

FERMÍN HERRERO

PILAR RUBIO REMIRO

RAÚL TAPIA

MARÍA SÁNCHEZ

EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN

JULIO LLAMAZARES

 

LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES

ÍNDICE

PÓRTICO

por JOAQUÍN ARAÚJO

I. Natura. EL MÁS MODERNO

por ANTONIO MUÑOZ MOLINA

II. Horizonte. ELOGIO DEL HORIZONTE

por MARÍA NOVO

III. Sonido. LA MÚSICA DE LOS PÁJAROS

por RAMÓN ANDRÉS

IV. Ciclos. LOS CICLOS DE LA VIDA

por ALICIA PULEO

V. Soledad. SOLO SAL

por ANTONIO COLINAS

VI. Silencio. APRENDER EL SILENCIO

por JOSÉ ANTONIO MARINA

VII. Aire. LA ROSA DE LOS VIENTOS

por FERMÍN HERRERO

VIII. Agua. TODO PASA Y TODO FLUYE

por PILAR RUBIO REMIRO

IX. Árbol. REMEMBRANZA DE LOS ÁRBOLES

por RAÚL TAPIA

X. Vivacidad. EL LATIDO DE LA ESCRITURA

por MARÍA SÁNCHEZ

XI. Paisaje. JOAQUÍN ARAÚJO Y LOS PAISAJES

por EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN

XII. Vacío. LA TIERRA VACÍA

por JULIO LLAMAZARES

Para Antonio Ramos Gascón,
Eduardo Martínez de Pisón y
Rafael Hurtado, que me pusieron
en camino y me atalantan.

«También digo, que el natural Poeta, que se ayudare del arte, será mucho mejor, y se aventaja al Poeta, que solo por saber arte quiere serlo; la razón es, porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perfeccionala, así, que mezcladas, la naturaleza y el arte y el arte con la naturaleza, sacarán un perfectísimo poeta».

MIGUEL DE CERVANTES. El Quijote. Cap. XVI, 2ª parte.

«La lucidez es la herida más cercana al sol».

RENÉ CHAR

«Buscando el saber en las sigilosas elecciones del pájaro».

JORGE RIECHMAN

«Si eres una misma cosa con la vida, eres tiempo».

«Sin poesía la realidad se desprecia…».

EMILE CIORAN

«Peregrinó mi corazón y trajo de la sagrada selva la armonía».

RUBÉN DARÍO

«Las noticias que tiernamente la Natura me dio…».

EMILY DICKINSON

«Yo sitúo en primer lugar la contemplación porque no se salda con injusticia alguna y mi corazón se siente libre».

ALBERT CAMUS

«¿Qué es la belleza de un paisaje sino cierta fertilidad en mí…?».

H.D. THOREAU

«La belleza no consiste en la exclusión de ciertas realidades, sino en la inclusión absoluta de todas, y que no es, por tanto, limitación, sino infinitud».

FRIEDRICH SCHILLER

«Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema».

ALEJO CARPENTIER

LAUDATIO NATURAE

Pórtico

 

Desde hace cincuenta años trato de reparar, de momento en escasa medida, el olvido de casi todos. Es decir, el no acordarse de nuestra procedencia, pertenencia y dependencia. El generalizado arrancarse de los paisajes vivos. Lo intento con algo de coherencia, creo, por mi parte. Así considero el haber vivido y seguir haciéndolo en una porción de lo mejor que nos queda de la Natura. Sobre todo, la española y muy destacadamente la extremeña, donde anido. Es más, a lo largo de algo más de la mitad de mi vida, unos trece mil días —de ellos casi tres mil en soledad—, no tuve poder, ni reloj, ni dinero alguno a la vista. Esto quiere decir que, desde aquí, valle del Guadarranque en las Villuercas cacereñas, no veo más casa que la mía, ni llevo recuerdo de la muerte en mi muñeca, ni he comprado, ni he vendido. Algo excepcional, por supuesto, pero todavía más si añadimos que desde mi bosque tampoco veo, mire donde mire, carreteras ni tendidos eléctricos. Me asiste, contiene y consiente, pues, un derredor no derruido, un paisaje sin graves lesiones. No me somete ordenanza alguna y mis cinco sentidos pueden dedicarse a su trabajo preferido. Sobre todo a escuchar sin que la carcoma del ruido apeste por todas partes. Panorama nada pequeño el que me alberga, pues mi mirada puede abarcar en pocos segundos unos trecientos kilómetros cuadrados. Obviamente no es mérito ni ambición mía. Lo considero un privilegio que el azar me obsequió. Lo que si he puesto de mi parte es que siempre he necesitado buenas dosis de panoramas casi ilesos. Lo he conseguido, insisto, durante la mayor y mejor parte de lo vivido. Consecuencia de tan afortunada circunstancia es que me viste, por fuera y por dentro, la serenidad, sin duda la mejor dádiva del bosque.

En absoluto he conquistado el paraíso. Porque, incluso desde esta voluntaria soledad, me aterra que a tantos aterre lo que es y nos da la Natura. A menudo me siento destrozado por la obviedad de que las mayorías se destierren hacia la masificación contaminadora, que no entiendan y hasta desprecien lo que les consiente y mantiene.

He convertido mi vida, es decir pasión y profesión, en una ininterrumpida pelea contra esa ceguera. Buena parte de lo que he intentado que llegue a los demás —por cierto, a través de todos los medios y formatos de la comunicación—, es precisamente que se puede ver, contemplar y disfrutar de la Vivacidad. Solo sería un primer paso para considerar que hasta se debe hacer algo por completo diferente a lo que esta civilización ha generalizado. Frente a la exclusión de lo espontáneo cabe una amistosa o, si todavía te sonríe más el destino, una amorosa y armoniosa relación con el resto de lo viviente. Algo que mi propia vida ha demostrado. Es más, me he divertido hasta la saciedad, no he padecido ni un segundo de aburrimiento y además todo ello me ha salido prácticamente gratis.

He conseguido ser emboscado y cimarrón. Es decir, me encino, enroblezco y me encimo. Por mi propia voluntad soy austero; alcanzo los máximos de libertad posible en estos momentos de progresiva deshumanización y permanente crisis económica.

Lo aquí escrito se debe a que he vivido muchas vivaces vivencias de lo espontáneo e, insisto, lo considero un obsequio de la fortuna. Entre las que destaca el cultivar la tierra en su más amplia versión, pues puedo ver crecer frutas, hortalizas, legumbres, frutas, praderas y cereales que comen sobre todo mis cabras, yeguas y gallinas, pero no menos mis familiares y amigos. Todo ello me ha convencido de que soy bastante solidario, porque cuanto más autosuficiente se consiga ser, más suficiente para todos será este planeta.

El placer de contemplar es algo que solo se consigue con mucho aislamiento que es, precisamente, el otro regalo que quiso hacerme la suerte hace cuarenta y dos años. Porque vivo como, donde y con quien había soñado. Entre tales compañías figura, insisto, esa exquisita y elegante dama que es la soledad. Entendida, claro, como ausencia de lo humano, pero abarrotada de otros seres vivos, otros lenguajes, otros significados. Puedo pasar y he pasado muchas veces semanas y hasta meses sin ver a otro de mi especie. No estoy, con todo, aquejado de misantropía, aunque estoy convencido de que esta civilización se merece unos cuantos millones de misántropos. En cualquier caso, no pienso figurar entre los mismos. No desprecio a los míos, es más, siento una profunda compasión por ellos, que se lo pierden. Esto que me asiste es grande, bello, amigo, sereno, grato y gratuito. Me ha permitido pasármelo francamente bien durante la mayor parte de mi vida sin ensuciar nada, sin competir con nadie. Si acaso todo lo contrario, ayudando en lo posible a la transparencia. De hecho, emboscarme para plantar árboles ha sido la mejor decisión. Mi mejor poema es mi huerta; mi mejor documental, el bosque que he conseguido poner a crecer; mi mejor conferencia, la que le doy a menudo al silencio…  Poco, o nada, iguala y menos aún supera al sereno placer de asistir a la revitalización de un paisaje. A vestirlo de lo que más necesitamos. Resulta manifiestamente satisfactorio que tu arboleda, tu monte, produzca anualmente el oxígeno que precisan cincuenta mil personas.

No se que tiene conmigo la fortuna pero sé que me aprecia.

Porque otros dioses menores también me han obsequiado con la posibilidad de dedicarme profesionalmente a lo que prefiero, es decir a contarlo. A trasladar al lenguaje con palabras ese otro que no las usa pero que expresa, casi siempre, mis impresiones. Un puñado de las mismas quedan aquí a vuestra disposición. Este libro incluye unos pocos sorbos de la destilación de emociones que nacieron de la mano de la contemplación y de la lectura, acaso las dos cosas a las que he dedicado más tiempo en mi vida. Acaso las dos actitudes menos practicadas por las mayorías. No creo fantasear si afirmo que los elementos de la Natura son coautores de esta laudatio a ellos dedicada. Alabanza más que merecida por mucho que sean tan pocos los dispuestos a escucharla.

Por eso mismo escribí que todo debe ser hecho con pasión, pero sobre todo el sentimiento de la Natura, ese que siempre comienza por el mejor producto de la mente: la compasión. Porque esa es precisamente la dádiva que te alcanza por no estar amontonado en muchedumbres ruidosas y abrasado por la competitividad.

Despegan de esa pasión, como aleteos, los aforismos, los poemas de un solo verso, o dos, las acaso sentencias que puedes leer a continuación.

En realidad, son sugerencias que me hace el acontecer de lo espontáneo y que, tal vez, sería mejor denominar parpadeos, chisporroteos, susurros, gotas…excepcionalmente zurriagazos. Instantes expresados por instantáneas escritas.

Si ya es premio el que la Natura me haya inspirado lo que a continuación puede leerse, no menos y acaso mayor es el que, en este despliegue, me acompañen otros doce escritores. Vaya aquí expresada mi completa gratitud hacia todos ellos, tan leídos y admirados.

Agradecimiento que precisa mucho más que palabras. Queridas y queridos Antonio Muñoz Molina, María Novo, Ramón Andrés, Antonio Colinas, José Antonio Marina, Fermín Herrero, Pilar Rubio Remiro, Raúl Tapia, María Sánchez, Eduardo Martínez de Pisón y Julio Llamazares, al verme tan inmejorablemente acompañado siento lo mismo que cualquier pájaro al que dejan salir de una jaula en la que estuvo largamente prisionero.

Me dais alas libres y me atalantáis.

Natura annie spratt

Natura

 

I

EL MÁS
MODERNO

 

ANTONIO
MUÑOZ MOLINA

En este país tan obsesionado por la modernidad y por la moda y por los aspavientos que las favorecen, una de las personas más modernas de verdad es este hombre discreto, Joaquín Araújo, que se dedica a observar el mundo como un naturalista del siglo xix y que donde se encuentra de verdad en su salsa no es enmedio del ruido de la moda y de lo moderno sino en el silencio rumoroso del campo. Me acuerdo de un artículo que publicó The Guardian con motivo de la muerte de Miguel Delibes: decía que Delibes, que entre nosotros tenía una cierta fama de agrario y de rancio, había sido uno de los escritores más avanzados de España, y de toda Europa, porque mucho antes de que se hiciera popular el movimiento ecologista o de que se hablara del cambio climático, Miguel Delibes ya estaba denunciando la degradación irreparable de la naturaleza, la desaparición de las especies animales, de las plantas salvajes, el deterioro de los suelos y de las aguas. En los años ochenta, algunos aspirantes a modernos, entre los que con pena retrospectiva me incluyo, considerábamos que lo importante de verdad, lo que merecía ser celebrado y contado, estaba en los bares, en las ciudades, en la vida nocturna. Delibes era un hombre madrugador que en las fotos parecía triste, pero que en persona tenía la piel morena y el color de cara sonrosado de quien pasa mucho tiempo enérgicamente al aire libre. Nosotros creíamos que Delibes era autóctono y provinciano. Y con los años descubrimos que era el más cosmopolita de todos, porque pertenecía al linaje de los grandes escritores de la naturaleza, y aunque escribía sobre las profundidades de Castilla estaba mucho más cerca de Thoreau que de Azorín o de Unamuno.

Joaquín Araújo, por instinto, por elección, por entrega, pertenece a esa misma familia, que entre nosotros no es precisamente numerosa. Araújo escribe con la belleza y la precisión de los naturalistas antiguos. Hace falta mucha precisión para contar la variedad innumerable y lo específico del mundo natural. Delibes era preciso. Cualquier campesino lo es también: hay una correspondencia exacta entre las palabras y las cosas, y es muy importante saber qué estamos diciendo cuando nombramos la vida y los trabajos del campo, por ejemplo. Quizás porque los literatos españoles vivieron durante mucho tiempo en los cafés, en las redacciones de los periódicos y en las aulas, sin contacto alguno con el mundo tangible, una gran parte de la prosa que se ha escrito en nuestro país ha sido retórica, vaga, retorcida, llena de humo, de pura palabrería con trucos de ingenio y ficciones de profundidad. No es una buena herramienta para describir el mundo. La prosa de Joaquín Araújo, en la estela de los naturalistas de los que ha aprendido, tiene una claridad de cristal limpio, de lupa con la que observar lo más de cerca posible las maravillas de la vida.

Pero la prosa, ya digo, es una herramienta, no un fin en sí misma. Araújo ha puesto la suya al servicio no solo del conocimiento, sino también del activismo en favor de la causa más urgente que existe ahora mismo, aunque casi nadie le preste atención, que es la de la preservación del mundo natural, de lo que queda de él, de ese equilibrio precario y casi milagroso que hizo posible la vida humana, y con el que la proliferación insensata de la estupidez humana parece dispuesta a terminar. El investigador de campo, el naturalista solitario y contemplativo, es también un divulgador extraordinario, y la elocuencia de su escritura se vuelve más persuasiva todavía cuando su voz suena en la radio.

Creo que no hay nada que yo admire más: la combinación del conocimiento y del entusiasmo, de la sabiduría y el gusto de estar en el mundo, este mundo, el único que hay.

Esa es la lección admirable de Joaquín Araújo.


«La Naturaleza y la idea no pueden separarse
sin que el arte y la vida sean destruidos».
W.G. GOETHE

Acarreo desde hace medio siglo la condición de naturalista. Más por decisión de los demás que propia. He procurado que algo de la Natura esté en los menús de los medios de comunicación. Profesión que siempre ha ido de la mano de la devoción en todo lo relacionado con el activismo ecológico. Mis múltiples militancias también tienen medio siglo. En cualquier caso, nunca he podido separar el sencillo placer de intentar saber algo sobre los seres vivos que me rodean del que supone contárselo a los demás e intentar que sigan estando ahí. Es más, por mucho que demasiados quieran olvidarlo, todos somos naturales de la Natura.