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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Carol Finch

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre solitario, n.º 1345- octubre 2019

Título original: Never Let You Go

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-629-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN EL instante en que ella entró por la puerta, Wade Ryder supo que iba a haber problemas.

Sus dos primos, Vance y Quint Ryder no podían apartar sus respectivas miradas de la espectacular rubia que acababa de hacer su aparición. Había sido contratada temporalmente para encargarse del trabajo doméstico de la casa de Wade.

La diosa, que iba vestida con unos ajustados vaqueros de diseño y una diminuta y apretada camiseta rosa, sonrió amablemente.

Al ver que dos maravillosos hoyuelos aparecían en sus mejillas, el corazón de Wade dio un salto mortal dentro de su pecho. Maldijo el efecto que aquella mujer tenía sobre él.

Era la imagen perfecta del estilo, la clase y la elegancia, y al mismo tiempo lucía con exuberancia unas impresionantes curvas.

En definitiva, era muy peligrosa.

Por propia experiencia sabía que una mujer cuanto más hermosa más exigía de un hombre. Aquella era impresionante y eso significaba que iba provocar muchos problemas.

Sintió rabia y resentimiento, por verse postrado en aquella silla, con aquel aspecto patético, mientras ella estaba tan radiante.

Wade llevaba una escayola en la pierna, desde la rodilla hasta los dedos del pie, y el brazo en cabestrillo. Tenía el pelo revuelto de tanto pasarse la mano sana y, sin duda, necesitaba un buen corte que ordenara aquella mata oscura y abundante. Su ojo izquierdo lucía morado y dolorido.

Tenía la sensación de que todas sus debilidades e inseguridades estuvieran expuestas, lo que no mejoraba con la invasión que aquella mujer acababa de hacer de su santuario masculino.

Wade miró a sus sonrientes primos.

—Déjalo todo en nuestras manos —le habían dicho.

Así lo había hecho, y había aceptado su idea de encontrar alguien que se encargara de la casa solo porque el dolor y el estado en que se encontraba lo habían debilitado. Craso error.

Sus primos sabían que no quería tener nada que ver con mujeres y que tenía sus motivos. Eso significaba que los desgraciados de ellos habían provocado aquella situación para poderse reír un rato a su costa. ¡Se lo iba a hacer pagar en cuanto se recuperara!

Quint Ryder miró de arriba abajo a la impresionante diosa y se la presentó a su primo.

—Wade, esta es Laura Seymur —sonrió malévolamente—. Te hemos encontrado a la empleada perfecta que te ayudará mientras te recuperas.

Pero Wade pensaba que lejos de ayudarlo lo único que podría hacer sería incrementar aún más su frustración.

Maldijo una y otra vez al toro que lo había pisoteado. ¡Esa bestia iba a convertirse muy pronto en hamburguesas!

Laura Seymur se aproximó a él y le tendió la mano.

—Siento lo de su accidente, señor Ryder. Es un placer conocerlo.

—¿Qué tiene de placentero? —Wade miró su mano perfecta y se negó a estrechársela. No estaba dispuesto a que hubiera ningún tipo de contacto físico y no tenían intención alguna de admitirla como empleada.

Ella se quedó un rato con la mano extendida, hasta que se dio cuenta de que no iba a haber saludo y la retiro al unísono con su sonrisa.

Se apartó un poco avergonzada y él se sintió mal por su comportamiento, pero no rectificó.

Vance Ryder se adelantó y trató de suavizar la tensa situación.

—Como puedes ver, Laura, nuestro primo no se encuentra muy bien. No hagas caso de sus impertinencias. Será más sociable cuando empiece a sentirse mejor.

—No, no voy a ser más sociable —lo contradijo Wade—. Este es mi mejor yo.

Una risa forzada de Vance llenó el silencio.

—Wade está bromeando, ¿verdad, primo?

—¡Claro! —gruñó Wade—. Así soy cuando estoy bromeando, con lo cual es mejor no estar cerca de mí cuando me pongo de malhumor. Señorita, le importaría dejarme un momento a solas con mis primos. Tengo que hablar con ellos.

Claramente ofendida, Laura se dio media vuelta y salió de allí, con un delicioso contoneo de caderas que hacía difícil apartar la vista de ella.

—¿No hemos elegido bien o qué? —murmuró Quint mientras la seguía con la mirada hasta verla desaparecer—. ¡Es una preciosidad! No me importaría haber sido yo el accidentado.

—Quiero que se largue de aquí inmediatamente —dijo Wade—. Sabéis que no quiero mujeres bajo mi techo.

—Venga, primo —dijo Vance—. Laura es perfecta para un trabajo temporal. En otoño se incorporará a su puesto como profesora de Matemáticas y Ciencias en un instituto en Hoot’s Roost. Pero puede pasar aquí el verano. Además, no ha encontrado un lugar para vivir, así que podrá atenderte durante todo el día. Ella te prestará un servicio y, a cambio, tú le das casa y comida.

—¿Qué? ¿Esperáis que tenga a esa mujer en mi casa veinticuatro horas al día? ¡Ni hablar!

—Tranquilízate —le dijo Quint—. Ya tienes bastantes heridas como para que encima te suba la presión arterial.

—Debí de estar loco cuando acepté que vosotros dos me buscarais a alguien para ayudarme. Esa mujer no se va a quedar en mi casa y punto.

La eterna sonrisa de Quint se transformó en un gesto de firmeza y dijo con rotundidad:

—Se queda aquí. Tu accidente tuvo lugar en mi rancho y fue un toro de Vance el que te atacó. También evitaste que nos arrollara cuando se volvió contra nosotros. Estamos en deuda contigo. Además, nuestro trato es ayudarnos siempre y lo vamos a cumplir.

—Así que puedes protestar cuanto te plazca —continuó Vance—. Pero Laura Seymur se queda aquí hasta que nosotros digamos.

Si lo que esperaban era encender aún más sus ánimos, lo sentía pero eso no estaba dispuesto a darles esa alegría.

Tenía una solución para todo.

—De acuerdo, pero dormirá en la caseta de mi capataz. Puede cocinar allí y traer la comida aquí.

Vance hizo un gesto de disgusto.

—¡Vamos, Wade! Duff ni siquiera tiene lavaplatos. Y lo que él llama cocina no es más que un hornillo sin regulador de temperatura.

—Además, la lavadora es casi una antigüedad. No puedes hacer que Laura haga la comida y la colada allí y lo sirva aquí —intervino Quint.

Wade suspiró sonoramente. Puede que su reacción estuviera siendo un poco exagerada, pero seguía sin gustarle la idea de tener a una mujer bajo su techo. Todavía podía oler su perfume y tenía la certeza de que, si se atreviera a cerrar los ojos, vería a aquella impresionante diosa de cabellos de oro con sus atributos de ensueño.

Le resultaba demasiado refinada para la vida en un rancho, y excesivamente frágil para andar moviendo los mueble de un lado a otro, pasar la aspiradora o limpiar el polvo. Tenía el aspecto de la típica mujer que espera que la sirvan.

—Te vas a portar bien con Laura —le ordenó Quint—. Porque ni Vance ni yo tenemos tiempo de ocuparnos de la casa. Debemos cuidar de un montón de vacas, y no solo las nuestras, sino también las tuyas. No creo que necesite decirte que esta es una de las épocas de más actividad de todo el año.

No, claro que no necesitaba decírselo, lo sabía demasiado bien. Y también sabía que iba a tener que estar allí sentado como un necio, mientras sus primos trabajaban con el ganado. Wade estaba acostumbrado al trabajo duro. La inactividad podía volverlo loco. Pero, si encima tenía a su lado a Laura Seymur, iba a terminar completamente desquiciado.

—No hay negociación posible —le dijo Vance—. Laura se va a quedar, así que será mejor que te acostumbres a la idea. Nosotros nos encargaremos de su sueldo. Vendremos de vez en cuando a ver cómo estás.

—Que te quede claro que estamos haciendo todo esto por tu bien —Quint sonrió—. Además, en esta casa, aparte de tu madre y la mía, no había entrado una mujer desde hacía seis años y ya empezaba a ser hora de que lo hiciera alguna.

—Pues exactamente así era como yo quería que siguiera siendo. Pero habéis tenido que venir vosotros dos a fastidiarlo todo solo para poder reíros un rato a mi costa —protestó Wade con amargura—. Pienso haceros pagar por esto, no lo dudéis.

Sus primos se encogieron de hombros.

—Tú verás lo que haces —dijo Quint.

Wade era consciente, a pesar de su rabia, de que debía estarles agradecido por su lealtad y su apoyo.

Pero la perspectiva de tener a una mujer en su casa lo alteraba demasiado.

Podría, quizás haber una solución. Aunque no pudiera despedirla, tal vez pudiera ser tan desagradable con ella que acabara marchándose. No iba a serle demasiado difícil. En cuanto aquella profesora de instituto descubriera lo que era el trabajo duro en un rancho y el mal carácter del dueño saldría de allí a toda prisa.

Ya tenía el recuerdo de su ex esposa para saber que no valía la pena molestarse por una mujer.

Estaba seguro de que en un par de días conseguiría que se marchara de allí y pusiera rumbo a Hoot’s Roost.

—De acuerdo, se puede quedar una temporada —dijo Wade.

—¡Estupendo! —corearon Vance y Quint al unísono.

Quint se encaminó hacia la puerta.

—Iré a buscarla.

—Te acompañaré —añadió Vance y sonrió a Wade pícaramente—. Pondremos sus cosas en la habitación más próxima a la tuya, por si necesitas algo en mitad de la noche.

¿Por si necesitaba algo en mitad de la noche?

Wade alzó el puño en un gesto amenazador.

—¡Malditos idiotas! —murmuró él al verlos marchar.

No entendían nada. Estaba en mitad de una crisis y ellos solo pensaban en reírse de él. No sabían cómo se había sentido cuando Bobbie Lynn lo había traicionado, lo había rechazado y se había marchado con su amante. Si eso no era suficiente para que un hombre desconfiara de las mujeres entonces, ¿qué lo era?

Por eso, salía huyendo siempre que sentía atracción por alguien. Y, en el caso de Laura Seymur era imposible no sentirse deslumbrado por su belleza, por sus exuberantes curvas, por su bello rostro.

Era la representación viva de la tentación y Wade no la quería en su casa. Había logrado proteger su corazón con una coraza después de que Bobbie lo abandonara.

No quería tener nada que ver con mujer alguna.

Se las arreglaría solo como fuera, pero no quería que Laura hiciera la colada, que le lavara la ropa interior, tampoco quería que acabara con las montañas de pelusas que habría debajo de sus muebles.

La quería fuera de su casa cuanto antes…

 

 

Laura Seymur se apoyó sobre la barandilla del corral y observó a las vacas, mientras trataba de combatir la irritación que Wade Ryder le había provocado. Aquel rancho era un lugar tan tranquilo que logró acallar su rabia. De no ser por aquel insoportable y maleducado vaquero aquel sería un lugar perfecto.

Lo maldijo al recordar su mirada amenazadora y aquel deseo implícito de que desapareciera de su vida.

Laura se dijo a sí misma que su hostilidad no tenía nada que ver con ella. El dolor y la frustración que sentía no eran más que consecuencia de su discapacidad y de sus heridas, y eso le causaba malhumor. Desde luego, nunca antes había provocado semejante reacción en nadie.

Lo paradójico del caso era que mientras él había dejado clara su aversión hacia ella, Laura, sin embargo, se había sentido embaucada por el extraordinario parecido que tenían todos los primos y lo atractivos que eran.

Nunca antes había estado en una habitación con tantos hombres guapos, con la sola excepción de sus cuatro hermanos.

Pero sus hermanos eran la viva imagen de la elegancia y la sofisticación, donde los Ryder eran la personificación del hombre rudo con cierto aire malévolo.

De todos ellos el que más le gustaba era Wade Ryder, pues había en él una mezcla de dureza y vulnerabilidad que despertaba su curiosidad y su interés. No recordaba haber sentido una atracción tan inmediata por ningún hombre antes.

En cualquier caso, esa atracción no importaba. Ella estaba allí para ganarse un dinero. Pensaba comprarse la pequeña granja que había visto en Hoot’s Roost y lo necesitaba. Se había enamorado de aquella casa nada más verla y estaba dispuesta a hacerla suya sin la ayuda de nadie.

Aquel traslado a Oklahoma suponía una declaración de independencia. Quería probarse a sí misma y probarles a sus hermanos que podía vivir sola y sin la continua supervisión de ellos.

Ese era otro motivo por el que aquel trabajo de verano era tan importante.

—Laura.

Se volvió y vio a Quint y a Vance.

—El trabajo es tuyo —le anunció Quint—. Hemos llevado tu equipaje a la habitación de invitados. Volveremos al final de la semana para ver qué tal lo lleváis.

Laura sonrió agradecida.

—Me encargaré de facilitarle la vida al máximo mientras se recupera.

—Además, a la casa de Wade le vendrían bien algunos cambios. Ya sabes, unas cuantas flores silvestres, las ventanas abiertas que permitan que entre la luz y aire fresco…

—También puedes cambiar las cosas de sitio si ves que hace falta. Esa casa lleva años con el mismo aspecto y no le vendría mal que movieras los muebles.

Laura frunció el ceño al ver que los primos intercambiaban miradas de sorna.

—Sí, claro, no hay problema. Lo haré.

—Bueno, nosotros nos vamos a trabajar y es hora de que tú y Wade os conozcáis un poco. Nos veremos dentro de unos días —dijo Quint tocándose ligeramente el sombrero en un gesto de despedida.

—Adiós, Laura —dijo Vance con una sonrisa.

En cuanto vio desaparecer a los dos hombres en su cuatro por cuatro, Laura se cuadró de hombros y se dirigió con determinación hacia la casa. Iba a ayudar a Wade Ryder lo quisiera o no. Lo único que necesitaban era conocerse. Al fin y al cabo no sería muy diferente a la primera semana del curso en el instituto. Siempre había un período de adaptación y tardaba varias semanas en conocer a sus estudiantes y en saber cómo tratarlos. Lo mismo debería funcionar con él. Estaba dispuesta a conseguir que las cosas en el rancho fueran como la seda.

Una vez concienciada, Laura se puso su mejor sonrisa y entró en la casa.

Wade seguía en el mismo sillón de cuero, en aquel salón tosco y descuidado. Sin duda, necesitaba un toque femenino. Especialmente aquellas cortinas horrorosas y pesadas.

—¿Qué demonios trae en esos tres baúles que mis primos han subido a su habitación? ¿Cadáveres? —le preguntó Wade bruscamente.

La sonrisa de Laura se desvaneció.

—¿Qué baúles?

—Las tres maletas que has traído —le dijo él—. Esto es un rancho no un centro vacacional. Con un par de pantalones vaqueros habría tenido suficiente.

Si Wade trataba de insultarla, lo había conseguido.

El desprecio que albergaba su miraba hacía patente su opinión sobre ella: la creía una remilgada. ¡Nada más lejos! Tanto sus hermanos como ella alardeaban de ser duros trabajadores. Wade no tenía derecho a asumir nada cuando se acababan de conocer.

Ese hombre era insoportable. Puede que fuera guapo como un pecado, pero también era un idiota con muy mal talante.

—Iré a deshacer mi equipaje —dijo ella encaminándose hacia el dormitorio.

—Posiblemente tardará todo el día —dijo él—. Supongo que me tendré que olvidar de que pueda hacerme algo para la cena.

Aquello colmó su paciencia.

—Señor Ryder, se me ha contratado para que cocine, limpie y me asegure de que se recupera completamente, así que su cena estará lista y servida a la hora que usted estipule. ¿Cuándo quiere cenar? —se lo dijo en el mismo tono que utilizaba con un estudiante rebelde.

Él resopló como si aquella hubiera sido una pregunta estúpida.

—Está claro que no conoce la vida en un rancho. Aquí se come cuando se ha acabado el trabajo.

—Pero como usted no va a trabajar, haremos una horario de comidas y le garantizo que la tendrá servida según establezcamos. Ahora, ¿me puede decir a qué hora quiere cenar?

—A las seis y cuarto —respondió él con un gruñido.

—Bien, pues así será.

—Comeré aquí, en mi sillón y solo —dijo él.

Acababa de dejar bien claro que ni necesitaba ni quería su compañía.

A ella le daba igual. Prefería comer en una cafetería llena de adolescentes durante una batalla de comida, que con él.