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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 489 - noviembre 2019

 

© 2012 Margaret Way, Pty., Ltd

Ni contigo ni sin ti

Título original: The Cattle King’s Bride

 

© 2012 Melissa Martinez McClone

Amor de adolescencia

Título original: It Started with a Crush...

 

© 2011 Soraya Lane

Cuando llama el amor

Título original: Soldier on Her Doorstep

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-734-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Ni contigo ni sin ti

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Amor de adolescencia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Cuando llama el amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AMELIA recibió la primera llamada telefónica del día a las ocho de la mañana, justo cuando estaba a punto de salir de su casa para ir al trabajo. El ruido producido por los dos teléfonos, el principal y el auxiliar, más el fax, fue ensordecedor y resonó por todo el piso.

Con la mano en el pomo de la puerta, estuvo tentada de ignorar la llamada; sin embargo, un presentimiento la hizo retroceder. Tenía la sensación de que aquel iba a ser un día nada corriente. Dejó el caro bolso y, acompañada por el repiqueteo de los tacones en las baldosas blancas del suelo de la cocina, se acercó al teléfono.

–¿Sí? –dijo con una nota de impaciencia.

–Amelia, soy yo –contestó la voz con ligero acento extranjero de su madre.

–¡Mamá! ¿Qué pasa? –con el inalámbrico en la mano, se sentó en una silla. No podían ser buenas noticias, su madre no era dada a hacer llamadas telefónicas. Era ella quien llamaba a su madre y le enviaba mensajes electrónicos, mientras que su madre la llamaba por teléfono una vez al mes. Debía tratarse de algo importante–. Se trata del señor Langdon, ¿verdad?

Gregory Langdon era un ganadero legendario de setenta y ocho años. Pero su vigor y su salud habían estado cayendo en picado durante el último año.

–Se está muriendo, Amelia –Sarina no trató de enmascarar su dolor–. El médico le ha dado una semana como mucho. Quiere que vuelvas a casa.

–¿A casa? –Amelia lanzó un gruñido de disgusto–. Nunca fue mi casa, mamá. Tú no eras más que una sirvienta hasta que el señor Langdon te ascendió a la categoría de ama de llaves. Te he pedido una y mil veces que vengas a vivir conmigo, pero tú has decidido quedarte ahí.

Y eso era algo que todavía le dolía. Quería mucho a su madre. Tenía un excelente salario y estaba en situación de ofrecerle una vida mucho mejor.

Sarina Norton respondió con su acostumbrada falta de emoción en la voz:

–Sí, tal y como debe ser, Amelia. Tú debes abrirte camino en la vida sin tener que tirar de mí. El señor Langdon fue muy bueno con nosotras, nos acogió después de que tu padre muriera.

Eso no lo podía negar nadie, ni siquiera ella. Aunque, durante largos años, había sido una fuente de continua humillación debido a las habladurías sobre su madre. Su padre, Mike Norton, capataz del rancho, había muerto en una estampida cuando ella tenía tan solo seis años. Había sido una tragedia para todos. Mike Norton, consumado jinete, se había caído del caballo y había muerto pisoteado por el ganado en una estampida.

Una forma terrible de morir. Las pesadillas la habían hecho despertar a gritos en mitad de la noche durante años. Nunca lo olvidaría.

–No creo que sea una muestra de extraordinaria generosidad que un hombre tan rico como el señor Langdon nos ayudara. Es más, podría haberte dado dinero para que te hubieras ido a vivir conmigo a la ciudad. Y la señora Langdon nos odiaba. ¿Cómo pudiste soportarla? Yo, desde luego, no la aguantaba. Y le encantaba humillarte. La señora Langdon nos odió hasta el día en que murió.

–Nos odiaba porque Gregory nos quería. Gregory te adoraba.

–¿Gregory? –repitió Amelia con ironía–. ¿Ya no lo llamas señor Langdon?

Su madre guardó silencio. Su madre hacía un arte del silencio.

Pero a ella no le gustaba callar. Le gustaban las cosas claras, hablar directamente, sin tapujos. Los secretos y las evasivas tampoco eran santo de su devoción.

–Así que tenemos que estar agradecidas a «Gregory» por siempre jamás, ¿eh, mamá? Y otra cosa, ¿por qué crees que se casó con la inaguantable Mireille? Te lo voy a decir yo, porque era la heredera de la fortuna Devereaux, por eso mismo.

–Y la madre de su hijo y heredero –contestó Sarina sin cambiar de tono de voz, sin muestras de su apasionado linaje italiano–. Y en esa familia el divorcio no estaba permitido.

–¡Qué pena! –se lamentó Mel–. Porque mejor es divorciarse que hacer desgraciado a todo el mundo.

–Repito, el divorcio era impensable, Amelia –enfatizó Sarina, educada en la religión católica–. Y ya que estamos hablando de esto, Gregory no podía controlar a su esposa cuando no estaba allí. Así que te sugiero que no seas tan injusta. Gregory era un hombre importante con enormes responsabilidades. Y aunque la señora Langdon quería echarnos, no lo consiguió, ¿verdad?

–Pero eso también era un arma de doble filo, mamá –respondió Amelia–. Las dos sabemos que, aunque no te lo dijeran a la cara, muchos creían que él te quería más a ti que a su mujer.

¿Por qué no hablar claro?, pensó Mel. Las habladurías y los chismes le habían hecho mucho daño. Durante su vida en Kooraki, siempre se había sentido avergonzada. Se había criado dudando de sí misma y de su lugar en el mundo. En una ocasión, durante una de sus peleas, Dev le había dicho que necesitaba madurar emocionalmente. Por supuesto, para él había sido fácil decir eso, al fin y al cabo él era un Langdon Devereaux.

Nunca se había atrevido a hablar claro con su madre, a hacerle preguntas. Su madre, a la que quería con locura y a quien no podía evitar querer proteger. Sarina, cerca de cincuenta años de edad y de aspecto mucho más joven, seguía siendo una mujer muy guapa. ¿Cómo había sido a los veinte años?

«Más o menos como tú».

–Nos quería a las dos, Amelia –le corrigió Sarina–. Al señor Langdon le encantaban los niños. Y tú eras una niña muy alegre e inteligente. Y no le tenías miedo.

–Ni a Mireille. Soy una Leo, mamá; y, por tanto, sobrada de orgullo.

–Sí, lo sé, Amelia. Pero tienes que recordar que fue el dinero de Langdon el que pagó tus estudios, tanto los del colegio como los de la universidad.

–Quizá Gregory se sintiera algo culpable. Ninguna de las dos sabe realmente qué pasó el día de la estampida. Mi padre era un experto jinete y sabía manejar el ganado como nadie; sin embargo, cayó del caballo. Quién sabe, a Mireille podía habérsele ocurrido pagar a alguien para que espantase al ganado y que empujara a papá. ¿No se te ha pasado eso nunca por la cabeza? Era una mujer muy cruel. Incluso llegó a insinuar que podía haberse tratado de una situación similar a la de David y Betsabé, culpabilizando a su marido infiel. Era una mujer llena de odio.

Se hizo otro momento de profundo silencio, como si el comentario hubiera tomado por sorpresa a su madre.

–Amelia, no quiero hablar de eso –declaró Sarina–. Ya es agua pasada.

Mel respiró hondo. Su madre se negaba a enfrentarse a muchas cosas.

–No, mamá, no es agua pasada. Todavía nos afecta. Me resultaba tremendamente difícil aceptar la caridad de Langdon.

–Sí, y lo has dejado muy claro, Amelia. No obstante, la aceptaste. Hay veces que no tenemos alternativas. Michael no me dejó casi nada, hacia muy poco que le habían hecho capataz.

–La gente solía decirme lo estupendo que era papá. Me acuerdo mucho de él, mamá, lo haré hasta el día que me muera. ¡Mi padre!

–¿Crees que yo no le hecho de menos, Amelia? –contestó su madre en tono curiosamente desapasionado–. Después de perderle, tuve que enfrentarme al hecho de que había muy pocas cosas que supiera hacer. Y, además, tenía una niña pequeña. No me quedó más remedio que aceptar lo que me ofrecieron. Y me alegro de haberlo hecho, a pesar de lo que sufrí.

–A pesar de lo que sufrimos, mamá. Yo también sufrí. No sé qué habría pasado de no haber ido al internado.

–En ese caso, por favor, recuerda que fue el señor Langdon quien insistió en que recibieras una educación de primera. Eras muy inteligente.

–Todavía me acuerdo de que papá solía leerme cuentos –dijo Mel con nostalgia–. En realidad, papá era un verdadero erudito, ansiaba aprender. Era un hombre admirable.

–Sí, Amelia, lo era –confirmó su madre–. Y quería que tú llegaras lejos. Pero, te recuerdo, que no estarías donde estás hoy de no ser por Gregory Langdon. Tuviste acceso a una de las bibliotecas privadas más importantes del país, justo aquí, en Kooraki.

–¡Y anda que no le sentó mal a Mireille! –le recordó Amelia a su madre.

Sin embargo, no pudo evitar reconocer la magnanimidad del gesto: permitir el acceso a una magnífica biblioteca a la hija de una sirvienta. Y no se había tratado de cualquier biblioteca, sino de una con extraordinarios libros encuadernados en piel y oro, libros de Historia, literatura, poesía, arquitectura, arte… Una biblioteca forjada a base de generaciones de amantes de los libros y coleccionistas.

–¡Qué mujer tan cruel que era Mireille! –añadió Amelia–. Incluso enemistó a su propio hijo con el padre. No me extraña que su nieto se marchara, aunque no dijo por qué.

–Dev, al contrario que su padre, se resistió a que le controlaran –dijo Sarina.

–No fue eso, mamá –le contradijo Mel–, fue otra cosa. Otro misterio sin resolver. Dev tuvo problemas con su abuelo, pero nunca dijo de qué se trataba. No me extraña. La verdad es que… vaya familia.

–Creo que exageras, Amelia.

–Es posible, pero no es raro, dado que he pasado gran parte de mi vida como si estuviera en un campo minado. Pero ahora estoy abriéndome camino, mamá. Y lo siento, pero no puedo ir. Tengo trabajo. No quiero perderlo. Puede que el señor Langdon diga que quiere verme, pero el resto del clan es otra cosa. Además, puede que Dev aparezca.

–Pues mi opinión es otra –respondió Sarina con una energía impropia de ella–. Ava y su marido están aquí. No parecen ser un matrimonio feliz, aunque ella jamás hablaría conmigo de esas cosas. Luke Selwyn es un hombre encantador, aunque quizá Ava no sea la persona que él creía que era.

Mel notó la malicia del comentario de su madre.

–Por favor, mamá, no critiques a Ava. Es una buena persona y tampoco lo tuvo fácil. Para Gregory Langdon, las mujeres siempre han sido inferiores a los hombres; para él, lo importante eran los hijos y los nietos. Si el matrimonio de Ava no funciona, el responsable debe ser Luke. Su supuesto encanto es bastante superficial, igual que su personalidad, y también es un engreído. No se merecía a Ava. Y a Dev nunca le gustó, y a Dev se le da bien juzgar a la gente.

–Sin embargo, Ava se casó con él, por lo que debió gustarle –declaró Sarina con dureza.

–Necesitaba escapar –Mel comprendía los motivos de Ava.

–Está bien, eso da igual. La cuestión es que han llamado a Dev y va a venir, y eso que no es un hombre dado a olvidar.

–¿Y por qué no iba a ir? –a Mel le dio un vuelco el corazón ahora que estaban hablando de Dev–. Se trata de su abuelo, es parte de la familia. Pero yo no, mamá. Yo no tengo nada que ver con ellos.

–Pues lo primero que Dev ha preguntado es si vas a venir. Amelia, por favor, hija, haz un esfuerzo y ven. Se os necesita a los dos aquí, a Dev y a ti. Siempre habéis estado muy unidos.

Una unión imposible de romper.

«Las dos mitades de un todo», había dicho Dev en una ocasión. Dev quería que fuera.

«¡Salta, Mel, salta!»

Dev siempre conseguía lo que quería. Vivía en el corazón y en el cerebro de ella. Sí, era parte de ella. Siempre lo había amado. No había podido dejar de amarlo, a pesar de haberlo intentado, a pesar de saber que Dev, en el fondo, estaba fuera de su alcance. Lo echaba de menos más de lo que cualquiera podría creer posible.

No le había dicho a su madre que Dev había ido con ella a Nueva York en un breve viaje. A su madre, que para esas cosas estaba chapada a la antigua, no le habría parecido bien. Y era extraño, teniendo en cuenta los rumores que corrían sobre ella y Gregory Langdon.

 

 

Mel estaba confusa tras la conversación con su madre. No podía negar que Gregory Langdon le había mostrado afecto de pequeña, quizá por su espíritu de lucha.

¿Se conciliaría Gregory Langdon con su espléndido nieto? Estaba segura de que así sería. A pesar de aparentar mostrar mano dura, Gregory Langdon siempre se había enorgullecido de Dev y le había querido más que a su propio hijo, al padre de Dev, a Erik. Además, Gregory no tenía alternativa. Era un secreto conocido por todos que Erik Langdon no podría jamás ocupar su puesto.

Pero Dev sí. Sabía que debía mantenerse lo más lejos posible de Kooraki, por su propio bien. Mantenerse lo más lejos posible de Dev. Olvidar su apasionada e intermitente relación amorosa. En su opinión, había demasiados obstáculos.

Dev, James Devereaux Langdon. Con toda probabilidad, el heredero de su abuelo.

¿Y ella… quién era?

La hija de «esa» mujer.

Y no había escapatoria.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NO PASÓ un buen día. Incluso su jefe en el banco Gresham, Andrew Frazier, le había preguntado si le ocurría algo; evidentemente, la había notado distraída. Andrew era su consejero y había adoptado una actitud paternal respecto a ella, y ella acabó hablándole de Gregory Langdon. Andy, por supuesto, había oído hablar de la familia Langdon. Aunque no le había dicho que le habían pedido que fuera para despedirse de Gregory Langdon, Andy, por supuesto, le había preguntado.

Mel se había licenciado en Ciencias Económicas con sobresalientes, había ido a trabajar directamente a ese banco y Andrew Frazier había llegado a conocer a la auténtica Amelia Norton, la que se escondía tras la máscara de mujer moderna, con absoluta confianza en sí misma y muy trabajadora.

–No quiero ir, Andrew. No serviría de nada que fuera a Kooraki.

Andrew miró fijamente a su protegida.

–Pero Langdon te ha pedido que vayas y tu madre también quiere que lo hagas, ¿no?

–Sí –admitió Amelia a pesar suyo.

–¿No es el nieto de Gregory Langdon el tipo del que estás enamorada? –preguntó Andy, preocupado por ella. Amelia Norton era una mujer muy inteligente, una belleza italiana a la que se le daba bien la economía, pero no era una mujer feliz ni satisfecha.

–No debería habértelo contado, Andy –respondió ella, bajando la cabeza.

–Vamos, contesta. ¡Lleváis años así!

Una chispa de ironía asomó a los hermosos ojos oscuros de Mel.

–Una relación parecida a la de Scarlett y Rhet en Lo que el viento se llevó.

–Pero… ¿cuál es el problema?

–Hay muchos problemas, Andrew. Para empezar, no quiero verme involucrada en los asuntos del clan Langdon Devereaux. La mayoría de ellos son accionistas de Langdon Enterprises. Tenía que escapar de todo eso. Tengo que continuar siendo libre. Se trata de mi salud mental.

–Creo que todo se reduce al miedo a que te dominen, Mel. Por lo que se ve, el joven Langdon es un tipo bastante dominante.

–Debe ser genético –contestó Mel–. Y nada ni nadie, y menos yo, puede cambiar eso.

–Te da miedo que, con los años, acabe siendo como su abuelo, ¿verdad?

–Dev es único, una fuerza de la Naturaleza –declaró Mel en voz baja–. Es duro y no le da miedo enfrentarse a nadie, ni siquiera a su abuelo. Y eso nadie lo ha hecho, nadie.

–¿No me dijiste que el viejo era un tirano?

–Sí, lo era. Dominó toda la vida al padre de Dev, Erik, lo tenía completamente bajo control. La gente que tiene tanto dinero y tanto poder suelen convertirse en unos déspotas.

–¿Seguro que no estás siendo injusta con Dev? –preguntó Andrew, dejándola visiblemente desconcertada–. No te veo con un pusilánime, Mel.

Un hombre así jamás podría tener relaciones con ella, pensó Andrew. Y añadió:

–Por lo que hemos hablado, tu infancia en Kooraki te ha condicionado mucho. Me refiero, sobre todo, a la antipatía de la señora Langdon y a que tu madre fuera una sirvienta.

–¡Lo odiaba, Andy! –exclamó Mel con lágrimas en los ojos–. Lo odiaba.

–Sin embargo, Gregory Langdon os protegió a tu madre y a ti. Incluso pagó tu educación, según me has dicho.

–Hablas como si pensaras que debería ir, Andy –Mel parpadeó vigorosamente.

–Es una decisión que solo tú puedes tomar.

–Todo esto tiene mucha carga emocional para mí –Mel suspiró–. Esa familia… Y luego está lo de Dev y yo, y la hostilidad de todos los miembros de la familia hacia mi madre; y, claro está, hacia mí por ser su hija. Aunque Ava, la hermana de Dev, es un encanto.

–¿Va a ir también?

–Sí, por supuesto –Mel asintió–. Ava es buena con todo el mundo, incluso con los que no se lo merecen.

–Todavía no has tomado las vacaciones este año, ¿verdad? –Andrew Frazier notó que su protegida aún titubeaba y que necesitaba un empujón.

–Estoy trabajando en el trato con Saracen.

–Burgess puede terminarlo. En mi opinión, deberías ir, Mel. Hazlo por tu madre y por Gregory Langdon. Creo que se lo debes.

Mel se enfrentó a la mirada de su mentor.

–Tendría que irme mañana, Andy. Los médicos no le dan más de una semana de vida.

–En ese caso, haz lo que tengas que hacer para poder irte mañana, Amelia –le aconsejó Frazier–. Si Langdon muriese sin verte, sería algo de lo que te arrepentirías toda la vida.

 

 

Al principio, no podía creer que alguien estuviera llamando a la puerta a las diez y media de la noche. Estuvo a punto de no molestarse en responder por el interfono. Debían ser chiquillos gastando bromas, no sería la primera vez. Sin embargo, la persona que había llamado volvió a hacerlo, no parecía dispuesta a desistir.

Amelia estaba acabando de hacer la maleta, solo le faltaban un par de prendas que tenía encima de la cama. Sacudiéndose la espesa melena, salió al pasillo y apretó el botón del interfono. Al instante, recibió la clara imagen, por vídeo, de la persona delante de la puerta de entrada del edificio de ocho apartamentos.

El corazón empezó a latirle con fuerza. Durante un momento, el mundo pareció detenerse.

–Mel, soy yo. Ábreme.

Con el pulso acelerado, apretó el botón que abría la puerta. Ella vivía en el último piso. El ascensor le llevaría hasta ahí en un momento. Casi volando por el pasillo, corrió hacia su dormitorio. Tenía el pelo revuelto y la piel color oliva de sus mejillas estaba ligeramente sonrosada, los ojos parecían más brillantes que de costumbre. Se había quitado su traje Armani al llegar a casa y se había puesto un caftán para estar cómoda. Se humedeció los labios con la lengua.

Como de costumbre, él la había dejado hecha un manojo de nervios. Debería haber dejado de afectarla, pero no era así. Todo lo referente a Dev Langdon la afectaba. Respiró hondo un par de veces en un intento por calmarse.

Cuando por fin abrió la puerta, Dev entró sin vacilar, soltando su bolsa de viaje y dejándola caer al suelo.

–¿Es que no vas a darme un abrazo?

–Se empieza por abrazos y no se sabe cómo se acaba –comentó ella al tiempo que clavaba los ojos en la bolsa de cuero.

–Tengo que hablar contigo, Mel –Dev se dirigió al cuarto de estar, miró a su alrededor y le gustó lo que vio. Mel tenía mucho estilo.

–¿De qué quieres hablar conmigo?

–No te hagas la tonta, no te va.

–¿A qué has venido?

Lo peor de todo era que Dev estaba guapísimo. Alto y delgado, de anchos hombros, estrechas caderas y largas piernas. Pelo ondulado y rubio, que se le rizaba sobre el cuello de la chaqueta vaquera. Y dos piedras preciosas, aguamarinas, de ojos, que la piel bronceada hacían resaltar.

Era un hombre irresistible.

–He venido a recogerte, cielo. Tu madre me ha llamado. Tengo el Cessna del tío Noel. Saldremos mañana por la mañana temprano.

A modo de autodefensa, Mel recurrió al sarcasmo:

–¿Te enorgullece dar órdenes? –se pasó una mano por la melena.

–No, no es una cuestión de orgullo –contestó él burlonamente–. Creo que es genético.

–Pues no lo has heredado de tu padre.

Dev la miró fijamente.

–No quiero hablar de mi padre.

–Entonces, hablemos de mi madre –contestó ella.

Se lanzaron chispas con los ojos. Entre Dev y ella siempre era así. Había muchos asuntos que no habían resuelto entre los dos.

–No pierdas el norte, Mel –le aconsejó él–. Mi abuelo se está muriendo y quiere vernos a ti y a mí –Dev dio un paso atrás, para mirarla de pies a cabeza–. Estás preciosa, Mel. Cada día estás más guapa. Es una pena que nos veamos tan poco.

–¿No habíamos quedado en pasar un tiempo sin vernos?

–Fuiste tú la que se empeñó en ello, no yo –repuso Dev–. Por cierto, ¿cuánto tiempo quieres que estemos sin vernos? Eso de buscar tu propia identidad se está convirtiendo en una obsesión tuya. Será mejor que te encuentres a ti misma pronto, el tiempo no pasa en balde. Y tampoco podemos dejar nuestra relación, ninguno de los dos podemos… a pesar de que sé que tú lo has intentado.

–¿Y tú no? –replicó ella–. ¿Sigues saliendo con Megan Kennedy? Estoy segura de que a los miembros de tu clan les encanta.

–Hay dos problemas con eso. Primero, me importa un bledo lo que el clan piense de Megan. Segundo, aunque Megan me cae muy bien, no estoy enamorado de ella.

–Pero el amor no lo es todo, Dev. El amor, la pasión, se evapora. Hay otras cosas igualmente importantes, como la amistad, que se sea de la misma clase social, que se tengan los mismos valores culturales… Al final, las relaciones no empiezan ni acaban con el sexo.

Dev lanzó una burlona carcajada, sus brillantes ojos paseándose por ella.

–No me casaría con una mujer con la que no quisiera acostarme. La mujer para mí es alguien que me posea en cuerpo y alma. El problema que tú tienes, Amelia, es que, además de estar enfrentada conmigo, estás en guerra contigo misma.

Amelia no respondió. Se debatía entre la ira y un terrible anhelo.

Dev alzó sus elegantes manos, con callos en las yemas de los dedos.

–Escucha, Amelia, dejemos de discutir, ¿vale? Por cierto, no me vendría mal una copa. Necesito relajarme.

–¿No te convendría más marcharte adonde sea que vayas a pasar la noche? –contestó ella.

–Mel, cielo, voy a pasar la noche aquí.

–¿Estás de broma?

–No, en absoluto –confesó Dev al tiempo que se pasaba la mano por el pelo.

Era un pelo precioso, pensó Mel. Un pelo rubio con mechas doradas por el sol.

–Me vas a dejar pasar la noche aquí, ¿verdad, Mel? Por supuesto, no espero que me invites a compartir la cama contigo –se apresuró a añadir Dev.

–Bien pensado, Dev. Porque no, no vas a acostarte en mi cama –era el clásico mecanismo de defensa de ella.

El problema fue que Dev le dedicó una sonrisa irresistible.

–¿Tan difícil te resulta confesar que me has echado de menos?

–Lo siento, es que tu visita me ha pillado por sorpresa –Mel sacudió la cabeza–. ¡Y se te ocurre aparecer a estas horas! ¿No podrías haber llamado por teléfono para avisar?

–¿Y arriesgarme a que me colgaras? ¡De ninguna manera! Y ahora, dame una copa, Mel. Whisky escocés si tienes.

Mel se apartó, contenta de apartar los ojos de los de él.

–Así que Noel te ha prestado su avión, ¿eh?

Noel era el patriarca Devereaux. Dev, el sobrino nieto y ahijado de Noel, también era su ojito derecho. Noel Devereaux tenía dos hijas, pero no tenía un hijo varón. Adoraba a sus hijas, ambas casadas, pero siempre había echado de menos no tener un hijo. Desde que Dev hizo las maletas y se marchó de Kooraki, para él, ese hijo fue Dev. Gregory Langdon y Noel Devereaux, ambos hombres ricos y con poder, siempre se habían llevado mal.

–Últimamente, soy yo quien suele utilizar el avión. Noel es un buen tipo.

–Debe estar contento de tenerte a su lado –comentó ella con ironía–. Se rumorea que eres tú quien dirige Westhaven realmente.

–¿Y?

–¿Debo felicitarte?

–No soy un empleado, cielo –comentó Dev en tono lacónico–. Soy un miembro de la familia. El tío Noel quiere asumir menos responsabilidades.

–¿Quieres decir que se va a jubilar? –preguntó ella con sorpresa.

Dev encogió los hombros.

–No es eso exactamente, es que Diane quiere viajar. Quiere pasar más tiempo con él, y que los dos pasen más tiempo con sus hijas y con los nietos. Al parecer, a Noel le parece un buen momento para dejar la dirección de la empresa en otras manos.

–En las tuyas, evidentemente.

–A las chicas no les interesa, y tampoco a sus maridos, los dos son hombres de finanzas de éxito. Además, se trata de la dirección, no de la propiedad.

Mel decidió no hacer ningún comentario más.

–¿Te apetece alguna otra cosa? –al fin y al cabo, Dev había recorrido un largo camino hasta allí. Y lo había hecho por ella, aunque no le había preguntado.

–¿Podría ser un sándwich de jamón? ¿Y un café solo? Y hablando de ti… ¿estás bien, Mel?

–Sí, muy bien, muchas gracias, Dev –respondió ella con cierta frialdad.

–Pues mírame. Siempre sé cuándo mientes y cuándo no.

–No es mentira. Estoy muy bien considerada en Greshams –Mel comenzó a preparar el sándwich de jamón, con queso y con mostaza. El café no iba a llevarle nada de tiempo–. Después de darte de comer, quiero que te busques una habitación en un hotel, Dev.

Dev apoyó la espalda en el respaldo del sofá de cuero y lanzó un exagerado suspiro de satisfacción.

–Lo siento, Amelia, pero voy a quedarme. Tengo que dormir. Y hablando de dormir… aún estás a tiempo de decir que vas a dormir conmigo.

–No te engañes, Dev, no voy a acostarme contigo –respondió Amelia con sorprendente frialdad, teniendo en cuenta cómo se sentía.

Después, se acercó a él y le ofreció el whisky con hielo.

–Gracias, cielo –dijo él alzando sus increíbles ojos hacia ella.

–Estás disgustado –comentó Amelia, ya que lo conocía bien.

Dev bebió un sorbo de whisky antes de contestar:

–¿Qué tiene eso de raro? Le debo mucho. Y tú también le debes mucho. Te quería. Eras una niña muy alegre.

–¿Y qué es lo que pasó, Dev? –preguntó ella con amargura.

–Los dos sabemos lo que pasó –contestó Dev apretando los dientes.

–Tu abuela nos odiaba a mi madre y a mí.

–Le tenía miedo a tu madre –le corrigió él, con la expresión sombría–. En cuanto a ti, creo que te tenía respeto.

–En fin, eso ya da igual, tu abuela murió y tu abuelo está a punto de reunirse con ella. Los dos yacerán juntos, con el resto de la familia. Tú estás tomando las riendas de Westhaven. Y supongo que sabes que tu abuelo debe tener pensado dejarte al mando de Langdon Enterprises.

–¿Después de la pelea que tuvimos? –Dev vació su copa–. Nos dijimos cosas muy duras.

–Todavía no sé por qué os peleasteis –Mel trató de capturar sus ojos, pero no lo consiguió–. Está bien, no me lo digas si no quieres, Dev. Los dos sabemos que a tu padre siempre le ha resultado difícil vivir a la sombra de tu abuelo. No creo que esté preparado para tomar su lugar.

Pero Dev no aceptó sus palabras.

–Papá será el heredero. Es el legítimo heredero.

–Es posible, pero no creo que tu abuelo esté dispuesto a permitir que el imperio que tanto le costó levantar se vaya a venir abajo. Necesita a alguien que, tras su muerte, sea capaz de dirigirlo. Y ese alguien eres tú.

Dev se golpeó una mano con la otra.

–Papá se ha dejado la vida trabajando.

Dev adoraba a su padre, siempre le había intentado proteger, incluso cuando era pequeño. Erik Langdon distaba mucho de ser un incompetente, pero le resultaba imposible emular a su padre, que había sido como el rey Midas. Era él, Dev, quien había heredado la personalidad adecuada para reemplazar a su abuelo.

–Estoy segura de que tu padre recibirá lo que se merece –dijo ella con tacto–, pero tu abuelo no le va a dejar al frente de vuestros negocios. ¿Qué te apuestas a que tengo razón?

–Querida Mel, siempre tienes razón –observó Dev–. Pero dejemos el tema. Nuestras vidas, la tuya y la mía, están llenas de obstáculos.

–Suele ocurrir, cuando uno pertenece a una familia adinerada y disfuncional –comentó Mel sarcásticamente–. Bueno, deja que te prepare el sándwich. El café estará hecho en un momento.

–No tenías pensado ir, ¿verdad? –preguntó Dev.

Mel podía enseñarle la maleta. Sin embargo, en vez de hacer eso, contestó:

–No me gusta decepcionar a mi madre.

–Pero no te importa decepcionarme a mí, ¿verdad? ¿Cuántas veces me has dicho que me quieres?

Mel respiró hondo.

–No lo sé, muchas. Pero vivimos en mundos muy diferentes, Dev. Tenemos vidas muy distintas. Tú pronto vas a dirigir Langdon Enterprises, tendrás enormes responsabilidades, estarás siempre muy ocupado y te pasarás la vida viajando.

–¡Por favor, Mel! Tú eres una mujer inteligente. Encajarías perfectamente.

Mel lanzó una carcajada burlona.

–Tu familia jamás me aceptaría como miembro del clan, Dev. Lo hemos hablado muchas veces. La posibilidad de casarnos no es más que un sueño imposible.

Dev se puso en pie bruscamente, la cólera asomando a sus ojos aguamarina.

–¿Y sabes por qué? Porque eres tú quien echa el freno siempre. ¿Crees que no sé que te da terror la posibilidad de que te dominen? ¡Como si fuera posible! Lo que realmente quieres es doblegarme, dominarme. Cuando tú dijiste que querías valértelas por ti misma, yo te dije que adelante, y te apoyé en todo momento.

–Valérmelas por mí misma es esencial para mí –dijo Mel, tratando de defenderse.

–Y te aplaudo por ello, Mel –gritó Dev con exasperación–, aunque no pareces capaz de creerme. Me enorgullezco de lo lista que eres. Serías de gran valor para Langdon Enterprises, si alguna vez decidieras dejar Greshams. La verdad es que no entiendo qué quieres de mí. Si quieres que te diga la verdad, a veces pienso que me tienes miedo. No miedo de que te haga daño físico, eso sabes que jamás lo haría, pero… En fin, te asusta la posibilidad de ser dominada por un hombre.

Y era verdad.

–¿Y te extraña? Yo no era más que una especie de pequeño satélite girando alrededor de un tirano gigante. Tu abuelo era el dominio viril personificado.

–Por el amor de Dios, Mel, mi abuelo era mi abuelo –protestó Dev–. Era más fuerte, más listo y más duro que nadie.

–Y tú te pareces a él –Mel sacudió la cabeza débilmente.

Dev apenas podía contener el mal humor.

–Ahora sí que me estoy enfadando. ¿Cómo quieres que sea, Mel? ¿Lo sabes? En mi opinión, el mayor problema que tienes eres tú misma. Estás obsesionada con tu independencia y te aterra que un hombre pueda doblegarte. ¡Estás paranoica!

–¡Está bien, puede que sea paranoia! –Mel estaba a punto de estallar, siempre ocurría lo mismo entre Dev y ella–. Bueno, dejémoslo, Dev. No quiero discutir contigo.

Dev volvió a sentarse.

–Yo tampoco quiero discutir, Mel. Pero eres una mujer muy extraña.

–Sí, supongo que sí lo soy, pero no es de extrañar –contestó ella con voz tensa–. Tú tienes tus raíces y sabes muy bien cuál es tu sitio, Dev. Pero yo… Yo me crié sin un padre y sé muy poco de mi madre. Sé que mi madre era hija única, que sus padres, Francis y Adriana Cavallaro, eran emigrantes italianos afincados en Sídney. Mi madre acabó marchándose de casa, algo parecido a lo que hizo Ava, con el fin de escapar al control de su padre. Yo no he conocido a nadie de mi familia. No sé por qué mi madre decidió irse tan lejos, al norte de Queensland. Y eso es todo lo que sé.

–¿Estás segura de que lo que te ha contado tu madre es verdad? –murmuró Dev–. No me extrañaría que te hubiera mentido. Cuando vino a Kooraki nadie le preguntó sobre su vida pasada. Todos se conformaron con saber que era la mujer de Mike Norton.

–No quiero ni pensar que lo que mi madre me ha contado sea mentira. Odio los secretos.

–Y yo –dijo Dev–. La mayoría de las familias guardan secretos, pero tú estás permitiendo que interfieran en tu vida. Es evidente que hay cosas que tu madre no quiere que sepas, pues déjalo.

Mel le lanzó una mirada desesperada.

–¿Tan mal lo pasó con su familia que tuvo que huir? Mi padre debía saberlo, pero está muerto –dijo ella con sumo pesar.

–Un día, tu madre se desahogó conmigo, Mel –él había tratado de reconfortarla, a pesar de saber que Sarina Norton no era una mujer de fiar y dada a las mentiras–. Tu madre no tiene la fuerza que tienes tú, Mel. A tu madre se le da muy bien engañar a los hombres y convencerles de que ella necesita su protección.

No había sido su intención decir eso, pero se le había escapado. En su opinión, eran los hombres los que necesitaban protegerse de Sarina Norton.

–¿Engañar? ¿Has dicho engañar? –preguntó Mel, entre incrédula y furiosa.

–Sí, eso es lo que yo pienso –respondió Dev, sin disculparse.

Mel no sabía qué pensar. Dev nunca había hablado con tanta dureza de su madre.

–Piénsalo, Mel. Tu madre es una actriz consumada. De ser actriz profesional, le habrían dado un Oscar.

–¿Representando papeles de mujer que engaña a los hombres?

–Lo haría mejor que nadie –declaró Dev sin titubear–. ¿No te has fijado en cómo se comporta con los hombres que trabajan en el rancho? Bueno, en general, con cualquier hombre que se cruza en su camino.

Mel lo miró con expresión de perplejidad.

–¿Qué es esto, Dev? No sabía que le tuvieras tanta manía a mi madre.

La expresión de él se endureció.

–No digo esto por hacerte daño, Mel.

–Pero… No lo entiendo, ella te adora, Dev. ¿Ha intentado engañarte a ti también, hablas así de ella por eso? –no le parecía posible–. Y en cuanto a Kooraki… a pesar de que yo quería que viniera a vivir conmigo, prefirió quedarse allí. Prefirió quedarse con tu abuelo a venir conmigo; con tu abuelo, un hombre que bien podría ser su padre.

Mel lanzó un suspiro de resignación y agarró la bandeja. Dev se levantó, se la quitó y la dejó encima de la mesa de centro.

Mel le dejó cenar tranquilo. Sirvió dos cafés. Después, se sentó frente a él y dejó que el aroma del café la tranquilizara.

–¡Qué bueno estaba! –exclamó Dev con satisfacción después de haber terminado el sándwich–. No comía nada desde las diez de la mañana.

–¿Por qué está mi madre tan empeñada en que vaya a Kooraki?

–¿Por qué te muestras tan reacia a ir?

–Tu abuelo se cree que no tiene más que chascar los dedos para que todos hagamos lo que él quiere. Aunque, por supuesto, contigo no lo consigue. Ni siquiera lo consiguió cuando te dijo que te iba a desheredar.

–Tenía que correr ese riesgo, Mel –exclamó Dev–. No me hizo ninguna gracia decirle que se fuera al infierno, pero alguien tenía que hacerlo. Y otra cosa, tanto si lo hizo intencionadamente como si no, destrozó a mi padre.

–No comprendo por qué tu padre no se le plantó.

Dev lanzó una carcajada sin humor.

–No todo el mundo es capaz de hacerlo, Mel. Además, entre mi abuelo y mi abuela, mi padre lo pasó muy mal. Mi madre, al final, no pudo soportar la situación y acabó marchándose. Una cuestión de supervivencia. Cuando era pequeño, solía soñar con que ella volvería. Lo que es increíble es que aún siguen casados, ninguno de los dos ha pedido el divorcio. Tengo la impresión de que, en el fondo, siguen queriéndose.

–¿Va a ir tu madre a Kooraki también? –preguntó Mel.

Dev asintió.

–Si Gregory muere, habrá un funeral.

–¿Qué tal está Ava? –preguntó Mel.

–Sabes tan bien como yo que Ava se casó para escapar, pero no tenía ni idea en el lío en el que se estaba metiendo. Dice que está bien, pero yo no me lo creo.

Mel, en ese momento, se puso en pie y declaró:

–Para tu información, te diré que tenía intención de ir, Dev. En realidad, cuando has venido, estaba terminando de hacer la maleta. Ahora voy a tener que cancelar el vuelo que había reservado.

–Hazlo cuanto antes –dijo Dev al tiempo que se ponía en pie y llevaba la bandeja a la cocina–. No sé dónde voy a dormir. Está claro que la habitación principal me está vetada. Pero no te molestes en cerrar con llave la puerta de tu dormitorio, no tengo por costumbre asaltar a las mujeres.

–No, ya lo sé. Suele ser al contrario.

–Soy un hombre, Mel. Ni siquiera por ti renunciaría al sexo –declaró él.

–No es necesario que me lo digas, siempre encuentro a alguien que me da todo tipo de detalles sin que yo necesite preguntar. Así fue como me enteré de tu aventura amorosa con Megan Kennedy.

–Megan sabía cómo era yo. Seguimos siendo amigos –contestó él.

Mel no pudo evitar enfurecer.

–¡Qué suerte para ti! –exclamó ella, sin poder evitar un ataque de celos.

–¿Me permites recordarte que fue por ti por lo que tuve una aventura con Megan? –inquirió él con voz suave–. Y ahora… ¿dónde me acuesto?

–Sabes que hay una habitación de invitados. La cama está hecha.

–Si te sientes sola en mitad de la noche, Mel, ya sabes que no tienes más que llamarme.

–Duermo como un leño, Dev –le aseguró ella.