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© del texto: Carmen Ramos

© de las ilustraciones: Antonio Santana

© corrección del texto: BABIDI-BÚ libros S.L

© de esta edición:

BABIDI-BÚ libros S.L, 2020

Fernández de Ribera 32, 2ºD

41005 - Sevilla

Tlfn: 912.665.684

info@babidibulibros.com

www.babidibulibros.com

Primera edición: Abril, 2020

ISBN: 978-84-18017-84-1

Producción del ebook: booqlab.com

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»

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ÍNDICE

1 - El juego del zoo

2 - La tormenta

3 - El abuelo Mariano

4 - Una idea brillante

5 - Una idea de genios

6 - Un hueso prehistórico

7 - Nombres traviesos

8 - Sigue la diversión

9 - Trabajillos camuflados

10 - La exhibición

11 - Tía Fri y sus ideas

12 - El ensayo

13 - El estreno

14 - Visita inesperada

15 - El triunfo

16 – Sueños

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1 - EL JUEGO DEL ZOO

Después de una larga noche, en la que un grillo fugado de la casa vecina había cantado todo su repertorio, con desafinado afán, vino por fin el día. Esto le daba igual a Guille, porque él no se había enterado de nada, ya que siempre dormía como un lirón.

—Mamá, acabo de ver un guepardo —dijo Guille entrando en el cuarto de su madre, quedándose tan fresco, después de soltar esta afirmación juguetona.

Su madre, acostumbrada a las visiones y juegos de Guille, no se cortó un pelo:

—Pues yo he visto un guepardo y tres tigres de Bengala, que al pasar por la lavadora se han quedado sin rayas.

—¡Sí, claro! —dijo Guille.

—Si no me crees, asómate a la lavadora, verás como está toda llena de rayas negras —dijo la madre de Guille con voz guasona—, y los tigres van camino de la despensa, rastreando sigilosamente el aroma que dejan los chorizos que trajo el abuelo del pueblo. Y no me distraigas, Guille, que me estoy poniendo una mascarilla antiarrugas y no puedo cambiar el rictus.

«¿El rictus? ¡Qué barbaridad!», pensó Guille mientras salía corriendo hacia la cocina. Su madre prefería jugar con sus mejunjes antes que jugar con él.

Así que sin desanimarse y tras haberse dado un atracón de leche con galletas, fue en busca de su padre, pues a él seguro que le apetecía distraerse, porque era sábado y las horas libres chispeaban de contento.

—Papá, he visto un guepardo y tres tigres sin rayas. Si no te lo crees, ve a la lavadora y mira, ya verás lo que ves.

—¡Eso es! Como si yo no tuviera nada mejor que hacer. Por cierto —dijo el padre girando en su silla—, yo he visto una manada de elefantes que pasaban por delante de la casa, camino del parque.

—Papá, así no es, tienes que ir reuniendo el Zoo —dijo Guille pateando el suelo y casi enfadado—. ¿No te acuerdas?

El padre de Guille reía mientras giraba en su sillón, creyendo que así conseguiría dar la vuelta al mundo en menos que canta un gallo. Luego siguió enfrascado en sus importantes papeles de abogado, mientras comentaba:

—Anda, Guille, tengo mucho que hacer, además, ya eres muy mayor para ese juego. Inventa otro, tú tienes mucha imaginación. Claro, que también puedes tocar el bombo.

Pero Guille, que no estaba muy seguro de poseer aquella imaginación, y mucho menos de saber tocar el bombo, salió del despacho un tanto mosca, mosqueada.

¡Curioso, muy curioso!

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2 - LA TORMENTA

Un perro salchicha, que ladraba sin parar al final de la calle, recordó con su memoria perruna que el día anterior un niño llamado Guille le había acariciado las orejas y le había llamado bonito.

Pero Guille estaba demasiado atareado salvando su juego preferido, como para acordarse de aquel episodio.

Probaría con su hermana Berta, aunque últimamente estaba muy rara, y no solo porque se había pintado un tatuaje en la espalda y otro en el tobillo, cosa que alteró la paz familiar, así al menos lo había dicho su padre, ¡qué va!, lo peor de todo era que ya no jugaba con Guille. Este echaba de menos las peleas por el mando de la tele, y las persecuciones por la casa como si fueran dos avestruces desplumadas.