EN MI PRINCIPIO ESTÁ MI FIN

 

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Nihil obstat: Con licencia eclesiástica. Toledo, 16 de enero de 2017

 

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ISBN: 978-84-945948-2-3

D.L. TO 986-2016

 

Edita: Ediciones Trébedes

Printed in Spain.

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José Rivera Ramírez

 

 

EN MI PRINCIPIO ESTÁ MI FIN

 

CUADERNOS DE ESTUDIO SOBRE EL TEATRO Y LA POESÍA DE T.S. ELIOT

 

Ediciones Trébedes

 

Presentación

 

En primer lugar, agradezco su colaboración y aportación al Seminario Mayor de Toledo por su ayuda en la búsqueda de los textos originales en su biblioteca, a José Luis Pérez de la Roza por la revisión del texto y a la Fundación José Rivera por todas las facilidades para la publicación de estos escritos. Todos los derechos de autor serán destinados a los fondos de la Fundación José Rivera.

 

José Rivera Ramírez, sacerdote diocesano, nació y murió en Toledo (1925-1991). Su infancia se vio sacudida por los dramáticos sucesos de la Guerra Civil española, especialmente por la muerte de su hermano, Antonio Rivera, que le dejó una profunda huella humana y espiritual. Muy joven inicia sus estudios en diversos seminarios y es ordenado sacerdote en 1953. Tras una breve, pero intensa experiencia en la vida parroquial, pasa a desempeñar labores de acompañamiento espiritual y formación en diversos seminarios. Su labor de formador de sacerdotes le acompañará toda su vida. Igualmente destaca muy pronto como director espiritual y predicador, desarrollando una inagotable actividad de acompañamiento personal y promotor de retiros, ejercicios espirituales y charlas formativas para seminaristas, sacerdotes, religiosos y seglares.

En 1998 se abrió la etapa diocesana del Proceso de Canonización, que concluyó en el año 2000. El 30 de septiembre de 2015, José Rivera fue declarado venerable.

Además de numerosas grabaciones de sus predicaciones, José Rivera Ramírez nos ha dejado no pocos escritos. Unos más elaborados y publicados, principalmente de la mano de José María Iraburu, como los Cuadernos de Espiritualidad, luego recopilados y revisados en sucesivas ediciones de Espiritualidad Católica. A estos trabajos que pudiéramos llamar públicos, hay que sumar los escritos personales que se recopilaron tras su muerte, que hoy se distinguen entre Diarios, Cartas y Cuadernos de Estudio. Nosotros vamos a dedicar este trabajo a este último bloque, los Cuadernos de Estudio.

Los Cuadernos de Estudio son cuadernos de trabajo, en ellos José Rivera recoge apuntes relativos a sus cuantiosas lecturas, normalmente siguiendo un patrón de trabajo en el que se entrega a una lectura completa del texto a estudiar y apunta un resumen del texto según va avanzando en la lectura. Posteriormente, utiliza ese resumen para elaborar sus impresiones sobre el contenido. Si bien esta sistemática era habitual, el ritmo frenético de sus lecturas, su capacidad de mantener textos en paralelo y su capacidad de trabajo, consiguen que la lectura de sus apuntes resulte una experiencia abrumadora. El lector va como a una playa a contemplar el océano y se ve sorprendido por un tsunami.

Además de resúmenes y comentarios, José Rivera incluye impresiones del día, convirtiendo a veces los cuadernos de estudio en diarios de estudio. Sus descripciones sobre los momentos de estudio, los trajines que los rodean y las dificultades que los interrumpen, nos ofrecen un personalísimo paisaje de lo que fue la vida cotidiana de este sacerdote. Para ilustrar esta dimensión de los cuadernos de estudio transcribimos las notas del 2 de junio de 1966:

Estos días no he dejado de escribir, pero sin fechar. Me siento con desaforado vigor. Apenas duermo, pero trabajo incesante e incansablemente; únicamente siento algo así como vértigo, pero no se llama vértigo, pues no es la sensación de quien se ve en la altura, sino de quien contempla amplísima extensión. Y le acosa el ansia de recorrerla. La simple exposición de las tareas de estos días, parecería abrumadora. Lecturas ocasionales: “Ternura”, vieja comedia de H. Bataille, con algunas ideas bellas, discretamente desarrolladas. Mutación del amor en amistad “tierna”. Sensación de ancianidad: “Cuando la hora llega, querida amiga, y las hojas caen, ¿crees que el árbol hace algo por impedir que caigan?”. (Barnac a J. Morel).

Lectura de “El arte de amar”. Ovidio me abre, una vez más, el panorama inabarcable de la literatura latina. Lo importante es la “sabiduría” del autor. Su observación acerca de la tendencia sexual en la mujer, más fuerte que en el hombre. Su pensamiento acerca de la mujer madura. Evidentemente, una jovencita no es apenas una persona: podrá ser una discípula y, tal vez, proporcionar un placer físico, pero no auténtica unión. He ahí una razón más, para afirmar el matrimonio, como algo susceptible de continuo progreso. Más exactamente, como algo que debe progresar necesariamente, si los cónyuges son realmente personas ‒¡cosa que por supuesto sucede raramente!‒.

Lectura de algunos poemas de J. Hierro. Es curioso, el cambio de actitud ante la poesía. Soy incapaz de sostener la atención durante una hora seguida, cuando se trata de pura lírica. Sólo los autores que tienen pensamiento profundo me cautivan. El mero sentimiento puede deleitarme unos momentos, pero nada más. Guardo gratísimos recuerdos de Juan Ramón, los Machado, Pemán, Villaespesa... que fueron mis primeros compañeros y maestros por estos campos poéticos; pero apenas vuelvo a ellos. Aquellos días enteros leyendo versos, a mis diez, mis doce, o mis 17 años. Claro, puedo leer otra clase de poesía: Dante, Homero...

Lectura de “Tierras roturadas”. Queda en cartera, un comentario sobre Sholojov. Desde luego, me parece sobreestimado. Tierras roturadas tiene indudables aciertos, pero también errores técnicos muy graves. V.gr. la figura del anciano Chukar.

Recuerda a los graciosos de nuestros dramaturgos clásicos, pero, claro mucho más pesado, puesto que se trata de una larga novela. Menos obscena que “El Don apacible” Mantiene esa cierta imparcialidad, que no permite que el autor resulte del todo antipático. Muy interesante la visión de la vida que nos ofrece. Por ahora, me limito a copiar esta frase, especie de requiem a Davidov y a Nagulnov, dos de los principales personajes de la obra, muertos “en acto de servicio”: “...Los ruiseñores del Don dejaron de cantar a Davidov y Nagulnov, que tan caros eran a mi corazón; dejó de susurrarles el trigo a punto de sazonar; dejó de rumorearlos, sobre los peñascos, el innominado riachuelo que baja de la barranca de Gremiachi-Log... Y eso es todo. No puede llegarse a conclusión más vacía, más triste...”.

La novela se hace a ratos pesada. He notado diferencias de estilo, uso de palabras, que ignoro si se deben al autor, o a los traductores (cuyos nombres han quedado ocultos).

He escuchado música a grandes dosis. Siento viva curiosidad, por conocer el funcionamiento interior de mi capacidad para la música. Es claro, que no poseo oído para ella, y tampoco comprendo por qué, en cambio, lo tengo finísimo para la música de los versos; lo que tanto hacía sufrir a mis pequeños compañeros de Comillas, incapaces de acentuar, sin preparación, las tiradas de la Eneida, a gusto del profesor. Sin embargo, disfruto positiva y vivamente, escuchando a Beethoven ‒ayer me oí seguidas, las cinco sinfonías que tenía, además de 3 sonatas y un concierto‒. No me retiene, en cambio, la atención Scherezade, que sólo a trozos (como el joven príncipe y la joven princesa) me llena. No obstante, puedo oír agradablemente, horas enteras sin cansarme. Prefiero la música sin canto. Y no entiendo, en absoluto, ninguna de mis preferencias. Pero esto creo que seguiré sin entenderlo jamás; aunque probablemente sería interesante, me ayudaría a conocer al hombre, y a Dios.

Estudio de “El misterio de la redención” de Richard. El libro es bueno, sin valores muy extraordinarios. Pero el tema es grandioso. Y voy sintetizando cada vez más. Y, cada vez más, siento el angustioso vacío intelectual de nuestro clero. ¿Cómo van a predicar la Palabra, si apenas saben nada de ella?

Segunda lectura detenida ‒en el texto inglés‒ de la conferencia de Eliot sobre Johnson. Como sucede con toda persona auténtica, genial, nuevas lecturas descubren nuevos matices, nuevas profundidades. Angustia de Eliot, que vuelve continuamente sobre el caos de nuestra época; el antiintelectualismo, y la falta de unión. Esa ansia de originalidad, ese aprecio por ella, esa desestima de lo que él llama “estilo común”, significa, bien claramente, la carencia de unión de los hombres de nuestro tiempo.

Quería haber terminado las observaciones al libro “Sobre la poesía y los poetas”; pero no tendré tiempo. Son las 6,30 ‒he comenzado hoy a trabajar a las 3‒ y tengo que escribir un artículo para “Ambiente”. Por supuesto, Dios puede hacer lo que quiera, pero yo no le veo más utilidad que la puramente negativa, de preservar el hígado de X, que sufre vivamente con mis retrasos continuos, en las entregas de todos los meses.

Mañana hablaré con el Obispo: le plantearé, una vez más, lo insostenible de esta situación, él me observará, todavía más seriamente, que es absurdo, que no puede llevarse una vida como la mía, que el P. Úbeda dijo... y luego todo seguirá igual. En espera del milagro...

El ritmo de trabajo intenso, desde altas horas de la madrugada, la cantidad y variedad de lecturas diferentes, la amplitud de los temas, su amor a la literatura y a la música, además de la teología y la filosofía… todo eso queda patente en el texto que acabamos de citar. Pero la profundidad de los Cuadernos de Estudio va más allá, nos descubre una misteriosa cruz en el corazón de José Rivera: una vocación intelectual que se sacrifica por una vocación mayor, que luego se tornará fecunda en la predicación. El sacrificio de su vocación intelectual queda vivamente reflejado en esta anotación del 5 de mayo de 1966:

Hace días que me siento con una capacidad intelectual extraordinaria. Y hay un curioso contraste en mis propias disposiciones psicológicas. Una sensación muy intensa de fracaso, no poder realizar algo que, en el fondo, me había sentido llamado a realizar. Y puede ser que haya fracasado en el sentido más estricto, pues si yo hubiera sido fiel a la gracia de Dios, tal vez mi vida se hubiese deslizado por otros cauces, más intelectuales, y hubiese realizado la obra para la que me creía dotado, y por la cual me sentía atraído. Y es indudable que hoy ya no puedo llevarla a cabo.

He pensado siempre, que tales obras serias se ejecutan de los 40 a los 60 años, en que el hombre alcanza, ordinariamente, una suficiente madurez. En que puede haber acumulado suficientes datos, para que su personal originalidad le permita cumplir la obra señalada. Y es, precisamente en este cuadragésimo año mío, cuando yo ‒que sigo sosteniendo esa idea como general‒ me declaro en quiebra, y me anuncio: ya no hay nada que hacer.

Pero al mismo tiempo, nunca me he sentido con más capacidad realizadora, y sobre todo, y esto me sucede por primera vez desde hace muchísimo tiempo, nunca me he sentido con más deseos, con más necesidad de producir. Quiero decir de escribir. La necesidad de leer, de pensar, no se ha eliminado, pero sí se ha amortiguado, y siento, en cambio, y a veces como preponderante, la urgencia de expresar mi propio pensamiento. No precisamente la de comunicarlo ‒eso es otro aspecto distinto, y que, al menos por hoy, no pasa de ser algo que me gustaría‒, sino la de escribir. Como siento la precisión, el apremio físico a levantarme, a pasear. En realidad, esto responde exactamente al pensamiento antiguo: una cierta madurez, la reflexión está bastante formada para tender a salir a luz. Imagino que algo así debe suceder con la maternidad: el niño está bastante hecho para vivir por su cuenta, no tiene ya nada que hacer encerrado en la oscuridad del seno materno.

La sensación de fracaso viene simplemente de que el niño se ha formado mal, va a salir deficiente, con un miembro de menos, deforme, monstruoso... Me faltan datos, me faltan medios expresivos... pero a pesar de todo ya está constituido. En cuanto esto se puede decir de una idea. No me importa ya dedicar, como ahora mismo estoy haciendo, un rato a describir mis sentimientos, dejando nuevos estímulos que me aguardan, dejando nuevos datos que asimilar u ordenar.

Es, sin embargo, curioso la tranquilidad interior, que parece un bien adquirido. La sensación de fracaso no me atormenta. La interrupción de estas tareas, para predicar, acudir a cualquier sitio, recibir a cualquier persona, no me turba en absoluto. Creo que el continuo ejercicio de fe, realizado en otras épocas, me ha constituido como natural, esta disposición, este hábito de ver las cosas venidas de Dios, y con sentido bastante, para que lo demás pierda todo sentido en ese momento. Pero creo que si aún ahora me dejaran en relativa soledad, podría tal vez dar cima a la obra, que pugna por lanzarse fuera esa expresión de una vida espiritual concebida a lo largo de mi vida, y que parece ser, en su conjunto, verdaderamente original, y sin embargo, absolutamente fiel a la doctrina entera de la Iglesia.

El mismo D. José Rivera destruyó la mayor parte de estos Cuadernos, en un momento decisivo de su vida, allá por el año 1972. Sin embargo, se salvaron algunos que habían quedado extraviados en algún momento. Estos cuadernos corresponden a los años 1965, 66, 67 y 68. Son, por tanto, en estos años en los que se encuadran las reflexiones aquí publicadas.

Como los temas de los Cuadernos de Estudio son muy diversos, su extensión demasiado amplia para un libro y su orden es escaso, como corresponden a unos cuadernos de trabajo, hemos hecho un trabajo de selección, arriesgado y seguramente injusto, agrupando exclusivamente los comentarios dedicados al estudio del teatro y la poesía del poeta inglés T.S. Eliot. Dejamos para otra ocasión los comentarios sobre los ensayos de Eliot, el resto de estudios literarios y los estudios sobre las Sagradas Escrituras, los comentarios sobre filosofía, sobre teología y otros temas diversos. Para que el lector se haga una idea global de lo que supone esta selección le resumo una posible clasificación del contenido total de los Cuadernos de estudio y la longitud aproximada en folios de cada parte:

Estudios Bíblicos…290

Estudios Literarios Contemporáneos…480

Estudios Literarios Latinos…200

Estudios Filosóficos…210

Estudios Teológicos…270

Dentro de los Estudios Literarios Contemporáneos, prácticamente la mitad están dedicados a T.S. Eliot, y de esa parte, la mitad la dedica a sus ensayos y la otra mitad a su obra en verso (poesía y teatro), que es la incluida en este volumen. Para entender la predilección de José Rivera por Eliot, podemos ir a sus propios escritos: El 12 de diciembre de 1969 apunta: Cada poco tiempo vuelvo a Eliot, cada retorno me lo manifiesta más evidentemente como enorme, insólito poeta. Un retrato de T.S. Eliot acompañaba a José Rivera en su biblioteca-despacho. ¿Por qué atrae a José Rivera el estudio de T.S. Eliot? En febrero del 66 señala:

Pero ante todo surge una cuestión fundamental, ¿qué sentido tiene para mí, sacerdote, el estudio de un poeta? No, evidentemente, la simple consideración de una técnica literaria ‒por más que personalmente me resulte atractiva tal materia‒; pero tampoco la penetración del pensamiento del autor. Lo único que puedo buscar es la visión del planteamiento de asuntos vitales, por un autor moderno. Siendo una cabeza realmente privilegiada ‒incluso en el orden religioso‒ puede enseñarme mucho acerca de la visión divina sobre el hombre y las cosas. Ahora, aun en este terreno, cabe el peligro de aprender “recetas”. De tomar de memoria las ideas del autor. Es necesaria una buena dosis de reflexión personal y de oración, para que todo ello sea útil.

Otro servicio puede ser el hallar expresiones felices, para expresar lo que yo no sabría, aun sintiendo. En este aspecto, puedo aprender, precisamente de Eliot, que mezcla en sus versos, versos ajenos con toda tranquilidad. Eliot, Claudel, Peguy, Dostoievski... me prestan elementos expresivos, para una futura construcción de doctrina espiritual.

José Rivera encuentra en la literatura el testimonio personal de los autores, que toman de su experiencia para construir sus personajes. Por eso sus comentarios pertenecen al género de la crítica profunda, que busca en la obra literaria el rastro personal de su autor.

Pero Eliot le resulta especialmente atractivo, sobre todo se aprecia una especial sincronía en algunos puntos que salen repetidamente en las reflexiones que recogemos en este volumen:

Por otro lado, también hay que señalar, como otro punto de conexión con un autor como Eliot, el atractivo que la poesía ejerció sobre José Rivera. Don José apunta en la introducción a sus propios poemas (Autobiografía poética) dos ideas que nos ayudan a entender sus comentarios sobre la obra del poeta Eliot. Primero, el efecto de la actividad poética como estimulante en la tarea intelectual de la búsqueda de la verdad, porque para José Rivera la poesía... “despierta más y más la pasión que estimo tan precisa a la hora de enfrontar las supremas realidades de la vida. Enfrentamiento inexcusable en los estudios teológicos.”

Además, entiende la obra poética como una ayuda para descubrir el interior más humano del poeta, tal y como él espera de sus propios poemas:

“Tratemos pues, no más de situar cada poema en su marco de tiempo y espíritu. Sólo así podrán revelar a otros ‒a los muy pocos otros que lo lean‒ la historia de una vida humana. Que es a la postre la historia del combate de Dios con un hombre. O al menos, la historia de un aspecto del inmenso, inacabable combate que Dios traba con un hombre.”

 

Eliot es un autor complicado y poco conocido en España del que queremos dar algunos apuntes que ayuden a entender mejor los comentarios contenidos de este libro.

 

Thomas Stearns Eliot nació en Saint Louis (Missouri) en 1888, en el seno de una familia acomodada y moderadamente puritana. Estudio en Harvard, La Sorbona y Oxford. En 1915 se instaló en Londres. En 1927 adquirió la nacionalidad británica y abrazó la fe anglicana. Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1948. Murió en Londres en 1965.

A partir de 1920 comienza su faceta de ensayista con importantes trabajos de crítica literaria. En su ensayo “Hamlet y sus problemas” (incluido en el libro El bosque sagrado, 1921) introduce su teoría del “correlato objetivo”, que define la acción artística como el acierto en la búsqueda de un símbolo objetivo que recoja la emoción del autor y, a su vez, la transfiera de alguna manera al observador. Esta concepción del arte (incluyendo por supuesto la poesía) ha influido poderosamente, y lo sigue haciendo, en el desarrollo del arte contemporáneo.

En 1922 publica La tierra baldía, poema que marcó un hito en la tradición poética anglo-americana. Un poema vanguardista y erudito que recorre la frustración existencial del hombre moderno en el ambiente de la primera postguerra europea, utilizando imágenes sorprendentes, mezcla de diversas culturas, idiomas y épocas.

Durante los años treinta escribe Los cuatro cuartetos, que concluye en 1942, considerándose la culminación de su poesía no dramática. Esta obra recoge su recorrido vital a través de su historia personal, de sus convicciones y de sus experiencias, que Eliot considera que, como explicará en alguno de sus ensayos, trascienden a su persona y se convierten en significativas para los lectores del poema. En una estructura de tipo musical, de ahí la denominación de Cuartetos, desarrolla cuatro movimientos independientes, pero con ciertos paralelismos entre ellos.

En su obra como dramaturgo, Eliot sorprende por el uso del verso en sus composiciones teatrales, lo que le confiere una indudable originalidad. En 1935 publicó Asesinato en la Catedral, que recrea las últimas horas de Tomas Becket, mártir arzobispo de Canterbury, traicionado por su amigo el rey Enrique II que ordena su muerte. La acción se sitúa en 1170, a la vuelta del arzobispo tras siete años de exilio en Francia. La Iglesia (representada por los sacerdotes) y el rey (por los caballeros) mantienen una postura de feroz enfrentamiento. El arzobispo es tentado por cuatro pasiones que le atormentan desde su juventud: el placer mundano, el ansia de poder, el orgullo espiritual y el deseo de santidad. Finalmente, el día de Navidad, dirige al pueblo una valiente predicación que le vale la confabulación de los caballeros, que acaban con su vida. Los sacerdotes y el pueblo, impactados por lo sucedido, reconocen al santo que ha dado la vida y piden misericordia a Dios por su cobardía.

El argumento de Reunión familiar (1939), se desarrolla en torno al cumpleaños de una señora anciana, lady Monchensey, que reúne a la familia dispersa para la celebración. El protagonista es su hijo Harry que, tras siete años de ausencia del hogar por un matrimonio desaprobado por su familia, regresa un año después de la trágica muerte de su esposa en un accidente en alta mar. Harry desprecia el ambiente rutinario de la casa familiar, dominada por su autoritaria madre, sus tías Ivy, Violet y Agatha, hermanas de su madre, los hermanos de su padre y Mary, una pariente pobre acogida en la casa. Harry introduce un factor de distorsión que hace tambalear la férrea apariencia que envuelve a la tranquila familia, revelando su participación en la muerte de su esposa y desvelando el secreto que envuelve a su difunto padre, amante de su tía Agatha y tentativo asesino de su propia esposa, historia en la que él se ve claramente reflejado. Finalmente, Harry vuelve a abandonar la casa, reconciliado con su historia y con rumbo incierto, como parte de su camino de expiación.

El cóctel (1950), nos relata el conflicto de un matrimonio carente de amor. Lavinia y Edward invitan a unos amigos a un cóctel en su casa, pero pocas horas antes Edward descubre que Lavinia, su mujer, le ha abandonado. Los amigos llegan a la fiesta y Edward inventa una excusa para explicar la ausencia de Lavinia. Un invitado misterioso (Riley) pone a Edward frente a su auténtico problema y le va conduciendo a través de una especie de terapia a la que se van sumando la propia Lavinia, Celia, amante de Edward, y Peter, amante de Lavinia. Riley, ayudado por Julia y Alex, va acompañando a los protagonistas a descubrir su misión en la vida, empezando por aceptarse a sí mismos y aprendiendo a amar a los demás.

En El secretario particular (1953), Sir Claude regenta una oficina de negocios en la City londinense y contrata a Colby como su secretario particular, sustituyendo al viejo Eggerson. Colby es realmente hijo de Sir Claude, pero no quiere hacerlo público hasta sondear la reacción de su extravagante esposa, Lady Elizabeth, que desconoce este hecho. Colby es un músico frustrado que ha sido criado por una tía suya (Mrs. Guzzard) pagada por Sir Claude. Las vocaciones frustradas de Sir Claude, que siempre quiso ser alfarero, y de Colby, ya comentada, serán uno de los ejes de la historia. El otro se construye en torno a la paternidad de Lucasta, también hija no reconocida de Sir Claude, la del propio Colby, que finalmente se descubre que no es hijo de Sir Claude, y la identidad de un hijo abandonado de Lady Elizabeth, que finalmente se descubre que es B. Kaghan. El reconocimiento de la paternidad y de la propia vocación constituyen el tema de la obra.

El viejo estadista (1958) se refiere en su título al protagonista, Lord Claverton, un político retirado que ha ocupado importantes cargos en la administración. Vive con su hija Mónica, comprometida con Charles. Lord Claverton recibe la visita de Gómez, que resulta ser un amigo de juventud que tras verse envuelto en asuntos turbios abandonó el país, cambió de nombre y vuelve tras 35 años de ausencia. La presencia de Gómez reaviva recuerdos oscuros de su juventud y pone en evidencia el contraste entre la auténtica existencia de Lord Claverton y la apariencia en la que se ha volcado durante toda su vida. Lord Claverton ingresa en una casa de retiro, regentada por Mrs. Piggott, donde encuentra a Mrs. Carghill, que fue un amor de su juventud y vuelve a reavivar los mismos fantasmas. Aparece entonces Michael, hijo de Lord Claverton, que quiere abandonar el país para huir de su desastrosa vida. El amor entre Mónica y Charles contrasta con el deseo de huida de Michael (del presente) y de Lord Claverton (del pasado). La presencia de Gómez en la casa de retiro desencadena el enfrentamiento de Lord Claverton con sus fantasmas del pasado y su liberación.

 

Quizá, actualmente, T.S. Eliot sea más cercano al gran público como autor de El libro del viejo Possum sobre gatos domésticos que contiene los poemas en los que se inspiró el musical Cats, obra de éxito mundial relativamente reciente.

Sólo queda advertir al lector que estamos publicando materiales de trabajo (eso son los Cuadernos de Estudio), y pueden encontrar textos pendientes de revisión y con algunos datos imprecisos que hemos mantenido, por fidelidad al autor, tal y como se recogen en el original.

 

Miguel Ángel Martínez López

Editor

Octubre de 2016

 

 

 

 

EN MI PRINCIPIO ESTÁ MI FIN

 

CUADERNOS DE ESTUDIO SOBRE EL TEATRO Y LA POESÍA DE T.S. ELIOT

 

 

José Rivera Ramírez

EL SECRETARIO PARTICULAR

Día 12 de febrero de 1966 - madrugada

La comprensión tardía

Sir Claudio respecto de su padre:

“No, nunca le entendí

Era yo entonces demasiado joven.

Y cuando tuve madurez bastante para entenderle no existía ya.”

Y prosigue la misma idea en toda la conversación con Colby (A. I).

Pero se puede ‒y ya se ha dicho­‒ comprender hasta un cierto punto. Por eso lo que hay que aceptar y conocer son los límites de la comprensión: Lucasta: “Lo que es difícil es reconocer los límites de nuestra comprensión” (A. II).

El objeto del mutuo conocimiento no es el quién, sino el qué.

Así Colby dice a Lucasta, que va narrarle hechos de su historia:

“…no, mi curiosidad fue por saber qué eres,

Pero nunca quién eres,

En el sentido en que se entiende siempre.” (Act. II).

Y en el Act. III, después que Lucasta conoce la ‒falsa‒ filiación de Colby, responde a la frase de éste:

Colby.- “Pero ahora que sabes lo que soy...

Lucasta.- Quien eres nada más, pues me han dicho

Que eres hermano mío;

Pero así es más difícil conocer lo que eres.

El conocimiento del otro nos hace descubrir semejanza, matizada de desemejanzas:

Lucasta.- “¿Qué he pensado hasta ahora? Es extraño ¿verdad?

Que a medida que vamos conociendo mejor a una

Persona, descubrimos

Que en ciertas cosas tan inesperadas

Se parece muchísimo a nosotros.

Pero entonces se empiezan a advertir diferencias

Dentro de aquellas mismas semejanzas.” (Act. II).

La comprensión de otro es un cambio en el que comprende a otro, porque en realidad el cambio es comprenderse a sí mismo, y el camino ‒un camino al menos‒ la comprensión ajena.

Lucasta.- “Creo que estoy cambiando

Que he cambiado muchísimo en las dos horas últimas.

Colby.- También yo, me parece.

Mas quizás eso que llamamos cambio...

Lucasta.- Sea llegar a comprender mejor lo que uno es en realidad.

Y tal vez la razón de que eso ocurra...

Colby.- Es que se ha comenzado a comprender a otro.”

De ahí Lucasta rompe en el deseo de contar su nacimiento, pero Colby no lo necesita, le interesa ‒temperamento intelectual‒ el qué, no el quién.

Es evidente, que todo este sentido de comprensión no es un movimiento desapasionado ‒yo no sé por qué se empeña el vulgo (que es casi todo el mundo) en oponer idea y pasión, como si uno no pudiera apasionarse intelectualmente‒ sino un conocer al otro, lo que es y poderse poner en comunicación con él. Hay por tanto interacción entre el conocimiento propio y el ajeno.

Por lo demás, un medio de llegar a comprenderse es dar un cierto crédito a la capacidad de comprensión de los demás:

Lady Isabel.- “¿Por qué?. No es que yo crea entenderte muy bien

Y sé que tú tampoco crees que te entienda nada.

Tal vez es cierto. Pero sí quisiera

Que me hablases a veces como si te entendiese;

Quizás así llegase a entenderte mejor.” (Act. III).

Naturalmente una dificultad para la comprensión son los presupuestos, Sir Claudio y Lady Isabel han dado por supuesto, cada uno, muchas cosas del otro, y así han vivido sin conocerse, sin darse cuenta de los problemas más vitales para el otro (Act. III).

También el entenderse dos ‒el matrimonio en este caso‒ sirve para entender a otros. Y para Lady Isabel, aún es posible llegar a entenderse.

La regla de Sr. Claudio:

“Mi norma es recordar

Que no comprendo a nadie más

Sin tener certeza jamás luego

De que no me comprendas a mí...

Mejor, acaso de lo que yo quisiera.” (Act. I).

En resumen, la comprensión aparece como una tendencia hacia el otro, que me une a él ‒que me une a los otros‒ que me cambia a mí. La comprensión de uno mismo está ligada a la comprensión de los demás. Pero lleva toda la limitación, la tendencia a la perfección, el fracaso último ‒solo se comprende demasiado tarde‒ de todo lo humano. Y la comprensión, o mejor, el sentirse comprendido y comprender a la vez, es una vivencia motora (Colby se mueve por eso ‒además de la idea filial‒ a tomar la profesión repugnante).

Desde el punto de vista sobrenatural, la comprensión ‒tal como está entendida por Eliot en esta obra‒ es un resultado necesario del ser-persona-cristiana. Persona: ser-en-sí, con entendimiento y voluntad y afectividad sensible. Ser abierto a recibir y dar (porque imagen de Dios: imagen - recibe - de Dios da). Ahora, el entendimiento introduce en sí al ser conocido, y la comprensión es acto intelectual - la afectividad va hacia el otro. Así, por la comprensión nos unimos ‒progresiva y siempre imperfectamente‒ al otro. Y reproducimos los actos trinitarios.

El tema de la vocación

La tendencia a una realización ‒que es siempre un realizarse personal‒ debería llevar a la actuación. Ahora, la tendencia si es intensa, ama ‒se complace en ella‒ la obra, el operatum. Y entonces viene el dolor de no poder llegar a ser perfecto en la operación. Ante esto hay dos posturas de aceptación: una, la aceptación de ciertas circunstancias exteriores, por las cuales abandonamos la realización de la tendencia como la obra de nuestra vida, y entonces queda relegada a un terreno algo irreal que es como una evasión de lo demás, o la aceptación de una imperfección personal, de la realización imperfecta del mismo operatum.

Sir Claudio ha tomado la primera postura, una vez convencido de que no llega a la maestría. Colby comienza el mismo camino, pero al descubrir la persona verdadera de su padre ‒un organista no muy bueno‒ decide aceptar esta segunda imposición. Como se ve, en la decisión de Colby influye, en ambos casos, una afectividad extrínseca a la tendencia que en el primer caso (y es bueno notar que el caso es ontológicamente falso) le lleva a la renuncia, y en el segundo a la dedicación humilde.

Los párrafos dedicados a este tema son especialmente hermosos. La descripción del dolor del Sr. Claudio y de Colby en su renuncia; la comprensión mutua, y la postura de Colby ante la música, que no quiere que otros oigan. Creo que todo el que tenga “llamada” y no “elección” sentirá las palabras de Colby:

“Siempre que toco para mí, escucho

La música que hubiera querido escribir yo

Como dentro de sí la oyó el autor;

Pero si toco para los demás,

Me doy perfecta cuenta de que lo que ellos oyen

No es lo que oigo yo cuando para mí toco.

Oigo entonces la música de un gran músico, y ellos

Una interpretación muy inferior.

Por eso he desistido de tocar delante de la gente.

Tan sólo soy feliz si toco para mí.” (Act. I)

(Cambiando música por palabra, por exposición de la verdad, es, literalmente, lo que siento al hablar. Podríamos recordar la poesía de Gerardo Diego: “no el ser sordo, el ser mudo, es mi condenación”).

Ahora todo esto plantea un problema de sumo interés. No digo que Eliot se lo planteara así, ni tampoco lo niego, simplemente lo ignoro, aunque para esas fechas Eliot aún no vivía en cristiano. Es el problema de la vocación entendida en su sentido religioso. Lo más normal es que los hombres den por supuesto, que las circunstancias externas son siempre y plenamente significativas de lo que hay que hacer, quiero decir, de la voluntad de Dios, de la misión que señala al hombre. Sin embargo, el hombre cristiano tiene una sola misión ‒conocer y amar a Dios, y expandir ese conocimiento amoroso‒ que se realiza en una determinada forma de vivir. Las facultades no se desarrollan lo mismo en una situación que en otra. Las circunstancias externas son una de las manifestaciones de los designios paternales, pero sólo una, y además necesitada de interpretación. Pero hay otras, y es precisamente la tendencia interior, interpretada a la luz de Cristo. “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura”. Todo lo contrario de lo que se hace de ordinario. Se determina que uno debe hacer tales o cuales tareas y ‒no sé por qué ley‒ que Dios tiene que derramar su gracia. Pero esto no es más que una manifestación de la primacía de lo externo sobre lo interno, de los visible sobre lo invisible. No se cuenta con que las circunstancias externas están en manos de Dios, que las cambia a su gusto, y que, además, fortalece el ánimo para luchar contra las dificultades. De esta visión miope brota el miedo a decidirse, el ir aplazando las decisiones y el no realizarse como imagen de Dios.

Porque, por otra parte, el hombre, aun teniendo su línea vocacional, es plurivalente, puede obtener éxitos en otros campos, y entonces dejarse llevar de ellos y cambiar, destrozando su verdadera personalidad-imagen.

Es lo que expresa perfectamente Colby a Sir Claudio:

“Ver que hay algo que soy capaz de hacer

Y tan lejano de mi interés de un día,

Me da, en cierta manera,

Una especie de nueva confianza en mí mismo

Que nunca tuve antes.”

(La vocación interpretada con soberbia: llegar a la cumbre de la perfección en la tarea, pese al atractivo, le produce desconfianza. Las nuevas faenas se la dan en cambio, porque le son más fáciles).

“No obstante, al mismo tiempo,

Tengo una sensación de confusión.

Y no aludo al trabajo, sino a mí.

Es como si estuviese

Convirtiéndome ya en otra persona

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