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Corrección: Adoración Pérez Ferrer – Maquetacionlibros.com

Diseño: Jorge Herreros – hola@jorgeherreros.com

Maquetación: Georgia Delena – info@maquetacionlibros.com

 

 

ISBN 978-84-16680-87-0

 

© Boira Editorial

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Índice
Portada
Título
Créditos
El punto de partida de la espiritualidad
El trabajo espiritual en la vida cotidiana
Despertar: el acceso al nivel de conciencia superior
El diario: instrumento de relación con el Trabajo
La observación del personaje
Quién es quién: el personaje, el sujeto y el maestro
El trabajo del “yo experiencia” en el Centro Motor
El trabajo del “yo experiencia” en el Centro Afectivo
Las quejas
El patrón moral
Nuestro mundo emocional
La conducta moralizante
El amor consciente
La práctica del amor consciente
El trabajo del “Yo Experiencia” en el Centro Intelectual
El panorama de la infancia
La aplicación de los patrones
Vivir nuestro propio mundo
Hacer evolucionar el mundo
La presencia consciente en el mundo cotidiano
La espiritualidad en el mundo cotidiano
ANEXO
Ejercicio: Despertar
El porqué del ejercicio
Qué significa acordarte de ti
Despertar
Cómo se hace
Habitualmente estamos dormidos
Los despertadores
Despertar es un trabajo diario
Ejercicio: El diario
Ejercicio: Observar el personaje
Ejercicio: Observar el “Yo Experiencia”
Ejercicio: Actualizar el “Yo Experiencia” Motor
Ejercicio: Actualizar el “Yo Experiencia” Afectivo
Ejercicio: Actualizar el “Yo Experiencia” Mental

El punto de partida
de la espiritualidad

Todos los que conocen el planteamiento de Antonio Blay saben que el estado ordinario de las personas es el de identificación con una descripción fantástica de nosotros mismos que llamamos personaje. Esta descripción es fruto de una educación, recibida en la infancia, que nos ha desconectado de nuestra naturaleza esencial. El ser humano es energía, inteligencia y amor y posee la capacidad de utilizar estas cualidades para comprender la realidad, participar en ella y transformarla con su personalidad; pero, en el proceso de socialización que se realiza en la infancia, estas capacidades se ignoran y se sustituyen por la obligación de imitar un modelo social que prescribe un patrón mental, moral y práctico a reproducir. Y la personalidad se ve afectada por una serie de juicios y valoraciones que sancionan el éxito obtenido en esta reproducción.

De aquí proceden todos los prejuicios que condicionan nuestra autoimagen. Cualquier dificultad para incorporar ciertos aspectos del patrón cuestiona nuestra idoneidad como personas y nos sitúa en un terreno inestable, en peligro de vernos marginados: así nos lo advierten nuestros educadores, recordando sus propias dificultades. Para eludir este peligro, nos alientan también a sobresalir del anonimato, resaltando otras facetas del modelo que nos resultan más fáciles de implementar y nos instan también a realizar las ilusiones y objetivos que ellos no pudieron materializar. De este modo, incorporamos, poco a poco, una imagen hecha de supuestos defectos y virtudes, todos relacionados con el prototipo social vigente. Y acabamos identificándonos con esta imagen, sintiéndonos a la vez extraños y torpes, como si nos hubieran vestido con un traje que no corresponde a nuestras medidas.

En esta situación estamos cuando escuchamos las propuestas del Trabajo espiritual por vez primera. Es lógico que este personaje, que intenta sobrevivir llamando la atención, contemple la espiritualidad como un nuevo medio para conseguir destacar y conseguir reconocimiento del entorno. Y lo primero que el Trabajo espiritual se ha de plantear es contrarrestar este intento, negando las premisas en las que se basa el personaje: ni admitimos tener defectos ni tenemos interés alguno en ser personas extraordinarias; solo queremos recuperar la conciencia de nosotros mismos.

Esto significa que no tenemos esta conciencia. Hay algo en nosotros que nos impulsa a iniciar este camino, pero no sabemos qué es. Ni siquiera sabemos quiénes somos y tampoco sabemos qué estamos haciendo aquí, pero tenemos la intuición de que hay algo importante que nos está pasando desapercibido: nada menos, que nosotros mismos. Así que, lo primero que nos presenta el Trabajo espiritual es una incógnita que tenemos que asumir y atender. De entrada, el Trabajo no nos resuelve nada, lo que hace es ponernos una nueva tarea: averiguar qué somos y constatar a qué nos referimos cuando decimos “yo”. Está claro que la descripción derivada de la imagen social ya no nos sirve, y todo lo que estamos haciendo por disimularla o promocionarla, tampoco. Así que, esta cuestión de la identidad, “¿quién soy yo?”, implica un corte en nuestra vida cotidiana, nos abre un interrogante y pone patas arriba todas las referencias que veníamos utilizando.

De este modo, empieza un proceso que nos llevará a redescubrir lo que ya somos, pero habíamos olvidado. Se realizará por medio de una serie de ejercicios que abrirán nuestra conciencia y producirán una transformación en nuestra mente. Leer muchos libros y escuchar conferencias puede haber despertado nuestra ilusión; pero, para que se traduzca en algo real, es indispensable empezar a caminar y no detenernos hasta haber alcanzado un nuevo lugar en el que poder instalarnos psicológicamente.

Emprender este camino requiere decisión y compromiso, no podemos iniciarlo sin más, porque es algo muy distinto de devorar lecturas y soñar con paraísos sin movernos de nuestro sillón. El camino empieza con una puesta a punto que es imprescindible para despejar falsas ilusiones e informarnos del esfuerzo que tendremos que realizar. Nos vamos a implicar en esto porque lo intuimos como sólido y real, capaz de resolver nuestras dificultades y dar sentido a nuestra existencia pero, precisamente por ello, nos conviene vacunarnos contra las ideas milagrosas que promueven ciertos ambientes. El camino espiritual requiere esfuerzo, y transforma porque es precisamente este esfuerzo el que nos revela y nos hace conscientes de nuestras capacidades.

Es importante tener presente que iniciar el Trabajo provoca una discontinuidad en la existencia. El Trabajo no se puede añadir como algo adicional a nuestra vida cotidiana: se hace en la vida cotidiana, pero obliga a contemplarla de un modo muy diferente al habitual. En el mismo momento que iniciamos el camino, tenemos que dar un salto en nuestra mente, descubrir una nueva perspectiva de la realidad y procurar actuar desde ella. Durante cierto tiempo, nuestra existencia se va a mover entre dos planos: el que nos es habitual, identificados con el personaje, y el novedoso del despertar que nos hace presentes en la conciencia. En esta fase, no podremos evitar una cierta sensación de esquizofrenia. Pero además, esta nueva perspectiva cuestionará de raíz la descripción que hacemos de la existencia y la respuesta habitual que damos a los sucesos que nos llegan.

El Trabajo niega la dualidad bien y mal, así como su corolario: virtudes y defectos. Defiende que el mal carece de realidad y que solo existe el bien. Dice que llamamos mal a una menor presencia de bien y cuestiona que este bien se pueda referir a un conjunto de normas morales y prácticas consuetudinarias. Así que, suspende nuestra política acostumbrada de luchar contra los defectos: propios y ajenos. Las dificultades que tenemos para movernos por la existencia no proceden de ningún defecto, son consecuencia de la falta de práctica y producto de una enseñanza sesgada. Teniéndonos por defectuosos, nos hemos extraviado buscando atajos para solucionar algunas dificultades, sin enfrentarlas; generalmente, echando la culpa a los demás. Y así, dando vueltas de un lado para otro, hemos terminado por desorientarnos del todo.

Sin embargo, dado que los problemas permanecen, los vamos a utilizar para volver al punto en el que nos perdimos. El Trabajo espiritual no tendrá comprensión ni compasión alguna ante nuestras dificultades y tampoco colaborará en la política de acusar a los demás de las mismas. Nos hará patente que la estrategia del personaje de intentar deslumbrar con los aspectos brillantes de nuestra personalidad, tiene poco recorrido y no nos resuelve absolutamente nada. Tampoco hará coro con nuestros lamentos, porque el mal no existe: es algo aparente que se disolverá en la nada, en el momento en que prestemos atención suficiente a nuestra capacidad de ver, amar y hacer, y a las circunstancias que se nos resisten.

En principio, nos vamos a involucrar en unos ejercicios destinados a desarrollar la atención y nuestra capacidad de dirigirla y mantenerla. Los ejercicios se hacen para practicar algo que, al inicio, no se consigue fácilmente; así que, tendremos que resistir la reacción del personaje, que nos aconseja eludir todo aquello que pueda ser interpretado como una deficiencia. Para él, que algo no nos salga supone una humillación y un desprestigio; así, exagerará las dificultades e intentará que abandonemos a la primera de cambio.

Estas dificultades se superan a base de un ejercicio metódico, constante e insistente. Si cumplimos las instrucciones, no tardaremos en comprobar que cada vez tenemos más éxito y conseguimos fácilmente cosas que el personaje nos presentaba como imposibles. No se trata de realizar un gran esfuerzo, porque los ejercicios que el Trabajo propone son perfectamente asumibles y viables; la clave está en la continuidad y la persistencia. Si hoy los hacemos y mañana no, si esta semana cumplimos pero la otra tenemos que ir de viaje y no podremos o si ayer no los hicimos porque estábamos cansados, estaremos dejando que el personaje decida y nos llevará directamente al fracaso. Habremos tenido la salida del círculo vicioso al alcance de la mano y la habremos desperdiciado en nombre de una engañosa libertad y capacidad de decidir que, de momento, no tenemos.

El trabajo espiritual
en la vida cotidiana

El Trabajo espiritual es un proceso de transformación total y, por tanto, incluye la totalidad de la experiencia. No debemos situarlo en un ámbito supuestamente extraordinario, porque la vida es maravillosa en todos los planos y el Trabajo espiritual nos lo hará evidente.

Muchos se asoman al Trabajo llevados por un personaje que busca nuevos materiales para soñar despierto: se imaginan que conseguirán ser personas especiales por encima de los demás, gracias a conocimientos reservados o a experiencias intensas de las que serán protagonistas. Lástima que suelen tener una vida muy ocupada y cuentan solamente con algún fin de semana o período vacacional para comprobar si esta propuesta les conviene. El personaje se lo pasa bien escuchando relatos interesantes y tiene la esperanza de poder aprovechar algún detalle, pero si le plantean ir más allá de este tiempo destinado al ocio, aparece de inmediato su divisa preferida: «primero es la obligación y después la devoción».

Cuando el interés va un poco más allá de contemplar el asunto como un pasatiempo, la primera pregunta que se escucha siempre es «¿cuánto tiempo hay que invertir en “esto”?». Hacemos cuentas para ver si podemos permitirnos el lujo de destinar este tiempo a algo que, en principio, solo es una prueba. Siempre, considerándolo una actividad añadida a las que ya tenemos. Si lo vemos compatible con nuestra realidad cotidiana, quizás lo probaremos, pero si requiere mucho tiempo, ya tenemos la excusa preparada: «somos muy responsables y no nos vamos a comprometer en algo a lo que no podemos prestar el esfuerzo necesario».

Sin embargo, el Trabajo espiritual se hace durante la vida cotidiana, sobre la marcha, y no requiere tiempo sino atención. Ahí está la clave: desarrollar y controlar la atención. El ejercicio inicial de despertar consiste en atender lo habitual con un mayor grado de conciencia, así que no constituye ningún obstáculo para las funciones que hacemos en la vida ordinaria. Solo necesitaremos algo de tiempo para anotar, cada día, cómo han ido los ejercicios, pero media hora bastará. Y, una vez por semana, haremos llegar estas anotaciones a la persona que nos orienta, con el fin de revisar con ella las experiencias que tenemos y los problemas que hemos encontrando. Además de recibir orientación, el compromiso de transmitir nuestra experiencia nos impedirá descuidarla.

Este es uno de los motivos más importantes que aconsejan solicitar la supervisión de alguien adelantado en el Trabajo: evitar que el personaje interfiera en su ejecución, como hace con todo lo demás. Inicialmente, la administración de nuestro Trabajo la hemos de poner voluntariamente en manos de una persona que nos merezca confianza; una confianza que refrendaremos cada semana, observando si sus indicaciones nos ayudan. Esto evitará que el personaje consiga que nos olvidemos de nuestros propósitos a los cuatro días o nos convenza de que estamos perdiendo el tiempo.

Esta persona que nos orienta no está ahí para indicarnos las decisiones que debemos tomar en nuestra vida cotidiana, ni para hacernos de modelo de nada. La imagen del gurú, la persona iluminada a la que se debe pleitesía y obediencia total, ha hecho mucho daño en el Trabajo espiritual. Porque al gurú se le exige que sea un dechado de perfecciones, y el que decide cuáles son tales perfecciones es el personaje. Está cantado que, a las primeras de cambio, este personaje sentenciará que el orientador no las cumple y, por tanto, no merece acatamiento ni obediencia.

En este método, el orientador no es ningún gurú, es una persona normal y corriente que va por delante en este camino. Nosotros hemos sido previamente informados de lo que tendremos que hacer y hemos tomado la decisión de emprenderlo, en uso de nuestra libertad personal, una decisión que podemos revocar cuando queramos. El Trabajo espiritual es, probablemente, una de las pocas cosas que hacemos libremente, porque en las demás solemos estar constreñidos por la red de dependencias que hemos establecido. El instructor solo está a nuestro lado para facilitarnos el camino y evitarnos errores.