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LOS AÑOS DORADOS DE LA
HACIENDA BUCALEMU
EN SUS 400 AÑOS
DE HISTORIA

MARÍA ELENA VICUÑA SALAS

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Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción parcial o total

de esta obra, ya sea digital o manual.

© LOS AÑOS DORADOS DE LA HACIENDA BUCALEMU EN SUS

400 AÑOS DE HISTORIA

© MARÍA ELENA VICUÑA SALAS

ISBN papel: 978-84-686-1249-2

ISBN ebook: 978-84-686-1250-8

Editor Bubok Publishing S.L.

Impreso en España/Printed in Spain

A mi bisabuelo Claudio y a mis

hijos Guillermo, María Elena y

Cristián; a mis nietos Amanda,

Paulina, Mauricio, Óscar y

Olle; a mi padre, Gustavo, mi

hermano Ismael, que fue mi

compañero en todas mis

aventuras en esta hermosa

Hacienda Bucalemu, y a mis

hermanos Gustavo y

Magdalena Sofía; a todos los

descendientes de la familia

Vicuña Subercaseaux y a todos

los que en el mundo quieran

compartir conmigo esta linda

experiencia

ÍNDICE

1 - Historia del colegio de la Hacienda de Bucalemu en poder de los jesuitas

2 - Estancia de los jesuitas en el colegio de la Hacienda de Bucalemu, desde 1619 hasta 1767, durante un período de 148 años

3 - Los mapuches

4 - Expulsión de los jesuitas de todo el territorio nacional de Chile en el año 1767 por orden del rey de España, Carlos III

5 - Ejecutoria de expulsión de los jesuitas

6 - Traspaso del colegio de la Hacienda de Bucalemu a manos de don Claudio Vicuña Guerrero

7 - Superficie de la Hacienda de Bucalemu

8 - Estructura y administración de la Hacienda de Bucalemu

9 - Los inquilinos de la Hacienda de Bucalemu

10 - Producción, comercio y suministros de la Hacienda de Bucalemu

11 - La Casona

12 - La Casita

13 - El parque de la Hacienda de Bucalemu

14 - Los veraneos de los descendientes Vicuña Subercaseaux en la comunidad de la Hacienda de Bucalemu

15 - El columpio y la vida diaria en el campo

16 - Las fiestas de navidades en la Hacienda de Bucalemu

17 - Los paseos y actividades del verano en la Hacienda de Bucalemu. Paseo al Maitenlahue

18 - Baños y esquila de las ovejas. Visita a la cueva del tesoro

19 - Paseo en las dunas de Limahue, Las Salinas y laguna del Rey

20 - La institutriz Gudrun

21 - La recepción de personalidades en La Casona

22 - La trilla en la comunidad de la Hacienda de Bucalemu

23 - Los primos y los paseos al humedal del Yali

24 - Las zorrerías y liebraduras

25 - Las misiones de Semana Santa y la visita al cementerio del cólera, llamado Las Águilas

26 - La fiesta del Dieciocho de septiembre, el rodeo y las riendas

27 - El último sueño en la pieza del bisabuelo, Claudio Vicuña Guerrero, y el fin de los años dorados en la Hacienda de Bucalemu

PRÓLOGO

Este libro está basado en hechos reales e históricos y recuerdos vividos durante la época de mi niñez en la Hacienda de Bucalemu. En él se relata la historia de la Hacienda y sus diferentes etapas a través de cuatrocientos años, habiendo pasado por las manos de conquistadores, sacerdotes jesuitas, políticos, empresarios latifundistas como mi bisabuelo, don Claudio Vicuña Guerrero y sus descendientes, y por último, el Estado chileno con su Ejército, a cargo tan solo de La Casona y el parque.

INTRODUCCIÓN
HAY CUATROCIENTOS AÑOS DE HISTORIA

Habiendo evolucionado por el paso primero de conquistadores, después de sacerdotes, enseguida de políticos y empresarios y, por último, de militares del gobierno de Chile, a cargo en exclusiva de La Casona y el parque, estos cuatro siglos de historia se remontan a la época de la Conquista.

En 1598, el rey de España, Felipe II, en agradecimiento por los servicios prestados a la corona española, entregó las tierras de Bucalemu, que se extienden desde el río Rapel hasta el río Maule (comuna de Santo Domingo, región de Valparaíso) al capitán Sebastián García Carreto y Chumacera, por sus méritos en las guerras con Europa en favor de España y por la conquista de América.

Este libro es el relato de la historia del colegio de la Hacienda de Bucalemu durante el período que abarca desde el año 1612, cuando la Hacienda fue donada por el capitán español Sebastián García Carreto y Chumacera, a los jesuitas, hasta 1767. Durante esos 155 años, los jesuitas tuvieron en el colegio la misión de evangelizar y educar la zona, poblada de indios promocaes, quienes se extendían desde el río Rapel hasta el río Maule, para establecer allí un colegio de misioneros.

El significado en lengua mapuche de Bucalemu es «el bosque grande». Allí fue donde en 1646 los jesuitas trasladaron el noviciado, y trasformaron Bucalemu en un centro de estudios solo para sacerdotes, hasta su expulsión del país, ordenada por el rey Carlos III de España, y presionado por el papa Clemente XIV, quien suprimió la Orden de la Compañía de Jesús el 21 de julio de 1773. Esta fue después restaurada por el papa Pío VII en 1814.

En el año 1875 la propiedad de la Hacienda Bucalemu fue comprada por don Claudio Vicuña Guerrero, mi bisabuelo, con lo que pasó a ser propiedad de la familia Vicuña Subercaseaux, llamándose comunidad de la Hacienda de Bucalemu. En 1967 esta se parceló entera entre las diferentes ramas de la familia y la comunidad de la Hacienda Bucalemu dejó de existir. Se dividió en las correspondientes hijuelas para cada una de las ramas de la familia. Finalizó así el período de 92 años en que la Hacienda estuvo en manos de los descendientes Vicuña Subercaseaux.

La disolución y división de la comunidad de la Hacienda de Bucalemu respondió a la promulgación de la ley de la reforma agraria del 29 de abril del año 1966, establecida durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva.

Una de las hijuelas de Bucalemu se adjudicó en el año 1978 por decreto del Ministerio de Tierras y Colonización, hoy de Bienes Naturales, al Ministerio de Defensa Nacional para el Ejército de Chile, siendo un lugar de estricto control y restricción militar.

La Hacienda contaba con La Casona, gran casa colonial con estilo europeo en su diseño interior y muebles, y en su costado con unas grandes caballerizas, que se ocuparon mucho en la época en que se usaban las carrozas y no había llegado aún el auto.

Aquí se acostumbraba a recibir a personalidades importantes y presidenciables, como Arturo Alessandri Palma, Luis E. Figueroa, José M. Balmaceda y muchas más personalidades. Era muy elegante y señorial.

El parque tenía una extensión de 20,7 hectáreas. Contaba con una piscina, cuyo amoblado del entorno era de estilo europeo, una gruta llena de estalactitas, puentes colgantes de estilo francés, un antiguo mirador, que se encontraba en uno de los hermosos senderos en el recorrido del parque y que daba a un paraje de los campos verdes con árboles, sauces u otros, donde era muy reconfortante sentarse a meditar.

El parque contaba con estatuas, todas traídas por don Claudio Vicuña Guerrero de sus viajes por Europa; copias fieles de los originales del Museo del Louvre, como Diana cazadora, además de otras esculturas de héroes históricos como Pedro de Valdivia, Francisco Pizarro, Hernán Cortés y el propio busto de don Claudio Vicuña Guerrero.

Además, la fauna silvestre, con especies exóticas como los pavos reales, que eran cientos y sorprendían a los visitantes con su hermoso colorido, sus abanicos de variadas plumas de tonos verdes azulados y las gallinetas, todos ellos traídos de la India.

Contaba con flora autóctona, así como con 130 especies exóticas traídas por don Claudio Vicuña Guerrero de Europa, de Asia y Australia. Se podían apreciar diez variedades de palmeras, como la mexicana de hoja azul, las finas de abanico, las californianas de abanico, cedros traídos del Líbano y de la India, araucarias brasileñas y chilenas, encinas, pinos de las islas Canarias, cedros italianos, magnolias y secuoyas traídas de Norteamérica, álamos, el árbol del corcho… Se contrató para ordenar toda esta exclusiva flora a un especialista francés en jardines, el señor Guillermo Renner, quien lo dejó al gusto con un estilo europeo, como quería mi bisabuelo don Claudio Vicuña Guerrero. Transformó, con un diseño de elegante majestuosidad, este maravilloso parque de Bucalemu en una reliquia ecológica histórica nacional.

El 21 de febrero del año 2004, el Ejército de Chile firmó un acuerdo con el Ayuntamiento de Santo Domingo para que este recinto histórico ecológico se convirtiera en centro cultural para recreación y turismo, ubicado a 140 km de Santiago y a 35 km del balneario de Santo Domingo.

Así quedó la administración del parque de Bucalemu en manos de los militares y del municipio de Santo Domingo, en la región de Valparaíso.

Incendio del parque de Bucalemu

Sucedió este siniestro el día 29 de enero del año 2012. En pocas horas se consumió la casi totalidad del parque de Bucalemu. La magnífica obra que con tanto esfuerzo e innovación había construido mi bisabuelo, don Claudio Vicuña Guerrero, quedó convertida en cenizas.

De las 20,7 hectáreas, se quemaron 19,5, más del 90 % de la superficie. Se destruyó uno de los grandes patrimonios ecológicos e históricos de Chile. Todo el esfuerzo de mi bisabuelo, que en el año 1865 inició esta maravillosa obra ecológica y única, con la combinación de especies traídas de diferentes partes del mundo junto con la fauna y flora silvestre autóctona, dejó de existir solo en el tiempo de algunas horas.

Alcanzó a durar sólo 147 años esa magnífica obra del parque de Bucalemu.

Ese día quedaban 70 pavos reales en el parque, que salieron volando a su suerte a medida que les abrían las puertas mientras ardía todo el resto de fantásticas especies.

En lo personal fue una catástrofe totalmente inesperada. Ni en las peores fantasías me habría imaginado algo tan tremendo de una obra magnífica como el parque de Bucalemu, que con tanto esmero y cariño se cuidó durante 147 años.

Costó tanto esfuerzo e ingenio juntar las culturas europeas y autóctona, se dio alegría y cabida a tanta gente. A mí me representa toda mi niñez, con todos los recuerdos, aventuras y enseñanzas que nunca olvidaré y que en este magnífico jardín mágico de mi bisabuelo se constituyó en un suceso muy lamentable.

Tengo la intención de poder revivir en este libro todo lo que fue esta obra de la Hacienda Bucalemu y su maravilloso parque, Casona y todo el conjunto de esta espléndida Hacienda, para que nunca desaparezca de nuestros recuerdos y así compartir todas mis vivencias y experiencias desde mi niñez.

Este escrito está basado en la historia y recuerdos vividos en gran parte de la época de mi niñez en este lugar paradisíaco que heredamos del bisabuelo.

Con la intención de transmitir esta única y fantástica experiencia, que me permitió una oportunidad muy especial de vivir y experimentar su fauna y flora, llena de aventuras, donde se logró fusionar lo autóctono chileno campestre con las finas costumbres europeas.

Me hizo posible estar en contacto con su naturaleza y cultura, las que con toda libertad pude explorar sin límites, al alcance de una disponibilidad absoluta, que pude disfrutar plenamente, recorriéndola a muy temprana edad al lomo de mi caballo, que junto a mi hermano Ismael, quien desde un comienzo fue mi compañero de aventuras, recorríamos y explorábamos juntos hasta el último rincón de ese paraíso del bisabuelo que era la Hacienda Bucalemu.

Todo esto me dio la oportunidad de conocer amar, respetar y entender, admirar toda esa riqueza de la naturaleza, tanto de sus campos como de sus gentes, los bucaleminos, con sus costumbres y sus animales y toda esa maravillosa Hacienda de Bucalemu, que me llenó de experiencias y aventuras inolvidables.

Además, pude disfrutar siempre de la amistad y simpatía de todos los primos descendientes Vicuña Subercaseaux, ya que ellos siempre iban en seis turnos divididos al año por ramas de la familia a la glamourosa Casona, con su precioso y ecológico parque de Bucalemu.

Nosotros fuimos siempre a La Casita, que quedaba al otro lado del camino público, en la ladera de uno de los cerros donde estuvo la residencia del abate Juan Ignacio de Molina, entre otros componentes del noviciado y sacerdotes del colegio de la Hacienda de Bucalemu.

CAPÍTULO 1

HISTORIA DEL COLEGIO DE LA HACIENDA DE BUCALEMU EN PODER DE LOS JESUITAS

Los jesuitas son los integrantes de una Orden religiosa, la Compañía de Jesús, dentro de la Iglesia católica. La Orden fue fundada por Ignacio López de Loyola en el año 1540 en Francia.

La historia comienza en el año 1579, cuando el rey de España, don Felipe II, atribuyó un poder maravilloso a los jesuitas para la conversión y extirpación de las herejías en el pueblo indígena mapuche.

El rey don Felipe II dispuso por cédula del 11 de febrero de 1579 que pasaran a Chile algunos padres para esta labor de evangelización, lo que se hizo efectivo en 1593.

El proceso de evangelización de los jesuitas a los mapuches en Chile duró 174 años, desde 1593 hasta 1767, año de su expulsión de Chile y de todo el territorio hispanoamericano, incluyendo doce provincias jesuitas españolas, ordenada por la corona del rey de España, Carlos III, el 27 de febrero de 1767, presionado a su vez por el papa Clemente XIV.

La primera expedición estuvo compuesta por cinco padres, de los cuales solamente dos eran chilenos.

Desde el primer momento, la Compañía de Jesús mostró una notable flexibilidad, lo que fortaleció los planes de su obra. A pesar de que la realidad con que se encontraron en Chile era totalmente diferente a la europea, supieron imprimir una idiosincrasia única espiritual y temporal.

Fueron discretos al no inmiscuirse en asuntos públicos, aunque acompañaron siempre al gobernador en las expediciones de guerra, desplegando sus conocimientos e influencias con libertad de actuación.

Para el desarrollo de su acción religiosa y cultural contaba la Compañía de Jesús con sus propios recursos, productos de todas las generosas donaciones recibidas, lo que con el tiempo les permitió acumular una gran riqueza, llegando a ser dueños de 59 fundos solo en Chile, con 1.300 esclavos negros, lo que constituyó una potencia productora cuantiosa, una de las grandes que se conocían en el país. Tuvieron gran influencia en el comercio e industrias chilenas.

Hacia 1650, al cabo de medio siglo de su arribo a Chile, 114 miembros de la orden, casi la mitad, eran nacidos y educados en Chile con sus apellidos criollos.

La influencia de los jesuitas llegó a todos los sectores sociales, desde la aristocracia hasta los esclavos negros.

A los siete años de su llegada a Chile, los jesuitas otorgaron el primer contrato de trabajo chileno, donde tenían el compromiso de respetar las condiciones mínimas de remuneración para sus propios indígenas de servicios incluyendo el salario familiar, la jubilación a los 50 años, pensión de viudez, jornada laboral limitada, auxilio médico y enseñanza gratuita, entre otros.

Esto se contradecía con la cantidad de esclavos negros que poseían, pero este tipo de moral era usual en esa época. El trabajo de las tierras y propiedades fue dirigido con admirable prolijidad y progreso, de forma práctica y con gran capacidad de organización administrativa. Trajeron herramientas y maquinaria para la explotación de la tierra, adaptándola al tipo de suelo. Se distinguieron en la explotación de la ganadería, siembras, viñas, la actividad fabril y manufacturera.

Ejecutaban el sistema de misiones, basado en la manera de aprovechar lo mejor posible el terreno agrícola de los territorios conquistados. Hacían trabajar gratis algunos días de la semana, dando a su vez dos días de la semana para que los indios cultivaran sus terrenos.

Este sistema de economía agrícola dio la posibilidad a los jesuitas de controlar más de dos terceras partes de la producción agrícola de las misiones, permitiéndoles así adquirir recursos para sus expansiones.

Además, instruyeron a los indios en la religión católica, para esto tuvieron que aprender el mapudungo, lengua nativa de los indígenas mapuches. También tuvieron que enseñar la lengua castellana a los nativos.

En 1596 abrieron la primera escuela de gramática, dedicándose al culto religioso, confesión y enseñanza.

Los jesuitas se destacaron por su obra de evangelización y ejercieron la docencia enseñando la gramática, filosofía y retórica. Se distinguieron por su trabajo de cultura, formando un tercer noviciado en el colegio de la Hacienda de Bucalemu, dedicado a la formación de sacerdotes misioneros como Alonso de Ovalle, Diego de Rosales, Miguel de Olivares, Manuel Lacunza y el abate Molina, Juan Ignacio Molina, que se distinguió por el estudio de humanidades clásicas en griego y latín durante tres años (1758-1760) en el noviciado de Bucalemu. Después de la expulsión de los jesuitas de Chile, Molina llegó a Imola (Italia), donde permaneció 62 años, y se pudo ordenar sacerdote, terminando sus estudios de teología. Escribió en Bolonia, en 1776, la gran obra Compendio de la geografía natural y civil del Reino de Chile.

Gran amante de la naturaleza, Molina aprovechó su estadía en La Casita, en el colegio de la Hacienda Bucalemu, para estudiar la naturaleza, la flora y la fauna del lugar, llegando después a ser profesor de ciencias naturales en Bolonia en 1803.

En 1612, la tierra de la Hacienda Bucalemu fue donada por el capitán Sebastián García Carreto y Chumacera con el propósito de que la evangelizara la Compañía de Jesús. Quedó esta ubicada al sur del puerto de San Antonio de Las Bodegas, entre los ríos Yali y Rapel. El reinado de los jesuitas en el colegio de la Hacienda de Bucalemu alcanzó un período de 148 años.

Estas tierras habían sido donadas anteriormente por el rey de España, Felipe II, al capitán Sebastián García Carreto y Chumacera como compensación por las exitosas guerras con Europa a favor de España. El traspaso de esta extensa propiedad a los jesuitas por el aguerrido capitán García Carreto se hizo efectivo el día 6 de octubre de 1619.

La labor de educación y evangelización de los jesuitas era un proceso de envergadura, tomando en cuenta que no solo tenían que tener conocimientos de la fe cristiana, sino el traspaso al adamapu, las costumbres de antaño de los mapuches, como sus dioses, los antepasados divinizados, la poligamia y el exceso en sus tomatinas festivas, que no acordaban con las normas cristianas.

Los mapuches no cedían a sus autonomías vigentes, lo que transformó esta obra evangelizadora de los jesuitas en grandes controversias para llevar adelante sus objetivos como consecuencia en una rebelión general desde 1598 hasta 1602.

Se necesitaba superar este Flandes indiano para lograr un clima de paz y aceptación por ambas partes.

Se confundían igualitariamente la evangelización y la política, más allá de los límites para lograr la esperada civilización de los mapuches, aceptando de forma armónica el contenido del Evangelio y que así aprendieran su policía, que era el estricto comportamiento concordante con las leyes del Evangelio.

Los misioneros jesuitas aceptaron este gran desafío de integrar a los mapuches en la fe cristiana, tomando en cuenta que los esfuerzos por lograrlo en el pasado no lo habían logrado ni con las armas ni mediante el llamado régimen de encomiendas. Este último era usanza de los conquistadores españoles como una manera de lograr la asimilación a la nueva cultura, y su paso a la religiosidad de los mapuches a cambio de terrenos como recompensa, para así lograr su objetivo de cristianización, ensalzando el Evangelio.

Los jesuitas se dedicaron completamente a salvar por cualquier medio a la población mapuche, perdida en la apostasía, o sea, el pecado, avocándose en esta labor espiritual y teniendo como prioridad el sacramento del bautismo.

Esta especial integración de los mapuches hizo que al estilo criollo hispano los convirtiera en unos seres atemorizados, llenos de fantasías y temores. No solo les aportaría la salvación de sus almas, sino también hacer al indígena súbdito del rey de España.

Los jesuitas estaban muy apremiados por la corona del rey de España y sus autoridades, de donde venían los recursos y fondos.

Los jesuitas se distinguieron no solo por ser cuidadores de la paz y su evangelización, sino que aumentaron los bienes de la comunidad, estableciendo cajas de comunidad, permitiéndoles desarrollar la agricultura y ganadería, logrando así mejorar el sustento de las familias.

CAPÍTULO 2

ESTANCIA DE LOS JESUITAS EN EL COLEGIO DE LA HACIENDA DE BUCALEMU, DESDE 1619 HASTA 1767, DURANTE UN PERÍODO DE 148 AÑOS

No fue hasta 1627 que la Orden de la Compañía de Jesús pudo tomar posesión del colegio de la Hacienda Bucalemu, que se extendió hasta el año 1797. Construyeron casas, aposentos y una iglesita con la notoria influencia barroca en su arquitectura, además de una serie de bodegas, graneros y galpones para la facilidad del ganado mayor y menor y el obraje de la lana, a la que se dedicaban, entre otras cosas, y con las que comerciaban y empleaban para su autoabastecimiento, sin darles mayores ganancias.

Sobresalieron por su trabajo en la cultura, formando el tercer noviciado en este lugar del colegio de la Hacienda de Bucalemu, dedicado especialmente a la formación de los hermanos misioneros. Como parte de la docencia, enseñaban gramática, filosofía, retórica, destinando la parte de la evangelización a las misiones. Los jesuitas destacaron por su obra en el colegio de la Hacienda de Bucalemu.

El abate Juan Ignacio Molina nació en Talca en 1740 y murió en 1869. Ingresó en la Compañía de Jesús a la edad de 15 años. Estuvo en el noviciado del colegio de Bucalemu durante tres años, desde 1758 hasta 1760, dedicado a estudiar los libros científicos de la biblioteca del noviciado de Bucalemu, y aprovechaba para observar la naturaleza en todas sus formas. En el año de la expulsión de los jesuitas, 1767, después de 174 años en el territorio nacional, el abate Molina se dirigió a Imola, Italia, donde escribió la obra Compendio de la geografía natural y civil del Reino de Chile.

El padre Diego de Rosales, nacido en Madrid en 1622, enseñó arte en el colegio de Bucalemu y es el autor de la Historia general del Reino de Chile, Flandes indiano.

El padre Miguel de Olivares nació en Chillán en 1733, enseñó gramática y retórica en el colegio de Bucalemu, siendo su obra destacada la Historia civil y sagrada de Chile.

Además de sus labores educacionales y evangelizadoras, desarrollaron la artesanía, fueron impulsores del arte y las ciencias de la farmacopea, medicinas estas en base a hierbas. También instalaron industrias muy avanzadas para su época.

Los jesuitas y el desarrollo de la pequeña industria

La Compañía de Jesús había formado una pequeña industria de los productos animales. De la piel de los animales sacaban los cordobanes, que eran cueros caprinos (cabros), que utilizaban para hacer zapatos. El sebo o grasa de los caprinos y corderos los usaban para las confecciones de velas. La parte interior de los puercos, sus grasas, se obtenían mediante empellas, y después se cocían en grandes peroles (vasijas de metal) para ser luego prensadas y saladas, o sea, separadas del chicharrón.

El aceite se utilizaba con fines curativos. Aparte del faenamiento de la piel, se aprovechaba también la carne de los vacunos, como el lomo la lengua, salpresadas (saladas y presadas), que eran apodadas también como cecinas.

Para aprovechar mejor los cueros y las lanas, se instaló una curtiembre y así se creó la manufactura de paños de la tierra. Se fundó el 14 de septiembre de 1681 junto al capitán Juan de la Peña y Lillo y el rector del Colegio San Sebastián de Bucalemu. Se fundó un obraje de paños chilenos, estos paños de la Hacienda lograron un gran y próspero surgimiento.

Dentro del obraje de paños se encuentra la bayeta, tela de lana floja que se hacía para los individuos de baja condición. También fabricaban jubones y polleras para los esclavos negros. El cordellate era un tejido basto cuya trama formaba un cordoncillo con el que se fabricaban mantas y pantalones. La jerga era una tela ordinaria de lana barata se usaba para hacer costales, cotonas y calzones de trabajo para humildes obreros. El panete, un tejido de lana de mejor calidad para ropa de todo tipo y grupos sociales. El anascote, una tela fina, se usaba para hacer los hábitos de las órdenes religiosas que traían de afuera. El tocuyo era una tela suave y de algodón, se utilizaba para hacer mortajas, que era la manera de envolver a los muertos víctimas de la peste en el año 1687.

Para esta manufactura de paños se utilizaron seis telares, peines de acero para peinar la lana, una rueda para hilar el lino y otra para el cáñamo y tornos para hilar lana. Contaban con ocho tejedores tintoreros.

Gran parte del vestuario fue utilizado por los 186 esclavos negros que tenía el colegio de la Hacienda de Bucalemu.

El lugar donde estaba ubicado el obraje de paños eran los lados del patio central de La Casona, que tenía gran número de aposentos de grandes dimensiones.

Herrerías con fraguas se usaban para la elaboración de rejas y telares que se usaban para las confecciones de los llamados paños de la tierra. En todas sus obras de artesanía como tejidos, cerámicas, herrería, cerrajería y esculturas de los talleres, en general, se ve la influencia barroca de la época. Además, contaban para su consumo con hortalizas, cultivaban trigo y legumbres. Aquí no había viñas ni molinos.

CAPÍTULO 3

LOS MAPUCHES

Los mapuches o «gente de la tierra», es el conglomerado poblacional aborigen más numeroso de Chile, llegando a constituir más de un millón de habitantes en el siglo XVI. Llegaron a Chile alrededor del siglo VII procedentes de la Amazonia, emigrando por la pampa Argentina de la región llamada Neuquén, atravesando un paso cordillerano llegaron a Chile y dejaron al lado su forma nómada de vida, convirtiéndose en un pueblo sedentario dedicado a la caza y recolección. Se introdujeron entre los picunches y huilliches, que fueron emparentados cultural y lingüísticamente, ubicándose en un comienzo entre el Bío Bío y Toltén.

Los mapuches presentaron una gran resistencia a los españoles en el siglo XVI, llegando a expulsar a los españoles del territorio. Pasaron de su organización tribal a ser gobernados por estados independientes llamados butalmapus. Por su organización, pasaron de nómadas a sedentarios. Constituían una sociedad segmentada con un conjunto de grupos congregados por el parentesco y los territorios.

Este núcleo llamado tribu era el linaje integrado por familias que descendían de un antepasado común llamado el Pillán. Los linajes emparentados entre sí formaban una agrupación mayor que era dirigida por el cacique, los hombres eran polígamos.

En sus costumbres eran más bien silenciosos. Solo en el ambiente de lo mágico y religioso y en la transmisión de su lengua, el mapudungo, verbalizaron, haciendo uso del lenguaje con la adaptación de un sistema simbólico que permitía una forma determinada de percibir el mundo del ser mapuche.

Los mapuches han preservado el mapudungo como medio de comunicarse en su diario vivir, como uso mágico, religioso y artístico, especialmente expresado a través de los cantos, danzas y oraciones. Hoy en día dominan los dos idiomas, el mapudungo y el español, aunque prevalece este último.

Se movían en un ámbito social y cultural de actividades basadas en la agricultura, mezclado con una visión filosófica sobre el universo en el que primaba la lucha del bien contra el mal. Se identificaban profundamente con la naturaleza y un culto a la muerte de sus antepasados.

Se dedicaban a diversas actividades, dependiendo del lugar que habitasen eran pescadores, recolectores, mariscadores o agricultores. Sus viviendas se denominaban rucas, hechas de paja y palos, sin ventanas, con un fogón en el medio y un agujero arriba por donde salía el humo. El fogón hacía de cocina y a la vez el calor calentaba la cantidad de piezas de la ruca. Cada pieza tenía su propia entrada.

Respecto a su alimentación, vivían del maíz, de la papa, las raíces y frutos silvestres, consumían carne de guanaco, aves silvestres y peces. Cazaban los animales con boleadoras, flechas y trampas. Practicaban la pesca con anzuelos de madera y hueso. Consumían bebidas alcohólicas hechas de maíz y fruta.

En cuanto a la vestimenta y el arte, los hombres y mujeres vestían el camisón largo, o sea, el chamal amarrado a la cintura. En los inviernos se cubrían con pieles de zorro y guanacos, adornándose con collares de plumas y piedras de malaquita. El poncho apareció con la llegada de los españoles, los tejían con telares en sus casas. Las mujeres usaban trenzas y los hombres usaban pelo corto o una cola. Con la llegada de los españoles elaboraron adornos de plata, como los collares o pecheras usados por las mujeres. Además, eran alfareros. Hacían jarros de cerámica, de barro negro cocido y vasijas de madera y de cuero. Sus árboles preferidos eran el canelo y el laurel. El instrumento musical que tocaban se llamaba kultrún, un instrumento de resonancia.

Acerca de sus juegos, el principal era la chueca, que consistía en pelotear una pelota de caucho con unos palos largos terminados en una punta de curva hasta llegar al lado del contrincante. Era un juego brusco. En muchas ocasiones terminaba con riñas, bailes y tomatinas, por lo tanto fue prohibido en el año 1647.

Otro juego era el palo encebado, que consistía en trepar por un palo previamente engrasado de seis metros de alto para alcanzar un premio que se encontraba en la punta. Este juego se practicó mucho en la colonia y llega hasta el día de hoy, en las fiestas patrias.

Las carreras de caballos fueron muy populares durante la colonia. Podrían expresarse mediante diferentes juegos, como peleas entre cuadrillas con palos a caballo, donde mostraban sus destrezas, o bien correr sortijas, que consistía en ensartar, corriendo a caballo, una sortija que pendía de una cinta a cierta altura en la punta del palo.

Acerca de sus creencias y la familia, los hombres practicaban la poligamia. Las familias se encontraban en constantes conflictos, entre otros debido a que creían que las muertes dentro de los familiares eran causa del mal del ojo que les deseaban otras familias. La creencia principal era el culto a los antepasados o pillones.

Cada linaje tenía su antepasado, con alianza a un cuga, que era el protector del grupo. El cuga podía ser un animal cualquiera. Creían en la vida después de la muerte.

Los mapuches tenían varios dioses, todos relacionados con la naturaleza, como Pillán, que era el principal creador de todo el mundo. Además, cada familia tenía su dios propio. La magia y superstición constituían parte importante de sus vidas.

Creían en los espíritus malévolos, como en una especie de basilisco que bebía de la saliva de los hombres causándoles la muerte. Le daban nombres como Colo Colo y el Chanchón. Este vampiro decían que les chupaba la sangre, según sus creencias.

Hacían uso de las machis, que era el nombre dado a las mujeres que combatían los espíritus malignos.

De aquí nace el machitún, que tenía función mágica y terapéutica, actuando como los chamanes, que era el nombre dado a los hombres que alejaban a los malos espíritus que provocaban enfermedades y desgracias.

Había un culto especial a la muerte. Cuando alguien fallecía, las ceremonias duraban varios días, en ellas todos llevaban comestibles y regalos, que se acompañaban de cantos y llantos, de donde nacieron las lloronas. Al final del entierro se ponían ropas especiales y elegantes y se acompañaban de comidas y bebidas.

Su religión estaba basada en el creador de las especies vivas, llamada Pillán. Los mapuches basaban su existencia en un mundo poblado de espíritus y dioses, practicando el culto de los tótems, como el cielo, sol, mar, río, piedra y agua.

La educación estaba basada desde la niñez en la preparación para la guerra, preparaban a los hombres para ser guerreros. Se entrenaban escalando cerros, haciendo carreras, juegos fuertes para mantener el cuerpo en forma y ágil. Aprendían a manejar lanzas, flechas, boleadoras y a reforzar la memoria.

A las mujeres se les entrenaba para ser agricultoras, tejedoras, alfareras y hacer pasar las creencias de una generación a otra.

El pueblo mapuche era guerrero, de ahí la importancia de su preparación para la guerra. En caso de guerra se elegía un toqui entre los clanes o conas, de acuerdo con los adivinos que en sus sueños se contactaban con el Pillán para dar su parecer.

Las tácticas de guerra eran en base a emboscadas y ataques sorpresivos. Sus armas eran la flecha de coligue, la honda, la laza o pica y la macana, que consistía en un arma gruesa de tres metros de largo, hecha de madera, capaz de derribar a un caballo.

CAPÍTULO 4

EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS DE TODO EL TERRITORIO NACIONAL DE CHILE EN EL AÑO 1767 POR ORDEN DEL REY DE ESPAÑA, CARLOS III

La expulsión de la Compañía de Jesús del colegio de la Hacienda Bucalemu y de todo el territorio nacional de Chile, además de todos los territorios de Hispanoamérica, fue en el año 1767.

Fue decretada por el rey de España, Carlos III, presionado también por el papa Clemente XIV. Los motivos de la expulsión fueron diversos y complejos. En ella se mezclaron la religión, los negocios, la política y las intrigas.

Este ostracismo o destierro político de la Orden de los jesuitas como una de las causas, por motivos económicos, citando la gran acumulación de dinero por donaciones y herencias, con las que recibieron valiosas propiedades urbanas que hábilmente lograron hacer muy productivas.

En la creencia de que los jesuitas habían acumulado grandes fortunas y eran inmensamente ricos y buenos administradores, sirvió para resolver los problemas económicos que aquejaban al rey de España Carlos III en esos momentos, incautando toda esa riqueza y propiedades que poseían con la expulsión de todos los territorios hispanoamericanos.

En el plano religioso fue constante la pugna de los jesuitas con los religiosos jansenistas, que daban demasiado poder a los obispos, limitando la autoridad del papa, además de ciertas normas de evangelización a la romana.

El descrédito a los sacerdotes y colaboradores fue generado por la alta burguesía, debido a la magnitud de la organización y su gran influencia en el campo de la espiritualidad sobre las conciencias de las familias reales, la nobleza, las clases acomodadas y el pueblo, por medio de los ejercicios espirituales.

Por último, las intrigas que se originaron en diferentes ámbitos, a causa del gran éxito alcanzado por los jesuitas, generaron envidias; los dominicos los acusaron de permitir herejías en el culto, a los que se unieron los franciscanos y capuchinos. Les acusaron de que usaban sus imprentas para imprimir literatura sediciosa. Se les acusó también de que los jesuitas intentaban sojuzgar al trono de España y negarse a pagar los diezmos exigidos por el rey de España, Carlos III. Que el monarca era de origen bastardo, algo demostrado en unos documentos probados, aparecía en un libro firmado por un jesuita, que aludía a que el rey de España, por esta razón, debería ser destronado.

Con todas las conclusiones anteriores, solo les faltaba a los enemigos de los jesuitas armar las intrigas necesarias para que el rey de España tomara la decisión final de su expulsión.

Finalmente, los motivos reales de la expulsión de los jesuitas de todos los territorios hispanoamericanos no serían dados a conocer, ya que el asunto sería tratado como un secreto de estado.

Así fue como se dio la orden de expulsión de los jesuitas el día 27 de febrero de 1767, cuando el rey de España, Carlos III, firmó el decreto de su expulsión de las doce provincias españolas, siendo estas Castilla, Aragón, Andalucía, Toledo, México, Nuevo Reino de Granada, Quito, Perú, Chile, Paraguay, Cerdeña, Indias y Filipinas.

El papa Clemente XIV, a quien los jesuitas habían jurado fidelidad, suprimió la existencia de la Orden de la Compañía de Jesús el día 21 de julio de 1773, presionado por el rey de España, quien le había apoyado en su elección como papa. La Orden de los jesuitas fue restaurada más tarde por el papa Pío VII en el año 1814.

CAPÍTULO 5

EJECUTORIA DE EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS

La expulsión se realizó de forma secreta por el monarca español, el rey Carlos III, en todos sus dominios, para la que se ordenó el mayor sigilo y actuación por sorpresa hacia todos los afectados de la Orden de la Compañía de Jesús, por temor a la reacción de las colonias de los jesuitas mismos ante tamaña medida.

Se tomaron como medidas la ocupación de conventos y confiscación de los bienes, el arresto de la Orden de los Jesuitas y su expulsión de todo el Reino de Chile e Hispanoamérica.

En el colegio de la Hacienda de Bucalemu se hizo cumplir la real orden con celo y puntualidad y en total secreto por el maestre de campo y regidor de Santiago, don Andrés de Rojas y Lamadrid.

El día 26 de agosto de 1767 había orden de estar, en la madrugada, a las puertas del colegio de la Hacienda de Bucalemu. Antes de la apertura de las puertas estarían esperándolos las milicias, junto a escribanos para proceder al arresto. Reunieron a todos los padres, novicios y hermanos en la comunidad, leyéndoles la real orden de expulsión de todos los jesuitas del Reino Hispanoamericano. Todo este proceder comenzó a las tres de la madrugada de forma abrupta y sorpresiva. Se les exigió que estuvieran todos presentes en este acto, incluyendo el hermano cocinero. Los tuvieron en estricta custodia por las tropas mientras procedían a clausurar la iglesia, la sacristía, la biblioteca, la procuría y las casas para así proceder al detallado inventario de todo lo que sería confiscado.

Este secuestro de los bienes, junto con el arresto y traslado de todos los religiosos que se encontraban en el lugar, terminó al día siguiente cuando fueron transportados con una escolta especial hacia Valparaíso, puerto chileno de donde saldrían en barcos con destino a Cádiz a su ostracismo.

No pudieron partir a su destierro hasta que no se rindiera una exacta cuenta de todos los bienes muebles y todos los haberes del colegio de la Hacienda Bucalemu, para eso retuvieron al padre procurador mientras se aclaraba el secuestro y registro de todos los haberes.

Entre los religiosos que debieron abandonar el país estaba el famoso y prestigioso Juan Ignacio Molina. El día 26 de agosto de 1767, a las tres de la mañana, fue despertado con estruendosos golpazos en la puerta del colegio mayor, anunciando lo que se llamó la noche cerebral de Chile, llevándose a cabo el arresto y expulsión del Reino de Chile. El abate Molina, como se conoció al jesuita chileno, fue uno de los 6.000 jesuitas que fueron expulsados de todos los dominios de España llegando primeramente a Cádiz. Este religioso naturalista hizo un gran aporte cultural como exiliado en Italia.

Al gobernador de Chile, Antonio Guill y Gonzaga, le correspondió el 26 de agosto de 1767 dar cumplimiento del decreto de expulsión de la Compañía de Jesús del territorio nacional luego de 174 años de permanencia en el país, difícil acción, ya que el gobernador mismo estaba a cargo de la administración de la congregación de los jesuitas.

Los 380 jesuitas que fueron expulsados del Reino de Chile de forma abrupta y sorpresiva a altas horas de la mañana no opusieron resistencia y fueron la mayoría enviados en distintas embarcaciones a Cádiz, España.

El viaje del exilio fue engorroso y traumático. Fue larguísimo, se demoraron un año en llegar a Cádiz, a los meses de estar en Cádiz se vieron obligados a trasladarse lejos del Reino por no contar con lugar en las iglesias y conventos de la Compañía, los cuales estaban repletos de otros exiliados, por lo cual los religiosos chilenos decidieron viajar a Italia y se instalaron en Imola.

Junto a esta expulsión de los jesuitas se hizo un censo con clases, apellidos y patrias, ya que además de los religiosos chilenos se encontraban también los de procedencia alemana, italianos, flamencos y españoles.

De todo se levantó un inventario, para esto se cogieron las llaves de la iglesia, sacristía, procuría y demás aposentos. Así se tomaron las medidas necesarias para asegurar la continuidad de los trabajos del colegio de la Hacienda Bucalemu, a falta de los expulsados de la Compañía de Jesús.

El inventario y secuestro de los bienes inmuebles fueron valorados para ser vendidos a fin de pagar las diligencias que originaron todos estos trámites, con lo que se formó una verdadera maraña de burócratas entre funcionarios y trámites legales a costa de los bienes secuestrados a los jesuitas.

La producción de sus ventas se destinó a la manutención de los desterrados religiosos de la Compañía de Jesús en el exilio, entre otras cosas, que con humildad y santa resignación aceptaron los designios del rey de España, Carlos III.

Así justificaba el rey de España, Carlos III, el envío del producto de las ventas a las arcas del monarca de España, hasta que el papa Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús el 21 de julio de 1773, presionado por el rey de España, cesando con esto las obligaciones que el monarca se había impuesto.

La Compañía de Jesús desapareció por cincuenta años. Los franciscanos siguieron administrando las misiones creadas por los jesuitas. La Orden de los jesuitas fue restituida por el papa Pío VII en el año 1814.

La expulsión de los 6.000 jesuitas alrededor del mundo causó estupor en ultramar, debido a la magnitud de la organización y sus influencias.

En el campo de la educación se creó un gran vacío pedagógico, privando de profesores a una serie de colegios con serias consecuencias; esto indujo al proceso de laicización de la educación.

Se produjo un resentimiento de carácter grave en el área de la investigación, las artes, las ciencias y especialmente en la producción agrícola, y lo que aportaba a la evolución y desarrollo del Reino de Chile.

Se puede medir en forma cualitativa, no solo en el campo eclesiástico, sino también en el cultural y económico.

Lo único que quedó como recuerdo de los jesuitas fue un cuadro pintado al óleo del capitán García Carreto, hincado al frente de san Ignacio de Loyola, de gran valor histórico. Permaneció colgado en la pared como adorno en el elegante escritorio del bisabuelo don Claudio Vicuña Guerrero durante 92 años.

El otro recuerdo que dejaron los jesuitas, un cepo, consistía en una herramienta de madera en forma de yugo que se usaba para los correctivos de la época.

En memoria de la Compañía de Jesús se colgó el cepo como adorno, arriba de uno de los portones de los patios de acceso interiores de La Casona.

Más de alguno decía que este cepo les recordaba a las obligaciones diarias, de lo contrario les caería el cepo encima.

CAPÍTULO 6

TRASPASO DEL COLEGIO DE LA HACIENDA DE BUCALEMU A MANOS DE DON CLAUDIO VICUÑA GUERRERO

Después de 24 años en los que el colegio de la Hacienda Bucalemu dejó de pertenecer a la Orden de los jesuitas, en el año 1791, el 4 de abril la Hacienda Bucalemu pasó a manos del comandante español del regimiento de la princesa don Pedro Fernández Balmaceda, quien la remató y transfirió posteriormente a sus sobrinos en España, don Braulio Fernández, casado con doña Amalia Vicuña Guerrero, quien vendió su parte en el transcurso de los años a su cuñado, don Claudio Vicuña Guerrero.

Pasaron decenas de años en litigios de herencia entre las familias Fernández, antes de que se pudiese hacer efectivo el traspaso de la Hacienda Bucalemu a don Claudio Vicuña Guerrero.

Se hace efectiva la compra de la Hacienda Bucalemu por don Claudio Vicuña Guerrero

La compra se efectuó el día 30 de julio de 1875 ante notario público por la suma de trescientos mil pesos a don Braulio Fernández.

Don Claudio Vicuña Guerrero nació en Santiago de Chile el día 31 de diciembre del año 1833. Hijo de don Ignacio Vicuña Aguirre y de doña Carmen Guerrero Varas, vivió hasta los 75 años, falleciendo el día 28 de febrero de 1908. Se casó con doña Lucía Subercaseaux Vicuña. Tuvieron 11 hijos, siete de ellos fueron María Cristina, casada con Octavio Barros; Jorge, casado con Luisa Velasco; Claudio, casado con Julia Ossa; Enrique, casado con Teresa Videla; Augusto, casado con María García Huidobro; Raquel, casada con Francisco Orrego e Ismael, casado con Teresa Correa, mis abuelos.

Estas ramas de los Vicuña Subercaseaux y sus descendientes fueron los que disfrutaron con su estadía todos los veranos y otras épocas del año del paraíso de la Hacienda de Bucalemu.

Hasta la disolución de la comunidad de la Hacienda de Bucalemu en el año 1967, cuando se parceló en partes correspondiente a cada rama debido a la introducción en Chile de la reforma agraria en el año 1966 por el gobierno de Eduardo Frei Montalva.

El origen del apellido Vicuña

Los Vicuña son hidalguía de sangre en propiedad de la razón de descender legítimamente de la casa del solar del nombre y apellido Vicuña, sitio de la provincia de Álava, en España.

El original del escudo de armas de los Vicuña se encuentra en el Libro de armería real del Reino de Navarra en España.

Perfil carismático de mi bisabuelo, don Claudio Vicuña Guerrero

Mi bisabuelo, don Claudio Vicuña Guerrero, quedó huérfano a temprana edad, pasando así su juventud en casa de su tío, don Pedro Félix Vicuña.

Mi bisabuelo era un hombre que tenía la apostura marcial, el dominio de los caudillos. Tenía el semblante atrayente de la simpatía, rodeado de vigor en su cuerpo erguido y hierático, con una elocuencia y seguridad en sus frases impregnadas de sabiduría con términos altisonantes y espontáneos.

Era un visionario e innovador, lo que lo llevó en su vida a realizar grandiosos proyectos. Tenía gustos fastuosos, dando nota de distinción y elegancia en la aristocracia santiaguina, donde su opulencia marcaba la soberanía del gran mundo.

Brilló no solo por su profesionalismo político, sino por su gran fortuna en la sociedad chilena, destacándose en las continuas y elegantes fiestas y saraos que daba en su residencia de la Alhambra, el célebre palacio morisco, adorno de la metrópoli y que hoy en día es patrimonio nacional.

Aparte de su carrera política, se dedicó a cultivos agrícolas y la crianza de ganado en la Hacienda Bucalemu, donde se destacó por su innovación en el desarrollo y progreso, tanto en lo económico como en lo social y laboral, creando una estructura única en la introducción de especies exóticas y costumbres culturales traídas de otros continentes, como Europa, fruto de sus viajes, que inició en 1868. Recorriendo Europa, sobre todo Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y España, además del continente asiático, por motivo de sus negocios, entre otras cosas.

Todos estos éxitos lo convirtieron en un potentado del capital, y con inmensa sabiduría pudo transmitir esta imagen maravillosa en sus obras, que dejó como recuerdo hereditario a toda su descendencia.

Además adquirió una serie de otras estancias, como Las Palmas, Lliu Lliu, Yablas y Las Rosas de Chiñigue, esta última una casona al estilo colonial europeo, muy elegante y que usaba de residencia para sus reuniones políticas, aprovechando la cercanía con la capital de Santiago, a la cual era asiduo diario el presidente, José Manuel Balmaceda.

En el año 1873 figuró por primera vez en la política, siendo electo diputado por Santiago hasta 1879 y senador entre los años 1879 y 1885, y reelegido en 1888 hasta 1894.

Fue Ministro del Interior en el año 1890 en el gobierno de don José Manuel Balmaceda, del que era amigo personal y cuyas políticas compartió y admiró, como el liberalismo.

El 25 de julio de 1891 fue elegido presidente electo de la República de Chile, convirtiéndose en la primera figura de la República de Chile después de don José Balmaceda pero no pudo ejercer, debido a la Revolución de 1891.

Se embarcó a Europa, viviendo el ostracismo por corto tiempo, ya que regresó como triunfador después de una amnistía en 1894. Fue elegido presidente del Partido Liberal Democrático en el año 1896.

Mi bisabuela, doña Lucía, que también era dueña de una inmensa fortuna aparte de dedicarse a la educación y los negocios, era gran benefactora de las instituciones católicas dedicadas a la caridad.

Se distinguió, igual que el bisabuelo, por su excelente gusto, luciéndose en las fiestas con sus vestidos de gala, adornados con brillantes. Así era como se mostraba en los bailes de la sociedad en su residencia del palacio de la Alhambra.

CAPÍTULO 7

SUPERFICIE DE LA HACIENDA DE BUCALEMU

La Hacienda Bucalemu contaba con una superficie de 16.000 hectáreas, correspondiente a diez mil cuadras.