El gato negro y otros cuentos

Portadilla

Pesadillas que duran cien años

El entierro prematuro

Hop-frog (o Los ocho orangutanes encadenados)

El gato negro

Edgar Allan Poe

Créditos

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OS CUENTOS DE EDGAR ALLAN POE aún nos causan pesadillas. Sus personajes son víctimas de trastornos aterradores y al mismo tiempo frecuentes, incluso hoy. Sus tramas impredecibles, sus atmósferas perturbadoras y sus convincentes narradores en primera persona le dicen al lector que tiene razón al temerle a la oscuridad. Si el fuego de las velas no nos salvaba en el siglo XIX, tampoco lo hará la luz de las pantallas en el XXI. La oscuridad y el horror son los mismos entonces y ahora.

Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 1809 - Baltimore, Estados Unidos, 1849) ha aparecido en cientos y cientos de antologías, libros de texto y páginas de internet, es cierto. Hasta su “foto” (daguerrotipo, para ser precisos) es inconfundible. Es más fácil reconocer su imagen que la de muchos autores vivos. Aun así, el autor de “El cuervo” se renueva con cada lectura. Sigue ganando lectores y fanáticos. Y no lo decimos nosotros. Él mismo, en su famoso ensayo “Filosofía de la composición”, dejó claro su propósito: alcanzar “al mismo tiempo el gusto popular y el gusto crítico”, es decir, alcanzar tantos lectores como fuera posible.

¿Y por qué Edgar Allan Poe? ¿Cuál es su valor actual si nació hace más de doscientos años? ¿Qué lo hace importante si escribía en una lengua tan distinta de la nuestra? La respuesta breve a la primera pregunta es que él inventó el cuento como hoy lo conocemos. La respuesta menos breve: Poe reseñó Cuentos dos veces contados, de Nathaniel Hawthorne, el otro peso completo de la literatura estadounidense de la época. Poe afirmaba en aquella reseña que un cuento debía causar un efecto inmediato en el lector (el horror era su favorito, claro), ser legible en una sesión, atrapar desde la primera línea, ser original y, sobre todo, aspirar a la verdad (no a ser verdadero, sino a parecerlo).

¿Y por qué creía Poe que el cuento como género debía cumplir esos “requisitos”? Los artistas pertenecientes al romanticismo, como el escritor bostoniano, tenían clara una cosa: las emociones importaban más que la razón. El arte debía causar emociones, efectos, como los llamaba Poe. Sus características técnicas podían ser impecables, pero no valían nada si el conjunto de la obra no “elevaba el alma” y “reportaba una excitación intensa” al sujeto que la contemplaba, para usar las palabras de nuestro autor. Hoy estamos muy lejos de ser románticos, pero estas reglas tienen sentido todavía, ¿o no?

Volvamos a la pregunta sobre el valor de un escritor de lengua extranjera. Si haber inventado un género —o haberlo reinventado, por lo menos— no es suficiente, pensemos en la huella que ha dejado Poe en grandes escritores de nuestro idioma. Rubén Darío, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Roberto Bolaño y un larguísimo etcétera integran la lista de escritores hispanohablantes que al menos una vez publicaron un libro de cuentos y al menos una vez reconocieron la influencia del autor de “Los crímenes de la calle Morgue” en sus relatos.

Los dos cuentistas más grandes del español, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, miran hacia arriba a Edgar Allan Poe. “Pertenece a lo intemporal y a lo eterno, por algún verso y por muchas páginas incomparables”, escribió el primero. El segundo comenzó a escribir cuentos gracias a Poe, y años después tradujo sus obras completas. Cuentan que el autor de Rayuela estuvo muy ansioso durante el trayecto del manuscrito a su editor. Temía que alguna calamidad arruinara las hojas y aquella traducción-homenaje se echara a perder.

Mención aparte merece el famoso escritor uruguayo Horacio Quiroga. No hay Quiroga sin Poe. Los cuentos de este autor latinoamericano son a veces imitación; otras, homenaje, y unas más, parodia franca. Incluso sus relatos más reconocidos y logrados —“La gallina degollada” y “El almohadón de plumas”— eran para su autor “cuentos de efecto”, en el sentido que el bostoniano le dio a ese término.

El autor que se quedó con la impresión más profunda de Poe fue el francés Charles Baudelaire. Tan es así que a Julio Cortázar proponía en broma comparar las fotos de ambos autores, quitar el bigote en la de Poe y llegar a la conclusión inevitable de que eran uno mismo. El poeta parisino fue el primero en traducir la obra de nuestro escritor, a veces con más intuición que rigor (en aquel tiempo no había tantos diccionarios con frases idiomáticas y giros locales). Aun así, Cortázar reconoce que tuvo siempre a la mano la traducción de Baudelaire para escribir la suya.

Para este volumen elegimos dos traducciones poco conocidas de un par de los cuentos menos conocidos de Poe, si es que los hay. El primero de ellos, “El entierro prematuro”, traducido del francés por el editor español Vicente García Aranda, aborda los dos temas más importantes de la obra de Poe, la muerte y la locura, esa otra forma de perder la vida. El título lo dice todo. Aunque la idea de ser enterrado vivo ya no es tema de conversación como en el siglo XIX, ¿por qué seguimos hablando de no muertos, de zombis y de otros entes que actúan más allá de la sepultura? ¿Nos atrae realmente sobrevivir después de ser inhumados o es una forma de conjurar el miedo a que nos entierren vivos?

El segundo cuento, “Hop-Frog (o los ocho orangutanes encadenados)” también muestra un trastorno de la mente. El protagonista, un bufón tullido, juega una broma macabra que termina en una escena pavorosa. Podemos preguntarnos si alguien caería hoy en esa chanza simplona, si alguien alberga todavía esa capacidad de venganza y barbarie, si esos orangutanes y ese bufón representan algo o a alguien importante para el autor.

La traducción de este cuento corrió a cargo del escritor argentino Carlos Olivera, uno de los pioneros de la narrativa de misterio en nuestro idioma. Olivera es el primer traductor del inglés de Poe, aunque en muchos casos se nota que, igual que Cortázar, tuvo siempre a la vista la traducción de Baudelaire.

Hemos querido cerrar con “El gato negro”, este sí muy conocido entre los cuentos de nuestro autor. De nuevo locura y muerte. En este caso el narrador nos cuenta los hechos casi para convencer al lector de su cordura. ¿Y por qué lo cuenta? Porque quisiera dejar su alma en paz antes de ir al cadalso. Lo espera el abismo de la muerte como castigo a una atrocidad a la que prácticamente lo orilló un genio malvado o una divinidad sardónica. En esta traducción quisimos devolverle algunos rasgos y florituras estilísticos al autor —presentes en las dos primeras traducciones—, a diferencia de varias de las traducciones del siglo XX, mucho más libres.

Con este botón de muestra queremos que la curiosidad explote por todos lados, que las preguntas surjan y la charla empiece. ¿Qué tan buen cuentista es Poe para el lector del siglo XXI? ¿Su deseo de brevedad y efecto aún es necesario en los cuentos de hoy? ¿Por qué? ¿Qué papel juegan las traducciones para llegar a autores tan lejanos en el idioma y el tiempo? ¿Y las traducciones de las traducciones? ¿Podremos detectar la huella de Poe en otros cuentistas de horror? ¿A qué otros cuentos suyos nos llevará la lectura de estos, si nos lleva? ¿O iremos a leer sus poemas? ¿Iremos a otros autores, a otros textos, a formas no escritas del relato?

Las últimas preguntas: ¿por qué Poe escribía así? ¿Por qué tanta importancia a la locura y la muerte? ¿Por qué el autor recurre con frecuencia a la primera persona? La respuesta fácil es confundir la vida con la obra. La respuesta complicada no está en estas páginas. Llega con cada lector, en la vigilia o en sueños.

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